martes, 31 de mayo de 2011

Recuerdos de lluvia y Cierzo en Teruel.





El viernes día 3 de junio estaré en Teruel presentando mi nuevo libro, Recuerdos de lluvia y Cierzo, será en el Museo Provincial de Teruel a las 19,30 h.
Me acompañará en este acto mi amiga y estupenda poeta Ana María Arroyo.

martes, 24 de mayo de 2011

Feria del libro de Zaragoza





El sábado 28 de mayo estaré en la feria del libro de Zaragoza firmando ejemplares de mis obras.
Silbando en la oscuridad.
Tiempo de cerezas.
La profecía del silencio.
Recuerdos de lluvia y Cierzo.

En la caseta de la AAE Asociación Aragonesa de Escritores.
Desde las 18h a las 21,30.









Espero que esta imagen se repita en muchas ocasiones y pueda saludar y dedicar mis libros a muchos lectores.

jueves, 19 de mayo de 2011

El ángel Custodio




Dejo dos micro relatos que no han ganado.
Por diversos motivos llevo tiempo sin participar en el concurso pero temblad, he vuelto con renovados brios.
El primero, " El Ángel Custodio" es una reivindicación más, Teruel existe, no sé si os sonará la frase o la ciudad. El Ángel Custodio es aquél que nos guarda del mal, ése que en la escultura a "La vaquilla" tira de la soga y salva al vaquillero de las embestidas del toro.

El segundo, "La última copa" es una forma lírica de contar una situación desesperada.
Espero que os gusten y que merezcan vuestros comentarios.







El ángel custodio



Toca jotas. El grupo de mañana es de Teruel, al final va a ser cierto que existe. Y además del frío ¿qué tendrá esa ciudad? Creo recordar que su arte mudéjar es patrimonio de la humanidad, resuenan en mis tímpanos leyendas, historias, una en concreto de dos jóvenes amantes, saboreo recuerdos de buen vino y mejor jamón.
Qué tendrá esa ciudad, perdida y olvidada, que ningún compañero acepta trabajar allí, y sobre todo ¿por qué necesitan un ángel de la guarda?

Ojala el frió no congele mis alas, inicio ya el viaje, hay una ciudad que necesita mi custodia.





La última copa




Toca jotas en esta ocasión y, por primera vez en mucho tiempo son cuatro. El humo llena de sombras maléficas el salón, ¿no estaba prohibido fumar en lugares públicos? Unos ojos siniestros escrutan los míos enrojecidos y cansados, bebo un sorbo de licor, caliente e insípido como mi corazón, el hielo se ha derretido, exactamente igual a las noches que se me diluyen en cada partida inflamando el fluido de mi vida. Esta copa es la última, aunque quisiera, no podría continuar y, con esa idea en la mente apuesto todo a una jugada.

No voy de farol, tengo poker de jotas.

martes, 17 de mayo de 2011

Recuerdos de lluvia y Cierzo




Ayer en un club de lectura comentamos este fragmento de un relato de mi último libro. Espero que os guste.

Relato: Recuerdos de Mar y Sal.



En la casa de mis abuelos en el pueblo que los adoptó,

en la habitación cuadrada y gris del final del pasillo, aquella

que antaño, creo recordar, fue rectangular y azul, y con anterioridad,

si la memoria no me falla, triangular y amarilla, continúa

habiendo un armario enorme y viejo de ancestral y

crujiente madera.



Cuando yo era un niño pusilánime, e incluso más tarde en

plena adolescencia, su estrafalario aspecto me causaba miedo.

Observaba con una fijeza contumaz el vetusto ropero, sus tracerías

y follajes, desde la panorámica horizontal de mi cama.

Volutas y arabescos cobraban vida y adquirían formas fantasmagóricas

tornándose brujas y ogros malvados mientras

yo me hundía bajo el baluarte del grueso cobertor.



El arcaico armario ropero, carente de anaqueles, está dividido

en dos compartimentos idénticos pero también diferentes;

son idénticos por tamaño, forma, color y olor; son

diferentes por el uso por mí atribuido a cada uno de ellos.

En un lado guardo mis sueños, junto a los pantalones; en el

otro lado, junto a las camisas, guardo mis recuerdos.



Los pantalones nunca deben colocarse en el lugar reservado

para las camisas ni viceversa, para algunas fruslerías

soy muy excéntrico. Por el contrario, los sueños, si se cumplen

convirtiéndose en realidades recordadas, pasan al lado de las

camisas que es también de los recuerdos, y si por desgracia

caen en el olvido por no materializarse, pasan a la papelera

de las añoranzas dejando así espacio libre para otros nuevos

sueños. También los hay que ni se cumplen ni se desechan,

esos son los peores, continúan allí, impasibles, irreales, colgados

junto a los pantalones, oliendo a madera vieja y a alcanfor,

recordándote, por si se te ha olvidado, que no eres del

todo dichoso, que tu felicidad es incompleta.



