jueves, 27 de marzo de 2014

Mudanza

 http://elcastillodelaguila.wordpress.com/

Nos trasladamos.
En plena crisis nos hemos comprado otro espacio, La profecía del silencio nació con el libro, hace ya cuatro años. El blog se creó para ir publicando en él todos los capítulos del libro. Al final no fue así, parece que no interesó en exceso un libro publicado a capítulos. Se transformó y fue creando una estructura anárquica; hoy, cumplida su misión, La profecía del silencio queda abandonada a su suerte internáutica. Cuantos entren en este espacio si quieren conocer algo de mi creación literaria pueden pasar por otro blog...
El castillo dle Águila.
http://elcastillodelaguila.wordpress.com/

martes, 11 de marzo de 2014

El castillo del Águila


SINOPSIS

Velázquez lo reflejó en su cuadro, en la Fragua de Vulcano se fabricó un puñal, un arma siniestra,
 “ excidium luctus et vindicatio”. Las palabras se repiten en un ritual a lo largo de los siglos.
Guzman el Bueno arroja su puñal a sus enemigos para que con su arma maldita maten a su hijo, ¿acto héroico o locura? Lo que sea antes de traicionar a su rey y entregar su ciudad.
Vulcano ha vuelto a nacer, vive en el “jardín de las delicias” y el puñal en sus manos significa peligro, muerte... “destrucción, dolor y venganza”.
Crímenes cometidos por manos invisibles, fantasmas que se materializan y causan el caos... Bea y Pío, una policía y un sacerdote deben emplearse a fondo para desenmascarar al culpable y recuperar el puñal... y entre tanto ¿sera amor lo que hace temblar su pecho cuando están juntos?
El castillo del Águila es más que un precioso paraje en el cual halló la muerte el Bueno de Guzmán. Es más que un cuadro de Jenaro Perez Villamil. Es un reducto de belleza y libertad desde el cual se divisa... el paraiso.

martes, 25 de febrero de 2014

Final de una historia. 14 de noviembre de 1995. De emociones y decepciones.




 A la izquierda de la imagen el colegio de San Antón que se quemó durante la obra de acondicionamiento, puede apreciarse el deterioro de su fachada. A la derecha el convento de las Recogidas. En el centro, en color gris, puede distinguirse la antigua entrada al convento, distinta de la entrada a la iglesia.


De emociones y decepciones



Entra en casa. Instala un beso en la frente de su hijo que todavía duerme y otro en la frente de su esposa que ya se tiene que despertar para iniciar su amplia jornada laboral.

- ¿Cómo ha ido la noche?- dice ella como casi siempre.

- Qué más da, ya ha pasado, estoy cansado, voy a dormir como un niño- responde él guiñando un ojo.

- No me gusta dormir sola, no me gusta que trabajes de noche, casi no nos vemos.

- No pasa nada, ya me tienes muy visto- sonríe desganada, son las mismas frases de todas las mañanas.

- Tengo que levantarme, nos vemos luego.- Se va, aunque le gustaría quedarse..., claro. Debe llevar al niño a la guardería y luego al trabajo y así seis días a la semana.

Álvaro, extenuado, se duerme...

… Suena el despertador. Hora de despertarse, Álvaro se levanta, ha dormido poco pero ha quedado con su familia y unos amigos, van a visitar el centro de Madrid; craso error desde su punto de vista hacerlo en el puente de la Constitución pero..., visitas obligadas, mercadillo Plaza Mayor, bocata de calamares incluido, cortilandia, chocolate en San Ginés...

Los planes se desbaratan, un océano de cabezas se divisan allá por donde pasan, casi no se puede andar, algunas entradas de metro cerradas por seguridad...

- Vamonos a una zona más tranquila- piden sus amigos-, ¿por qué no vamos al convento de los fantasmas y nos lo enseñas in situ?

- Me parece bien- aduce Álvaro-, pero os tenéis que conformar con verlo por fuera, ya no trabajo allí, no nos dejarán entrar.

Han pasado ya... ¿cuántos años?, 18 años transcurridos en un suspiro. Su hijo tiene ya casi 20 y ahora tiene otro más de 12, hace ya 15 que no trabaja en el convento, la vida ha dado muchas vueltas. Álvaro ha escrito varios libros, en al menos dos de ellos narra los sucesos extraños que sucedían en el edificio donde trabajaba. Nunca contó lo del incendio, sólo su familia lo sabe, nadie más. Es una de esas noches que no quiere olvidar pero tampoco recordar.

Llegan frente al convento de las Arrecogidas, edificio de oficinas donde Álvaro prestó servicio. Va explicando desde el exterior donde se hallaban las dependencias del convento. La entrada al recinto, la fachada, el palomar, la entrada a la capilla, la vidriera de la entrada a la iglesia que se ha conservado casi intacta...

De repente se percata de que la iglesia de San Antón está abierta. ¡Qué raro! Casi siempre está cerrada, quizá haya alguna celebración religiosa. Decide entrar, es muy difícil pero con un poco de suerte el párroco será el mismo; en el templo hay bastante gente, personas reunidas en diversos grupos, no parece una celebración eucarística convencional, sin embargo eso a él le da igual. Avanza unos pasos y queda impresionado, los recuerdos salen del armario uno a uno, casi puede respirar el humo, casi puede tocar la emoción.

El lienzo de Goya ahora es una copia, muy acertada pero copia al fin y al cabo. El original está en... bueno, en otro sitio. Sí continúa allí la urna con los restos de San Valentín. El retablo mayor y la hornacina del santo siguen teniendo un aspecto impresionante.

A la derecha, Álvaro sabe que en la primera capilla del lado de la epístola, a su diestra, se halla lo que él necesita ver. Se acerca y divisa la capilla cerrada con una reja y en penumbra. Ese detalle también le da lo mismo, avanza despacio lleno de emoción y... allí esta, una talla de gran tamaño del Sagrado Corazón de Jesús de escaso valor artístico. A sus pies un discreto cartel reza: “Imagen del Sagrado Corazón de Jesús que presidía la escalera principal del colegio, fue prácticamente lo único que, milagrosamente, se salvó del incendio acaecido en noviembre de 1995.

