martes, 30 de julio de 2013
Capítulo III: La primera semana
La primera semana
La primera semana pasó rápida y fugaz, su relación fue intensa en grado superlativo, había comenzado apoyada en la débil plataforma del sexo y el deseo, se había elevado desde la raíz de la belleza exterior de ambos y se abría camino cual rascacielos en pos de metas más ambiciosas. En busca del cielo.
La puerta de la casa se cerró a su espalda y en lugar de ser el estruendo del portazo la caída del telón pareció ser el pistoletazo de salida. Eran más de besos que de palabras, no obstante aquel día Judith tenía ganas de hablar.
- Espera por favor, espera un momento- dijo apartando a Holofernes de su cuerpo ligeramente y sin demasiada convicción.
- ¿Esperar? Llevo todo el día esperándote, te parece poca tortura, tengo hambre de ti.
- Vale- adujo sonriendo halagada-, pero espera un poco quiero que antes de... comer, hablemos.
- Está bien- respondió confuso y un tanto compungido. Holofernes pertenecía a ese multitudinario grupo de hombres cuya creencia primordial era que cuando una mujer te dice, tenemos que hablar, el hombre tiene un problema grave, algo ha hecho mal y van a recriminárselo o incluso lo ha estropeado todo y van a dejarlo.
<< Por favor que no me diga esa frase tan ridícula: necesitamos darnos un tiempo para pensar>> pensó.
Y aunque Holofernes estuviera en lo cierto pensando así y generalizando sobre el modo de actuar del sexo femenino, de lo que no cabía ninguna duda era del hecho palpable de que Judith, no era como el resto de las mujeres de este mundo, ella era diferente, especial... Judith.
- Te has quedado muy serio- afirmó Judith utilizando el arma de su preciosa sonrisa para tratar de insuflar un ápice de calor en la gélida atmósfera que de repente había aparecido-. No tengas miedo, la conversación no será muy extensa.
- No puedo evitarlo, es temor a lo desconocido, creo que es la primera vez que me siento a hablar contigo, me encontraría más cómodo si la conversación fuera por correo electrónico, o en el Chat- adujo medio en broma medio en serio.
- Hasta este instante no me has parecido un cobarde y de repente ahora quieres ocultarte detrás de una pantalla de ordenador.
- No soy cobarde, pero si tengo miedo de una cosa, de perderte.
- No me perderás si no quieres perderme.
- Mira Judith, yo no sé de qué quieres hablarme pero sé que no soportaría estar lejos de ti, estoy todavía descubriéndote y ya sé que toda mi vida eres tú.
- Pues precisamente de eso es de lo que quiero hablarte, ¿no te das cuenta? Nos llamamos con los seudónimos Judith y Holofernes ignorando nuestros verdaderos nombres, ¿qué futuro nos aguarda si no conocemos del otro ni lo más elemental? ¿Qué vamos a compartir? Solamente el lecho y la pasión que es una pertenencia cuya tendencia es a disminuir con el tiempo. ¿Estaremos toda nuestra relación haciendo el amor como animales sin compartir más sentimientos?
- No entiendo lo que intentas decir ¿acaso quieres hacer planes de futuro tras sólo una semana de relación?
- No, no pretendo hacer planes de futuro, ni estoy pensando en boda, ni nada similar. Pretendo saber si hay algo más que atracción física entre nosotros, si también hay o puede haber amor, no son planes de futuro es la simple necesidad de saber si existe ese futuro.- Ante la falta de respuesta de Holofernes tuvo que ser Judith quien de nuevo tomara la palabra-, no estoy segura pero… creo que estoy enamorada de ti.
- Pues si ésa es toda tu preocupación olvídala- dijo Holofernes relajando los músculos tensos de su cuerpo-, yo también te quiero, aunque nuestra relación está recién comenzada y es un poco pronto para poder decirlo con rotundidad y garantías, no obstante, ya eres muy especial para mí.
