viernes, 28 de enero de 2011

AGUA


Este es el primer relato de mi nuevo libro, una colección de relatos que se titulará "Recuerdos de lluvia y Cierzo" Es el relato más corto, espero que os guste y despierte vuetro interés por leer los 16 restantes.
La fotografía es de Charo Hernádez, artista del Colectivo Toc Arte en el cual la publicó como un trabajo sobre el tema "Agua"



Agua.

Agua vertida.

Agua derramada por la ira, impulsada por su deseo de venganza o mejor aún, por su deseo de justicia. Vaso de cristal que impulsado por su indignación desciende hasta el suelo de la maldad y estalla en mil cristales diminutos.

Agua formando amalgamas con vidrios en un charco transparente. El estallido del vaso ha conseguido por un instante atenuar los gritos, sin embargo ahora, disipada la sorpresa, atenuado en el tiempo el eco de la explosión, se reanudan las voces y se elevan con mayor violencia insultos y reproches.

Agua.

Agua vertida.

Agua salada derramada por sus lagrimales. Lágrimas que ruedan recorriendo sus mejillas junto a hilitos frágiles de sangre y no logran encontrar vestigios de pena en su rival, ni consiguen apagar la tormenta, ni poner fin al infierno.

Ha sido ella, ha sido su mano temblorosa la que ha lanzado el vaso contra el suelo, y lo ha tirado al suelo por no estrellarlo contra la cabeza del monstruo, pero tras la sorpresa inicial, el gesto no ha conseguido más que redoblar el enojo de su marido, estimular su descontrolada furia.

¡Qué oscuridad tan densa y cruel se cierne sobre su noche! ¡Qué truenos tan horrendos se cierran sobre su vida! Y ella, una vez más indefensa, sabe que por muchas lágrimas que derrame, por mucho que su desesperación y su miedo la obliguen a cerrar sus ojos y tapar sus oídos, por mucho que sus brazos traten de amortiguar los golpes, es imposible. Las manos de ese hombre transformado en fiera impactan una y otra vez en su rostro, en su pecho, en su alma, golpes inevitables que casi ya ni duelen y que caen sobre ella como agua, gotas de lluvia de un aguacero persistente, cobarde e insoportable.

Agua.

Agua vertida.

Agua derramada, gota última que con su sola presencia desborda el vaso de la paciencia. Recoge los cristales del suelo junto con los fragmentos de su derrota, y sin embargo no se siente vencida, por el contrario, percibe que ha ganado, pero ¿acaso se trataba de una guerra?

Para los vecinos ha sido tan sólo una escaramuza más, lo mismo de casi todas las noches, agua que no has de beber. Para él un accidente más, daños colaterales de un halo luminiscente producido por exceso de alcohol en sangre, agua que calma la sed inherente a la resaca. Para los periódicos un caso más que engrosará las estadísticas de malos tratos, otro titular de violencia doméstica, agua corriente que circula habitualmente por las tuberías y cloacas.

Para ella ha sido la última vez, agua bendita para signarse y asperjar, bautismo de un nuevo comienzo, de preguntarse ¿qué será de mí si me marcho?, ha pasado a preguntarse ¿qué será de mí si me quedo?

El portazo no ha conseguido despertar a la bestia, el alcohol ahora ejerce de somnífero, hasta mañana no sabrá que se ha ido, no sabrá que ya no lo aguanta, no sabrá que ya no lo quiere. El eco del portazo se arrastra perezoso por la escalera y es la última reverberación acústica de esta tormenta, desde hoy su río fluirá hacia otros mares.

Libertad por fin derramada en océanos sin tempestades.

Vida vertida.

Agua.

miércoles, 26 de enero de 2011

CAPÍTULO XIV: Curiosas coincidencias y casualidades


Dejo este capítulo nuevo de "La profecía del silencio" con cita de Carmen Posadas, espero que os guste.








A veces, en primavera, cuando la luz de la tarde entra por las rendijas de la persiana y se quiebra en ángulo contra el suelo, me parece ver sobre la pared la sombra de la que fui. Son las rayas horizontales las que hacen el milagro, las que hacen trampas hasta convertir la silueta de una vieja que pronto cumplirá noventa y siete años en la de la más hermosa de las mujeres de su época. Pero es cierto. Cuando esto ocurre, aún puedo verla, soy yo; es ella, la Bella Otero.
Carmen Posadas. “La bella Otero”

CAPÍTULO XIV
Curiosas coincidencias y casualidades
(26- 11- 1999)

Tenía un aspecto horrible.
Candelaria se encaminó a la entrevista de trabajo con el brazo escayolado, con el tobillo inmovilizado por una venda lo cual la hacía cojear visiblemente, sin papeles y sin su mejor vestido pues se había quemado junto al resto de sus pertenencias. Su aspecto era un tanto estrafalario, vestía un top blanco muy atrevido y ceñido para resaltar sus adustos senos y el color suave y oscuro de su piel; una mini falda negra demasiado mini que resaltaba sus caderas; unas botas altas impropias de alguien con un tobillo dislocado pero que hacían muy bonitas sus bonitas y largas piernas. Aquél era su único atuendo, el mismo con el cual había ejercido su profesión el día anterior en una esquina de la Calle Carretas, a decir verdad demasiado había hecho consiguiendo adecentarlo después del incendio. Su vestimenta era demasiado atrevida, excesivamente insinuante para una entrevista de trabajo. Su ropa también era en exceso liviana, demasiado carente de tela para el tiempo, más bien frío, propio de la estación del año actual. Mas no había otra posibilidad, aquellas prendas constituían todo su vestuario, todas sus propiedades; afortunadamente tenía en su bolso algo de dinero, no mucho, el suficiente para el metro o el autobús y un desayuno caliente si llegaba con tiempo a la dirección donde tendría lugar el encuentro.
Llegó al sitio indicado con un mínimo de fuerzas en sus ateridos músculos, con un máximo de dificultad e invirtiendo grandes dosis de esfuerzo. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza y el tobillo, no en vano había saltado desde cuatro o cinco metros de altura, pero por encima de todo tenía frío. Había llegado temprano, tenía tiempo suficiente para desayunar, así pues, una vez localizada la sede de la empresa en la calle Farmacia, fue en busca de un local abierto, esa búsqueda también entrañaba dificultad pues no parecían existir bares en servicio por el barrio.
Rafael salió del edificio minutos antes de las siete y media de la mañana. Hacía frío pero no había nubes, el cielo carente de celajes profetizaba la cercana salida del sol. El vigilante estaba contento aquel amanecer, por eso y por que el recién iniciado día era su jornada de merecido descanso, decidió no dormir, romper el turno como él lo denominaba, no acostarse hasta la noche y así habituar el cuerpo a su siguiente e inminente turno de día. Compró el periódico y dio un breve paseo para matar el tiempo, esperaría a que Rosa abriera el bar a las ocho en punto y desayunaría en la Taberna del Renco, luego dedicaría la mañana a realizar trámites administrativos y aburridas gestiones bancarias que había demorado, acumulado, y acabarían por desbordarle si no las solventaba, así, además de romper el turno aprovecharía el día para asuntos productivos. Sonrió al recordar durante su paseo los sucesos acaecidos la noche anterior. En torno a las tres de la mañana, sus compañeros Fernando y Carlos junto con Dionisio, llamaron a la puerta. Abrió, era evidente que todos habían bebido, sus rostros, sus ojos, sus gestos, los delataban. Todos olían a alcohol, pero además las ropas de Carlos y Fernando desprendían un fuerte olor a humo, por el contrario las prendas de Dioni, o quizá él mismo, desprendía una miasma de características similares a la resina, ¡Dios mío! ¿Qué habría ingerido aquel hombre? Lo que quiera que fuese no solamente olía a demonios, además le impedía conservar el equilibrio con garantías.
Apenas le saludaron y se dirigieron hacia el garaje con paso que pretendía ser rápido sin conseguirlo, por el camino discutieron entre ellos a grandes voces, Carlos, con evidente razón y buen criterio, no creía conveniente que Dionisio, en su estado, se pusiera al volante de su coche, propuso conducir él mismo para llevarle a casa, Fernando los seguiría con el otro coche y luego Carlos llevaría a Fernando hasta su residencia. Tras una larga discusión plagada de gritos, juramentos, aspavientos y alguna ridícula caída decidieron acatar lo propuesto por Carlos. Rafael que había asistido a toda la discusión de lejos y con pasividad se acercó a Fernando mientras Carlos introducía a Dioni en su coche y le dijo.
_ Es mejor así, Dionisio lleva mucho alcohol en el cuerpo.
_ Alcohol y muchas otras cosas-. Adujo su compañero y a sus palabras le siguieron unas estruendosas carcajadas nerviosas.
_ Ve con cuidado- pidió Rafa y los dos vehículos salieron con extrema lentitud del garaje del edificio. Cuando ya se hubieron marchado y el silencio en la calle era total, cerró la puerta del garaje, desconectó el mecanismo bloqueándolo para que no se abriera con mandos a distancia, y se encaminó a su puesto murmurando-. ¡Cómo me alegro de que no sea Fernando el compañero que debe hacerme el relevo mañana! Tengo el presentimiento de que estos pájaros, al amanecer, no van a estar en condiciones de acudir a sus puestos de trabajo.
Por la mañana, a primera hora, Quiqe, el vigilante de servicio en el garaje confirmó sus sospechas, se presentó al servicio, si bien lo hizo en condiciones penosas, con una monumental resaca y con un cansancio palpable, y eso que afirmaba haber terminado la juerga en torno a la una de la madrugada, es decir dos horas antes de que se produjera la retirada de los demás parranderos.

