jueves, 11 de marzo de 2010

Capitulo II: No por mucho madrugar.....


La fotografía es de Charo Hernandez (Colectivo Toc Arte) Al final no será ésta la portada del libro pero me gusta mucho y la comparto. Gracias Charo.

Os dejo el capítulo segundo de "La profecía del silencio" He tardado en ponerlo por causa del retraso enla publicación, pero para que veáis que no me he olvidado.
Se trata de un capítulo que se desarrolla en 1999 como veréis en el texto. Lleva una cita, como todos los capítulos de la novela, en esta ocasión de Joaquín Oristrell y su novela "Entre las piernas"
Espero que os guste.



... Se quedó un rato en el banco observando las palomas. Las envidió. Eran afortunadas. Su pequeño cerebro sólo respondía a impulsos. Ninguna ley, salvo las de la naturaleza las gobernaba.
En cambio, las personas tenían que vivir en constante equilibrio entre la razón y el instinto.
Si Dios existía era sin duda un guionista con un cruel y refinadísimo sentido del humor. ¿A quién si no se le ocurriría mezclar cosas tan antagónicas y condenarlas a coexistir?
Desde el minuto cero de su nacimiento cada ser humano albergaba un drama: la dualidad. No se conocía un individuo en el mundo que no estuviera hecho de lo mejor y lo peor, la salud y la enfermedad, la mentira y la verdad.
Ese sol que brillaba era un ejemplo. Cuanta más luz producía, más sombra. De ahí que él pudiera mirarse por dentro, descubrir su infierno y seguir adelante.
Joaquín Oristrell. “Entre las piernas”



CAPÍTULO II
No por mucho madrugar...
(16- 10- 1999)



Sonó estridente el despertador en la mesilla de noche sobresaltándole, despertándole.
Era habitual en él odiar a rabiar aquel momento, ese día no fue así, aún a pesar de haberse levantado dos horas más temprano de lo acostumbrado y suponer esa circunstancia una terrible tragedia para su estilo de vida, agradeció la llegada de la hora de despertarse, pues la alarma del odioso artilugio le rescató de una horrible pesadilla donde unos espeluznantes fantasmas le perseguían sin piedad. ¿Serían remordimientos de su intranquila conciencia? ¿Acaso también él tenía conciencia?
Con esas dudas se metió en la ducha y todavía no las había resuelto cuando las olvidó por completo y le sobrevinieron otras nuevas. Fue al percatarse del intenso dolor de cabeza que padecía, ¿sería por causa del cansancio y del sueño? ¿Sería producto del tremendo e inusitado madrugón? ¿Serían los efectos secundarios del alcohol ingerido la noche anterior? El vapor de agua había empañado de forma ostensible los azulejos del lujoso cuarto de baño, los cristales de la mampara protectora de la bañera y también su ya nublada percepción sensorial. Con esas nuevas dudas salió de la ducha, enfundó su cuerpo en un albornoz que pretendía ser de lujo y buen gusto y se dispuso a la tarea de vestirse de modo adecuado. Era necesario elegir bien el atuendo, debía estar impecable, elegante pero sin efectos barrocos ni anticuados, por el contrario, debería ser la suya una elegancia informal, fresca, desenfadada, natural, casi deportiva; una elegancia elegante, exquisita, precisamente aquella que corresponde a un jefe de seguridad joven, demasiado joven, de una empresa importante, demasiado importante, quien por añadidura se dispone a entrevistarse con el jefe supremo, con la cúpula de la pirámide, con el ocupante del último y más elevado peldaño del escalafón, demasiado elevado, sobre todo si se padece de vértigo.
Mientras se vestía vinieron a su mente imágenes fugaces, reminiscencias del entierro de aquél muchacho, ¿cómo era su nombre?, lo tenía en la punta de la lengua... ¡Ah sí! Álvaro.
_ Álvaro, eso es, Álvaro. No era mal vigilante aquel chaval, ni era mal chaval aquel vigilante, pero... ¡Joder!... ¡Cómo me la ha jugado muriéndose durante el servicio! ¿A quién se le ocurre quedar de cuerpo presente en horario de trabajo y dentro de mi edificio?- se sorprendió gritándose a sí mismo frente al espejo de su habitación, y, en tono más calmado, aunque todavía en voz alta, deseó-. ¡Ojala la prensa no le dé mucho bombo al asunto!
Por fortuna para la empresa y para él, durante el entierro no hubo presencia de periodistas; tan sólo diez personas, ¡vaya birria de despedida! Su madre y sus dos hermanas cuyo dolor desconsolado no conseguía por completo eclipsar su aspecto provinciano. ¿Es qué no tenía más familia? Tan sólo dos conocidos de su pueblo, parecían más asustados que compungidos. ¿Es qué no tenía más amigos? El jefe de servicios de la empresa de seguridad procurando pasar desapercibido. ¡Vaya papeleta le había tocado! A su lado, él mismo mostrando pena y solidaridad por el trabajador mal parado. ¡Con lo que me deprimen a mí ciertos sitios! La ex mujer de Álvaro, no estaba mal a pesar del traje oscuro obligatorio y su llanto aparentemente sincero. ¡Tenía buen gusto el muchacho! La actual novia, protagonista del numerito del desmayo. ¡Demasiado frágil, demasiado delgada, carente de interés! Y...Eva López.... ¿qué diantre hacía allí Eva López?, esa engreída secretaria aspirante a escritora que rechazaba sistemáticamente sus piropos e insinuaciones. Permaneció allí, de pie, impertérrita, seria, sin derramar ni una lágrima y mirándole de reojo, como cuestionando su presencia. Ya se ocuparía de ella a su debido tiempo, ahora era asunto más importante decidir si culminaba su indumentaria con la gabardina beige de Pierre Cardín o era más apropiado el abrigo largo azul cobalto de Emilio Tucci.