- Pues me alegran tus palabras y ahora soy yo la cobarde, tengo miedo, hemos ido muy deprisa en nuestra relación, apenas hace una semana que nos conocemos y parece que llevamos juntos toda una vida y sin embargo no sabemos nada el uno del otro, está todo por descubrir.
- Si te refieres a nuestros nombres verdaderos no es importante, no lo es para mí, en mi corazón tú siempre serás Judith, mi amada Judith.
- No, no son sólo los nombres, ese detalle lo entiendo como un juego,- se sonrieron y se tomaron de las manos, éstas siguieron juntas aunque las sonrisas menguaron-, no sabemos nada de nuestras familias, ni de nuestros pasados…
- El día que te conocí desapareció mi pasado y el tuyo nunca existió, ahora sólo tengo presente, un presente feliz a tu lado y yo diría, después de nuestra conversación de hoy, que tenemos un amplio futuro juntos; esa era la incógnita al inicio de la conversación, ya la hemos resuelto, ¿por qué preocuparnos de algo que ya no podemos cambiar?
Tras todas aquellas palabras que sin ser muchas eran todas, pues podía decirse que fue la primera vez que hablaron, se fundieron en un abrazo y en esta ocasión había más cariño que pasión en el contacto. Judith quedó satisfecha por la reacción y las respuestas de su amado, Holofernes, emocionado e ilusionado por sentirse, no simplemente amante sino también amado, y sin embargo ambos sentían ya la pequeña punzada del temor a perder lo adorado.
Del sexo al amor hay apenas un paso, del amor apasionado a la lacerante sospecha de los celos, apenas un pequeño salto.
lunes, 22 de julio de 2013
CAPÍTULO III: La primera semana. Reflexión de Judith
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CAPÍTULO III: La primera semana
Reflexión de Judith
No sé qué me está pasando en esta ocasión, no me reconozco, no soy yo, parece que una magia negra me ha hechizado y quizá sea simplemente el bermejo conjuro del deseo. Apenas llevamos juntos una semana y a pesar de no conocer nuestros nombres parece que nos conocemos de toda la vida. A excepción de nuestra jornada laboral estamos juntos a todas horas y apenas hablamos, hacemos el amor tantas veces como nos apetece y se podría decir con poco margen de error que nos apetece a todas horas, a cada minuto. Los primeros días han sido muy intensos, demasiado intensos. Aún no puedo creer que, al segundo día de conocerlo, acabara en la cama con él. Yo nunca he sentido tanta atracción por nadie por muy apuesto que fuera. Nunca he tenido un amante tan especial, no es demasiado apasionado, ni tampoco demasiado romántico, tiene justo esa mezcla que me vuelve loca y me hechiza, esa mezcla perfecta que quizá...quizá…no debería pero tal vez… me enamore.
Las primeras veces, los primeros días, fue sólo excitación, simplemente sexo, pero del sexo al amor hay apenas un paso y creo que yo ya lo he caminado y he cubierto esa breve distancia de una amplia zancada. Ansío durante todo el día que llegue la hora de reunirme con él, en el trabajo a veces me sorprendo mirando al infinito y divisando su imagen, se me caen los libros, me hablan los usuarios de las instalaciones, me preguntan por tal o cual autor y no acierto a responderles de forma correcta donde está la estantería buscada. Las noches las paso enroscada en su cintura, aferrada a su pecho, sin dormir, sólo amando y siendo amada. Nunca hubiera imaginado el torrente de pasión que una cita nacida en Internet iba a generar, estoy asustada, por primera vez tengo la impresión de estar poniendo más en la balanza que mi pareja, por primera vez tengo miedo a no estar a la altura o a caerme desde esa situación tan elevada y romperme el corazón con el impacto.
Llevo dos días pensándolo, me ha dedicado una canción titulada morir de amor, puede ser su forma de declararse, un mensaje subliminal, ¿qué es morir de amor? Es quedarme sin tu luz, es perderte en un momento.