Soñar es construir castillos en el aire, en cambio, recordar

resucita lo ya vivido, es una reiteración de lo acontecido, una

idílica reverberación aventada, pulida de parva y pavesas, y

precisamente por esa limpieza de rescoldos, revivida con

mayor emoción, con un grado de intensidad más elevado que

cuando en su día sucedió. Un recuerdo es una felicidad etérea

y pretérita detenida, estancada en la memoria, es un sueño que

fue pero que también es, y sin embargo al momento siguiente

ya no es, un instante después fue o quizá pudo haber sido; el

recuerdo es una nítida reminiscencia o un efluvio confuso o

ambas cosas al unísono, y cada vez que se evoca o se narra,

varía con indulgencia, cambia un ápice y sin restar verdad ni

añadir mentira, se aleja geográficamente de lo que es, se aparta

de lo que en realidad fue y se acerca con timidez asemejándose

a lo que pudo haber sido, pareciéndose a lo soñado.



Hay ocasiones, principalmente en días de lluvia tristes y

plúmbeos tan deprimentes y aciagos, en las cuales lavo mis

recuerdos al igual que hago con mis camisas y pantalones. La

ropa va directamente a la lavadora, sin paso previo por ningún

purgatorio intermedio. Por el contrario, los recuerdos,

atraviesan pánfilos por los álbumes de fotos, reliquias estas

guardadas como joyas, pues no menos honor se merecen, en

el aparador de la abuela; ese precisamente que hace juego con

el almario, quizá incluso nacidos del mismo árbol y por tanto

hermanos, la misma savia corre por sus astillas y arde con

idéntica facilidad cuando discuten entre ellos, como los ancianos

muebles que ya son, sobre protagonismos, antagonismos,

deuteragonismos y otras trivialidades.



Podría decir sin temor a error que mis recuerdos no fluyen

de mi mente, sino del viejo aparador, o del armario ropero.

Salen dispuestos a esguazar el temido arroyo del olvido, se

pasean por la soledad de mi habitación gris y cuadrada probablemente

antaño azul y rectangular o quizá granate y elipsoidal,

se sientan conmigo a descansar en el silencio de mi

sofá, de mi sofá de recordar recuerdos, estratégicamente colocado

a tal efecto entre el aparador de la abuela y el viejo almario

de anaqueles despojado.



Hoy llueve sobre el pueblo, yo odio la lluvia pero adoro

recordar, por tanto hoy toca hacer la colada, colada de recuerdos.

En las proximidades de mi sofá de recordar coloco, con

mi característico ordenado desorden, fotografías, amuletos,

entradas de cine y de conciertos inolvidables, pétalos de flores

ajadas y marchitas... y comienzo a recordar.



Recuerdo y río, recuerdo y lloro, recuerdo y vivo.

lunes, 16 de mayo de 2011

Presentación de mis "Recuerdos" en Valencia




Ana María Arroyo, poeta, presentadora, gran persona,
para siempre AMIGA.







Algunos de los asistentes. Se corrió la voz de que el autor hacía preguntas al público y muchos se escondieron temiendo que fuera verdad.




Acompañado de mi emocionada, emocionante y emocionadora presentadora.




El día 14 de mayo de 2011 pasará a engrosar el baúl de mis recuerdos como un día entrañable.
La Librería Primado es- fue-, el marco entrañable que yo necesitaba para acercar mis “Recuerdos”, mis “Silbidos oscuros”, mis “Cerezas” y mis “Profecías”, a una ciudad que hacía 25 años no pisaba. Gracias por ser el paisaje, el escenario perfecto.
Llegué, vi y fui vencido. Encontré a un grupo de personas que sería injusto denominar lectores, porque desde el primer momento los percibí como amigos.
Aún así fue preciso que abriera el acto una magnífica poeta, una presentadora de lujo. Y esa labor es complicada, el presentador es el que rompe el fuego, el primer contacto con el público que no se sabe como reaccionara y a quienes debe preparar para la intervención del autor del libro. Es como la labor de peón de brega que recibe al toro mientras, escondido en la barrera, el “maestro” observa las reacciones de aquel a quien se deberá enfrentar.
Ana María Arroyo estuvo magistral y emotiva, leyó algunos fragmentos de mis anteriores libros y aunque incumplió alguna promesa y desveló algún secreto, lo hizo con tanto cariño que fue un acierto más. Lo hizo muy bien, tanto que no descarto volver a pedirle que me presente en otras plazas.
Y después de tan interesante introducción yo ya tenía el trabajo hecho. Sin embargo, como no me gusta hablar, hice un recorrido por mi aventura literaria destacando que sigo siendo contador de historias, aunque me encantaría convertirme en Príncipe escritor de las cerezas. Comenté mis próximos proyectos, aunque no sé muy bien que futuro les aguarda y disfruté tanto de la colaboración del público, sobre todo de los más jóvenes que preguntaban sobre temas tan interesantes como los lectores más avezados, que me extendí demasiado y casi se nos pasa el arroz.
Hice algunas profecías en mi intervención, espero que se cumplan todas. La que seguro se cumplirá es aquella en la cual afirmé que no pasaran otros 25 años sin que vuelva a tierras valencianas, de hecho espero estar allí el día 14 de junio en la presentación de “En la piel del verso”, un poemario escrito por Ana, en el cual he tenido el honor de participar escribiendo el prólogo y cuya puesta de largo no quiero perderme.
Mucha suerte a Ana en su proyecto y muchas gracias a todos, familiares, lectores, amigos.
Fue un enorme placer estar con todos vosotros

