viernes, 21 de diciembre de 2012

Cría cuervos



Dos nuevos microrelatos, no son muy navideños pero aprovecho para felicitar a todos mislectores y amigos.



Tres al cuarto


No, claro que no queremos volver a participar en ese concursillo de tres al cuarto que lo único bueno que tiene es el premio. Siempre ganan relatos flojos cuando no francamente malos y conozco otros de mucha calidad que se presentan sin suerte. No sé en que piensa el jurado, dudo que los lean todos.
No queremos perder tiempo en escribir, ni invertir ilusión, imaginación y literatura de forma improductiva.
Lo que no comprendo es, si no queremos concursar, ¿por qué seguimos haciéndolo? Será por alimentar nuestros blogs, nuestro ego, o simplemente por si se equivocan y accedemos a su suculento premio.




Cría cuervos


No, claro que no queremos, padre, de hecho no lo vamos a hacer- dijeron los niños rebelándose por primera vez.
- ¿Cómo que no? Si llevamos años trabajando juntos.
- Precisamente por eso, lo haremos como cada navidad, pero sin usted, el dinero recaudado con nuestro esfuerzo será para nosotros.
- ¿Me dejáis el la estacada y en estas fechas entrañables?, después de lo que os he enseñado.
- ¡Búsquese a otros advenedizos!
- Cría cuervos- dijo desabotonándose el falso alzacuellos-, a estas alturas de diciembre tener que buscar críos hambrientos por las calles, afortunadamente habrá muchos candidatos al puesto y es tan fácil disfrazarse de mendigo como de cura.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Acupuntura











Con cuidado para que no se les caigan los alfileres, se levantan de la cama. No deberían caerse, están clavados en su musculoso cuerpo apolíneo, aunque de forma tan superficial o estratégica que no duelen ni molestan.
Se mira en el espejo, no le gusta su aspecto, empieza a despojarse de las agujas, las coloca en el costurero, sobre el lavabo, no debió dejarse convencer por su primo. Ni de la familia te puedes fiar, no tenía que haber accedido a probar juegos desconocidos, no ha sido divertido esto de la acupuntura.
Mañana invitará a merendar a su vecino del quinto, es más extrovertido, siempre quiere jugar a los médicos.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Luces de Navidad









Luces de navidad


Antes de que vuelva papá debo tener escrita la carta de los reyes, este año he sido bueno y solo les pido el regreso de tu felicidad.
Mamá, ya has preparado la cena, será mejor que vayas a la peluquería, que te maquilles como antes hacías resaltando tu sonrisa, embelleciendo tu belleza natural y, te pongas ese vestido rojo que tanto le gustaba, aunque sea de verano y pases un poquito de frío.
Luego, los tres juntos, como antaño, pasearemos bajo las alegres luces festivas de la ciudad, todo cambiará, verás como pronto olvida a esa nueva familia que se nos ha interpuesto esta navidad.



Noche de paz


Antes de que vuelva papá ya habré cenado y estaré profundamente dormido. No quiero oír la llave girando en la cerradura, ni tampoco pasos inseguros en el pasillo, no quiero oír palabras escupidas alzando su volumen, convirtiéndose en gritos. No quiero percibir ruido de golpes, ni tampoco los llantos estentóreos de mamá hasta que el dolor y el sueño la vencen y se duerme entre dudas.    
A veces creo que sucede por mi culpa, si yo no existiera ella se iría.
Amanece, veinticinco de noviembre, día internacional contra la violencia de género, ¿será este el motivo de que esta noche haya dormido plácidamente sin interrupciones?