Levantó la persiana, hacía frío pero no obstante lucía el sol, la presencia del astro rey le hizo decidirse por el abrigo declinando el uso de la otra prenda que fue relegada a la oscuridad del armario. Se asomó al espejo para estudiar el resultado, allí estaba su imagen invertida, era él, Dionisio, jefe de seguridad de una relevante firma; aunque la realidad, que él no veía o no quería ver, era otra, él era tan sólo un niñato pijo estirao e imberbe, cuyo único mérito consistía en ser hijo del anterior jefe de seguridad ya jubilado, y haber sabido aprovecharse de los logros profesionales acaparados por su padre.
Salió del piso sin prisa, residía cerca del edificio donde se ubicaban los despachos de los ejecutivos de la empresa y el suyo propio, por supuesto, siempre cerca, muy próximo, siempre preparado a bailar el agua a los directivos, a reír sus gracias carentes de gracia, dispuesto a hacer la pelota del modo más rastrero, a arrimar el ascua a su sardina.
Buscó un local abierto donde desayunar a lo largo de la calle Fernando VI, el sitio de costumbre estaba cerrado, claro, era muy temprano, demasiado temprano también para él, trasnochador impertérrito, mujeriego por instinto, bebedor por naturaleza y alguna que otra cosa más por añadidura. Dionisio casi nunca llegaba al despacho antes de las doce del mediodía y en ese instante eran las nueve de la mañana, la culpa era del presidente, siempre empeñado en comenzar la jornada antes del amanecer cuando todavía no habían abierto ni las calles, aunque quizá él había madrugado demasiado, al fin y al cabo la cita con el gran jefe era a las diez en punto; pero no quería llegar tarde, al contrario, tenía previsto llegar antes que él, quería estar aguardándole en posición de firmes en la puerta de su despacho cuando llegara, y por supuesto debía estar despejado y en plena forma, no adormilado, ojeroso y con rastros de cansancio, debía apreciarse a simple vista su condición de trabajador ejemplar, abnegado y de conducta irreprochable; debía percibirse algo imperceptible por inexistente. Vio un bar abierto, ¡por fin, menos mal!
_ Taberna del Renco, ¡vaya nombre estúpido! No lo conozco pero para desayunar servirá.
No había muchos clientes. La camarera lo vio entrar y se acercó de inmediato aunque despacio. Demasiado delgada pero con un prometedor movimiento cimbreante de cadera, pensó. La joven vestía de negro, un jersey de lana de cuello alto y pantalón de cuero, el cabello negro y larguísimo, ligeramente ondulado, colgaba a su espalda recogido en una coleta. La muchacha lo miró sin verlo, lo miró sin decir nada, clavando sus dos preciosos luceros negros en los vulgares ojos marrones de él; tenía enrojecidas las escleróticas, parecía haber llorado recientemente o estar cercana al llanto; las suyas propias también estaban encarnadas aunque no las veía, pero lo suyo era sueño, no lágrimas pusilánimes, tan sólo sueño y resaca.
_ Un café descafeinado con leche desnatada y sacarina, y una tostada con mermelada y mantequilla, por favor.
La joven permaneció unos segundos mirándolo, su extremada palidez contrastaba de forma casi cruel con su atuendo oscuro. Por fin la camarera giró sobre sus talones y se alejó tan despacio como se había acercado y sin emitir sonido alguno. Dionisio pensó que era una antipática, y siguió su estela con la mirada, abrió mucho los ojos e incluso se inclinó un tanto hacia delante para ver como rellenaba la muchacha el ceñido pantalón por la retaguardia; sonrió, le había complacido la vista y pensó: un poco delgada pero... podría servir. Fue entonces, aún con la sonrisa en los labios, cuando percibió la voz de la chica, quien por cierto, habló sin molestarse en volver la vista hacia él.
_ Cierra la boca no te vayas a tragar alguna mosca y de paso límpiate las babas.
Al oír aquellas frases ofensivas para su ego, que todos los clientes del bar también habían escuchado, sintió un calor repentino en las mejillas y se adivinó ruborizado, mas no supo con certeza si se trataba de vergüenza o de ira aquello que le socarraba el alma, aunque muy probablemente sería lo segundo, pues de lo primero carecía por completo.
Creyó escuchar unas risas a su alrededor proferidas por los parroquianos más próximos a su posición cuando la camarera, diligente, le sirvió con rapidez y eficacia profesional; la chica dejó el desayuno sobre la barra y clavando de nuevo sus ojos azabache en los del incómodo cliente exclamó:
_ Trescientas cincuenta.
