miércoles, 19 de mayo de 2010

Capítulo VI: Ciudadano cero.


Es una pena que lo narrado en algunas novelas sea la pura realidad.
La realidad casi siempre supera con creces a la ficción.
Dejo este capítulo VI de La profecía del silencio.
La cita del incio de un estupendo libro de Rosa Regás.



No sabemos que amamos hasta que desaparece el ser amado. O mejor dicho, no sentimos la verdadera profundidad del amor hasta que se ha ido, por breve y escaso que haya sido ese amor. Y la conciencia se nos carga entonces de dolor por más que intentamos justificar la actitud que tuvimos con él en vida como una consecuencia normal de su comportamiento.
Rosa Regás. “La canción de Dorotea”

CAPÍTULO VI
Ciudadano cero
(16-11-1999)

El silencio esconde misterios y alberga secretos. En el silencio siempre se oculta una profecía.
El silencio persistente y solemne es indicio de la proximidad de la muerte, y, el silencio del alba de aquel lunes era precisamente así, persistente, solemne, casi imposible e inverosímil en una ciudad como aquella, ruidosa por naturaleza, estruendosa por obligación; aquella quietud era inaudita en el reino de los decibelios. ¿Qué profetizaba aquel silencio inusitado?
Rafael, ajeno a todo excepto a su propio agotamiento, aparcó su vehículo cerca del portal de su casa; casi nunca se desplazaba al trabajo en coche, lo hacía en el transporte público, pero aquel fin de semana había hecho una excepción aprovechándose de la posibilidad de aparcar con comodidad tanto en su centro de trabajo como en su barrio; además, no se encontraba con humor suficiente para deambular entre autobuses y vagones de metro, entre viajeros ineducados y malolientes, entre prisas y retrasos.
Tenía el rostro característico del insomne, demacrado y pálido; huellas producidas por la guardia del fin de semana que acababa de acabar. No protestó cuando el nuevo jefe de equipo lo despojó vilmente de su fin de semana libre, de su único fin de semana libre de aquel mes, no le importaba trabajar, ni siquiera tratándose del turno de noche, pero aquello era ya demasiado, estaba cansado, muy cansado; cansado físicamente por tantos servicios consecutivos de doce horas y sin ningún día de asueto, cansado mentalmente por las continuas injusticias tras las cuales se adivinaba la mano de Dionisio.
Necesitaba descansar, pensaba en el refugio en penumbra de su habitación en silencio, percibía ya el tibio roce de las sábanas sobre su cuerpo. Permaneció un rato sentado en el interior del coche, como si le faltasen las fuerzas para salir y estuviera haciendo acopio de ellas, como si hubiese decidido dormir allí mismo sin molestarse en subir a su casa; el motor estaba apagado, la radio encendida, los Lynyrd Skynyrd interpretando una canción, quizá ese era el verdadero motivo de su quietud, la razón de su permanencia en el interior del vehículo ya estacionado, los Lynyrd Skynyrd era uno de los grupos favoritos de su amigo Álvaro, su música lo embriagaba, tal vez fuera por el hecho de que también sus acordes procedían del más allá, pues algunos integrantes del conjunto habían fallecido años atrás en un trágico y desafortunado accidente de aviación. La canción que sonaba, “Simple man”, no era una de las más conocidas como podía serlo “Sweet home Alabama”, tampoco era la preferida de Álvaro, “I need you”, aquella que todos los días sonaba varias veces en el equipo de la Taberna del Renco cuando él pinchaba los discos, sin embargo, era un gran tema, lleno de fuerza, ideal para iniciar el día, aunque en teoría para él no empezaba, todo lo contrario, terminaba.
Apagó la radio cuando finalizó la canción, y, al mismo tiempo la imagen de Álvaro se borró de su mente. Abrió la puerta. Dudó. Trataba de decidir si iba a desayunar a algún bar próximo o por el contrario se encaminaba al hogar en pos del merecido descanso. Fue entonces cuando el silencio extremo captó su atención; era un mutismo indolente y vago diametralmente opuesto a las vibraciones apremiantes y vivas transmitidas instantes antes por la música de los Lynyrd Skynyrd.
_ ¡Qué extraño!- Pensó -. Apenas es audible el rumor lejano y perezoso de unos pocos vehículos circulando por la calle angosta; pasos amortiguados en las aceras de gente casi dormida, o todavía no del todo despierta; personas que silentes y mirándose los pies como dudando de su presencia allá abajo, se dirigían a su trabajo, y para quienes empezaba no sólo el día sino la semana.
La puerta delantera del coche de Rafael permanecía abierta, era como si el vigilante tuviera miedo de cerrarla, como si el estruendo del portazo pudiera romper el azogue de aquel silencio misterioso.
Rafael sintió frío, descartó la opción de entrar en algún establecimiento de la zona a desayunar, cerró de un golpe, suave, pero lo suficientemente enérgico para que encajara, la puerta del coche, y, el portazo pareció ser la señal convenida, el pistoletazo de salida, el sonido desencadenante de la tragedia.
El silencio desapareció de repente dejando paso a la acción, al desenlace, a su profecía. El tráfico comenzó a ser más y más denso; algunos cláxones sonaban ya estridentes y nerviosos demandando mayor fluidez a la fluidez pesada del tráfico; había niños que lloraban desconsolados mientras sus madres histéricas tiraban de sus brazos remolcándolos, casi arrastrándolos, con el objetivo de no llegar tarde a la cita escolar unos, a la laboral otras.
Una alarma se activó en el cerebro de Rafael, apenas era una tenue lucecita intermitente de un discreto color coral; algo extraño ocurría, había algún detalle, una pieza sin acabar de encajar todas sus aristas en el hueco destinado para ella en el rompecabezas, algo no estaba en su sitio. La luz bermeja de su cerebro dejó de ser intermitente y permaneció encendida de modo permanente lo cual le hizo mantenerse alerta, se difuminó el último reducto de sueño de su cuerpo y se olvidó del cansancio, todos sus músculos estaban ahora en tensión; todavía la llave del vehículo dentro de su mano diestra ludía en la cerradura, dudando, incapaz de decidir si cerrar o no, terminar de cerrar o no. Entonces lo vio con claridad, apenas necesitó un segundo su ojo experto para comprender, para adivinar cuanto sucedía o iba a suceder.
La luz de alarma en su mente ya no era del color del coral, ni bermeja, ni intermitente, era persistente y colorada, de la variedad cromática del peligro inminente. Un coche grande, un Ford Scorpio de color negro con los cristales tintados de oscuro, abandonó, mediante una prudente maniobra correctamente señalizada, la calle Corazón de María, girando a la izquierda y continuando por Cardenal Silíceo. Se trataba de un coche oficial de alguna personalidad relevante, sin duda. El chofer de dicho vehículo advirtió al mismo tiempo que Rafael la presencia de un automóvil mal estacionado, ocupando parte de la calzada, en doble fila; la luz cárdena se le debió activar también al conductor al comprobar como apenas unos metros más adelante había espacios libres, aparcamientos vacíos, quizá por ello levantó el pie del acelerador disminuyendo la velocidad y con un acto reflejo instantáneo giró el volante acercando su propio coche al carril izquierdo tanto como le fue posible, alejándose así del vehículo mal estacionado, apartándose del peligro.
Más adelante, a una distancia prudencial de aquella maniobra y en la misma calle había dos personas, un hombre y una mujer, permanecían de pie, parados en la cera, no iban ni venían, tan sólo estaban, sólo aguardaban. Vestían de forma discreta, casi elegante, su actitud era de espera, parecían aguardar a alguien, aguardaban a alguien que ya llegaba.
El automóvil mal aparcado y las dos personas estáticas eran las piezas que no encajaban en aquel puzzle y Rafael lo supo discernir, no obstante sólo tuvo tiempo de tirarse al suelo, entonces sucedió.
Alguien dotado de una inmensa sangre fría activa un dispositivo mediante un mando a distancia. Un coche mal estacionado oculta veinticinco kilos de dinamita en su interior y aguarda a su víctima. El dispositivo recibe la señal y estalla. La explosión es terrible, ya no queda ni rastro del anterior mutismo, ha desaparecido por completo, la profecía del silencio se ha cumplido y ahora reina el caos, la confusión, el dolor y el pánico. Huele a pólvora quemada, a sangre inocente vertida en el asfalto, a miedo derramado en las calles, quizá la muerte está oculta entre la nube de humo producida por la deflagración.
Rafael se levantó indemne, no había sufrido ni un rasguño, oía gritos a su alrededor, algunos eran de histeria, otros tan sólo pedían auxilio desesperado.
_ Socorro, ayúdenme, mi hijita está herida, que alguien me ayude por favor.
El vigilante se disponía a auxiliar a las víctimas, deseaba ser útil a los heridos, pero entonces los vio.
Eran dos, aquel hombre, aquella mujer, aquellas dos personas abandonaban la zona afectada con inusitada calma, con una gran serenidad imposible de entender dentro del caos reinante. Los vio subir a un coche y entonces lo supo con absoluta certeza, habían sido ellos, fueron ellos quienes hicieron explosionar la bomba. El vehículo de los terroristas ya estaba en marcha, era un Ford escort de color blanco, escapaban impunemente del escenario de su abyecto acto. Rafa no pudo soportarlo, no podía permitirlo, por tanto se subió a su coche, arrancó, y sin pensarlo dos veces comenzó a perseguir al vehículo sospechoso; su mano comenzó a hurgar trémula en el bolsillo interior de su chaqueta hasta encontrar el objeto buscado, el teléfono móvil. Se alegró enormemente de haber sido previsor, había tenido la precaución de cargar la batería durante la noche aunque, en teoría, se iba a dormir y lo iba a tener apagado. Marcó el 092 mientras conducía.
_ Policía municipal, dígame.
_ Mire acabo de presenciar un atentado, ha sido en la calle Corazón de María, he visto a los terroristas, voy detrás de ellos con mi coche, los estoy siguiendo, son dos personas, un hombre y una mujer, escapan en un Ford escort blanco, lo tengo justo delante de mí, la matrícula es M- 6097 -LS.
_ Pero ¿está usted seguro de que ellos son los terroristas?
_ Sí, seguro, estaban allí esperando la llegada de su víctima, han activado la bomba y han huido, vamos por el Parque de las Avenidas en dirección al puente de la Paz.
_ No se acerque demasiado, lo que está usted haciendo en este momento puede ser peligroso, deje espacio entre su coche y el de ellos, no deben descubrir que alguien los persigue, no arriesgue su vida.
_ De acuerdo, tendré cuidado. Van a cruzar el puente de la Paz, sí, en efecto, estamos encima de la M-30, por cierto uno de ellos lleva una mochila, seguro que van armados.
_ Tranquilo, lo más importante es no permitir que le descubran, si es preciso abandone el seguimiento, ya tenemos varios coches cercanos a esa zona para interceptar a los terroristas.
Cientos de habitantes de Madrid se habían despertado con la ensordecedora detonación de un coche bomba, algunos tenían quemaduras, otros cortes en el rostro y en el cuerpo causados por el impacto de los cristales que salieron despedidos y que rotos en mil pedazos cayeron sobre ellos; sin embargo entre toda esa gente hubo uno que no sufrió ni un simple rasguño, hubo uno que no se despertó con la explosión pues acababa de terminar su jornada laboral y no se había dormido todavía, y, era éste quien perseguía con tenacidad a los malhechores y comunicaba segundo a segundo su situación a la policía.
_ No van demasiado deprisa-, siguió informando-, están mirando hacia atrás con insistencia y disminuyen la velocidad, creo que me han descubierto.
_ No se arriesgue, si tienen la más mínima sospecha no tendrán ningún inconveniente en matarle a usted, abandone la persecución, dígame con exactitud en que calle se encuentra y la dirección en la cual se dirigen y déjelos marchar.
_ No, un momento, no, no, no. No me han visto, aceleran de nuevo, voy a continuar tras ellos. No conozco el nombre de las calles, no conozco bien esta zona, pero en todo caso sé que no se han desviado en ningún momento, continuamos rectos por una calle perpendicular a la M – 30.
_ De acuerdo, continúe si es posible, pero sin asumir riesgos, nuestros coches patrulla los avistarán en apenas un par de minutos, ya los tenemos, ha hecho usted un buen trabajo, pero insisto, no se ponga en peligro, no asuma ningún tipo de riesgo.
_ Un momento, llegamos a un cruce.
_ ¿Un cruce?, dígame, qué dirección toman.
_ A la derecha, se han desviado a la derecha, conozco este barrio, se dirigen a la calle Agastia, pero... aminoran la velocidad otra vez, ¿qué están haciendo? Quizá me han descubierto.
_ Ya los tenemos localizados, calle Agastia, puede usted abandonar la zona, hay tres patrullas en las inmediaciones, los tenemos rodeados, en cuestión de segundos todo habrá terminado.
_ Voy a continuar un poco más, ya estamos en la calle Agastia, van muy despacio y miran nerviosos hacia atrás, pero no es posible ¿cómo han podido descubrirme?, hay al menos tres coches entre su vehículo y el mío, no es posible que se hayan dado cuenta.
_ No se arriesgue, son profesionales del delito, usted ya ha cumplido, su misión ha finalizado.
_ No, no, si van despacio es por otra razón, no han podido descubrir mi presencia.
_ Adelántelos, hemos llegado al final, no conviene abusar de la suerte.
_ Es como si... estuvieran buscando aparcamiento, ¡a la derecha!, giran a la derecha, estamos en la calle... Fernández Caro, van muy despacio y ahora estoy justo detrás de ellos, pegado a su maletero, voy a verme obligado a rebasarlos o me descubrirán sin remisión, los estoy adelantando... un momento, se han detenido, han estacionado en el descampado, no sé si han aparcado porque me han visto o por otro motivo pero están abandonando el vehículo, repito, están abandonando el vehículo.
_ Bien, no se detenga, continúe hacia delante, nuestros agentes están cerca y se ocuparán de todo, usted váyase ya.
_ No puedo dejarlo ahora, se han bajado del coche y escapan tranquilamente caminando, voy a parar, debo seguirles o de lo contrario huirán.
_ Eso es una locura y no es necesario, nuestras patrullas están ya ahí, deje a nuestros agentes el peso de la persecución.
_ Ya he salido del coche, voy corriendo por la calle... nosequé de Corea, no he podido ver bien el cartel, es paralela a la que ellos han tomado, saldré a su encuentro en la siguiente bocacalle.
_ No lo haga, ¿está usted loco?, no se arriesgue más, repito, no lo haga, es una orden, abandone el lugar, se trata de terroristas peligrosos, no se juegue usted la vida en vano.
_ Ya los he visto-, Rafael no hacía caso de las recomendaciones de la policía, en su cerebro sólo había una idea, detener a los delincuentes-, han cruzado la calle, llevan la mochila con ellos, no van corriendo, van a paso rápido pero sin correr, sin llamar la atención.
_ Dos de nuestros agentes han llegado ya al coche abandonado y ahora van tras ellos a pie, usted ya ha cumplido, márchese de la zona la operación está en manos de agentes profesionales, además, es muy probable que haya un tiroteo.
_ No puedo irme ahora, voy a continuar, me da la sensación, por el camino que siguen, de que se dirigen hacia el metro de Pueblo Nuevo, si llegan allí huirán amparados por la multitud. Han girado a la izquierda y están cruzando de nuevo al otro lado de la calle, si logran entrar en el metro se escaparán voy a darle una descripción lo más detallada posible. El hombre viste con un pantalón gris, camisa azul claro y abrigo azul marino, altura aproximada 1,80, es moreno, cabello liso y corto, es él quien lleva la mochila; la mujer es delgada y de menor estatura, 1,70, quizá menos, cabello corto y castaño, lleva pantalón negro, y chaqueta de punto azul oscuro-. Rafael se vio obligado a hacer una pausa por la proximidad de los terroristas-. Han girado a la derecha, en estos momentos suben por la calle Mandarina, estoy muy cerca de ellos y hay poca gente por la calle, voy a detenerme, fingiré mirar un escaparate para no despertar sus sospechas-. Jadeaba, no sabría precisar si por el esfuerzo, por la tensión o por el miedo, de todos modos aquella aventura llegaba ya a su final.
_ Dos agentes van siguiendo el mismo camino a pie, otros dos van a salir a su encuentro cortándoles el paso y otra dotación en coche se halla a un minuto de ese lugar, ya los tenemos, no llegarán al metro. No se acerque a ellos, le reitero la posibilidad de que se entable tiroteo.
Lo que decía el agente a través del teléfono era cierto, Rafael vio a dos policías nacionales avanzando veloces por la acera opuesta, justo al otro lado de la calle del cual él estaba. Siguió subiendo un poco más con paso lento, muy lento; veía a los delincuentes, veía a los policías.
_ Nos comunican nuestros agentes que ya los han visto, no se arriesgue más, su labor ha finalizado, ha hecho usted un excelente trabajo, gracias, póngase a salvo.
Rafael cortó la comunicación sin decir nada más y guardó el teléfono, pero en todo caso aquello no había acabado. En la confluencia de las calles Mandarina y Ciconia dos agentes de la policía nacional interceptaron a los delincuentes, entre tanto la pareja que seguía sus pasos comenzó a correr hacia ellos con las armas en la mano.
_ Alto, manos arriba, bien arriba donde yo pueda verlas-. Espetó uno de los agentes cuya juventud captó la atención del vigilante.
Los terroristas miraron a los dos policías cuyas armas apuntaban hacia ellos, parecían dilucidar si serían o no capaces de disparar; la rotunda seguridad de los agentes debió de disipar todas sus dudas pues no opusieron resistencia, no trataron de huir, de todos modos hubiera resultado inútil pues se hubieran encontrado de narices con los otros dos agentes, no trataron de hacer uso de sus armas, estaban acorralados, rodeados y bien controlados, sus siluetas se encontraban en el punto de mira de las pistolas de los policías y estos tenían el pulso firme.
