jueves, 30 de diciembre de 2010


Luna de mazapán :::Relato de Ángel Utrillas Novella
··········







Principio del capítulo séptimo…




“Plenilunio, de nuevo el astro, o mejor dicho, satélite, reina de la noche y reina en la noche mostrando todo su esplendor.

Novilunio y de nuevo un cuerpo de mujer aparece torturado y sin vida en un oscuro callejón con la demencia y la violencia de telón de fondo y la luna de espectador privilegiado de la macabra escena por séptima vez repetida”.




Mientras lo escribo no puedo dejar de pensar y de reírme. La policía piensa que mi modo de operar tiene algo que ver con la luna, con sus fases, con los eclipses, con sus mares, con su lado oculto o con sus rituales mágicos inherentes, están convencidos de que fui un niño maltratado y de infancia difícil, un reprimido sexual que ahora muestra su sempiterno odio por todas las mujeres cometiendo pérfidos crímenes en sus prodigiosos cuerpos.

¡Qué lejos están de la verdad! Podía incluso afirmarse, a pesar de caer en la mediocridad del tópico, que están en la luna.

En caso de que mis actos tuvieran relación con la luna, mataría en cuarto menguante, asesinaría escritores en cuarto menguante para que menguara el alarmante número de esta especie que tanto prolifera en las últimas décadas.

“Yo nací en mala luna”, escribía mi adorado Miguel Hernández, “Yo morí en buena luna” se titula la novela en la cual trabajo, la primera y la última, la única que publicaré y que verá la luz cuando yo ya haya perecido. Cada uno de los crímenes perpetrados, cada uno de mis asesinatos, es un capítulo de mi libro y solamente de la rapidez de la policía en descubrirme dependerá la extensión de la obra. Por lo desencaminados que van en sus investigaciones tengo tiempo de sobra para preparar mi final. El apoteósico final, que tengo pensado, debería ser en luna azul, o en luna traidora como a mí me gusta denominarla aprovechando que la palabra inglesa de la cual deriva, “blue”, en la antigüedad tanto podía significar “azul” como “traidor”.

En todo caso, la ocasión más cercana en que habrá dos lunas llenas dentro del mismo mes será en agosto del año 2012; el escenario también lo tengo elegido, el castillo templario de Obano en la Villa de Luna, hasta la última víctima de mi obra la he seleccionado ya, un escritor pedante y engreído, valga la redundancia, que conocí en la entrega de premios de un certamen poético y desde entonces no me deja en paz, quiere a toda costa ligar conmigo. Otro que está en la luna, en luna roja de peligro y misteriosa Derya, pretende intimar y todas mis insinuaciones lo aproximan a una muerte inexorable.

Qué cara se le quedará al policía de turno cuando aparezca la guinda del pastel, un cadáver de un hombre y descubran, por añadidura y pura casualidad, que su asesino en serie es una mujer.

Y qué agradecimiento me deberán los habitantes de Luna, municipio de la comarca de las Cinco Villas, por haber elegido uno de sus tres castillos como escenario del final de mi novela y de mi vida, tal vez incluso me nombren “Dama de Luna”… sin embargo prefiero no adelantar acontecimientos, ya casi está amaneciendo y sigo fuera de la muralla, “estoy a la luna de Valencia”, voy a concentrarme y terminar de escribir el capítulo del crimen cometido anoche y me iré a descansar, matar escritores bajo el argénteo reflejo de una luna de porcelana es verdaderamente agotador.

Final del capítulo séptimo…




“Y no era mala mujer esa buena escritora, ni era mala escritora esa buena mujer, en realidad hasta me parecía simpática y me identificaba con sus textos, me molestó, eso sí, que me superara en aquél concurso, me alteró sobre todo el título de su relato ganador, “Luna de abril” ¿a quién se le ocurre escribir una luna de abril ahora que Marte transita por Capricornio? No hay escritor más odioso que aquél que no se sabe documentar, ni más repulsivo que aquél que no deja de sangrar”.