Ya estoy decidida, de hoy no pasa, esta noche no nos vamos a la cama hasta que no resuelva mis incógnitas, se lo plantearé de forma directa, ¿Cuáles son tus sentimientos? ¿Cuáles son tus intenciones con respecto a nuestra relación? ¿Me quieres o solamente me deseas?
Sí, eso es y así será, sin rodeos, y sea cual sea su respuesta, sea satisfactoria o decepcionante, después incendiaremos de nuevo la seda de nuestra alcoba. Ése es nuestro destino, quemarnos, apurar la combustión hasta el límite, extinguir el incendio y de inmediato resurgir en las cenizas aún humeantes y, volver a provocar las llamas y quemarnos y, apurar la combustión hasta el límite y resurgir de los rescoldos una y otra vez, una y otra vez... y otra.
Fragmento de mi novela Judith y Holofernes.
http://www.amazon.es/Libros/s?ie=UTF8&field-author=Angel%20Utrillas%20Novella&page=1&rh=n%3A599364031%2Cp_27%3AAngel%20Utrillas%20Novella
lunes, 15 de julio de 2013
Final del capítulo II: El segundo encuentro
El segundo encuentro
Los dos llegaron al lugar de su encuentro antes de que se cumpliera la hora acordada para la cita y con un margen entre la presencia de uno y la llegada del otro de apenas unos segundos, hasta en eso parecían estar de acuerdo.
El abrazo que precedió al primer beso evidenció pasión sin límite, la ausencia de palabras, que continuaba siendo lo habitual, evidenciaba la necesidad de continuar besándose, en verdad iniciaron su segunda reunión tal como habían planeado, en el punto preciso donde habían dejado la primera y eso había sido ayer, tan solo ayer, apenas unas horas atrás.
Enseguida se dieron cuenta de que el escenario donde se encontraban, en medio de la calle, no era el más idóneo para aquél diálogo amatorio carente de palabras, además hoy sabían, aunque no lo hubieran comentado ni previsto, que acabarían dando rienda suelta a su deseo.
Las sombras de sus cuerpos se fundieron en una sola mientras recorrieron el breve camino que les separaba del hogar más cercano y que no obstante tardaron una eternidad en recorrer. Con la pausa del que no tiene prisa se besaron en cada baldosa, se miraron sin rozarse, se rozaron sin mirarse, se besaron sin dejar de besarse. Los semáforos cambiaban de color varias veces antes de que su excitada pasión les permitiera darse cuenta de que el paso estaba abierto y podían cruzar a la otra acera. Escandalizaron a viandantes tanto hombres como mujeres, a conductores, tanto veteranos como noveles, e incluso a los taxistas que ya es difícil que se excandezcan.
Cuando por fin llegaron a un portal sus manos ya recorrían, sin ningún pudor y con ansioso apetito, pieles tibias bajo intimas ropas ajenas. Y si en la calle su actuación rozó el escándalo, en el ascensor su zozobra fue verdaderamente indecente y tanto tiempo tuvieron el elevador en usufructo que al final un vecino impaciente acertó a pulsar el botón en el instante preciso requiriéndolo a su puerta, con tan mala suerte para los fervorosos amantes que se trataba de Martín Preciado, un sacerdote que se alojaba en régimen de alquiler en el tercero C. Sus zapatos limpios y su alzacuellos níveo contrastaron con su mirada sucia cuando clavó sus pupilas en los pechos grandes y turgentes que a Judith no le había dado tiempo de ocultar, los pezones sonrosados y erectos apuntaron directamente a sus celestiales pupilas y por ello no pasaron desapercibidos, ni tampoco cierta prenda de encajes que el hombre desconocido llevaba en la mano y que le hizo mirar, y pensar, y quizá atisbar, imaginar por descarte, que entre la mini falda y la piel había ausencia de lencería. Las risas de los jóvenes fueron tan incontenibles como su lujuria y también como la furia del cura vecino, quien amparado en el anonimato de una caja de ascensor vacía, descargó su puño diestro e irascible contra la puerta y si hubiera podido hubiese enviado la furia divina contra los desvergonzados pecadores.