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La luz que oculta la niebla



Nunca hago reseñas de libros en este blog, entiendo que no es mi función y que para esa labor están otras personas y otros espacios, sin embargo, siempre hay una ocasión especial.
            Hay libros que están escritos para ser leídos, otros para pasar desapercibidos y también hay otros que están diseñados para disfrutarlos.
            En esta última categoría incluiría yo La luz que oculta la niebla, de José Guadalajara.
            Sabía de la literatura de José, de sus novelas históricas magistrales y pensaba que no podía sorprenderme, pero lo ha hecho. En una novela que no es su género favorito, en una novela escrita con lápiz de labios, aunque no es del todo justo denominarla así pues tiene mucho más,  me ha cautivado.
            La luz que oculta la niebla, como toda buena obra, empezó, para mí como lector, en la presentación. Magistral evento que resultó ameno, didáctico y emocionante. De esas ocasiones que te vas para casa con ganas de leer el libro y que sabes con certeza que te va a gustar.
            Leídas las primeras páginas ya detecté una deliciosa prosa y sobre todo una elegancia en la escritura, sin parangón. El cofrecillo, el sobre, unas curiosas iniciales..., te preparan a sumergirte en un cálido misterio. Conozco a José y conozco su obra anterior pero en este libro se ha gustado destilando literatura, amor y belleza en la expresión. No esperen una trama llena de aventuras inciertas y finales insospechados, aguarden mejor una historia sencilla, o compleja como la vida misma, una brillante narración donde cada palabra debe ser saboreada en su justa medida, un torrente de literatura, porque esta novela es solo eso, literatura, ¡casi nada!
            Les aconsejo su lectura, una lectura lenta, no por su complicación ni falta de interés, todo lo contrario, para su deleite, para que no se pierdan ni un detalle, ni un recurso, ni una coma del texto.
Felicidades a Bohodón Ediciones por su buen criterio y su decisión de editar esta joya.
Felicidades José, presumiré de amigo ESCRITOR con mayúsculas y de una novela sencillamente deliciosa.
Gracias por escribir La luz que oculta la niebla.

martes, 4 de diciembre de 2012

Songe d´Automne



  



