domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo XXIII: Callejón sin salida





Ninguna imagen mejor para este capítulo que el aguador, de Diego Velázquez.
Ni mejor cita que una frase de Antonio Muñoz Molina.





Vine a Madrid a matar a un hombre a quien no había visto nunca.
Me dijeron su nombre, el auténtico y también algunos de los nombres
falsos que había usado a lo largo de su vida secreta, nombres en general
irreales, como de novela, de cualquiera de esas novelas sentimentales
que leía para matar el tiempo en aquella especie de helado almacén.


Antonio Muñoz Molina. “Beltenebros”








CAPÍTULO XXIII


Callejón sin salida
(13-11-1625)


Ni demasiado temprano ni excesivamente tarde. Algo después del alba
un carro tirado por dos acémilas se detuvo en la puerta de la taberna
del Renco. Don Gonzalo escrutó con disimulo los alrededores antes de
desatrancar la puerta de su negocio, en el interior tres rostros aturdidos
por el cansancio y con evidentes muestras de ansiedad le aguardaban.
– Voy a ocultar a los chicos en unos toneles vacíos y fingiendo que
voy a por productos para abastecer mi taberna los sacaré de la ciudad.
– Os ayudaré-, asintió el verdugo.
Acomodaron a los chicos lo mejor que pudieron en el estrecho habitáculo
de los toneles, los subieron al carro y se despidieron.
– Me marcho, si no llego pronto a la cárcel de la corte me echaran
en falta y levantaré sospechas.
– No os preocupéis, yo me encargo de todo, esta noche venid por la
taberna, os informaré de cuanto ocurra y del paradero de los mozalbetes.
Por cierto el chico más joven no lo consiguió, vi como los guardias
lo llevaban detenido a él y a un hombre adulto, no os lo dije antes para
que no lo supieran sus hermanos.
– ¿Sabéis dónde lo han llevado?-, interrogó lacónico.
– No con certeza, por el camino que llevaban a la cárcel de la corte.
– Pronto lo veré entonces, gracias don Gonzalo por vuestra ayuda.
– Hoy por ti y mañana por mí Benito.
– Suerte chavales-, dijo el verdugo golpeando con suavidad uno de
los barriles.
La salida de Madrid más cercana a la taberna del Renco era a través
de la puerta de Santa Bárbara, a pesar de ello y teniendo en cuenta que
cuantos le conocían y algunos de los que no le conocían también, sabían
cual era la ruta que seguía cuando iba a por viandas, tomó el camino
de siempre. Por tanto bajó la calle Barquillo para enlazar con la de
Alcalá, dejó a la diestra el Prado de San Jerónimo y a la siniestra el Prado
de los Recoletos. Al salir de la ciudad enfilando el camino de Alcalá
una pareja de guardias, clientes de su taberna, le saludaron jocosos.

– Don Gonzalo traed buen vino esta vez que la última remesa era vinagre,
pura bazofia.
– El vino lo traigo bueno, ocurre que por no gastar vuestras pagas lo
vais bebiendo de tarde en tarde y al tardar tiempo en consumirlo se estropea.
El eco de las risas de los soldados le acompañaron durante los primeros
pasos de su trayecto, los chicos estaban a salvo de momento en
las afueras de la villa, alejados del peligroso Madrid del cuarto Felipe.
En la misma puerta de la cárcel de la corte el verdugo se encontró
con el Capitán de la Guardia.
– Tarde llegáis verdugo-, espetó contrariado el militar.
– A la par que vos Capitán, ni antes ni después-, respondió sin arredrarse
Benito.
– El cansancio se refleja en vuestro rostro demacrado, ¿acaso habéis
tenido la noche agitada y no habéis podido conciliar el sueño?
– Podéis jurarlo-, el verdugo tuvo la desagradable sensación de que
el Capitán sospechaba de su participación en el asalto a la mercería judía-,
he estado toda la noche enfermo, creo que padezco calentura.
– Pues mal día habéis escogido para enfermar, hoy vamos a tener
un día movido y mucha tarea que realizar. Entrad-. Dijo el Capitán cediendo
el paso con un movimiento cortes aunque fingido.
– Después de vos Capitán-, respondió Benito que había captado el
fingimiento-, ¿o acaso teméis ofrecer vuestra regia espalda al verdugo
municipal?
– Yo no temo a nadie que vos conozcáis verdugo-, dijo mal humorado
el Capitán entrando primero por no dilatar más el asunto.
Dentro de los juzgados ubicados en la propia cárcel municipal todo
el mundo parecía aguardar la llegada del verdugo.
– Benito por fin habéis llegado-, le saludó uno de los guardias-, pasad
de inmediato el juez os aguarda para daros instrucciones.
– Debéis marchar al palacio de la Inquisición-, dijo el juez como saludo-,
se va a proceder a interrogar a los judíos detenidos tras la denuncia
de la fiesta de los azotes, de camino hacia allí acompañareis a los familiares
de la inquisición que os aguardan para trasladar a un joven judío
detenido para reunirlo con su madre, el niño se llama Fernán y es hijo de
Fernán Vaez y la tal Isabel Núñez, como sabéis también presos de la Suprema,
a partir de hoy el joven correrá la misma suerte que la madre.
Cada una de las órdenes emanadas por el licenciado le golpeaban sin
piedad el corazón. Estaba escrito, al final del día sabría si Dios, tal como
él hasta hoy lo había concebido, existía en verdad o no.
– Al terminar la labor del palacio de la Inquisición os dirigiréis aquí
de nuevo, tenemos otro prisionero a quien interrogar. Ayudó a escapar
a unos judíos y mató a un soldado de la guardia, debemos averiguar
quienes eran sus compinches, bueno en realidad uno ya sabemos
quien es, Bernardino Sánchez, antiguo soldado y hasta ayer mismo
maleante y reñidor por alquiler.
– Y ¿porqué hasta ayer precisamente?
– Porque ayer fue muerto en la calle Infantas por un guardia que
custodiaba la casa de los judíos.

Cada orden un mazazo en el alma, cada frase una bofetada en la
mejilla y él, buen cristiano, ofreciendo la otra para ser de nuevo agredido.
– ¿Qué os ocurre Benito?, tenéis muy mal aspecto.
– Estoy enfermando señoría-, respondió sin mentir del todo-, esta
noche no he dormido por culpa de la calentura, mas no temáis señor,
no me impedirá el inoportuno mal realizar las misiones encomendadas.
– Si precisáis ayuda en la tarea no tenéis mas que decirlo y os buscaré
un ayudante.
– Pues ya que lo ofrecéis sería adecuado un ayudante, no por causa
de mi mal sino por los muchos detenidos que tiene la Inquisición en sus
mazmorras, serán una docena por lo menos.
– Pues no se hable más os enviaré ahora mismo un ayudante.
El verdugo, acompañando a cuatro familiares de la inquisición y al
pequeño Fernán, se dirigió hacia la casa donde la suprema tenía sus
instalaciones. En un primer momento temió que el pequeño lo reconociera
a pesar de que actuó con la cara cubierta y le asaltó el miedo de
que con su actitud pudiera delatarle, no obstante sus temores no se
confirmaron, el niño no dio en ningún momento muestra de reconocer
a quien le ayudó la pasada noche.
Ya dentro del edificio donde la Inquisición ejercía su ministerio uno
de los jueces de la Suprema, fray Anselmo ordenó que llevaran al pequeño
Fernán con su madre y que condujeran al primer prisionero, el
tal Miguel Rodríguez, a la sala de tormentos para proceder a su interrogatorio.
Dos familiares de la inquisición acompañaron al verdugo en
esa tarea, una vez abajo, en la zona de las mazmorras, Benito dijo.
– Id vosotros a por el tal Miguel Rodríguez, yo llevo al crío a la celda
de su madre.
Así lo hicieron, se separaron, el verdugo llegó a la celda de Isabel
acompañando al arrapiezo, cuando madre e hijo se vieron se fundieron
en un abrazo y dieron paso a un mar de lágrimas. La mujer preguntó al
verdugo:
– ¿Por qué lo habéis traído aquí?
– Orden de Fray Anselmo, lo siento, lo detuvieron ayer al intentar
escapar, creo que el hombre a cuyo cuidado estaban los chicos ha
muerto, en cambio los otros dos lo han conseguido, los hemos sacado
de Madrid y están a salvo.
Isabel se soltó del abrazo de su retoño, lo llevó al catre que había al
fondo de la celda y con rapidez se giró hacia el verdugo.
– Tenéis que sacar a Fernán de aquí, éste no es sitio para un niño.
– No, en realidad no lo es, tenéis razón, mas cambiar ahora la situación
será muy complicado, el Inquisidor General y el juez han decidido
que debe correr vuestra misma suerte.
– ¡No! No puede ser, el niño es inocente, no pueden hacerlo pasar
por el tormento de la muerte en la hoguera.
– Sólo por el hecho de ser hijo vuestro lo consideran culpable, yo
haré lo que pueda por ayudaros y sacarle de aquí pero os repito que es
casi imposible escapar de este edificio.

Era muy difícil escapar de la Inquisición en una época en que eran
todopoderosos, como confirmación, tras los interrogatorios efectuados
antes del atardecer, se firmaron seis sentencias de muerte en la hoguera.
Isabel Núñez y Fernán Vaez los dos primeros y estás llevaban
adherida la del pequeño Fernán, el menor de la familia, también Beatriz
Núñez, hermana de Isabel, Jorge Cuaresma, Miguel Rodríguez y
Leonor Rodríguez, todos ellos condenados a la máxima pena por el Inquisidor
General. También dictó el Santo Oficio sentencia contra la casa
donde estaba ubicada la mercería, sería derribada, demolida, y la
Corona decidiría posteriormente de que modo se ocuparía el lugar vacante
dejado por ella.
Benito había conseguido momentáneamente vencer la batalla contra
el agotamiento y en el lugar que aquél dejó vacante se había instalado
la indignación. Se dirigió veloz hacia la cárcel de la corte pues todavía
le quedaba un prisionero que torturar y además en esta ocasión
se trataba de alguien conocido, sabía su nombre, el auténtico y también
algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida
secreta, nombres en general irreales, como de novela. Lucas.
¡Cuán curioso iba a resultar el interrogatorio! Benito torturaría sin
piedad a un hombre hasta que diera a sus interrogadores el nombre de
otro hombre, el suyo, Benito Jiménez, verdugo municipal y ahora cómplice
de asesinato, instigador de acciones violentas contra la justicia,
hostigador de actos contrarios a las ordenes del Santo Oficio.
Preparó la cámara de tortura como si nada especial sucediera, como
si de un preso desconocido para él y por completo anónimo se tratara,
después se sentó en silencio aguardando instrucciones. Percibió con
sublime claridad que se hallaba en un callejón sin salida.
El Capitán de la Guardia de Madrid solicitó permiso al juez para estar
presente en el interrogatorio, de los dos guardias designados para
llevar a cabo tal misión, uno se presentó voluntario, Esteban, aquél
que detuvo a Lucas y estuvo a punto de acabarlo, y si por él hubiera sido
hasta hubiera oficiado de verdugo en la escena que se estaba preparando.
Así pues tres militares, un galeno y un escribiente estarían
junto a Benito durante el proceso de interrogar al prisionero.
– Id por el preso-, ordenó el Capitán de la Guardia-, y de inmediato
los dos soldados y el verdugo fueron a buscarlo.
– ¡Vamos mequetrefe!-, saludó Esteban al preso con una gran sonrisa
dibujada en su rostro-, vamos a ver ahora que tal surtido de valor
estáis.
No fue precisamente bien tratado en el breve traslado de la mazmorra
a la sala de tormento, los soldados, especialmente Esteban, lo golpearon
en varias ocasiones. De todos modos Lucas parecía indiferente
a los ataques, sin embargo en varias ocasiones dirigió el reo su mirada
de soslayo hacia el verdugo intentando llamar su atención. Aunque parecía
muy calmado en realidad no lo estaba, no dolían las patadas ni
los puñetazos, solamente dolía el lacerante mordisco del miedo.
Dentro de la sala de torturas empezó el trabajo del verdugo y el calvario
del detenido. Benito procuró alejarse del resto de los asistentes a