Pagó un tanto azorado con el importe exacto, la joven recogió el dinero del mostrador y se alejó para atender las demandas de otras personas.
_ ¿Dónde he visto yo antes a esta chica?-, murmuró -, tengo la sensación de conocerla.
Y en efecto la conocía, la había visto en el entierro de Álvaro, su novio, mas no le prestó demasiada atención ni siquiera cuando protagonizó el desmayo. Terminó el desayuno, limpió sus labios con sutil delicadeza, estuvo a punto de solicitar a la joven un vaso de agua pero no lo hizo debido al incidente anterior y a la escasa simpatía mostrada por la camarera. Prefirió ir al baño donde bebió abundantemente, secó de nuevo su boca y se miró coqueto al espejo.
_ ¡Sublime!-, exclamó-, pero me sigue doliendo la cabeza-. Fueron demasiadas cervezas las tomadas la noche anterior, o ¿fue otra la bebida ingerida? - ¡Bah!, qué más da, se abre la farmacia-, tenía que ayudar a su cerebro a permanecer activo, así pues sacó una papelina de su cartera, con el carné que le acreditaba como jefe de seguridad titulado y diplomado hizo unos rápidos y hábiles movimientos sobre el mármol del lavabo; dos rayas paralelas, simétricas, perfectas, aparecieron de forma mágica ante sus narices, inclinó éstas hacia aquéllas y las aspiró de dos profundas inhalaciones haciéndolas desaparecer con idéntica pericia con la cual las fabricó; limpió, muy meticuloso él, los restos del lavabo y después los de su rostro para más tarde hablarle al tipo del espejo:
_ Bueno Dioni, vamos a ver al jefe.
_ Hasta luego-, se despidió de la camarera ya en el exterior del cuarto de baño, sin dejar de caminar y dirigiéndose a la salida sin aguardar una respuesta que de hecho no se produjo. Antes de que consiguiera alcanzar la puerta entró en el local un joven desgarbado, cabello largo y rubio, amplia sonrisa descarada bajo una nariz larga y gruesa; el recién llegado saludó a toda la concurrencia con grandes voces.
_ Buenos días a todos, ha llegado Antonio, agencia de viajes calle Farmacia, si alguno de los presentes o incluso de los ausentes necesita un buen viaje, cualquier tipo de viaje, yo soy el tipo apropiado para proporcionárselo-, se sentó en el primer taburete vacío y apoyó los codos en la barra, después, utilizando el mismo tono de voz e idéntico volumen se dirigió a la camarera-, buenos días preciosa, ponme... bueno tú ya sabes, lo de siempre y tu mejor sonrisa.
Rosa no pudo servir su mejor sonrisa, no estaba de humor, además unas nauseas repentinas y amargas sobrevinieron desde su estómago, tuvo que salir corriendo hacia el baño para no vomitar delante de los clientes, la bilis que devolvía no era producto de su desmesurado dolor por el reciente fallecimiento de su novio, ni producto de una repentina enfermedad, sino de su embarazo. El ser que comenzaba a brotar de sus entrañas era lo único que tenía de Álvaro, ella no lo sabía pero en su vientre crecía el hijo de un fantasma.
_ ¡Qué gente más rara viene a este local!- protestó Dionisio entre tanto lograba alcanzar la calle-, claro que por otra parte no es extraño, ¿quién va a venir con semejante camarera?- subió por la calle Fernando VI, giró a la izquierda en la calle Hortaleza-, nunca volveré a pisar ese antro-, murmuró enfadado.
Rafael Pizarro, el vigilante de servicio en el edificio que albergaba la sede de la empresa para la cual trabajaba Dionisio, le vio acercarse a la puerta por el monitor cuya imagen recogía la cámara exterior de la fachada principal. Cuando llegó a la entrada, el vigilante atento, accionó el mecanismo de apertura sin esperar a que se produjera llamada alguna, tal y como gustaba a los ejecutivos de la empresa, permitiendo así el acceso al interior del edificio del jefe de seguridad.
_ Buenos días señor-, tras el saludo el trabajador aguardó unos instantes en silencio, pero como no hubo ninguna respuesta ni saludo continuó su monólogo elevando un ápice su volumen de voz, por si el problema estribaba en que su interlocutor no hubiese percibido sus palabras-, decía que buenos días señor y por cierto, hace quince minutos ha llegado el presidente y ha preguntado por usted.
_ ¿Ya ha llegado?-, preguntó Dionisio sorprendido y consultando su reloj visiblemente contrariado, por lo menos Rafael tuvo la certeza, ahora sí había oído aunque no obtuvo saludo alguno-. ¡Maldita sea!, la cita era a las diez, son menos cuarto y ya lleva aquí quince minutos, ¿qué mosca le ha picado?- y diciendo esto salió corriendo escaleras arriba como alma que persigue el diablo-. Y todavía le habrá parecido extraño que no hubiera llegado yo.
_ De nada señor, a servirle a usted, para eso estamos-, añadió el vigilante sarcástico advirtiendo que no solamente no le había dado los buenos días sino que también había olvidado darle las gracias por transmitir el recado.