Álvaro saca su móvil, no quiere perder ocasión de tomar una foto aunque sea en esas precarias condiciones de luz. Alguien, una de las personas que se hallan en el templo advierte su interés y se acerca, sin él pedirlo encienden la luz de la capilla.

- Muchas gracias- dice sinceramente agradecido, toma un par de fotos, se persigna y aprovecha el gesto para limpiar unas lágrimas que empiezan a desbordar sus ojos.

Sus amigos y su familia acceden al templo, Álvaro les cuenta el porqué de su emoción, el incendio, el milagro de que se salvara el Sagrado Corazón. Quiere hacer otra fotografía pero esta vez sin que salga la reja, empuja ligeramente el frío hierro y la abre lo justo para poder tomar la instantánea.

Hace la foto..., le da la sensación de que el Sagrado Corazón de Jesús, la imagen de madera, le sonríe, sí, está seguro, le ha sonreído.

Y entonces...

- ¡Oiga, ¿qué hace ahí?, no se puede entrar, ni hacer fotos! ¿Quien les ha dado la luz?

- Nos ha dado la luz un señor muy amable.

- Pues salgan de aquí que aquí no se puede estar.

- ¿Cómo que no se puede estar en una iglesia? ¿Quién lo dice?

- Este recinto ya no pertenece a la Iglesia, lo tenemos alquilado, somos la iglesia ortodoxa de... (cuyo nombre no puedo acordarme) y esto es una celebración privada.

- ¿Una celebración privada? Muy bien, celebren lo que quieran, no tenemos interés en sus ritos, pero no puede impedirme que entre en un templo abierto, un templo que si no fuera por mí quizá no existiría.

- Si quiere entrar y tomar fotos póngase en contacto con la vicaria o el arzobispado, entre tanto no tengan permiso salgan del templo- dijo aquel personaje antes de apagar la luz.

Álvaro sale cabizbajo junto a sus amigos, qué triste, hasta dónde ha llegado la crisis que las iglesias se alquilan a comunidades ortodoxas. La persistente crisis ya no solo afecta al país, también incumbe al cielo.

- Papá, este señor no sabe que tú salvaste la iglesia- dice su hijo pequeño.

- No hijo, no lo sabe ni aunque lo supiera cambiaría su actitud... y por cierto, yo no salve la iglesia, yo ayudé en lo poco que pude.

No puede evitar otra lágrima, no puede evitar volver la vista atrás... San Antón le sonríe desde la hornacina que ocupa en la fachada por encima del escudo real; resuena el eco de la voz del párroco de antaño en su cerebro, confía en mí, confía en San Antón...

Al otro lado de la calle, en la vidriera que permanece sobre la puerta de la antigua capilla del convento de Arrecogida hay un rostro que también sonríe. Álvaro siente erizarse todo el vello de su cuerpo, él sabe que esa vidriera está a una altura de cuatro metros del suelo y es imposible que nadie se asome allí, él sabe que en el edificio un día de fiesta solo está el vigilante y se encuentra en su garita controlando las cámaras, no frente a una vidriera de acceso imposible, él sabe que no es un reflejo ni producto de su imaginación..., Álvaro sabe que ellos siguen ahí, lo han presentido y salen a despedirse.

- Adios Álvaro,- sólo él oye las dos palabras de ultratumba al tiempo que ve los labios del fantasmagórico rostro moverse... el vaho desprendido por la boca empaña el cristal y cuando se difumina, el rostro misterioso ya no está..., ha desaparecido.

- ¿Qué haces papá?- pregunta el hijo pequeño.

- Nada..., es sólo que me ha parecido ver a un amigo... pero no, estaba equivocado, ha sido solo mi imaginación.

FIN de la historia.
Los dos libros en los que Álvaro cuenta lo que sucedía en aquel edificio son:
Silbando en la oscuridad y La profecía del silencio.
Los podéis encontrar en mi tienda virtual.



Fotografía tomada el día 7 de diciembre de 2013 antes de ser expulsado de la iglesia de San Antón.
Casi todo lo que se ha contado es cierto, con ligeros tintes de novela, distinguir entre ficción y realidad os corresponde a vosotros, queridos lectores y amigos. Yo he pretendido contar una anécdota más acaecida en el desarrollo de mi profesión y que jamás había contado, y también, elevar mi más enérgica protesta a la Iglesia o a quien corresponda. Si tan pobres son que tiene que alquilar “sus-nuestros” templos, al menos que se aseguren de que las comunidades a las cuales se los ceden, no impidan a los ciudadanos acceder a sus tesoros, aunque como en este caso, tan sólo sea un tesoro sentimental y no económico.


Vidriera sobre la entrada de la antigua capilla de las Recogidas


lunes, 17 de febrero de 2014

Sexta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Un milagro

Fotografía de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que se hallaba en el acceso principal de las escuelas pías y que se salvó, milagrosamente, del incendio que destruyo la entrada y otras zonas del colegio la noche del 14 de noviembre de 1995.


                  Sexta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Un milagro



Álvaro confió en el párroco y en San Antón, ¿cómo no hacerlo después de una noche tan extraña? ¿Cómo no confiar en un cura y em un santo cuando los fantasmas del pasado habían realizado una llamada de emergencia en su nombre y lo había convertido prácticamente en un héroe?

Álvaro confió, sí; sin embargo los bomberos no tenían ninguna confianza, el muchacho estaba en lo cierto, no les dejaban acceder a la entrada principal del edificio quemado, era una locura.

- Tengo que llegar a la escalera- explicaba el sacerdote al bombero con desesperación-, ¿no lo entiende? Es necesario salvar la figura del Sagrado Corazón de Jesús, es una talla del siglo XVII, un regalo del rey a nuestra institución.

- Lo entiendo padre, pero comprenda usted, estará reducida a cenizas, todo el hall de la entrada principal se ha quemado, escalera incluida, se ha desplomado, ha desaparecido y en ese acceso sólo quedan escombros y cenizas.

- Puede ser que esté en lo cierto, pero déjeme entrar para comprobarlo. Se lo ruego.

- Eso que me pide es por completo imposible, no solo es que no quede nada a salvo en el interior, es que además la techumbre corre peligro de desplome inminente y pondría su vida en peligro. ¿Lo entiende, padre? Si algo le ocurre a usted es responsabilidad mía.

