jueves, 17 de febrero de 2011

ELLA, RECUERDO NEBULOSO










ELLA RECUERDO NEBULOSO



Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa ni en ningún sitio, es apenas un recuerdo nebuloso.
A veces, cuando llego, todavía encuentro las sábanas calientes, otras me conformo con su perfume en el ascensor. Si tenemos que contarnos algo nos dejamos notas: un te añoro en el espejo, un compra el pan en la entrada, un llamó tu madre junto al teléfono, un te quiero en la nevera.
Ayer terminé temprano el trabajo, la encontré en el pasillo, la abrace apasionado, le di el mejor de mis besos y cuando iba a empezar a desnudarla me di cuenta.
No era ella. ¿Cuánto tiempo llevaré equivocándome de casa?





EFECTO RETARDADO

Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa. Hace ya una semana que no le veo. Todo está recogido, el jabón en su sitio, las zapatillas en el zapatero, su ropa interior limpia y colocada, el mando del televisor en mi lado del sofá.
La situación es cuando menos extraña; hay dos posibilidades: o se ha dado cuenta de que tengo un amante y quiere conquistarme, enamorarme de nuevo, iluso; o tenía razón el farmacéutico cuando dijo que los polvos eran de efecto retardado y tardarían unos días en hacer efecto.
Al final será cierto que las ratas nunca mueren donde comen el veneno.

lunes, 14 de febrero de 2011

CAPÍTULO XV: El teatral incendio del palacio



En la fotografía el hallazgo del cadaver del Conde de Villamediana.
La cita de este capítulo es un poema suyo.
El incendio del palacio de Aranjuez un suceso histórico, algunos le acusaron de haberlo provocado para poder salvar a la reina, con la que mantenía una relación muy especial.
Todo esto y más dentro de este capítulo.






Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado y en la arena escrito.
Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.
Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondré breves a mi vida,
para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huida.
Juan de Tassis Conde de Villamediana. “Silencio”

CAPÍTULO XV
El teatral incendio del palacio.
(2-11-1625)