_ Buenos días Cristina -, saludó amable, ahora sí, a la secretaria del presidente-, dile al jefe que ya he llegado, por favor.
_ Hola Dioni, buenos días, pasa directamente, te está esperando.
Dio dos golpes tímidos y no obstante ruidosos, con sus nudillos en la puerta del despacho.
_ Adelante-, dijo una voz autoritaria desde el interior.
_ Soy yo don Alberto, ¿da usted su permiso?
_ Pasa Dionisio y siéntate, hago una llamada urgente y enseguida estoy contigo.
Don Alberto era un presidente exigente, un ejecutivo agresivo y un empresario eficaz, y sin embargo era muy buena persona. Le gustaba el trabajo bien hecho, las cosas claras y el chocolate espeso. Había alcanzado la dirección de la empresa comenzando desde los puestos de abajo, a fuerza de tesón, de trabajo y sin enchufes, y precisamente por esas circunstancias respetaba a sus operarios, a quien servía para el trabajo lo cuidaba y lo mimaba, al que no valía o no quería valer, lo despedía y lo indemnizaba, nunca empleado alguno de su empresa se sintió explotado, nunca trabajador alguno bajo su dirección pudo decir, sin faltar a la verdad, que sus derechos habían sido vulnerados.
En cuanto a su aspecto físico era alto y corpulento como un practicante de lucha libre, sus cabellos impecablemente cortados y peinados permanecían negros como azabache a pesar de haber cumplido ya los cincuenta y tantos, sus trajes siempre eran oscuros, sus camisas siempre lisas y azules, sus corbatas serias como sus ojos y su gesto.
Cesó el ronroneo monótono de su voz, colgó el teléfono, levantó el rostro y su bigote poblado y negro apuntó directamente al responsable de seguridad de la empresa por él dirigida.
_ Bien Dionisio, ya estoy contigo, cuéntame.
Tras el escueto preludio, el jefe de seguridad se aclaró la garganta con un ligero carraspeo al tiempo que extrajo unos portafolios de su abrigo, prenda de la cual se había liberado durante la conversación telefónica de don Alberto y ahora reposaba a su lado, en una silla cercana, cuidadosamente plegado.
_ Verá don Alberto, el asunto es referente a los últimos sucesos y a nuestro... digamos... incompleto sistema de seguridad.
_ ¿Qué significa exactamente la expresión “últimos sucesos”?- preguntó directo sin tropos ni ambages, ya quedó advertido anteriormente su gusto por las cosas claras y el chocolate espeso.
_ Ya lo sabe usted don Alberto, no es ningún secreto, hay un grupo terrorista especializado en secuestros y extorsión a personalidades públicas relevantes, este año han cometido ya siete secuestros de importantes empresarios y ejecutivos o de familiares de hombres de negocios, además, han atentado contra tres firmas diferentes enviando ántrax por correo a sus órganos de dirección, ese producto no está al alcance de cualquiera, por lo tanto no son aficionados sin importancia, y nosotros no disponemos ni siquiera de escáner para revisar la paquetería recibida; ahora hemos tenido la desventura de sufrir la desgraciada muerte de un vigilante en acto de servicio, la prensa nos ha puesto en el disparadero, estamos en boca de la opinión pública y quizá por ello, ahora más que nunca, en el punto de mira de los terroristas, nuestra obligación es protegernos, blindarnos contra esa posible amenaza.
_ Bien, ya conocemos el problema-, dijo don Alberto sin impresionarse demasiado ante la explicación de su experto en seguridad para luego añadir-, ahora necesitamos una adecuada evaluación de riesgos y conforme a los resultados elaborar un plan de protección adecuado.
_ Exacto-, aguardaba con deleite aquel momento, abrió el portafolios, entregó una documentación al presidente-, vengo bien preparado, acaso creías que con cinco minutos de paciente escucha me ibas a despachar-, pensó, y sin embargo adujo-, me he tomado la libertad de traer ya preparadas ambas cosas.
_ Perfecto, entonces estudiemos el resultado y las conclusiones obtenidas-, añadió el presidente.
_ El resultado es evidente, somos una víctima potencial y probable de cualquier acto violento, los factores de mayor influencia son la importancia, magnitud, y posibilidades económicas de la empresa, además, debemos considerar como posible elemento inductor nuestro defectuoso, parco y anticuado sistema de seguridad cuya única ventaja es su bajo presupuesto y mínimo coste.
_ Si no recuerdo mal eres el responsable de ese sistema de seguridad defectuoso parco y anticuado.
_ Sí, lo soy, por ahora no he estimado oportuno introducir grandes cambios, pero las circunstancias han cambiado y lo que ayer era bueno o pasable hoy es a todas luces insuficiente.
_ Hazme un resumen de estos documentos que más tarde estudiaré con detenimiento y dime, ¿qué necesitaríamos para tener un sistema de protección óptimo?
_ En cuanto a medios materiales lo principal es un equipo de revisión de correo y equipajes de mano por rayos equis, un arco detector de metales para el acceso de visitas al edificio y un coche blindado para usted don Alberto, y dotado con inhibidor de frecuencias, por supuesto.
_ ¿Y en cuanto a medios humanos?