Se alejó el sacerdote profundamente decepcionado, el vigilante lo siguió, despacio, ambos estaban abatidos. De repente el religioso pareció recordar la existencia del joven.

- No es por el valor económico, es por lo que representa, por la historia, por la protección inherente a esa escultura.

- Hay una forma de entrar padre- dijo el vigilante sin saber a ciencia cierta el motivo-, podemos entrar sin necesidad de puerta.

-¿Qué quieres decir?- interrogó excitado el sacerdote- ¿Cómo vamos a entrar si no es por la puerta y con el beneplácito de los bomberos?

-Por el pasadizo secreto, debajo de la capilla hay un túnel, une la antigua capilla de nuestro edificio con la antigua capilla del convento de San Antón, la trampilla está a unos diez pasos de la escalera de entrada.

-¡Vamos deprisa, no perdamos tiempo!- Exclamó el párroco recuperando algo de color en sus mejillas.
Entraron al edificio, caminaron los escasos metros que les separaban de la entrada a la antigua capilla; la oscuridad era completa, se ayudaron de la linterna del vigilante por no dar todas las luces. Bajo el antiguo altar, en la actualidad tribuna de oradores, había una trampilla. Trece peldaños por una angosta y peligrosa escalera de caracol llena de telarañas, un estrecho pasadizo, muy corto, apenas unos doce metros, otra escalera igual de angosta, igual de tétrica, igual de intransitada..., y una trampilla de madera.

- Esta caliente- dijo el vigilante-, tal vez al abrirla nos encontremos humo y llamas.

- No creo, en la planta baja el fuego estaba extinguido, ¡vamos a abrirla!- apremió el religioso.

No era fácil, muchos años, siglos quizá, llevaba sin abrirse aquel postigo..., pero Álvaro empujó y confió en San Antón y al final cedió.

El espectáculo era lamentable, humo, polvo, escombros y cenizas peleaban por establecer su manto gris en el reino de la oscuridad y el silencio.

Otra vez tuvieron que usar la linterna, era imposible sin un ápice de luz saber dónde se hallaban. El vigilante enfocó en todas las direcciones despacio para que el religioso se orientara; sobre sus cabezas, un crujido de madera a punto de ceder, les recordó que no tenían toda la noche.

- ¡Allí!- dijo el cura señalando en una dirección donde nada diferente se distinguía-, al doblar esa esquina estaba la entrada.

Fueron hacia allí, al doblar la esquina se encontraron con los restos de la escalera de madera, un amasijo de tablas quemadas que todavía desprendían calor y humo y... miedo.

- No perdamos tiempo, la puerta está allí y a la derecha de la entrada estaba la escultura.

Avanzaron, la linterna iluminó ligeramente lo que había sido en tiempos una lujosa recepción. Nada excepto escombros se veía.

- No enfoques la linterna a la puerta, los bomberos pueden ver el reflejo.

- Es cierto- dijo el vigilante y su voz se mezcló con un amenazador rugido de madera herida de muerte.

Retiró el haz de luz hacia el lado opuesto...

- ¡Ahí está!- exclamó el sacerdote- pero qué extraño, está al lado opuesto de su ubicación habitual. Bueno mejor, si llega a estar al otro lado le hubiera caído encima toda esa barandilla y se hubiera destrozado, parece un milagro, la imagen del Sagrado Corazón es lo único reconocible en esta zona. Un milagro.

- ¿Habéis sido vosotros?- preguntó Álvaro-, ¿también llegan a este edificio vuestras travesuras?

- ¿Cómo dices?- preguntó el sacerdote perplejo.

- Nada padre, tonterías mías, vamos a poner a salvo la escultura y de paso a ponernos fuera de peligro nosotros.

Lo más difícil fue hacer pasar la talla de madera por las dos trampillas, al instante de acceder al túnel oyeron un terrible estruendo sobre sus cabezas y supieron que se habían librado del desplome del techo y de perecer aplastados por los cascotes de milagro. Otro milagro.

 - Gracias San Antón, en ti confío- murmuró el sacerdote.

A salvo de peligros y pasados unos pocos minutos más, el Sagrado Corazón de Jesús acompañaba en la entrada de la iglesia al resto de tesoros que albergaba el edificio.

-Gracias hijo, si no hubiera sido por ti está noche hubiéramos sufrido daños y pérdidas históricas irreparables.

- No he sido yo padre, han sido..., ha sido San Antón.

-Un milagro, un verdadero milagro que se haya salvado estando donde se hallaba.

Álvaro vio lo tarde que era ya, estaba apunto de llegar su relevo. Se fue al baño, el espejo le devolvió una imagen deplorable, necesitaba una ducha, necesitaba un largo descanso, necesitaba..., un milagro.

-Otro milagro quizá sea ya pedir demasiado.

To be continued... es decir, continuará.

martes, 11 de febrero de 2014

Quinta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. La mudanza

                                      

                                          La mudanza


A las seis de la mañana la techumbre del edificio se desplomó con gran estruendo llevándose a su paso buena parte de la planta tercera, la última. Los bomberos temían que el peso de los escombros derribara también la planta segunda del edificio y trataron de apuntalar su techumbre.
Álvaro al oír el espantoso estruendo del desprendimiento de la techumbre salió de nuevo de su edificio. Temía que algún bombero hubiera sido alcanzado por el derrumbe o hubiera quedado aprisionado y trató de ayudar.

Pronto le indicaron que no había víctimas y le pidieron que ayudara en una extraña tarea.

-Sabíamos que había peligro de derrumbe, no había nadie trabajando allí, ahora nos preocupa que ceda la segunda, queríamos asegurarla pero es arriesgado, no podemos hacer nada.

- Y yo ¿en qué os puedo ayudar? Ya no hay llamas que puedan afectar a mi edificio y no soporto estar mirando sin hacer nada.

-Puedes ayudar en la mudanza si quieres. Ve a la puerta de la iglesia y ponte a disposición del párroco.

- ¿Mudanza? No entiendo.

- Ve allí, el párroco y el jefe de la policía municipal que se ha encargado de la tarea te explicarán.

