lunes, 27 de agosto de 2012

Matrimonio sin conveniencia.


Título: Matrimonio sin conveniencia (sin pena ni Gloria)

Autor: Mala U.V.A. Utrillas Valls Arroyo

El grupo Mala U.V.A está compuesto por Javier Valls Borja escritor residente en Castellón (autor de los párrafos encabezados por V.) Ana María Arroyo poeta residente en Valencia (autora de los párrafos encabezados por A.) Ángel Utrillas escritor residente en Madrid (autor de los párrafos encabezados por U.) Mala U.V.A. escribe relatos a tercias, dos intervenciones cada uno de los autores con un tema predeterminado (el tema de este relato era “Matrimonio”) y con el único propósito de dar a sus letras y a sus relatos un pellizco de Mala uva.


Matrimonio sin conveniencia (sin pena ni Gloria)

V.

Gloria es su mujer. Bueno, lo era.

La odia. Casi todo el tiempo. Antes la odiaba sólo algunas veces. Ahora la odia casi todo el tiempo. No; todo el tiempo. La odia todo el tiempo, sí.

Gloria es como una máquina tortura-maridos, un ingenio jode-vidas engendrado por alguna feminista recalcitrante pseudo-mujer/odia-hombres. Bueno, lo era. Ahora es como un montón de chatarra inservible. Ha quedado desmadejada y atónita de pura perplejidad. Su marido la ha dejado; pero... ¿cómo? Si él nunca se atreve ni a rechistar.

Es sumiso, obediente, calzonazos. Está domesticado, es su obra. Bueno, lo era.

Gloria es una mujer castrante. Él, un hombre castrado. Bueno, lo era. Gloria sigue siendo una mujer castrante, aunque ya no tiene a quien castrar. La ha dejado. Para siempre.

Se fue de repente, sin decir una palabra, sin un grito, sin un portazo, sin llevarse nada. La gota que colmó el vaso fue…

A.

... la repentina obsesión de ella por querer quedarse encinta. Él "debía" hacerle un hijo. Porque a ella hay que hacérselo todo a su gusto y capricho. Y en el momento justo en que se le antoja, ni un minuto antes o un segundo después. Justamente cuando lo suelta por su operadísima bocaza escupe deseos.

Gloria embarazada. Ni la semilla mejor seleccionada osaría generar una pizca de vida dentro de sus entrañas ácidas. Ahí fue donde la sumisión se convirtió en abandono. Y mientras baja las escaleras no puede contener las arcadas que el asco le produce. La grima de tener que navegar en sus sucias profundidades, amargas de rutina y podridas de vanidad, es una imagen demasiado nauseabunda. Adiós gloria. Adiós odio.

U.

El odio, esa es la clave. ¿Cuando empezó a odiarla? Porque hubo un tiempo en que la amaba, por eso accedió al matrimonio, por eso y por ese hijo que ella siempre le reclamaba. ¿Fue aquellas navidades en casa de su suegra? No, mucho antes, entonces ya estaba invadido, dominado, odiado; odiando. ¿Fue aquel año para carnaval? No, por entonces ya estaba disfrazado de esclavo sumiso, anulado, odioso; odiando.

¡Es que hace tanto tiempo!, si no recuerda haberse sentido importante en nada, siempre dudando de sus actos, pensando que otro lo hubiera hecho mejor. Sus recuerdos más felices son tan antiguos como esa foto amarilla y marchita del día de su boda.

Ahí se produjo el cambio, al salir de la vicaría con el contrato firmado, la fotografía ya reflejaba otro brillo en sus ojos, la luz de la dueña y señora. Juntos para siempre, mío para siempre; ella propietaria y él, hipotecado, deseando rozar… la gloria; bajando ya, sin saberlo, la anfractuosa cuesta del desdén.

Empezaba su luna de miel y en realidad era la luna de hiel, una excedencia temporal que hoy terminaba de expirar.

En el último peldaño de la escalera se detiene, —¿dónde va ahora? ¿Quién le dirá lo que debe hacer?— Lacerante vértigo en el precipicio de una vida sin pena ni gloria…sin Gloria.

V.