martes, 10 de mayo de 2011

Artículo censurado




Copio y pego simplemente del blog La bitácora del hereje, de Juanjo Ruiz.
Y lo hago porque no lo considero ofensivo sino valiente y sincero y porque no se nombra a nadie en el artículo. Paquita adelante y un abrazo, y ya lo máximo es que no te publiquen, que no publiquen calidad literaria y, encima, no se pueda ni decir en voz alta.


Artículo censurado de mi amiga Paquita Dipego!
¡Y volverán las urracas a quemar las letras al amanecer!

Queridos amigos: por este artículo mío que publicaron ayer, no se puede ver la página del diario DEBATEPRESS. com. Lo han tachado de" injurioso ". Vosotros mismos...










No hablo de ganar dinero, sino valores. El director de una conocida editorial catalana empezaba con estas palabras su Newsletter del mes de mayo :

“Milosz afirmaba que se escribe (poesía) para poner orden en el mundo, para reducir el caos (la entropía): el puro frío.”

Esta editorial se me negó en redondo a editar poesía, pero no la mía, cualquiera que fuese( incluida la de Milosz), aunque en su anagrama enarbole con orgullo unas palabras mágicas ; “ libros con autenticidad y sentido “, y esas palabras fueron las que me llevaron hace tiempo a proponerle la aventura de editar Poesía en mi afán incorregible y desmedido de desparramarla y extenderla todo lo posible. Me pareció que en la persona de su director había conocido a un tipo genial, sensible, inteligente, distinto, que había leído mucho, muchísimo, y que además le encantaba la poesía y tenía el gran poder de editar.

Tuve que respetar, forzosamente, su decisión de no editar Poesía, pero presumía de ser su amiga , porque ante todo yo me “ sentía “como tal. No es fácil encontrar personas así, me dije, y yo he tenido suerte de coincidir en tiempo y espacio con una criatura semejante.

Cuando en su Newsletter de mayo anunció que el mayor éxito de ventas por S.Jordi había sido “ Ganar en la bolsa es posible “ algo se removió dentro de mi y pensé que eso no conjugaba con el inicio de la carta, ni con el espíritu fundador de la editorial, y se lo hice saber con toda la delicadeza que supe, ilustrándolo con un fragmento de “ Las flores del mal “ de Baudelaire. Los amigos hacen esas cosas ¿ no ?, siempre que le había echado flores cuando me pareció justo se lo hice saber y pareció gustarle.

Se enfadó mucho y me acusó de juzgarlo y criticarlo, le dije que segun Nietzsche, criticar es definir, y que no tenía suficientes elementos para definirle, entre otras cosas que no os cuento para no alargarme, pero tengo la tranquilidad moral de haber sido honesta.

Se servía de La Poesía, la utilizaba, pero no la difundía y se me antojó como una especie de traición. Eso no se lo dije, hubiese sido una ofensa directa y yo respeto a mis amigos.

Y para no dejaros sin Poesía esta semana, os copio el magnífico fragmento de “ Las flores del mal “ que le envié al director de esa editorial que de seguir así, pronto cotizará en bolsa.


Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros vicios,

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, — ¡mi hermano

miércoles, 4 de mayo de 2011

La fiesta de los azotes



Ya vamos por el capítulo 17.
Sólo comentar de él, que todos los personajes que se mencionan en este capítulo del libro, como el acontecimiento del alumno y el maestro que se narra, son reales, son parte de la historia del barrio donde se encontraba, y encuentra, el Convento de las Arrecogidas.
La cita es muy especial, como casi todas. En esta ocasión del magnífico escritor y gran amigo Elifio Feliz de Vargas, de su cuento corto: "Leyenda urbana".