Poeta, dramaturgo, diestro alanceador de toros, excelente jinete, mujeriego, jugador y casi siempre ganador. Todas estas eran las virtudes de un joven alto y delgado cuyo aspecto de estantigua no mermaba su atractivo general. Don Juan de Tassis y Peralta conde de Villamediana iba ostentosamente vestido aunque en verdad esa era la forma en que siempre se exhibía, aún así, de su atuendo destacaba un collar que pendía de su pecho y que estaba fabricado con reales, que decían sus enemigos y cuantos lo envidiaban, procedían de las ganancias que había tenido en el juego. En el centro del colgante había un medallón en el cual se leía su divisa: Son mis amores reales.
Experto jinete, mujeriego, jugador, engolado, presuntuoso y radiante de poder. Estas eran las cualidades de un caballero ágil a pesar de su gran envergadura, melena oscura cuyo pelo lacio escapaba al rigor del sombrero negro de ala ancha, bigote engomado, espectacular y muy rizado en sus extremos al estilo de los más fieros soldados, ligera barba que ocultaba en parte el rostro serio, se adivinaban dotes de gobierno en cada uno de sus gestos, en toda su forma de actuar. Don Gaspar de Guzmán conde duque de Olivares y valido del Rey de las Españas hablaba con la total impunidad que otorga el ilimitado poder:
_ Sois demasiado osado Conde-, le decía a don Juan de Tassis quien tampoco se amedrentaba fácilmente ni se dejaba impresionar por la palabra-, el Rey ha oído hablar de ese collar que lucís con desparpajo, sin embargo cuando lo vea quizá su enfado se torne superlativo.
_ Y ¿por qué, si puede saberse, iba a enfadarse el Rey?, ésta es mi divisa y este collar es mi amuleto.
_ No os hagáis el tonto conmigo, ni tampoco os excedáis de listo, son mis amores reales vais proclamando a los cuatro vientos, anunciáis sin pudor vuestro amor por la reina o como mal menor vuestro amor por otra dama momentáneo capricho del monarca.
_ Os equivocáis querido Olivares de medio a medio, lo que se proclama en este medallón es mi amor por los reales, por los dineros y monedas, es el vil metal lo que yo adoro, todo lo demás son habladurías inventadas por mis enemigos. De todos modos un asunto sí debo admitir: me siento atraído por Francisca de Tavera y diría sin miedo a equivocarme ni a mentir que ella me corresponde. Debo añadir que la belleza de la citada dama no tiene parangón con la exuberante belleza de nuestra amada Reina, por tanto dudo que el Monarca se muestre interesado en el asunto ni tenga ojos para ella.
_ Quizá sí los tenga-. Adujo Olivares escueto y tajante.
_ Pues en verdad os digo que ya sería excesivo afán amatorio, puesto que por quien sí pierde los vientos es por la actriz María Calderón que él mismo ordenó representara la obra de teatro, la Calderona actuará por la tarde-, guiñó un ojo en gesto de complicidad al valido-, y por la noche seguramente representará otra función.
_ Eso a vos no os incumbe.
_ Razón tenéis, no me incumbe y me importa un ardite, mas sí me interesa lo referente a la otra dama. El Rey no debe sumar tantas conquistas, con su legítima esposa y la actriz yo diría que está servido, y así, dejaría algo para el resto de la corte. Yo amaré a Francisca si ella quiere por mí ser amada.
_ Haced lo que se os antoje, pero insisto en mi advertencia, sois muy osado, rival muy alto habéis buscado y algunas afrentas se terminan pagando caras.
Se despidieron sin palabras, con un simple gesto de tocar con sus dedos el ala del sombrero y sin dejar de mirarse fijamente a los ojos. Olivares se dirigió al interior del palacio para ver al rey, el de Villamediana se encaminó hacia los jardines lugar en el cual se había instalado el corral de comedias donde se iba a representar su obra.
Todo estaba preparado, el escenario enfrente de la puerta de entrada como era costumbre en el corral de la cruz y en el corral de comedias del Buen Retiro, los vestuarios y tramoyas tras el escenario, los escotillones perfectamente disimulados para la entrada y salida de los actores. Frente al escenario, el patio, donde se situarían los espectadores más pudientes, aquellos que pudieran pagar cinco reales por una entrada, la cazuela donde se sentarían las damas encima del patio, el palco de los reyes en lugar de privilegio a la izquierda del escenario y algunos aposentos a la diestra para los nobles que quisieran ir con sus familias a quince reales por habitación. Los mosqueteros verían la función de pie, detrás del patio, a un real por barba y muchos se quedarían sin entrar y sin ver nada pero irían a alcahuetar o a vender pastas de huevo o a apropiarse de bolsas mal cuidadas... Esta tarde a la hora convenida daría comienzo la función, el éxito estaba prácticamente garantizado y una vez obtenido podría disfrutar de su momento, una cena de gala que los reyes darían en su honor y donde se proporcionaría un baño de multitudes y después del banquete llegaría el momento estelar de la jornada, el instante soñado de yacer con su amada.
Satisfecho y con el rostro radiante como su medallón salió del corral de comedias oyendo ya los aplausos y vítores que su obra provocaría en el público. Se encaminó sin dejar de sonreír hacia la ribera del río, allí en el pequeño y discreto embarcadero tenía una cita que no le interesaba perder. Le quedaban unos cabos por atar antes de relajarse por completo y dedicarse por entero a disfrutar de día tan maravilloso.