Pero no puede retroceder, ya no —un paso atrás nunca, ni para tomar impulso—, es demasiado tarde y la decisión, aplazada por su cobardía durante tantos años, está tomada. Además, ¿qué hace él junto a esa mujer totalmente desprovista de femineidad? Antes de la boda, al menos, tenía la recompensa del sexo, de poder gozar de aquel cuerpo magnífico, duro y suave a un tiempo, bronceado... Ahora, por efecto de los años y de su propio veneno, Gloria es un deshecho de mujer, en el amplio sentido de la palabra, y él está harto de tener que recurrir al onanismo o a mujeres de pago para satisfacer el deseo de la carne...

No, Gloria no es ya la mujer con la que se casó, aquella que, de novios, iba siempre tan arregladita. Daba gusto, la verdad. Antes de la boda, pruebas de tinte, de peinados, de maquillaje, rayos UVA, footing, depilaciones, dieta, peeling facial, manicura, pedicura, pruebas en la corsetería, peeling corporal, saunas, modista, masajes, gimnasio, de todo. Después de la boda, nada. Ya únicamente se depilaba las piernas, y sólo de las rodillas hacia abajo. Luego, ni eso.

Sí, la odia; la odia por lo que se ha hecho a sí misma y por lo que ha hecho de él, un hombre débil, sin opinión, sin atributos...

A.

Un hombre que cierra definitivamente una puerta sin intención alguna de volverla a abrir, ni siquiera unos milímetros, ni la curiosidad más insana le tentará para volver a asomar su mirada a través de la cerradura, destapando el goce que le provoca el desarreglo emocional y merecido en el cual se habrá sumido su perdida gloria.

Un hombre que debió poner las cartas sobre la mesa antes de llegar a esta putrefacta convivencia.

Un hombre que se quejaba siempre para sus adentros y sin embargo no era capaz de portarse como tal.

Atacado por los remordimientos sale a la calle fría, temible, oscura y aterradora. Durante varias horas cavila y pasea sin rumbo entre la niebla que se adueña de su conciencia. Enciende un cigarrillo, por fin sin tener que esconderse, expulsa el humo mortal en un intento de contaminar cada pulmón ajeno, qué se mueran todos. Aquellos seres ingrávidos que no fueron capaces de ayudarle, no advirtiéndole a tiempo del pozo seco en el que estaba ahogándose. Ya ni su propia familia se atrevía a llamarle por teléfono, se había convertido en un simple pelele. Nadie le lanzó una cuerda para aferrarse de nuevo a la esperanza y asir los sueños perdidos.

Otra calada profunda le hace caer en un ataque de tos insoportable y rompe a llorar. Sabe, por mucho que quiera mentirse a si mismo, que parte de la culpa es suya. Que también él está distinto, que también abandonó su cuidado, que pudo evitar el aburrimiento, que no puso nada de su parte.

Hoy sólo es un maduro grotesco, mal afeitado, pasado de kilos y tan mal amante como el primer día.

Se odia...

U.

El odio fue la clave que les impidió compartir la llave de pasiones e ilusiones. Nunca tuvieron aspiraciones comunes, pero supo que no podría vivir sin ella, sin su dinero, sin su trabajo. Gloria era su horizonte y su infortunio, dos silencios paralelos en un solo destino para lelos. Imposible olvidar el propio olvido cuando ya apenas queda la resignación, la confesión todas las mañanas frente al espejo donde se decía que no era tan mala la persona que había en su cama. Y acabó creyéndolo hasta que hoy, ya harto de no poner nada de su parte puso todo de su parte y dio por concluido y finiquitado su matrimonio de inconveniencia… Y después…

Pasó la noche de bar en bar, paseó sus mejillas mal rasuradas, su exceso de peso y su abundante edad por algún lupanar, pagó por dormir con alguien que se dejara amar con malas artes; triste bagaje en su primera noche fuera del hogar, lejos de su vida.

Al amanecer tuvo una extraña sensación, un escalofrío que no era producto de la resaca, un mal presagio. No sabía donde estaba, no reconocía las calles, quizá era otra ciudad, tal vez otro mundo.

Buscó un bar abierto para desayunar. Sentado en la barra, esperando paciente y ocioso a que se enfriara un poco el café, vio una foto terrible en la portada del diario.

Gloria no tenía brillo en su mirada, su cabello manchado de sangre, su coche amasijo de hierros en una cuneta. No iba sola, en el asiento de al lado yacía su amante.