Candelaria pensó que en verdad era misión difícil hallar un bar abierto en aquella zona de la ciudad a esas horas tan tempranas. Por fin los ojos negros de la joven descubrieron uno, tenía aspecto de resultar caro, pero tampoco podía permitirse el lujo de permanecer toda la mañana paseando casi desnuda por las frías e inhóspitas calles de la capital. Algunos silbidos de júbilo, algunos piropos de admiración y algunas obscenidades de lo más vulgares y de lo menos originales la saludaron a su llegada. Rafael y Rosa miraron a la par hacia la puerta para averiguar a qué se debía tamaño alboroto.
_ No sabía yo que por este barrio hubiera todavía focos de prostitución- dijo Rafael sorprendido por la presencia de la mujer.
_ Y no los hay- aseguró Rosa con mal humor-. Esta tía se ha perdido.
Candelaria trató de ocultarse en un rincón, en el más discreto y oscuro del local.
_ Buenos días- saludó Rosa en tono un tanto hostil que la cliente percibió, a punto estuvo de añadir, este bar es un sitio decente, pero por alguna extraña razón no lo hizo.
_ Perdone mi aspecto- dijo Candelaria con timidez-. No quiero llamar la atención ni causar problemas, sólo quiero desayunar y entrar en calor, estoy muerta de frío, tengo dinero suficiente para pagar, quisiera tomar, si es posible, un café con leche muy caliente y tres magdalenas, por favor.
_ ¿Te encuentras bien?- interrogó Rosa cambiando de modo radical sus sentimientos hacia aquella persona.
_ Sí gracias, sólo estoy cansada y congelada, descansaré unos instantes y el café caliente me reanimará, me marcharé en seguida- Rosa le sirvió lo que había pedido y añadió.
_ Si necesitas algo más me llamas, estaré en aquella esquina al otro lado de la barra.
_ Bien muchas gracias, es usted muy amable.
Rosa se instaló de nuevo junto a Rafael que desayunaba entre rápidas ojeadas al periódico, por el camino la camarera se cercioró de algo que ya sabía, todos los clientes del local eran hombres y todas las miradas de esos hombres confluían en un punto concreto del bar, el rincón donde Candelaria trataba de entrar en calor y permanecer oculta.
_ No es una vulgar prostituta- afirmó la camarera- esa chica tiene problemas.
Una voz surgió de la nada envalentonada por el anonimato y protegida por la muchedumbre.
_ Es un poco temprano pero no me vendría mal un buen revolcón, ¿cuánto cobras negrita?- un coro de risotadas grotescas siguieron a las frases del gracioso, la joven ni se inmutó y continuó desayunando como si fuese sorda o estuviese habituada a la imbecilidad humana.
_ Estos pervertidos no van a resultar útiles en esta situación- dijo Rosa señalando con el mentón a los parroquianos.
_ Pues habrá que hacer algo- añadió Rafa quien ya se había levantado de su taburete y se dirigía hacia el lugar donde estaba Candelaria.
_ Hola- saludó el vigilante.
_ Adiós- respondió la joven sin mirarle.
_ Perdón, ¿cómo dices?- interrogó Rafael que había oído perfectamente.
_ No soy lo que tú te crees ni estoy aquí para lo que tú te imaginas, lárgate y déjame terminar mi desayuno en paz.
_ Yo tampoco soy lo que tú te crees, ni estoy aquí para lo que tú te imaginas, yo sólo quiero invitarte a desayunar y tratar de salvaguardarte con mi compañía de los actos de estos maleducados.
_ No necesito ayuda, gracias y adiós.
_ Pues tu aspecto evidencia lo contrario- insistió Rafa que no había previsto la reacción de la mujer.
_ No cometas el error de juzgar a las personas por su aspecto externo. Ésos que me insultan y se burlan desde sus mesas llevan corbata y traje y sin embargo son unos gañanes.
_ Eso es cierto, pero de todos modos tu aspecto indica que debes estar congelada, no se puede ir en noviembre con atuendo de agosto, quizá en tu país sí pero en Madrid no- la alusión a su tierra natal la hizo volver el rostro hacia el vigilante por primera vez; había rabia en su gesto y odio en sus ojos-. ¿Qué sabes tú de dónde vengo o a dónde voy? Acaso te crees mejor que yo por haber nacido en este país.
_ No, perdóname pero no me has comprendido, yo no deseo ofenderte, sólo digo que si tienes frío por qué no te pones otra ropa más abriga.
_ Porque no tengo, esto que ven tus ojos es todo cuanto me queda en este mundo. Lo demás se quemó anoche en un incendio.
_ ¿Un incendio dices?- Rafa había leído los titulares en el periódico y recordó las palabras de Eva en su despedida.
_ Oye ¿tú eres sordo o eres tonto? Sí un incendio he dicho.
_ No te referirás al incendio en las naves de Villaverde.
_ Sí a ése precisamente me refiero.
_ He leído en la prensa que el fuego fue provocado.
_ Pues mira no sabría decirte chico, yo desde luego no vi nada, tan sólo humo y fuego. Todos corrieron hacia la escalera pero fue peor porque estaba ya en llamas, no había salida, yo estaba desesperada y salté por la ventana, sólo pude coger mi bolso.
_ Y ¿no tienes un abrigo?
_ Sí, lo tengo, pero no me lo pongo porque prefiero pasar frío no te digo; no, no tengo, estaba acostada cuando empezó el fuego y aunque normalmente duermo vestida me quito el abrigo.
_ Y ¿qué vas a hacer ahora?, si me permites la pregunta.
_ Tengo una entrevista de trabajo ahora mismo, me las arreglaré hasta que cobre mi primer sueldo.
Rafael llamó a Rosa, habló unos instantes con ella cuchicheándole en el oído, luego ella desapareció en la trastienda, él permaneció junto a Candelaria.
_ Tu desayuno está pagado, me he tomado esa libertad, espero que no te importe-. Rafael apuntó un teléfono y una dirección en una servilleta de papel-. Toma, si alguna vez necesitas ayuda llama a este número, es de un sindicato, un sitio donde ayudan a inmigrantes a obtener trabajo y papeles-. La chica lo cogió y lo guardó en su bolso, después limpió sus labios de los restos de las magdalenas y dijo.
_ Gracias- en ese preciso instante apareció Rosa.
_ Toma, puedo prestarte este abrigo, está un poco viejo y seguramente te quedará pequeño pues eres más alta que yo pero al menos te cobijará un poco del frío. Y no te preocupes, ya me lo devolverás otro día.
Candelaria aceptó un tanto avergonzada la prenda de Rosa.
_ Gracias, te lo devolveré en cuanto consiga algo de dinero para comprar ropa.
_ No tengas prisa, no te preocupes de nada, yo no lo necesito.
Se levantó y se puso el abrigo, en efecto era demasiado corto, no era su talla, pero de todos modos superaba con creces la longitud de su falda y, por supuesto, era mejor que nada; entonces miró a Rafael y bajando mucho el tono de su voz le dijo:
_ Disculpa mi agresividad, cuando estás en la calle debes defenderte antes incluso de ser atacada. Gracias por todo, ahora debo irme, no puedo llegar tarde a una entrevista de trabajo, es mi última oportunidad-. Abandonó el local mirando fijamente al suelo, diríase que avergonzada de su aspecto, al contrario que ocurrió a su llegada nadie dijo nada, Rafael fue tras ella.
_ Oye... perdona, no sé tu nombre.
_ Me llamo Candelaria y soy de la República Dominicana.
_ Candelaria, yo me llamo Rafael, sólo quería desearte suerte, mucha suerte en tu entrevista-. Ambos sonrieron y la joven se marchó. El vigilante volvió al local y cogió el periódico-. Mira Rosa, aquí viene la noticia del incendio.
Rafael la leyó con suma atención: Un grupo de personas habían incendiado un edificio lleno de inmigrantes de diversas nacionalidades, se sospechaba de grupos de extrema derecha o de una tribu urbana, una rama agresiva con origen en los skin heads. El atentado había sido perfectamente planeado, el objetivo era quemar vivos a los inmigrantes que dormían dentro de la construcción. Habían prendido tres focos distintos, uno de ellos en la escalera, único sitio posible de escape, ése fue precisamente el primero que encendieron. El fuego debió iniciarse sobre la una de la madrugada, la deflagración la produjeron con una substancia usada para la elaboración de un barniz especial para porcelanas, se trataba de una substancia peligrosa, tóxica y altamente inflamable, y sin embargo era fácil de obtener por tratarse de un derivado de la resina; la policía buscaba pistas en el lugar del suceso para determinar la autoría de los hechos, pero el fuego lo había destruido todo, había sido francamente devastador.
La lectura de aquel artículo activó una alarma en un arcano rincón del cerebro del vigilante, apenas una débil lucecita intermitente, un discreto brillo cobrizo, algo extraño ocurría, una pieza no terminaba de encajar, o quizá era justo todo lo contrario; todas las piezas coincidían, encajaban a la perfección como un guante que se acopla a la mano de su legítimo propietario.
_ ¿Qué te pasa?- interrogó Rosa a su amigo- te has quedado pálido de repente y tu gesto es serio y preocupado, ¿acaso has visto un fantasma?
_ No, no he visto a ningún fantasma pero esto es peor-. Rosa le miró muy desconcertada, su comentario pretendía ser una broma y no parecía haber causado el efecto deseado sino todo lo contrario-. Tengo una corazonada, un mal presagio y deseo con toda mi alma estar equivocado.
_ ¿Qué ocurre Rafa? No me asustes por favor.
_ Mira, lee el artículo con mucha atención-. Rafa le alcanzó el periódico a la joven, Rosa lo leyó y cuando hubo terminado el vigilante comenzó con su explicación.