Entre tanto Olivares también tenía una cita y para celebrarla accedió al salón donde se hallaban el rey y la reina. Isabel de Borbón, cuyas desavenencias con el valido eran tan abundantes como notorias, se puso en pie para dejar solo al rey con su hombre de confianza, sin embargo Felipe IV no estaba por la labor de trabajar demasiado y con un gesto de su mano diestra detuvo la retirada de su esposa.
_ No os marchéis, estamos en Aranjuez con motivo de fiesta y descanso, no creo que los asuntos que trae el Conde Duque nos ocupen mucho tiempo.
Tres o cuatro asuntos trataron sin más demora ni demasiada dedicación, tan aburrida estaba ya la reina de la conferencia como el propio monarca cuando Olivares llegó al último punto que él consideraba un asunto menor pero que por el contrario sabía que al rey iba a causar disgusto.
_ Se empieza a rumorear que estáis gastando demasiado en festejos, majestad, los fuegos artificiales de la pasada semana subieron la cifra de gastos en casi cuatro mil ducados y el pueblo está descontento con el despilfarro al igual que algunos nobles.
La reina que hasta entonces no había hecho sino bostezar y no mostraba ningún interés por la conversación intervino por vez primera.
_ Querido esposo yo también creo que nos estamos excediendo, cuatro mil ducados en artificios son demasiados hasta para el Rey de las Españas, sobre todo si parte del pueblo pasa hambre todos los días.
_ Las mujeres deben dedicarse a parir y asegurar la sucesión en el trono de sus esposos, los asuntos de gobierno y de estado es mejor que los resuelvan los hombres-. Espetó Olivares misógino y déspota.
La Reina se levanto airada y dando la espalda a ambos y sin respetar ningún protocolo se dispuso a abandonar la sala.
_ ¡Aguardad!- Ordenó el Rey.
_ No-. Respondió la Reina desobedeciendo la orden-. Podéis dejar el gobierno de la patria en manos de este mequetrefe, también podéis permitir que insulte a vuestra esposa pero no podréis obligarme a que yo esté presente-, y dicho esto abandonó el salón sin mirarlos seguida de sus damas.
_ Os habéis excedido una vez más Olivares, deberéis pedir disculpas a la reina por vuestras palabras.
_ No estoy de acuerdo, pero si vos lo ordenáis y ése es vuestro deseo así será majestad.
_ Hacedlo y procurad ser humilde y convincente cuando mostréis vuestro arrepentimiento, y ahora olvidemos el incidente y decidme ¿quiénes son los nobles que están molestos?
_ No lo sé majestad, son rumores, sin embargo ya hay unos versos del conde de Villamediana que se murmuran demasiado en los corrillos.
_ El conde de Villamediana otra vez, está empezando a resultar incómodo nuestro poeta, y ¿qué dicen esos versos si puede saberse?
_ Leedlos vos mismo-, dijo Olivares tendiendo un pergamino al rey-, aquí los tenéis.
La composición apenas la formaban cuatro líneas pero bastaron para encolerizar al cuarto Felipe.
Señores yo me consumo / ¿Hay tan grande maravilla?/ ¡Qué haya gastado la villa / más de tres mil ducados en humo!
_ ¡Maldito sea el Conde! ¿Qué habéis averiguado del collar de reales y el medallón?
_ Es como nos habían comunicado, un collar hecho de monedas y en el centro un medallón que dice son mis amores reales. Él alega que se refiere únicamente a su amor por el dinero...
_ Son mis amores reales ¿conque sí eh? Pues yo se los haré cuartos. Ordenadle que se lo quite en nombre del Rey y dad aviso a la guardia para que lo detengan si lo llevara puesto.
_ Tal vez nos precipitamos majestad.
_ No nos precipitamos Conde Duque, sabed que el otro día la Reina miraba al jardín a través de un portillo de sus aposentos, yo llegué por detrás, silencioso, como no advirtiera mi presencia quise hacerle una broma y tapé sus ojos. ¿Qué diríais vos, sabríais adivinar qué frase salió de sus labios?
Olivares se encogió de hombros un tanto desconcertado.
_ Estaos quieto, conde-, el Rey estaba enfadado y diríase incluso que celoso-, no pensó en mí, sino en el conde y ahora él proclama su amor por la reina.
_ Tal vez no sea por la Reina sino en verdad por el dinero y también es posible que vuestra esposa se refiriera a otro conde.
_ De todos modos y aunque tuvierais razón la más mínima duda me obliga a actuar. Nadie puede tocar a la Reina, eso sería un sacrilegio ¿qué otro conde sino él, osaría poner sus manos en su piel y rozar sus ojos? Haced lo que os digo.
_ Se hará Majestad, en cuanto a esta noche ¿compartiréis lecho con la Reina?
_ Mal me conocéis o me tomáis el pelo, ¡por cierto no!, la reina se acostará pronto esta noche, no le conviene tanto ajetreo y precisa descanso.
_ ¿Y vos Alteza?
_ Yo, iré a felicitar en persona a la actriz de la compañía por su actuación y a agradecer que haya aceptado interpretar esta obra a petición mía.
_ No debéis mostrar en público demasiado entusiasmo por ella ni dedicarle excesiva atención, hay sospechas y rumores al respecto.
_ Yo me ocuparé de eso, vos preocuparos de averiguar dónde pasa la noche el conde de Villamediana-, dijo el rey a su mano derecha.
_ Esa cuestión ya os la puedo adelantar alteza, él mismo me lo ha desvelado, pasará la noche en la alcoba de una de las damas de la reina, Francisca de Tavera.
_ ¡Vaya!, sorprendente y admirable nuestro amigo el conde y con muy buen gusto por las mujeres.
_ De todos modos si se presenta al corral de comedias con el collar de reales...
_ En ese caso dormirá en la oscura soledad de una mazmorra-. Finalizó Olivares la frase que había dejado incompleta el Rey.