Muertos los tres.

Ella, su amante y el hijo de ambos en sus entrañas ácidas.

La policía investigaba, no pensaban que el accidente fuera un accidente. El marido celoso, desaparecido y primer sospechoso, no se inmutó, quedó sin pena ni gloria, el odio había desaparecido dejando solo un halo de indiferencia.

Ellos, los amantes, irían al infierno a pagar sus deudas e infidelidades, y él…

¿A la cárcel?, no, seguro que no, las ovejas descarriadas que muestran sumisión al pastor, siempre acaban en la Gloria.

jueves, 23 de agosto de 2012

Añagazas del tiempo y la memoria


Es 23 de agosto, Santa Rosa de Lima, una fecha especial en mi primera novela Silbando en la oscuridad. Coinciden en ella el cumpleaños y elsanto de una de las protagonistas y el aniversario de un terrible accidente de tráfico.

Os dejo completo el capítulo XVIII: Añagazas del tiempo y la memoria, que se inicia con una cita brutal del libro Tensión, escrito por el Doctor Christiaan Barnard.


Desenrolló una tira de papel higiénico y la dobló varias veces. Miró aquella cosa que estaba en el borde del asiento. Era rosada y lisa, con la cabeza muy grande y los miembros pequeños . . . Debía estar al principio de su duodécima semana.

Lo miró y vio que era varón. Empleó el papel doblado para empujar a su hijo dentro de la taza, arrojó igualmente el papel y soltó el agua del depósito volviéndose de espaldas.

TENSION Dr. Christiaan Barnard


Capítulo XVIII: Añagazas del tiempo y la memoria


Oscuridad y silencio.

Una gota de sudor resbalaba sin prisa por la frente, ni siquiera el extenuante calor de agosto impedía su profundo letargo. A las once en punto sonó el despertador. Situado frente al espejo, únicamente una silueta borrosa pudo percibir. La imagen fue enfocándose con paciencia sublime. Los ojos hinchados por la falta de sueño, barba de dos días, facciones demacradas. . . debería darse una ducha fría para despertarse por completo.

_ Parezco un muerto viviente- murmuró dirigiéndose a la bañera.

Media hora después salía del agua, se vistió y se echó a la calle. La expectación por el fenómeno astronómico era increíble. El tráfico estaba paralizado, la gente nerviosa corría con artilugios varios para presenciar el suceso sin dañarse. Las gafas especiales para observar el eclipse estaban agotadas en todas las ópticas desde hacía varias semanas.

La Taberna del Renco estaba abarrotada, todos los clientes decidieron hacer coincidir el tiempo de su almuerzo con la hora del eclipse. De repente, la muchedumbre salió a la calle, parecía un ejército perfectamente adiestrado y sincronizado, ejecutando una orden. El local, antes repleto y ruidoso, quedó así en silencio y soledad.

Álvaro y Rosa quedaron justo en el umbral de la puerta, no pretendían ir más allá, pero tampoco les hubiera sido posible avanzar más entre la muchedumbre. Iban armados con unas lentes especiales para el acontecimiento.

A las doce en punto la temperatura descendió de improviso, la luz se apagó, anocheció y reinó un silencio expectante. El sol comenzó a desaparecer y diez minutos después se apagó por completo. La luna eclipsando al astro rey. En el cielo oscuro había un ojo brillante, como si un cíclope gigantesco observara la tierra antes de atacarla y engullirla. Había un disco oscuro, la pupila, rodeado de una orla roja incandescente, el iris, y un halo blanco de la corona solar en todo su esplendor, la esclerótica. Álvaro susurró al oído de Rosa:

_ El sol es cuatrocientas veces mayor que la luna, sus diámetros coinciden porque está cuatrocientas veces más lejos.- Percibió el olor a café de aquel cabello negro, sintió la suavidad de sus mejillas en su piel, y ese contacto, incrementó la belleza del eclipse.

_ Gracias por la aclaración- murmuró Rosa-, el fin del mundo es precioso, ¿no crees?

Se habían abrazado sin apenas darse cuenta, comenzaba a verse de nuevo el sol, lentamente, como un nuevo amanecer, volvió la normalidad. Todavía llevaban puestos los absurdos lentes cuando se besaron. Alguien pasó a su lado diciendo:

_ El mundo sigue, regresen a sus trabajos, todo sigue igual, con su grandeza y su miseria, con problemas insolubles y multitud de buena gente sufriendo en silencio.