Serás famosa a título póstumo querida, me he tomado la licencia de cambiar el título de tu obra dándole un toque de buen gusto navideño, un soplo de diciembre con solsticio de invierno, una luz creciente con sabor a capricornio; no vayas a creer que no lo he trabajado, incluso he tenido serias dudas al respecto, en principio pensé titularlo luna de miel, pero no, era dulce y sin embargo implicaba enlace con aspiraciones de eternidad y podía inducir a error, así que lo dejé en “Luna de mazapán”, sabroso y no obstante etéreo, tus lectores se chuparán los dedos, les va a encantar.





Este relato se ha publicado en el colectivo Toc Arte y forma parte de los trabajos que en dicho colectivo se están publicando bajo el lema: Luna.
Espero que sea de vuestro agrado.

Entrevista Rincón Literario





Jóse Manuel Contreas con "Silbando en la oscuridad" (tercera edición)y yo con "La profecía del silencio" (primera y espero que no última edición)









Una imagen a lo largo del programa.




Esta mañana he tenido una vez más la suerte de visitar Rincón Literario y conversar con José Manuel Contreras y David Sañudo sobre mi tercera novela "La profecía del silencio" si queréis escuchar el programa podéis hacerlo en la web de Chema.

http://www.josemcontreras.es/

jueves, 23 de diciembre de 2010

"Simple cuestión de tiempo" y "Recuerdo familiar"








Una vez más os pongo dos relatos perdedores.
El primero Recuerdo de familia con un talismán que tiene doble sentido, doble uso y por tanto es juzgado dos veces.
El segundo excede de 100 palabras, envié al concurso una versión más breve, 30 palabras menos, pero aquí en el blog sin límite de espacio prefiero poner la versión original y completa.
Como el asunto va de árboles he puesto una foto de la presentación en Madrid de mi novela "Tiempo de cerezas"
Espero que os guste.


Recuerdo familiar

“Más tarde, con el tiempo, plantaremos un árbol junto al porche que dé frescor a la casa”, anunció mi abuelo un día. Lo hizo, plantó una catalpa. Con los años se convirtió en magnífico ejemplar de excepcional altura y también en recuerdo del antepasado ya finado.
Hoy voy a talarlo, aunque algunos quieren conservar viva la única herencia del abuelo, asumo la responsabilidad de cortarlo, acarrearé con las consecuencias, no puedo soportarlo, veo la inquietante sombra balancearse cerca del tronco.
El talismán familiar fue un arma; inaccesible queda aún un pedazo de cuerda en una rama y en mi retina la terrible escena de encontrar a mi hermano ahorcado.







Simple cuestión de tiempo.

Más tarde, con el tiempo, plantaremos un árbol

Una higuera o tal vez un castaño, uno de hojas frondosas que dé buena sombra en verano. Y nos sentaremos a sus pies al atardecer, apoyadas en su tronco nuestras espaldas, y, nos leeremos poemas de Miguel Hernandez a la tibia luz de nuestros ocasos.
Los fines de semana de otoño invitaremos a hijos y nietos, merendaremos juntos viendo caer, lánguidas, las hojas sobre las viandas, en invierno nos taparemos las piernas con una manta para que no nos llegue la humedad de sus raíces y en primavera..., ¡ay en primavera!…
En primavera haremos el amor bajo sus ramas.

_ ¿Cuanto tarda en crecer y dar sombra un castaño recién plantado?
_ No sé, unos doce, quizá quince años ¿por qué?
_ Porque entonces no nos va a dar tiempo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Campanas de Belen. Y Tapa aderezada con silicona


Como viene siendo habitual no he ganado el concurso correspondiente lo cual me permite poner en el blog los dos relatos presentados. El primero está
hecho con un poco de guasa y aprovechando la Navidad lo he titulado Campanas de Belén, el segundo tergiversando el significado de la palabra tapa y añadiendo un aditivo especialmente adictivo, se titula: Tapa aderezada con silicona. La primera frase, la de la tapa, es obligatoria, no crean que tengo ningún trauma adquirido con dichos artilugios. Espero que gusten.




Campanas de Belén.




_ Recuerda a papá que baje la tapa y cómete el pollo, coño, y dile a tu padre que no arrastre el buen nombre de esta familia por Telecinco.

_ Papá, que…

_ Ya lo he oído, hija. Dile a tu madre que ya se arrastra ella bastante sin ayuda.