Un coche patrulla llegó a toda velocidad, se presentó en el escenario sin sirenas ni alarmas ni otros alardes propios de película americana; los agentes recién llegados los cachearon, después los engrilletaron y los metieron sin contemplaciones en la parte trasera del vehículo. En la mochila incautada al hombre transportaban dos pistolas 9mm. Parabellum, documentación falsa, otros documentos para posteriores acciones criminales y el mando a distancia utilizado apenas veinte minutos antes para activar el coche bomba. Arrancó el vehículo policial en cuyo interior se hallaban custodiados los detenidos, ahora sí fue necesaria la sirena cuyo aullido perdía intensidad conforme se alejaba del lugar de la detención. Rafael supo de inmediato que ahora la policía le buscaría a él, sin embargo decidió irse, pasar desapercibido y marcharse con discreción, aunque sabía que esa acción no evitaría que le encontraran, conocían su identidad pues facilitó sus datos al principio de la comunicación telefónica, además tenían localizado su número de teléfono móvil. En todo caso si necesitaban algo más de él ya le buscarían, por el momento su ayuda había finalizado, había hecho cuanto estuvo en su mano, ahora, el cansancio le angustiaba de nuevo, necesitaba dormir, dormir, cerrar los ojos y abandonar sus sentidos en silencio.
Regresó hacia el coche caminado despacio, recordando las imágenes recientes captadas por sus pupilas, recordó como se habían jugado la vida sin titubear los agentes de policía interceptando a los criminales y un escalofrío recorrió su espalda percibiendo de improviso el peligro que él también había corrido. Sonó dentro de su bolsillo el teléfono móvil sobresaltándole; llamada oculta, indicaba la pantalla.
_ La policía-, pensó, y sin llegar a responder desconectó el aparato.
La zona cercana a su casa, como era de esperar, permanecía acordonada por los efectivos policiales, Rafael hubo de aparcar tres calles más abajo para posteriormente subir caminando. Desde el balcón de su modesta vivienda de alquiler podía verse el lugar del atentado, sin embargo se instaló en el sofá y prefirió verlo a través del aparato de televisión mientras desayunaba. Los bomberos habían logrado dominar el incendio y conseguido apagar definitivamente las llamas, la deflagración había causado múltiples destrozos en los edificios cercanos, al menos siete construcciones habían sido afectadas por la explosión, ciento cuarenta viviendas dañadas, veinte vehículos damnificados; más de cien millones de pesetas fue la primera valoración económica de los daños. Cien heridos de los cuales seis al menos se encontraban en estado grave. No había ninguna víctima mortal y los terroristas se hallaban detenidos, todavía se podía y se debía dar gracias al cielo y asegurar que habíamos tenido suerte.
La bomba iba destinada a segar la vida del viajero del coche oficial, una importante personalidad de la escena política; tal como intuyó Rafa el destinatario de aquel acto violento era el ocupante del asiento trasero del Ford Scorpio negro, quien por cierto, sólo había sufrido unos rasguños gracias a la pericia del conductor que advirtió de inmediato el peligro y debido a la precipitación o a los malos cálculos de los terroristas que en su ansioso deseo de causar daño se apresuraron en exceso y accionaron el dispositivo unos segundos antes de lo previsto.
Los informativos de todas las cadenas estaban ahora dando datos de la personalidad contra quien iba destinada la acción terrorista, pero Rafael estaba demasiado cansado, tumbado cuan largo era en el sofá del salón de su pequeña vivienda, aún vestido y todavía calzado, se quedó dormido. La postura no era cómoda ni apropiada para el descanso, no obstante su agotamiento era tan intenso que hubiera sido capaz de conciliar el sueño en la cama de clavos de un faquir. Cuando despertara su columna vertebral y sus cervicales, a buen seguro le recriminarían su inadecuada posición y le recordarían la utilidad de un buen colchón.
Soñaba.
En sus sueños el mundo era perfecto. En el trabajo todo marchaba sobre ruedas, el jefe de equipo y el jefe de seguridad eran dos tipos estupendos, exigentes con los trabajadores pero comprensivos y respetaban y apoyaban a los vigilantes. La tierra era un planeta de cuya faz se había erradicado la violencia y donde palabras como guerra, terrorismo, delincuencia... sonaban vacuas y por completo carentes de sentido; Álvaro Mohíno Ibáñez, el vigilante, Álvaro Mohíno, su compañero, Álvaro, su amigo, seguía vivo, era un integrante más de aquel mundo perfecto y era feliz junto con su novia, Rosa; compaginaba su trabajo de vigilante con el de camarero, pues ayudaba a Rosa y a su padre en las tareas de la Taberna del Renco, no obstante en opinión de Rafa, se le daba mejor pinchar discos que servir copas, Álvaro tenía la música en las venas, a menudo comentaba: “la vida sin música no es vida, y la música no se concibe sin amor, por tanto la vida sin amor no es vida”. A Rafael le gustaba la música que ponía Álvaro mucha de la cual era desconocida para él. Algunos trabajadores del edificio donde ambos prestaban servicio eran asiduos clientes del bar de Rosa, y entre quienes frecuentaban el local se encontraba Eva. A Rafael le gustaba la compañía de Eva. A Rafael le agradaba la presencia de Rosa, la amistad de Álvaro, la compañía de Eva, la presencia de Rosa, la amistad de Álvaro... Rafael necesitaba la presencia, la amistad, la compañía de Eva, siempre Eva.
Despertó. Algo le hizo salir de su letargo, no hubiera sabido precisar si fue el sonido de la televisión, los ruidos continuos de la calle donde el caos y la confusión continuaban, o los dolores en cuello y espalda causados por la mala postura de su cuerpo ovillado en el sillón, en verdad hubiera sido menos lacerante una cama de afilados clavos.
Salió al balcón, un tanto aturdido aún comprobó que el mundo distaba millones de años luz de ser un lugar perfecto. Tenía problemas de índole laboral, sus jefes le tenían tirria, apenas disponía de veinticuatro horas libres pues mañana a las 7.00 h. Debería estar de nuevo en el puesto de trabajo; la pequeña porción del planeta tierra que su vista divisaba era un lugar donde la destrucción y la violencia eran tan habituales que la gente se acostumbraba peligrosamente a su presencia, un lugar donde los seres humanos eran capaces de cometer todo tipo de tropelías, capaces de inferirse los unos a los otros acciones tan cruentas como aquella que presenciaba desde su atalaya; Álvaro, su compañero, su amigo, estaba muerto y enterrado en una ciudad que no era la suya; su novia, Rosa, vivía desconsolada y continuaba trabajando porque no le quedaba más remedio, en la Taberna del Renco; sólo restaba una posibilidad, la esperanza de la compañía de Eva, la presencia de Eva, la amistad de Eva, quizá, el amor de Eva; y sin embargo era tan difícil, tan improbable que se trataba de un sueño inalcanzable.
De nuevo en el interior de la casa se quitó la ropa arrugada mientras oía que había una niña de tres años entre los heridos graves aunque no se temía por su vida.
_ Socorro, ayúdeme, mi hijita está herida-. Recordó su subconsciente y se alegró enormemente de que no corriera peligro su vida pues se hubiera sentido culpable por haber decidido perseguir a los terroristas y no haber auxiliado a la niña en primer lugar.
También había una joven británica de veintiséis años entre las víctimas, había sufrido el impacto de la metralla en el rostro y éste le produjo el estallido del globo ocular, no había muerto, tampoco se temía por su vida, pero su existencia ya no sería igual desde entonces.
Varias personas padecían insuficiencias respiratorias por inhalación de gases tóxicos y humo, otras presentaban graves problemas auditivos, quemaduras, golpes, heridas inciso contusas, fracturas o simplemente histeria, miedo, pánico generalizado.
Se descalzó, se puso el pijama y se acostó dejando el televisor encendido en el salón. Antes de dormirse profundamente creyó distinguir la voz del locutor, hablaba de un héroe, de un ciudadano anónimo y ejemplar que posibilitó la detención de los terroristas. Un héroe el cual arriesgó su vida persiguiendo a los delincuentes e informando a la policía de su paradero. Lo último que le pareció percibir envuelto entre las caliginosas tinieblas del abotargamiento fue: “la policía ahora busca al héroe para tomarle declaración”.
_ Quien debe prestar declaración son los terroristas y no yo-. Susurró sin fuerzas y se durmió.
Un timbrazo estridente y persistente procedente del despertador ubicado en su mesilla de noche le despertó con extrema brusquedad, tanta que llegó a asustarle. Desconectó con manifiesto enfado el molesto sonido y miró la hora; las cinco de la tarde, ¡claro!, había olvidado por completo anular la alarma al acostarse, la tenía programada para el mismo instante a diario, pues esa era la hora a la cual se había estado levantando a lo largo de todo el fin de semana para acudir al trabajo. De todos modos, sentado sobre la cama y ya despierto o casi, se alegró de su descuido, sería mejor despabilarse, comer y salir a estirar las piernas y evadir la mente, cualquier cosa sería más conveniente que permanecer todo el día postrado en el lecho. La primera labor a realizar era muy importante, no podía olvidarla y por tanto se puso a realizarla de inmediato, y así, programó la alarma del despertador de nuevo, en esta ocasión y de forma correcta a las 5,30 horas de la madrugada, así evitaba descuidos. Nada agradaría más, tanto a su jefe de equipo como al jefe de seguridad, que verle llegar sudoroso, acezando y con un irremediable retraso a su cita laboral.
_ No, nunca les proporcionaré esa satisfacción-. Murmuró sonriendo.
Salió de la habitación con paso vacilante e inseguro caminar, en el salón continuaba conectado el aparato de televisión, la programación en todas las cadenas era ya la habitual, nada sobre el atentado, ni una sola palabra salvo en los espacios informativos. Todo había terminado, la vida seguía su habitual transcurso excepto para los vecinos de los alrededores, ellos sufrirían durante meses el estridulo de las obras, el tráfico pesado y lento por las calles cortadas, la acuciante necesidad de reparar los desperfectos, y el susto oculto en algún rincón de la memoria, y tampoco habría terminado para las víctimas directas de la explosión, para ellos nunca acabaría de acabar por completo aquel horrible suceso; sufrir un atentado es algo que jamás se supera, no hay terapia capaz de proporcionar el olvido, las heridas cicatrizan pero incluso en el hipotético caso de que no queden secuelas físicas las imágenes permanecen indelebles en las retinas, los sonidos se mantienen contumaces en los tímpanos, las texturas siguen estólidas y a flor de piel en las puntas de los dedos, los olores persisten obstinados en las membranas pituitarias, los sabores continúan tenaces en los paladares, los recuerdos se prolongan estoicos en las memorias.
Rafael se obligó a sí mismo a comer sin hambre, aquellos sucesivos y constantes cambios de turno a los que le sometían sus superiores desconcertaban hasta al organismo más curtido. Se dio una ducha rápida con más preocupación por despertarse que por limpiar su cuerpo y se vistió.
_ Por la noche, antes de dormir, me regalaré un largo y relajante baño de agua tibia y abundante espuma-. Pensó en voz alta.
Bajó las escaleras, nunca utilizaba el ascensor para bajar y en contadas ocasiones para subir. Al llegar al zaguán salió a la calle girando a su derecha, quería evitar a toda costa cualquier contacto o proximidad con la zona de la explosión, precisamente al contrario que un nutrido grupo de curiosos y desocupados viandantes quienes vagaban por los alrededores alimentando de sufrimiento ajeno su morbo, difícil de comprender para Rafael e imposible de compartir.
Caminó durante un tiempo indeterminado, se dio cuenta de que iba demasiado deprisa para no ir a ningún sitio en concreto. Introdujo las manos en los bolsillos con gesto de despreocupación, una de ellas se encontró un objeto frío e inerte, era el teléfono móvil, no lo encendió, redujo de forma considerable tanto la frecuencia como la longitud de sus zancadas y ahora sí paseó de modo más acorde a su ociosidad. Se encontraba en la calle Príncipe de Vergara, cuando llegó a los aledaños del metro tomó la decisión de entrar, como si necesitara de anónima compañía, la estación era Cruz del Rayo, y como un rayo, en un fugaz instante llegó a la determinación de cual sería su destino. Tenía un conocido, un amiguete que regentaba un bar de copas en Chamartín, haría trasbordo en Plaza de Castilla y se dejaría caer por allí, le haría una visita destinada a llorar en su hombro, a embriagarse a su costa.
Concha Espina, Colombia, Pío XII, Duque de Pastrana, las estaciones se iban sucediendo bajo el manto del aburrido trajinar de los viajeros hasta que, en efecto hizo trasbordo en Plaza Castilla, pero no tomó la línea diez en dirección a Fuencarral para apearse en Chamartín como había planeado, todo lo contrario, continuó en sentido opuesto al previsto, hacia Aluche, para terminar bajándose en Alonso Martinez. ¿Se había confundido o fue guiado por el subconsciente? Sus pasos lentos y distraídos vagaron por un tiempo callejeando sin rumbo, finalmente se detuvo, al otro lado de la calle había un bar, sacó las manos de los bolsillos y cruzó la carretera, el letrero por encima de la puerta anunciaba: Taberna del Renco. ¿Por qué había ido allí si su intención inicial era dirigirse a otro lugar muy distante y muy distinto de aquél?
Abrió la puerta y sin decidirse a entrar examinó con un rápido vistazo el interior, había algunos conocidos, empleados del edificio donde prestaba servicio los cuales una vez finalizada su jornada se tomaban unos instantes de asueto antes de enfrentarse a los rigores del hogar; detrás de la barra estaba Rosa, la presencia de la chica fue determinante, optó por entrar. Se sentó en un incómodo taburete sin respaldo en el más oscuro y discreto rincón del fondo del local, la joven camarera, a quien nada de lo que acontecía dentro del bar le pasaba inadvertido, se apercibió en seguida de su presencia y se acercó.
_ Hola Rafa-, saludó al recién llegado.
_ Hola Rosa-, respondió para luego añadir con cortesía-, ¿cómo estás?
Se dieron dos besos en las mejillas salvando con gran dificultad los obstáculos, el físico del mostrador y el inmaterial de su timidez.
_ Bien-, mintió Rosa sin convicción-, ¿y tú?, hace tiempo que no vienes por aquí.
_ Yo también bien-. Respondió con idéntica carencia de convicción y tampoco fue sincero, un poco más tarde continuó con la explicación esbozando ya una sonrisa amistosa-. Tienes razón, han transcurrido bastantes semanas sin que me pasara por aquí, no he tenido mucho tiempo libre, ni tampoco demasiadas ganas de diversión, quizá tenía miedo y no me atrevía a venir.
_ Bueno-, dijo la chica sonriendo-, no te preocupes demasiado, no pretendía hacerte ningún reproche, se trataba sólo de una frase intrascendente.
Rafael no había vuelto a visitar la Taberna del Renco exactamente desde el 7–10–99, siete días antes de la muerte de Álvaro. Aquella tarde estuvo allí con él, bebiendo, cantando, riendo, hasta que por fin Rosa les indicó la conveniencia de irse a casa.
_ No pude ir a su entierro Rosa, estaba trabajando, el compañero se durmió y llegó tarde a hacerme el relevo, cuando por fin me pude marchar fui corriendo hasta el cementerio pero ya todo había terminado, todos se habían ido, no quedaba nadie excepto él, sólo él... y yo.
_ Sí ya lo sabía, Eva me lo dijo, no me debes ningún tipo de explicación ni tienes porque justificarte Rafa, todo está bien... todo está bien excepto su ausencia. No sabemos que amamos hasta que desaparece el ser amado. O mejor dicho, no sentimos la verdadera profundidad del amor hasta que se ha ido, por breve y escaso que haya sido ese amor.
_ No Rosa, no es cierto, nada está bien, por el contrario, todo está al revés, Álvaro era un buen chico y ahora está muerto, y sin embargo quienes merecerían haber muerto siguen estando vivos, y quizá lo peor del asunto es que algunos de quienes nos hemos quedado en este mundo desearíamos habernos ido para no sentirnos ahora tan solos y vacíos.
La sonrisa de Rosa se hizo más intensa aunque las palabras de Rafa habían abierto heridas y su rostro reflejaba dolor.
_ Dice mi psiquiatra que ese sentimiento es transitorio, según él, el tiempo cura todas las heridas y en menos días de lo previsto todo volverá a ser como antes.
_ Eso son palabras fáciles de decir e imposibles de creer, de todos modos ¡ojala tenga razón!
_ Bueno-. Exclamó Rosa cambiando de asunto pues de seguir la conversación por esos cauces hubieran terminado ambos llorando-. Esto sigue siendo un bar y no la consulta de un psicoanalista-, e interrogó a su amigo aun conociendo la respuesta-, ¿qué quieres tomar?
_ Magno coca con un hielo.
La camarera se fue hasta el lado opuesto de la barra, preparó dos bebidas exactamente iguales y con un vaso en cada mano regresó hasta donde se encontraba Rafael.
_ Yo también tomaré uno, creo que lo necesito-. Bebieron ambos sin mediar más palabra y sin embargo un brindis no pronunciado flotaba entre sus copas; él tomó un trago largo como si precisara apagar un fuego en su interior, ella apenas un sorbito, lo justo para mojar sus labios, luego jugando con los hielos del interior del vaso, haciéndolos chocar y dar vueltas tintineando, y con el regusto del cubalibre en el paladar, anunció algo ya por ambos conocido-. Ésta era la bebida favorita de Álvaro.
_ Sí, en el breve periodo de tiempo que compartimos Álvaro y yo, cambió muchas cosas de mi vida y de mi personalidad, ésta es sólo una de ellas, una pequeña muestra-, habló sin dejar de mirar el contenido de su vaso, luego alzó sus ojos hacia los altavoces del local donde una canción de M–Clan, “Los periódicos de mañana”, sonaba a un volumen muy discreto y adujo-, la música es otro diminuto detalle, ha cambiado radicalmente mi gusto musical, por cierto ¿tienes esa canción?, no recuerdo el título, aquélla que tanto le gustaba a él.