Tres hombres embozados en sus capas oscuras y tapados por sus amplios sombreros aguardaban al conde en la ribera del río.
_ Llegáis tarde don Juan-, instigó uno de ellos que parecía el cabecilla.
_ Lo sé señores y les ruego acepten mis disculpas.
_ Aceptadas son, no obstante nos ponéis en peligro con la tardanza, así pues aligeremos el asunto y aquí paz y allá gloria.
_ Así sea, ¿de cuanta gente disponemos?
_ De ocho hombres, nosotros tres que ya nos conocéis dirigiremos la actuación y además otros cinco maleantes.
_ Bien, cuatro parejas, una en cada extremo del corral, suficiente, ¿saben todos lo que deben hacer?
_ Sí por supuesto, si la función es un éxito, nada, disfrutar de la representación junto al público; si hay alguna duda y los espectadores no se decantan, aplaudir a rabiar fomentando así el aplauso general del respetable; y si hubiera por casualidad alguien que se mostrara hostil manifestándose en contra de la obra enredarlo hasta sacarlo del recinto mientras los demás vitorean la función.
_ Perfecto, a decir verdad lo único que temo es que alguien lleve matachines comprados para reventarme la función, de otro modo nadie impedirá el éxito.
_ Pagadnos bien como normalmente hacéis y aseguráis el triunfo y si por casualidad sospecháis que puede haber adversarios y vierais necesidad de más gente no tenéis más que decirlo.
_ No, será suficiente así, aquí tenéis una bolsa con 300 ducados, el resto lo percibiréis al final de la función.
_ De acuerdo, en total serán 1100 ducados, 200 para cada uno de nosotros y 100 para la cofradía de maleantes y como es menester abreviar y ahuecar el ala no os molestéis en regatear ni discutáis el precio.
_ Es muy elevado el coste pero no voy a debatir el precio con vos, si todo sale como está previsto tendréis otra bolsa con 800 ducados al final de la función.
_ Sea pues como decís.
Aquellas artimañas no eran inusuales en aquella época, los autores de teatro en el estreno de sus obras contrataban mosqueteros que mezclados con el público aplaudían y vitoreaban la función. También sucedía justo lo contrario, los detractores de los autores que estrenaban representación contrataban gente que saboteara el espectáculo abucheando desde el primer acto a los actores y arrojando objetos al escenario. Y ocasiones había en que acontecían y coincidían ambas situaciones, unos contratados a favor y otros pagados en contra, y aquello solía terminar como el rosario de la aurora, en altercado de orden público o gran reyerta con heridos e incluso muertos. No hubo altercados en la representación de “La gloria de Niquea”, para empezar el conde de Villamediana acató la orden del monarca y se despojó de su famoso collar, después presenció encantado y desde el palco, muy cerca de sus majestades los reyes, su propio éxito, pues al público le agradó la obra desde el principio. También la reina aplaudió alborozada a pesar de que su esposo el gran Felipe IV se mostrara indiferente. Los españoles que sentían gran simpatía por Isabel de Borbón se dejaban influir por su entusiasmo y aplaudían a rabiar cada uno de los actos. También agradó a los espectadores la presencia y buen hacer de la famosa actriz María Calderón y finalmente se pudo decir que todos los asistentes al estreno, que por cierto fueron muchos, disfrutaron del acontecimiento.
En la cena posterior, y tal como había previsto don Juan, se dio un baño de multitudes, estuvo asediado por damas y caballeros que se mostraban encantados de su obra y él por su parte atendió largamente y con deleite a todos cuantos le felicitaron y por supuesto dedicó gran atención a todas las señoras y muy especialmente a Doña Francisca de Tavera que por su parte se mostraba encantada de recibir los galanteos del protagonista de la jornada. Tampoco estuvo mal atendida la actriz, la totalidad de los espectadores masculinos de la obra fueron en persona a felicitarla efusivamente por su interpretación y también el rey le brindó varias aunque espaciadas atenciones y elogios. Los más solitarios asistentes a la fiesta fueron precisamente la reina y el valido aunque para ser sinceros tampoco esperaban otra cosa. Aquella circunstancial soledad fue aprovechada con habilidad por Olivares que se acercó despacio hasta Isabel de Borbón, hizo una exageradísima reverencia y dijo:
_ Me concederíais grande alegría si perdonarais mis desafortunadas palabras de este mediodía, estoy arrepentido de veras por haberlas pronunciado y compungido por haberos ofendido, jamás sucederá nada parecido, os lo garantizo.
_ Alzaos Conde Duque-, ordenó la Reina que se sentía incómoda ante el espectáculo que un hombre de la envergadura y categoría de Olivares ofrecía postrado de rodillas-, llamáis innecesariamente la atención, acepto vuestra disculpa aunque no creo que eso cambie nada entre nosotros.
_ Gracias Majestad, ahora si me lo permitís me retiro, para mí la fiesta ha terminado.