Se dirigió hacia donde le indicaron, allí había un grupo de bomberos que a las órdenes de un preocupado y casi histérico párroco trataba de poner a salvo los tesoros artísticos de la iglesia.

- Vengo a ayudar- dijo Álvaro al cura.

- Pues ven conmigo corre, tenemos que salvar ese lienzo.

Los vitrales habían estallado y desaparecido, el techo de la iglesia había sido afectado por las llamas, además los bomberos, para atacar el fuego desde allí, tuvieron que abrir un enorme boquete en la bóveda y ahora por allí no entraban llamas pero si entraba el agua procedente de las mangueras de los bomberos.

Por el camino que hizo con el párroco hacia el interior de la iglesia se cruzó con varios policías que portaban grandes candelabros y relojes de pie, además de tallas de santos realizadas en madera.

- ¡El cuadro!, dejen todo y salven el cuadro, es de Goya.- Todos miraron hacia donde el sacerdote indicaba con temblorosa mano y preocupado gesto.

Tres policías, Álvaro y el propio cura consiguieron desencajar el lienzo de la paredes donde se hallaba ubicado y llevarlo a la entrada del templo donde lo taparon con plásticos y lo cobijaron de peligros, era un cuadro de Goya, en efecto, La primera comunión de San José de Calasanz.

- Ahora las reliquias de San Valentín, allí, en la misma pared donde estaba el cuadro.

Corrió hacia donde había indicado el sacerdote y se encontró con una urna de vidrio estilo rococó bajo la cual se veía una inscripción: San Valentín Mártir, Ob. Patrón de los Enamorados

La tomó con sumo cuidado ayudado por el religioso que temblaba de miedo y emoción.

- Aquí se conserva gran parte del esqueleto de San Valentín, fue un regalo del Papa al rey Carlos IV que a su vez lo regaló a los escolapios- informó el cura-, vamos a llevarla junto al cuadro.

Así lo hicieron y también protegieron las reliquias del patrón de los enamorados con unos plásticos.

- Ya están a salvo.- Se podía afirmar que la iglesia estaba a salvo aunque con aspecto de haber sido el escenario de un espectacular saqueo. La gran araña del techo descansaba en unos reclinatorios, algunas estatuas de santos se encontraban apiladas en el pasillo y varios cuadros se protegían del agua con plásticos-, ahora debemos intentar salvar el Corazón de Jesús.

- ¿Dónde está padre?

- En la escalera de madera de la puerta principal del colegio por la que entraban las visitas importantes.

- Pero padre, está quemada la he visto desde fuera y la escalera ha desaparecido comida por las llamas, la estructura de la entrada no se conserva, se ha desplomado el techo al quemarse la escalera y es un amasijo de cascotes y maderos humeantes.

- Tenemos que intentarlo, ¡vamos!

- Los bomberos no nos dejarán acceder allí.

- Confía en mí, hijo, confía en San Antón...


             Recorte de prensa del día 15 de noviembre de 1995
Un incendio consumió ayer parte de las instalaciones del colegio más antiguo de Madrid, el de las Escuelas Pías (los escolapios) de San Antón, cerrado y abandonado desde hace siete años. El fuego destruyó, según los bomberos, el 20% de los 18.000 metros cuadrados del edificio, ubicado en la calle de Hortaleza 83, desde hace 200 años. Los vecinos y un vigilante que trabajaba en un edificio cercano alertaron a la policía y a los bomberos sobre las tres de la mañana, cuando vieron que de la techumbre del inmueble salían llamas de cinco metros. Según el jefe de bomberos, el incendio debió, declararse bastantes horas antes "en la segunda planta [tiene tres]". "Se prendieron las vigas de madera, el fuego fue ascendiendo y, al llegar al techo, el vigilante pudo verlo y avisarnos.
En la lucha contra el incendio participaron unos 70 bomberos de cuatro parques, apoyados por doce coches, tres de ellos con escalas. El primer temor de los bomberos fue que el incendio afectara a la iglesia de San Antón y otros edificios próximos.
El edificio albergaba cuatro patios interiores, pasillos, dependencias y aulas aún con pupitres de madera, muchos de los cuales ardieron con facilidad y propagaron con mayor celeridad el fuego.
El resultado final del incendio es el siguiente: el tejado, en su mayor parte hundido; la planta tercera, reducida casi completamente a escombros y la planta segunda, destruida en buena parte. La iglesia de San Antón no ha sufrido daños irreparables, pero el altar mayor está estropeado, dos vitrales saltaron por los aires y el techo se ha visto afectado por el incendio.
La causa del incendio se desconocía aunque tanto el párroco de la iglesia de San Antón, colindante al colegio, como el jefe de bomberos, apuntan a una hoguera prendida por algún mendigo. "El edificio no tenía luz desde hace un año, así que es imposible que se diera un cortocircuito. El jefe de bomberos apuntó al respecto que era muy posible que el incendio se hubiera declarado alrededor de las siete o las ocho de la tarde. Para corroborar la teoría de la hoguera, el jefe del departamento de Edificación Deficiente del Ayuntamiento, apuntó a Europa Press que hace 15 días los bomberos habían recibido una llamada que denunciaba una gran humareda provocada por un grupo de mendigos alojados en las ruinas del colegio.
To be continued... es decir, continuará.

martes, 4 de febrero de 2014

Cuarta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Rainbow, la vida se torna arcoíris



Rainbow, la vida se torna arcoíris



Incendiados los carrillos y también incendiado su edificio, la construcción que él custodia y de la cual es responsable al menos temporalmente, sale al exterior, ya que no se ha dado cuenta a tiempo del desastre al menos intentará paliar su devastador ataque.

Al salir el blanco y negro de las cámaras y de la oscuridad interior desaparece y la vida se torna arco iris. Las llamaradas anaranjadas, azules, amarillas, rojas, son terribles; el calor, a pesar de ser una fría noche de noviembre. Los bomberos trabajan rápido y con precisión. Cuando él sale a la calle y a pesar de haber transcurrido apenas unos minutos ya han despejado el lugar retirando toda la fila de coches aparcados, ya han desenrollado sus mangueras y ya están lanzando grandes columnas de agua al infierno que se ha formado de forma repentina.