_ Más personal claro, mejor preparado y más cualificado que el actual y de plena confianza.
_ ¿Cuántas personas más son más personal?
_ Pues exactamente necesitaríamos un vigilante de seguridad con arma en el garaje durante el horario en el cual el edificio esté abierto para evitar el acceso de vehículos no autorizados; mantendríamos un vigilante de seguridad con arma veinticuatro horas en el acceso principal, serían dos hombres al día a turnos de doce horas y necesitaríamos otro vigilante armado que prestaría apoyo a los otros dos y con libertad de movimiento por las instalaciones; éste último sería el jefe del equipo, tendría horario flexible, según las necesidades, pero estaría presente siempre que el edificio estuviera abierto y sería mi hombre de confianza, el nexo de unión entre el equipo de seguridad y nuestra empresa... también necesitaríamos un escolta para usted veinticuatro horas al día, y quizá otro para sus familiares directos con las mismas características.
_ Todo eso supondría incrementar mucho el gasto y además es difícil explicar a los accionistas tantas medidas de seguridad para mí mismo y para mis familiares, no me gusta.
_ Es cierto, se incrementaría el coste, pero demos otro enfoque al asunto, veámoslo desde el punto de vista opuesto y considerémoslo como una inversión, un ahorro, invertimos en nuestra seguridad don Alberto.
_ De acuerdo, prepara un presupuesto, pero no te prometo nada.
_ Me he tomado la libertad de hacerlo ya, he solicitado presupuesto a cuatro empresas de seguridad diferentes pero siempre dentro de las mejores del mercado.
_ ¡No me jodas Dionisio!- Don Alberto se levantó de forma tan brusca y además dando un golpe seco con las palmas de sus manos en la mesa, que su inesperada reacción sobresaltó a Dionisio-, no vamos a cambiar de empresa justamente después de que ha fallecido un muchacho, dame el presupuesto de la nuestra y tira los otros tres a la basura.
_ Hay otra empresa con precios muy asequibles-, se atrevió a decir Dionisio acercando no obstante el pliego de la prestataria actual del servicio y sus honorarios a don Alberto con mano temblorosa.
_ No estoy disconforme con la empresa que tenemos y no veo razón para cambiar Dionisio, a no ser que tú tengas algún motivo especial.
_ No don Alberto, únicamente el precio, no hay otro motivo, sería un gran ahorro para la empresa.
El presidente estudió la documentación por unos minutos, después, sin cerrar la carpeta añadió:
_ Déjame ese tan barato al cual has hecho referencia.
Dionisio le dio otra carpeta y el análisis del expediente le hizo albergar esperanzas, en realidad a él le daba lo mismo que le adjudicaran el servicio a una empresa u otra excepto en un pequeño detalle, la que resultaba más económica le había ofrecido una pequeña comisión si conseguían sacar adelante el proyecto.
_ No hay una gran diferencia-, adujo el presidente una vez realizadas las comparaciones-, además estas empresas tan asequibles consiguen abaratar los costes a base de explotar a los trabajadores y de escamotearles parte de sus honorarios, con lo cual tendríamos un servicio más barato pero con un personal descontento y eso, por supuesto, no nos interesa-, le devolvió los documentos y puso su mano sobre los primeros-, nos quedamos con nuestra empresa de siempre, aunque de todos modos el resultado final tiene muchos ceros.
_ Es más de lo que supone el desembolso actual pero las mejoras merecen el esfuerzo.
_ Esto es un Potosí Dionisio-, dijo don Alberto ejecutando un movimiento negativo con su cabeza-, no puedo permitirme este gasto, me gustaría, pero no puedo, nuestros accionistas se nos echarían encima y esos sí son fieras capaces de matar cuando se trata de incrementar costes, podrían resultar más peligrosos que los propios terroristas.
_ Entonces... - Dionisio no se atrevió a terminar la pregunta iniciada, de todos modos don Alberto contestó sin dar mucho tiempo a la duda.
_ Entonces estamos de acuerdo en cuanto al aumento de efectivos humanos, excepto en lo concerniente al horario del escolta, al cual lo suprimiremos durante los fines de semana y sólo lo utilizaremos de ocho de la mañana, hora en que habitualmente abandono mi domicilio, hasta las nueve de la noche, hora normal de regreso; y al vigilante con arma del garaje lo convertiremos en la opción siempre más barata de vigilante de seguridad sin arma. En cuanto a las medidas materiales compraremos el escáner, el arco detector de metales tendrá que esperar, y por supuesto permanecerá a la espera también el asunto del coche blindado y de los inhibidores. ¿Estamos de acuerdo?
_ No es lo que yo había pensado, pero si no hay más remedio, estamos de acuerdo.
_ En ese caso estamos de acuerdo, porque en efecto no nos queda más remedio-, afirmó don Alberto para después interrogar-, ¿tenemos algún tema más pendiente?
_ Sí señor, un pequeño detalle.
_ Pues venga, dispara y se breve dentro de lo posible, me espera el consejo de administración.
_ Seré muy breve; es necesario sustituir a todos los vigilantes que en la actualidad prestan servicio con nosotros y escoger personal con nuevas ilusiones.