Songe d´Automne
Yo no elegí estar allí y allí me hallaba, yo no debería recordarlo, no hay ninguna razón para tenerlo y mantenerlo grabado a fuego, o a hielo, en mi mente y, sin embargo lo recuerdo. Lo recupera mi memoria cada cierto tiempo sin yo pedírselo ni desearlo y me traslada allí, al gélido aliento del momento exacto y es tan nítido el recuerdo que parece estar sucediendo en ese instante.
            Parecía que hoy no era día de evocar momentos pasados, no obstante la apariencia vuelve a ser mentirosa y así, en un andén del metro, he percibido una melodía casi desahuciada, desterrada de las partituras, una pieza que me eriza el vello cada vez que la oigo. Un violín cercano derramaba por los pasillos del suburbano las notas de Songe d´Automne, la última canción, el telón que culminó la tragedia.
            Empiezo a recordar mientras busco el rincón del violinista, no me resisto a ver el rostro del músico que evoca sucesos acontecidos hace más de un siglo y las imágenes, esas que no deberían estar dentro de mí, se van proyectando en mis retinas, solo en ellas.
            Veo la cena de nochebuena, una cena pobre como es tradición en la familia, apenas tengo una semana de vida, soy tan pequeña, tan endeble, por eso no debería recordar, ¿por qué tengo grabadas imágenes que ni siquiera he visto, palabras que ni si quiera he oído, frases que ya percibo mezcladas con las notas de Songe d´Automne?
            - Esto no puede seguir así- dice papá con amargura infinita-, nos matamos a trabajar y a duras penas podemos comer, ¿qué porvenir le procuraremos a nuestra hija?
            - Y ¿qué vamos a hacer?- interroga mamá-, no tenemos muchas opciones.
            - Arriesgarnos como en otras ocasiones hemos hecho, arriesgar todo a una carta por última vez, buscar la tierra de los sueños, el continente de las oportunidades.
            - ¿Qué quieres decir? No comprendo a dónde quieres llegar.
            - América, quiero decir que en América tendremos las oportunidades que se nos niegan aquí a nosotros y a nuestra hijita. Ahorraremos en los próximos meses lo que podamos para los pasajes y para poder establecer en el nuevo mundo un pequeño negocio, en unos meses partiremos hacia una nueva vida.
            Así empezó todo, empezó el sueño y con ilusión y todas las posesiones familiares a cuestas, nos embarcamos en el buque más increíble de la historia, el Titanic.
            No recuerdo los primeros días de la travesía pero sí el momento álgido de la tragedia. Papá entrando al modesto camarote con dos chalecos salvavidas, dice a mamá que se lo ponga pero que esté tranquila, que se trata solo de un simulacro. Mamá con una lágrima resbalando por su mejilla le replica, si fuera un simulacro no me obligarías a sacar a la niña de su cuna en plena noche.
            Los botes salvavidas están muy lejos de los compartimentos de tercera clase, solamente hay que dar una ojeada a las estadísticas y a la relación de víctimas para comprobarlo. Imposible alcanzar la cubierta, impensable obtener un sitio en un bote.
            Desde las cubiertas inferiores, entre una multitud de pasajeros aterrados, presenciamos el descenso lento del último bote. Papá toma una decisión desesperada, se arriesga por última vez en su vida para preservar la mía. Me toma de los brazos de mamá, llama la atención de una persona con grandes voces estridentes, es una camarera de primera clase, cuando los ojos azules-grisáceos de la joven nos prestan atención, me arroja hacia el bote que lento va descendiendo. Es lacerante el grito de mamá mientras dura mi arriesgado planear, aunque tapo mis oídos en ese instante del recuerdo y por más que los aprieto con toda mi rabia no consigo atenuarlo porque está en mi cerebro grabado con la tinta indeleble del miedo que por mi corta edad jamás debí sentir.
Es reconfortable el calor que desprende el cuerpo de la camarera que me abraza y me protege e incluso besa mi frente. Qué lindos ojos tiene, ojos de color vida, estoy segura de que es la más bella mujer del trasatlántico.
Ya a salvo en otro barco, una mujer desconocida me arrebata de los brazos de la joven camarera. Queda tan confundida la pobre chica, supone que es mamá y no comprende a qué viene tal brusquedad en el gesto y la ausencia total de agradecimiento. Se equivoca, la joven camarera está confundida, no es mamá, a partir de hoy lo será para mí porque con toda seguridad ella ha perdido a alguien tan diminuto como yo en el naufragio. Y le estaré agradecida porque me proporcionaría la posibilidad de vivir una vida, tal vez no la mía, tal vez no la más feliz de todas las posibles, pero una vida al fin y al cabo. Sin embargo la mujer que me abraza ahora no es mi verdadera mamá, ella ha quedado en el barco, se ha hundido con el Titanic mientras oía esa última canción de su existencia. Esa misma canción que ahora suena en este metro repleto de prisas y viajeros anónimos, esa eterna melodía hacia la cual me dirijo.
Un hombre con traje marrón de rayas pasado de moda varias veces, interpreta la pieza. Nadie parece verlo, nadie parece oír su magistral interpretación, parece como si en realidad no existiera. Yo sí puedo verlo y escucharlo, clavo mis ojos ofendidos en su espalda y parece que él presiente mi presencia. Se vuelve sin dejar de tocar, me mira y me saluda con breve inclinación de su rostro y una sonrisa amable.
- Puedes sentarte a escuchar querida niña, hoy no será esta la última pieza que interprete, después de esta, en este barco, habrá muchas más.
Wallace Hartley acaricia su vetusto violín roído por la humedad y por los lustros mientras yo le sonrío con ternura infantil.
Ya lo saben ustedes queridos lectores, así es, lo han adivinado, ya no hay supervivientes del Titanic con vida en nuestra época, ni siquiera yo que era tan pequeña cuando en él me embarcaron he sobrevivido tanto tiempo, por tanto, mientras el director de la orquesta empieza a abordar los primeros compases de Nearer my god to Thee, en mi honor, me siento y me pongo cómoda en un banco vacío y le respondo a Wallace:
- Hay situaciones que no se eligen y esta es una de ellas, de todos modos creo que los fantasmas no deberíamos pasear ni tocar violines por los andenes del metro.
- Nadie debería vagar eternamente, pero no tenemos más remedio, somos portadores de los secretos de un barco hundido y, no obstante, siempre vivo.


Ángel Utrillas, autor de El último secreto de Titanic.