_ Ayer, Dionisio invitó a cenar a algunos vigilantes para celebrar su cumpleaños, dejaron los coches en el garaje y al terminar la juerga vinieron a recogerlos. Eran aproximadamente las tres de la mañana, sólo vinieron tres, Dionisio, Carlos, y Fernando, era evidente su estado de embriaguez y probablemente esa condición era causada no sólo por la ingestión de alcohol sino de otras sustancias.
_ Por ahora me parece todo normal, una juerga normal y corriente sin nada de original, posibilidad de ausencia laboral al día siguiente por causa de la consiguiente resaca pero sin problemas puesto que se trata de jefecillos o de amigos de los jefecillos.
_ No, hasta de ahí parece normal, pero hay más. Cuando llegaron a retirar los vehículos me dio la sensación de que las ropas de Fernando y de Carlos desprendían un fuerte olor a humo.
_ Pues eso también es normal Rafa te lo aseguro, deberías ver como huelen mis ropas cuando salgo de trabajar, y eso que yo no fumo, pero el humo del tabaco se adhiere a las prendas de una forma increíble.
_ No, no olían a humo de tabaco, olían a humo de hoguera, como cuando haces una fogata en el campo, como si hubieran escapado de un incendio.
_ ¿Qué estás insinuando?- dijo Rosa, pues también en su cerebro se había activado una alarma y ya se temía lo peor.
_ Todavía hay más, Dioni no olía a humo, mi sensación fue que él desprendía un aroma profundamente desagradable, yo, en principio lo atribuí a algo de lo que hubiera ingerido, pero era un olor muy fuerte, algo similar a la resina, y el periódico dice que el fuego se inició mediante la utilización de una sustancia derivada de la resina.
_ No demos más vueltas y vayamos al grano, ¿cuál es tu corazonada Rafa?- Interrogó la joven un tanto nerviosa y asustada.
_ El periódico dice lo siguiente: El fuego comenzó sobre la una; ellos llegaron al edificio a las tres, un poco más tarde quizá; el artículo habla de un grupo de cinco o seis personas, ellos eran cinco, tal vez seis pues creo que después de salir del edificio se les unió don Javier el inspector de calidad, y por último lo más importante, el fuego se produjo con una substancia resinosa utilizada en la fabricación de un barniz especial para porcelanas, dice una sustancia resinosa y Dionisio olía como un resinero.
_ ¿Crees que fueron tus compañeros quienes provocaron el incendio?
_ Las piezas encajan. Tuvieron tiempo, después de cenar, envalentonados por el alcohol y las drogas fueron a la nave ocupada por los inmigrantes, Dionisio sería el encargado de verter la sustancia inflamable que produjera la deflagración, los otros prendieron fuego, luego todos juntos huyeron, se separaron, Dionisio, Carlos y Fernando aún tuvieron tiempo de tomar una copa en algún local cercano para templar los nervios y calmar los ánimos antes de recoger los coches. Por último se presentaron en el edificio y ya sabes el resto.
_ Puede que sólo se trate de un cúmulo de casualidades, coincidencias del destino, el periódico también comenta que la policía sospecha de los cabezas rapadas o de grupos de extrema derecha.
_ Sí pueden ser casualidades lo sé, aunque yo no lo creo. Dionisio estaba tan azumbrado que no podía ni conducir, sus rostros no reflejaban la felicidad de quienes han compartido una noche de fiesta, discutían entre ellos, se gritaban y se mostraban nerviosos, agresivos.
_ Si piensas que han sido ellos debes hacer algo, ha habido víctimas mortales en ese incendio, se trata de varios asesinatos.
_ Y ¿qué puedo hacer?, ir a la policía y decirles que mis compañeros olían a humo y mi jefe a resina, ¿qué demuestra eso?, no, no puedo hacer nada, todavía no, pero si por casualidad estoy en lo cierto alguna vez llegará el momento.
Para la gran mayoría de los españoles los inmigrantes son intrusos, criaturas extrañas, perversas y peligrosas. Los metemos a todos en el mismo barco y los catalogamos como delincuentes, nos sentimos superiores y conseguimos con nuestra conducta que ellos se sientan inferiores y adopten actitudes defensivas. Los españoles, sobre todo quienes no hemos vivido esa época, hemos olvidado que no hace mucho tiempo durante una parte del siglo XX hemos sido exportadores de personas, fabricantes de inmigración; ahora la tortilla se nos ha dado la vuelta, España va bien o al menos mejor que otros países, nuestra nación es el sueño dorado de miles de personas de piel oscura, somos importadores de inmigrantes y padecemos de una estólida amnesia. ¡Qué poca y qué mala memoria tiene este país! Hace quinientos años expulsamos a los moros, quizá la xenofobia sea una costumbre tan arraigada en nuestros corazones como para provocar el inicio de una nueva cruzada de ese tipo. Entre tanto nos decidimos por esta solución u otra más positiva, los españoles hacemos gala una vez más de nuestra característica picaresca, usamos nuestra habilidad para quejarnos pero a la par aprovechar las circunstancias, y así, tenemos trabajadores que desarrollan las tareas más duras, precisamente esas cuya dureza nos lleva a nosotros a rechazarlas; después de agotadoras y dilatadas jornadas de trabajo los inmigrantes se hacinan en infectos chamizos carentes de agua, de luz y de las mínimas medidas de salubridad que alguien sin escrúpulos les alquila, sufren agresiones que no denuncian, no tienen papeles, tienen miedo, es el silencio de los sin papeles, además ellos son mano de obra más barata.
Cuando la luz de la tarde entra por las rendijas de la persiana y se quiebra en ángulo contra el suelo, me parece ver sobre la pared la sombra de la que fui. Eso vio aquel avispado empresario entrando por la puerta de su despacho una mañana fría de noviembre, mano de obra barata, la sombra de la que fue, una extranjera llegada a su país por la puerta de atrás o por una ventana mal cerrada, una visita molesta que hace acto de presencia sin invitación previa, alguien carente de papeles y por extensión carente de los más elementales derechos, mano de obra muy barata, eso era Candelaria, una ciudadana de segunda categoría. Después, conforme la entrevista avanzaba, el empresario se fue dando cuenta de otras circunstancias; sentada en una silla delante de su ostentosa mesa de capitalista advenedizo, cruzando las piernas con infinita timidez y estirando con ambas manos la falda en un vano intento de alargarla, tenía a una belleza negra, un diamante oscuro perfectamente diseñado de 176 centímetros de altura y 65 kilos de peso correctamente distribuidos y repartidos en una talla 37. La entrevista no fue demasiado extensa, el empresario fue conciso y directo, no era cuestión de perder su valioso tiempo. Con tono lacónico explicó a Candelaria cual era la situación. El puesto de trabajo no precisaba especial cualificación, en consecuencia, cuando sus visibles lesiones no le impidieran realizar la tarea quedaría automáticamente contratada. Trabajaría de lunes a viernes en horario de cinco de la mañana a doce del medio día junto con cuatro compañeras, se ocuparía de la limpieza de un edificio de oficinas de la calle Hortaleza, se trataba de una empresa cuyo contrato representaba una substanciosa parte de su facturación, un cliente muy importante. Se trataba del lugar de trabajo de su benefactor, Mariano Martín.
Su jornada laboral constituía 35 horas semanales, 140 horas al mes, percibiría 400 pesetas por hora trabajada para un total de 56000 mensuales. Además debería trabajar algunos sábados, pero no en el turno de día sino en el de noche, y no limpiando oficinas, sino concediendo ciertos favores sexuales, bien al propio empresario o bien a directivos de las empresas contratantes o a cualquiera dispuesto a pagarse una grata compañía; estos servicios, o favores, como él mismo los denominó, eran a cambio de obtener silencio e impunidad, para comprar el silencio de dichos señores respecto al asunto de la carencia de papeles de las señoritas empleadas. Los trabajos adicionales de los sábados estarían retribuidos con un total de 4000 pesetas, con lo cual su sueldo alcanzaría la cifra de 60000, propinas, si las había, aparte. Sin embargo aquello no era todo, había algo más, en el contrato existía una cláusula que la obligaba a residir en un piso propiedad del empresario, donde ya residían otras cinco empleadas más de la empresa en idéntica situación a la suya, por dicho alquiler debería abonar 25000 pesetas todos los meses, las cuales por cierto se le descontarían directamente de su nómina evitando así que se olvidara de abonarlo.
Candelaria no pudo hacer otra cosa sino aceptar la oferta de empleo por abusivo que resultara el conjunto de sus cláusulas, siempre sería mejor que ejercer la prostitución en la calle expuesta a los peligros de ese negocio y a los de la gran ciudad. Firmó el contrato aunque estaba en blanco la fecha de inicio de la relación laboral.
Cuando abandonó los locales de la empresa ella ya se había marcado una meta, una fecha límite para comenzar a trabajar estuviera recuperada de sus lesiones o no, el 1 de enero; hasta entonces se informó del horario de misas en las iglesias cercanas, mendigaría en las puertas de los templos a la salida de los fieles para poder vivir, no era una mala época, se aproximaba la Navidad y en esas fechas los cristianos se sienten más generosos y receptivos con los problemas ajenos, gracias a la solidaridad de la gente podría subsistir entre tanto percibía su primer salario.