- No sé a dónde vamos a llegar, ¡qué tiempos!- protestó en voz alta el malhumorado religioso.
- Hemos enfadado al cura- dijo Judith más preocupada por la condición de vecindad de su vecino que por la del sacerdocio del sacerdote.
- Lo que hemos, o mejor dicho has..., lo que has hecho es ponerlo cachondo.
- ¿Y tú, cómo estás o cómo te he puesto a ti?
- Yo estoy loco por ti, fuera de mí desde que te conozco, eres una droga y yo soy adicto a ti desde la primera vez que te vi y te probé.
No llegaron vestidos a la habitación, bueno para ser sinceros no llegaron a la habitación, fue el pasillo el escenario donde se celebró el primer asalto de su primer combate. Un escalofrío recorrió sus cuerpos cuando se convirtieron en solamente uno, desarmados, cautivos de las garras del amor y del deseo hasta que, el estallido del relámpago culminó la primera tormenta. Escampó brevemente y, no tardó en suceder a una leve calma, una nueva tempestad. Desabrocharon sus pieles para llenarlas de caricias mudas y besos ardientes, cobijados, en esta ocasión sí, entre la suave caricia de las sábanas. Y los dedos se deslizaron entre vientres y cinturas y alcanzaron, empujados por un mar embravecido, parajes fantásticos y desconocidos donde se percibían sensuales melodías apenas susurradas y sin embargo, perfectamente audibles.
Derrotados, exhaustos, reposaron el tiempo imprescindible hasta que, de nuevo…
Las manos vadean la corriente, se aferran a los pechos tibios, saboreando más despacio el exquisito tacto, degustando con tiempo, sin urgencias, con más deleite y mayor placer, cada bocado, deseando y a la vez temiendo saciar por completo el apetito. Pronto caería sobre la ciudad el negro terciopelo de la noche, sin embargo a ellos la virtud del descanso, que no la de los sueños, se les negaría, el amanecer les sorprendería henchidos de amor, ahítos de sexo y sin embargo, deseosos del voluptuoso horizonte de la próxima noche, del ya anhelado horizonte de la próxima noche juntos.
Aquí se puede adquirir la novela. En papel por 4,93 euros y en Kindel 1,03 euros.
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martes, 9 de julio de 2013
Capítulo II: El segundo encuentro.
Os dejo el inicio del capítulo segundo con una reflexión de Holofernes.
CAPÍTULO II: El segundo encuentro
Reflexión de Holofernes
Cierro los ojos y veo su imagen. Aprieto los párpados cuan fuerte puedo para tratar de ahuyentarla y la percibo con más claridad, su perfecta silueta de mujer diez se recorta nítida en la oscuridad de mi mente, de mi alma, de mi vida. Aprieto los dedos contra la palma de las manos hasta casi hacerlas sangrar y no consigo que se me caiga su tacto, tengo su piel adherida a mi piel, tengo sus besos prendidos de mis labios, su aroma en mi corazón y ni puedo ni quiero desprenderme de todas sus reminiscencias.
Lo de ayer fue fantástico, ni en mis mejores sueños podía imaginar tanta belleza ni tanta pasión. Mientras suena en la radio la canción que le he dedicado, recuerdo sus caricias y las mías, recuerdo sus gemidos y mis anhelos, resucito cada suspiro, cada roce y cada mirada y me duele el tiempo que falta hasta nuestro próximo encuentro.
