martes, 25 de febrero de 2014

Final de una historia. 14 de noviembre de 1995. De emociones y decepciones.




 A la izquierda de la imagen el colegio de San Antón que se quemó durante la obra de acondicionamiento, puede apreciarse el deterioro de su fachada. A la derecha el convento de las Recogidas. En el centro, en color gris, puede distinguirse la antigua entrada al convento, distinta de la entrada a la iglesia.


De emociones y decepciones



Entra en casa. Instala un beso en la frente de su hijo que todavía duerme y otro en la frente de su esposa que ya se tiene que despertar para iniciar su amplia jornada laboral.

- ¿Cómo ha ido la noche?- dice ella como casi siempre.

- Qué más da, ya ha pasado, estoy cansado, voy a dormir como un niño- responde él guiñando un ojo.

- No me gusta dormir sola, no me gusta que trabajes de noche, casi no nos vemos.

- No pasa nada, ya me tienes muy visto- sonríe desganada, son las mismas frases de todas las mañanas.

- Tengo que levantarme, nos vemos luego.- Se va, aunque le gustaría quedarse..., claro. Debe llevar al niño a la guardería y luego al trabajo y así seis días a la semana.

Álvaro, extenuado, se duerme...

… Suena el despertador. Hora de despertarse, Álvaro se levanta, ha dormido poco pero ha quedado con su familia y unos amigos, van a visitar el centro de Madrid; craso error desde su punto de vista hacerlo en el puente de la Constitución pero..., visitas obligadas, mercadillo Plaza Mayor, bocata de calamares incluido, cortilandia, chocolate en San Ginés...

Los planes se desbaratan, un océano de cabezas se divisan allá por donde pasan, casi no se puede andar, algunas entradas de metro cerradas por seguridad...

- Vamonos a una zona más tranquila- piden sus amigos-, ¿por qué no vamos al convento de los fantasmas y nos lo enseñas in situ?

- Me parece bien- aduce Álvaro-, pero os tenéis que conformar con verlo por fuera, ya no trabajo allí, no nos dejarán entrar.

Han pasado ya... ¿cuántos años?, 18 años transcurridos en un suspiro. Su hijo tiene ya casi 20 y ahora tiene otro más de 12, hace ya 15 que no trabaja en el convento, la vida ha dado muchas vueltas. Álvaro ha escrito varios libros, en al menos dos de ellos narra los sucesos extraños que sucedían en el edificio donde trabajaba. Nunca contó lo del incendio, sólo su familia lo sabe, nadie más. Es una de esas noches que no quiere olvidar pero tampoco recordar.

Llegan frente al convento de las Arrecogidas, edificio de oficinas donde Álvaro prestó servicio. Va explicando desde el exterior donde se hallaban las dependencias del convento. La entrada al recinto, la fachada, el palomar, la entrada a la capilla, la vidriera de la entrada a la iglesia que se ha conservado casi intacta...

De repente se percata de que la iglesia de San Antón está abierta. ¡Qué raro! Casi siempre está cerrada, quizá haya alguna celebración religiosa. Decide entrar, es muy difícil pero con un poco de suerte el párroco será el mismo; en el templo hay bastante gente, personas reunidas en diversos grupos, no parece una celebración eucarística convencional, sin embargo eso a él le da igual. Avanza unos pasos y queda impresionado, los recuerdos salen del armario uno a uno, casi puede respirar el humo, casi puede tocar la emoción.

El lienzo de Goya ahora es una copia, muy acertada pero copia al fin y al cabo. El original está en... bueno, en otro sitio. Sí continúa allí la urna con los restos de San Valentín. El retablo mayor y la hornacina del santo siguen teniendo un aspecto impresionante.

A la derecha, Álvaro sabe que en la primera capilla del lado de la epístola, a su diestra, se halla lo que él necesita ver. Se acerca y divisa la capilla cerrada con una reja y en penumbra. Ese detalle también le da lo mismo, avanza despacio lleno de emoción y... allí esta, una talla de gran tamaño del Sagrado Corazón de Jesús de escaso valor artístico. A sus pies un discreto cartel reza: “Imagen del Sagrado Corazón de Jesús que presidía la escalera principal del colegio, fue prácticamente lo único que, milagrosamente, se salvó del incendio acaecido en noviembre de 1995.

Álvaro saca su móvil, no quiere perder ocasión de tomar una foto aunque sea en esas precarias condiciones de luz. Alguien, una de las personas que se hallan en el templo advierte su interés y se acerca, sin él pedirlo encienden la luz de la capilla.