la sesión de castigo y sobre todo tuvo cuidado en alejarse de los soldados.
Mientras procedía, como era costumbre, a desnudar al preso de
cintura par arriba Lucas le habló:
– Matadme Benito, no quiero delataros, tenéis que matarme antes
de que la tortura me suelte la lengua y vos mismo me obliguéis a confesar,
vuestro nombre.
– No puedo hacerlo.
– Debéis hacerlo, ya soy hombre muerto, quiero llevarme mis secretos
a la tumba. Moriré de todos modos pero sin sufrimientos adicionales.
– Si os mato yo también quedaré en evidencia y bajo sospecha.
– No necesariamente, conseguid un veneno, seguro que podéis, no
en vano sois verdugo, durante la tortura acercadlo a mis labios y no
dudaré, lo ingeriré como si fuera un elixir capaz de salvarme de todo
mal, pensarán que me he suicidado.
– ¡Cuidado!, se acercan los guardias.
– Mátame Benito, por el bien de todos, ¡mátame!
– ¿Por qué tardáis tanto? No tenemos todo el día-, apremió el Capitán
sin apercibirse de la conversación que mantenían preso y castigador.
– Capitán el prisionero me comenta que no se encuentra bien, tiene
dolores en el pecho y retortijones en las tripas-, respondió el verdugo
al Capitán y un poco más tarde se volvió al médico-, examinadle y determinad
si es o no conveniente proceder al interrogatorio.
Se adelantó el galeno hacia la posición del detenido sin dar tiempo
al Capitán a expresar su opinión en contrario y de paso informó a cuantos
quisieron oír:
– El juez no consentiría una declaración tomada a un reo en malas
condiciones de salud.
Benito aprovechó el instante de confusión y disputa para coger una
redoma de las muchas que había en un armario. Miró de reojo por encima
del hombro que nadie observara sus maniobras y cuando se cercioró
de ello en una jarra de agua vertió un chorro de un líquido lechoso,
tras esto colocó la jarra manipulada junto a las demás que a buen
seguro utilizaría en breve para aplicar el tormento de la toca al prisionero.
El doctor tras examinar al detenido determinó de modo solemne
que estaba lo suficientemente sano y en condiciones de ser interrogado
por los métodos tradicionales.
– El único mal que padece es el miedo, por eso tiene apretones en
las tripas-. Dijo Esteban provocando la burla general de los soldados.
El verdugo dirigió una mirada de desaprobación a las reiteradas
chanzas, allí se iba a torturar a un hombre, a infringirle un duro castigo
para producirle daños quizá irreparables y no era asunto de risas.
De todos modos Benito cumplió con su deber, sujetó a Lucas al potro y
lo ató con las cuerdas fijando después las poleas como era lo habitual,
tras esa maniobra el Capitán comenzó el interrogatorio.

– Lucas González, a todas luces sois culpable de asalto a la justicia
y asesinato de un soldado de la guardia de Madrid, con esos cargos el
garrote sería el castigo correspondiente, sin embargo, si nos informáis
de los asuntos que nos interesan, además de ahorraros un sufrimiento
largo y doloroso nosotros podíamos interceder ante el juez para que
vuestra sentencia fuera un poco más benévola. Así pues, ¿estáis dispuesto
a hablar y a informarnos de quien os contrató para liberar a los
judíos y también a decirnos quien era el compinche vuestro que logró
escapar?
– Me contrató el mismísimo Felipe el IV y el Conde Duque Olivares
en persona dirigió el ataque y fue el compinche que se os escapó-, dijo
Lucas mirando a su interrogador.
– Verdugo, dad una vuelta a ver si le quitamos las ganas de bromear
a este miserable.
Benito obedeció, y no obstante hizo gala de su pericia dando la
vuelta a la polea demasiado deprisa, de esta forma, evitaba en la medida
de lo posible, algo de padecimiento al prisionero. Un grito lacerante
salió de la garganta de Lucas y apenas hubo cesado la expresión de
dolor físico se oyó la voz del Capitán.
– Vais a decirnos ahora verdad sobre lo que queremos conocer-, puso
fin a su frase con un tremendo puñazo que descargó sobre el vientre
del preso. Este trató de encogerse después del golpe que le causó
nauseas y al tratar de mover brazos y piernas se provocó mayor tormento
con las cuerdas que lo rodeaban.
– ¿Quién os pagó por la misión y quién os acompañaba?
– ¿No os acordáis?-, respondió entre jadeos de dolor-, vos mismo
Capitán me disteis una bolsa de monedas y fray Anselmo me acompañaba
en el lance, es un gran reñidor.
– Verdugo dos vueltas seguidas como premio a este bufón.
– Aplicadle la toca al mismo tiempo que el potro, Capitán-, dijo el
verdugo antes de ejecutar la orden recibida-, esa combinación le soltará
la lengua, además esa práctica está permitida por el procedimiento,
en unos instantes lo tendréis suplicando clemencia.
– Me place esa idea-, adujo el Capitán con una mueca de satisfacción
en sus labios-, dos vueltas y dos jarras para el prisionero.
Tuvo buen cuidado Benito de aplicar primero la jarra emponzoñada;
Lucas lo miró y hasta guiñó un ojo aprobando la acción del verdugo,
luego otra jarra más y por último las dos vueltas de cuerda en el transcurso
de las cuales siguió con su intento de ahorrar dolor al torturado.
Las toses se confundieron con los alaridos de desesperación, Benito temió
que Lucas vomitara y expulsara de forma involuntaria el veneno
ingerido, mas afortunadamente eso no ocurrió.
– ¿Vais a hablar o me obligaréis a administrar más torturas a vuestro
cuerpo?
Hizo Lucas un gesto afirmativo dando a entender que sí iba a hablar,
entonces el Capitán pidió al verdugo que le sacara el paño de la boca
para que pudiera decir lo que quisiera.
– ¿Quiénes son ésos a los que habéis encubierto?

– Dos fantasmas señor-, respondió entre jadeos haciendo un esfuerzo-,
el espíritu de Alejandro Tordesillas Capitán de la Guardia de
Madrid fue quien me contrató y el espectro de Francisco Espinosa el
Renco fue quien nos acompañó en el asalto.
– Meted el paño otra vez en la boca de este asesino, dos jarras completas
y tres vueltas de cuerda-. Ordenó ahíto de ira el Capitán de la
Guardia.
Cuando comenzó a temblar todos creyeron que era de miedo; cuando
su estómago experimentó espasmos feroces y continuados pensaron
que era debido a la rápida ingestión de las jarras de agua vertidas
en su boca; cuando la fuerza de las convulsiones estuvo a punto de
seccionar muñecas y tobillos lo atribuyeron a la repentina presencia de
la llamada enfermedad del demonio que no era otra que cosa que epilepsia;
cuando brotó sangre por oídos, boca y nariz supieron que irremediablemente
se moría; cuando estallaron sus globos oculares y quedó
inmóvil y mudo para siempre sospecharon que se había envenenado.
De la cámara de tortura salieron los tres militares muy indignados y
harto contrariados, no sólo el preso había dejado este mundo sin confesar
sino que además les privó del placer de someterlo a una larga
agonía; horrorizado salió el amanuense, en su larga vida de escribano
jamás había presenciado escena tan desagradable, creyó que nunca olvidaría
lo visto en aquella sala de los horrores; confuso y aturdido quedó
el galeno que no sabía a que atribuir tan repentina y dramática
muerte.
– Benito, ¿creéis que esto ha sido obra de un veneno?
– Lo dudo-, mintió el verdugo-, nosotros no se lo hemos administrado
y él, difícilmente ha podido tomarlo dentro de la cámara sin que nos
hayamos percatado.
– Quizá no ha sido ahora mismo, existen venenos que tardan en actuar,
incluso algunos que sólo son letales con una actividad física concreta,
pudo tomar uno de esas características en la mazmorra, en algún
descuido del alcaide y los carceleros.
– Complicado, no digo que imposible pero sí muy complicado que un
prisionero pueda obtener algún tipo de sustancia letal dentro de la cárcel
de la corte.
– Se lo pudo facilitar algún compinche, o quizá algún carcelero pagado
a tales efectos.
– Estoy tan confundido como vos doctor, sin embargo os daré mi
opinión. Yo creo que al aplicar el potro y dos jarras de agua tan seguidas
hemos destrozado sus órganos internos. Otra posibilidad es que la
tortura tan dura haya agravado alguna lesión que se le hubiera causado
en la detención que creo fue muy violenta, o alguna otra provocada
por los guardias en los golpes que le han propiciado durante sus horas
de cautiverio, recordad que dijo sentirse enfermo antes de la tortura.
En cualquier caso lo cierto e inamovible es que está muerto.
– El juez no se pondrá contento con este desenlace y el Capitán de
la Guardia menos todavía, ya habéis visto como ha salido de la sala,
parecía que lo llevaban los demonios.