Desapareció Olivares y no tardó mucho en seguir sus pasos la reina retirándose del festejo y allí quedó el rey, muy cerca de Maria Calderón, y también quedó el conde junto a Francisca.
Y poco a poco, con enorme pereza, los ecos de la fiesta se fueron acallando; salones, corredores y pasillos de palacio se despoblaron de personas y de luces y se poblaron de tinieblas y silencios. Y aún así se apreciaba cierto movimiento bajo los pocos hachones que permanecían encendidos en sus saeteras.
Una figura silenciosa que trataba de ocultar su rostro se desplazó con rapidez del lado este del palacio hacia la zona oeste. Dos golpes cortos en la madera de la puerta de una alcoba cerrada parecían ser la contraseña. Se abrió el postigo y enseguida volvió a quedar sellado, dentro de la habitación Maria Calderón sonreía al recién llegado. El hombre se quitó el sombrero y se despojó de la capa, una vez sin el disfraz del embozo apareció radiante el rostro de Felipe IV que muy rápido sucumbió a los encantos de la actriz. El cortejo ya debía estar hecho pues en apenas unos instantes la dama se precipitó en los brazos del monarca.
Apenas los amantes empezaban a saborear los besos cuando por el pasillo de nuevo vagaron hombres. El conde de Villamediana salió de sus aposentos y con mucho tiento se dirigió hacia la zona donde se hallaban los cuartos de las damas de la reina. Por muy alerta que anduvo todo el camino para no hacer ruido y percibir él el más mínimo rumor, por más que quiso pasar desapercibido y no despertar sospecha, no lo consiguió por completo, alguien lo siguió, sin duda lo vigilaban sin que el conde se apercibiera de tal cosa.
Titubeaba don Juan, como si no supiera bien donde dirigirse, parecía que iba a llamar en un aposento y sin embargo daba unos pasos y se iba en otra dirección; por fin pareció decidirse pues se detuvo en una puerta, pero tampoco, dio diez o doce pasos rápidos y llamó en otra. Dos golpes cortos ¡qué poco original contraseña! El postigo apenas se entornó una pizca pero el conde accedió a la alcoba elegida.
En la misma puerta que acababa de traspasar el conde se detuvo ahora un hombre alto y fuerte, o le seguía los pasos al caballero o la dama estaba muy solicitada aquella noche. El recién llegado no podía ver lo que acontecía en el interior pero sí podía imaginarlo, intuía Olivares a don Juan de Tassis y la reina, Isabel de Borbón, fundidos en pecaminoso abrazo.
_ Lo sabía, a mí no podéis engañarme-. Una sonrisa cínica iluminó el rostro de Olivares tras pronunciar aquellas palabras-. A fe que es valiente el Conde, yacer con la Reina a tan solo unos pasos de donde está el Rey. Digno de admiración.
Como si estuviera haciendo guardia permaneció de pie ante la puerta, al cabo de un rato regresó sobre sus pasos y en una entrada a su siniestra, precisamente aquella en la cual el conde se había demorado titubeando, pensando si llamar o no, propinó dos golpes cortos y dos más largos, como no se produjo respuesta, instantes después y sin titubeos, Olivares volvió a repetir la misma llamada. En esta ocasión sí hubo respuesta, apareció Francisca de Tavera, era tan hermosa que parecía una reina.
Los tres personajes que habían recorrido los pasillos de palacio estaban haciendo honor a su fama de mujeriegos. Felipe IV llamado el rey galante por sus múltiples devaneos amorosos, se ganó a pulso el calificativo, no en vano fue el monarca español con mayor número de hijos concebidos fuera del matrimonio, se habló de treinta y cinco bastardos, uno de ellos, don Juan José de Austria, nacido cuatro años más tarde, precisamente lo tuvo con la mujer con quien yacía esa noche, la Calderona.
El conde duque Olivares tampoco se quedó atrás, no tuvo tan alta cifra de hijos ilegítimos pero si hubo alguno, Julián Valcárcel fue uno de los reconocidos por él, si bien sus escarceos amatorios duraron poco tiempo. En apenas un año, en 1626 iba a morir su hija y aquella pérdida afectó tanto al valido que no volvió a dejarse llevar por sus ardores.
Y ¿qué decir del conde de Villamediana? Francisca de Tavera no fue su amante aquella noche pero sí lo fue en otras noches venideras, sin embargo de quien se enamoró perdidamente fue de la reina, cuando de todos era sabido que estaba terminantemente prohibido tocarla. Múltiples y poderosos enemigos cosechó el conde por cuestión de amores y también de juego y por ello su vida no estaba destinada a ser muy larga ni su futuro era demasiado prometedor. Sin embargo aquella noche el conde de Villamediana era el hombre más feliz del mundo aunque quien con fuego juega acaba quemándose.
Y el futuro de aquella noche era precisamente el fuego, tanto amor y tanto ardor bajo un mismo techo podían causar por sí solos una combustión espontánea y con más razón si recibían una ayuda externa.