jueves, 20 de enero de 2011

La madre del cordero




Dejo tres microrelatos que espero sean de vuesto agrado.
Estos son los títulos:
La madre del cordero.
Balas y cuchillos.
Doble vida.



LA MADRE DEL CORDERO


Todo el mundo sabía que era una mujer bala, sin embargo pocos sabían la procedencia del apodo.

Unos creían que era por la rapidez en culminar su carrera universitaria, pues pronto abandonó los estudios; muchos aseguraban que derivaba de su época circense, donde desarrollaba un peligroso número siendo impulsada por un cañón; algunos lo atribuían a su facilidad para finiquitar aventuras amorosas, otros pensaban que surgió por la vertiginosa velocidad con que ascendió y prosperó en su carrera política, llegando a la Presidencia del Gobierno; sólo los del pueblo sabíamos la verdad: cuando era pastora y cuidaba el rebaño familiar, desarrolló gran habilidad en imitar la voz del cordero.






BALAS Y CUCHILLOS


Todo el mundo sabía que era una mujer bala y yo sabía que no podía dejar allí su cadáver más tiempo.

Era evidente, había ocurrido una catástrofe, podían acontecer otras calamidades; elemental, no era un accidente.

La hierba, creciendo alrededor del cuerpo decreciente, no podía ocultar a mis ojos expertos la herida mortal del costado.

No había muerto por culpa del error de cálculo en el disparo del cañón, ni al traspasar el techo de la carpa, ni cayendo estrellada en los jardines, fue por aquel sablazo letal. Una lanza o un puñal grande. Un crimen pasional. Enseguida empecé a sospechar del lanzador de cuchillos.







DOBLE VIDA


_ Todo el mundo sabía que era una mujer bala y que tenía una doble vida, no sé de qué se sorprenden ahora. ¿Acaso no advertían sus estrafalarias vestiduras? ¿Nadie reparó en sus extraños horarios, ni en sus ojeras perennes, ni en sus eternos silencios? Estaba claro, algo ocultaba y ahora resulta que todo el mundo lo sabía, una mujer bala, lo que faltaba a ésta nuestra comunidad.

_ Que no señor Cuesta, tiene usted razón en los horarios y las ojeras, pero no he dicho bala, una mujer balda, he dicho balda, baldada, desfallecida, falta de fuerzas, vamos, que nuestra vecina tiene problemas y necesita que la ayudemos.

jueves, 13 de enero de 2011

El cielo de Oriente





No sé porqué pensé que con este relato sí podía ganar. Quizá el día especial en que fue escrito, quizá la historia verdadera en que se apoyaba su escritura, quizá el dedicarlo interiormente a dos jovencitos especiales. Estaba tan contento con el resultado que no quise escribir más.
Al final, como siempre, ganó otro y yo os dejo mi trabajo en el blog expuesto a vuestra necesaria lectura y a vuestra bienvenida crítica.

La fotografía es, cómo no, La adoración de los Reyes Magos, de mi admirado Velázquez.





El cielo de Oriente




Nadie en varios kilómetros a la redonda sabía decir su nombre y sin embargo todos podían dibujar su sonrisa, describir su bondad, recordar su sabiduría.

Todos iban a echarle de menos durante mucho tiempo y por eso el silencio era absoluto y la alegría fue eclipsada por su ausencia a pesar de ser una fecha mágica, la gran noche de los niños.

Y serían los niños precisamente los que más lo extrañarían, los que ya no oirían sus cuentos; su nieto nunca podría olvidar, por larga que fuera su existencia, que el abuelo, una noche, se cansó de jugar a la vida y se fue con los reyes magos a Oriente.

sábado, 8 de enero de 2011

Operación Luna


Este micro relato también procede del concurso de Escuela de Escritores y Cadena SER. También no ganó y aprovechando el tema Luna en el Colectivo Toc Arte lo publiqué allí, hoy lo dejo en el blog para que pueda ser leído por todos vosotros y comentado y criticado, se trata de una historieta intrascendente de alguien que, con ilusión, prepara una cita.