_ Y eso ¿por qué?, no me gustan los cambios ni tampoco soy partidario de prescindir de trabajadores que no han realizado mal sus obligaciones.
_ Necesitamos gente nueva, profesionales capacitados, los mejores del sector, personas de plena confianza.
_ ¿De qué confianza hablamos, de la tuya o de la mía?
Dionisio reflexionó unos instantes, no había previsto aquella pregunta y meditó con cuidado la respuesta, tras el breve silencio balbuceó inseguro.
_ Bueno... debido a que yo soy el jefe de seguridad, y soy el experto en este asunto... me refería a personas de mi confianza, además, ya he pensado en todas las personas apropiadas para cada puesto, algunos trabajan en otras empresas pero no habrá problema, la empresa de la cual somos clientes no tendrá inconveniente en contratarlos en condiciones favorables para ellos.
_ Seamos sinceros Dionisio, tú quieres llenarme el edificio y mi casa de amigos tuyos, no me parece correcto, tú puedes elegir a algunas personas de tu confianza, pero... si me veo obligado a sufrir la incomodidad de llevar un escolta pegado al trasero todo el día exijo que sea de mi confianza, y lo mismo digo de quien deba acompañar a mi esposa, ése, además de un excelente profesional y perfectamente capacitado, deberá ser feo, calvo, bajito y gordo para que ella no me ponga los cuernos con él, ¿entiendes?
_ Bien, de acuerdo en ese punto, los escoltas los elige usted en persona y los vigilantes de uniforme del edificio son cosa mía-, dijo Dionisio transigente en parte y levantándose de la silla para dar la conversación por finalizada sin más inconvenientes.
_ ¡Espera!- exclamó don Alberto que ya estaba de pie hacia tiempo-, hay otra cosa.
_ Usted dirá.
_ Rafael Pizarro, el vigilante que está hoy de servicio, le tengo un cariño especial, lleva mucho tiempo con nosotros, desearía que se quedara, me parece buen trabajador, responsable y por descontado merecedor de toda nuestra confianza, además sería perfecto como jefe de equipo. ¿Qué te parece?
_ Pues sintiéndolo mucho debo contradecirle señor, no es lo que yo había pensado, tengo otra persona perfecta para ser el jefe de equipo, alguien cualificado y de confianza, además es alguien a quien no le importa alargar su horario si es necesario, ni realizar funciones que no correspondan por completo a las propias de seguridad y que otros trabajadores, como por ejemplo Rafael Pizarro, se negarían a realizar y lo más importante, una persona ajena a la empresa, desconocida para nuestros empleados con quienes probablemente tendrá que discutir y podrá hacerlo sin lastres anteriores, sin antiguas amistades ni confianzas.
_ De acuerdo, tú eliges a tu jefe de equipo, pero Rafa se queda.
_ No me acaba de gustar la idea, es muy rebelde, era muy amigo del vigilante fallecido y parece resentido contra nuestra empresa, parece culparnos de lo ocurrido.
_ Dionisio, te repito que Rafa se queda-, dijo tajante el presidente.
_ Está bien-, añadió con resignación Dionisio-, si es su deseo que se quede pero...
_ Sí es mi deseo-, interrumpió don Alberto-, además, tienes razón, le veo muy afectado por la desaparición de su compañero, habla con él, si necesita unos días de vacaciones que se los tome sin ningún problema.
_ Como usted crea conveniente señor presidente.
_ Otra cosa, respecto al chico fallecido, Álvaro creo que se llamaba ¿no es así?
_ Sí, así es, Álvaro Mohíno Ibáñez.
_ No llegué a conocerle bien, pobre muchacho, no me resultó posible asistir a su entierro, ponte en contacto con su familia, disculpa mi ausencia en el sepelio y transmíteles mis condolencias, y... añade de forma que resulte sincero y convincente que si necesitan algo, cualquier cosa, ayuda económica incluida, que se pongan en contacto directo conmigo sin dudarlo un instante.
_ Así se hará don Alberto, es usted muy generoso si me permite el comentario.
_ ¿De qué murió el muchacho?, parecía un joven fuerte y sano, ¿hemos descartado la posibilidad de un suicidio?
_ La autopsia determinó fallo en el sistema cardiorrespiratorio, no fue un suicido, ni tampoco un asesinato, fue una muerte natural, llegó su hora.
_ Rafael me ha contado una historia de fantasmas y añadió como colofón que su compañero murió de miedo.
_ Habladurías, esos comentarios son propios de gente ignorante, supersticiones e invenciones de mentecatos y obtusos-, dijo Dionisio con una gran sonrisa sarcástica en los labios.
_ Pues aun a riesgo de que me creas un nesciente y me adjudiques uno de esos calificativos despectivos yo pienso que cuando el río suena agua lleva, por lo tanto, mañana a primera hora quiero ver sobre la mesa de mi despacho un informe completo y detallado sobre la muerte del muchacho, resultado de la autopsia incluido y un resumen de las investigaciones policiales.
_ Mañana estará en su mesa a primera hora, ordena alguna cosa más señor.