“A los que lucharon por la libertad”, reza el pedestal de piedra que soporta a la escultura. Una montaña de figuras humanas alza a una esbelta mujer alada de grandes dimensiones liberando a una paloma. La mujer tiene los brazos levantados con las palmas de las manos mirando al cielo, los ojos entornados, la sonrisa incompleta y una larga y desordenada cabellera agitada por el viento imaginario que le ciñe la túnica al cuerpo acentuando la perfección de sus formas.
Elifio Feliz de Vargas. “Leyenda urbana”



CAPITULO XVII
La fiesta de los azotes
(9-11-1625)

Necesitaba pensar con claridad pero no había forma de hacerlo dentro de aquel recinto. Si no estaba pintando y por completo embebido en el lienzo acudían a su mente recuerdos de Helena, si no estaba dibujando pinceladas y percibiendo aromas de pigmentos percibían sus pituitarias el perfume sensual de las rosas frescas, si no estaba dando pinceladas y sus manos percibían el tacto áspero del pincel rememoraban sus dedos roces de seda y tibias caricias. Desde aquella primera vez no había vuelto a ver a sor Helena y sin embargo la soñaba, y la veía, y deseaba verla y abrazarla para seguir recordándola y anhelándola.
Necesitaba pensar con claridad y no era capaz de hacerlo, necesitaba salir de allí, de su paraíso y su prisión, de su cielo y su infierno; mientras estuviera dentro del convento de las arrecogidas sólo podría concentrarse en el silencio y la soledad y el deseo de que ambos fueran rotos por la presencia de su amada.
Golpeó la puerta para que el hermano portero le permitiera salir.
_ Voy a salir unos instantes, volveré en seguida-, explicó al monje portero y raudo alcanzó la calle.
La luz solar y el movimiento de las gentes le sacaron momentáneamente del asedio de sus fantasmas y caminando hacia a la puerta del sol consiguió pensar en el Cristo de los cuatro clavos. ¿Cómo lograría dar al rostro del Mesías el gesto apropiado? Miraba a los rostros de los transeúntes, algunos le devolvían la mirada un tanto ofendidos, sin embargo ninguna facción conseguía inspirarle ni darle una idea mínima. Veía pobreza, recelos, angustias; por las calles había mendigos, ganapanes, soldados armados y con aspecto fiero, nadie que ayudara a su obra... plebeyos, maleantes, campesinos y criados, nadie de interés. ¿Por qué no podía él pintar temas imaginarios? ¿Por qué todo lo que reflejaba en sus cuadros tenía que ser real? De repente vio un rostro con claro gesto dolorido y a su lado otro patidifuso, con inequívoca expresión de estupefacción y a la vez deseo de justicia, de venganza. No le servían al pintor para sus propósitos pero capturaron su atención y también la de los demás transeúntes que miraban la escena.
Don Juan Díaz de Quiñones era el propietario del rostro atónito, maestro que ejercía su labor en una escuela pobre del barrio, y dicho señor llevaba asido por una oreja a un mozalbete y le hacía caminar a buen paso a su lado a base de tirones del citado apéndice. El chico lloriqueaba y aullaba de dolor mientras tanto los presentes miraban la escena como si de una obra de teatro se tratara, nadie hacía nada, pensarían que el joven había hecho algo malo y por tanto era merecedor del público castigo que le imponía el maestro.
Cerca de la calle de las Infantas maestro castigador y alumno aleccionado toparon con dos caballeros que les impedían el paso de modo involuntario en un principio.
_ Pero hombre don Juan, soltad al rapaz, no veis que estáis a punto de arrancarle la oreja.
_ Eso es precisamente lo que debería hacer don Gonzalo-, eran los hijos del Renco quienes interrumpían el camino del enfadado maestro-, este mozalbete es un mentiroso o su familia son unos herejes.
_ Y ¿qué se supone que ha hecho para merecer ese trato que le dispensáis tan doloroso como humillante?- Preguntó Jorge, el menor de los hermanos.
_ Ayer faltó a clase, no es la primera vez, así pues me disponía a imponerle el castigo de costumbre cuando va el muy sinvergüenza y me ofrece como disculpa y para eludir la paliza un argumento inaceptable pues el remedio resulta peor que la propia enfermedad. Alega el truhán que estuvo en la fiesta de los azotes.
_ ¡Calmaos don Juan!- Ordenó don Gonzalo que empezaba a tener la cabeza confusa-. Soltad al chico antes que lo desgraciéis de modo irreparable y contadnos la historia desde el principio pues ignoramos en que consiste esa celebración.
El maestro soltó al crió a quien mucho debía de dolerle la oreja pues al castigador le dolían los dedos de estrujarla. El rostro del chaval se relajó un tanto y algo de esperanza invadió sus facciones.