- Muchas gracias- dice sinceramente agradecido, toma un par de fotos, se persigna y aprovecha el gesto para limpiar unas lágrimas que empiezan a desbordar sus ojos.

Sus amigos y su familia acceden al templo, Álvaro les cuenta el porqué de su emoción, el incendio, el milagro de que se salvara el Sagrado Corazón. Quiere hacer otra fotografía pero esta vez sin que salga la reja, empuja ligeramente el frío hierro y la abre lo justo para poder tomar la instantánea.

Hace la foto..., le da la sensación de que el Sagrado Corazón de Jesús, la imagen de madera, le sonríe, sí, está seguro, le ha sonreído.

Y entonces...

- ¡Oiga, ¿qué hace ahí?, no se puede entrar, ni hacer fotos! ¿Quien les ha dado la luz?

- Nos ha dado la luz un señor muy amable.

- Pues salgan de aquí que aquí no se puede estar.

- ¿Cómo que no se puede estar en una iglesia? ¿Quién lo dice?

- Este recinto ya no pertenece a la Iglesia, lo tenemos alquilado, somos la iglesia ortodoxa de... (cuyo nombre no puedo acordarme) y esto es una celebración privada.

- ¿Una celebración privada? Muy bien, celebren lo que quieran, no tenemos interés en sus ritos, pero no puede impedirme que entre en un templo abierto, un templo que si no fuera por mí quizá no existiría.

- Si quiere entrar y tomar fotos póngase en contacto con la vicaria o el arzobispado, entre tanto no tengan permiso salgan del templo- dijo aquel personaje antes de apagar la luz.

Álvaro sale cabizbajo junto a sus amigos, qué triste, hasta dónde ha llegado la crisis que las iglesias se alquilan a comunidades ortodoxas. La persistente crisis ya no solo afecta al país, también incumbe al cielo.

- Papá, este señor no sabe que tú salvaste la iglesia- dice su hijo pequeño.

- No hijo, no lo sabe ni aunque lo supiera cambiaría su actitud... y por cierto, yo no salve la iglesia, yo ayudé en lo poco que pude.

No puede evitar otra lágrima, no puede evitar volver la vista atrás... San Antón le sonríe desde la hornacina que ocupa en la fachada por encima del escudo real; resuena el eco de la voz del párroco de antaño en su cerebro, confía en mí, confía en San Antón...

Al otro lado de la calle, en la vidriera que permanece sobre la puerta de la antigua capilla del convento de Arrecogida hay un rostro que también sonríe. Álvaro siente erizarse todo el vello de su cuerpo, él sabe que esa vidriera está a una altura de cuatro metros del suelo y es imposible que nadie se asome allí, él sabe que en el edificio un día de fiesta solo está el vigilante y se encuentra en su garita controlando las cámaras, no frente a una vidriera de acceso imposible, él sabe que no es un reflejo ni producto de su imaginación..., Álvaro sabe que ellos siguen ahí, lo han presentido y salen a despedirse.

- Adios Álvaro,- sólo él oye las dos palabras de ultratumba al tiempo que ve los labios del fantasmagórico rostro moverse... el vaho desprendido por la boca empaña el cristal y cuando se difumina, el rostro misterioso ya no está..., ha desaparecido.

- ¿Qué haces papá?- pregunta el hijo pequeño.

- Nada..., es sólo que me ha parecido ver a un amigo... pero no, estaba equivocado, ha sido solo mi imaginación.

FIN de la historia.
Los dos libros en los que Álvaro cuenta lo que sucedía en aquel edificio son:
Silbando en la oscuridad y La profecía del silencio.
Los podéis encontrar en mi tienda virtual.



Fotografía tomada el día 7 de diciembre de 2013 antes de ser expulsado de la iglesia de San Antón.
Casi todo lo que se ha contado es cierto, con ligeros tintes de novela, distinguir entre ficción y realidad os corresponde a vosotros, queridos lectores y amigos. Yo he pretendido contar una anécdota más acaecida en el desarrollo de mi profesión y que jamás había contado, y también, elevar mi más enérgica protesta a la Iglesia o a quien corresponda. Si tan pobres son que tiene que alquilar “sus-nuestros” templos, al menos que se aseguren de que las comunidades a las cuales se los ceden, no impidan a los ciudadanos acceder a sus tesoros, aunque como en este caso, tan sólo sea un tesoro sentimental y no económico.


Vidriera sobre la entrada de la antigua capilla de las Recogidas


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