– Pues tendrán el Capitán y el juez que aceptarlo así, no podemos
volverlo a la vida.
Estaba extenuado y hambriento. El aire frío de la noche alivió un
tanto su aturdimiento. Se encaminó hacia la taberna del Renco lo más
rápido que pudo, iba rezando para que don Gonzalo no hubiera cerrado
ya su negocio, iba clamando al cielo, implorando que los otros dos niños
hubieran conseguido huir y estuvieran a salvo.
– Benito os estaba esperando, ya creía que no veníais-, le dijo don
Gonzalo mientras le servía una generosa jarra de morapio.
– No he podido venir antes, pero decidme, ¿qué ha ocurrido?
– Usad esa jarra para brindar conmigo, los chavales están a salvo.
El verdugo dio un largo trasiego y el néctar de Baco lo reanimó un
ápice en lo que al cuerpo se refiere, pues el corazón ya lo había animado
suficiente con la noticia del caballero.
– Contadme los detalles.
– Fue tan fácil que todavía ni me lo creo, salimos de Madrid sin complicación,
una vez dentro del bosque les permití a los jóvenes salir de
los barriles para que estuvieran más cómodos, tumbados, tapados y
ocultos por unas mantas hicimos camino hasta Alcalá de Henares. Allí
los dejé al cuidado de una familia que son de plena confianza y además
convinimos que ellos los cuidarían en tanto se hicieran los preparativos
para un viaje pues van a juntarlos con sus familiares que al parecer viven
en Toledo.
– Don Gonzalo algún día os devolveré el favor, estoy en deuda con
vos y muy agradecido.
– Algún día quizá podáis ayudarme Benito, en la tarea de encontrar
al asesino de mi padre.
– Pues me place que me hagáis ese comentario. He oído por aquí y
por allí que vais haciendo muchas preguntas incomodas, eso os acarreará
problemas, tened mucho cuidado y en lo tocante a mi colaboración
contad conmigo en cuanto pueda ayudaros.
– Por ahora sólo puedo encomendaros que tengáis bien abiertos los
ojos y los oídos, si de algo os consiguierais informar me ponéis al corriente.
– Haré cuanto pueda, pero vos haced caso de mi advertencia, manteneos
a salvo.
Iba pensando, según caminaba, que tenía bien merecida una suculenta
cena y un largo descanso. De repente se detuvo, estaba junto al
convento de Santa Águeda también denominado de las arrecogidas,
frente a la iglesia de San Antón. Fijó su mirada en la imagen del santo,
se persignó y murmuró una breve oración, después reanudó su camino
hablando consigo mismo.
– Al final va a ser cierto, Dios existe, aprieta pero no ahoga.
En la iglesia de Santa Águeda anexa al convento, en una ventana circular
de su fachada principal, se dibujó una figura oscura, era imposible
que ser humano se asomara al ventanal pues se elevaba más de cinco
metros desde el suelo, se diría que era una aparición evanescente, fantasmal,
la representación de un verdugo despidiendo a otro verdugo. El
espectro, lentamente, como la noche, como una débil niebla, se disipó.

jueves, 20 de octubre de 2011

Síndrome de Estocolmo


Síndrome de Estocolmo




No pude evitar mirar de reojo la puerta del apartamento. Volver mi rostro, mirar el anverso de esa puerta, contemplarla por el lado desconocido.
Sentí vértigo, miedo, nostalgia…
Vértigo de mi recién estrenada libertad soñada, tan lejana y de repente… hallada. Vértigo por dejar atrás una larga experiencia, tan agobiante como enriquecedora
Miedo a la resurrección de mi pesadilla, aunque, tras el disparo no volvió a moverse, después el portazo, nada se oyó.
Nostalgia de un amor imposible desde el mismo instante en que nació hasta el momento, éste, en que murió.
No puedo evitar una lágrima de despedida, conozco el nombre de esta enfermiza necesidad mía: Síndrome de Estocolmo.






Secreto



No pude evitar mirar de reojo la puerta del apartamento, no pude evitar levantarme de un salto, abandonar el escritorio, recorrer la habitación con rápidos pasos y asegurarme de la posición de bloqueo de los cerrojos.
Sabía que estaban al otro lado, que no necesitaban abrir la puerta para traspasar el umbral, no obstante, encerrada me sentía más segura y podía regresar a mi trabajo.
Memorizaba el texto del documento conforme lo descifraba, no iba a ser tan imprudente de dejárselo escrito. Una vez archivado en mi cerebro encendí un pequeño fuego para destruirlo. Cuando finalmente logren entrar, no podrán matarme, el secreto estará solamente escrito en mi memoria.

lunes, 10 de octubre de 2011

El casero siempre llama dos veces





RELATO COMPLETO.


Título: El casero siempre llama dos veces

Primera sombra: Despertar

Unos pasos en la escalera le sacaron del ligero duermevela en que se hallaba sumida. Había dormido mal; fatal, demasiadas cervezas entre estómago y cerebro y viceversa. Tuvo que levantarse para ir al baño en un par de ocasiones; entre el dormitorio y el escusado y viceversa. Tantos paseos por el pasillo en sombras la desvelaban y también el calor, y también los ronquidos etílico-anaeróbicos de su pareja.
No tenía que madrugar. No había puesto el despertador. Quería simplemente despertarse cuando ya no tuviera más sueño, cuando estuviera cansada de dormir y, sin embargo… los pasos inoportunos hollando la fría piedra de la escalera la habían despertado.
Miró a su diestra, Nick dormía a su lado, entonces ¿de quién eran las pisadas que recorrían las mesetas y peldaños de su escalera? ¿Quién había en la casa además de ellos dos? ¿Quién y cómo había entrado?
Se levantó impulsada por el muelle de su resolución dispuesta a averiguarlo, por un instante pensó despertar a Nick pero un ronquido seco y ahogado, ahogó su intención, entre lo que ella tardara en explicar y él en despertar y comprender, podía pasar demasiado tiempo.
Fue al baño en primer lugar, entre el dormitorio y el escusado sin viceversa, no solamente por miccionar de nuevo los últimos reductos de las cervezas ingeridas la noche anterior, también por armarse con las tijeras que había en la repisa superior del armario del espejo. Si alguien se había colado en su casa y había interrumpido su descanso se iba a llevar un buen corte

Segunda sombra: El salón solitario

Sombras en la escalera, por lo demás, nada, nadie. Los ruidos habían cesado, al final seguro que todo fue un sueño o una pesadilla o viceversa. Caminando despacio, descendiendo entre sombras, llegó a la segunda planta, allí estaba el salón en penumbra.
Entró.
Con la poca luz y las muchas sombras que proporcionaban unos tímidos rayos de sol que profanaban las rendijas de la vieja persiana pudo ver, a la derecha, el sofá azul. Ese era el de ver la televisión puesto que estaba situada justo enfrente. La pantalla del aparato, plagada de sombras, apagado en negro, reproducía no obstante una imagen confusa, difusa. Una secuencia profusa de película de terror. La silueta de una mujer patidifusa, atemorizada, armada con unas tijeras con las que podía incluso herirse a sí misma. Era un reflejo, su imagen, su película, su sombra.
Las puertas del armario estaban cerradas como siempre, ¿no habría nadie dentro? No, desechó la posibilidad de abrir para cerciorarse. En la pequeña mesita, la de tomar el café, que estaba junto al sofá azul de ver la televisión, reposaba, olvidado, un vaso sucio de restos pegajosos.
Al otro lado las dos mecedoras, ambas quietas y vacías. El otro sofá, el amarillo, el de dormir la siesta las tardes de calor porque a él llegaba nítido el aire de la ventana cercana. Cercana y actualmente cerrada a cal y canto. Junto al sofá amarillo de dormir la siesta estaba la mesa de no comer, puesto que por norma general y siempre que no hubiera invitados, hacían las comidas abajo, en la cocina. Y alrededor de la mesa de no comer, las cuatro sillas de madera de un color tan claro, tan cálido y tan brillante…
Frente a ella estaban los cuatro cuadros anárquicamente alineados, cuatro fotografías antiguas de diferentes rincones del pueblo, cuatro amuletos en realidad, recuerdos colgados en la alcayata del destiempo condenados al cobrizo amarillo del olvido, cuatro recuerdos que no eran los suyos.
Encima de la mesa, junto a las llaves que usó de madrugada para entrar, un billete de 50 euros arrugado y monedas sueltas. Si había entrado alguien desde luego no tenía intención de robar.
Escuchó ruidos de nuevo en la planta de abajo, de nuevo pasos sigilosos, inoportunos, pisadas intrigantes por la escalera. Al mismo tiempo, sobre la mesa, un zuñido molesto, un objeto se movía retozando debajo del billete arrugado que con un temblor inquietante se desplazó en pos de las monedas.
El móvil.
Puesto en modo silencio el celular vibraba sobre la mesa al producirse una llamada y a pequeños tirones se aproximaba, sigiloso, inoportuno, intrigante, travieso, a las monedas y las llaves.
_ Diga- susurró con miedo de alarmar a quien la alarmaba.
_ Señorita Cora soy Fran, el casero…
El casero, precisamente hoy, precisamente ahora, qué inoportuno, qué mala sombra, ojalá no hubiera contestado, el casero siempre llama dos veces.


Tercera sombra: La cocina

Susurraba entre sombras, no quería, no podía alzar la voz.
_ Fran no es buen momento, acabo de despertar y tengo una resaca de espanto, además pasa algo raro en la casa, oigo ruidos, cualquier asunto seguro que puede esperar.
_ No señorita no puede esperar,- mientras oía las palabras del casero quien por cierto también murmuraba bajando la voz todo lo posible, quizá por simpatía o por inercia, salió del salón y comenzó a descender hacia la cocina-, hoy es día uno de julio ¿recuerda? Son más de las doce de la mañana, debían haber abandonado la casa, tengo que limpiar, esta tarde vienen los nuevos inquilinos.
_ ¡Maldición!- exclamó en un susurro ahogado, bajaba los peldaños de dos en dos, sobrevolándolos, apenas rozándolos para no hacer ruido con sus pisadas y murmuraba de forma prácticamente incomprensible-, no me acordaba de la fecha, lo siento, pero ¿cómo sabe usted que seguimos en la casa?
Llegó a la puerta entreabierta de la cocina, dentro había alguien, seguro, se percibían roces de telas, una respiración amortiguada y un sordo murmullo susurrado.
_ ¿Cómo voy a saberlo?- Empujó la puerta de un puntapié, con decisión, con el móvil en la oreja izquierda y las tijeras alzadas en la diestra, entró a la cocina y entonces… oyó lo mismo por su oído izquierdo, es decir por el móvil, que por su oído derecho, es decir en vivo y en directo-. Estoy en mi… estoy en su… estoy en la cocina.
Quedaron petrificados, mirándose incrédulos, sin dejar de apretar los celulares contra sus pabellones auditivos. El casero abría los ojos hasta el infinito y recorría el cuerpo de la mujer de pies a tijera, que se alzaba un palmo sobre su cabeza y viceversa, la inquilina no pestañeaba, en silencio y en absoluta quietud trataba de relacionar la imagen con alguna explicación lógica.
_ Qué susto me ha dado Fran, oí ruidos, creía que era un ladrón o un asesino o un violador…
_ Pues soy yo, entré con mi llave, venía a limpiar la casa y me di cuenta de que todavía estaban dentro- hablaban por teléfono, mantenían la comunicación y los móviles les trasladaban una millonésima de segundo más tarde y, por segunda vez, sus palabras-, tenga cuidado con esas tijeras, se puede hacer daño o hacérselo a alguien o incluso hacérmelo a mí.
_ Creo que esto ya no es necesario- dijo la inquilina mostrando el móvil y las tijeras y percatándose entonces y sólo en ese momento de su situación.
Había salido con tanto miedo y tanta urgencia de la cama y la noche anterior había hecho tanto calor. No se había puesto nada, ninguna prenda por encima de su cuerpo y estaba prácticamente desnuda, solamente unas minúsculas braguitas tipo tanga ocultaban una ínfima parte de su anatomía. Y encima eran blancas y finas y se trasparentaban…
Los ojos de Fran, ya acostumbrados a la penumbra de las sombras, devoraban el exuberante cuerpo de Cora y se encendía su deseo mientras ella apagaba el móvil.
_ No ya no es necesario eso- dijo sin que la inquilina llegara a saber a ciencia cierta si el casero se refería a los instrumentos que mostraban sus manos o a la tela translúcida que ocultaba su sexo.
_ Disculpe mi aspecto, me acosté tarde y me acabo de despertar.
_ No hay nada que disculpar, al contrario es de agradecer tanta belleza. Nunca me pareciste demasiado guapa pero tu cuerpo es de una hermosura arrebatadora, tanto que ardo en deseos de besarlo todo entero.
Fran dejó el móvil en la pila sin percatarse de que estaba llena de agua y dio un par de pasos hacia Cora que permanecía inmóvil tratando de taparse.
_ Qué vas a hacer, ni se te ocurra acercarte más…
Puso sus manos en los pechos que se agitaban con la respiración, la empujó hasta apoyarla en la pared y clavó los labios en sus labios acallando sus protestas.
Cora correspondió al beso apasionado, era dulce, le quitaba la sed que la resaca le producía, pero de repente abrió los ojos y empujó con fuerza a Fran apartándolo de ella, la tijera se enganchó en la camisa del casero y se la arrancó. Entre sombras apreció Cora su torso fuerte, los músculos de los hombros, los brazos, unas gotitas de sudor que perlaban la piel y cayendo, la conducían irremisiblemente al deseo.
_ Ten cuidado con las tijeras Cora- dijo abalanzándose de nuevo sobre ella.
Al segundo beso sus manos dejaron de palpar la tela translucida, tiró fuerte de ella, con todo su deseo y le arrancó el tanga, ella alzó su brazo diestro y la poca luz del mediodía que se filtraba por las rendijas de la persiana proyectó, sobre la espalda del casero, la amenazadora sombra de unas tijeras.