Pero algo no encaja, los bomberos están de espaldas al vigilante, de espaldas al edificio, lanzan el agua al lado opuesto, al colegio y la iglesia de San Antón que se hallan enfrente.

Y entonces lo comprende todo, o casi todo. No es su edificio el que se quema, es el de enfrente, eso explica casi todo, el olor a humo y la ausencia de alarmas activadas, las llamaradas en blanco y negro del monitor rebotando confusas en el reflejo de sus ventanas, la rápida y eficaz actuación del cuerpo de bomberos que en realidad no están de espaldas sino enfrentándose de cara a su enemigo...

- Ayúdanos a regular el tráfico, Álvaro, ponte en el principio de la calle y desvía a todos los coches hacia la calle Almirante- le dice el bombero que parece dirigir y coordinar la actuación del equipo de extinción-. Cuando llegue la policía ellos se encargarán de ese trabajo y tú deberás regresar a tu recinto y controlar que las llamas no se propaguen hasta vuestro tejado.

Obedece, corre al principio de la calle y empieza a desviar el tráfico. No recuerda si ha respondido al funcionario o simplemente ha salido corriendo para cumplir con lo encomendado, lo que si recuerda es su nombre, su nombre pronunciado por el bombero, Ayúdanos, Álvaro, ha dicho, pero... ¿cómo sabe él como se llama? ¿Quién le ha informado de su presencia allí y de su nombre de pila? ¿Acaso el cuerpo de bomberos conoce el nombre de todos los vigilantes que se hallan de servicio esta noche en la ciudad?

Llega la policía y se hace cargo de la seguridad y del perímetro exterior, también empieza a gestionar la evacuación de posibles víctimas, Álvaro regresa a su sitio, al convento de las Arrecogidas. En la puerta está el jefe de bomberos mirando preocupado hacia arriba, está dando ordenes a su equipo para que las llamas no se propaguen a edificios cercanos, sobre todo para que no afecten a la iglesia de San Antón, sería un desastre que se propagaran y se extendieran las llamas hasta el templo, un desastre histórico.

El bombero repara en él.

-Álvaro, gracias, vuelve al interior de tu centro, es importante que las llamas no lleguen a aquel alero- lo señala con la mano diestra dirigiendo allí también su mirada-, tenemos que conseguir reducir el fuego al colegio y luego centrarnos en apagarlo... y gracias por tu llamada, sin tu aviso hubiéramos tardado mucho en empezar a actuar y esto hubiera sido una catástrofe, la iglesia adyacente se hubiera quemado.

Se queda un tanto petrificado, solo son unos segundos pero se le hacen eternos.

-Gracias, Álvaro- insiste y tiende ahora su mano diestra hacia él para estrecharla en señal de agradecimiento-. Venga a trabajar.

¿Llamada... a qué llamada se refiere? Él no ha realizado ninguna llamada, lo más probable es que se esté confundiendo, pero entonces..., ¿cómo sabe su nombre?

Vuelve a obedecer, se dirige a su puesto de trabajo con celeridad y se dedica a controlar que las llamas no se trasladen de un edificio a otro por los tejados.

Pasan las horas, el fuego parece controlado, no se ha propagado, los bomberos han vencido, han conseguido minimizar el desastre y reducirlo solo al colegio de San Antón, aunque lo de reducir es la palabra perfecta, el edificio que albergaba el colegio está quedando reducido a escombros.

Suena el timbre de la puerta, son las cinco de la mañana, a través del monitor en blanco y negro ve a un bombero que es quien realiza la llamada. Se precipita hacia la puerta y abre.

-Me marcho Álvaro, ya no hay peligro de propagación, lo tenemos controlado, en un par de horas lo apagarán, no ha habido víctimas, el fuego ha comenzado desde el interior del edificio del colegio, unos indigentes han accedido al interior de la instalación aprovechando su abandono, para pasar la noche, han encendido hogueras para calentarse y han provocado el incendio, están a salvo y los edificios aledaños se han salvado gracias a tu llamada, si no es por ti se nos quema toda la manzana.

-Debe tratarse de un error- se decide a hablar por fin-, yo no he hecho ninguna llamada, habrá sido algún otro compañero.

-No lo creo, ¡venga no seas modesto! ¿Tú no eres Álvaro Mohino Ibañez? 

-Sí, soy yo.

-Y tu teléfono no es el 917052969. 

-Sí, es el teléfono de seguridad.

-Pues ya está, has llamado tú, desde ese teléfono con ese nombre y diciendo que eres el vigilante del edifico situado en la calle Hortaleza 88, es decir, aquí y, has añadido, el antiguo convento de Arrecogida.

Ya no puede hablar de nuevo, la voz se hiela en su garganta, no comprende nada, da la mano de nuevo al jefe de bomberos respondiendo de nuevo a su gesto amistoso y continúa flotando en una nube de confusión.

-Lo dicho, Álvaro, me marcho, gracias y, por cierto, tienes muy buena música en esa vieja radio, excelente balada Catch the rainbow.
No lo entiende, se marcha el funcionario mientras Álvaro da vueltas y más vueltas en su cabeza a lo escuchado... y repara de repente en la canción que se escucha y que no había escuchado.


Termina la canción y Álvaro formula una pregunta al viento:
- ¿Habéis sido vosotros? ¿Habéis llamado a los bomberos en mi nombre?

No pregunta a Ritchie Blackmore, ni a Dio...

Desculega el teléfono y consulta las últimas llamadas realizadas, aparece el número de su casa, el de la oficina de su empresa y posteriormente... 112 el teléfono de emergencias que él está seguro de no haber marcado.

-¡Dios! No puedo creerlo.

To be continued... es decir, continuará.


martes, 28 de enero de 2014

Tercera parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Aquí estoy otra vez








Aquí estoy otra vez

Termina la ronda sin encontrar nada extraño y sin conseguir averiguar el misterio del olor a quemado. ¿Serán imaginaciones suyas? ¿Serán los eternos moradores del edificio que han decidido divertirse un rato a su costa? ¿Será un incendio que no es capaz de descubrir?