Insistió. Convencida me convenció de que era demasiado para una primera cita y a mí, que el deseo me desbordaba, todo me parecía poco. Está claro, Judith no es mujer de acabar entre sábanas nada más conocerte, pero yo sí soy de ese tipo de hombres, yo hubiera ido con ella a su casa, a la mía, a una isla desierta, al fin del mundo e incluso un poco más allá y sin embargo ella me pidió paciencia, me pidió lo único que no soy capaz de darle. Quedamos en volver a encontrarnos hoy, al atardecer, y empezar nuestro encuentro en el mismo punto en que ayer nos quedamos. Al borde del abismo, en las primeras llamas de la ignición, a un paso de la lascivia y del éxtasis, a un milímetro del desenfreno absoluto y disoluto.
No sé apenas nada de ella, ignoro su verdadero nombre y no me importa, no quiero saberlo, a decir verdad prefiero llamarla siempre Judith, simplemente Judith, entre nosotros no van a hacer falta nombres, ni palabras, ¿para qué perder el tiempo en preámbulos? Somos mar de pasión, oleaje furioso que no deja de embestir contra el ser amado, somos pura adrenalina.
Sólo tengo una duda que me ronda la cabeza sin llegar a inquietarme, no sé si la canción que le he dedicado es la correcta. Morir de amor es un título demasiado sugestivo y tal vez no sea el adecuado para nuestra relación, me parece incorrecto, pero prefiero llamarle amor en vez de llamarle sexo, es la misma situación que se me plantea con ella, prefiero llamarle Judith e ignorar su nombre, a lo nuestro le llamaremos amor aunque lo que nos mueve tanto a uno como a otro es puramente atracción física.
Morir de amor sin saber si todo lo que he dado te llegó a tiempo, morir de amor y no morir solo en desamor. Morir de amor sin tener un nombre que decirle al viento.
- Judith - digo en dirección al viento con una mueca bobalicona de felicidad y de triunfo en mis labios por tener un nombre que decirle.
- Yo sí tengo un nombre que decirte.
martes, 2 de julio de 2013
El encuentro fin del capítulo I
Así continua el capítulo I de mi nueva novela Judith y Holofernes.
Ya está completo.
Aquí podéis adquirir la obra si os parece.
El encuentro
Una rosa en el
ojal de la chaqueta brillaba y daba un toque carmesí sobre el azul cobalto de
su traje, Holofernes, entró al local vestido
del modo que habían acordado y a la hora que habían convenido. Sus ojos
tardaron pocos segundos en acostumbrarse a la penumbra del recinto y una vez conseguido el enfoque correcto, buscó a una
chica alta, de larga melena rubia, vestida con traje blanco y con una orquídea
en el escote. La buscó sin lograr encontrarla, había una sola mujer rubia en el
local, era muy alta, pero con el pelo recogido y ataviada con chaqueta y
pantalón de cuero negro, como si de una motorista se tratara, ésa no era ella,
Judith no estaba. Empezó a pensar que todo fue un engaño, un sueño, comenzó a
presentir que ella ya no vendría.
Pasó el tiempo, los segundos dolían y los minutos caían como losas que
sentenciaban su fracaso, como toneladas de reproches que manifestaban su
ingenuidad. Se sentía ridículo luciendo una flor roja en el ojal en aquel
sitio, en aquellos tiempos. Rosa de fuego que ardía de rabia y de vergüenza,
tan cercana a su corazón, tan lejos de su cerebro. Empezó a pensar en que quizá
fuera el momento oportuno de retirarse, una retirada a tiempo suele ser una
victoria.
- Me voy a ir yendo ya- pensó dando un sorbo a su bebida intacta, era una
frase utilizada para advertir que se iba, aunque no era todavía inminente su
marcha. Decisión tomada y postergada.
- Me voy a ir yendo- murmuró para sí mismo consultando por enésima
ocasión su reloj y sabiendo que sí, que había decidido irse pero que se daba un
pequeño margen, aún.
- Me voy a ir- pensó, pensando que le quedaban pocos segundos para
pensarlo mejor.