_ Sí la tengo, pero no me pidas que la ponga a no ser que desees verme llorar, ése es un fragmento de dolor que mi psiquiatra no ha podido curar todavía.
Rafael cogió con ambas manos las de la joven que trémulas se apoyaban en el mostrador y mirándose a los ojos trataron de vencer al llanto, sonaban los acordes de la canción y escuchándolos permanecieron por unos momentos, en silencio, en contacto, en compañía... en una soledad compartida.
“Se me olvidó que hubieras querido protagonizar una revolución, haz el amor tumbado al sol, hay quien dice que puede ser perjudicial, sin embargo a mí no me hace mal, la mentira está escrita en los periódicos de mañana, no me interesa lo que digan los políticos, no me creo de la misa la mitad, la mentira está escrita en los periódicos de mañana”.
Cuando el tema hubo terminado Rosa recuperó el habla.
_ Unos días después del entierro estuvo por aquí tu jefe, fue una mañana temprano, venía a desayunar, estuve a punto de escupir dentro de su café pero no pude olvidarme de mi profesionalidad y educación, ni tampoco de Álvaro que no lo hubiera aprobado bajo ningún concepto.
_ ¿Escupir dices?, deberías haber vertido cianuro o arsénico en su desayuno. Va a por mí, me la tiene jurada ¿sabes?, no le gusto, nunca le resulté simpático y le molesta que los empleados del edificio me aprecien, quiere perderme de vista a cualquier precio.
_ Pues vete, no cometas el mismo error que cometió Álvaro-. Aconsejó Rosa con un arrebato violento de sinceridad-. Tu empresa tiene cientos de centros de trabajo en Madrid, a cualquiera de ellos sabrás adaptarte y en cualquiera de ellos serás más feliz.
_ Sí, tienes razón, ya lo he pensado, pero no voy a proporcionarles ese placer, venderé cara mi piel, además en ese edificio... algunas noches... siento la presencia de Álvaro, oigo su voz, siento su tacto.
_ ¿Vas a empezar con el mismo discurso de Eva? Está convencida de que el alma de Álvaro se encuentra apresada entre los muros de esa construcción y de que su espectro deambula por las noches entre los despachos.
_ Pues yo también estoy convencido de ello, su espíritu se ha unido al grupo de fantasmas que ya habitaba el convento de las Arrecogidas.
_ Me cuesta trabajo creerlo, es más, no quiero creerlo, prefiero pensar que su cuerpo y su alma descansan en paz en algún lugar del paraíso, en algún sitio donde yo pueda reunirme con él en el final de mis días.
La puerta del local se abrió y entró Eva, hablaba con alguien a través de su teléfono móvil, parecía enojada. Ella, ensimismada por la conversación telefónica, no vio a Rafael, él si la vio a ella de inmediato ¿cómo no detectar su presencia? Quedó absorto, cautivado por la belleza de la joven, su corazón comenzó a galopar más deprisa.
_ Mira, hablando del rey de Roma por la puerta asoma-. Advirtió Rafa a Rosa.
_ Sí, se asoma pero no nos ve-. Añadió Rosa con ironía y después continuó con sorpresa tanto en su voz como en el gesto-. Está enfadada, compadezco a quien se encuentre al otro lado de la línea.
Eva finalizó la conversación, guardó, sin poder reprimir un gesto de contrariedad, el móvil en su bolso y se aproximó a la barra, fue en ese instante cuando percibió la presencia de Rosa y Rafa en el recóndito rincón del fondo de la taberna.
_ Hola chicos-, saludó cambiando su rictus de exacerbación por su habitual y encantadora sonrisa-. ¿Qué hacéis aquí tan escondidos?, ¿no interrumpo nada no?, ¿o sí?, ¿no estaríais ligando?, porque si molesto me marcho.
_ Sí, estamos ligando-. Rió Rosa ante la ocurrencia-. Y no creas, no es fácil con el bar lleno de gente y mi padre controlando.
_ No estamos escondidos, es que tú has llegado tan obnubilada que no nos has visto-. Aclaró Rafael.
_ Sí en eso tienes razón, y los culpables de mi ofuscación son tus queridos compañeros de trabajo, bueno y también el palurdo de mi jefe claro, que era la persona con la cual discutía por teléfono al entrar en el local.
_ Pero ¿qué te ha ocurrido?
_ Me han echado de mi despacho. Ha llegado uno de tus nuevos compañeros, muy educado, eso sí, y me ha dicho “a las 20,00 horas se cierra el edificio señorita, lo lamento pero debe terminar y marcharse”. Yo le he dicho que eso era imposible, si terminaba no me marchaba y si me marchaba no podía terminar mi trabajo, entonces ha especificado “deberá marcharse sin terminar”. Debe de existir un error, he intentado convencerle, tengo una de esas malditas autorizaciones, Manolo, mi jefe, la gestionó personalmente el viernes, a lo cual él me contesta tajante que no, “para hoy no hay ninguna autorización y al no estar autorizada debe irse”. Y ése es el resultado, me han echado de mi propia oficina, pero ¿qué creen qué estoy haciendo?, pasarle información a la competencia, ¿sospechan qué me dedico al espionaje industrial? He llamado a mi jefe echa un basilisco, él jura y perjura que no tiene la culpa aduciendo que gestionó la autorización, pero a mi no me la pega, seguro que se le olvidó, no me extraña conociendo la fragilidad de su memoria, y ahora yo a pagar los platos rotos como siempre, con el trabajo sin terminar y con un cabreo monumental.
_ Eva, tu jefe dice la verdad-. Aseguró el vigilante-. He estado de servicio todo el fin de semana y la he visto, la autorización gestionada por él estaba a las siete de la mañana en su sitio, cuando yo me he ido se encontraba allí debidamente cumplimentada.
_ Pues ahora es cuando no comprendo nada, si esta mañana estaba en su sitio, ¿por qué el vigilante de esta noche no la tiene?- La paciencia de Eva se disipaba y ya rozaba la indignación.
_ No sé responder a esa pregunta-. Arguyó Rafa-. Pero sí sé una cosa, ahora me echarán la culpa a mí, dirán que yo la he extraviado.
_ De todos modos yo voy a formular una queja al jefe de seguridad, esta situación me parece inadmisible, no pueden expulsarme de mi despacho por muy tarde que sea. Y, el invento ése de las autorizaciones es una solemne estupidez, ¿desde cuando es necesario estar autorizado para cumplir con tus tareas laborales?
_ Así son las cosas ahora Eva y me da la sensación de que así seguirán por mucho tiempo, éste es el nuevo sistema de seguridad diseñado por Dionisio y nosotros sólo somos sus esclavos, el brazo ejecutor, el último eslabón de la cadena, los pobres tontos que damos la cara, nos la abofetean y al día siguiente ponemos la otra mejilla salvaguardando así los imberbes carrillos de otros.
_ Por cierto Rafa, el viernes pasado por la noche terminé de trabajar pasadas las once y tú no me echaste aun careciendo de autorización.
_ No-. Dijo el vigilante encogiéndose de hombros-. Resulta que yo no cumplo estrictamente todas las órdenes recibidas, no obedezco a ciegas, por el contrario, soy muy selectivo en mi trabajo, me cuesta algún disgusto de vez en cuando, eso sí, pero asumo el riesgo. Yo no tengo miedo, mis compañeros sí, esa es la diferencia; yo tengo amigos conseguidos a lo largo de mis muchos años de servicio, ellos por el contrario son nuevos, sólo tienen al jefe de equipo y a Dionisio.
_ ¿Quieres decir que si alguno de tus jefecillos se entera de MI presencia en MI despacho haciendo MI trabajo a esas horas tardías del viernes te pueden causar problemas?- Eva había marcado con una fuerte inflexión de voz las tres veces en las cuales sus labios habían pronunciado la palabra MI, en verdad estaba enfadada, casi fuera de sí. Rafael y Rosa se encogieron de hombros ante la pregunta de su amiga, como si la respuesta a la cuestión formulada fuera obvia, después asintieron a la par con un gesto oscilante y afirmativo de cabeza. Eva trató de calmarse antes de volver a hacer uso de la palabra, mas no lo consiguió por completo.
_ Mira Rafa, yo no quiero causar problemas a ningún trabajador y mucho menos aún desearía causárselos a un amigo, a ti te considero amigo mío, así pues, la próxima vez que sin saberlo te esté comprometiendo en tu trabajo ¡DÍMELO!, no te verás obligado a expulsarme, me iré yo sola.
_ De acuerdo, si en alguna ocasión tu presencia me supone riesgos te lo diré, de momento no te preocupes por lo ocurrido el viernes, me va a causar más trastorno la autorización perdida de hoy, seguro que el jefe de equipo aprovechará la ocasión para volver a sancionarme, y van ya tres amonestaciones desde su incorporación.
_ ¿Tres sanciones?, ¿qué ocurre?, tú haces bien tu trabajo, acaso va a por ti-, interrogó Eva que sabía de la profesionalidad de Rafael y además no ignoraba que jamás en su larga carrera había sido sancionado hasta la llegada del nuevo jefe de equipo.
_ Sí- respondió Rafa escueto y sincero.
_ Pues en esta ocasión le va a salir el tiro por la culata, le diré a mi jefe que confiese haber olvidado gestionar mi autorización, de ese modo no habrá documento, y al no existir no se puede perder, y al no haberse perdido no podrán culparte por extraviarlo.
_ Gracias, es un bonito gesto por tu parte, pero quizá tu jefe no quiera participar en el juego.
_ De Manolo me encargo yo, me debe muchos favores, tantos que ya casi ni los recuerdo todos, le conviene llevarse bien conmigo, puedes darlo por hecho.
_ Gracias de nuevo.
_ Favor por favor, tu me permitiste completar mi tarea del viernes, yo te evito una sanción, una sanción injusta por otro lado, pero de ahora en adelante no te la juegues por hacerme favores, ¿vale?
_ Vale-, asintió Rafa con un gesto que invitaba a hacer las paces, aunque sabía que continuaría siendo benévolo con Eva cuantas veces fuera necesario aun arriesgando su empleo, y no solamente con ella sino con cualquier otro trabajador que lo necesitase.
_ ¿Quieres tomar algo Eva?- Interrogó Rosa para a renglón seguido añadir sonriendo-, esto continua siendo un bar y pretende ser un negocio próspero, además hoy nos invita Rafa.
_ Sí, ¿qué estáis bebiendo vosotros?
_ Magno coca con un hielo-. Respondió Rafael fijando su mirada amarga en el cristal de su vaso-. Es nuestro modo de rendir homenaje a un amigo.
_ Yo también deseo homenajear a ese amigo-. Adujo Eva adivinando a quien se refería Rafa de inmediato-. Magno coca con un hielo Rosa por favor, y como diría ese amigo común, pon cuidado en que sólo sea un hielo, es una cuestión muy importante.
_ No sólo has adivinado a quien nos referimos, también demuestras conocerlo a la perfección-. Adujo Rafa.
Cuando la camarera se ausentó envuelta en un halo de melancolía Rafael dijo con una gran sonrisa en sus labios y con sus ojos mirando fijos a los de Eva.
_ Te agradezco mucho tu preocupación por mi empleo, además te pones muy guapa cuando te enfadas.
_ Gracias, pero te equivocas, yo estoy muy guapa siempre, no sólo cuando me enfado.
_ Ahora eres tú quien se equivoca-. Dijo Rafa acentuando su sonrisa-. Tú no estás guapa nunca, ocurre simplemente que tú eres guapa.
Ambos sonreían y se miraban, sus miradas iban de los ojos a los labios y otra vez a los ojos y de nuevo a los labios y sonreían y se miraban... y sin embargo si se había establecido algún tipo de magia o hechizo entre ellos se desvaneció cuando Rosa regresó con la bebida de Eva frustrando... ¿qué? ¿Un beso tal vez? ¿Alguna otra muestra de cariño espontáneo?
_ ¿Brindamos por la memoria de nuestro amigo?- Preguntó Eva, y tanto ella como Rafael dirigieron una mirada interrogativa a la camarera. Fue Rosa, al sentir las pupilas de sus amigos fijas en su rostro, quien primero alzó su vaso aproximándolo hacia ellos y exclamó:
_ Por Álvaro, por que esté donde esté siempre permanezca en nuestros corazones.
_ Por Álvaro-. Respondieron a la vez Eva y Rafa.
Chocaron los cristales de los vasos en un suave pero firme tintinear, los tres bebieron. Rosa y Rafa habían terminado con aquel sorbo sus consumiciones, el vigilante dijo contemplando el hielo sin derretirse en el interior del recipiente.
_ Yo quiero otra copa.
_ Voy a por ella-. Respondió Rosa y añadió-. Yo también necesito otra.
Mientras la joven preparaba las copas su padre desde el lado opuesto de la barra apagó la música interrumpiendo la canción de los Héroes del Silencio a la mitad.
“Echar el ancla a babor y de un extremo la argolla y del otro tu corazón mientras tanto, tu pesadilla y el mendigo siempre a tu lado, tu compañero de viaje, cuando las estrellas se apaguen en un instante también vendrás tú, duerme un poco más los párpados no aguantan ya, luego están las decepciones cuando el cierzo no parece perdonar, sirena vuelve al mar...”
El camarero no quería privar a sus clientes de la melodía, quería simplemente escuchar una noticia y para ello dio volumen al televisor que hasta ahora permanecía encendido pero sin sonido.
_ ¿Qué ha pasado?- Preguntó Eva quien permanecía de espaldas al rincón donde se ubicaba el aparato de televisión-. ¿Por qué han quitado la música? “La sirena varada” es una de mis canciones preferidas.
_ Las noticias-. Señaló Rafa con su mano diestra indicando el lugar donde estaba la pantalla-. Están hablando del atentado perpetrado esta mañana.
_ ¡Ah sí!, lo he oído en la radio, por cierto ha sido en tu barrio, cerca de tu casa ¿no?
_ Sí, demasiado cerca de mi casa.
_ Han dicho que un ciudadano anónimo ha hecho posible la detención, tal vez un vecino tuyo es el héroe del día-. Comentó Eva girándose para prestar atención a la noticia. Entre tanto Rosa llegó con los vasos llenos de nuevo.
_ Los terroristas han hecho estallar un coche bomba cargado con 25 kilos de dinamita unos segundos antes del paso del vehículo del Secretario General de Política Científica quien ha salido ileso, la habilidad del chofer que intuyó el peligro ha resultado definitiva para evitar la catástrofe; igualmente definitiva ha sido la valiente actuación de un ciudadano anónimo, de un héroe sin nombre, quien tras presenciar la comisión del acto delictivo ha perseguido con su vehículo particular a los malhechores durante más de veinte minutos, indicando en todo momento a la policía cual era su situación, incluso facilitó la descripción de los sospechosos por si los perdían de vista. Se atrevió hasta a perseguirles a pie cuando los terroristas abandonaron el coche con el cual se dieron a la fuga, gracias a este ciudadano ejemplar ha sido posible la rápida y eficaz actuación de las fuerzas de seguridad del Estado y la inmediata detención de los violentos. En estos momentos la policía todavía no ha conseguido localizar al héroe para tomarle declaración, lo tienen identificado, aunque por supuesto no han facilitado ningún dato respecto a su persona.
_ ¡Qué valor!- Dijo Eva sinceramente emocionada-. Es increíble, lo que son capaces de hacer cierto tipo de personas, yo desde luego no me hubiese atrevido, al contrario me hubiera muerto de miedo, ¿quién habrá sido?
_ Ha debido ser alguien acostumbrado al riesgo, alguien cuya profesión le ponga en constante peligro, o por el contrario algún loco que no aprecie mucho su vida, alguien sin miedo a morir-. Añadió Rosa.
_ No lo creas-. Intervino Rafa en esta ocasión-. No tiene por que ser ni una cosa ni otra, en esos momentos no se piensa en el riesgo, no sientes miedo, no hay tiempo, haces lo que debes hacer y ya está, sin pensar en las consecuencias. El temblor en las piernas y el pánico llegan cuando todo termina, cuando llegas a casa y lo ves por la televisión, cuando lo ocurrido parece irreal, cuando se te antoja similar al argumento de una mala película americana, cuando descubres que iban armados y que estaban dispuestos a matar.
_ ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes conocer con precisión los sentimientos de otra persona?- Preguntó Eva quien en el fondo de su corazón había sentido una intuición y se temía cual iba a ser la respuesta de Rafa.
_ Lo sé por que no son los sentimientos de otra persona los que cuento, son los míos propios-. Las dos jóvenes lo miraron con expresión de sorpresa y expectación, como si quedara algo por decir, como si lo que todos intuían debiera ser pronunciado en voz alta, en pública confesión para ser cierto, ante esta curiosidad Rafael se vio en la obligación de aclarar la situación, se encogió de hombros antes de decir-. He sido yo, he sido yo quien los ha perseguido tras el atentado.
Rosa y Eva no supieron que decir, quedaron mudas, impresionadas por la revelación, su silencio fue tan abrumador y tan repleto de atención que Rafa se vio obligado a seguir explicando.
_ Acababa de salir de trabajar, ha ocurrido muy cerca de mi casa, al aparcar el coche me he topado de narices con la explosión, los he visto primero aguardando a la víctima, acechándola como animales hambrientos en pos de su comida, he comprendido en seguida que eran ellos, después de la detonación huían con enorme frialdad, con increíble calma, con total indiferencia ante el dantesco espectáculo, caminaban por la calle como si nada hubiera ocurrido. He decidido perseguirles y durante la persecución he ido informando a la policía de mi situación en todo momento hasta la detención.
_ Han dicho en las noticias que la policía te está buscando-. Dijo Rosa con una mezcla de admiración y preocupación en sus palabras.
_ Sí, no tardarán en encontrarme-. Adujo Rafael restando importancia a aquel detalle-. Sólo espero que no sea esta noche, necesito dormir, necesito descansar, mañana debo trabajar.
_ Propongo un nuevo brindis-. Dijo Eva con una amplia sonrisa en su rostro, y alzando el vaso añadió-. Por el héroe del día.
_ Brindemos por él-. Asintió Rafa y puntualizó-. Sea quien sea y esté donde esté, para que continúe siendo un individuo anónimo, un ciudadano cero.
Ya en el portal de su casa Rafael comprobó que la actividad continuaba frenética en la zona aledaña a la explosión y esa visión evaporó la euforia que las copas le habían proporcionado. Subió en el ascensor, estaba demasiado fatigado, y se vio reflejado en el espejo, era él quien silbaba una antigua canción de Joaquín Sabina. Dejó de silbar y en la soledad del elevador se atrevió a cantar el estribillo.
_ Ciudadano cero ¿qué razón oscura te hizo salir del agujero?, siempre sin paraguas siempre a merced del aguacero, todo había acabado cuando llegaron los maderos.

