lunes, 26 de marzo de 2012

¿Quieres jugar conmigo?


No correr es de cobardes.

Me repito esta frase una y otra vez para convencerme de que debo salir a hacer un poco de ejercicio. Me cuesta, debo reconocerlo, unos días por el frío, otros por el cansancio acumulado, otros por falta de tiempo... siempre hay una excusa que trato de vencer con esa corta frase.

Me enfundo en la ropa deportiva, me pongo las zapatillas y sin darme tiempo para arrepentimientos salgo de casa. Como ya voy teniendo una forma física aceptable tengo establecido un recorrido habitual, de ese modo controlo la distancia y evito las zonas de tráfico rodado.

Cuando regreso, faltando apenas unos 20 minutos para llegar a casa, paso por la puerta de un colegio, muchas veces en la puerta hay personas fumando, casi siempre, entre ellos, está el conserje.

_ Eso deberíamos hacer nosotros- dice una voz femenina-, correr en vez de fumar.

_ Correr es de cobardes- afirma entre risas el conserje.

Ganas me dan de volverme y decir, de cobardes es no correr, pero prefiero guardar mis fuerzas y no agitar más mi agitada respiración, además, ellos no lo comprenderían.

Los sábados me resulta menos costoso el esfuerzo, más gratificante, no tengo que madrugar y cuando la temperatura es agradable salgo a correr por mi habitual recorrido. De regreso, no hay nadie fumando en la puerta del colegio, los fines de semana todo es diferente, menos gente, menos coches, menos prisas.

Cruzando el parque adelanto al conserje que pasea con su perro, el animal no piensa lo mismo que su dueño y al no creer que correr sea de cobardes, corretea a mi alrededor, en un par de ocasiones se me enreda en los pies.

_ Por favor sujete al perro- ruego al conserje-, me va a hacer caer.

_ No se asuste- responde-, no muerde, solo quiere jugar.

Otra frase mítica que debemos escuchar los corredores. Por lo general contesto que de igual modo lo sujeten, pues si me caigo puedo hacerme tanto daño o más que si me mordiera, en otras ocasiones añado que conozco su intención, solo quiere jugar, pero yo no quiero jugar con él. Esta vez no me decido por ninguna de esas dos opciones.

No sé porque, tal vez por el cansancio, no en vano llevo una hora corriendo; o quizá me han cogido en un día tonto, o el recuerdo de las bromas casi a diario a la puerta del colegio me ha ofuscado, no lo sé.

El caso es que me giro, vuelvo sobre mis pasos, tomo velocidad en unos metros y, salto como un chucho juguetón sobre la espalda del conserje.

El hombre que no espera esa reacción se derrumba estrepitosamente bajo la contundencia de mis 90 kilos y cae al suelo, debajo de mí le oigo protestar.

_ ¡Pero está usted loco!

_ No te asustes, no muerdo, solamente quiero jugar un momento contigo.

jueves, 8 de marzo de 2012

El ángel de Caín


Dejo un microrelato, esta semana sólo uno, no he tenido nimás tiempo nimás inspiración.




El ángel de Caín

Igual que lo hacen las ballenas me muevo lento aunque seguro. Ella camina por delante, no sospecha que la sigo, quizá un día descubra mi túnica flotando suave cerca de la estela de sus cabellos y entonces sepa agradecérmelo.

No tengo otra imagen en mi retina que su silueta, ni más obsesión que protegerla con mi aura.

No, soy un pirado.

Nunca tengo vacaciones ni asuntos propios, no percibo sueldo ni compensación material.

No, soy un parado.

Soy impalpable, invisible, ilimitado, viajo en la burbuja azul de la providencia y velaré por ella hasta el día de su cita ineludible con la quijada del destino.

jueves, 1 de marzo de 2012

Las cárceles de la vida


Dos microrelatos nuevos que tampoco han ganado el concurso correspondiente.
Memoria fotográfica y Las cárceles del alma. Al final pongo los ganadores, no sé por qué no se ven correctamente pero se pueden leer si se tiene curiosidad.

Memoria fotográfica

Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel; los acaricio con mis dedos traviesos; se pone nervioso, quizá porque los he podido ver, quizá porque se están borrando con el sudor.

_ ¿Qué significan estos dígitos?
_ Nada cariño, es la clave de mi Twitter, tenía miedo de olvidarla.
_ Lo siento, los estoy emborronando
_ No te preocupes, ya no sirven, la he cambiado, voy al baño, me lavo y los elimino para siempre.

Apenas se marcha descuelgo el teléfono, marco esos números que mi memoria prodigiosa ha guardado. una voz joven y seductora responde mimosa:
_ Corazoncito ¿por qué has tardado tanto en llamarme?, pensaba que ya no me querías.


Las cárceles de la vida


Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel, la cifra es larga, no puede ser de la lista del colegio.

_ Abuelo ¿qué es un reloj?

_ Un reloj es la cárcel del tiempo, te apresa en sus saetas y ya no puedes salir.

Veo las cicatrices de sus manos.

_ ¿Y esos números?

_ Todos somos números, desde que nacemos, en el colegio, en el ejército, en la empresa, en la cárcel, en la cola del paro. Este es el último, el del nicho.

_ ¿Nicho? ¿Qué es?

_ La cárcel del cuerpo, estoy llegando al final de la escalera.

_ Pero estás subiendo o bajando.

_ Bajando, si subiera sería la cárcel del alma.








La sirena justo antes de despertar

Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel. Los marco y resulta que empieza a sonarle un hombro. Se lo disloca,¡cruej! La cabeza del húmero se le queda junto a la oreja, como un teléfono por el que escucho mi voz lejana. Y entonces me responde, con tono de contestador:"Son las seis en punto de la mañana, gracias por utilizar nuestro servicio despertador". Intento hablarle, pero se lo coloca en su sitio y sigue caminando por el embarcadero como si fuese una top sobre una pasarela. Al llegar al borde se tira al agua y se despide con la cola. Igual que lo hacen las ballenas.

Sanguinem atramentum

Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel. Aparecen y desaparecen cada cierto tiempo, coincidiendo con los latidos de su corazón, junto a logaritmos, integrales y funciones cuadráticas. Matemáticos de todo el mundo, liderados por su padre, examinan a diario las ecuaciones que aparecen en su piel y que no consiguen descifrar ni mediante los cálculos más complejos. Durante horas, proponen nuevos axiomas, plantean cientos de teoremas y discuten sobre la notación empleada.

La niña, ajena a los significados de las incógnitas que plantea su cuerpo, se queda callada en un rincón, esperando pacientemente el momento en que alguien consiga resolverla.

Ramón

Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel. Me doy cuenta de que es un teléfono y le miro a la cara. Lo reconozco, es el hombre de la foto, el del Alzheimer ese, el que lleva desaparecido varios días. Le convenzo para que me acompaña a mi casa. Está hambriento y se come las sobras del arroz de esta mañana. Aunque no se parece en nada a mi Ramón, que en paz descanse, me gusta ver de nuevo a un hombre sentado a la mesa. Decido quedármelo y llamarlo también Ramón. Total, para el caso que me hacía el otro... A ver cuánto me dura éste.