Cuarta sombra: Tijeras cuchillos y viceversa

Las tijeras golpearon con fuerza la espalda de Fran que ni se inmutó ni interrumpió sus besos ni sus caricias ni disminuyó, en modo alguno, su desbocado deseo, por causa del impacto accidental.
Junto a las tijeras, en el suelo, estaba el móvil que también había caído segundos antes por estar a menos altura y también por esa circunstancia no golpeó al casero, como hicieron aquéllas, aunque rozó uno de sus tobillos.
Ahora las manos de Cora, sin objetos que entorpecieran sus movimientos, estaban libres, aunque permanecían muy ocupadas tratando de desabrochar el pantalón de Fran.
_ Espera- dijo el casero impaciente-, yo lo haré.
Se separó un poco, apenas una zancada hacia atrás y se liberó del incordio de la ropa bajando los pantalones hasta los tobillos. Ahora tuvo que dar varios pasitos cortos para acercarse al punto de partida.
_ Ahora aguarda tú- dijo Cora apartándose de él-, no quiero estar de pie pegada a la pared.
Se dirigió a la mesa y empezó a tirar los objetos y restos de la última comida de ayer, de la última cena. Algunos platos cayeron al suelo y también algunos cubiertos, un vaso se rompió en mil pedazos. A Fran los ruidos de los cristales y metales lo excitaban aún más y, más aún, la visión de Cora de espaldas a él, barriendo la mesa, con esas nalgas blancas que bailaban al ritmo de los ruidos de la cubertería incitándole a la locura… a una mayor locura.
Con pasos cortos llegó hasta ella, hasta los glúteos respingones donde sin preámbulos instaló su órgano masculino.
_ ¡He dicho que esperes!- dijo Cora girándose y mostrando un cuchillo de filo brillante y amenazador al tiempo que se sentaba en el filo de la mesa para de inmediato añadir-, ahora sí, a qué estás esperando.
Fran no se hizo esperar, pronto quedaron unidos, pegados, adheridos por la pasión irrefrenable. Sus labios apretados violentamente contra los de Cora, los pechos de la inquilina estrujados contra el torso del casero, sus sexos fundidos en uno…
Las manos de Fran arañando la espalda de la mujer, la mano izquierda de Cora aferrando la nuca de su rival, en la diestra los dedos se agarraban a un cuchillo que de vez en cuando pinchaba, sin llegar a herir, la espalda del casero.
_ ¿Por qué siempre tienes objetos peligrosos y cortantes en las manos?
_ ¡Cállate y no dejes de besarme!
Jadeos y gemidos quedaron ahogados en un beso y viceversa. El combate cuerpo a cuerpo entró en una espiral de ritmo frenético que no podía durar mucho más. Así fue. Los labios se separaron, ambos echaron la cabeza atrás, Cora alzó la mano derecha armada con el peligroso cuchillo, Fran sujetó con la siniestra la muñeca de la mujer por miedo a que en un espasmo le descargara un golpe mortal. De puntillas en el vertiginoso precipicio del orgasmo se hallaban cuando a su espalda surgió una sombra proyectada desde el umbral y un grito cruzó el quicio de la puerta para mezclarse con el grito incontenido e incontenible del casero.
_ ¡Aaaaahhhhhhh!- Chilló Fran perdiendo toda su fuerza en el último empujón.
_ ¡Qué coño está pasando aquí!- gritó Nick sin dar crédito a sus ojos y alzando su escopeta.
_ Siempre tienes que joderlo todo- espiró Cora insatisfecha dirigiéndose… ¿a Fran? ¿A Nick?, o viceversa.



Quinta sombra: la sombra de una duda razonable


_ ¡Qué significa esto!- gritó de nuevo Nick al tiempo que con su diestra cogía por los hombros a Fran y lo zarandeaba-, ¿qué haces con mi mujer?
Fran perdió el equilibrio, los pantalones trababan sus tobillos, no pudo apoyarse, trastabillo y cayó estrepitosamente golpeándose con la cabeza en el suelo, el golpe lo dejó ligeramente aturdido, sin embargo distinguió el tacto frío del filo de unas tijeras junto a su mano diestra.
_ ¡Qué haces con mi mujer no! ¡Imbécil!- dijo Cora con un ronquido ahogado y forzando el llanto-. Lo correcto es preguntar qué le haces a mi mujer, no ves que me está… me está…él me ha…
_ ¡Maldito bastardo!- exclamó Nick comprendiendo la situación o, creyendo comprender la situación o, viceversa y, mientras continuaba hablando, el punto de mira de la escopeta se instalaba en el cuerpo del casero- Dime qué le has hecho a Cora antes de que te pegue un tiro.
Fran estaba ligeramente aturdido por el golpe pero comprendió en seguida la situación: su inquilino creía que él… Cora le había dicho a su marido que él… y por culpa de esa sucia mentira ahora él estaba a punto de…
_ No le he hecho nada-, gritó en su defensa para después, atiplando la voz añadir-, bueno nada que ella no quisiera que le hiciera, se me insinuó, estaba desnuda y me provocó, hasta limpió la mesa para estar más cómoda, yo no soy de piedra…
De nuevo la escopeta cambió de diana y se dirigió a las curvas de Cora que seguía sentada sobre la mesa y con el cuchillo en la mano.
_ ¿Tú le provocaste? ¿Te mostraste desnuda al casero y te insinuaste? Entonces eres tú la que debe morir.
_ Le crees a él y no a mí, ¿estás ciego?, mira ahí en el suelo las bragas rotas, los cubiertos, en el forcejeo hemos tirado la vajilla de la mesa, con mucho esfuerzo he podido coger el cuchillo y estaba intentando clavárselo para librarme de su acoso pero él me sujetaba la mano, ¿acaso no lo has visto?
Fran se levantó con ímpetu y casi volvió a caer, se sentía ridículo con los pantalones por los tobillos, con su miembro a la intemperie oscilando alicaído tras el esfuerzo y el susto y, asiendo las tijeras con su mano diestra como si fuera una costurera vilipendiada.
_ No ha habido forcejeo, ella tiró al suelo los objetos de la mesa, prefería hacerlo sobre el mantel y no apoyada en los azulejos fríos de la pared.
Nick también se sentía ridículo, en calzoncillos, eligiendo blanco o diana, táchese el que no proceda, armado con una escopeta que ni sabía con certeza si estaba o no cargada y con una gigantesca resaca que le impedía razonar y sólo le producía sombras y dudas y viceversa.
_ No sé a cuál de los dos voy a matar primero- movió la escopeta de un lado a otro, de izquierda a derecha, de la diana al blanco, de la mujer al hombre y viceversa-, a la zorra o al violador, al bastardo o a la ramera…
Cora también se sentía ridícula, desnuda, insatisfecha, sentada en el borde de la mesa aunque cruzando las piernas pudibunda, aferrada al cuchillo… al menos la resaca se había evaporado con tantas y tan variadas emociones.
_ Encima de ultrajada tengo que aguantar ser insultada y tendré suerte si no soy asesinada.
Nick sufrió un escalofrío, la resaca, su desnudez, las palabras de su mujer o una mezcla explosiva de todas esas circunstancias le hicieron temblar y, como consecuencia de esa contracción, sus dedos adoleciendo gafedad, torpes, engarabitados, se enredaron con el disparador. Afortunadamente la escopeta no estaba cargada y sonó un click en vez de un bang. A pesar de eso o precisamente por ello Cora palideció.
_ Has apretado el gatillo, has querido matarme- dijo incrédula porque su marido hubiera sido capaz de dispararle y porque a pesar de todo la suerte la mantenía viva. Y se puso en pie amenazándole con el cuchillo.
_ Has dicho que te he violado-, decía Fran indignado mientras amenazaba a su amante con las tijeras-, ¿cómo has podido hacerlo después de ofrecerte de forma descarada y pedirme que te besara?
_ Has roto mi matrimonio, he estado a punto de matar a mi esposa- adujo Nick apuntando de nuevo al casero e introduciendo un cartucho en la recámara, ahora sí estaba cargada, si pulsaba el disparador no habría vuelta atrás, viaje de ida sin viceversa.


Sexta sombra: Sangre, sombra y viceversa.