Ese tipo lánguido del reflejo del espejo era él, un ciudadano anónimo, un cero a la izquierda, un ciudadano cero sin paraguas y a merced del aguacero.

lunes, 17 de mayo de 2010

El clavo


Otro micro relato ganador que no ganó, y en esta ocasión no me gustaron tanto los elegidos como el mío y algún otro más de amigos que he tenido ocasión de leer.
En este caso las cien palabras llevaban implícito un pequeño homenaje a Pedro Antonio de Alarcón, y de ahí el título.



EL CLAVO


Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared no nos dimos cuenta.
Aquella obra, el retrato de mi bisabuela, parecía tener vida propia, esa vida que a ella le faltaba. Yo la colocaba, la enderezaba y al día siguiente, volvía a caer a la siniestra, aparecía torcida.
Creímos que era asunto de espectros, el alma de la mujer pintada en el lienzo quería decirnos algo. ¿Acaso la bisabuela había sido asesinada?
Al final era una alcayata mal puesta, nada de fantasmas, y sin embargo yo, por culpa de un clavo torcido y chivato, escribo esta carta desde la cárcel.

sábado, 8 de mayo de 2010

Capítulo V: Eterno toque de difuntos.


Os dejo el capítulo V de La profecía del silencio para celebrar la presentación en Madrid. y os pongo una fotografía en la cual estoy rodeado de bellezas, a mi derecha Eva López, la escritora de mi primera y tercera novelas. A mi izquierda Rosa, la tabernera de la Taberna del Renco, dos protagonistas principales de mis obras.

La cita es de Javier Marias y su libro "Mañana en la batalla piensa en mí"

«Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta
entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre
recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el
momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el
tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir
junto a nosotros».
Javier Marías. “Mañana en la batalla piensa en mí”

CAPÍTULO V
Eterno toque de difuntos
(22–10–1625)

Una semana había pasado el Rey fuera de Madrid, alejado de la corte y
alojado en el palacio de Aranjuez, allí se había entregado prácticamente
por completo a una de sus aficiones favoritas, la caza. Y en el transcurso
de esa semana pocas cosas había echado de menos, pues tal era
ya la comodidad y el lujo del inacabado palacio ribereño y la tranquilidad
y calma de sus jardines aledaños que en realidad, faltarle, no le
había faltado nada. Por no carecer, ni siquiera careció de compañía femenina
en el lecho, pues no en vano un par de cortesanas fueron vasallas
de su señor de buen grado. Sin embargo los afeites, perfumes,
sedas, y singular belleza de éstas mencionadas damas, si bien consiguieron
hacer olvidar al cuarto Felipe a su Reina doña Isabel de Borbón,
a su simpatía, inteligencia y lindeza, de manera momentánea, no
consiguieron causar desmemoria en cuanto se refería a los encantos, la
suave y pálida piel y el núbil vientre de la novicia Margarita. ¿Cómo olvidar
belleza tan pura y desbordante?

Y precisamente durante el transcurso del viaje de regreso a Madrid
fue cuando más la recordó. Se había detenido la comitiva real en Valdemoro,
en la posada del Peregrino, justo en las confluencias de las calles
Sartén y Mediodía; pararon allí a permitir descanso a las cabalgaduras
en las cuadras y a ingerir algún alimento que caldeara los cuerpos
y ayudara a combatir el frío. Y allí se encontraban los viajeros. Y
allí se hallaba el posadero con cara radiante viendo ya repleta su bolsa,
pues en otra ocasión ya tuvo suerte de que la comitiva real hiciera alto
y reposara en su casa no haría más de seis o siete meses; y en aquella
otra vez acertó el mesonero a enviar a su hija para atender la mesa
del Rey entre tanto él se ocupaba de preparar el condumio y así, el
Austria, se encaprichó, como en él no resultaba inusual, aunque sólo
fuera temporalmente, de la moza. Así pues solicitó al posadero los servicios
de su bella hija y éste a su vez se excusó alegando la temprana
edad y la virginidad de su retoño. Aquello no hizo sino incrementar el
interés del monarca, quien acabó por salirse con la suya, como en él no
resultaba inusual, y accedió a los encantos de la moza, previo pago de
una buena cantidad de ducados al tabernero.
He ahí la explicación de que apenas el carruaje real se detuvo en la
puerta de la bodega, Matiste, que así se conocía al tabernero, ordenara
a su hija cambiar su atuendo por otro limpio, y más vistoso, y así
una vez apañuscada atendiera con celeridad, mimo y zalamería a su
majestad.

No obstante en esta ocasión a Felipe IV los turgentes pechos que
asomaban por el generoso escote de la mesonera y que ésta hacia bailar
con picarona habilidad muy cerca de sus reales pupilas, le despertaron
más el recuerdo de otros que el deseo de éstos, así pues lo único
que solicitó el Austria al posadero, y de inmediato, fue papel, pluma
y tintero.

Escribió con algo de prisa un mensaje, luego dobló el pergamino con
cuidado y finalizada la tarea hizo llamar a uno de los jinetes de su séquito.
– Llevad de inmediato este billete a don Francisco García Calderón,
confesor del convento de las Arrecogidas– ordenó el Rey enérgico y
sin embargo en voz baja para que nadie excepto el portador del mensaje
pudiera escuchar su destino.

Partió el jinete con premura pues ciertas órdenes del Rey, aunque
fueran pronunciadas entre susurros, no admitían demora en su ejecución.
Breves instantes después de la marcha del mensajero ordenó el
monarca la partida de la comitiva dejando así a la hija del mesonero
compuesta y sin novio y al propio tabernero descompuesto y sin bolsa.
Por el contrario, en un rostro irradiaba la felicidad, una sonrisa se dibujaba
en los labios del Rey cuando reemprendieron la marcha, con el
vaivén del carruaje le sobrevino un ligero sopor y así se abandonó al
sueño y al recuerdo.

El mensajero llegó al convento de las Arrecogidas y al galope de su
montura entró por el huerto situado en la parte trasera del edificio. Enseguida
se acercó allí el confesor del convento quien leyó el mensaje
aunque estaba seguro de conocer el contenido de la carta de antemano.
Estoy ya de camino a Madrid, esta noche visitaré el convento, es mi
deseo que tengáis todo preparado para mi llegada.

– ¿Debo aguardar respuesta?– interrogó el mensajero ansioso por
retirarse a descansar.

– No– respondió escueto el confesor, quien por cierto ya había emprendido
camino hacia el interior del convento. No finalizó el recorrido
previsto pues en un jardín que separaba el huerto del cementerio se
hallaba trabajando sor Margarita.

– Esta noche tendréis visita– espetó sin mediar saludo previo.

– ¿Acaso no se hallaba en Aranjuez?

– Sí, mas ya está de regreso, me ha enviado un billete anunciando su
llegada y solicitando que todo esté preparado para su visita nocturna.

– De acuerdo, él es el Rey y nosotros sus siervos, por tanto así se
hará, todo estará preparado.

– ¿Estáis segura? Quizá exista otra solución menos dramática.

– Quizá exista otra, sin embargo yo ya he elegido ésta.

– Entonces... ¿ejecutamos el plan? ¿Estáis dispuesta a asumir el
riesgo?

– Estoy dispuesta a todo, incluso a morir.

– Vos sabéis mejor que nadie que con estas cosas no se juega, sólo
Dios puede disponer de las vidas de sus criaturas.

No hubo respuesta ni más palabra pronunciada que el propio canto
de los pájaros, se miraron fijamente a los ojos por unos interminables
segundos; parecía un desafío, una lucha interminable, sin embargo no
lo era, era un silencio que albergaba una profecía, era un diálogo mudo
en el cual, sin hablar, todo quedó dicho. Sin duda el silencio de
aquella noche ocultaba una profecía, aquella quietud de camposanto
anunciaba que alguien había muerto o presagiaba que no tardaría en
morir.

Una silueta oscura y sigilosa caminaba en dirección a la iglesia de
San Antón. Otras dos igualmente oscuras y no menos sigilosas seguían
la estela de los pasos de la primera. Iban todos juntos a pesar de caminar
separados y se trataba de gentes de calidad a juzgar por sus
vestiduras, aunque a hora tan avanzada y tan inapropiada para andar
por las calles madrileñas bien podía haberse tratado de malhechores.
Los tres caminantes ocultaban su identidad embozados en sus capas y
calados hasta las cejas sus sombreros. A pesar del frío aquella noche
no llovía ni nevaba, por ello Felipe IV había decidido acudir a la cita que
el mismo se había concertado en el convento de las Arrecogidas a pie,
era más trabajoso a fin de cuentas, sin embargo no dejaba de resultar
más sencillo ocultar a dos escoltas que esConder de miradas indiscretas
el llamativo y conocido carruaje real.

La primera silueta oscura pasó junto a la puerta de la iglesia de Santa
Águeda sin detenerse y por el contrario se paró unos metros más
adelante, de los otros dos uno se acomodaba en la reja forjada que daba
paso a la puerta del convento mientras el tercero franqueaba esa
puerta y golpeaba una sola vez el portalón de madera. Como de costumbre
un monje que aguardaba no muy lejos de la entrada abrió ante
la llamada. Tal como era también acostumbrado el Rey entró sin pronunciar
palabra y casi sin mirar al monje, sin embargo éste cambió la
rutina y sí habló aunque en tono tan bajo que diríase llegaba a ser medroso.

– Majestad, si me lo permitís tengo algo que comunicaros.