_ Mamá, dice papá que…

_ Ya, hija ya, dile que él está acostumbrado a los cuernos y yo, hay festejos que no perdono y que por mi hija “ma-to”.

_ ¿Por qué no te callas?, llevamos días sin hablarnos y me hablas más que nunca me hablaste.

_ ¿Callarme yo? ¡Presiento que ya no me quieres!


El segundo y último.



Título:
Tapa aderezada con silicona




Recuerda a papá que baje la tapa, pídeselo de rodillas si es necesario, suplícale a ver si te hace caso, a mí ya no me escucha. Con su estólida y persistente actitud está arruinando la estabilidad de la familia y yo, ya estoy cansada de luchar contra viento y marea. Si no cambia la situación de forma radical me marcho, se acabó, no pienso seguir haciendo la respiración artificial a un moribundo voluntario ni a un matrimonio que se hunde sin remisión.
No soporto nuestro local desierto y el de enfrente lleno, allí todo es más barato, por no hablar de la camarera rubia aderezada con silicona.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Capítulo XII: El peso del silencio







Con cita de una de las novelas del reciente premio Planeta Eduardo Mendoza, decidí empezar este capítulo. Espero que os guste.







Nota usted una sensación extraña, ¿verdad? Suele suceder: allí donde ha habido una muerte violenta, el ambiente está cargado de electricidad. Dicen que en el momento de cometerse un homicidio, tanto quien muere como quien mata experimentan una tremenda descarga emocional, una emanación de energía, y que esta energía liberada se mantiene en el mismo lugar por largo tiempo, durante años e incluso siglos. Éste sería el origen de las apariciones, la explicación científica de los fantasmas: algunas personas sensibles podrían percibir esta energía en forma de susurros, fosforescencias y otros efectos similares. Vista así, la cosa no parece inverosímil ni contradice el dogma de nuestra religión, ¿no cree?
Eduardo Mendoza. “Una comedia ligera”









CAPÍTULO XII
El peso del silencio
(25- 11- 1999)