En ese inoportuno instante llegué yo, imprudente, curioso, inconsciente, sin llamar dos veces, sin llamar, casi sin hacer sombra.
La escena era ridícula, me hubiera reído de buena gana si no hubiera formado yo parte de ella. Cora en pie, junto al borde de la mesa, desnuda, con las piernas muy juntas tratando de esconder sus vergüenzas con la siniestra, en la mano diestra un cuchillo enorme y en su rostro una expresión agresiva, a pesar de todo bella, inmensamente atractiva.
Fran de pie manteniendo el equilibrio a duras penas, a penas duras, los pantalones enredados con sus zapatos, sin camisa, envuelto en sudor y con su miembro bailando la danza del absurdo; patético, inmensamente lamentable.
Nick de espaldas a mí, por encima de su barriga fofa una escopeta, por debajo unos calzones de corazones de un mal gusto reprobable, extravagante; la antítesis del deseo, inmensamente desagradable.
Mi llegada inesperada les sobresaltó a los tres, todos se volvieron a mirarme, todos apuntaron sus armas hacia donde yo me hallaba y ese gesto fue el que ahogó mi risa y despertó mi miedo.
De repente se escuchó un disparo, una bala me partió el pecho y una fuerza terrible me propulsó contra la pared a unos metros de donde me hallaba. Mi sangre tiñó de tragedia algunas baldosas del pasillo.
Fran no aguardó más acontecimientos, lo vi desde el suelo donde quedé inmóvil aunque con los ojos abiertos. Se abalanzó sobre Nick y sin permitir reacción alguna le clavó las tijeras en el pecho. El ruido fue horrible, como cuando cae un melón al suelo y estalla; la cara de sorpresa del agredido una mueca terrorífica, como cuando te pisa el pasajero más obeso del autobús y te hace polvo el juanete. El corazón se lo habían partido, primero al descubrir la traición de su esposa, después al hincarse las tijeras en su pecho. Cayó estrepitosamente. Estrepitosamente muerto. Pasó a mejor vida sin viceversa.
_ Estás loco, le has matado.
_ Pues claro que lo he matado ¿acaso pretendías esperar a que nos matara él a nosotros? Mira lo que le ha hecho a ése desgraciado- dijo enfadado, excitado y señalándome a mí con su dedo tembloroso.
_ Y ahora ¿qué hacemos? Irás a la cárcel, nos juzgarán.
_ No pasará nada, limpiaremos las tijeras quitando mis huellas, tu las cogerás poniendo las tuyas y declararemos que tras sufrir un arrebato de celos y de golpearme a mí en la cabeza, Nick trató de matarte con la escopeta; el primer disparo fue fallido y el segundo alcanzó a ése,- de nuevo me señaló con el dedo tembloroso y me llamó “ése” ¿acaso no sabía cómo me llamaba? No, probablemente no lo sabía-, antes de que pudiera hacer un tercero te defendiste, no querías matarlo pero no supiste calcular dónde le asestabas el golpe. Yo corroboraré todas tus palabras con mis palabras y con la herida de mi cabeza, te declararán inocente, fue en defensa propia, quedaremos los dos en libertad y además nos hemos librado de la pesada carga de tu esposo, viviremos juntos y felices por siempre Cora.
No se preocuparon de mí en ningún instante, no me auxiliaron, ni me miraron y, eso me dolió más que la herida, como si yo no estuviera, como si yo no hubiera recibido un disparo y lo peor de todo fue que el plan de Fran tuvo éxito, todo ocurrió como el lo había dicho, exculparon a Cora, se libraron de la molesta presencia de Nick, con quien Cora se había casado por dinero y al poco tiempo iniciaron una vida juntos.
Se olvidaron de todo, del marido muerto; del inquilino asesinado, a la sazón el mismo; del homicidio; del inherente juicio; de las sombras que los acechaban y, lo que más me dolió, más incluso que la propia muerte; se olvidaron incluso de mí… de Viceversa…



Séptima sombra: El polizón

Y sin embargo yo no había olvidado nada, tengo muy buena memoria y recuerdo lo sucedido a la perfección, aunque aconteciera en mi otra vida.
No puedo soportar ver a este imbécil con Cora, no puedo ver a mi dueña en brazos de un asesino aunque su crimen la haya liberado de alguien a quien ella nunca quiso. Tampoco creo que ame a Fran, no, estoy seguro, no es amor, es simplemente sexo o necesidad de percibir un poco más de dinero.
No pude declarar en el juicio, claro es normal, ¿cómo iban a permitirme hacerlo? A mí, a un pobre diablo. Fui el único testigo de lo sucedido pero siempre tendría que permanecer callado, siempre debería vivir con el secreto mordiéndome las entrañas.
No, no podría confesar jamás y sin embargo, también yo había tomado una decisión. Cora será mía o de nadie, no permitiré que siga conviviendo con un asesino.
Y así un buen día llegó mi oportunidad, llegó el momento propicio, iban a realizar juntos, los dos, un trayecto en coche hasta un pueblo vecino, para hacer unas compras y yo, me colé como hacía casi siempre. Fran conducía, siempre era él quien conducía, yo abandoné mi escondite, dejé de ser polizón para ser pasajero y mimoso, rocé el tibio hombro de Cora.
_ Hola amigo- dijo abrazándome mimosa, sorprendida de verme pero contenta de mi aparición-, has decidido acompañarnos, bien, así el viaje será más interesante.
_ No veo yo el interés-, dijo Fran sin mimo de ninguna clase, jamás se alegraba de verme y fijó sus ojos en los míos mientras me chillaba-, ¡al contrario, eres un estorbo, un maldito intruso!
No pude contenerme, no pude aguardar más, ¡tranquila Cora, agárrate fuerte, yo te libraré de este imbécil!, pensé mientras sucumbiendo a mi impulso me abalanzaba sobre él.
Arañé su rostro con todas mis fuerzas, clavé mis uñas en sus ojos, mordí sus manos para obligarle a soltar el volante. Sangró como lo que era, como un cerdo, sus alaridos de dolor superaron en decibelios los gritos de sorpresa de Cora y se elevaron incluso por mis roncos gruñidos de desesperación.
Desesperado fue el volantazo de Fran, nos sacó de la carretera, el muy imbécil en vez de girar a su izquierda lo hizo a la derecha, hacia el lado de Cora y, esa absurda maniobra suya nos precipitó por el barranco, seguro que lo hizo adrede, apuntando el objetivo al asiento del copiloto para que el peor golpe se lo llevara Cora, para salvar su asqueroso culo.
Finalmente Cora no sería mía, no sería de nadie. Fran sobrevivió, ya saben, mala hierba…
Cora murió en el acto, al menos sé que no sufrió y no comprendió lo que pasaba por lo cual no creo que me guarde rencor.
Yo salí despedido en la primera vuelta de campana, me golpeé contra las rocas, creo que morí al instante porque no recuerdo haber sufrido. ¡Qué destino tan cruel fallecer tantas veces en tan pocos días!
Fran tardó mucho tiempo en recuperarse de sus heridas y cuando por fin salió del hospital se llevó la sorpresa de su vida. ¡Qué satisfacción experimenté al ver su cara! No pude contener la risa cuando la policía lo detuvo acusándole de provocar el accidente para liquidar a Cora y quedarse con su dinero, que en realidad era de Nick.
Lo declararon culpable de asesinato, qué curiosa la justicia de los hombres, cuando era culpable lo liberaron declarándolo inocente y, ahora, inocente de verdad, y no obstante, encarcelado. Lo tenía merecido y Cora, aunque me apena su muerte, también merecía un castigo, si hubiera existido un onceavo mandamiento ellos también lo hubieran incumplido.
Ahora es tarde para arrepentimientos. La oscuridad ha cubierto el escenario, ya no hay viceversa, solamente sombras, es muy tarde ya.


Octava sombra: Qué mala sombra

Y es tarde también para mí, el accidente me costó la vida, otra más de mis siete vidas, al final será cierta esa creencia esotérica y supersticiosa que nos concede a cada uno de nosotros siete existencias.
Son siete los días de la semana, los siete mares, los siete colores del arco iris. Siete son los sacramentos, los siete pecados capitales, las siete maravillas del mundo, las siete notas musicales y los siete enanitos de Blancanieves. ¿Por qué no iba yo a tener, como todos los demás, siete vidas? De hecho ya he quemado seis, ésta, la actual, la que disfruto y vivo ahora, es, si no he perdido la cuenta y mi cálculo no me engaña, la última y definitiva. Y voy a aprovecharla a conciencia, no me queda casi nada por hacer, sólo una hazaña tengo pendiente, torturar a Fran incluso en la cárcel.
Como todos los días me dispongo a visitarle en su celda. Me cuelo por donde siempre, paseo impunemente por los pasillos y corredores hasta que uno de los guardias sale a mi encuentro. Me saluda.
_ Buenas tardes Sombra, ¿otra vez por aquí?
Todos me llaman Sombra, debe ser por mi pelo completamente negro, o quizá por el futuro oscuro que le espera a Fran, mi único familiar vivo y para siempre a la “sombra”. No sé cuál de los guardias me lo puso pero me gusta el nombre, aunque debo reconocer sinceramente que me gustaba más el anterior, tal vez porque lo recuerdo pronunciado por los dulces labios carnosos y sensuales de Cora. No me lo adjudicó ella, fue aquél otro novio que tuvo, no recuerdo como se llamaba, el melenudo, el único que amó, el que dejó para casarse con el dinero de Nick. Me bautizó con el nombre del grupo musical donde tocaba la guitarra, Viceversa, un poco absurdo pero siempre mejor que Micifuz, Silvestre, Tigrecito o similares. El que no me gusta nada es el nombre que me puso Fran, no, ése no me gusta, es despectivo, se percibe su odio.
A diferencia del guitarrista melenudo que me adoraba, Fran siempre me ha odiado. Aunque el sentimiento fue recíproco, es decir yo también lo odiaba a él con mis siete almas. De todos modos, a pesar de nuestras diferencias, yo siempre le llamé a él por su nombre, jamás se me ocurrió decirle “Puto hombre”, por eso no me gusta cuando me llama “Puto gato”.
_ ¡Guardia venga a la celda! Ya esta aquí otra vez este puto gato.
Se desgañita jurando y perjurando que toda la culpa es mía, que fui yo el culpable, que yo provoqué el accidente. Se deja la garganta, se rompe la voz chillando que yo le ataqué, que arañé sus ojos, que mordí sus manos para hacerle perder el control del coche y yo, me mondo de la risa cuando los guardias le contestan.
_ ¡Fran cálmate!, es sólo el gato de tu amada, se ha quedado solo, eres su única familia, es normal que venga a visitarte. No tengas tan mala sombra.
_ No es mi familia, es el asesino de Cora ¿no lo entienden? ¡Ese puto gato sólo viene a reírse de mi desgracia!
¡Qué divertido, dedicar en exclusiva mi última vida a amargarle la vida!
¡Qué divertido llenar sus días de carcajadas, de Sombra y Viceversa!

Última sombra. Qué mala sombra.




El último capítulo de El casero siempre llama dos veces.
Al final Elena tenía razón.


Octava sombra: Qué mala sombra



Y es tarde también para mí, el accidente me costó la vida, otra más de mis siete vidas, al final será cierta esa creencia esotérica y supersticiosa que nos concede a cada uno de nosotros siete existencias.

Son siete los días de la semana, los siete mares, los siete colores del arco iris. Siete son los sacramentos, los siete pecados capitales, las siete maravillas del mundo, las siete notas musicales y los siete enanitos de Blancanieves.

¿Por qué no iba yo a tener, como todos los demás, siete vidas? De hecho ya he quemado seis, ésta, la actual, la que disfruto y vivo ahora, es, si no he perdido la cuenta y mi cálculo no me engaña, la última y definitiva. Y voy a aprovecharla a conciencia, no me queda casi nada por hacer, sólo una hazaña tengo pendiente, torturar a Fran incluso en la cárcel.

Como todos los días me dispongo a visitarle en su celda. Me cuelo por donde siempre, paseo impunemente por los pasillos y corredores hasta que uno de los guardias sale a mi encuentro. Me saluda.

_ Buenas tardes Sombra, ¿otra vez por aquí?

Todos me llaman Sombra, debe ser por mi pelo completamente negro, o quizá por el futuro oscuro que le espera a Fran, mi único familiar vivo y para siempre a la “sombra”. No sé cuál de los guardias me lo puso pero me gusta el nombre, aunque debo reconocer sinceramente que me gustaba más el anterior, tal vez porque lo recuerdo pronunciado por los dulces labios carnosos y sensuales de Cora. No me lo adjudicó ella, fue aquél otro novio que tuvo, no recuerdo como se llamaba, el melenudo, el único que amó, el que dejó para casarse con el dinero de Nick. Me bautizó con el nombre del grupo musical donde tocaba la guitarra, Viceversa, un poco absurdo pero siempre mejor que Micifuz, Silvestre, Tigrecito o similares. El que no me gusta nada es el nombre que me puso Fran, no, ése no me gusta, es despectivo, se percibe su odio.