La fotografía es del monumento a la Vaquila del Ángel de Teruel. En ella el Ángel custodio de la ciudad protege de la embestida del toro a un "vaquillero" y entre las astas del toro, la estrella de la ciudad. Teruel obtiene su nombre de la mezcla de las palabras toro y estrella que en la antiguedad era "actuel" las tres primeras letras de toro TOR y las tres últimas de actuel UEL. No tiene nada que ver con la Luna pero me apetecía contarlo.



Operación Luna



Una semilla en esta tierra desolada que alguien plantó por equivocación; así estoy, esa soy yo, nerviosa, sola, embarcada en un sueño, preparando una cita inminente.

La velada debe resultar perfecta, la cena ligera pero sabrosa, el vino almibarado y afrodisíaco; de fondo sonará "Luna", canción escrita para hechizar y seducir; en el balcón una luna llena, radiante.

Debo elegir un vestido cómodo y corto, decidiré con mimo la ropa interior, cada uno pinta su cuadro como quiere y yo, si manejo bien el pincel de mis encantos, si diseño bien el operativo de la operación luna, acabaré varada en sus brazos robando luces al amanecer.

jueves, 6 de enero de 2011

Tiempo de cerezas


Os dejo estos dos microrelatos que no han ganado.
El primero se titula ¿Cuándo será primavera? Una pequeña protesta contra la maldita crisis que algún día acabará o acabará con la paciencia de la gente.
El segundo uno optimista y de paso en clara referencia a mi segunda novela, mi querida y más desapercibida "Tiempo de cerezas" Tranquila, algún día tendrás el reconocimiento que te mereces.
Espero que os gusten.





¿Cuándo será primavera?

Una semilla en esta tierra desolada, una nueva vida en las entrañas agotadas, otro hijo, una boca más que alimentar de parvedad con su escueto salario.
_ Se llamará como yo- murmura aguardando impaciente en la fila.
Apenas dos personas delante, pronto llegará su turno, el instante inabrogable. Percibe el tacto frío del acero bajo la gabardina y el sudor acalorado de los nervios en sus manos temblorosas. La voz dulce de la cajera no va a empecer su misión, le sonríe amable justo antes de ver el arma.
_ Manos arriba- susurra tímida, mientras se evade del presente, soñando el mágico advenimiento de la primavera.





Y el segundo.



Tiempo de cerezas

Una semilla en esta tierra desolada repleta de fortalezas mudas, plagada de cerros yermos. Una semilla en años de miseria y apetito ardiente que me permita soñar una próxima cosecha, próxima o remota, pero al fin y al cabo futuro de frutos que germinen y crezcan, frutos de futuro, a la sazón recogidos para aplacar la epidemia de hambre calagurritana que el cielo nos ha enviado.
Está empezando a llover, es una señal, buen presagio. En secreto hundiré esta semilla en mi tierra pobre, cuando todos se acuesten con el estómago vació yo sonreiré con esperanza, pronto, muy pronto, será tiempo de cerezas.

lunes, 3 de enero de 2011

CAPÍTULO XIII: Una cornada de burro.






Dejo otro capítulo de la novela, con fotografía antigua de Teruel y cita de Ángeles Caso. Creo que este capítulo tiene cierto toque divertido que espero os guste.



... caminando entre una muchedumbre de seres de ultratumba que habían atravesado la frontera de los mundos, aquella mañana, para acoger a la mujer que regresaba en busca de sí misma, en busca de todos ellos, que formaban parte de su propia vida igual que sus manos, o su corazón, emborrachado de amor en esos momentos.
Ángeles Caso. “El peso de las sombras”

CAPÍTULO XIII
Una cornada de burro
(29-10-1625)