– Pues hacedlo deprisa, no me hagáis perder tiempo.

– Lo siento majestad, son malas noticias– balbuceo don Francisco.

– Bien, pues decid lo que sea y acabemos pronto– ordenó impaciente
el nieto de Felipe II.

– Sor Margarita ha muerto– respondió sin rodeos el confesor del
convento.

Quedó inmóvil el Rey Galante, alzando la frente, muy erguido y con
la mirada un tanto extraviada, pasaba el tiempo y el silencio se adueñaba
de la escena. Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con
una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre
recuerda, tanto fue así que don Francisco García Calderón se sintió
en la obligación de añadir más información.

– Cuando recibí vuestro billete ya se hallaba indispuesta, sentía un
dolor incesante y muy fuerte en la boca del estomago y se quejaba de
frío.– Hizo una pausa, el Rey continuaba silente, ausente, el confesor
siguió hablando–. Examiné el iris de sus ojos y no indicaban enfermedad,
toqué su frente y no aprecié calentura, envié a una hermana en
busca del médico, cuando llegó ya se hallaba postrada en el lecho y era
victima de desmayos y una rigidez como nunca vi otra. El médico la dio
por desahuciada nada mas verla, apenas tiempo tuve de administrarle
la extremaunción. Con gran pena y dolor vimos morir a nuestra hermana
entre grandes sufrimientos.

– Es la historia más inaudita que he oído nunca– adujo el Rey
abandonando su ensimismamiento.

– Quizá sea así mi señor, mas es la triste realidad.

Se despojó de su sombrero el nieto de Felipe II y se quedó mirándolo
como si en él hubiera respuesta a los enigmas.

– Conducidme hasta donde esté su cuerpo–. ordenó de manera repentina.

– Pero majestad–, balbuceó el confesor– eso va contra toda norma
conventual, el cadáver se halla en la capilla siendo velado por las hermanas
de la congregación para recibir mañana cristiana sepultura.

– Conducidme hasta su ataúd, si es cierto que ha muerto quiero
verla por última vez y despedirme de ella.

Era inútil tratar de convencer al Rey de la inconveniencia de aquella
acción y don Francisco lo sabía; era peligroso contradecir una orden directa
de un monarca y el monje lo sabía, por todo ello o porque en realidad
era lícito permitir la visita, el confesor accedió sin más trabas.

– Se hará como ordenáis, seguidme– añadió solemne el fraile.
Recorrieron la corta distancia que los separaba de la capilla con paso
ligero y silencio respetuoso. La escena que presenciaron al entrar
era lúgubre. Una débil luz, procedente de cuatro velones que estaban
en cada una de las esquinas del cajón, mantenía en penumbra la zona
próxima al altar donde se hallaba un féretro abierto, media docena de
novicias murmuraban rezos entre continuos suspiros y gimoteos, dentro
del cajón, amortajada, ataviada con su hábito, yacía sor Margarita,
sujetando entre sus manos y sobre su pecho una cruz; de no ser por la
inmensa palidez de su rostro y la horrible quietud diríase que estaba
dormida.

Felipe IV quedó a escasa distancia del cadáver, en silencio, inmóvil,
hierático. Don francisco trató de adivinar que clase de sentimiento embargaba
su corazón; dolor, sorpresa, contrariedad. Nadie excepto el
propio Rey lo sabía con certeza, sin embargo la tristeza se había instalado
en su alma.

Por muy largo tiempo estuvo allí, cual si de una estatua de cera se
tratase, como si no concediera crédito a lo que sus ojos veían, finalmente
hizo una profunda inspiración, se persignó y sigiloso salió de la
capilla. Una vez en el exterior volvió a calarse su sombrero negro, tras
sus pasos había salido el confesor que se había detenido un metro a su
espalda. El Rey sin volverse a mirar a don Francisco dijo.

– Mañana encargaré a mi pintor de cámara don Diego de Velázquez
que seleccione una de sus mejores obras religiosas y que ese cuadro
elegido, sea entregado a este convento en honor de doña Margarita;
también mañana a la misma hora de su sepelio, regalaré a la congregación
un gran reloj que marcará todas y cada una de las tristes y largas
horas de su ausencia.

– Gracias alteza, sor Margarita os agradecerá vuestros gestos desde
el cielo, tenedlo por cierto.

El monarca miró el camino que le restaba por recorrer hasta la salida
del edificio.

– Nunca volverán mis pies a pisar este suelo– murmuró con gesto
distante, y sin más despedida se marchó. Y no mintió el monarca galante
pues jamás volvió a entrar en el convento de Santa Águeda, mas
no hizo lo mismo con otros conventos a los cuales continuó visitando
con asiduidad, el de San Plácido, el de la Encarnación y también el todavía
inexistente, pues se construiría más tarde, de la Paciencia de
Cristo.

Y no tardó en olvidar a sor Margarita pues a novicia muerta novicia
puesta, aunque en realidad algún recuerdo siempre afloró a su mente.
Y no supo el Rey, pues jamás prestó atención a los tañidos del reloj
regalado al convento, que las campanadas de aquel artefacto cuando
marcaban las horas, tenían un claro sonido de luto.

Y decían las monjas de la congregación de Santa Águeda que el reloj
del convento al marcar las horas tocaba a muerto y reflejaba así,
con su continuo, con su eterno toque de difuntos, la tristeza que el monarca
galante no pudo o no supo exteriorizar.

– Ya pueden dejar de llorar, se ha marchado– dijo el confesor del
convento.

Al instante cesaron los llantos y se escuchó alguna tímida risa. Una
de las monjas se levantó de su lugar y ayudó a sor Margarita a salir de
su macabro habitáculo.

– Parece que hemos tenido suerte en el negocio– adujo la muerta
acabando de resucitar.

– Sí, se lo ha creído todo, ha jurado no volver a pisar este convento– confirmó don Francisco–. Mas debo confesar que todavía me tiemblan
las piernas.

– Pues libérese de temblores padre Francisco que nos queda lo más
difícil, o mucho me equivoco o el Rey enviará a alguien de su entorno
para presenciar el sepelio en su nombre, habrá que hacer más teatro.

– Sí, habrá representación y no será fácil interpretar, si el Austria
envía a alguien habrá de hacerse el reconocimiento del cadáver abriendo
el ataúd.

– Pues abierto estará y yo dentro de cuerpo presente– adujo sor
Margarita con convicción–. Se hará el reconocimiento y la entrega dentro
del convento y luego en el traslado al sepulcro, a lo largo del camino,
haremos el cambio.

– Espero por vuestro bien que todo salga según vuestro deseo o seréis
enterrada y sepultada en vida.

– Enterrada seré, y con ayuda de esta congregación y la de Dios,
también seré olvidada.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Capítulo IV: Quien calla otorga.


Os dejo el capítulo IV de La profecía....
Es un poco largo, en el comienzo de la novela he querido dar un ritmo lento de lectura a los capítulos que transcurren en la actualidad y esta era una forma de lograrlo, en este pedacito podéis leer una entrevista de índole laboral que puede resultar divertida y que no está tan lejana a la realidad com puede parecer en principio.
La cita de inico del capítulo es de Eduardo Mendoza y uno de los libros de este autor que más me gustó, "Una comedia ligera"

La fotografía es de Charo Hernandez, amiga y compañera del Colectivo Toc Arte, esta foto es una de mis favoritas desde que la vi, espero que os guste.






A las personas normales les gusta soñar que viven en una casa de dos plantas, con porche, garaje y jardín. También les gusta soñar que no se llaman Pérez ni García sino un nombre extranjero: Creen que ese nombre los transportará lejos de su trabajo, de su casa, de su familia, de todo lo que no soportan. Las personas viven dentro de una película continua que se proyecta en el interior de sus cabezas; de cuando en cuando han de interrumpir la proyección y tomar contacto con la realidad, pero luego vuelven a apagar las luces y a sumergirse en la película que ellos mismos van escribiendo, dirigiendo y protagonizando.
Eduardo Mendoza. “Una comedia ligera”


CAPITULO IV
Quien calla otorga
(11- 11- 1999)