A diferencia del guitarrista melenudo que me adoraba, Fran siempre me ha odiado. Aunque el sentimiento fue recíproco, es decir yo también lo odiaba a él con mis siete almas. De todos modos, a pesar de nuestras diferencias, yo siempre le llamé a él por su nombre, jamás se me ocurrió decirle “Puto hombre”, por eso no me gusta cuando me llama “Puto gato”.

_ ¡Guardia venga a la celda! Ya esta aquí otra vez este puto gato.

Se desgañita jurando y perjurando que toda la culpa es mía, que fui yo el culpable, que yo provoqué el accidente. Se deja la garganta, se rompe la voz chillando que yo le ataqué, que arañé sus ojos, que mordí sus manos para hacerle perder el control del coche y yo, me mondo de la risa cuando los guardias le contestan.

_ ¡Fran cálmate!, es sólo el gato de tu amada, se ha quedado solo, eres su única familia, es normal que venga a visitarte. No tengas tan mala sombra.

_ No es mi familia, es el asesino de Cora ¿no lo entienden? ¡Ese puto gato sólo viene a reírse de mi desgracia!

¡Qué divertido, dedicar en exclusiva mi última vida a amargarle la vida!

¡Qué divertido llenar sus días de carcajadas, de Sombra y Viceversa!

jueves, 6 de octubre de 2011

Septima sombra: El polizón.





Como no ha habido concurso, tendrá lugar el jueves que viene, no puedo poner los microrelatos de esta semana, por tanto os dejo la septima sombra, septimo y penúltimo capítulo de "El casero siempre llama dos veces"

Aprovecho para recordar que el día 13 de octubre habrá un encuentro de autor en Valdemoro, en Espacio ComuniKarte, calle Negritas 13, a las 19,30, en ese acto se presentará el poemario de Ana María Arroyo "En la piel del verso" y yo hablaré de mis "Recuerdos de lluvia y Cierzo"



Séptima sombra: El polizón

Y sin embargo yo no había olvidado nada, tengo muy buena memoria y recuerdo lo sucedido a la perfección, aunque aconteciera en mi otra vida.
No puedo soportar ver a este imbécil con Cora, no puedo ver a mi dueña en brazos de un asesino aunque su crimen la haya liberado de alguien a quien ella nunca quiso. Tampoco creo que ame a Fran, no, estoy seguro, no es amor, es simplemente sexo o necesidad de percibir un poco más de dinero.
No pude declarar en el juicio, claro es normal, ¿cómo iban a permitirme hacerlo? A mí, a un pobre diablo. Fui el único testigo de lo sucedido pero siempre tendría que permanecer callado, siempre debería vivir con el secreto mordiéndome las entrañas.
No, no podría confesar jamás y sin embargo, también yo había tomado una decisión. Cora será mía o de nadie, no permitiré que siga conviviendo con un asesino.
Y así un buen día llegó mi oportunidad, llegó el momento propicio, iban a realizar juntos los dos un trayecto en coche hasta un pueblo vecino para hacer unas compras y yo, me colé como hacía casi siempre. Fran conducía, siempre era él quien conducía, yo abandoné mi escondite, dejé de ser polizón para ser pasajero y mimoso, rocé el tibio hombro de Cora.
_ Hola amigo- dijo abrazándome mimosa, sorprendida de verme pero contenta de mi aparición-, has decidido acompañarnos, bien, así el viaje será más interesante.
_ No veo yo el interés-, dijo Fran sin mimo de ninguna clase, jamás se alegraba de verme y fijó sus ojos en los míos mientras me chillaba-, ¡al contrario, eres un estorbo, un maldito intruso!
No pude contenerme, no pude aguardar más, ¡tranquila Cora, agárrate fuerte, yo te libraré de este imbécil!, pensé mientras sucumbiendo a mi impulso me abalanzaba sobre él.
Arañé su rostro con todas mis fuerzas, clavé mis uñas en sus ojos, mordí sus manos para obligarle a soltar el volante. Sangró como lo que era, como un cerdo, sus alaridos de dolor superaron en decibelios los gritos de sorpresa de Cora y se elevaron incluso por mis roncos gruñidos de desesperación.
Desesperado fue el volantazo de Fran, nos sacó de la carretera, el muy imbécil en vez de girar a su izquierda lo hizo a la derecha, hacia el lado de Cora y, esa absurda maniobra suya nos precipitó por el barranco, seguro que lo hizo adrede, apuntando el objetivo al asiento del copiloto para que el peor golpe se lo llevara Cora, para salvar su asqueroso culo.
Finalmente Cora no sería mía, no sería de nadie. Fran sobrevivió, ya saben, mala hierba…
Cora murió en el acto, al menos sé que no sufrió y no comprendió lo que pasaba por lo cual no creo que me guarde rencor.
Yo salí despedido en la primera vuelta de campana, me golpeé contra las rocas, creo que morí al instante porque no recuerdo haber sufrido. ¡Qué destino tan cruel fallecer tantas veces en tan pocos días!
Fran tardó mucho tiempo en recuperarse de sus heridas y cuando por fin salió del hospital se llevó la sorpresa de su vida. ¡Qué satisfacción experimenté al ver su cara! No pude contener la risa cuando la policía lo detuvo acusándole de provocar el accidente para liquidar a Cora y quedarse con su dinero, que en realidad era de Nick.
Lo declararon culpable de asesinato, qué curiosa la justicia de los hombres, cuando era culpable lo liberaron declarándolo inocente y, ahora, inocente de verdad, y no obstante, encarcelado. Lo tenía merecido y Cora, aunque me apena su muerte, también merecía un castigo, si hubiera existido un onceavo mandamiento ellos también lo hubieran incumplido.
Ahora es tarde para arrepentimientos. La oscuridad ha cubierto el escenario, ya no hay viceversa, solamente sombras, es muy tarde ya.

Cálculo de probabilidades



¿Quién no ha oido hablar del satélite UARS? ¿Quién no ha pensado qué le ocurriría si cayera en su ciudad, en su casa, en su cabeza? ¿Quién hace el cálculo de probabilidades que tan tranquilos nos deja?
Un relato con algo de gracia y de amargura.


Cálculo de probabilidades.


Son las doce horas, un minuto y quince segundos. La radio continúa encendida dentro del camión.
Noticias:
La NASA publica en Twitter:
Los restos del satélite penetraron en la atmósfera sin causar daños materiales ni personales. El riesgo para las personas fue muy remoto, una probabilidad entre tres mil de sufrir un impacto, nunca nadie ha resultado herido por un objeto espacial en su reingreso en la atmósfera. Falta por localizar un pequeño fragmento, es propiedad de la NASA, no se puede vender en E-Bay…
A unos metros, el conductor yacía en el suelo, aplastado por un pequeño fragmento de satélite humeante.
¡Qué necesidad fisiológica tan inoportuna!






¿Y si una civilación exterior amenazara nuestra existencia? ¿Cómo vivirías tú, tus últimos momentos?
Este relato ve un ligero contratiempo desde el punto de vista del optimismo.



Ligero contratiempo


Son las doce horas, un minuto y quince segundos, el ministro de la guerra y portavoz del gobierno comienza sus declaraciones: “Estamos siendo invadidos, una potencia extranjera extraterrestre ataca nuestro planeta, esta agresión puede suponer el fin de nuestra civilización, de nuestros días, la extinción de nuestra vida, el final del ser humano. Nuestras armas no les causan daño, son inmunes a nuestros virus de laboratorio, estamos perdidos. Ahora cada uno debe valerse por sí mismo y Dios demostrar que existe cuidándonos a todos”.
_ Son más de las doce, apaga la televisión y estudia.
_ Déjame un poco más mamá, el examen de mañana se ha suspendido.






Este es el más serio, o quizá el único con pinceladas de normalidad, en este relato, en esta época de crisis y desempleo, me pregunto si es verdad que el trabajo dignifica.



El trabajo dignifica


Son las doce horas un minuto y quince segundos. La contemplo paseando por la arena. Embriaga su movimiento de caderas al caminar, cautiva el paraíso interminable de sus piernas tostadas. Debajo de su escueto bikini ¿la piel será bronceada o blanca como la nieve?
Mis ojos están clavados en sus curvas perfectas cuyo tacto sueño, sin embargo, hoy no persigo su cuerpo, busco su corazón, lo tengo en el punto de mira.
Doce y dos minutos. El silenciador apaga el estruendo del disparo. El disparo apaga la vida de esa mujer perfecta. Recojo las herramientas, intuyo su belleza esparrancada cerca del agua.
¡Qué asquerosa forma de ganarme la vida!

lunes, 3 de octubre de 2011

Capítulo XXII: Falsas alarmas



Un nuevo capítulo de "La profecía del silencio"
La fotografía es el cartel anunciador del encuentro de autor del día 13, os espero en Espacio ComuniKarte, calle Negritas 13 de Valdemoro, a las 19,30 horas, durante el acto se presentará el poemario: "En la piel del verso" de Ana MªArroyo.




La soledad es peligrosa: cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos
nuestro espíritu de fantasmas.


Guy de Maupassant




CAPÍTULO XXII


Falsas alarmas


(15- 12- 1999)


Y de golpe, bruscamente, desapareció la noche, se difuminaron los fantasmas,
amanecieron nuevas esperanzas y el silencio se fue llenando
de sonidos y de vida.
Al salir del trabajo no fue a la taberna del Renco, no quería ver a Rosa,
no podía afrontar su mirada, necesitaba un bar desconocido donde
ser un cliente anónimo, un lugar donde emborracharse, embotar sus
sentidos y dormir su alma antes de regresar a casa e intentar dormir al
cuerpo.
No le sentaba bien el alcohol, ni su cuerpo ni su mente lo toleraban,
sin embargo aún no se arrepentía de haberlo ingerido en grandes dosis.
Los trinos de los pájaros y el sol que se colaba en sus ojos por sus
párpados apenas entornados le indicaban que era media mañana. Su
caminar torpe, su cerebro aturdido y la sonrisa bobalicona eran indicadores
de su estado. Estaba cansado y embriagado, al menos conciliaría
el sueño sin problemas suponiendo que acertara con la llave correcta
en la cerradura.
Lejos de su casa, en el edificio donde prestaba servicio, el jefe de
seguridad, Dionisio, se enfrentaba con la correspondencia acumulada;
entre ella, seis sobres habían permanecido esperando a que su destinatario
los abriese desde el viernes por la mañana. Uno de ellos le pareció
extraño, no constaba remitente, además su contenido era irregular,
más abultado por un lado que por el otro. Lo manipuló con cuidado
estudiando sus características, decidió que no era nada peligroso pues
tenía claramente grabada en una de sus solapas y en color rojo intenso
las palabras: correo revisado. Lo abrió, dentro sólo un folio doblado
varias veces, lo desdobló, entonces lo vio y el estupor hizo palidecer su
rostro.
Una sustancia blanca y pegajosa cubría sus manos e incluso pringaba
parte de su ropa. Por su mente pasaron muchas sensaciones en poco
tiempo, ninguna de ellas era buena; de todos modos decidió que el
daño, si existía, ya estaba causado por tanto terminó de abrir el folio,
era una nota anónima confeccionada con recortes de periódicos; leyó
con avidez y no sin dificultad el texto.
En esta ocasión se trata de una falsa alarma, una mezcla inocua,
una advertencia. La próxima vez el envío será de verdad, será ántrax.
Si quieres evitarlo deberás seguir las instrucciones que recibas en