Tres sombras que correspondían a tres hombres armados atravesaban con cautela corredores y pasillos, nunca habían estado dentro del palacio sin embargo estaban muy bien aleccionados y por tanto sabían perfectamente por donde debían ir para no ser descubiertos por los soldados de la guardia. Aquel había sido un buen día para los tres valentones, por la tarde y a cambio de aplaudir de forma estridente en una representación teatral habían percibido doscientos ducados cada uno y a lo largo de la noche percibirían otros quinientos más por barba que otro caballero, distinto y anónimo, les pagaba a fin de que efectuaran un trabajito especial dentro de palacio. Este asunto que ahora les ocupaba era más arriesgado, sin embargo esa cantidad de dinero no se veía junta todos los días. Avanzaron con seguridad y llegaron a la zona este de la residencia real que era el lugar determinado para realizar la tarea. Cada uno de ellos se dirigió a una columna y tomó un hachón encendido de las saeteras, con las antorchas fueron cada uno a una habitación distinta, allí prendieron las cortinas, el fuego no tardó en extenderse de los cortinajes a las vigas, de las vigas a los muebles, de los muebles a la techumbre... cuando vieron la eficacia destructora de las llamas y lo rápido que se propagaban salieron por donde habían entrado, un postigo que alguien a propósito había mal cerrado, así huyeron sin contratiempos. En pocos momentos la temperatura de la segunda planta del palacio aumentó en varios grados, el humo empezaba a poblar los pasillos y no tardaría el fuego en afectar todas las habitaciones, salas y alcobas del ala este. La reina y el conde, el valido y la dama dormitaban sin sospechar que el peligro acechaba, por otro lado estaban el rey y la actriz que lejos del conflicto dormían totalmente a salvo abrazados bajo el cobertor. No tardaron los guardias en detectar el fuego y dar la voz de alarma. El conde despertó y enseguida percibió olor a quemado, abrió la puerta y vio el fuego en el pasillo al tiempo que el humo invadía parte de la alcoba de la reina. Cerró deprisa el postigo y dijo:
_ Alteza tenemos que salir de aquí a toda prisa, es un incendio.
_ Tengo que vestirme-, adujo la Reina.
En verdad su desnudez suponía un problema, aunque hubiera un incendio o cualquier otro contratiempo, aunque su vida estuviera en serio peligro, una reina no podía corretear desnuda por los pasillos de palacio como una vulgar ramera. Ambos comenzaron a vestirse lo más deprisa que pudieron cuando ya el humo les empezaba a provocar tos continuada.
Olivares por su parte ayudó a Francisca Tavera y a otras damas de compañía de la reina a ponerse a salvo y una vez despejadas las salas adyacentes a aquella donde él estuvo no ha mucho amando a Francisca, miró hacia la puerta aún cerrada de la alcoba de la Soberana de las Españas con gesto ambiguo, pues a ciencia cierta no se sabía si reflejaba preocupación o deleite. Un ataque de tos y un repentino calor a su espalda le recordó que las llamas no hacían distingos de clases y salió corriendo para ponerse a salvo.
A todo esto el Rey había oído los gritos y el barullo y a través de los ventanales de la alcoba de la actriz vio el fuego al otro lado del palacio.
_ Las habitaciones de la Reina están ardiendo-, susurró mientras se precipitaba hacia sus prendas al experimentar también la necesidad de vestirse.
_ Vamos alteza tenemos que salir de aquí-, apremió el Conde a la Reina cuando algunos fragmentos del techo envueltos en llamas comenzaron a desprenderse y caer sobre ellos.
Abrió La puerta y definitivamente el humo y el fuego invadieron la habitación que ya ardía por los cuatro costados, el calor resultaba tan insoportable como el mismo miedo, se giró hacia donde estaba Isabel de Borbón, su reina y su amada, preguntándose por qué no salía y la vio caída en el suelo, desmayada, el calor asfixiante, el miedo espantoso y la inhalación de gases le habían provocado un desvanecimiento.
El conde de Villamediana precavido puso un pañuelo atado en su rostro para no aspirar tanto humo y se dirigió veloz hasta donde se encontraba la esposa de su rey el cuarto Felipe, la cogió en brazos y se dirigió con su real capa en busca de una salida.
En los alrededores del palacio se iban agrupando todos cuantos lograban escapar del incendio junto a los curiosos y quienes pretendían ayudar, ya se rumoreaba que la reina no había salido y que estaba atrapada por el fuego en sus aposentos y que qué lastima morir tan joven y siendo tan bella y tan querida por el pueblo. Una pequeña muchedumbre llena de incertidumbre y pesar se agolpaba ya en los jardines del palacio cuando el rey hizo acto de presencia.
_ La Reina Olivares, ¿dónde está la Reina?
_ No lo sé Majestad, no ha salido, los guardias han entrado varias veces en su busca pero el fuego ha afectado a la escalera y no se puede subir.
_ ¿Estaba sola en el momento del incendio, no había ninguna dama con ella que pudiera socorrerla?
_ No, ya sabéis los gustos de la Reina, ordena a las damas que se retiren y siempre duerme sola.