El silencio abrumador del vestuario incomodaba a Rafael. Procuraba cambiarse, sustituir su ropa por la del uniforme, haciendo el máximo ruido posible; dejaba caer los zapatos al suelo con violencia zafia, golpeaba con la hebilla de su cinturón las paredes metálicas de la taquilla y finalmente cerró con fuerza la puerta de ésta... con tanta y tan desproporcionada fuerza la cerró que el armario de al lado se abrió, era precisamente el de Carlos, el jefe de equipo.
_ ¡Qué desesperación de hombre!, no sabe ni cerrar correctamente su taquilla-. Dijo Rafa, y se dispuso a encajarla o cuando menos a dejarla como estaba. Fue entonces cuando vio en su interior una de aquellas cajas que el inspector entregó a Fernando algunas noches atrás. La observó unos segundos tratando de decidir cual iba a ser su actuación, aunque para ser sinceros por completo ya lo había decidido y sólo trataba de convencerse a sí mismo de no hacerlo, o quizá reunía el valor necesario para hacerlo. Se dirigió a la puerta del vestuario y echó el cerrojo, luego regresó hasta la taquilla, accidentalmente abierta, cogió la caja misteriosa y miró en su interior. Dentro de la caja había cinco pequeñas bolsitas transparentes cuyo contenido era un polvo fino y blanquecino.
_ A primera vista no me parecen diamantes-. Pensó en voz alta con la certeza de que se trataba de droga. Volvió a poner la caja en su sitio sin demasiado cuidado de ocultar su manipulación, tampoco se tomó la molestia de cerrar la puerta de la taquilla.
_ ¿Por qué voy a cerrar algo que no he abierto? ¡Qué lo cierre su propietario si quiere y sabe hacerlo!
Apagó la luz, liberó el cerrojo de su prisión y comenzó a bajar, si el silencio del vestuario era infernal el de la semi penumbra de la escalera sólo interrumpido por el amenazante crujir de los peldaños de madera antiquísima, era francamente insoportable, por ello comenzó a silbar, silbando en la oscuridad como Álvaro le había enseñado a hacer.
Silbando en la oscuridad intentando romper la profecía del silencio.
El jefe de equipo le aguardaba abajo, junto al vigilante a quien iba a relevar, aquello no era habitual, algo tramaba. Carlos no levantó la vista de los papeles que estaba revisando y por ello no pudo ver la mirada de desprecio que le dirigió Rafael. Su otro compañero le entregó las llaves del edificio, el revolver y la canana con la munición.
_ Sólo hay una novedad, tenemos una autorización para esta noche, es de Eva López, permanecerá en el edificio fuera del horario habitual, por lo demás no hay nada destacable, ¡qué tengas buen servicio compañero!
_ Gracias Fernando, hasta mañana.
El vigilante, fuera ya de servicio, se fue despacio en dirección al vestuario, sus pasos sonaban por la escalera cada vez más lejanos. Aquel instante de soledad fue el elegido por Carlos para empezar a hablar.
_ Escucha una cosa Rafael, hoy es el cumpleaños de Dionisio, vamos a ir a cenar por esta zona y quizá a tomar unas copas, dejaremos los coches en el garaje, vendremos a recogerlos más tarde de las doce.
_ No permitiré la salida de ningún vehículo más allá de las doce sin la pertinente autorización por escrito, ésas son las normas y según vosotros mismos son para todos igual, tanto Dioni como tú las conocéis a la perfección-. Sus palabras eran agrias pero había una sonrisa complacida en su rostro.
_ No seas rencoroso hombre, sólo son dos coches, el del jefe de seguridad y el mío, somos compañeros, no es necesaria ninguna autorización.
_ No estoy de acuerdo, vuestras órdenes fueron claras y concisas, las reglas son de obligado cumplimiento para todo el mundo, además, vosotros con mayor motivo deberíais acatarlas para dar ejemplo a los demás.
Carlos comprendió de inmediato que era inútil discutir más, Rafael no daría su brazo a torcer jamás, por tanto se fue con gesto irascible en dirección al despacho de Dionisio, a los diez minutos regresó con una autorización rubricada por el jefe de seguridad y la entregó a Rafael sin decir ni una sola palabra.
_ Perfecto-. Adujo Rafael con desenfado, ahora todo está en orden, podéis venir a retirar los vehículos a la hora que consideréis conveniente.
El jefe de equipo, cumplida la misión que su superior le había encomendado, ya se retiraba con paso lento y en absoluto silencio hacia el vestuario cuando Rafael tuvo una reacción inesperada. Abrió de par en par la puerta de la garita de seguridad y a grandes voces, para que el poco personal que aún trabajaba en los despachos adyacentes pudiera escucharlos sin problemas dijo:
_ Por cierto Carlos, felicita a Dioni de mi parte por su cumpleaños, dile que agradezco sinceramente y de todo corazón su generosa invitación para cenar, pero lo lamento no puedo ir, ya sabes, debo trabajar. De todos modos le haré llegar mi regalo.
_ Será imbécil-. Susurró Carlos, quien al contrario que su compañero lo hizo con voz muy baja para que absolutamente nadie pudiese oírle. Sólo una persona escuchó sus insultos, Mariano, Mariano Martín.
_ No le ha gustado a tu jefe lo que has dicho, Rafa-. Comentó Mariano al vigilante.
_ No, nunca le gusta percibir mis opiniones ni mis comentarios, pero no te preocupes Mariano, haciendo referencia a tu apellido te recordaré que a cada cerdo le llega su San Martín.
_ Bueno chico, yo ya he terminado mi jornada, me marcho, hasta mañana -. Aquel hombre era uno de los muchos amigos que el vigilante tenía en el edifico, además era uno de los más antiguos en la empresa y también uno de los que no soportaba la presencia de Dionisio y por extensión tampoco la de Carlos.
_ Hasta mañana Mariano.