nuestros próximos comunicados, no queremos causar daño, sólo queremos
dinero.
Se dejó caer de golpe contra el respaldo de su sillón al tiempo que
suspiraba aliviado, sus mejillas fueron recuperando el color, incluso se
colorearon en exceso pues cruzó la frágil frontera que separa el miedo
de la ira y empezó a precisar de la presencia de un culpable a quien imputar
el error. La necesidad de una cabeza de turco le llevó a pensar en
Rafael, de todos modos lo primero era lavarse; se dirigió al comedor
que estaba más cerca de su despacho que los lavabos y se libró allí del
incomodo y pegajoso polvo blanco, minutos más tarde, de nuevo en su
despacho, descolgó el teléfono y llamó a Carlos.
– Carlos ven a mi despacho inmediatamente-. Fue su escueto mensaje.
En menos de dos minutos el jefe de equipo estaba en el despacho
del jefe de seguridad del edificio.
– ¿Qué ocurre?- Interrogó el recién llegado un tanto amedrentado.
– ¿Ha habido algún problema con la revisión del correo en los últimos
días?
– Sí, Fernando tuvo un pequeño incidente el viernes, ¿por qué?
– ¿En que consistió ese pequeño incidente y por qué no se me informó?
– Intenté localizarte para comunicártelo, tenías el móvil desconectado-.
Adujo disculpándose Carlos.
– Cuéntame qué ocurrió-. Ordenó Dionisio agotándose ya su paciencia.
– Al proceder a la revisión del correo Fernando se manchó las manos
con un polvo blanquecino, fue al servicio médico, le dijeron que
permaneciera en su domicilio hasta saber que era la sustancia, está
preocupado aunque no parece nada peligroso. Yo hice una nueva revisión
del correo, no hallé nada extraño.
– ¿Nada extraño dices?, mira esto-. Le dijo señalando la nota anónima
sin llegar a tocarla.
Carlos la cogió y la leyó con sorpresa creciente, sus manos quedaron
impregnadas de un polvo blanco que le resultaba conocido. La voz
del jefe de Dioni se percibió en el incómodo silencio del despacho.
– Ya puedes llamar a Fernando y tranquilizarle, la cuarentena ha
terminado. Deberíais haber prestado más atención y me tendrías que
haber notificado lo ocurrido el mismo viernes aunque hubieras tenido
que ir personalmente a buscarme. Esta cosa pegajosa, en lugar de una
simple guarrería, podía haber sido una sustancia letal y para colmo de
desgracias no podemos ni cargar la culpa sobre la espalda del listillo-.
Carlos aguantó el temporal ligeramente avergonzado, aunque en su interior
se sentía aliviado al conocer la inocuidad de aquel polvo maldito.
Cuando amainó la tormenta se dispuso a comunicar a su compañero la
noticia para liberarle también de la angustia de la incertidumbre, no sin
antes acordar con Dionisio que aquel error garrafal del servicio de seguridad
quedaría en secreto y pasaría cuanto antes al olvido.
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Los ruidos incesantes de la calle despertaron a Rafael. Tenía un gran
dolor de cabeza y el estómago daba vueltas sobre sí mismo como una
lavadora, no obstante se obligó a salir de la cama. Trastabilló por el pasillo
y a duras penas logró llegar al cuarto de baño. La ducha con agua
tibia logró ahuyentar el sueño pero no consiguió mejorar su resaca. Intentó
desayunar, sin embargo tras media hora larga de contemplar el
café comprendió que no podría ingerir alimento alguno. Deambuló de
la cocina al salón con las fuerzas justas para llegar hasta el sillón. Le
dolía la cabeza, le dolía el corazón, necesitaba una aspirina para la resaca
y un antídoto eficaz contra la soledad. Por el contrario lo que obtuvo
fue un lacerante sonido penetrando en su cerebro, era el timbre
del teléfono, no contestó, no esperaba ninguna llamada y podía ser
Carlos para algún asunto de trabajo.
No era su jefe de equipo, Carlos estaba realizando una llamada en
ese preciso instante pero no a él sino a otro compañero suyo, a Fernando,
quien por cierto también se hallaba alicaído y derrengado en el
sofá de su casa, con barba de tres días, en pijama y con aspecto de enfermo
terminal.
– Dígame-. Fernando sí respondió a la llamada.
– Fernando soy Carlos, buenas noticias, el polvo blanco es inofensivo,
falsa alarma, el sobre que contenía la sustancia estaba destinado a
Dionisio, por eso escapó a la segunda revisión que hicimos, contenía
un mensaje anónimo, una amenaza, pero en cualquier caso afirmaba
que el polvo blanco era inocuo.
– ¡Menos mal!- Suspiró aliviado Fernando-, llevo todo el fin de semana
encerrado, solo y deprimido creyéndome victima de una enfermedad
incurable.
– Pues ya te puedes olvidar de la depresión y de la enfermedad,
mañana te reincorporas al trabajo.
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Rafael no comió nada aquel día pero después de la hora de la comida
se encontraba un poco mejor, ligeramente recuperado. Aprovechando
que había resucitado de la resaca decidió ir a ver a Rosa y salió a la
calle. En el exterior lucía un sol espléndido inusual en aquellas fechas
que proporcionaba a la ciudad una aureola de alegría precisamente todo
lo contrario que en su interior, por donde atravesaba una borrasca
que teñía su alma de un triste gris ceniza. De todos modos ver a Rosa
le produjo un sentimiento agradable.
– Hola Rafa-, saludó la chica alegrándose de ver a su amigo-, ¡qué
raro verte por aquí a estas horas! Te esperaba esta mañana pero no
esta tarde.
– Esta mañana estaba muy cansado y me fui a casa-, se disculpó
Rafael mintiendo-, y esta tarde estaba sólo, aburrido y con una amenaza
de depresión rondándome así que sentí la necesidad de verte.
– ¡Ah, muy bien!, me lo tomo como un cumplido, aunque la cara
que pones no se corresponde con atenciones.
– Bueno tú no hagas caso de mi gesto, ya te he dicho que me encontraba
al filo de la depresión y añadiré que padezco algo de resaca,
quizá eso explique mi mala cara.

– Y ¿es cuando se unen esas dos circunstancias adversas, desaliento
y malestar etílico cuándo sientes deseos de verme?
– Yo siempre tengo deseos de verte Rosa, sin embargo hoy también
tengo intención de hablarte.
– Ya sabía yo que en tu rostro había preocupación, eres igual que
Álvaro, no puedes ocultar tus sentimientos, eres incapaz de dominarlos
y afloran al exterior.
– Y ¿eso es un defecto o una virtud?
– Depende, a mi me parece una virtud, en parte fue eso lo que me
hizo enamorarme de Álvaro.
– Entonces puedo albergar esperanzas de que también te enamores
de mí.
– Bueno, en realidad es difícil pero cosas mas complejas han visto
mis ojos-. Dijo la joven sonriendo.
– De quien no debes enamorarte es de Antonio-. Añadió Rafael sin
sonreír.
– ¿Antonio, qué Antonio?
– Ya sabes Antonio, agencia de viajes calle farmacia.
– Pero Rafa ¿te has vuelto loco?, tú no estás de resaca, tú estás totalmente
embriagado.
– Te vi paseando con él el otro día, charlabais de forma muy amistosa.
– Y ¿sólo por eso ya piensas que estoy enamorada de él? Hablábamos,
eso es todo, me ha visto un poco decaída últimamente y quería
ayudarme.
– ¿Ayudarte dices?, lo que quiere es aprovechar tu debilidad en beneficio
propio.
– Exacto, tú lo has dicho, Antonio no me ama, solo quiere sexo, y yo
ni le amo ni le quiero ni le aprecio, y por supuesto no quiero sexo con él.
– Tal vez me estoy metiendo donde no me llaman.
– No Rafa, me gusta que te preocupes por mí, de verdad, me siento
halagada, pero por favor no veas gigantes donde no hay ni tan siquiera
molinos.
– Me alegro de oírte decir eso, cuando os vi juntos el corazón me dio
un vuelco y se me puso un nudo tan grande en el estomago que tuve
que diluirlo en alcohol para poder digerirlo.
– ¿No sería un ataque de celos?- Dijo Rosa bromeando una vez más.
– Pues no te diría yo que no-, respondió Rafael sin bromear del todo-,
o eso o que estoy más nervioso que de costumbre.
– Yo creo-, Rosa puso voz de perdonar la vida a su interlocutor y
además empleó un largo silencio para captar su atención-, creo que lo
que a ti te ocurre es que estás solo desde hace mucho tiempo, la soledad
no es buena compañera, la soledad es peligrosa: cuando estamos
solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas. Lo sé
por experiencia.
– ¿Esa idea es tuya o de Eva? Lo digo porque hace unos días tuve
con ella esta misma conversación y acabó insinuando que tú y yo deberíamos
estar juntos.

– No sabía nada-, adujo sorprendida la joven, de todos modos yo te
iba a dar la idea de que tú y ella, bueno ya sabes, Eva también está sola.
– Sí eso le dije yo en aquella ocasión y fue entonces cuando comenzó
a temblarle la voz y a responder con evasivas-. Rosa intentó ahogar
la risa que las palabras de Rafael le habían provocado, sin embargo
ambos prorrumpieron en sonoras carcajadas al instante; cuando éstas
se extinguieron entre las notas de una canción de Silvio Rodríguez: “oh
melancolía, novia silenciosa / intima pareja del ayer; / oh melancolía,
amante dichosa / siempre me arrebata tu placer; / oh melancolía, señora
del tiempo, / beso que retorna como el mar; / oh melancolía, rosa
del aliento, / dime quien me puede amar.
– ¡Vaya!-, exclamó Rafa con un suspiro-, no es ésta la canción más
adecuada para terminar esta conversación.
– Eso tiene fácil remedio, cambiaré el disco si quieres.
– No, lo que quiero es quedarme tranquilo respecto a lo de Antonio,
entonces tú y él...
– Nada Rafa, entre Antonio y yo nada, de verdad, aunque fuese el
único hombre existente sobre la capa de la tierra. Lo que no comprendo
es como se te ha ocurrido esa idea tan absurda.
– No soy el único a quien se le ha ocurrido. Dijo Rafael comprendiendo
de inmediato que había cometido un error pues no quería poner
a Rosa al corriente de los extraños sucesos acontecidos en el edificio el
viernes por la noche y que él había atribuido al espíritu de Álvaro.
– ¿No?, y ¿puedes decirme a quién más se le ha ocurrido?
– A Álvaro-. Pensó y estuvo a punto de decirlo, sin embargo cambió
en el último instante la respuesta y dijo-, a Antonio.
– Lo tuyo es paranoia Rafa, te aseguro que Antonio sabe de sobra
que conmigo no tiene nada que hacer aunque en ocasiones necesita
que yo se lo recuerde.
– De acuerdo Rosa ya no insisto más, y me voy a ir yendo hacia casa,
no sé si tengo más sueño que hambre o más hambre que sueño.
– Vete a dormir, y no hagas más locuras este año en los últimos
tiempos haces más de las debidas.
– Tienes razón, como casi siempre.
– Por cierto Rafa, ya que muestras interés por mí, voy a confesarte
un secreto, no debes decírselo a nadie para que siga siendo secreto, no
lo conoce ni mi padre, estoy preocupada por otro asunto.
– No me asustes Rosa, lo de Antonio me ha tenido en vilo y ahora
que me quedo más tranquilo surge otro problema. ¿No será nada malo?
– Depende, estoy embarazada-. La sorpresa que reflejó el rostro de
Rafael fue mayúscula, no acertaba a pronunciar palabra alguna, tan
sólo miraba a la chica sin pestañear-. De tres meses, y antes de que
me lo preguntes te diré que es de Álvaro.
– No sé si debo felicitarte.
– Sería motivo de felicidad si el viviera, de este modo no lo tengo
claro-, una lágrima silenciosa cayó por las mejillas de la joven.