_ Eso es -, dijo Velázquez al ver el gesto de la cara del jovenzuelo mientras sacaba de su faltriquera una tiza y un pergamino arrugado y empezaba a plasmar aquel momento.
_ Miren señores-, explicaba el maestro con poca paciencia-, este granuja es hijo de esa familia nueva que se ha establecido aquí abajo, en la calle Infantas, y han abierto una mercería.
_ Sí-, dijo Jorge-, he oído hablar de ellos, se comentaba que eran judíos hasta que se acallaron los rumores cuando pusieron una gran imagen de Cristo bajo el dosel, pero continuad el relato don Juan.
_ Como os he dicho ayer faltó a la escuela y como excusa me dice que los miércoles y viernes se reúnen en la mercería varios judíos para celebrar la fiesta de los azotes. Le he preguntado en qué consiste esa fiesta aunque ya sabía yo de ciertas tradiciones heréticas aun vigentes y él me ha confirmado mis sospechas.
_ Contadnos pues que me tenéis en ascuas, ¿en qué consiste esa sospecha confirmada?
_ Los judíos tiene por diversión humillar la imagen de Cristo, se reúnen en la mercería azotan y maltratan a la imagen que tienen bajo el dosel, lo azotan a la par que le profieren insultos, burlas y blasfemias contra el sagrado.
_ Bueno cabe posibilidad de que todo sea invención del rapaz para eludir vuestros expeditivos métodos educativos.
_ Por eso mismo me dirijo a su casa, si es mentira lo moleré a palos por la ausencia de ayer y el engaño de hoy y si por el contrario resulta cierto... si fuera cierto iré derecho al palacio de la inquisición a denunciarlos como buen cristiano viejo que soy.
_ Bien pues seguid vuestro camino y completad vuestra misión pero no maltratéis más al joven hasta que no sepáis cual es su delito y si os corresponde a vos o no juzgarlo.
Continuó don Juan Díaz de Quiñones caminando por la calle de las Infantas cogiendo por el brazo al mozalbete, el chico iba más relajado aunque tenía la oreja izquierda como una berenjena en cuanto a color y tamaño se refiere. El maestro no experimentó relajación alguna y se mostraba comedido pero más acalorado. Tras el incidente los hermanos se percataron de la presencia del pintor del rey y se apresuraron a saludarle.
_ Don Diego, ¿qué hacéis pintando en mitad de la calle? ¿Acaso os ha echado el Rey de vuestro taller en el Alcázar?
_ No, no me ha echado, es que cuando la inspiración llega hay que aprovecharla y cogerla esté donde esté, además en esta ocasión debo añadir que ha venido a requerimiento de vuesas mercedes-. Los dos hermanos se miraron con expresión de no entender, Velázquez adivinando su confusión, les explicó.
_ El muchacho, cuando el maestro le ha soltado por requerimiento e iniciativa suya, ha puesto una cara cuyo gesto es precisamente el que yo quisiera imprimir en mi lienzo-. Les mostró el boceto que había pintado con presteza lleno de orgullo y ambos reconocieron la faz del muchacho.
_ No digo yo que malgastéis vuestra inspiración, pero de todos modos y aun a riesgo de resultar pesado sí me permito recordar a vuestra merced que os mantengáis alerta por si pudierais averiguar algo a cerca de la emboscada que costó la vida de nuestro padre.
_ Lo hago don Gonzalo, no lo dudéis, mas ya os advertí en su momento que mi posición no es la más apropiada para pesquisas, ya sabéis que trabajo solo y encerrado en la sacristía de la iglesia-. Al pronunciar aquellas palabras cuyos ecos reverberaban en sus oídos acudió a su recuerdo sor Helena.
_ Confió en vos-. Dijo don Gonzalo dando una palmada en su hombro-, y si me disculpáis os voy a hacer una propuesta, afirmáis que trabajáis solo en la sacristía, ¿es así?
_ Sí, a fe que es así y vos lo sabéis desde el primer día.
_ Entonces, ¿quién os prepara la tela y os muele los productos para hacer la mezcla de vuestras pinturas?, ¿quién dispone los pinceles y las brochas y lo limpia cuando habéis terminado?
_ Nadie, en este trabajo lo hago todo yo mismo.
_ Tomad entonces a mi hermano menor, Jorge, como ayudante.
_ Pero eso no es posible, ya tengo un criado que me hace esa labor, vos lo conocéis, Juan Pareja, sin embargo debido a la especialidad del lugar donde debo trabajar no es posible llevarlo.
_ ¿Por qué? ¿Acaso os lo han prohibido expresamente?
_ Pues en realidad no pero...
_ Lo suponía, nadie os lo ha prohibido, es una decisión que vuestra prudencia ha dictado pero que en cualquier instante podéis revocar.
_ En caso de que ahora llevara a un ayudante sería sospechoso que no fuera Juan el elegido y me presentara con otro.