El silencio siempre profetiza, augura acontecimientos, advierte que determinadas situaciones van a llegar, que algo va a suceder. El silencio persistente puede vaticinar miedo, significar sorpresa, adivinar angustias, manifestar paz, pronosticar muertes. Bien conocido y verídico es el dicho que certifica: quien calla otorga; irrefutable y sabido es que el silencio no significa alegría y también conocido es que no existe lugar donde el silencio sea tan perceptible como en un cementerio lleno de tumbas calladas.
Silencio absoluto guardó Dioni durante muchos días pues nada tenía que decir, y así, callando, otorgó. El nuevo sistema de seguridad por él proyectado y cuya previsión de iniciación suponía un plazo de una semana, según sus propios presagios, todavía no se había completado y por tanto no había tenido comienzo incluso habiendo transcurrido ya con creces el tiempo estipulado.
Habían adquirido el escáner, y gracias a la pericia, eficacia y buena voluntad de los vigilantes, se revisaban en dicho artilugio no sólo el correo y la paquetería entrante, además se examinaban los equipajes de mano de los visitantes ajenos a la empresa propietaria del edificio, sin embargo quedaba pendiente lo más importante, faltaban aún por incorporarse al equipo los vigilantes de seguridad sin arma del control de accesos del garaje y los dos escoltas del presidente. Por otra parte, de los cuatro vigilantes antiguos del antiguo servicio de seguridad del edificio, tres habían sido trasladados, relevados de sus puestos de trabajo e inmediatamente substituidos por otros tres nuevos, buenos chavales, buenos trabajadores, aunque muy pelotas con el jefe de seguridad, con Dionisio, con quien de un modo u otro estaban emparentados, vinculados con anterioridad y en consecuencia muy unidos. Tenían una relación de afinidad excesiva.
Sólo Rafael permanecía de servicio todavía en el edificio, el único superviviente, el único miembro del anterior equipo a quien se había respetado y mantenido, el único a quien se le había permitido quedarse, aunque en realidad su situación distaba mucho de ser semejante a la experimentada con anterioridad o de ser cómoda, en absoluto lo era a pesar de ser él el más veterano. El nuevo jefe de equipo, quien por cierto también se hallaba recién incorporado a la plantilla, hombre de confianza y amigo intimo de Dionisio, parecía haber llegado con el objetivo de hacerle la vida imposible, amargarle la existencia a su veterano compañero.
Y para muestra un botón, como demostración, en aquél preciso instante le estaba regalando una bronca monumental por una estupidez, por una nimiedad carente de importancia.
_ ¿Qué haces Rafael?- se percibió aquel grito histérico desde fuera del cristal blindado de la garita de seguridad-, has permitido el acceso al edificio a una persona sin que mostrara su identificación.
_ Lo sé- respondió con su calma habitual el interpelado y sus frases no se distinguían desde el exterior pues en ningún momento alzó la voz-, conozco a ese señor, se llama Mariano, Mariano Martín para mayor información y lleva trabajando aquí quince años; a estas alturas y en mi modesta opinión, no es necesario solicitarle ningún tipo de identificación, no es coherente, no causa ningún riesgo a la seguridad del recinto y además para él podría significar un ludibrio.
_ Tus opiniones no cuentan para nada, nadie las ha pedido, por tanto te las guardas para ti- respondió el jefe de equipo quien por cierto ignoraba el significado de la última palabra utilizada por su compañero aunque lo intuía, su ignorancia y también su ira le indujeron a mantener el tono de voz excesivamente elevado-, las órdenes son claras y concisas, todos los trabajadores deben llevar en lugar visible la tarjeta que les acredita como empleados de este edificio, todos los trabajadores sin excepción.
_ Pues lo siento mucho pero yo sólo identificaré a quienes no conozca por que si los conozco ya los tengo identificados, cualquier otra actuación supone una pérdida de tiempo y obcecarse en soliviantar al personal de la casa en contra nuestra.
_ Muy bien, ya sabemos que harás tú, ahora te diré lo que haré yo, redactaré un informe detallando tu actitud y tus intenciones poniéndolo en conocimiento de tus superiores, serás sancionado y de paso aprovecharé para comentar la voluntaria disminución en tu rendimiento desde mi llegada a este centro.
_ Haga usted lo que estime conveniente, yo tengo mi conciencia tranquila y por lo tanto nada tengo que temer-, en ese momento, en el punto más álgido de la discusión, cuando las amenazas ya se fraguaban y se intuían, se produjo la llamada urgente en la puerta principal de Dionisio, Rafael abrió y miró a su jefe de equipo añadiendo- ¿qué? ¿Le pido la tarjeta de empleado a éste también?
No hubo respuesta ni afirmativa ni negativa, tan sólo silencio tenso que permaneció flotando un tiempo, el jefe de equipo abandonó la garita de control para salir al encuentro del jefe de seguridad.
_ Buenos días Dionisio-, saludó con exceso de cordialidad y abuso manifiesto de confianza.
_ Hola buenos días Carlos, me alegro de encontrarte aquí, ven conmigo al despacho por favor, tenemos tarea.
Rafael les vio marchar por el pasillo caminando a buen ritmo, ¡qué curioso!, a él no le había saludado Dionisio, el detalle provocó una sonrisa amarga en el rostro del vigilante y una mirada de reproche. Iban ya a desaparecer engullidos por la oscuridad distante del corredor, el envés de la gabardina beige de Pierre Cardin flameaba al viento con los movimientos de su propietario dándole aspecto de advenedizo. A su compañero el uniforme le sentaba francamente mal, los pantalones, demasiado grandes, formaban pliegues amplios simulando un gran acordeón, y la guerrera, demasiado pequeña, apretaba y acentuaba su barriga prominente; o quizá el uniforme era perfecto y el imperfecto era Carlos, quien tenía el cuerpo muy grueso y las piernas muy cortas; era patizambo, juntaba en exceso las rodillas al andar, pero lo peor se encontraba más al norte, sobre sus hombros caídos, donde había una capa de caspa blanca como la nieve que resaltaba sobre el color negro del uniforme. El vigilante era alto, bastante más alto que Dioni y debido a esa altura sus movimientos eran torpes, parecía que en uno de sus desmañados gestos podía perder el equilibrio y caer encima de Dionisio aplastándolo con su envergadura, en verdad aquel dúo era raro, formaban una extraña pareja, algo así como el gordo y el flaco, o eso al menos pensó Rafael en voz alta mientras sus dedos nerviosos rascaban el mentón mal rasurado.
_ Extraña pareja, pero que muy extraña-, dijo Rafa hablando solo y pasando ya a ocuparse de otro asunto.
_ ¿Qué tal te van las cosas con ese pájaro?- preguntó Dionisio a su hombre de confianza haciendo referencia a su relación con Rafael.
_ Bien, todo transcurre según lo previsto, pero debo reconocer un detalle, tiene más calma de lo estimado en principio.
_ ¡Dale caña!, no puedo despedirle, ni siquiera trasladarle lejos de mi vista, le resulta simpático a don Alberto, así pues, deberás amargar su existencia para que abandone el barco y se vaya él por propia iniciativa.
_ Pues no será tarea fácil, te repito que tiene más paciencia que el santo Job.
_ Entonces colma el vaso y vierte la gota que derrame esa paciencia y desate su ira, hazle trabajar más noches que a nadie, más fines de semana y días festivos que a ningún otro compañero, si necesita vacaciones en agosto se las das en septiembre, que tenga servicio de noche los días de Nochebuena y Nochevieja, que sufra continuos cambios de turno, días - noches, días - noches constantemente y así no sepa en qué hora vive, si es hora de desayunar o de cenar, que dude entre si se acuesta o por el contrario se levanta, que no tenga más opción que pedir la liquidación o el traslado a otro servicio.
_ Eso es exactamente lo que estoy haciendo, y no sólo eso, además cada error que comete, aunque son bien escasos debo añadir, y por insignificante que resulte, informo a los inspectores de nuestra empresa y propongo castigos ejemplares y sanciones, pero vuelvo a repetir, tiene más aguante del estimado, tiene un sosiego especial, no se altera, no pierde los papeles, cualquier otro en sus mismas circunstancias ya habría explotado, y él no, al contrario, se muestra seguro de sí mismo y sarcástico en sus comentarios, parece mofarse de cada bronca que le echo.
_ Bueno, olvidémonos de él por unos momentos, voy a presentarte a don Javier, es el inspector de calidad de esta empresa, su misión es controlar a las contratas externas y actualmente sólo tenemos dos, la de limpieza y la de seguridad, por tanto el cincuenta por ciento de su ocupación consiste en controlar que hagáis bien vuestro trabajo.
_ De acuerdo, vamos a conocerle, ¿qué tal tipo es?
_ Bueno, digamos que le tengo de mi parte, pero de vez en cuando tiene que dar alguna queja, algún tirón de orejas, ya sabes, para justificar su sueldo principalmente; en ocasiones les toca la china a los de limpieza, en otros casos nos toca a los de seguridad, pero no te preocupes, esa circunstancia también podemos aprovecharla y hacer de él un aliado.
_ ¿Sí?- interrogó confuso el jefe del equipo de seguridad-, y ¿cómo podemos aprovecharnos de los informes desfavorables del inspector de calidad?
_ Elemental querido Carlos-, respondió Dioni con guasa-, si hay alguna pifia se la adjudicamos a nuestro querido compañero y no obstante amigo Rafael Pizarro, y así, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, le facilitamos su salida de nuestro edificio y de nuestras vidas-, se detuvo Dionisio ante una puerta relativamente cercana a su propio despacho-, es aquí-, comunicó a su hombre de confianza- y añadió-, espera un momento.
Se quitó la gabardina emulando a Humprey Bogart en Casablanca, la dobló cuidadosamente sobre su antebrazo izquierdo, llevaba un pantalón gris recién planchado con un cinturón negro de hebilla muy brillante, un chaleco también gris con algún discreto adorno blanco; las tres prendas eran de Giorgio Armani, además vestía una camisa rosa, marca Lacostte, ¡claro!, con los botones de los puños desabrochados y el extremo de las mangas vuelto hacia arriba en una sola doblez; no llevaba corbata pero sí un elegante fular anudado al cuello. Tras comprobar que ninguna arruga inoportuna estropeaba su impecable vestuario, introdujo la mano diestra en un bolsillo de la gabardina y sacó un pequeño frasco de perfume.
_ Eternity, de Calvin Clain-, instruyó a su acompañante-, es importante cautivar todos los sentidos de quienes te rodean, ¿quieres ponerte tú un poco?- Añadió tendiéndole el frasco a su hombre de confianza.
_ No, no, no suelo usar perfumes, además, si entramos al despacho del inspector de calidad oliendo los dos a la misma colonia puede pensar que acabamos de hacer el amor en el cuarto de baño y que formamos una de esas parejas de hecho.
_ Tienes razón, no lo había pensado-, añadió Dionisio entre risas.
Guardó la diminuta redoma y una vez liberada su mano del recipiente llamó a la puerta del despacho del inspector de calidad golpeándola con sus nudillos, sin aguardar respuesta la empujó y asomando su cabeza por la pequeña apertura interrogó.
_ Javier, ¿tienes un minuto?, quiero presentarte a uno de mis colaboradores.
_ Sí Dioni, pasa, ¡qué casualidad!, precisamente en este instante iba a ir a verte a tu despacho.
La expresión de hilaridad desapareció repentinamente del rostro de Dionisio mientras accedía al interior de la oficina.
_ ¿Ibas a buscarme al despacho?, ¿qué ocurre, hay algún problema?
_ Pues para ser sinceros, sí, hay problemas, pero siéntate y dime ¿a quién quieres presentarme?
_ ¡Ah sí!- exclamó Dioni quien ya se había olvidado de Carlos y del objeto de su visita-, mira, éste es Carlos, el jefe del equipo de seguridad y mi persona de confianza, Carlos te presento a don Javier, inspector de calidad de la empresa.
Estrecharon sus manos, sonrieron a la par, uno con sonrisa de león rey de la selva orgulloso de serlo, otro con una mueca de conejo asustado temeroso de ser comido; murmuraron alguna frase arquetípica cargada de cortesía y quizá de un ápice de hipocresía, algo del tipo: “encantado de conocerte” o “es un verdadero placer, no hombre no, el placer es mío, bueno en todo caso es recíproco y bla bla bla”; luego el rey de la selva se sentó frente al conejo y la hiena y comenzó la conversación.
_ Perfecto, vuestra visita es justo lo que necesitaba, sentaos por favor-, tomaron asiento alrededor de una mesa redonda de reuniones donde ya estaba ubicado el superior, Don Javier puso ante ellos unos documentos y sin llegar a leerlos informó-, tienes problemas Dionisio, voy a presentar este dossier al consejo de administración, se trata, como podrás suponer, de un informe negativo.
_ Lo intuía, pero dime, ¿cuál es el problema?
_ Como puedes comprobar en el expediente el primer punto trata del cambio del plan de protección, el presidente informó al consejo de que el tiempo estimado para completar el trueque sería como máximo de una semana, el consejo de administración concedió diez días en previsión de posibles y comprensibles complicaciones, se ha duplicado ese plazo, se ha sobrepasado la estimación inicial con creces y falta aún la incorporación de los vigilantes del garaje y de los escoltas de don Alberto y de su familia.
_ Sí eso es cierto-, arguyó Dionisio-, no obstante el servicio del edificio está cubierto, el puesto del garaje lo cubren los vigilantes libres de servicio haciendo horas extraordinarias.
_ Exacto, ese es el segundo punto del documento, exceso de horas de trabajo en el personal de seguridad, ausencia total de días de descanso en un plazo de tres semanas, los vigilantes no son máquinas, son hombres y acusan el cansancio, y como tú mismo has mencionado con acierto en alguna ocasión: “un vigilante cansado es un peligro potencial para el edificio”.
_ Estoy de acuerdo pero ese asunto está solucionado, o si lo prefieres en vías de solución, mañana mismo voy a entrevistar a las seis personas preseleccionadas para cubrir todos los puestos.
_ Me parece muy bien-, adujo don Javier sin convicción ni entusiasmo-, pero supongamos que alguno de los entrevistados resultara no ser aceptado, vamos que no superase la entrevista, tendríamos otro paréntesis abierto, al menos quince días más para buscar sustitutos. Carecemos de ese tiempo.
_ No tiene por que ocurrir, ninguno va a resultar no apto para el puesto, la tarea del garaje, como ya sabes, no es excesivamente exigente ni requiere un gran nivel intelectual, no es necesaria una gran preparación, dudo que surjan problemas para cubrir esos puestos. Además debo confesarte que casi todos están admitidos por anticipado, son personas a las cuales ya conozco y en las cuales confío, la demora se ha ocasionado porque estaban trabajando en otras empresas ajenas a nuestra contrata y ha sido necesario poner en orden sus nuevos contratos, ya sabes, papeleo y formalidades.
_ Aun así ha transcurrido mucho tiempo, don Alberto ha quedado en evidencia ante el consejo y tú sabes que no todos sus integrantes son partidarios de su gestión-, hizo una pausa midiendo durante el transcurso de ella el efecto causado por las palabras que acababa de pronunciar y más tarde prosiguió-, el tercer punto del dossier es el más amplio de todos, en él constan todas las quejas de los empleados. Dos folios completos, más de treinta personas distintas han sufrido complicaciones derivadas del nuevo sistema de seguridad, más de sesenta protestas de mayor o menor índole, cuatro quejas diarias desde que la nueva organización está funcionando, esto no puede seguir así, no podemos declarar la guerra a los trabajadores.
_ Perdóname Javier pero tú sabes como funciona esto, un buen sistema de protección con el oportuno grado de estrictez, conlleva ciertas molestias-, dijo Dionisio con mucha calma, y su calma pareció provocar la ira del inspector de calidad.
_ ¿Molestias dices?, se han causado retrasos a los obreros, ha quedado trabajo sin realizar por causa del estricto servicio de seguridad, pedidos que salen con retraso o con deficiencias o con ambas cosas a la vez, clientes insatisfechos... todo eso no son “ciertas molestias” son graves problemas, quizá el grado de estrictez del que hablas no sea el adecuado.
_ No puedo creer que los vigilantes sean la causa de esos problemas, ellos sólo ejecutan las órdenes que yo les transmito y que el consejo de administración conoce y aprueba.
_ A las ocho en punto el personal de seguridad da por finalizado el horario del edificio y expulsan al personal de sus puestos de trabajo hayan finalizado su tarea o no; además, si alguien viene a trabajar fuera del horario habitual necesita una autorización del responsable de su departamento o no le permiten entrar, incluso si tiene autorización y accede a su oficina no se le permite el acceso a otros departamentos de la empresa, ni siquiera se le autoriza a acceder al servicio de reprografía a hacer unas tristes fotocopias.
_ Si no tiene autorización del responsable del departamento de reprografía no puede entrar, los vigilantes hacen bien su trabajo.
_ Hay un término cuya existencia los vigilantes ignoran, se llama flexibilidad.
_ Hay otro término cuya existencia los trabajadores de esta casa desconocen, se llama paciencia. Se trata de organizarse y efectuar su tarea dentro del horario habitual, y si por una casualidad necesitan permanecer fuera de ese horario en el edificio tenerlo previsto y gestionar los oportunos permisos que a nadie se le niegan. Esos son los tres términos correctos: paciencia, organización y previsión. La flexibilidad no es necesaria, por el contrario, cualquier mínima ductilidad sería perjudicial y peligrosa.
_ Son demasiado estrictos, excesivamente rigurosos Dionisio y su actuación causa problemas-. Javier quería zanjar ya la cuestión, pero Dionisio no estaba dispuesto a ello.
_ El problema lo causaban los vigilantes anteriores, llevaban muchos año de servicio aquí, eran demasiado blandos y permisivos, los nuevos lo hacen de forma correcta y la diferencia abismal entre una actuación y otra sorprende a nuestros empleados, pero ya se habituarán.
_ No sé si se acostumbrarán o no, pero de momento sus quejas van a llegar al consejo de administración.