Cuando sus labios se despegaron Rosa dijo:

_ Ya has cumplido tu promesa, ahora debo seguir trabajando, el mundo sigue adelante.

_ Y yo debo continuar durmiendo, esta noche trabajo de nuevo.

_ ¿Soñarás conmigo?- preguntó ella mimosa.

_ Te lo prometo.- Y otra vez se besaron aunque ya sin los baratos espejuelos molestando en sus rostros.

Rosa fue a casa a la hora de comer pero no quiso despertarle. Dormía plácidamente abrazado a la almohada, con la expresión relajada de un niño, parecía haber ahuyentado a sus fantasmas de forma definitiva, expulsado a los demonios de su conciencia. Así podría descansar sin pesadillas ni sobresaltos.

Cuando despertó, Rosa ya se había marchado, así eran sus vidas durante seis días a la semana, convivían bajo un mismo techo sin apenas verse. Pasó por la Taberna del Renco antes de incorporarse a su puesto, ya no tomaba coñac, a ella no le gustaba que lo hiciera, tomaba un café a su gusto: “Caliente, amargo, fuerte y abundante”, y se llevaba un termo lleno para templar los ánimos en la larga noche de vigilia.

Caminó hasta el convento, ese día cuando Álvaro llegó al trabajo supo que algo no iba a funcionar bien. Fue un presentimiento traducido posteriormente en certeza. Estaba destinado a saborear el miedo de las sombras, no en vano era el día del eclipse total de sol, el día del fin del mundo.

En la primera ronda ya experimentó esa desagradable sensación de ser observado, la inquietante certeza de no estar solo, de ser secretamente acompañado, espiado. En la siguiente ronda, encontró algunas luces encendidas, esas mismas que él había dejado apagadas, puertas abiertas, las cuales él había cerrado.

Sus músculos ya estaban tensos, sus nervios a flor de piel, cuando hizo la tercera ronda. Conforme avanzaba por los pasillos sonaban los teléfonos. No todos al mismo tiempo, como si se tratara de una avería, no, siempre el teléfono del despacho de su izquierda, una sola llamada, y se cortaba. Continuaba avanzando por el pasillo, otro despacho, otra solitaria llamada, un solo tono y se cortaba. Y así en todas y cada una de las oficinas del edificio. Finalizada la ronda se derrumbó en la silla, asustado. Volvieron los recuerdos angustiosos, sofocantes. Viejos temores nublaron sus ojos, vívidas pesadillas atenazaron la boca del estómago. Un tic nervioso de repente en la comisura del labio. Quedó solo, bajo la luz de la linterna, silbando en la oscuridad, con el alma de un difunto entre las manos trémulas, y la bestia visceral del miedo en las entrañas. Él lo ignoraba, pero hacía tres siglos y medio, en el transcurso de un eclipse total de sol, hubo una extraña muerte en el convento de las Arrecogidas.

Ruido.

Un ruido estrepitoso se escuchó en la escalera, a su espalda. Alguien bajaba a toda prisa los peldaños metálicos, provocando un gran escándalo. Salió corriendo decidido a ver de quien se trataba, pero allí no quedaba nadie. Se situó frente a la escalera, desenfundó el revolver y apuntó al vacío. Su corazón desbocado pugnaba por reventar el pecho y escapar, los ojos desorbitados de terror.

No vio nada, pero al tiempo que cesó el ruido, con el último eco de la última pisada en el último peldaño, notó algo frío, una fuerza helada empujándole, haciéndole perder el equilibrio y caer. Aturdidos los sentidos, no por el golpe, sino por lo ocurrido, logró levantarse no sin esfuerzo y se encerró en la garita con llave.

Tensión, angustia, frío. ¿Por qué el frío es compañero inseparable del pánico? Resultaba difícil no dejarlo todo, abandonar el arma y el uniforme allí mismo, tirarlos y salir corriendo, huir. Sin embargo decidió quedarse quieto, no haría más rondas, ignoraría cuantos sonidos se produjeran, no levantaría la vista más allá del pequeño habitáculo donde se encontraba.