- Me voy- pronunció las dos palabras mientras dejaba un billete sobre la
barra, esa sí era la frase definitiva, el reconocimiento del error y el inicio
de la retirada.
Caminando hacia la puerta, arrancó de cuajo, con la furia decepcionada
del enamorado plantado, la rosa de su solapa y, no había alcanzado la calle
todavía cuando la motorista alta y rubia se cruzó en su camino convirtiéndose
en un obstáculo e impidiéndole continuar avanzando.
Con un gesto rápido y certero, la mujer, liberó su melena del objeto punzante
que la mantenía recogida en un rodete; las guedejas rubias flotaron sobre su
rostro mientras decía...
- ¿Eres Holofernes verdad? Yo soy Judith.
Se quedó sin habla, no era una chica guapa quien le hablaba, era una
mujer preciosa la que estaba frente a él, decía ser Judith aunque no llevaba la
indumentaria acordada. La miraba atónito sin apenas pestañear y una sonrisa
comenzaba a atenuar la dureza anterior de su rostro.
- Disculpa, no estoy vestida como te dije que vendría, no me atreví a
salir de casa con un vestido blanco y una orquídea en el escote, me dio
vergüenza.
Seguía sin poder hablar, todavía albergaba dudas, pero tenía que ser
ella, si no lo fuera no podía tener aquella información.
- Me alegro de que la timidez me venciera y me obligara a cambiar mi
vestimenta; de este modo he podido observarte durante unos minutos con
tranquilidad, es peligroso contactar con personas desconocidas a través de la
red, ¿sabes? Ahora pienso que ha merecido la pena venir.
- ¿Creías que era un psicópata?- consiguió por fin hablar cuando una leve
indignación sucedió a la sorpresa.
Judith respiró hondo, llenó de aire sus pulmones y sus ampulosos senos
hicieron lo propio con su escote, luego espiró y exhibió una encantadora
sonrisa que realzaba su natural belleza, aquel gesto seductor fue toda su
respuesta.
- Tal vez lo sea, un psicópata, un pervertido o incluso ambas cosas.
- No me lo pareces, no cumples con el perfil, así pues, correré el
riesgo.
Pasaron juntos una tarde muy agradable haciendo añicos el famoso mito de
que lo que mal empieza mal acaba. En primer lugar hablaron de sus respectivos
trabajos, él era empleado de una empresa de seguridad privada.
- ¿Segurata?- preguntó ella sorprendida.
- No me lo digas, puedo adivinarlo, no cumplo con el perfil. Quizá vuelvas
a plantearte la situación y me veas como un psicópata.
- Pues no, la verdad es que no cumples con el perfil de segurata.
- Preferiría que me consideraras vigilante de seguridad.
Ella trabajaba en la biblioteca municipal.
- ¿Librera?
- ¿Tampoco yo me ciño al perfil establecido?- interrogó tras su
encantadora sonrisa.
- No sé, hubiera apostado por cualquier otra profesión, no pareces
librera.
- Preferiría que me consideraras bibliotecaria.
Después avanzaron en el más resbaladizo terreno de su intimidad y
hablaron sin ambages de su actual situación sentimental.
- ¿Tienes novio?
- No, estoy sola y libre como un pájaro, he conocido a varios hombres
pero todos buscan lo mismo en mí.
- No me digas más, ya sé qué buscan en ti, te quieren por tu dinero-
bromeó Holofernes al tiempo que con sus manos dibujaba en el aire una silueta
de mujer que se adaptaba a la perfección con la perfección de las curvas de la
joven.
- Exacto, lo has acertado- dijo entre risas Judith-. Y tú ¿tienes novia?
- No, estoy solo y libre como un taxi, me he enamorado un par de veces
pero no eran las personas adecuadas, cuando descubrieron que carecía por
completo de fortuna se marcharon, así que... borrón y cuenta nueva.