_ Pues habrá que hacer algo, si nadie puede ayudarla y no se puede pasar por la escalera habrá que buscar otro camino, hay que salvarla de las llamas, no puede perecer así, quemada como una vulgar hereje.
Apenas el Rey terminó de pronunciar aquellas palabras se oyeron unos gritos ahogados de sorpresa detrás de ellos seguidos por un espontáneo aplauso de alborozo. El Monarca y el valido miraron hacia la puerta del palacio y vieron el motivo de la explosión de júbilo, la multitud se enfervorizaba porque entre la humareda apareció la figura del conde tambaleándose, con las ropas negruzcas y socarradas y con un pañuelo tapándole el rostro de un modo que le hacia parecer un salteador de caminos, además el conde portaba entre sus brazos y muy pegada a su propio cuerpo a la reina, que aunque inmóvil, se le adivinaba con vida.
_ Otra vez el condenado conde de Villamediana-, murmuró el Rey de modo que solamente Olivares pudo oírle.
_ Sí, este hombre me sorprende a cada instante-, afirmó sincero Olivares.
_ Ha salvado a la Reina, es un héroe-. Se alzaban multitud de voces por detrás del monarca-. El conde de Villamediana ha salvado a nuestra reina de las llamas, ¡viva el conde de Villamediana!
_ Soltad a la Reina mequetrefe-, explotó el Rey acallando los gritos y toda la algarabía-, ¿acaso no recordáis que nadie puede tocarla? Estáis cometiendo un sacrilegio.
_ Era el único modo de salvarla de las llamas-, dijo el conde tendiendo el cuerpo inerte de la soberana en la hierba del jardín con gran cuidado y una vez libre de su carga añadió-, por si no os habéis dado cuenta acabo de salvar la vida a vuestra esposa.
_ Y ¿cómo habéis podido hacerlo? ¿Dónde os hallabais para haber llegado tan rápido?
_ Me encontraba en el lecho con una dama de compañía de la reina, ¿no seréis tan irrespetuoso como para obligarme a decir en público su nombre? No os lo diré-, afirmó sin aguardar respuesta que por otra parte no iba a producirse-, yo soy un caballero y vos en estos momentos deberíais preocuparos de la salud de la reina, necesita un médico el humo casi la ha asfixiado.
El Rey, sin articular palabra ni sonido alguno, buscó los ojos de doña Francisca de Tavera, ésta a su vez buscó los del conde duque de Olivares quien alzó una ceja justo antes de dirigir su mirada hacia el monarca. Doña Francisca hizo un asentimiento al Rey con gesto afirmativo de su testa aceptando ser la amante del Conde sin serlo en verdad y así encubrir al propio Conde y de paso a la Reina y también al mismo Olivares que así quedaba libre de haber pecado.
Sólo una vez que el Rey obtuvo la confirmación de la dama se volvió a devolver a Olivares la mirada y le ordenó:
_ Id en busca del médico-, y tras estas palabras cargó en brazos a la Reina su esposa llevándola al interior de palacio por el lado que se hallaba a salvo del incendio; antes de desaparecer en el interior acompañado o más exactamente seguido por sus guardias se volvió hacia donde estaba el conde de Villamediana y espetó-, Don Juan de Tassis, no os hago detener en este momento como premio a vuestro acto de salvar a la Reina, mas si en algo apreciáis vuestra vida no volváis a poner la mano en la piel de mi esposa y tampoco oséis darme órdenes ni decirme lo que debo o no debo hacer.
Continuó el Rey su camino dejando mudos a los concurrentes, el Conde se quitaba el pañuelo que todavía cubría parcialmente su rostro cuando se dejó oír la voz autoritaria de Felipe IV de nuevo:
_ Aquí las órdenes las doy yo. Olivares disponed todo de inmediato, mañana nos vamos a Madrid.
El galeno aconsejó que la Reina reposara al menos durante dos días antes de emprender ningún viaje y el Rey con acierto atendió el consejo. Durante esos dos días el Austria cazó en los bosques cercanos y la mitad de su palacio continuó echando humo de tal modo que en el corral de comedias no pudo representarse obra teatral alguna de aquel día en adelante.
En la ribera del Tajo, en una barca amarrada al pequeño embarcadero, aparecieron tres cadáveres. Habían sido asaeteados los tres desgraciados en una celada pues varias flechas se veían todavía clavadas en sus cuerpos agujereados. Quien les tendiera la emboscada se aseguró de que estuvieran muertos por la multitud de impactos que recibieron y además se podía afirmar que no lo habían hecho con intención de robarles, pues todos ellos portaban una bolsa bien repleta, al menos setecientos ducados por cabeza. Aquellos hombres no pudieron llevarse en su último viaje el dinero, sin embargo sí se llevaron a la tumba algún secreto, silencio, en tu sepulcro deposito ronca voz, pluma ciega y triste mano, para que mi dolor no cante en vano al viento dado y en la arena escrito, el sigilo de cómo habían ganado el dinero sin ir más lejos lo habían llevado a la tumba, pues ya sus bocas estarían para siempre en silencio, y el arcano misterio del incendio quedaría indescifrado.