La cripta es el único sitio donde no ha llegado en su ronda, solo le falta bajar allí, al recinto prohibido, siente el impulso de visitarla, pero no va a hacerlo, no les va a dar esa satisfacción, allí es imposible que se declare un incendio ni se propague ningún fuego.

Comprueba los sistemas de alarma y detección de incendios, la centralita no tiene ninguna avería, todo funciona perfectamente y si allí no se activa la alarma es que nada anómalo ocurre. Esa circunstancia no termina de tranquilizarle, la alarma no homologada de su olfato le induce a pensar que algo se quema, no obstante decide tratar de olvidar el incidente.

Toma el teléfono y llama a la central receptora:

- Efectuada la segunda ronda sin novedad- comunica al sistema operativo. Después anota en el parte de incidencias las mismas palabras que acaba de pronunciar por teléfono.

Sube el volumen de la radio. ¿Otra vez Paranoid de Black Sabbath? ¡Pero qué clase de broma estúpida es esta! ¿Los espectros también controlan la colección de discos de las emisoras de radio?

Da varias vueltas a la ruedecilla del dial, cambia la emisora, los acordes persisten todavía unos instantes en el aire, rebeldes, se niegan a desvanecerse... ¿Será un mensaje? ¿Será él un paranoico obcecado en que acontezcan circunstancias extrañas a su alrededor? ¿Será todo mentira incluyendo la música en ese todo?

Se sienta, casi se podría decir que se derrumba en la silla; otra emisora, otro programa, otra canción... refugio en las ondas para combatir... ¿qué? ¿Combatir la soledad, tal vez? ¿Atenuar la presencia de los fantasmas propios y ajenos, quizá? ¿Eludir el lacerante mordisco del miedo, a lo mejor? 

-Aquí estoy otra vez, solo, asustado, preocupado, deseando que pase el tiempo y pueda escapar de mi cárcel. Escapar, sin saber dónde debo ir, no sé dónde voy pero estoy seguro de que sé dónde he estado... aquí estoy otra vez.

Como si sus palabras fueran un presagio, una profecía, los acordes de Here I go again empiezan a flotar en el aire viciado de su garita.

-¡Vaya! Ya podía acertar la combinación ganadora de la primitiva en vez de adivinar qué canción viene ahora.

Canturrea las primeras estrofas de la canción de Whitesnake, se va encontrando más cómodo y alza el tono de su voz, desafina, pero que más da, nadie le escucha, está solo... ¿o no?

Otra vez el olor a humo se intensifica, otra vez la preocupación acude a su cerebro.

- No es posible, esto ya es demasiado.


Los últimos acordes de la guitarra se confunden con el sonido de una sirena lejana que perezosa se acerca y propaga la alarma a su paso.

Mueve las cámaras exteriores buscando el principio de la calle, buscando la procedencia de la sirena. Atisba al fondo unas luces, son los bomberos, se acercan a la puerta del edificio.

-¡No es posible! Me estoy quemando y no me he enterado, no es posible; han debido ser... ellos...

Los bomberos se detienen justo en la puerta, al lado de la reja de entrada al convento, es en ese instante cuando el resplandor de unas grandes llamaradas iluminan la pantalla del viejo monitor, las imágenes son en blanco y negro y dañan sus retinas, su indignación rojo carmesí incendia sus carrillos.

To be continued... es decir, continuará.

miércoles, 22 de enero de 2014

Segunda parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Me huele a chamusquina

SEGUNDA PARTE

Me huele a chamusquina


Y hablando de sonidos de ultratumba, suenan en la radio los acordes de Paranoid, de Black Sabbath,

- Parece que la música ha amansado a las fieras- dice cuando se percata de que no se percibe ningún ruido fuera de lo normal dentro de un edificio vacío.

Transcurren un par de horas en completa calma, llega el momento de hacer otra ronda. Se levanta, recoge todo el material necesario, llaves, linterna... y sale de la garita para adentrase en la oscuridad de los fríos y siniestros pasillos. Apenas da dos pasos cuando a su espalda, una puerta se cierra de improviso, violentamente, con un gran estruendo. Ya no se sobresalta con esas pequeñeces, hace años un escalofrío habría recorrido su espalda, hoy, 14 de noviembre de 1995, ya ni se inmuta.

- Habrá sido una corriente de aire inoportuna- se dice a sí mismo sin volver la vista atrás.
Sube por la escalera lateral hasta la última planta, recorre una por una todas las estancias, el eco amenazador y perverso le devuelve el sonido de sus propias huellas. Llega al final, ahora debe regresar por donde ha venido y volver a bajar por la escalera, esta planta es la única que no tiene salida, solo hay un posible recorrido, el camino del destino. 

Se gira bruscamente como si quisiera sorprender a alguien que no debería estar allí, a veces lo logra, los sorprende y los ve, otras no, en otras ocasiones son más rápidos y se ocultan o simplemente no están. Hoy parece que no están.

- Pero será mejor no cantar victoria todavía- murmura entre dientes.

Regresa a la escalera y comienza a descender, al mismo tiempo que él baja un ligero olor a quemado sube. Se encienden sus alarmas, abre los ojos al máximo y trata de detectar por dónde viene ese preocupante aroma. No lo consigue, continua bajando y llega a la segunda planta, el olor a quemado se incrementa, no demasiado, solo un poco más; no hay humo; la alarma de incendios no se ha activado... ¿serán imaginaciones suyas? El olfato nunca fue su sentido más desarrollado, ya se lo decía su abuela: “Hijo mío tú eres igual que yo, tienes mucha nariz pero poco olfato”.

Termina la vuelta completa a la segunda planta y continua el suave olor a quemado, por ello decide repetir la ronda en esa zona, la hace de nuevo con idéntico resultado.

Nada, qué raro, no hay fuego, no hay nada encendido, ¿por qué huele así?- pregunta en voz baja pero no se formula la pregunta a sí mismo sino a ellos-, ¿sois vosotros... estáis quemando algo... es el fuego del infierno en el cual habitáis lo que se percibe esta noche?

Evidentemente no obtiene respuesta, solo silencio, eterno y sepulcral silencio.