Dejaría transcurrir la noche, incluso estaba dispuesto a dejarse vencer por el cansancio si éste llegaba y entregarse al sueño, estaba firmemente decidido a dejar pasar el tiempo sin más... pero si había más. El viento había desatado las maromas que mantenían aferrados a los fantasmas y éstos se disponían al aquelarre.

Por una de las cámaras interiores pudo ver diez o doce figuras vestidas con hábitos oscuros, eran monjes, no se apreciaban sus rostros pues estaban cubiertas sus cabezas con las capuchas de los balandranes. Los uniformes negros con los cordones morados, coincidían con la vestimenta de la congregación de San Antón. Desfilaban en procesión por el pasillo que desembocaba en la puerta trasera del edificio, despaciosamente. Al llegar al portón, que estaba cerrado con llave y cuya única llave permanecía en el bolsillo del vigilante, salían a la calle sin necesidad de abrir el postigo, atravesándolo. Después, ya en la calle, desaparecían, la cámara exterior no recogía sus imágenes, como si hubieran atravesado una barrera invisible, como si hubieran pasado a un mundo paralelo, a otra extensión del tiempo, a una desconocida dimensión.

Álvaro estaba realmente aturdido, nunca hubiera creído posible aquello que estaba sucediendo, había oído ruidos, voces y extrañas risas, había sentido el impacto de una gélida fuerza derribándole, había visto encenderse solas las luces y volverse a apagar inexplicablemente, pero nunca jamás hubiese pensado en la posibilidad de ver fantasmas a través del circuito cerrado de televisión. Estaba viendo espectros del pasado, eso eran exactamente aquellas figuras, eso eran las imágenes arrojadas a través del monitor. Fantasmas.

Tras un breve paréntesis, comenzaron a verse hábitos negros con las esclavinas blancas, uniforme éste de la congregación de Santa Águeda, al igual que los anteriores, llegaban a la portezuela, la atravesaban y se diluían. Una docena de éstas nuevas apariciones desfilaron parsimoniosas, tras ellas, un hábito completamente blanco con una cruz dorada en el pecho y una cogulla blanca con esclavina negra, vestimenta propia del Abad Superior de San Antón y la Madre Superiora de Santa Águeda y finalmente un caballero negro con amplio sombrero, con el cual se mantenía oculta su identidad, como la de todos los demás aparecidos.

_ ¡La procesión de Arrecogida!- murmuró Álvaro tan perplejo como asustado.

Suplicó la misericordia de que el reloj llegase pronto a marcar la hora de salir, pero tardaron tanto en llegar las siete de la mañana como nunca habían tardado, y cada segundo fue un tormento, cada minuto un martirio, cada hora una pena estoicamente sobrellevada. El tiempo carecía de prisas, una milésima solicitaba permiso a otra para transcurrir. Finalmente llegó la demostración patente de que todo pasa y todo llega, y así las agujas del reloj alcanzaron el tiempo de la liberación.

Rosa tenía el desayuno preparado y dispuesto sobre la mesa, como todas las mañanas. Adivinó enseguida, nada más verle, las penurias nocturnas sufridas por su compañero de piso, traía grabado en el rostro el sobresalto y el dolor.

_ Tómate el café y olvídalo todo- dijo sin más preámbulos.

_ No puedo olvidar, es imposible. En ese edificio, muertos y vivos pasean cogidos de la mano, el tiempo se detiene y las pesadillas son eternas. Además, lo percibo, según voy aproximándome al edificio ya sé como van a ir las cosas, lo presiento, es como si yo fuera parte del pasado o del futuro de esa construcción, pero donde no encajo y, eso es seguro, es en el presente. Ése no es mi lugar, o tal vez sea mi sitio pero en todo caso, no mi tiempo. No lo sé, me vuelvo loco por momentos.

Rosa cogió sus manos frías y temblorosas y le habló con extrema suavidad:

_ Debes encontrar una solución, tomar una decisión. Si no puedes trabajar a gusto allí debes dejarlo.

_ No, ya llevo casi cinco meses en ese servicio, debo aguantar, resistiré un poco más, conseguiré soportar seis meses para obtener la renovación del contrato, y una vez firmada la prórroga pediré el traslado o pediré el turno de día.