jueves, 10 de febrero de 2011

Cuando una puerta se cierra, una ventana se abre



Esta vez no se me olvida.
Fotografía de mi amiga Sofía Serra. Su título "Luna llena"
Yo la he usado como alusión a una ventana abierta a la esperanza, a la belleza de la luna.



Es muy extraño pero esta semana tampoco he ganado el concurso, jajajaja
Y no me molesta, el relato ganador me gusta, la frase final me encanta, la semana que viene sabréis porqué; y, además, perder me permite compartir con vosotrOs mi relato.
Os lo dejo aquí, pero antes decir:
El título es una frase hecha, un dicho que supongo conoceréis, de no ser así os explico, significa algo así como, "no hay mal que por bien no venga" o "no hay mal que cien años dure"
Es una frase que indica esperanza, lo malo terminará pronto y dejará paso a lo bueno. Ese es el título del relato y la frase final, lo tergiversa un poco, significa lo mismo pero acoplado al texto.
No me enrollo más. Os dejo leerlo.








CUANDO UNA PUERTA SE CIERRA, UNA VENTANA SE ABRE




_ Le cobran en aquella fila de la izquierda si no le importa

_ ¿Cobran por apuntarse?

_ Claro, estamos en crisis.

Llegó su turno, al otro lado del mostrador había una bella joven con una lágrima rodando por su mejilla.

_ Vengo a apuntarme señorita, no a ver llorar a una preciosa ninfa.

_ Disculpe, acaban de despedirme. Mañana estaré ahí afuera haciendo cola como usted.

_ Entonces no me cobre, mañana nos inscribiremos juntos ¿quiere usted buscar empleo conmigo?

Hace años sus incertidumbres y fantasmas se encontraron, unieron melancolías y subsidios. Hoy, felices jubilados…

_ Gracias a la crisis pude conocerte, cuando una puerta se cierra, una ventanilla se abre.

miércoles, 9 de febrero de 2011





Hoy es el cumpleaños de mi página web.
Tres añitos tiene la criatura, tres novelas publicadas y en breve, espero que a primeros de abril sean cuatro libros los que anuncie la web. La página es mía, pero sobre todo es de Gerardo, compañero de fatigas infatigable, sin él no sería posible esa ventana abierta permanentemente en la red.
Si alguien quiere conocer el trabajo de Gerardo puede hacerlo en www.gerardomartindesigner.com


jueves, 3 de febrero de 2011

Sin recuerdos; Última función


Esta semana ha habido el doble de palzo para el concurso, por tanto os dejo doble de relatos, cuatro en total. Mi favorito es "Última función" alguno es un guiño a la sonrisa. Espero que os gusten.









SIN RECUERDOS


La bala en la sien no fue el final sino el principio. Me atravesó el cerebro de lado a lado y me robó más que la vida, se llevó mis recuerdos. No puedo recordar si disparé yo o fuiste tú quien lo hizo.

Prefiero ignorarlo, el suicidio implicaría cobardía y ya sabes, no la soporto. El asesinato significaría odio y no podría aguantar tu desprecio. En la dulce ignorancia del último suspiro oigo pasos anónimos pisando mi sangre, ¿había alguien más en nuestra habitación?

El tiro en la sien es el principio de la sospecha, muero de celos y sin recuerdos.







ULTIMA FUNCION


La bala en la sien le sentaba como un tiro, las medias rotas como a un santo dos pistolas; el vestido sucio, arrugado; el maquillaje embarrado en sudor y sangre. ¡Vaya manera absurda de morir!

En una representación teatral se usan balas de fogueo. ¿Qué nesciente había confundido la munición? ¿Fue un estúpido o un asesino?

No importa, es su aspecto lo que duele, morir sin glamour es su tormento. ¿Cómo va a presentarse así en el cielo?, o en el infierno, hecha un adefesio.

Si pudiera pasar por el purgatorio el tiempo justo para lavarse y peinarse; retocarse de carmín, dos gotas de perfume…








DOS PALABRAS UN FUTURO

“La bala en la sien” El título del libro nada le recordaba; el nombre del autor tampoco, sin embargo la fotografía de portada coincidía con su rostro magullado y ensangrentado reflejado en el retrovisor.

No recordaba nada, era un naufrago perdido en el tiempo, el pasado difuminó sus contornos, el presente bailaba confuso, intangible. Amnésico, asustado, probablemente escritor. Abrió el libro acariciándolo, leyó su biografía y la escueta dedicatoria de la primera página: “Para Lucia”
Dos palabras mostraban el futuro.

Salió del vehículo varado en la cuneta, su cerebro vacuo de recuerdos, en la mano el libro de su memoria, una guía de su vida.








LA MOSCA


La bala en la sien era el remedio definitivo. Llegaba siempre antes de hora, venía enardecida de ideas, rebosando palabras, ansiosa de pronunciarlas.

Señor Juez, si miramos bien soy inocente. Demasiado tiempo trabajando juntos y, la mosca pesada zumbándome de asuntos sin interés. Llevaba años sin contestarle, era como una radio encendida.

No podía concentrarme en mi trabajo, jamás callaba, mis oídos soñaban silencio, no podía soportarlo más, era una tortura continua, mis ojos se llenaron de justicia, el corazón henchido de venganza.

Esperé tras la puerta, el resto... fácil imaginar; no quería matarla, sólo callarla, pero el día venía ahogado en muerte y silencio.