Continua descendiendo por la escalera y accede a la primera planta, la más importante, la zona donde se ubican los despachos de los directivos. Se incrementa el olor a humo, sobre todo por el ala norte, la ubicada encima de la antigua capilla, la situada sobre las antiguas celdas de castigo. El edificio en su momento fue un convento y aún conserva detalles, sobre todo en el exterior, en 1623 era el convento de las Arrecogidas.

- ¿Por qué huele a humo si no se quema nada?- se pregunta a sí mismo para posteriormente dirigirse a... ellos-, os prohíbo que juguéis con fuego, ¿me oís?; os prohíbo quemar el edificio, no por que tema por mi integridad física sino porque peligraría mi puesto de trabajo.

De repente se oye música, está justo encima de su garita, es la radio, es de nuevo Paranoid, de Black Sabbath.



 
- ¿Por qué repiten esta canción?- pregunta al vacío, aunque por el momento le preocupa más el olor a... chamusquina.

To be continued... es decir, continuará.

viernes, 17 de enero de 2014

Primera parte de una historia. 14 NOVIEMBRE 1995. Como casi siempre



Hoy día 17 de enero San Antón, siento la necesidad de continuar siendo contador de historias y empiezo a recordar una que sucedió hace mucho tiempo pero que terminó hace muy poco.

Supongamos que hoy es...

14 de noviembre de 1995...

Como casi siempre


Sale de casa. Instala un beso en la frente de su hijo que todavía dormita la siesta y otro en los labios de su esposa que todavía no se ha podido sentar después de su amplia jornada laboral.

- Hoy casi no nos hemos visto, como casi siempre- dice ella como casi siempre.

- Qué más da, si ya me tienes muy visto- responde él guiñando un ojo.

- No me gusta dormir sola, no me gusta que trabajes de noche.

- Ni a mí, no te preocupes, mañana acierto una primitiva y ya no trabajo más, ni de día ni de noche- Sonrie desganada y le responde:

-Anda tonto, vete ya que vas a llegar tarde.

Se va, aunque le gustaría quedarse, claro.

No llega tarde, llega a la misma hora de siempre, empieza su jornada como siempre y se lo toma con calma, tiene doce horas de trabajo por delante y la noche es muy larga, esta incluso puede ser demasiado larga.

El edificio de oficinas poco a poco se va despoblando de empleados, apenas quedan dos, tal vez tres personas; los rezagados de siempre, pero en un par de horas estará solo, solo con su soledad, solo con sus fantasmas.

Cuando se marcha el último morador del edificio hace su primera ronda. La primera es la más importante, debe comprobar que no queda nadie, que todas las ventanas están cerradas; apagará las luces, los ordenadores que dejaron encendidos los despistados y cerrará la puerta de todos los despachos.

En una hora ha terminado, hasta dentro de dos horas no tendrá que hacer otra ronda, ahora es tiempo de cenar.

Percibe un par de ruidos, nada preocupante todavía, un par de crujidos de madera vieja, un susurro de alguna corriente de viento impertinente, un eco lejano, intermitente, persistente, inexistente...
No hace caso de esas nimiedades, ya no, sabe que son ellos, saben que no se irán sin haberse divertido un poco a su costa, sabe que el miedo ya no es insoportable.

- Malditos fantasmas, ni cenar tranquilo me dejáis. No pienso escuchar vuestros ruidos.

Pone la radio para no oir, para no sentir... como su compañero Mariano que silbaba en la oscuridad para no percibir los sonidos que el edificio vacío producía.
Tiene suerte, en las ondas se empiezn a oir los acordes de Whiskey in the jar, de Thin Lizzy,
sube a tope el volumen y Phil Lynott eclipsa cualquier sonido de ultratumba.



To be continued... es decir, continuará.

viernes, 10 de enero de 2014

Una lápida sin nombre.





 Hoy se cumplen 49 años de la muerte de Frederick Fleet.

Como es uno de los personajes que más me impactaron, le dediqué un capítulo en mi libro El último secreto del Titanic. Copio y pego aquí el capítulo 26.

10 de enero de 1965

XXVI
UNA LÁPIDA SIN NOMBRE




Testificó en el juicio, no podía ser de otro modo y, la frase más
repetida pos sus labios fue: «Si hubiera tenido prismáticos habría
detectado el iceberg mucho antes y lo hubiéramos esquivado. Murdoch
dio las órdenes correctas, le faltó tiempo, apenas unos segundos
más y lo hubiera logrado, durante toda la noche William se
comportó como un héroe».
Aunque consiguió sobrevivir al naufragio, en realidad fue
una víctima más, aquella noche no la olvidaría jamás. Una larga
noche para atormentar su recuerdo y llenar de fantasmas su
alma.
El vigía del Titanic Frederick Fleet, bajó del nido del cuervo poco
después del impacto y trató de ayudar al resto de la tripulación a
preparar los botes salvavidas y organizar el rescate de los pasajeros.
Muy pronto Murdoch se fue quedando sin tripulantes y le ordenó
a Fleet subir a uno de los salvavidas, tripularlo y dirigirlo a una
zona donde se hallara a salvo de la succión hasta que llegaran otros
buques al rescate. Frederick obedeció y puso la barca de la cual era
responsable lejos de la zona de peligro hasta que al amanecer fueron
recogidos por el Carpathia.

El vigía afirmó durante el juicio, y lo repitió a todo aquel que le
quiso escuchar y pidió su opinión, que el oficial de guardia William
Murdoch actuó correctamente en todo momento, añadió que sus
órdenes fueron las adecuadas y a punto estuvo de lograr eludir el
témpano con ellas, solo le faltó un poco de suerte, le faltaron apenas
unos segundos más.
Unos segundos más, si hubiera visto el iceberg apenas diez segundos
antes, si hubieran contestado a su llamada unos segundos
antes...
Fleet pasó una mala época, los años siguientes al hundimiento
fueron muy duros. Siempre se consideró culpable del accidente del
Titanic por no haber descubierto el obstáculo a tiempo de sortearlo.
Junto a sus remordimientos, prestó servicio después en la armada
de su país y participó en la primera guerra mundial y también en la
segunda gran confrontación. No puede decirse que su vida fuera una
balsa de aceite, más bien todo lo contrario, un mar de sobresaltos.
El carácter alegre y desenfadado que poseía en el instante de embarcar
en el buque de los sueños se había agriado hasta tornarse
oscuro y depresivo.
En diciembre de 1964 sufrió un nuevo revés, su esposa falleció.
Una nueva depresión sobrevolaba amenazando su vida hasta que
pocos días después, apenas dos semanas más tarde, el diez de enero
de 1965, reunió el valor suficiente o perdió el valor que le quedaba
para afrontar una vida vacía y decidió ahorcarse. El informe de la
policía fue tajante, aseguraba que se trató de un claro suicido inducido
por la depresión.
Murió en Southampton, en el lugar donde todo empezó. Fue enterrado
en el cementerio de Hollybrook, en una tumba de beneficencia
abandonada en el silencio y presidida por una lápida sin nombre.
Treinta años después de su muerte, la Sociedad Histórica del Titanic
donó fondos y pusieron en su lápida anónima una placa con su nombre.
Apenas cinco palabras para recordarlo.
Frederick Fleet, vigía del Titanic.