_ Estoy de acuerdo, que el consejo decida si prefiere la comodidad de los asalariados o la seguridad del colectivo en general y de los ejecutivos en particular, que elijan si quieren tener vigilantes de seguridad o hermanitas de la caridad-. Ambos asintieron con gesto grave, la discusión había subido de tono en exceso, entonces Dioni conciliador y curioso a la par, introdujo una pregunta-. Oye, por cierto y sólo por curiosidad, ¿cuántas quejas de las recibidas afectan a Rafael Pizarro, el vigilante más antiguo en el centro?
_ Ninguna, él es el único que no está involucrado en ninguna, absolutamente ningún incidente ha tenido lugar en sus turnos, según parece es el único que no provoca altercados.
_ Claro, lo suponía, es lógico no causa molestias porque no cumple correctamente con su trabajo, esa circunstancia también la deberías poner en conocimiento del consejo de administración.
_ Lo siento, ése no es mi cometido Dioni, es el tuyo; yo presento un informe general, englobando en él al colectivo de seguridad en su totalidad, desde el vigilante más novel hasta el jefe de seguridad, algo impersonal; personalizar, poner nombre a los errores, proporcionar cabezas de turco, arreglar la pieza estropeada es asunto tuyo; yo detecto el problema, emito un diagnóstico, tú aportas la solución.
_ La solución es evidente, despedir a Rafael Pizarro, pero por desgracia no está entre mis posibilidades.
_ Tampoco está en mi mano ese tema y tú lo sabes. Además, ese muchacho goza de la simpatía de muchas personas de esta empresa, y entre su nutrido club de admiradores está incluido el presidente.
Hubo un largo silencio, la discusión parecía agotada, el inspector de calidad no tenía más argumentos que añadir a lo ya mencionado, a Dioni sí le quedaban ideas en el tintero, pero como su esfuerzo estaba llamado a resultar baldío y ante perspectivas tan poco halagüeñas, prefirió, después de una breve meditación, no echar más leña al fuego, decidió dejar las cosas como estaban, en cualquier caso no deseaba enfrentamientos innecesarios con sus superiores. Don Javier cerró la carpeta, quedó guardado en su interior el informe causante de la controversia, y mirando al jefe de equipo de vigilancia, que tras la presentación inicial había permanecido callado, dijo:
_ Bueno, y cambiando de tercio, ¿cómo te desenvuelves tú por aquí, Carlos?
_ Bien, con las lógicas dificultades de todos los comienzos pero en general bien, por ahora el objetivo primordial es poner nombres a los rostros, ubicar a los rostros en los despachos, conocer a todos los empleados de la casa y que ellos me conozcan a mí.
_ ¿Cuál es tu opinión sobre el trabajo en el edificio?
_ No parece difícil, no hay demasiado movimiento de personas ajenas a la empresa, por tanto con unos mínimos medios técnicos y un personal capacitado se puede controlar; una vez cerrado el edificio se convierte en un búnker inexpugnable, entonces con un solo vigilante y el circuito cerrado de televisión se puede garantizar la seguridad del recinto, el único problema estriba en determinar en que momento podemos considerar el edificio cerrado y reducir el aspecto humano al mínimo exponente, de ahí la importancia de las autorizaciones para permanecer en el edificio a deshoras, si conocemos esas eventualidades podemos adecuar los horarios y la operativa a esa determinada necesidad.
_ El discípulo aventajado está bien aleccionado-, pensó don Javier y sin embargo dijo-, bueno, pues espero que todo resulte tan sencillo como vosotros lo prevéis y que tu estancia en nuestra empresa sea agradable y positiva para todos.
_ Gracias don Javier-, dijo Carlos, se puso en pie, de nuevo estrechó la mano del inspector de calidad y se dispuso a abandonar el despacho.
_ Bueno yo también me marcho si no deseas nada más-, añadió Dionisio poniéndose también en pie.
_ No, nada más Dioni, tan sólo darte un consejo si me lo permites, no te obceques en el asunto de Rafael y dedica tus esfuerzos a resolver el resto de contingencias.
_ Los consejos siempre son bien venidos-, Dionisio se mostró diplomático sin aclarar si seguiría el consejo o no, pero aceptándolo-, gracias Javier, hasta luego-, se despidió el jefe de seguridad con elegancia.
Salieron del despacho y dirigieron sus pasos a la oficina de Dionisio, por el camino el vigilante no pudo contener sus impulsos y exteriorizó una idea que le quemaba el cerebro.
_ Dioni, nos conocemos desde que íbamos juntos al colegio en pantalón corto, y la verdad, no entiendo muy bien lo que pretendes, ese chico, Rafael Pizarro, hace bien su trabajo, agiliza los trámites y es flexible pero sin afectar de forma negativa al dispositivo de seguridad, además, por lo que puedo apreciar cae bien a la gente, los trabajadores, los ejecutivos, hasta el propio don Alberto lo aprecian. Entonces ¿por qué prescindir de él? ¡No causa problemas! Podemos utilizarlo en lugar de eliminarlo.
La mirada de Dionisio a su hombre de confianza fue de esas que no matan pero hieren de muerte, de las que te hacen comprender de inmediato que has metido el cuezo y que calladito estás más guapo, las palabras que sucedieron a la mirada confirmaron sus profecías.
_ Carlitos, C a r l i t o s-, arrastró las ocho letras de su nombre en diminutivo con un susurró, el aire apenas escapaba entre sus dientes que dibujaban una sonrisa propia del marrajo de entrevías que era en realidad; tras un breve silencio continuó hablando ya sin sonreír pero sin elevar el tono de su voz-, hay que echarle como sea, te lo puedo decir más alto, gritando incluso, traducido al arameo, en prosa o en verso si lo prefieres, pero no creo que sea necesario porque ya está suficientemente claro-, volvió a sonreír para formular la pregunta-, ¿o no lo está?
_ Sí, está claro-, contestó el jefe de equipo bajando la mirada para esquivar las pupilas incandescentes de Dionisio, sin poder mantener el desafío duro y gélido que emanaba de aquellos globos oculares que al menos en apariencia estaban al borde del estallido. Una vez dentro del refugio de su propio despacho Dioni continuó con su prédica informativa.
_ Ese Rafael es un listillo, un enterao, un sabiondo, cae bien a la gente, lo sé, y tiene contactos importantes dentro de la empresa, amistades peligrosas, también lo sé, por eso resulta más alarmante su presencia y se hace más necesario todavía acabar con él, si se va hoy mejor que si espera a mañana; y sobre todo, Carlitos, noto en tus palabras cierto ablandamiento, para ser sincero no me sorprende, porque además de listillo, enterao y sabiondo, es un espabilado y un ablanda brevas, no quiero que te resulte simpático, ni quiero que te inspire compasión, debes aborrecerle con todas tus fuerzas, y, para estimular esa aversión te facilitaré una información confidencial, don Alberto le propuso a él como jefe de equipo antes de tu llegada, me pidió que le nombrara responsable de este centro, por lo tanto ve con pies de plomo, tendrás tu puesto de trabajo más garantizado cuando se vaya.
El malévolo comentario final, además de zaherir estimuló los pensamientos de Carlos, aquél no era el único trabajo del mundo ni su última expectativa laboral, además él era válido para otros servicios y otros puestos, pero allí, junto a su amigo del alma, la vida sería más cómoda que en cualquier otro lugar; no se veía capaz de odiar a Rafael, pero cuando menos ya no le resultaba simpático.
_ ¿Qué turno tiene ese pájaro este próximo fin de semana?- interrogó Dioni sacando a Carlos de sus divagaciones.
_ Está libre, tiene tres días de descanso y merecido, lleva al menos veinticinco días sin librar.
_ Pues ya se los estás quitando, ponle turno de noche viernes sábado y domingo, que libre el lunes y el martes a trabajar de mañana. Así, con treinta y seis horas extras de servicio tiene tiempo para valorar su situación y recapacitar sobre si le interesa seguir con nosotros o marcharse. El fin de semana se lo das libre a Vicente, le veo muy cansado últimamente.
_ Todos están demasiado cansados y en ese todos se incluye también a Rafael, además Vicente tuvo descanso el último fin de semana.
_ Pues mejor, que se dé cuenta de la injusticia, me da lo mismo si está cansado agotado o laxo, ¡qué se canse!, o mejor aún qué se agote y qué se vaya, ¡ah!, por cierto, coméntale que se abstenga de mencionar nada sobre fantasmas a los nuevos vigilantes y tampoco a los ejecutivos, ni mucho menos al presidente, aquí el único fantasma existente es él.
_ Se lo diré, pero no sé si me obedecerá, le gusta mucho hablar de esos temas, sobre todo cuando está en compañía de Eva López.
_ ¡Vaya!-, exclamó Dioni con visible disgusto-, ya salió de nuevo la aspirante a escritora. Esa secretaria era muy amiga del vigilante fallecido, tampoco nos conviene, aborrécela también a ella, pero con discreción, suele quedarse a trabajar por las noches, no estaría de más, de vez en cuando, extraviar sus autorizaciones, que se vea obligada a irse sin terminar sus tareas. ¿Comprendes lo que quiero decir?
_ Sí, que las tire a la papelera según lleguen a mis manos.
_ Exacto, pero no todas, por el momento una de cada tres será suficiente, incluso con un poco de habilidad el desacierto se lo podemos imputar a ese truhán de Rafael. Bueno Carlitos-, se empecinaba en usar el diminutivo nada cariñoso de su nombre-, yo me marcho, debo atender un asunto en el exterior, en mi ausencia quiero que te cojas el teléfono y llames a todos los vigilantes que debíamos recibir mañana. Si pueden venir esta tarde para realizar la entrevista que vengan y te encargas tú de hacer las pruebas para que así puedan entrar mañana mismo de servicio; conque vinieran dos sería suficiente para cubrir los turnos del jueves y del viernes, el resto se incorporarían a partir del lunes y tendríamos el problema resuelto.
_ Y, ¿no vamos a hacer nada con respecto al informe negativo del Inspector de Calidad?, no sé, un contra informe o algo así.
_ ¿Contra informe?, tú consigue un tío para mañana pónmelo en la puerta del garaje vestido de uniforme a las siete de la mañana y olvídate de todo lo demás, si lo consigues Javier se puede hacer con su dossier el filtro para un porro si le apetece.
Dionisio cogió unos portafolios de un cajón de su mesa, lo introdujo en un elegante maletín oscuro, lo cerró, se puso la gabardina y con celeridad se dirigió a la puerta.
_ El despacho es tuyo, estás en tu casa, usa el teléfono, el fax, utiliza el ordenador, haz lo que te dé la real gana, pero resuélveme el asunto antes de irte. Si hay algo importante me llamas al móvil, ¿de acuerdo?- y sin aguardar respuesta salió diciendo-, hasta mañana.
La puerta se cerró, Carlos abrió una agenda y descolgó el auricular del teléfono, fue entonces cuando la puerta volvió a abrirse de improviso.
_ No te olvides de hablar con el listillo, es muy importante, no quiero oír nada más sobre el tema de los fantasmas-, era de Dionisio la cabeza que asomaba por el pequeño hueco de la puerta, pero de inmediato volvió a desaparecer del mismo modo impetuoso y brusco con el que había aparecido.
_ ¡Fantasmas!, es tremendo, vaya tontería, ¿quién cree en fantasmas hoy en día?, estamos a las puertas del siglo XXI-, exclamó Carlos mientras marcaba el primer número de teléfono.
Sonaba en la radio del equipo de high fidelity marca Panasonic una antigua canción de la Electric Light Orchestra titulada Don´t bring me down. Carlos pensaba en el año en el cual estuvo de moda aquel disco, la canción era del long play Discovery, 1985 si no fallaba su memoria. Reflexionaba también sobre otro detalle, en ningún otro centro de trabajo podría tener aquellos momentos de asueto y esparcimiento; un cómodo sillón, nada de trabajo por hacer, teléfono a su disposición, ordenador con todos sus accesorios incluyendo acceso a internet, buena música en un equipo de calidad, en aquel instante tan sólo le faltaba una guapa secretaria a sus órdenes que diligente le trajera un buen café o le buscara en el diccionario el significado de la palabra ludibrio. Debía esforzarse al máximo en conservar su actual puesto y categoría en aquel centro de trabajo, era de lo mejor que se podía conseguir dentro del sector de la seguridad privada.
El timbre del teléfono turbó la calma que disfrutaba, dudó, no sabía si era correcto contestar o no, al fin y al cabo no se encontraba en su despacho sino en el de Dioni, pero ¡qué demonios! Él era el jefe de equipo, un puesto de responsabilidad e importancia, y también era el hombre de confianza, el número dos, la mano derecha del jefe de seguridad, por eso se encontraba en su despacho y en su ausencia él era el dueño y señor del castillo.
_ Departamento de seguridad, dígame-, contestó con tono grave y voz que emulaba a la de Constantino Romero presentando algún concurso televisivo.
_ Dame buenas noticias-. Dionisio telefoneó a su propio despacho a media tarde sabiendo que hallaría en el mismo a su acólito y espetó aquellas tres palabras sin mediar otro saludo, sin decir buenas tardes, ni hola soy yo, ni Carlos ¿eres tú?
_ No sé si tengo buenas noticias para darte-, contestó Carlos reconociendo la voz de su amo y señor y sin necesitar zalemas previas.
_ Pues en ese caso cuéntame las novedades y procura que al menos no sean malas noticias.
_ He localizado a tres de las seis personas pendientes de entrevista, ya he realizado las pruebas a dos de ellos, excepto la falta de experiencia en puesto similar no encuentro inconvenientes a su inmediata incorporación, al tercero en discordia lo estoy esperando, llegará en diez minutos si es puntual.
_ Pero Carlitos eso son muy buenas noticias-, dijo Dionisio sin dejar finalizar el discurso a su ayudante-, es estupendo, nuestros problemas están resueltos.
_ No, no lo creas, las dos personas ya entrevistadas y admitidas están dispuestos a empezar mañana mismo, pero se trata de los escoltas de don Alberto, para el garaje no tenemos a nadie todavía, a no ser que el siguiente en venir supere las pruebas y no tenga inconveniente en comenzar mañana; de todos modos, en ese supuesto, solamente tendríamos medio día cubierto, necesitaríamos a otra persona más.
_ ¿Has dejado recado a los otros tres?
_ Sí, les he dejado mensaje en el contestador y además insisto en las llamadas cada treinta minutos, sin embargo no obtengo respuestas. A medida que el tiempo transcurre se reducen las posibilidades, deberían ir a la sastrería a por el uniforme, firmar el contrato, ir a la oficina de empleo a registrarlo, burocracia, papeleo, mamoneo, no hay tiempo material, mañana no pueden comenzar la prestación del servicio-. En la voz de Carlos había un reducto de angustia.
_ ¡Vale, tranquilo! No te preocupes, lo estás haciendo muy bien, llama a los dos escoltas, los quiero mañana a las nueve de la mañana en la puerta del despacho de don Alberto, que lleven traje oscuro, camisa clara y corbata lisa, sin dibujos chabacanos ni colores chillones, sin gafas de sol, sin perfumes ni colonias y perfectamente afeitados, nada de barbas ni bigotes ni perillas, ¿has comprendido?
_ Sí comprendido, eso no supondrá ningún problema, pero ¿qué hacemos con el vigilante del garaje, lo pintamos?
_ Elemental querido Carlos, no será necesario. Da por válido al que vas a entrevistar esta tarde, me importa igual que sea tuerto, cojo o manco, si no es útil ya lo sustituiremos cuando nos sea posible, lo importante es que comience mañana, lo quiero a las siete en punto en la puerta del garaje perfectamente uniformado y sonriendo a todo el que entre, ¿de acuerdo?
_ De acuerdo sí, pero insisto, ¿quién lo relevará a la tres de la tarde?, todavía nos falta uno.
_ No lo relevará nadie, continuará de servicio él mismo hasta las doce de la noche, lo relevarás tú un rato para comer y unos minutos a lo largo del día para hacer sus necesidades fisiológicas y asunto arreglado.
_ No puedo hacer eso Dioni, no ¿cómo voy a meterle diecisiete horas de servicio su primer día de trabajo?
_ Sí puedes hacerlo, es más, lo vas a hacer así, dile que le compensarás su esfuerzo y su interés más adelante, hazle cuantas promesas sean necesarias.
_ ¿Y luego?, hacer promesas tiene un inconveniente, hay que cumplirlas, la gente exige que lo hagas.
_ Luego si te he visto no me acuerdo, esto son lentejas amigo mío, si quieres te las comes y si no las dejas. Ya lo sabes, lo quiero allí mañana de 7.00 a 24.00, ¿has entendido?
_ Entendido Dioni, luego te llamo y te cuento lo sucedido.
_ No, luego me llamas y me confirmas la consecución de lo ordenado-, tu tu tu... tu tu tu... Había colgado, sonaron los tres pitidos indicativos de comunicación interrumpida sin mediar despedida, sin decir buenas tardes, ni adiós Carlos, ni hasta luego cocodrilo. Carlos dejó el auricular sobre la cuna del aparato, la voz de Dionisio se había difuminado, durante la conversación se habían extinguido las notas de la canción de la ELO, se habían evaporado y en su lugar se percibía la guitarra de Roger Hodgson al frente de Supertramp y los primeros acordes de Logical song.
_ La canción de los adjetivos-, murmuró Carlos rememorando los tiempos lejanos en que estudiaba inglés con muy poco éxito por cierto.
Tres golpes consecutivos en la madera de la puerta se confundieron con otros tantos redobles de la batería de Bob C. Benberg y una voz ronca, y no obstante tímida, se confundió con los acordes de la canción hasta el extremo de parecer que era el vocalista de Supertramp quien accedía al despacho preguntando:
_ ¿Se puede?- evidentemente no se trataba de la voz atiplada de Roger Hodgson, ni tampoco del saxofón de John Anthony Helliwell, alguien llamaba a la puerta y nada tenía que ver con ninguno de los componentes del conjunto.
Carlos no se tomó la molestia de apagar la radio antes de decir…
_ Adelante.
_ Buenas tardes-, saludó la voz rauca y sin embargo azorada-, ¿es este el despacho del jefe de seguridad?- interrogó el recién llegado sin abandonar su apocamiento; no se trataba de una pregunta absurda, todo lo contrario, era lógica para un extraño, pues no esperaba encontrar allí a un compañero de su empresa vestido de uniforme y cómodamente instalado en el sillón de un cliente, después añadió a modo de disculpa-. Tenía una entrevista mañana con él pero me han llamado pidiéndome que viniera esta tarde.