Las lluvias cesaron en Madrid y dieron paso a un inusitado buen tiempo que visitó la villa. Por unos días pareció regresar el verano. Y fue precisamente en esos días de ausencia del Rey y de tiempo soleado cuando Velázquez más disfrutaba de sus paseos matinales hacia el convento, aquel tibio sol le recordaba un tanto a su Sevilla natal. No todos los días hacía el mismo recorrido aunque siempre existía el obligado paso por la Puerta del Sol. Aquel día se acercó a visitar la fuente de los caños dorados, pues mucho y muy bien le habían hablado de sus aguas, y fue allí, en la plazuela llena de gente, nada más llegarse a ella, donde se encontró con Gonzalo Espinosa, hijo mayor del Renco, a quien ya conocía por alguna esporádica visita a la taberna.
_ Buenos días don Diego, cómo vos por aquí a hora tan temprana.
_ Pues ya veis don Gonzalo, a probar ese famoso néctar que mana de los caños de esta fuente y de la cual dicen que es tan buena de sabor como beneficiosa para el cuerpo.
_ Doy buena fe de que cierto es lo que os han dicho, sin embargo vos mismo podéis presenciar el espectáculo-, señaló con su mano diestra y su mirada la fuente a la cual parecía imposible acceder-, muy solicitada está, yo también quería beberla mas he pensado aguardar a un aguador y pagar unos reales de vellón por un par de vasos.
El agua de las fuentes de Leganitos, de la plazoleta de Santa Cruz y sobre todo la de los cuatro caños dorados, era la más buscada de Madrid.
_ Pagar por el agua de una fuente como si de vino de Navalcarnero servido en vuestra taberna se tratara, ¡por cierto no! No haré yo tal cosa por mucha sed que padeciera.
_ Pues vos en persona podéis presenciarlo sin que yo os lo cuente, ahí tenéis, vecinos que quieren beber y no pueden acercarse al agua pues los aguadores ocupan todos los caños y tardan una eternidad en llenar sus cántaros, ni los criados pueden llenar sus vasijas sin aguardar largo tiempo de exasperante espera.
A fe que era cierto y patente lo que don Gonzalo describía, los vendedores de agua tenían la fuente por suya y se adueñaban del líquido que fluía de los caños a sus cantaros ante las malas caras y peores palabras de los vecinos. Los cántaros una vez llenos eran colocados en las canastas que a tal fin llevaban sus burros y así poder transportarlos por las calles y venderlos a transeúntes y casas de las proximidades.
_ Y por cierto don Diego, olvidémonos del agua por un instante, hace días que yo quería hablar con vos, me han dicho que pintáis un cuadro por encargo del monarca y que desarrolláis dicho trabajo dentro del convento de las arrecogidas.
_ Cierto es lo que os han dicho, ¿por qué lo preguntáis?
_ Pues lo pregunto porque, sin pretender abusar de vuestra amistad, sí quería pediros un favor.
_ Si está en mi mano dadlo por hecho.
_ En vuestra mano está o más exacto sería decir en vuestros ojos y oídos.
_ Pues decidme de una vez don Gonzalo que ya me tenéis intrigado.
_ Como ya sabréis a mi padre, Francisco Espinosa también llamado el Renco y a su amigo Alejandro Tordesillas, Capitán de la Guardia de Madrid los mataron una noche en la calle de la Cruz en el transcurso de una infame y cobarde emboscada-. Asintió Velázquez frunciendo el ceño lentamente y comenzando a estar precavido por lo que se le pudiera venir encima.
_ Corren rumores por las calles-, continuó con su alocución don Gonzalo-, se dice que la inquisición estaba tras esa celada. Otras hablillas apuntan hacia el Capellán Real y al Obispo de Madrid que al fin y al cabo sería prácticamente lo mismo, y, a mí me da que la trama nace tras los muros del convento de las arrecogidas-. Velázquez continuaba reservado y algo preocupado o incluso medroso por lo que se fraguaba, que no sabía qué era, pero que no le gustaba nada. Tal fue la palidez que acometió sus mejillas y tan repentina su aparición que don Gonzalo se percató del azoramiento y quiso serenarle el ánimo.
_ No temáis, no quiero situar a vuesa merced en incómoda posición, sólo os quiero pedir que tengáis abiertos los ojos y agudizados los oídos, si por casualidad algo que pudiera darme pistas sobre quien ordenó la emboscada que terminó con la vida de mi padre cayera en conocimiento de vuesarced, agradecería me lo transmitierais cuanto antes- la sorpresa que invadió al pintor y el mutismo inherente que se alzó entre ellos, obligó a don Gonzalo a añadir-, no os pido que investiguéis ni que os juguéis la vida, apenas que estéis atento a vuestro entorno.
_ De acuerdo, actuaré como decís, sin embargo ¿cómo voy a ver ni a oír nada desde la sacristía de una iglesia cerrada? Yo trabajo oculto, incomunicado.
_ ¿Quién sabe? Todo es posible.
En aquel instante cerca de donde ellos se encontraban conversando alguien sufrió un pequeño percance y el incidente causó un ligero revuelo que no consiguió acallarlos en un principio.
_ No estaréis pensando en tomar venganza.
_ ¿Quién sabe? Todo es posible.
Y el percance fue creciendo en importancia, acrecentando también el revuelo y dificultando un tanto su conversación. Por aquello de quítame de aquí estas pajas y por razón de honor, un accidente fortuito fue tornándose desastre.
_ De confirmarse los rumores y con enemigos tan poderosos como ésos sería tentar a la muerte y no me digáis que todo es posible, esto es seguro.
_ Sí, duros y peligrosos enemigos, pero ¿quién sabe? Y por cierto ¿qué revuelo es ese?
Un aguador, apenas un mozalbete imberbe, había terminado su tarea en la fuente y al mover su burro para salir de la plazuela empitonó a un hidalgo.
La acémila, como era común, llevaba los cántaros sujetos en unas aguaderas de canasta y los palos que sujetaban éstas, sobresalían por su longitud, una cuarta por delante de los propios cántaros. No era inusual que algún paseante distraído recibiera un buen golpe de estos palos en las aglomeraciones de las fuentes, sin embargo el honor de quien recibiera el pitonazo quedaba un tanto mermado. Esta circunstancia con otro protagonista no hubiera llegado a mayores, sin embargo la cornada del burro la recibió un hidalgo que además se hallaba tratando de engatusar a unas damas con su galantería. Para el empitonado fue una verdadera humillación y más cuando empezó a percibir risitas de los alrededores y gritos alborozados de “cornada de burro, cornada de burro”. El hidalgo empitonado y humillado desenvainó la tizona y se dirigió hacia el jovenzuelo con mucha hiel, malos modos y peores intenciones.
_ Plebeyo incauto, yo te enseñaré modales y a tener más cuidado.
_ Disculpad señor, ha sido sin querer, un accidente, no he podido evitar el golpe a vueseñoría, hay mucha gente en la plaza, os ruego me perdonéis.
_ No hay excusas que valgan, el borrico será muerto aquí mismo por mi espada y tú...
_ No matéis al burro señor-, el muchacho se interpuso entre el hidalgo y su caballería para protegerla- repartir agua con él es el único sustento de mi familia, sin el animal todos morirán de hambre.
_ Aparta de mi camino o morirás tú antes que tu maldito burro.
_ El muchacho ya os ha ofrecido reparación con sus explicaciones y sus disculpas- intervino don Gonzalo chillando por encima del bullicio general.
_ No hay palabras que compongan un honor mancillado- dijo el hidalgo revolviéndose comprobando que quien le hablaba era un caballero armado- sólo la sangre lava cierta afrentas y así lo harán la de este inútil y su burro, por tanto manteneos vos al margen, este lance no va con vuestra persona por el momento.
_ ¿Creéis posible recuperar vuestro honor asesinando al burro de un aguador y a un muchachuelo desarmado y asustado?, ha demostrado más valor el rapaz defendiendo a su animal que vos arremetiendo contra ellos.
_ ¿Me estáis llamando cobarde por un casual?, quizá deseáis vos ocupar el lugar de este miserable gañan ya que vais armado.
_ No es mi intención ocupar sitio de nadie, mas sí os hago una advertencia por si os place escucharla, si no deponéis vuestra agresiva actitud y envaináis la cimitarra deberéis cruzarla primero con la mía.
_ Me desafiáis- dijo el hidalgo esgrimiendo la espada en su diestra y oyendo a su espalda risitas de las damas que no hacía mucho trataba de impresionar.
_ ¡Por cierto no!, sólo quiero saber si vuestro valor va más allá del desafío arrogante a un burro y amedrentar a un arrapiezo y también si hay algo de seso dentro de vuestra mollera.
Si algo de honor le quedaba al caballero afrentado debió de considerarlo perdido por completo pues el color bermejo encendió sus mejillas y el súbito calor que recorrió su cuerpo le hizo atacar con brío a don Gonzalo sin mediar más palabra ni aviso ni esperar que éste se pusiera en guardia ni desenvainara su arma.
Velázquez no pudo ahogar un grito horrorizado al ver la espada del atacante tan cerca del pecho de don Gonzalo, sin embargo al hijo del Renco le dio tiempo de retroceder y el filo del arma sólo encontró su herreruelo y mientras extraía su toledana del cinto le dio tiempo a exclamar:
_ Fanfarrón, cobarde y traidor, lo tenéis todo menos el honor que presumíais.
La pelea empezó con mucho brío, el hidalgo ofendido lleno de ira atacaba con furia e imprimiendo gran fuerza a sus mandobles, don Gonzalo, más calmado, esquivaba las acometidas con muy buenas artes y trataba de encontrar resquicios en la guardia del rival sin prisas.