_ No, gracias Dionisio, preséntame lo antes posible a los nuevos vigilantes del nuevo sistema de seguridad, yo por mi parte presentaré el nuevo proyecto y el nuevo presupuesto al consejo de dirección-. Había recalcado en exceso las cuatro veces que utilizó la palabra nuevo y esa circunstancia dio a sus frases un tono de susceptibilidad que, desde luego, no era nada nuevo.
_ Sí don Alberto, descuide, posiblemente la semana próxima estemos en disposición de ponerlo en marcha, le mantendré informado.
Salió del despacho del presidente de la empresa, sus pasos hicieron crujir la tarima de madera que cubría el suelo, cerró con suavidad excesiva la puerta, no dio un portazo pero ganas no le faltaron para hacerlo. No se despidió de la secretaria, y eso, teniendo en cuenta lo meloso y dora membrillos que era con las secretarias de los ejecutivos en particular y con las mujeres en general, sobre todo si eran bonitas, y Cristina en verdad lo era; aquel modo de actuar suponía una señal evidente e inequívoca de su enfado. Hubiera deseado él conseguir todos los medios propuestos en su estudio, cambio de empresa incluido, había perdido su comisión y también otras que ya tenía apalabradas con los fabricantes que suministraban coches blindados, inhibidores de frecuencias y arcos detectores de metales; pero sobre todo y por encima de cualquier beneficio económico hubiera querido librarse de Rafael, y no porque fuera un mal vigilante, que no lo era, sino porque sabía demasiado, porque no le gustaba su manera de tratarle, nunca, jamás, le había hecho la pelota, todo lo contrario, aprovechaba cualquier mínima ocasión para mostrarle un ambiguo desprecio, siempre cuestionando sus órdenes, rebatiendo sus argumentos, siempre pronunciando la última palabra, quedando por encima como el aceite, y lo que menos le gustaba y más le preocupaba, tenía muchas y buenas amistades entre los trabajadores de la empresa, incluso con alguno de los ejecutivos, hasta el presidente le tenía un cariño especial según sus propias palabras, ¿dónde se ha visto ese dislate?, el presidente de una importantísima empresa apreciando al vigilante de seguridad, al último eslabón de la cadena, el rey estimando al bufón del castillo.
_ ¡Inaudito!- exclamó terminando de bajar las escaleras.
A su derecha quedaba ahora la garita de seguridad, el vigilante, Rafael, atendía a una visita con su característica profesionalidad y educación, posteriormente, realizada su misión, le facilitó una tarjeta distintiva de visitas y le abrió la puerta permitiéndole la entrada. La mirada del jefe de seguridad y la del vigilante quedaron entonces enfrentadas, pasó un ángel entre ellos, la tensión era palpable, el silencio angustioso, ninguno de los dos parecía cómodo en presencia del otro, las pupilas no pestañeaban como si ese acto reflejo fuera señal de debilidad, se miraban sin titubeos, desafiantes.
_ ¿Quería usted alguna cosa?- preguntó el vigilante por fin.
_ No, nada, ¿por qué?- interrogó a su vez su superior.
_ Como me mira de esa forma y con esa insistencia he pensado que tal vez me había hablado y yo no le había escuchado.
_ Pues has pensado mal como de costumbre, y no me hables de usted, soy más joven que tú.
_ Sé que es usted más joven, pero no le apeo el tratamiento por respeto.
_ Yo no necesito tu respeto.
_ Lo sé señor, usted no necesita nada de nadie y menos de mi humilde ser, pero eso no me exime de ser educado, por tanto y con su permiso lo seguiré siendo, educado y humilde quiero decir.
Dionisio lo fulminó con la mirada, le hubiera despedido de inmediato de no haber sido por la conversación reciente con el presidente, contuvo su malestar a duras penas… pudo mirarse por dentro, descubrir su infierno y seguir adelante. Giró a la izquierda y se encaminó a su despacho. Siempre la suya debe de ser la última palabra pronunciada, siempre quedando por encima de todo como el aceite, siempre sacándole de sus casillas, siempre exacerbándole, enervándole, irritándole...
_ Adiós señor que tenga USTED buen día-, escuchó a su espalda todavía la voz de Rafael, una vez más, y subrayando el usted para enojarle más, indignarle, molestarle, fingió no oírle y murmuró en voz alta:
_ Ya me ocuparé de ti en su debido momento.
A mitad del pasillo advirtió la presencia de Eva López, la única trabajadora de la empresa que, a excepción de él, había asistido al sepelio del vigilante fallecido. Sonrió, estuvo a punto de dedicarle uno de sus habituales y ocurrentes piropos, pero el gesto hosco, rudo, hostil de la secretaria ante su intento de sonrisa amistosa ahogó las palabras en su garganta. No obstante cuando se cruzó con ella se giró con descaro a observarla por la retaguardia.
_ Otra que tal baila-, murmuró de nuevo sintiendo aumentar su mal humor-, también me ocuparé de ti no lo dudes, ¿por qué mostrará esa tosquedad conmigo? ¿Será el día de hoy que ha amanecido adverso? Desde la camarera al presidente pasando por el vigilante y las secretarias todos se muestran antipáticos conmigo, pero tranquilos, Dioni no olvida las afrentas y sabe esperar su turno. La paciencia es una de mis múltiples virtudes.