_ Sí, es aquí, pasa y siéntate. El jefe de seguridad no está en este momento, por lo tanto la entrevista te la haré yo, soy Carlos y soy el jefe de equipo de este centro de trabajo-. El recién llegado era nuevo pero no tonto ni ciego y por lo tanto ya sabía cual era su categoría, pues había visto los galones prendidos en sus hombreras, sin decir nada se instaló en una silla incómoda frente a quien con toda probabilidad sería de inmediato su inmediato superior, por su parte Carlos, rebuscó entre sus notas con gesto circunspecto, no le había causado buena impresión el hombre que tenía delante, estaba pasado de peso, obeso, rechoncho y fofo, y ése era sólo uno de los aspectos desfavorables, por lo menos tenía cincuenta años si no eran más, desde luego no se trataba del prototipo de vigilante deseado por un cliente, es decir, alto, delgado, fuerte, bien parecido, rubio, ojos azules, experto en artes marciales, tirador selecto, políglota, con conocimientos informáticos...
_ Bueno, si no me equivoco tú eres José Luís y ya eres trabajador en activo y miembro de la plantilla de nuestra empresa.
_ Sí así es-, contestó el nuevo con la incertidumbre del recién llegado, ignorando si la entrevista ya había comenzado y dudando si era correcta o incorrecta, apropiada o inapropiada, su primera respuesta.
_ Perfecto, esa circunstancia nos ahorrará trámites, burocracia, papeleo, mamoneo... toma rellena este cuestionario, cuando termines lo comentaremos-, el entrevistado dirigió un vistazo de soslayo al aparato de música antes de empezar a leer el test, el gesto no pasó desapercibido para el entrevistador, quien enseguida interrogó mal intencionado y sarcástico-, por casualidad ¿te molesta la radio?
_ No -, respondió apresurado el trabajador con el nerviosismo de quien busca empleo, desconociendo si la respuesta influiría en el proceso de selección, sin saber si debía responder de forma afirmativa o negativa a aquélla, en apariencia, inocua cuestión, aquella pregunta estúpida formulada con mala fe. De todos modos el rotundo “no” ya ondeaba en el viento del despacho como también fluctuante vagaba el polvo de la canción de Kansas, “Dust in the wind” que servía de fondo a la estrambótica entrevista. José Luís decidió suavizar en la medida de lo posible tan tajante y precipitada negación con un postrero comentario-. La música no molesta si se escucha al volumen apropiado.
Carlos debió estimar adecuado el volumen actual de la música pues no añadió ningún comentario más y la música continuó sonando:
_ Dust in the wind, all we are is dust in the wind, all whit all is dust in the wind.
Mientras tanto él comenzó a hurgar de forma distraída en el interior de uno de los cajones del escritorio como si aquel despacho fuera suyo, y sin molestarse en modificar el estado del equipo de sonido.
_ Sin duda en ese cajón se hallan las respuestas correctas de este examen-, pensó José Luís mientras se enfrentaba con la primera de las cuarenta y cinco preguntas del cuestionario, o al menos las que este engreído considera correctas-. Entre tanto ya se enfrentaba a la primera pregunta.
1ª. ¿Qué entiende usted por seguridad?
¡Chupa del frasco Carrasco! La pregunta decimonónica, la cuestión de las cuestiones, el eterno dilema, una disyuntiva similar a aquella tan conocida de, quién fue antes la gallina o el huevo, pero trasladado al sector de seguridad privada. Intuyó que no iba a ser aquella una entrevista demasiado original sino por el contrario dentro de los más estrictos cánones de la idiosincrasia empresarial. Por un momento estuvo a punto de contestar, palabra por palabra, la definición del diccionario de la R.A.E.: del latín securitas, -atis. Cualidad de seguro; Certeza, conocimiento seguro de algo... sin embargo el aspirante a empleado consiguió contener su impulso y muy despacio, con muy buena caligrafía, comenzó a escribir lo que se esperaba que escribiera:
Seguridad es el conjunto de medidas adoptadas para proporcionar bienestar y garantías a los ciudadanos en general, y en particular a los bienes, inmuebles y personas cuya custodia se nos ha asignado.
Podía haber seguido divagando y citando conceptos como protección activa y pasiva, seguridad integral, pero decidió no alargarse en exceso, ya habría tiempo de ampliar las respuestas en el posterior comentario con su compañero.
2ª. ¿Qué diferencia encuentra usted entre seguridad activa y seguridad pasiva?
¿Por qué siempre preguntaban lo mismo? Era la quincuagésimo nona ocasión en la cual respondía a esas mismas tonterías inútiles, ¿por qué el cuestionario le trataba con un respetuoso usted cuando el imberbe jovencito que le entrevistaba le apeaba el tratamiento? ¿Por qué no se levantaba y se iba diciendo que él tenía veinte años de experiencia en el sector y que si les interesaba su presencia que le avisaran?
9ª. ¿Tiene usted sueños eróticos por la noche?
10ª ¿Tiene usted sueños violentos por la noche?
Si le hubieran advertido de la simpleza de la entrevista hubiera traído el cuestionario resuelto de casa o hubiera entregado una copia del último que hizo en otra entrevista similar, así hubieran ganado tiempo, fue lo que pensó contestando y tratando de armarse de paciencia.
Había terminado la canción de Kansas y ahora sonaba una de un grupo español, Revolver, y además era uno de sus temas favoritos, “No va más”. Casi llegó a tararear las primeras palabras junto a Carlos Goñi:
_ Me he pasado media vida intentando encontrar frases que justificaran lo hecho en la otra mitad...
19ª. Cuándo pasea por la calle ¿cuenta usted las baldosas de la acera?, ¿suma los números de las matrículas de los coches?, ¿camina al azar o por el contrario pisa, o esquiva, de forma deliberada, el interior de las baldosas o sus aristas?
20ª. ¿Sufre usted indisposiciones intestinales con frecuencia? ¿Con qué frecuencia?
– Y es que nadie se hace rico a fuerza de trabajar...- continuaba cantando Carlos Goñi con toda la razón del mundo y nadie puede valorar la profesionalidad de nadie con una prueba tan simple como ésta, continuaba pensando el aspirante a trabajador.
29ª. ¿Sufre usted habitualmente dolores de cabeza, mareos, jaquecas, cefaleas?
¡Qué clase de estúpido había diseñado aquel test! Jaquecas, dolor de cabeza, cefalea, hemicránea, migraña, ¿acaso no son todo lo mismo? Deseó responder que dolor de cabeza no pero cefaleas sí, o alguna imbecilidad similar, pero una vez más reprimió sus impulsos.
30ª. ¿Consume usted de modo habitual alcohol, tabaco, drogas?
Pero, ¿creen de verdad que aunque así sea una persona que busca empleo va a responder alegremente que sí? En esta ocasión no consiguió dominar sus instintos y respondió:
No, pero de todos modos, si así fuera, jamás lo confesaría en una entrevista de trabajo.
39ª. ¿Se deprime usted con facilidad?, ¿sufre cambios de humor repentinos?, ¿tiene arrebatos de ira en los cuales desee causar daño a sus semejantes o causárselos a sí mismo?
Sí, en ese preciso instante deseaba con toda su alma estrangular al genio que había elaborado aquel examen, pero tampoco fue capaz de admitirlo y respondió:
No, no y no- y se relajó un poco escuchando la letra de la canción:
_ Sabes que no soy un héroe, para eso hay que nacer, yo nací para ser viento y los caminos recorrer.
40ª. ¿Padece usted de insomnio o de sonambulismo?
¿Sería mensurable la estupidez de quienes se guiaban por aquellas pruebas psicotécnicas para asignar empleos o por el contrario sería una asnería tan descomunal que carecería de toda mensurabilidad?
43ª. ¿Sabe usted nadar?
¡Anda la leche!, ésta es nueva, y, ¿ahora qué contesto?, imaginaba que iba a trabajar en un garaje, no creo que sean necesarias habilidades acuáticas especiales.
_ Sí-, Escribió para luego añadir con sorna-, no soy un pez pero me defiendo, vamos que no me ahogo en un vaso de agua ni si me caigo a un río, pero tal vez sí, si sufro un naufragio a veinte kilómetros de la costa o si hay una inundación en el garaje.
44ª. ¿Practica usted algún deporte?
_ Ahí no puedes mentir amigo-, se dijo a sí mismo-, la barriga te delata-, me pongo el chándal el sábado y me tumbo en el sofá para ver el fútbol en la tele y beber cerveza; No, mejor no contestes eso, ¿qué tal esto otro?- Hago el amor con mi mujer una vez por semana ya sabe, sábado sabadete... suelo sudar bastante y acabo jadeando y agotado aunque no sé si se considera deporte; No, no, mucho peor, calma José, no lo estropees ahora que ésta es la penúltima-, haría deporte si tuviera tiempo libre, pero debo trabajar para mantener a mi familia-, tampoco, tampoco, relájate. Finalmente escribió sólo una palabra.
NO -. Y lo hizo con mayúsculas y trazo grueso para no dejar lugar a la duda aun sin dar más explicaciones.
45ª. ¿Domina usted el inglés, o el francés?, (si la respuesta es afirmativa especifique nivel) ¿Posee conocimientos de informática?, (si la respuesta es afirmativa indique nivel, y si domina word; excel; ofimática, ofifice, power point, windows) ¿A cursado usted estudios superiores?, (si la respuesta es afirmativa indique cuales y grado alcanzado)
Su irascibilidad creció y alcanzó un grado que le impidió cualquier tipo de razonamiento; no pudo evitarlo, la letra de la canción “Territorios libres”, de Loquillo, que sonaba transmitía un mensaje de rebeldía: _ No servir no gobernar no retroceder ni un paso atrás. Sin líder a quien adorar, ni izquierda ni derecha que me obligue a avanzar, desconfiado como un animal que defiende su espacio vital.
Y quizá eso influyó, o tal vez estaba harto del niñato imberbe que le espiaba por el rabillo del ojo y consultaba nervioso su reloj, enviándole un mensaje subliminal: Te demoras en exceso, abuelo, ¿acaso no sabes leer o te resulta difícil comprender lo que lees?
Si tuviera posibilidad de responder de forma afirmativa y sincera alguna de las cuestiones mencionadas en el apartado cuarenta y cinco no buscaría trabajo en este sector sino en otro mejor remunerado y menos sacrificado.
Estampó su rúbrica aunque en realidad no era necesario y lo entregó. Carlos comenzó a leerlo de inmediato y sin hablar.
_ Casi una hora ha empleado casi una hora en contestar un test tan simple-. Pensó arrugando el ceño. Aunque debo reconocer que tiene una caligrafía perfecta, no he visto una letra tan bella en mi vida.
Dire Straits tomaron el relevo de Loquillo y los Trogloditas, hacia la guitarra y la voz inconfundibles de Mark Knopler viajó el subconsciente del entrevistado, reconoció de inmediato la canción, Romeo and Juliet y seguía el ritmo y la letra para sus adentros:
_ A lovestruck Romeo sings a streetsuss serenade...
Cincuenta y cinco minutos había invertido José Luís en responder las cuarenta y cinco preguntas, cinco minutos empleó Carlos en leerlas.
_ Bien-, dijo cuando hubo terminado, no porque creyera acertadas todas las respuestas sino para dejar entrever que había finalizado, entonces apagó la radio donde por cierto la música había cedido su lugar a las noticias, y retirando los ojos del escrito adujo-, debo decir que hay respuestas que rebasan los parámetros estipulados.
_ ¿Qué sabrás tú lo qué es o deja de ser un parámetro?- pensó el entrevistado, aunque prudente guardó silencio.
_ También añadiré que hay réplicas que no me gustan e incluso confesaré la existencia de algunas respuestas que me desagradan bastante.
_ Esta película yo ya la he visto-, pensó el aspirante a empleado, ahora viene cuando me echa a patadas del despacho y me manda a la calle con viento fresco-, esos eran sus pensamientos pero no dijo nada, sólo se refugió en la silla y se encogió tímidamente de hombros.
_ Sin embargo- hizo una pausa larga, demasiado larga, ¿en qué estaría pensando?, no era tan difícil decir adiós muy buenas; después de la pausa añadió dirigiendo su mirada hacia el manuscrito-, me agrada tu sinceridad y tu letra digna del mejor calígrafo. ¿Tendrías inconveniente en comenzar a trabajar mañana mismo?
_ No, ninguno, todo lo contrario, eso es precisamente lo que deseo.
_ ¿Tendrías inconveniente en realizar jornadas de dieciséis o diecisiete horas?- en esta ocasión la respuesta no fue tan presurosa, por el contrario, fue muy meditada, aunque no por ello menos sincera.
_ Si es por una emergencia y se trata de una situación esporádica, no, si es de forma habitual o por rutina sí tendría inconveniente.
_ No será habitual, sería sólo uno o dos días, mañana y quizá pasado mañana, solamente hasta que consigamos regularizar la situación del resto del personal.
_ Si sólo son dos días no hay problema.
_ Debes tener en cuenta que...- Carlos veía más inconvenientes que el propio José Luís-, se trata de diecisiete horas de pie, en un garaje, pasando frío, aspirando monóxido de carbono y aguantando las impertinencias de los conductores, confiesas no practicar ningún deporte, tal vez tu estado físico no sea el idóneo para jornadas tan extensas y dos días consecutivos.
_ Si sólo son dos días no hay problema - repitió un tanto ofendido.
_ De acuerdo entonces todo solucionado, yo me encargaré de todos los trámites, ya sabes, burocracia, papeleo, mamoneo...; mañana a las siete en punto empiezas el servicio, de 7.00 hasta las 24.00; a lo largo de la jornada te confirmaré el horario del día siguiente, el sábado y el domingo tienes descanso porque el garaje no se abre, por tanto durante el transcurso del servicio del viernes te facilitaré el cuadrante con los turnos y horarios para lo que resta de mes; de los demás asuntos ya hablaremos, ya sabes a que me refiero, vacaciones, horas extraordinarias, distribución de fiestas navideñas, todo eso ya lo comentaremos más adelante-. Carlos se levantó dando por terminada la conversación, a José Luís le vino a la mente otra canción de Supertramp, Goodbay stranger, muy apropiada para aquel instante, pero el aparato de sonido seguía apagado; por el contrario José Luís tenía dudas encendidas y por esa circunstancia interrogó.
_ ¿No sería conveniente que visitará el lugar de trabajo antes de comenzar el servicio?
_ No es necesario, es un garaje con poca capacidad, mañana cuando llegues te darán una lista de vehículos autorizados, el resto, evidentemente no pueden entrar, cuando se llene, que seguramente se llenará, cierras sin más explicación, la tarea no tiene complicación ninguna.
_ Sí, la verdad, resumido de ese modo tan escueto parece muy sencillo-, dijo José Luís sin convicción.
_ Pues ya está todo dicho, hasta mañana, cuento contigo, no me falles y se puntual-, tendió su mano diestra para estrechar la de su nuevo compañero.
_ Hasta mañana, no fallaré y como ha podido comprobar en la cita de hoy soy extremadamente puntual-, alargó su mano respondiendo al saludo de su jefe de equipo y se fue. Ya había abierto la puerta y tenía medio cuerpo en el pasillo cuando escuchó una vez más la voz del entrevistador.
_ ¡Ah por cierto!, se me olvidaba formularte la última pregunta de la entrevista-. José Luís se giró despacio con gesto de resignación y pensando- ¿y ahora qué nueva patochada de última hora se te ha ocurrido?
_ ¿Tú crees en fantasmas?- preguntó sin rodeos.
_ ¡Anda la leche!, esta también es nueva-, pensó-, y yo que creía que no iba a ser una entrevista original, y ¿ahora qué le contesto yo a este niñato? De repente le vino al recuerdo una frase como un soplo de viento fresco en la alborada, era un dicho popular y característico de un antiguo compañero de procedencia leonesa; aunque la cláusula original se refería a las meigas gallegas, José Luís cambió meigas por fantasmas y utilizó el proverbio considerándolo un recurso adecuado-, todo el mundo lo sabe-, no dudó en acompañar a sus palabras de una sonrisa bonancible-, los fantasmas no existen, pero haberlos haylos.
_ Sí eso creo yo también, gracias José Luís, hasta mañana.
El recién empleado acentuó su sonrisa y definitivamente se fue, antes de terminar de cerrar la puerta a su espalda ya había dejado de sonreír y Carlos ya había marcado el número del teléfono móvil de Dionisio.
_ Todo arreglado-, informó con el orgullo proporcionado por el deber cumplido-, tenemos escoltas y vigilante de garaje para mañana y también para el viernes, ha accedido a doblar el turno por dos días, entrevistaremos a los demás en el transcurso del día de mañana y éstos podrán empezar a trabajar sin problemas el lunes.
_ ¡Perfecto!, gracias Carlitos, ya sabía yo que podía confiar en ti, nos vemos mañana...
_ A las nueve en punto en la puerta del despacho de Don Alberto-, completó el jefe de equipo sin dejar finalizar la frase a Dioni, adelantándose, profetizando cuales iban a ser sus palabras, y, éste, muy complacido al apreciar lo rápido que aprendía su discípulo más aventajado y comprobar que incluso adivinaba sus deseos añadió.
_ Elemental querido Carlos, elemental, ja, ja, ja... tu, tu, tu... tu, tu, tu.
José Luís tenía todavía la sorpresa dibujada en su rostro, se disponía a llamar a un taxi pero descartó la idea, caminar un rato le relajaría y el metro siempre sería una opción más económica y mucho más acorde con sus ingresos. Inició despacio el paseo, los viandantes lo miraban, llamaba la atención su aspecto despreocupado, ocioso, manos en los bolsillos, pasos lentos y cortos, sonrisa un tanto boba... en su cerebro reverberaban consignas recién escuchadas, términos recién percibidos y aún no del todo digeridos, frases recién pronunciadas. Las personas viven dentro de una película continua que se proyecta en el interior de sus cabezas de cuando en cuando han de interrumpir la proyección y tomar contacto con la realidad, José Luís trataba de tomar contacto con la realidad y sin embargo…
A su espalda, unos metros por encima de la puerta principal del edificio en cuyo interior iba a trabajar, en una ventana circular, antigua vidriera de la iglesia de Santa Águeda, apareció una figura oscura, no se apreciaban sus rasgos pero sí su contorno, era extraño, la altura a la cual estaba situada la mencionada ventana hacía imposible el acceso a ella. José Luís se giró de manera brusca, como si respondiera a una súbita llamada, como si alguien hubiera pronunciado a gritos su nombre, dirigió su mirada hacia aquel lugar elevado y misterioso, en ese instante, o quizá milésimas de segundo más tarde, la sombra se desvaneció y su desaparición repentina se llevó consigo el último reducto de sonrisa del caminante. José atribuyó aquella fugaz visión a un reflejo casual, una caprichosa sombra, una mala pasada de su vista ya un tanto cansada.
_ Sí-, pensó en voz alta-, eso ha sido, un reflejo, nadie podría encaramarse a una tronera tan elevada, una sombra, ¿qué otra cosa podría ser?
¡Qué otra cosa podría ser! ¿Un fantasma tal vez?
_ ¡Vaya entrevista rara!, ¿pues no va el jovencito y me pregunta qué si creo en fantasmas?- se percató de que estaba hablando solo por las inquisitivas miradas de los transeúntes, entonces continuó su camino con mayor velocidad y susurró en voz muy baja e imperceptible para el resto del universo-, todo el mundo lo sabe hijo, los fantasmas no existen pero haberlos haylos.