No se habló más del asunto, las noches siguientes fueron más tranquilas, incluso, en días posteriores, Álvaro se permitió bromear sobre el asunto diciendo:

_ El eclipse alteró a los fantasmas, ahora ya se han calmado.

Transcurrieron calurosos los días y tensas las noches. Pasó la Virgen de la Paloma, y llegó Santa Rosa de Lima, fecha de la onomástica y aniversario del nacimiento de Rosa, todo ello por causa de la antigua tradición de bautizar a los hijos con el nombre del santo del día en que nacieron.

Aquel día, estaba escrito, sería feliz para ambos. Cogieron el día libre en sus respectivos trabajos y se dispusieron a pasarlo juntos, celebrándolo sin grandes alardes pero unidos. El mejor regalo recibido por la chica, llegó hacia las diez de la noche, justo cuando pensaba que ya los había abierto todos.

Estaban en casa después de la cena, charlaban entre risas y copas de champán. Álvaro, bromeaba respecto al signo del zodíaco de su compañera.

_ ¿A qué hora naciste?

_ A las ocho de la tarde.

_ Entonces eres virgo por cuatro horas. La constelación de virgo empieza a las trece horas cincuenta y un minutos del día 23 de agosto. Según la teoría deberías ser intuitiva, creativa, perfeccionista, son características de los nacidos bajo el signo de virgo. Pero en realidad debes de tener un carácter conflictivo, porque reunirás caracteres del signo de leo también, no en vano has nacido en la frontera entre la quinta y la sexta constelación.

_ No creas que a mí me llama mucho la atención el tema del zodíaco, ni el rollo ese de los horóscopos.

_ A mí sí me gusta, cuando me pronostican algo bueno creo en ello a pies juntillas, en cambio, si se trata de algo malo, no me lo creo, además ser supersticioso trae mala suerte.

_ Por cierto, tú ¿qué signo eres?

_ Bueno eso es una larga historia- dijo Álvaro dándose importancia-, te haré un resumen para no aburrirte: Mi madre, en el año 1968, fue muy buena, se portó muy bien y así los Reyes Magos de Oriente le trajeron un buen regalo, el mejor premio que ella podía soñar. Yo. Nací el día seis de enero, así pues soy capricornio.

_ Y ¿ cómo compaginan una virgo casi leo y un capricornio?

_ No lo sé, ni me interesa conocerlo. Sé que tú y yo congeniamos y nos llevaremos siempre bien, porque eres la chica más maravillosa del mundo.

_ Gracias, eso merece un sorbito de cava.

Alzaron las copas, chocaron los finos cristales derramándose unas gotas del líquido ámbar, bebieron con los brazos entrelazados, después, cuando el amargo sabor de las burbujas jugueteaba en el paladar, desenlazaron los brazos y entrelazaron los labios.

Tras el beso separaron sus rostros, quedaron a escasos centímetros, mirándose fijamente, Álvaro dijo:

_ Te quiero Rosa, me he enamorado de ti- Rosa, sonriendo complacida contestó:

_ Ese es el mejor regalo de cumpleaños que podías hacerme.

Álvaro se dejó seducir por la felicidad, sólo al final del día su memoria lo traicionó. Era 23 de agosto, fecha cruel, hoy se cumplían nueve años del dramático accidente.

Reverberaba en sus oídos un rock suave elegante y sensual, el sabor de la sangre mojaba su garganta, el dolor por los amigos perdidos rompía su alma.

Se levantó y se fue al baño, no quería que Rosa le viera llorar.

jueves, 9 de agosto de 2012

Atardece el Mediterraneo.


El primer escalofrío recorrió su espalda al atardecer del mediterráneo.

-Estoy helada, abrázame con toda la fuerza de nuestro cariño, contágiame el calor de nuestro amor.

Rodaron fusionados en un solo cuerpo amontonados en sus arenas. Difuminaron la realidad, detuvieron el tiempo, no hubo nada entre playa y cielo excepto su deseo.

Terminó la canción, concluyó el combate, ambos resultaron ganadores, apenas bajó la marea regresaron a la habitación.

Era necesario fingir escenarios irreales para huir de la rutina matrimonial, mañana, sin salir de casa, viajarán a Groenlandia y contribuirán, con el calor de sus juegos, a que el hielo del pleistoceno se derrita por completo.