_ Quizá algún día, no todos, con motivo o con excusa de realizar alguna tarea especial para la cual preciséis ayuda.
El joven pintor de cámara del rey quedó pensativo, abstraído por un instante y aquella duda la aprovechó don Gonzalo para no permitir dudas.
_ Ya convendremos un día que nos interese introducirnos en el convento y trazaremos un plan-, añadió sin admitir una negativa.
_ ¿Qué esperáis encontrar allí? Yo no creo que en ese convento estén las respuestas que vos estáis necesitando.
_ Vos creéis que no, yo por el contrario estoy convencido de que sí. Y ahora si me disculpáis debo ir a la taberna, tengo un negocio que atender.
_ Sí yo también tengo que atender mis negocios, voy al convento a ver si con este boceto que acabo de obtener puedo reanudar mi trabajo.
_ Yo me voy a acercar por la casa de Constanza a ver si necesita alguna cosa-. Dijo don Jorge.
_ A ver a Constanza ¿eh?- Sonrió con picardía don Gonzalo que sabía bien que el verdadero motivo de la visita de su hermano menor a la casa de Constanza tenía como objetivo principal ver a su dama de compañía, Margarita, de la cual había quedado prendado.
Cuando don Gonzalo llegó a los alrededores de la taberna del Renco un hombre con atuendo por completo negro permanecía recostado sobre la misma puerta. Estaba muy concurrida la calle a aquella hora y esa circunstancia hacia difícil una emboscada, aún así permaneció alerta don Gonzalo hasta acercarse lo suficiente al individuo como para descubrir su identidad. Era el Capitán de la Guardia de Madrid.
_ ¿Me estáis esperando capitán?- Interrogó con un ápice de sorna.
_ No, pasaba por aquí, hay mucho ajetreo por la calle y he decidido permanecer en las cercanías, de paso también me ha llamado la atención ver la taberna cerrada a hora tan avanzada.
_ Hay más de cuatrocientas tabernas en Madrid ¿por qué se interesa vuestra merced precisamente por ésta?
_ No me resulta especialmente interesante, sólo que avanzado el día como es el caso, acostumbra a estar ya abierta, habréis tenido que atender algún asunto urgente a buen seguro.
_ Eso no os incumbe, en cambio cierto negocio si debe ocupar vuestra mente pues es asunto vuestro penetrar las razones y los instigadores de cierta celada y mandar a la cárcel a quienes matan a inocentes ciudadanos.
Se quedaron mirando muy fijos, mudos, el gesto del capitán de la guardia no tenía nada de amistoso, tampoco el de don Gonzalo irradiaba simpatía.
_ Vuestras palabras me ofenden, ¿acaso pretendéis desafiarme?
_ ¿Yo? Desafiar al Capitán de la Guardia sabiendo que los duelos están prohibidos, no puedo creer que me supongáis tan torpe.
_ Están prohibidos los retos sí, mas eso no os impide que los celebréis en contra del conde de Villamediana en pleno día y en plaza abarrotada.
_ Capitán estáis tan ofuscado por vuestra inepcia que continuamente caéis en error, ¿cómo iba yo a batirme en duelo contra un gran amigo de mi padre? No busquéis duelos inexistentes y encontrad a los asesinos de guante blanco que andan sueltos por las calles.
_ No me deis órdenes-. Dijo irritado el soldado y afianzó los pies en el suelo a la par que retiraba la capa mostrando hierro y liberándolo de posibles obstáculos. Su mano diestra tocó la cazoleta de la espada y el silencio empezó a pesar.
_ ¿Me retáis o sólo pretendéis asustarme?
No hubo respuesta, simplemente más silencio, miradas que se encuentran sin haberse perdido, los dedos que aprietan con más fuerza la empuñadura del arma y el capitán extrae con parsimonia la mitad del acero del tahalí.
_ En realidad tanto os da una cosa como la otra-, dijo don Gonzalo con ironía-, supongo que ya estaréis al tanto pero aún así os advierto de ello, no os tengo ningún miedo, por el contrario, me place esta situación-, tras sus palabras también su mano diestra viajó lenta hasta coger la empuñadura de la toledana.
Algunos transeúntes se dieron cuenta del inminente combate y se detuvieron curiosos, el capitán apreció esta circunstancia que en nada le convenía y envainó por completo la espada soltando su mano de la cazoleta.
_ Esto no quedará así don Gonzalo.
El primogénito de Francisco Espinosa el Renco imitó el gesto de su rival y permitió reposar la espada mientras asentía:
_ En eso lleváis razón capitán, esto no quedará así.
Quedó sólo silencio en el umbral de la taberna del Renco, y la profecía del silencio adivinaba cuentas mal pagadas y próximas pendencias nuevas.