Se percató el caballero de que su ímpetu no le servía, al contrario, debido a la esgrima hábil de su rival en varias ocasiones estuvo en peligro y por ello decidió serenar un tanto el ánimo. Los dos combatientes se empleaban a fondo en la contienda, no perdían fuerzas ni tiempo en lanzar improperios ni bravuconadas, muestra evidente de que no era ésta la primera vez que se batían. Y todas aquellas circunstancias retrasaban el desenlace de la reyerta lo cual impacientaba al gentío.
_ Pínchale ya de una vez que no tenemos todo el día- decía una mujer que había conseguido acercar su cántaro a uno de los caños, mientras se llenaba.
_ Esto parece amañado- chillaba un mendigo en una esquina- ¿esperáis acaso a que os separen diciendo que por el ardor mostrado ya está salvado el honor?
_ Los guardias señor- dijo en esta ocasión el aguador a quien don Gonzalo defendía- envainad las armas deprisa que vienen los guardias.
Era cierto, al poco de separarse los contendientes, guardar las toledanas y empezar a disimular entre la muchedumbre, dos guardias y el Capitán de la Guardia de Madrid aparecieron en escena.
_ Nos han informado de que aquí se estaba disputando un desafió, ¿quiénes eran los reñidores?
Nadie dijo nada y el jolgorio anterior desapareció por completo, apenas el correr del agua cayendo de los caños a la fuente, rompía el silencio. El Capitán de la Guardia recorrió con su mirada a los paseantes y advirtió cierto sudor y algún jadeo en don Gonzalo.
_ No seríais vos uno de los contendientes en la pelea, os veo un tanto alterado.
_ Os equivocáis capitán aquí no había lucha alguna, más os valdría emplear vuestros esfuerzos en buscar a los asesinos de mi padre y de vuestro predecesor en el mando de la guardia de Madrid.
Aquella frase pronunciada por labios de don Gonzalo causó ira en el Capitán de la Guardia y sorpresa en el hidalgo empitonado por el burro del aguador. Captó su atención el contenido de la frase de tal modo que se detuvo, pues poco a poco se estaba alejando de la escena y haciéndose el longuis desaparecía del sitio en conflicto, sin embargo se paró en seco, retrocedió el camino recorrido y regresó al epicentro del peligro.
_ No me digáis vos lo que debo o no debo hacer- decía el Capitán de la Guardia a don Gonzalo en ese instante- y sabed, ya que lo mencionáis, que los partícipes de aquella emboscada que no fueron despachados durante la reyerta por el Renco y Tordesillas ya han sido ajusticiados.
_ Disculpad señor-. Dijo por lo bajini el hidalgo ofendido a Velázquez-. ¿Quién es el joven con el que me batía hace unos instantes? ¿No será por un casual hijo de Francisco Espinosa?
_ ¡Por cierto sí! Es don Gonzalo Espinosa hijo mayor del Renco.
_ ¡Mil veces sea maldita mi suerte!- exclamó el caballero airado encaminándose hacia donde el capitán de la guardia instigaba a don Gonzalo.
_ Sabéis vos de sobra que yo no me refiero a quienes clavaron las espadas en sus cuerpos-, decía en ese instante el hijo del héroe fallecido- yo hago referencia a quienes, desde las sombras, ordenaron tender la emboscada, yo os hablo de los verdaderos culpables.
_ Cerrad ya el pico si no queréis que ordene vuestro arresto por participar en duelos y oposición a la justicia.
_ Un momento capitán- intervino el duelista desconocido- creo poder ayudar a deshacer el entuerto.
_ Don Juan, ¡me place vuestra presencia! ¿Habéis visto vos el desafió acontecido?
_ No capitán, os han debido informar mal, aquí no ha habido tal duelo.
El Capitán de la Guardia miró al caballero recién aparecido en la escena con inmensa suspicacia, no pasaron desapercibidas a sus ojos expertos las gotas de sudor que corrían por sus mejillas, al contrario, tras contemplarlas creyó saber lo que había ocurrido momentos antes de su llegada y por tanto descubierto a los protagonistas de la reyerta, sin embargo estaba ante una persona de calidad, incluso de prestigio y no era recomendable tildarle de mentiroso delante de tanta gente y sin pruebas acusatorias.
_ Entonces vos me informaréis, si tenéis a bien, de lo que ha ocurrido.
_ Los aguadores capitán, mirad vos mismo, ocupan todos los caños de la fuente y durante largo tiempo, estas damas con quienes nosotros nos hallábamos- señaló a Velázquez y a don Gonzalo tanto como a las dos damas con las que se hallaba al sufrir la cornada del burro- tenían necesidad de beber y era imposible hacerlo, hemos partido cada uno en una dirección diferente en busca de guardias que pusieran solución pacífica al conflicto, fijaos, hasta sudores tengo de la carrera que me he dado, y por cierto, ya que estáis aquí, ¿podéis despejar al menos dos de los cuatro caños para que podamos disfrutar todos de ésta, la mejor fuente de Madrid?
El capitán hizo un gesto a los guardias que le acompañaban para que se pusieran en la labor que el tal don Juan solicitaba, entre tanto el aguador cuyo burro causó el incidente que dio origen a la disputa se acercó con un vaso de agua en su mano diestra y dijo:
_ Señor aceptad este vaso de agua de la fuente junto con mis humildes disculpas, es tan fresca que aliviará el ardor que os causó la... carrera.
_ Gracias joven, acepto gustoso la oferta, ¿podéis dar otro vaso a estos dos amigos y a las damas?
_ Por supuesto señor, hoy no a de faltar agua a nadie y sirva este líquido para lavar los posibles malos entendidos que anteriormente ocasionó- un murmullo de aprobación y algunas sonrisas acompañaron las últimas palabras del aguador y como el ambiente ya distaba mucho de desembocar en reyerta de nuevo el Capitán de la Guardia se excusó.
_ En vista de que mi presencia no es necesaria me marcho, quedan aquí dos guardias para velar por el orden en el uso de los caños de la fuente y para que los ánimos no vayan a mostrarse enardecidos- éstas últimas palabras las pronunció mirando a don Gonzalo que a duras penas consiguió morder su lengua y permanecer callado- adiós señores, gracias por su colaboración señor Conde- inclinó la testa y tocó el ala de su sombrero como despedida final.
Todos los presentes siguieron con la mirada al soldado hasta su desaparición definitiva y una vez ésta se produjo el conde habló de nuevo.
_ Muchacho toma estos reales en pago por el agua y tu amabilidad.
_ No puedo aceptar señor, el agua hoy es gentileza de la casa- adujo el aguador.
_ Debes coger el dinero por varias razones: tu familia depende de este negocio para subsistir, ¿recuerdas? Además si no permites el pago, mi honor puede resultar manchado- una sonrisa cómplice del Conde al arrapiezo acompañó su afirmación y finalizó el gesto dejando las monedas en su mano-, en cuanto a vos- añadió dirigiéndose a don Gonzalo-, espero que aceptéis mis disculpas, desconocía vuestra identidad tanto como vos desconocíais la mía, soy Juan de Tassis y Peralta conde de Villamediana y vuestro padre era uno de mis mejores amigos, os pido perdón por haber cometido la torpeza de cruzar mis armas con vos, nunca volverá a suceder tal cosa.
_ ¿Sois el conde de Villamediana?- respondió de modo afirmativo el interpelado despojándose del sombrero y tendiendo su mano diestra a don Gonzalo, quien al aceptarla y estrecharla afirmó-. Mi padre valoraba vuestra poesía y vuestras obras de teatro, creo poder afirmar que os apreciaba.
_ Lo sé, gran persona era don Francisco, buen soldado y mejor amigo, su pasión, al igual que la mía era el teatro, yo estuve con él en el corral de la Cruz viendo la obra de los Amantes de Teruel la noche en que murió, fue al poco de separarnos cuando sucedió la celada, ojala hubiéramos llevado el mismo camino pues quizá de haber ido en la misma dirección y sumado una espada a la reyerta el resultado hubiera sido otro.
_ Eso ya carece de importancia pero agradezco vuestras palabras y me place conocer a tan famoso poeta y dramaturgo, precisamente esta mañana oí hablar de vos.
_ Pues si se trataba de un marido agraviado no hagáis caso ni creáis lo que se diga, no soy tan mujeriego como se dice por los mentideros de la villa ni tan fanfarrón como me pintan mis enemigos.
_ No era marido ofendido sino admirador vuestro y decía que en Aranjuez se va a estrenar una obra teatral de vuesa merced con motivo de la celebración del aniversario del rey.
_ A fe que es cierto, dentro de tres días, es una obra basada en un episodio del Amadis de Grecia a la que he dado el título de “La gloria de Niquea” y además debo añadir que por expresa petición del rey la obra será interpretada por la mejor y más famosa actriz, Maria Calderón.
_ Ése era el motivo del viaje del Rey a Aranjuez, la celebración de su aniversario, el teatro, flirtear con las actrices...- pensaba Velázquez y sin embargo dijo- disculpad que os interrumpa tan interesante conversación; yo ya he bebido el agua de la famosa fuente de los caños dorados y ésa era la razón de mi presencia aquí, ahora debo marcharme, tengo trabajo, además- miró de soslayo a las dos damas que aguardaban en las cercanías- esas dos bellezas aguardan las atenciones de vueseñorías y yo, aun sin ser aguador, con mi presencia aguaría la fiesta.
Rieron.
Rieron todos de buena gana y en total camaradería y así, desembocó en alegre comedia un acto que parecía abocado a finalizar en triste tragedia.