Candelaria llevaba ya seis largos meses viviendo, o superviviendo en España, veinticinco semanas completas y no había sido capaz de encontrar un trabajo. Había muchas compatriotas suyas en su situación, sin trabajo por ser inmigrante ilegal, sin dinero, pues todos los ahorros de su vida los invirtió en pagar a las mafias que la ayudaron a escapar de la República Dominicana. Después de vagar por varias ciudades y distintos países del mundo, llegó a Madrid, donde poco a poco se desvanecían todas y cada una de sus esperanzas, desaparecían todos y cada uno de sus sueños. No sólo no había sido capaz de conseguir empleo, tampoco había logrado obtener permiso de residencia, aquella era la pescadilla que se mordía la cola, sin permiso de residencia era imposible encontrar trabajo, sin trabajo no era posible conseguir permiso de residencia. En consecuencia, Candelaria, era una persona sin papeles. Durante el tiempo en el cual había residido de forma ilegal en nuestro país había subsistido de milagro, en parte gracias a la mendicidad, en parte gracias a la prostitución; no sabría determinar con exactitud cual de estas dos actividades la había degradado más como ser humano. Mas con un ápice de suerte todo se acabaría por fin, mañana tenía una cita, había concertado una entrevista de trabajo con el propietario de una empresa de servicios. Pretendía obtener un empleo de limpiadora para el interior de inmuebles y oficinas. La entrevista era con un empresario, quien por cierto no siempre consideraba imprescindible la posesión de papeles para proceder a la contratación de trabajadores extranjeros, en especial de inmigrantes del sexo femenino.
Candelaria consiguió acceder a aquella oportunidad por mediación de un cliente habitual, un buen hombre el cual con cierta regularidad requería sus servicios como prostituta; en el edificio donde él trabajaba prestaba servicio esa empresa de limpiezas y conocía al dueño. Y fue aquel buen hombre, Mariano, Mariano Martín, quien se ocupó de todo, de contactar con el empresario, de hablar con él, de pedirle el favor y finalmente de conseguirle la entrevista, de abrirle una puerta a la esperanza. Candelaria le estaba profundamente agradecida, consiguiera o no consiguiera el puesto de trabajo siempre estaría en deuda con él.

Rafael vio como el jefe de seguridad, Dionisio, el jefe de equipo, Carlos, y tres de sus compañeros: Fernando, Gonzalo y también Quiqe, el compañero del garaje, salían por la parte trasera del edificio, aquellos eran los elegidos, los invitados a la cena, una vez en la calle le pareció ver como se les unía Don Javier, el inspector de calidad de la empresa, pero no podía estar completamente seguro, estaban ya a una distancia larga para poderlo precisar con la imagen de las cámaras de seguridad.
_ No estoy seguro, pero es algo que ni me interesa ni me importa -. Dijo hablando solo.
La emisora portátil emitió una llamada, era José Luís, el compañero de servicio en el garaje, el otro paria del equipo de seguridad, éste le comunicaba la necesidad de ir al baño.
_ Cierra el garaje y ve, yo vigilo el acceso con las cámaras -. Autorizó Rafael y añadió -. Antes de incorporarte a tu puesto pasa por mi posición.
En menos de quince minutos José Luís se encontraba ya en el control de accesos, a Rafael le caía bien aquel hombre, era responsable en el trabajo y sobre todo no le hacía la pelota a Dionisio ni a Carlos.
_ ¿Habrás visto a tus compañeros al salir? Los ha invitado a cenar Dioni por su cumpleaños.
_ Sí, los he visto, a ver si con un poco de suerte alguien pide pescado de segundo plato y se ahoga con una espina.
_ ¡Vaya! ¿A ti tampoco te caen bien tus jefes ni quienes hacen la pelota a tus jefes?
_ No, procuro pasar desapercibido y de momento no se meten conmigo, pero me da la sensación de que eso se debe solamente a que están muy ocupados en tratar de hacerte la vida imposible a ti.
_ Bueno vamos a olvidarnos de ellos, yo te llamaba para otro asunto, si no te importa me gustaría que echaras un vistazo discreto por la calle, mira entre los coches estacionados por los alrededores y cercanos al edificio a ver si hay alguno que te resulte raro o sospechoso, pero sobre todo avísame si ves esta matrícula-. Le pasó un papel con una matricula anotada.
_ Madrid treinta cincuenta y uno eme u, de acuerdo, si hay algo extraño te avisaré de inmediato.
_ Gracias José, comunícame también cuando llegues a ocupar tu puesto y el garaje vuelva a estar abierto para cambiar la orientación de las cámaras.
_ Así lo haré, hasta luego.