– Y ¿cómo te encuentras?, a lo mejor no debes continuar trabajando.
– Estoy bien, tengo las molestias típicas pero bien, en cuanto al trabajo
por ahora no me perjudica demasiado, dentro de dos o tres meses
será otra cuestión.
Rafael abrazó a su amiga salvando a duras penas el obstáculo de la
barra y susurró en su oído:
– Puedes contar conmigo en cuanto necesites. De verdad, lo que
quieras, estoy dispuesto hasta a casarme contigo.
– Gracias no esperaba menos de ti-. Dijo Rosa y ambos sonrieron.
– Me marcho ya.
– ¿Te veré mañana?
– No creo, trabajo por la noche así que nos veremos el miércoles a
la hora del desayuno.
– Pues hasta el miércoles entonces, ¡qué te vaya bonito!
– Cuídate mucho Rosa y bromas aparte de verdad puedes contar
conmigo.
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Fernando estaba celebrando el final de su aislamiento, su regreso a
la vida. Había salido apenas terminó su conversación con Carlos, había
ingerido algunas copas más de las políticamente correctas y estaba
pensando en seguir la juerga buscando compañía femenina por los clubes
de los alrededores cuando recordó que mañana se incorporaba al
trabajo y por lo tanto debía madrugar.
– Bueno pues me tomo la penúltima y me voy a casa-, dijo hablándose
a sí mismo en voz alta.
Una chica joven y atractiva entró en el local y se situó muy cerca de
Fernando.
– Hola-, le dijo sonriendo antes de pedir su consumición.
– Hola-, respondió él sin que la voz llegara a percibirse por encima
de los decibelios que emanaban del equipo de música. Aprovechando
que la chica ya no lo miraba recorrieron sus ojos todo su cuerpo desde
los pies a la cabeza sin perderse un detalle hasta que ella sintiéndose
observada se giró y sus ojos glaucos se posaron en los de Fernando.
– Me decías algo-. Preguntó creyendo que le hablaba y no lo oía como
no había oído el saludo.
– No, no he dicho nada aún, tu belleza me ha dejado sin palabras.
– Gracias-, adujo la recién llegada sonriendo una vez más-, ¿estás
solo?
– Lo estaba, ahora estoy contigo-. Respondió con valor mientras
naufragaba entre la incesante sonrisa y los preciosos ojos verdosos.
– ¿Vienes mucho por aquí?
– Es la primera vez, grave error por mi parte, debería haber venido
antes para poder conocerte.
– No creas yo también es la primera vez que vengo, me he peleado
con mi novio y me he refugiado en el primer sitio abierto que he visto
para darle esquinazo. Por cierto me llamo Julia ¿y tú?
– Fernando-, no había terminado de pronunciar su nombre cuando
la chica le dio dos besos, uno por mejilla, con su cercanía empezó a
percibir su perfume y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Se enfrascaron en una conversación amena aunque él no prestó demasiada
atención; también se olvido de que mañana debía madrugar y
de que no sería prudente seguir bebiendo. Casi todo era indiferente ya,
de estar recluido en casa, deprimido y a un paso de la muerte, había
pasado a estar pletórico, vivo frente a una preciosa mujer que parecía
querer su compañía; no tenia oídos sino para ella y por eso no escuchó
la canción de los Suaves: “Palabras para Julia” que sonaba en el bar;
sólo tenía ojos para aquellos preciosos ojos verde azulados y por eso
no vio a un hombre que, solo, acodado en la barra en el fondo del local,
les observaba y no los perdía de vista.
– ¿Tomamos otra copa?- Preguntó Fernando en un instante que la
conversación se extinguía.
– Creo que no, prefiero que me acompañes a casa, vivo aquí cerca
y no quisiera encontrarme con el pesado de mi ex novio en el camino.
– De acuerdo, será un placer acompañarte-. No le pasó desapercibido
a Fernando que en el transcurso de aquel encuentro misterioso el
novio de la joven había pasado a ser ex novio, por el contrario sí le pasó
por alto que inmediatamente detrás de ellos un hombre bien vestido
abandonó el local.
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No era demasiado fría la noche cuando Rafael llegó al portal de su
casa, sin embargo, la mujer que le aguardaba trataba por todos los
medios de ceñir el abrigo a su cuerpo tembloroso.
– Hola Rafa te estaba esperando-. Saludó Candelaria con una sonrisa
tímida en su rostro mientras se acercaba a él y le daba dos sonoros
besos en las mal rasuradas mejillas.
– Hola Candelaria ¡qué sorpresa!, ¿cómo tú por aquí a estas horas?
– Ya ves, vengo a pedirte un favor y a abusar de tu caridad-. Respondió
perdiendo la sonrisa.
– ¿Por qué, qué ha ocurrido?- Interrogó Rafael ligeramente asustado.
– He tenido que abandonar el albergue, hay demasiada demanda,
demasiadas personas sin hogar que necesitan el servicio y yo era una
de las que más tiempo llevaba hospedada, digamos que ha caducado
mi estancia allí. Cuando me lo han comunicado he intentado ocupar el
piso de la empresa, donde viviré cuando empiece a trabajar pero hasta
que no sea efectiva mi alta en la plantilla no puedo hacerlo, así pues
estoy en la calle y he pensado, como tú vives solo, pedirte asilo. ¿Podrías
albergarme durante unos días hasta que empiece a trabajar y
pueda trasladarme al piso de mi jefe? Puedo dormir en el sofá o en
cualquier rincón.
– Por supuesto, te alojarás en mi casa hasta que tú quieras, vamos
a subir que estás helada.
– Gracias-. Candelaria sonreía aunque a la par sus ojos vertían lágrimas-.
Serán solo dos o tres días.
– No tengas prisa por marcharte, tengo una habitación libre y no me
causas ninguna extorsión, puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

Candelaria ocupó la habitación que Rafa le indicó en poco tiempo
pues no sacó de su maleta más prendas que la exclusivamente necesarias
para pasar la noche. Mientras ella se enfundaba en su camisón
blanco de lino que realzaba el color oscuro de su piel suave Rafael se
sentó a ver las noticias en la televisión.
Cepilló su cabello y salió al salón a despedirse de su benefactor.
– Me voy a acostar ya, estoy muy cansada y mañana tengo algunas
cosas que solucionar-. Dijo con repentina timidez.
– De acuerdo, pues hasta mañana-. Dijo Rafa levantándose-. Y recuerda,
estás en tu casa, quiero que te sientas cómoda.
– Gracias-. Sus ojos se encontraron, el silencio poderoso anestesió
los sentidos, mil palabras quedaron escondidas y todas ellas fueron
pronunciadas de golpe cuando se fundieron en un romántico beso.
Afuera la noche, todo oscuridad, frío y silencio, asustaba; dentro
dos cuerpos abrazados descubren la tibia piel del otro, los labios se separan
y los ojos un tanto avergonzados buscan algo en el suelo. Hasta
mañana y que descanses fue lo único que acertaron a decirse y después
la figura menuda de Candelaria en blanco y negro se desliza de
puntillas a pequeños y rápidos pasitos hasta su habitación mientras
Rafael se queda pensando en ese beso y siente que no es la primera
vez que la besa. Y en efecto está en lo cierto pues ellos ya se habían
besado anteriormente en alguno de sus mejores sueños.
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El frío se intensifica conforme la noche avanza, no obstante eso no
amilana a una pareja que se comen a besos en un fastuoso portal de la
calle Serrano.
– Sería mejor subir a tu casa, empieza a hacer frío-, dice Fernando
en un breve paréntesis que han intercalado entre besos.
– No, debemos despedirnos, ya es demasiado para un primer encuentro-.
Argumenta Julia-. Además recuerda, hace pocas horas que
acabo de quedarme compuesta y sin novio, debería estar más compungida.
– Ya sabes el dicho: a rey muerto rey puesto.
– Sí pero es mejor ir despacio, si quieres nos vemos mañana.
– ¿En el mismo sitio y a la misma hora?
– Sí-, respondió escueta.
– Pues hasta mañana entonces.
Se abrazaron y se besaron, ella entró en el portal, él caminó calle
abajo percibiendo el eco de sus pasos y con la sensación de que no era
la primera vez que besaban sus labios aquellos labios.
– Quizá la he besado en mis fantasías pues es la mujer de mis sueños-.
Dijo en un susurro precisamente cuando se cruzaba con un hombre
bien vestido en el cual no había reparado pero que no era la primera
vez que se encontraba en su camino. Aquel hombre elegante se detuvo
frente al portal donde Fernando acababa de dejar a Julia, volvió la
vista hacia él, después introdujo las dos manos en los bolsillos; esa era
la señal convenida, el gesto que significaba que Fernando ya se había
marchado y que no había peligro, sólo entonces Julia, que no se llamaba
Julia, salió del portal.

– ¿Cómo ha ido todo?- Interrogó el hombre sin apenas mirar a la
mujer.
– Bien, ha picado el anzuelo, no ha resultado demasiado difícil.
– De acuerdo entonces mañana, seguiremos con el plan previsto.
– Sí-, respondió escueta-, hasta mañana entonces.
El hombre continuó paseando con aire de distracción perpetua hasta
desaparecer en la oscuridad, al doblar la esquina se subió a un todo
terreno gris cuya matrícula era M–3051- MU. La mujer, de falso nombre
Julia, subió a un apartamento alquilado por una empresa constructora
de dudosa existencia. Fernando, ignorante de todo lo que sobre él
se cernía caminó raudo y feliz hasta su casa. Sin saber muy bien el
porqué se sorprendió tarareando una canción.
– La vida es bella y ya veras / como a pesar de los pesares / tendrás
amigos, tendrás amor, tendrás amigos / un hombre solo una mujer /
así tomados de uno en uno / son como polvo no son nada / que no son
nada / entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí pensando
en ti / pensando en ti / como ahora pienso... Julia.