martes, 7 de enero de 2014

El cuerpo 227


                        Uno de los proyectos del nuevo año será este "Cuerpo 227"

                                                    y empezará así:


                                          Capítulo I: Viaje hacia lo desconocido
                                                                     
                                                                       1
Todos tenemos, al menos, un fantasma en el recóndito armario de la desmemoria, lo ocultamos en el más profundo, oscuro y silencioso de sus rincones tratando de olvidarlo. Los sucesos más terribles de nuestra existencia, duelen más al revivirlos que cuando acontecen, por ese motivo tratamos de desterrar a nuestros espectros aun sabiendo que es inútil, cuando menos lo esperas un gesto los invoca, una imagen los aclama, un sonido inocuo, el de la lluvia tras los cristales sin ir más lejos, los aviva y, se convierten en protagonistas de nuestras pesadillas y de nuestros más angustiosos recuerdos.

    Está anocheciendo, no ha cesado la tormenta pero sí los rayos y truenos, el viaje está resultando horrible, eterno, fatigoso. La carretera es peligrosa, las curvas cerradas al igual que la noche y el peligro, por causa de las inclemencias meteorológicas, es evidente. Mis ojos fatigados de tanta vigilancia y alerta innecesaria se ven asaltados por el sueño y cuando la virtud del descanso se materializa y saboreo un dulce sopor, también toma consistencia la pesadilla.

    Despierto sobresaltada, el autocar va cubriendo cansino la distancia húmeda que serpentea hacia mi destino. Me arrepiento de haber emprendido el viaje, en esta ocasión debí decir a mi editor que no, él siempre dispuesto a estimular las ventas a costa de cualquier esfuerzo ajeno. “Te he conseguido una conferencia en un pueblo del Maestrazgo, están muy interesados en tu último libro”, me dijo, “te pagamos el viaje en autobús y dos noches de hotel”, añadió. Y yo acepté como una tonta. El viaje en autobús está resultando farragoso y con ración doble; de Madrid a Teruel para empezar, de primer plato y de Teruel a Cantavieja para terminar, si conseguimos terminar, de segundo, siete horas de carretera y otras dos adicionales, de postre, de paciente espera en la estación de autobuses entre uno y otro itinerario.

    La población de destino, Cantavieja, la guinda del pastel, un pueblo de 750 habitantes en el Maestrazgo turolense que he visitado de forma virtual y por lo que he averiguado es precioso y resulta perfecto para unas vacaciones, pero nada halagüeño para conferencias ni para venta de libros.

    Ya de nada sirve lamentarse, la situación es irreversible, estoy aquí, falta menos de media hora para llegar, trataré de dormir a ver si mis fantasmas me respetan en este trance y me permiten conciliar un sueño reparador.

    - Señorita, parece usted muy nerviosa,- lo que me faltaba, mi compañero de viaje quiere entablar conversación-, no se preocupe de nada, el conductor es un experto, hace esta línea todos los días, llegaremos sanos y salvos y a la hora prevista.

    - Gracias, pero se equivoca, no estoy inquieta- respondo sin saber la razón de tanta explicación a un desconocido y volviendo la mirada hacia la ventanilla añado-, es solo cansancio, llevo todo el día viajando.

    - Llegaremos pronto y podrá descansar, ¿va a Cantavieja a visitar a algún familiar o está de vacaciones?- insiste mientras veo sus rasgos reflejados en el cristal.

    - Ninguna de las dos cosas, se trata de un viaje de trabajo, soy escritora voy a dar una conferencia mañana por la tarde.

    - ¿Una conferencia en el pueblo? No sabía nada y ¿sobre qué va a versar?

    - Sobre el naufragio del Titanic, es el argumento de mi último libro.

    - ¿No me diga? ¡Pero eso es perfecto! Yo soy un apasionado del Titanic, asistiré entusiasmado a la conferencia y compraré su libro, por supuesto, además me gustaría intercambiar ideas y conocimientos con una experta como usted.

    ¡Vaya!, esto sí que es ganar el partido sin bajarse del autobús, ya tengo un oyente y un comprador para mañana, me alegro, me alivia un poco el desaliento pero no por eso me estimula las ganas de hablar, ahora no. Me vuelvo hacia él y le digo:
    - Me alegrará verle en la charla, compartiremos allí cuantos asuntos desee sobre el trasatlántico.

    - Entiendo, disculpe, no seré pesado, le dejo descansar, hablaremos mañana.

    ¡Dios mío!, ahora me siento mal, quizá he sido brusca, distante y antipática, quizá con mi mal talante acabe de espantar al único oyente de mi conferencia.

    - Y usted ¿por qué va a Cantavieja?- pregunto tratando de arreglar mi mala disposición inicial-, ¿vive allí, visita a un familiar, viaje de placer o de trabajo?

    - Desde que la he conocido a usted se ha convertido en viaje de placer, señorita- dice con enorme amabilidad y una buena dosis de capacidad seductora-, hasta el momento era… una visita médica la podíamos denominar… pero ya se lo contaré mañana, no quiero importunarla durante el viaje.

    Lo tengo merecido, me devuelve la grosería aunque muy atenuada, envuelta en el papel regalo de la elegancia y la discreción. La acepto, he perdido por puntos el primer asalto.