Candelaria era bella, una perla oscura. Su piel era del color del café con leche, aunque en aquella mezcla perfecta predominaba el café por encima de la leche. Su cabello era negro y rizado y caía en pequeños conjuntos de guedejas hasta la mitad de la espalda, su rostro tenía unos rasgos redondeados y agradables y en él destacaban unos ojos negros que todo lo observaban con cierta dosis de desconfianza, tenía largas piernas y eso le proporcionaba aspecto de mujer alta y delgada, y aunque su cuerpo se había deteriorado en los últimos y difíciles tiempos por causa del hambre, del frío y la mala vida, continuaba teniendo una figura casi perfecta.
Vivía en una vetusta construcción abandonada en el polígono de Villaverde Bajo junto a otros inmigrantes a quienes no importaba la posibilidad de derrumbe del inmueble. Formaban un extraño grupo de una veintena de individuos de distintos sexos y de distintos orígenes. Aquel día la joven Candelaria había estado toda la tarde ejerciendo el oficio más antiguo del mundo por las inseguras calles del centro de Madrid con poca suerte, y aunque sus ingresos no habían sido suficientes decidió no dilatar más la jornada y retirarse temprano, quería descansar lo máximo posible para tener buen aspecto en la cita del día siguiente.
Se hallaba en un rincón de la habitación que compartía con otras cuatro mujeres, estaba preparando su mejor vestido de su escueto vestuario, lo dejó extendido junto a su colchón para que no se manchara ni se arrugara, y se tendió en su humilde yacija con ánimo y necesidad de dormir, lo hizo vestida, según iba, tal y como era su costumbre. Pero dormir no iba a resultar una misión sencilla, en una de las habitaciones cercanas unos polacos bebían y cantaban, Candelaria no sabía el motivo de la celebración pues no comprendía su idioma ni sus costumbres, pero el bullicio creciente era un lenguaje universal y molesto, además, por los gritos cada vez más elevados creía que se les unía más y más gente a la fiesta.

A las once en punto Rafael ordenó a José Luís cerrar el garaje para que ocupara su puesto entre tanto él efectuaba la ronda de cierre del edificio. En teoría dentro de la empresa sólo se encontraban los dos compañeros de seguridad y Eva López. El vigilante, siguiendo una costumbre adquirida muchos años atrás, comenzó su trayecto por la segunda planta de la construcción, vio luz en el despacho de Eva y percibió su presencia pero no quiso molestarla, así pues empezó la ronda por el lado opuesto de la planta. Comprobó las ventanas, cerró las puertas y apagó las luces, únicamente dejó encendidas las necesarias para que Eva alcanzara el ascensor sin problemas a la hora de marcharse. Sólo entonces entró en el despacho de la chica.
_ Buenas noches, ¿te permite tu tarea un momento de asueto?
_ Sí, pasa Rafa, ya casi estoy terminando, he sido más rápida de lo previsto, de todos modos hoy no tengo problemas ¿no? Quiero decir que tengo la autorización necesaria y en regla.
_ Sí, todo correcto, no te preocupes por nada, puedes permanecer en este despacho hasta el amanecer si lo deseas.
_ Bueno es saberlo, aunque espero que no resulte necesario.
_ Por cierto Eva, ¿recuerdas las cajas que el inspector entregó al vigilante la otra noche?
_ Sí claro, las recuerdo muy bien, ¿por qué?
_ Accidentalmente he descubierto una de ellas en el interior de la taquilla del jefe de equipo.
_ Y, no contenía chocolatinas precisamente, ¿verdad?
_ No, ni diamantes tampoco, eran unas bolsitas de plástico transparente conteniendo un polvillo muy fino de color blanco.
_ Es decir cocaína o heroína.
_ No soy un experto en la materia pero yo diría que se trataba de coca.
_ O sea, que el inspector de tu empresa se dedica a vender droga a los vigilantes en sus horas de servicio.
_ No lo sé con seguridad, pero la apariencia eso indica.
_ De lo cual deduzco que entre ronda y ronda algunos de tus compañeros de éste y otros centros de trabajo se meten unas rayitas de coca para animar el cuerpo, y a todo esto no debemos olvidar que dichos individuos llevan un arma en el cinturón.
_ Bueno ya sabes que en este país todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, y existen ocasiones en las cuales las apariencias engañan.
_ Sí en eso tienes razón, pero mi abuelo decía siempre: blanco y en botella es leche, y yo añado: polvo blanco en bolsa de plástico es coca; empiezo a temer que uno de tus colegas en una noche que carezca de autorización sufra un delirio y me pegue un tiro.
_ Si descubro alguna irregularidad, o que los vigilantes pueden causar problemas, o poner en peligro a alguien no dudaré en tomar cartas en el asunto y ponerlo en conocimiento de mis superiores o de quien sea necesario, pero para ello necesitaré pruebas fehacientes, no sólo indicios.
_ No quiero causarte más preocupaciones Rafa, bastantes tienes ya sin mi histérica colaboración.
_ Los problemas se irán resolviendo uno a uno-. Se encogió de hombros el vigilante y añadió con una cordial sonrisa-. Además, histérica también estás bonita.
_ Si vas a tirarme los tejos espera a que termine mi trabajo-. Dijo Eva y adujo después con una sonrisa radiante-. Pero te advierto que soy un hueso duro de roer.
_ Entiendo, entonces te esperaré abajo diseñando mi estrategia de seducción, te he dejado luces encendidas en la escalera pero si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en llamarme.
_ De acuerdo, muchas gracias, hasta luego.