Los doce amigos de la amiga de mi amiga


Artículo publicado en el número de marzo de la revista Vivir Valdemoro
Fotografía de Charo Hernandez (Colectivo Toc Arte)

Un día espléndido de la espléndida
primavera que aunque no ha llegado
parece que quiere adelantarse. Un
parque agradable con su quietud y su
silencio, una terraza tranquila al sol, la
temperatura es agradable, el día perfecto.
Un grupo de amigos, se divierten,
toman algo, charlan, bromean, mas no
están todos, falta alguien a quien aprecian,
falta la amiga de mi amiga.
Alguien la echa de menos y pregunta
por ella. Mi amiga coge el móvil,
mientras va marcando un número que
conoce de memoria comenta.
- Pues creo que este fin de semana
no se ha ido al pueblo, además vive
aquí cerca, vamos a llamarla a ver si
está en casa y viene un ratito.
El teléfono da tono de llamada, parece
que nadie va a contestar, cuando
casi se ha consumido el tiempo para
que se produzca la desconexión se oye
una voz débil al otro lado.
- Hola, ¿no te habré despertado?
Bueno es igual en todo caso ya estás
despierta, estamos todos en la terraza
del parque, te echamos de menos, ven
a tomar algo, la gente quiere verte.
- Creo que no, no me apetece salir,
no me encuentro muy bien, me he levantado
un poco mareada me duele la
cabeza y lo único que me apetece es
estar tumbada.
- Venga, están locos por verte, además
te vendrá bien salir y tomar un
poco el aire, aquí se está fenomenal.
- Quizá tengas razón, me conviene
salir a ver si me despejo, me doy una
ducha rápida y bajo, en treinta minutos
estoy ahí.
Todos celebraron su pronta presencia
cuando mi amiga les notifico su
decisión, entre tanto la amiga de mi
amiga deja caer el teléfono con desánimo,
busca las zapatillas por debajo
del sofá, se levanta y sale al pasillo
en dirección al baño. Al levantarse su
sensación de mareo se incrementa, se
tambalea, la cabeza duele a rabiar, las
paredes del pasillo parecen moverse,
finalmente cae, se desploma, se desvanece
sin llegar al baño.
Mi amiga se impacienta, ha dicho
media hora y ya ha transcurrido una.
Llama de nuevo, no obtiene respuesta,
van a su casa y nadie contesta.
Empiezan a preocuparse, deciden avisar
a la policía que irrumpe en la casa
ante la desesperación de los jóvenes.
La amiga de mi amiga yace en el suelo,
toda su belleza esparrancada en el
suelo del pasillo, un derrame cerebral
repentino y traidor ha sellado su vida.
Han pasado unos días, la sorpresa
y el dolor de sus familiares y amigos
no han menguado tras la repentina
desaparición de una mujer joven y saludable,
auténtica mala suerte de una
buena persona. BUENA PERSONA
con mayúsculas digo y afirmo, la amiga
de mi amiga era donante, hasta doce
de sus órganos han sido utilizados para
aliviar el dolor de otros enfermos o
para salvar sus vidas. Doce amigos,
secretos para todos excepto para ella,
doce amigos de la amiga de mi amiga
serán más felices gracias a ella y su
actuación solidaria. Y quizá ese gesto,
sirva para atenuar el dolor de sus familiares,
saber que en algún lugar del
mundo parte de ella vive todavía, además
de estar para siempre viva en sus
corazones.
Otro día de primavera, los amigos
otra vez se reúnen en el parque, a partir
de la desgracia de su amiga han decidido,
como modo de rendirle homenaje,
que nunca pasarán más de un mes sin
verse y brindar por ella. Alzan sus copas
al cielo y les parece adivinar que
desde una nube alguien les sonríe, ven
su sombra blanca, su pureza transparente,
su esencia cristalina, incluso, si
guardan silencio y concentran su mente
en el azulenco cielo pueden oír su
voz dulce y nítida sin demasiado esfuerzo.
- Ahora que estáis todos juntos os
diré que la muerte es tan sólo un episodio
más de la vida, es como estar dormido
en una habitación secreta donde
nadie te molesta y desde donde todo lo
dominas, a pesar de la muerte yo sigo
existiendo, estaré con vosotros siempre,
en vuestros corazones, seguiremos
siendo amigos. No dejéis nunca de hablarme,
ni cambiéis vuestro tono de
voz por otro más compungido o triste,
no debéis dejar de sentirme cerca ni
estar apenados. Por el contrario debéis
seguir sonriendo, siempre, brindad por
mí y pronunciad mi nombre de forma
natural, sin que haya sombras oscuras
de miedo ni dolor alrededor, aunque
no me veáis mi corazón estará junto al
vuestro, seré como las estrellas, aunque
no me veáis tendréis la certeza de
que estaré ahí y la existencia, vuestra
vida continua y yo la disfrutaré con
vosotros mientras seáis capaces de
mantenerme en el recuerdo. Para mí
ya siempre será primavera.
Doce personas son más felices que
antes, sus amigos la quieren igual o
más todavía y ella, les habla, les sonríe
desde el cielo, porque las buenas
personas están en el cielo, y en esta
ocasión, estoy seguro de no estar equivocado.