Algunas copas y muchas confesiones más tarde, él la acompañó a su casa,
fue muy larga la despedida en el portal, durante mucho tiempo se abrazaron, se
besaron, se acariciaron como dos adolescentes enamorados, incendiados de pasión a duras penas reprimida. Su primera
cita casi terminó en el lecho, prendados, embriagados, al borde del acantilado
del amor y su inherente locura de lujuria, se quedaron.
Cuando
por fin se separaron parecía como si se conocieran de toda la vida y sin
embargo seguían siendo Judith y Holofernes, no conocían sus verdaderos nombres
y era ese detalle lo que menos les importaba en aquellos instantes. Esa noche
apenas pudieron dormir, quemado el uno por el recuerdo y el hechizo y la
ausencia y la necesidad del otro, y el otro incendiado por el recuerdo y el
hechizo y la ausencia y la necesidad del uno.
Al día siguiente él dedicó una canción en el programa de
radio favorito de ella junto con un mensaje personal.
Judith, quiero ser tu Holofernes.
El rostro de Judith se iluminó con la preciosa sonrisa que
acentuaba su hermosura, mientras sonaban los primeros acordes de una antigua
canción, “Morir de amor”, empezando entonces, lo que hoy acaba de acabar para
siempre.
lunes, 1 de julio de 2013
Ángel de ayer
Hoy, un año más, lloro letras en mi particular regalo de cumpleaños a quien no cumplirá años nunca más.
No tengo tus dulces ojos azules, pero si tu cabello ondulado que poco a poco se me va pintando, como a ti, de color gris perla. No poseo la virtud de tus silencios largos y sabios, al contrario, no paro de hablar incluso aunque no tenga nada que decir. Y a pesar de todo nos parecemos tanto que cada día soy menos yo para ser cada vez más tú y muy orgulloso que me siento. Feliz cumpleaños ÁNGEL del CIELO.
(Dedicado a Mariano Utrillas Novella por su 86 cumpleaños que hubiera sido el día 30 de junio)
Ángel de ayer
Hoy es otra vez hoy,
ya ha pasado de largo otro año, largo.
Derrama un ángel tu imagen y naces
sobre el papel amarillento y húmedo de la nostalgia.
Ángel añorando primavera,
llorando hojas de antaño,
lamentando otoños amarillos en el dulce, gris recuerdo.
Derrama un ángel tus verdades,
palabras azules jamás pronunciadas por tus ojos.
Derramas tu voz, susurras lágrimas al viento,
brisa de verano que arrastra las hojas de otoño
amontonando recuerdos al sol del invierno.
Canciones de papel como barcos que, el Cierzo,
en vez de mostrar arroja al olvido,
sol que despierta sin pretender molestarte
sin poder despertarte de tu sueño
desvelado sin descanso, rebelados,
tus latidos soñados.
Mis temores de lluvia besan tu tierra,
noche fría, eterna sin luna ni estrellas,
verano gélido sin primavera,
nube que derrama tu gota en mi gota
y la paciencia que se me agota esperando tu voz,
buscando tu esencia, tu presencia,
dibujando tu existencia ceñida de ausencia.
Le soplo esperanzas al latido de tu corazón
y tus velas
hinchadas por los vientos de tus entrañas
se rasgan en noches de mármol sin luna ni estrellas.
A tus pies un poema, otros versos efímeros,
dolidos, sentidos, roncados, mecidos por el viento…
Nada es eterno, nada,
ni tu recuerdo, ni tu letra derramada del alma.
Me lates un solitario 30 de junio
y ya van veintiún otoños sin primavera,
veintiuno en el trece,
¿Qué te parece
las balas que nos dispara la vida?
Por la espalda,
donde todo se acaba
donde nada perdura
horizonte de plata donde acaba tu poesía.
Hoy me lates a borbotones
Ayer derramas tus verdades y me naces…
Mañana derramas, lates, naces…
Hoy, ayer, mañana, siempre, naces… felicidades.
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