Candelaria por fin estaba empezando a caer en la dulce inconsciencia de los primeros momentos del sueño, los polacos llevaban ya casi una hora en silencio, probablemente dormían sedados por el alcohol. Durante ese tiempo de silencio ella no había conseguido conciliar el sueño, los nervios se lo impidieron, pero ya parecía llegar el descanso. Escuchó unos ruidos durante su leve letargo, pero los ruidos no era extraños en absoluto en una casa con tantos moradores de diferentes horarios, en una construcción con puertas carentes de hoja y ventanas sin cristales, y no obstante abrió los ojos, se incorporó sobre el colchón principalmente con el objetivo de comprobar el estado de su vestido, pero no había motivo de alarma, seguía allí impecable. Fue entonces cuando percibió la primera vaharada de humo en sus pituitarias, el resto del nutrido grupo de habitantes de la nave dormía, ella decidió hacer lo mismo, sin embargo antes de volver a reclinarse se escucharon los primeros gritos de espanto. Unos delincuentes anónimos, unos conocidos y temidos desconocidos prendieron fuego a la casa. Vertieron un líquido inflamable en tres puntos distintos de la planta baja del caserío y provocaron así, con estudiada eficacia, un terrible incendio que se propagó con rapidez. Tras los primeros gritos de horror y de miedo del interior, donde realmente nadie pedía auxilio porque intuían que no lo iban a recibir, se percibieron insultos y consignas xenófobas en el exterior, incluso grandes risas y felicitaciones por el éxito conseguido en la macabra misión, después las risas se confundieron con los pasos de las carreras, los pirómanos habían iniciado su cobarde retirada.
Presa del pánico los habitantes del edificio trataron de buscar una salida, así todos optaron por lo más lógico, las escaleras, pero lejos de proporcionar una vía de escape aquel camino se convirtió en una trampa mortal. Quienes habían iniciado el descenso pronto se vieron sorprendidos e interceptados por gigantescas columnas de humo y llamas.
Quince inmigrantes sin papeles de diferentes nacionalidades murieron en el incendio. Cuatro resultaron heridos de diversa consideración; unos tenían quemaduras graves por todo el cuerpo, otros padecían asfixia por inhalación de gases tóxicos, algunos tenían contusiones y fracturas causadas por los golpes y caídas sufridos durante la huida de aquel infierno; sólo dos salieron ilesos físicamente, si bien heridos de muerte psíquicamente pues arrastrarían graves secuelas, miedo y odio durante toda su vida. Los más afortunados se habían quedado sin hogar, sin ninguna pertenencia y sin esperanza.
Candelaria se salvó de una muerte evidente con un acto valiente, saltó por la ventana de su habitación desde la primera planta de la casa. Se rompió un brazo y se fracturó un tobillo, amen de un fortísimo golpe recibido en la cabeza que la dejó inconsciente unos minutos. Los servicios sanitarios de urgencia la trasladaron al hospital, tras escayolarle el brazo derecho, inmovilizarle el tobillo dañado y hacerle una revisión neurológica, decidieron ingresarla, debería permanecer un tiempo en observación por culpa del terrible golpe en la cabeza.
En el transcurso de la noche se las arregló para recoger sus pertenencias y escaparse del hospital, tenía miedo, un miedo atroz a que la devolvieran a su país.