Don Jorge llegó a la calle de don Juan de Alarcón y antes de llamar a la puerta inspeccionó los alrededores a ambos lados. Volvió a repetir el gesto justo antes de que se abriera la puerta y entonces sus pupilas dejaron de vagar por las cercanías de la casa y de buscar fantasmas para fijarse sólo en la celestial aparición, desde aquel instante solamente tuvo ojos para Margarita.
_ ¿Cómo sois vos quien abre la puerta? Tenía por cierto que debíais permanecer oculta aunque en verdad es un crimen mantener oculta tanta belleza.
_ Sabía que erais vos quien llamaba-, respondió tratando de no hacer caso del halago-, os vi llegar, pasad, Constanza está arriba en la sala de cumplimiento.
_ Gracias, pero en realidad también os quería hablar a vos.
_ En ese caso aquí estoy, ya me habéis hallado.
_ Os he traído unos obsequios, tortitas y algunos dulces de miel, espero sean de vuestro agrado.
_ Os lo agradezco Jorge mas no debierais haberos tomado molestia.
_ No supone molestia alguna, es un regalo para enternecer vuestro corazón porque quiero confiaros el mayor de mis secretos.
_ No me carguéis con esa losa caballero si me tenéis algún aprecio, agradezco vuestra confianza, mas un secreto es asunto delicado, hay personas que matan por conseguirlos.
_ Yo en cambio moriría por los vuestros y sólo mataría a quien quisiera conocerlos para no compartirlos.
_ ¿Qué conversación tenéis de muertes y matadores?- Interrumpió Constanza.
_ No os alarméis señora-, se excusó el caballero-, no he venido a quitar la vida a nadie tan solo a ver si estabais bien y si precisabais algo.
_ Don Jorge me iba a encomendar un secreto y yo me resisto pues no soy persona apropiada. Quizá debierais señor, ponerlo al cuidado de Constanza que es dama avezada.
_ No es a Constanza a quien deseo confesar el asunto que pugna por salirse de mi pecho sino a vos, sin embargo no tengo inconveniente en que lo oiga pues así quedará constancia de mi buena voluntad e intenciones.
_ Querida Margarita creo yo que este caballero padece mal de amores y dicha enfermedad con todos sus padecimientos sois vos quien se los provoca aunque también podéis facilitarle remedio.
Margarita bajó la mirada mientras cierto rubor acudía a sus mejillas.
_ Constanza-, dijo Jorge tratando de dar a su voz un aire de dignidad excesivo-, os pido permiso para visitar esta casa con la pretensión de homenajear a vuestra camarera.
_ Es a Margarita a quien corresponde consentir o disentir, y por cierto os dejo solos para que lo habléis con comodidad.
_ No, no os vayáis señora, tengo miedo, me siento muy honrada de vuestro interés don Jorge pero
me aterra el amor, me ilusiona y sin embargo me asusta.
_ A mí me asusta vuestra belleza sin limites. Me atraen vuestros cabellos, vuestros ojos, vuestra nívea piel, el delicado calor de vuestras manos, la cadencia de vuestro pecho al compás de la respiración. Sois tan bella, amada Margarita que temo seáis para otro y no para mí.
_ Si no soy para vos no seré para nadie, aunque os parezca extraño ya he muerto una vez para no ser de nadie, mas querido caballero, debéis ser paciente y ahuyentar mis miedos día a día.
_ Así será, vendré cada día a ahuyentar el miedo, a traer mis regalos y mil requiebros, a enamorar vuestro corazón y morir con el deleite de vuestra belleza.
Un beso tan puro como un lirio en primavera selló la conversación y transcurrió el resto de la mañana entre susurros, risas y tímidas caricias. En esta ocasión el silencio profetizaba amores venideros intensos y dichosos.
Uno tras otro fue rompiendo los apuntes y alcanzando grado superlativo su mal humor. En un bastidor que reposaba en un caballete había montado el boceto que realizó en la calle tomando como modelo al muchacho judío y ahora, trataba de fabricar otro borrador, ya definitivo o con aspiraciones de serlo, tomando aquél como modelo. Manejaba espátulas y pinceles, tierras de colores y aceites, pero no alcanzaba por completo el objetivo. Consiguió rostros expresivos, bellos, dolidos, el último fue realmente interesante, reflejaba el mismo instante del óbito y conseguía dar vida y muerte a la composición, sin embargo no estaba por completo satisfecho.
Otro caballete distinto y otro bastidor y ahora tenía los dos bocetos, uno junto al otro, uno en rápido blanco de plomo y negro de carbón que reflejaba el gesto dolorido de un joven judío; otro en sofisticadas pinceladas de colores contrapuestos, pálido rostro de amarillo lánguido, cabello oscuro bermellón ennegrecido, ojos cerrados, dolor difuminado entenebrecido, mostrando al rey de los judíos.