El joven pintor de cámara del rey se enfrentaba, como a lo largo de toda la jornada, a la umbrosa soledad de la sacristía, a un lienzo rebelde que no se dejaba pintar del todo y a unas sensaciones, vividas o imaginadas, que no le permitían sentirse cómodo entre aquellos muros.
Intentaba en aquel instante, una vez más y con un esfuerzo sobrehumano olvidar los fantasmas, concentrarse solamente en el cuadro y atraer una inspiración que de cuando en cuando no acudía a la cita. Había días que finalizaba la jornada en blanco, sin conseguir ni una sola pincelada y aquél, prometía ser uno de esos días aciagos.
_ El rostro tiene que ser lo más importante de esta composición, debo concentrarme y ser capaz de reflejar dolor y paz en idéntica medida, tormenta y calma en un mismo gesto-. Hablaba consigo mismo tratando de auto convencerse.
Hizo varios bocetos pero ninguno le satisfizo y a continuación, mientras los desgarraba con rabia, volvieron los fantasmas y vieron sus ojos o imaginó su mente el rostro de Helena impreso en el lienzo. Y pasó el tiempo sin conseguir una pincelada ni eludir inquietudes, y vio reflejarse en las paredes sombras inquietantes precisamente allí donde no existía luz que las proyectase, y escuchó ruidos sobrenaturales en una sacristía llena de ausencias y silencios, y percibió compañía donde no había sino soledad y vacío.
_ Estoy muy nervioso- susurró sin moverse- debo calmar mis ánimos o acabaré loco creyendo de verdad que los espectros moran en este convento.
Se levantó de su asiento un tanto mal humorado, tomó un candelabro en su mano diestra y salió de la sacristía adentrándose en la iglesia en penumbra. Paseó por el templo tratando de relajarse, de inspirarse. Observó los cuadros que ornamentaban las paredes de la capilla, las esculturas y tallas religiosas, buscó un rostro que reflejara los sentimientos que él quería transmitir, que el rey quería que se vieran en el cuadro, tras varias vueltas y visitas a todos los rincones de la iglesia decidió que no encontraría lo que buscaba.
Sin embargo encontró otra cosa, un poco más allá del altar, a unos metros por el lado del evangelio y oculta en el suelo bajo un tapiz, había una poterna, la descubrió por casualidad y trató de abrirla aunque suponiendo que le resultaría imposible; ante su absoluta sorpresa el portillo cedió a su requerimiento y bajo sus pies descubrió una escalera de caracol muy estrecha y resbaladiza que finalizaba en una galería oscura.
_ La cripta- susurró sorprendido aunque sabedor de que la casi totalidad de conventos tenían un panteón subterráneo donde se enterraban a las religiosas finadas. De todos modos y de ser así, ¿por qué usaban para los sepelios el huerto de la parte trasera del convento y no la cripta subterránea?
Descendió con mucho cuidado de mantener el equilibrio y de que no se le apagaran las velas del candelabro. No era un cementerio, allí no había sepulturas ni tumbas en el suelo, no había nichos cubriendo las húmedas paredes como era lo habitual, era sólo un pasadizo insano, oscuro e inquietante. Muy de vez en cuando se encontraba con una columna y apreciaba en ella saeteras con los hachones apagados y con señales de haber permanecido así largo tiempo. En ocasiones tuvo la desagradable sensación de que lo seguían, que lo vigilaban, que lo perseguían, sin embargo se persuadió de que sólo eran imaginaciones suyas. Armado de valor siguió profundizando en aquella inhóspita galería, hubiera deseado poseer el hilo de Ariadna, mas sólo contaba con su propio valor. En un recodo apreció que el camino se bifurcaba en sendas diferentes, en una de ellas apreció una especie de habitaciones pequeñas con rejas y con las pesadas puertas de hierro cerradas.
_ Celdas, son celdas, esto es una prisión secreta de la Inquisición y no un camposanto.
Retrocedió a toda prisa, sintió peligro, se imaginó ataviado con el sambenito ardiendo en la hoguera durante la celebración de un auto de fe en la Plaza Mayor; debía salir de allí cuanto antes y no contar a nadie lo descubierto. Alcanzó la iglesia, cerró la poterna, la cubrió de nuevo dejándola como estaba al principio, como siempre debió estar y temblando de miedo se encerró en la sacristía. Si en un breve espacio de tiempo no se calmaba y conseguía progresar en el lienzo recogería su material y daría la jornada por concluida.
Y de nuevo sombras, ruidos y presencias turbaron su ánimo, él miraba fijamente el cuadro sin querer volver la vista atrás y sin dejar de repetirse:
_ Nada, no hay nada a mi espalda, todo son imaginaciones mías.
Hasta que de repente el olor de la cera quemada en el recipiente del candil se perdió entre tinieblas y lo sustituyó un inesperado aroma embriagador.
_ Percibo ahora aroma de rosas frescas, pero también son imaginaciones mías- pensó en voz alta.
_ Erráis en vuestra creencia-. Dijo una voz inesperada a su espalda sobresaltándole-. No se trata de imaginación vuestra, soy yo quien trae perfume de rosa.
Era sor Helena quien había pronunciado aquellas palabras y el rumor sensual de sus labios junto con la belleza sin par de la novicia enturbiaba su cerebro.
_ Sé que no está bien considerado ni es de buenos cristianos viejos y que algunos incluso lo consideran pecado pero me he bañado en agua tibia y he puesto pétalos de rosa mezclados con el agua.
El pintor no conseguía articular palabra, la voz de la novicia eran cantos de sirena, el aroma embriagador de rosas frescas embotaba su mente, la visión de la mujer, pues Helena no vestía hábito sino que vestía cual cortesana, le intimidaba y excitaba a la par. Era tan bonita como un amanecer de primavera, le atraía como nunca mujer alguna lo había atraído. Su respiración se aceleraba, la imagen atractiva de la joven formaba parte de su propia vida igual que sus manos, o su corazón, que emborrachado de amor en esos momentos quería salir del pecho. Fue entonces al borde mismo de la locura cuando ella volvió a hablar.
_ No decís nada, me he acicalado para vos, hacia mucho tiempo que no vestía estas prendas.
¿Qué pretendía aquella mujer? Él era un hombre casado y ella, ella era monja, por no mencionar que se hallaban bajo techo sagrado.
_ Os he asustado tanto que no podéis pronunciar palabra.
_ Tenéis sin duda el don de la ubicuidad-, acertó a balbucear el pintor al tiempo que sentía sus mejillas incendiarse y viéndose al borde de la consunción.
_ En verdad no, no obstante debo advertiros, tengo muchas otras virtudes que os invito a descubrir.
Dio un paso decidido hacia el artista y lo besó. Él, anonadado, por un instante pensó rechazar sin paliativos aquel contacto, sin embargo era tan placentero y agradable que de la sorpresa pasó al éxtasis sin capítulos intermedios.
La mujer siguió en su tarea, le besó los labios, los ojos, el cuello, mordisqueó sus orejas y volvió a empezar comiéndoselo a besos. Al poco de esta actuación sus manos se deslizaron bajo su jubón. El pintor que ya no recordaba su estancia en sagrado empezó a desnudarla sin dejar de besarla ni de ser besado, cada prenda era un pétalo de rosa que al ser arrancado de la flor incrementaba el aroma, sus manos de artista vencieron inconvenientes, pliegues, barreras y entre sedas hallaron el húmedo volcán, buscado tesoro, en plena erupción. Helena con habilidad le despojó del calzón que amenazaba con rasgarse, para después hacer lo propio con el suyo. Dos gritos guturales al unísono salieron de sus gargantas y fueron seguidos por una procesión de jadeos y suspiros que indicaron el instante en que se produjo la comunión y sus cuerpos dejaron de ser dos para ser solamente uno.
Debía estar cercano el atardecer cuando ocurrió el estallido de placer. Sudorosos, empapados, acezando, exhaustos se hallaban cuando sus miradas se encontraron, se besaron otra vez antes de tener conciencia del pecado cometido. Compusieron sus ropas en silencio y el aroma de rosas frescas fue menguando hasta apagarse al mismo tiempo que el deseo y así, aquel acto que empezó aciago, pletórico de misterio, miedo y tintes trágicos, tuvo como intermedio un sainete jocoso y placentero aunque tras la representación el pintor había perdido el ánimo para pintar un lienzo de tema religioso.
En un pequeño lienzo aparte, después de la reciente ausencia de Helena, comenzó a trabajar, un boceto crearon sus manos junto con sus tizas en apenas unos instantes de soledad y añoranza, en el apunte, Cupido sujetaba un espejo y una mujer tendida de espaldas y por completo desnuda, examinaba su belleza en el espejo, una diosa, Venus tal vez, y Velázquez sonreía imaginando ya aquel cuadro terminado.
El pintor no sabía cuando podría dedicarse a plasmar la belleza de Helena en un lienzo pero sabía que algún día lo haría. La historia no imaginaba que el mejor cuadro de Diego de Velázquez había tomado forma en aquel proyecto y había comenzado a nacer en aquella lúgubre sacristía.