_ No es esto lo que busco, necesito que los dos se fundan en uno solo, fusionar ambos, eso es-. Y comenzó a montar otro lienzo en otro bastidor y de repente a sus espaldas un crujir de sedas destrozó el silencio. Se volvió sin saber si la prenda que había causado el sonido era la sábana de un espectro o la túnica de una novicia y vio apenas el último movimiento de un hábito que al caer al suelo ocultó los pies y los tobillos y descubrió un mundo de blancura tibia y suave. Una ninfa en todo su esplendor.
Al ver desnuda a Helena comprendió que ella no debía estar allí, quizá tampoco él debía estar en aquel lugar, sin embargo la belleza de la sirena ya lo había engatusado, no debían estar allí, así, pero estaban, y pensó en lo sumamente débil y frágil que era mientras rodeaba la cintura de la religiosa y se dejaba llevar por los fervores del amor más apasionado hacia un suspiro de infidelidad.
Y así un día más la pintura quedó inconclusa, un día más había cometido una grave infracción de las normas mundanales que en algún instante de su existencia debería pagar.
Abandonó el convento de Santa Águeda abrumado por la preocupación y a la vez ahíto de hermosura y de sexo, se hallaba en pecado mortal y únicamente ante Dios podía confesar aunque no se arrepentía, no había hecho acto de contrición ni tenía absolutamente ningún propósito de enmienda. Sabía que regresaría al convento, sabía que volvería a pecar, tenía que terminar aquel dichoso lienzo de tema religioso y sólo era capaz de pensar en las nalgas redondas y níveas de Helena apoyadas contra el gris oscuro de su hábito convertido en sábana.
Y sólo al sentir la brisa fría del atardecer y alejarse del convento de las arrecogidas se absolvió a sí mismo de su gran culpa.
_ Venus, mi Venus ángel en forma de mujer que me conduces a la contemplación de la hermosura y al pecado, soy preso de tu belleza, siempre cautivo de mi Venus desnuda frente al espejo de plata de Cupido.
Enmudeció el joven artista y la profecía del silencio aventuró esperanza, amor, pasión y desenfreno, además de lienzos desnudos repletos de mensajes que, misteriosos, perdurarían por los siglos de los siglos.
El Capitán de la Guardia de Madrid caminaba a buen paso en dirección a la calle de las Infantas. Los cuatro soldados que le acompañaban, don Juan Díaz de Quiñones y los dos familiares de la inquisición que formaban el resto del cortejo, debían esforzarse por seguir su paso y no perder su estela. Diego Silva y Velázquez vio al grupo caminando en procesión y supo que finalmente el maestro había denunciado a la familia del niño judío ante el Tribunal de la Inquisición.
Apenas llegaron todos los componentes de la extraña comitiva bajo la figura del Cristo que en teoría había sido azotado y ultrajado por los habitantes de la casa, los soldados empuñaron sus armas y los familiares de la inquisición alzaron sus bastones. En tres ocasiones golpeó el Capitán de la Guardia la agrietada y oscura madera de la puerta. Al poco abrió un hombre que al ver quien le aguardaba en el exterior palideció por completo.
_ Sois vos Fernán Vaez dueño de la mercería-. Interrogó el Capitán.
_ Sí señor yo soy Fernán-. Respondió amedrentado el comerciante-. ¿En qué puedo serviros?
_ Y ¿se halla en la casa la tal Isabel Núñez Alonso que es vuestra esposa?
_ Sí, aquí está.
_ Pues debéis acompañarnos ambos, se os acusa de herejía y seréis interrogados por el Santo Oficio.
No cabía más miedo en el alma del portugués cuando dejó a sus hijos al cuidado de otro miembro de la familia y junto a su esposa abandonó la casa. Isabel parecía más serena que su marido, quizá el simple hecho de ser mujer le confería un aire de dignidad aunque tal vez la procesión fuera por dentro. En ningún instante alteró la mujer el gesto de su rostro ni mostró señal de encontrarse amedrentada. Las palmas de las manos mirando al cielo, los ojos entornados, la sonrisa incompleta y una larga y desordenada cabellera agitada por el viento imaginario ciñó la túnica al cuerpo acentuando la perfección de sus formas. No volvió la vista atrás, por el contrario sí lo hizo Fernán, precisamente en el instante que pasaban junto a Velázquez se giró y observó su calle, su casa, como si pretendiera guardar las imágenes en el archivo de su memoria temiendo que no iba a volver a disfrutar de ese paisaje. No disfrutó de su postrera mirada pues apreció, bajo el crucifijo que presidía la entrada a su morada, a toda su progenie lloriqueando y cuando los plañideros suspiros dejaron de oírse sólo quedó silencio.
Y el silencio barrió las calles con su profecía de fuego, dolor y muerte.