Pasada la media noche se oyeron los pasos apresurados de Eva por el pasillo. En el acceso principal del edificio se hallaban José Luís y Rafael, se estaban despidiendo pues el primero ya había finalizado su jornada laboral.
_ He estado muy atento Rafa y no he visto nada raro, ningún vehículo sospechoso por las cercanías de nuestro garaje, tampoco he hallado rastro de la matrícula que tú me has dado, dentro del aparcamiento quedan dos vehículos, el del jefe de seguridad y el del jefe de equipo, supongo que ya lo sabías.
_ Sí lo sabía, están autorizados, vendrán a recogerlos más tarde suponiendo que se encuentren en condiciones apropiadas para la conducción-. Dijo Rafa riéndose de buen grado por su propia broma y contagiando con su risa a su compañero. Sus carcajadas resonaban entre las paredes del recinto vacío y oscuro cuando llegó Eva.
_ ¡Qué contentos estáis!- Dijo la recién llegada sin poder evitar una sonrisa-. Comprendo la alegría de quien se va pero no entiendo la de quien debe quedarse y permanecer solo toda la noche en esta tumba.
_ Y ¿qué voy a hacer?- Adujo Rafael encogiéndose de hombros con impotencia en un gesto que le caracterizaba-. Debo permanecer aquí, no hay otra opción, por lo tanto le pongo un poco de humor a mi vida.
_ Pues yo bajo asustada, llevo más de una hora oyendo ruidos extraños, he salido tan deprisa como he podido, ni siquiera he apagado las luces.
_ No te preocupes por las luces-, añadió Rafael restando importancia-, yo subiré a hacer la ronda dentro de un momento y las apagaré.
_ ¿Has oído ruidos?- Preguntó José Luís con curiosidad y francamente extrañado por el comentario, para después añadir-, pero no es posible, arriba no hay nadie, no queda ningún trabajador en el edificio.
_ Ya deberías estar acostumbrada a esas cosas Eva y no concederles tanta importancia-. Intervino de nuevo Rafa-. Y más después de lo que vimos la otra noche.
_ ¿La otra noche? ¿Qué visteis la otra noche?- Interrogó el vigilante novel a medio camino entre la indagación y el temor.
_ La verdad es que estoy acostumbrada, habitualmente no siento miedo y tú lo sabes-, ambos jóvenes hablaban ignorando las preguntas de José Luís, como si no quisieran ponerle al corriente de algo cuyo conocimiento podría acarrearle problemas-, otras noches oigo ruido, siento presencias ajenas pero no me causan temor, siento que se trata de Álvaro. Esta noche no es él, ha sido muy distinto, he oído gritos de pánico, gritos que emergían de un rumor, del crepitar de un fuego devastador, por un instante he pensado en un incendio en el edificio, era como si estuviera viendo el futuro y mucha gente fuera a morir entre las llamas
_ Bueno cálmate, fuego no hay puesto que la central de detección de incendios no lo refleja, presencias extrañas tal vez sí pero ya sabes como son las noches en esta casa, por cierto y volviendo al asunto de la otra noche, ¿crees que se trataba de Álvaro, verdad?
_ ¿Creerlo dices?, no, no lo creo, estoy convencida.
_ ¡Bueno basta ya!- Exclamó José Luís dispuesto a informarse o a cambiar de asunto pues la incertidumbre lo estaba agobiando-. Si queríais asustarme ya lo habéis conseguido, ahora, ¿os importaría explicarme que ocurrió la otra noche y quién es ese Álvaro? ¿No será por casualidad el vigilante cuyo fallecimiento se produjo dentro del edificio estando de servicio hace unas semanas?
_ Perdónanos José-, dijo Rafa atiplando su tono de voz-, te lo contaremos todo si de verdad lo deseas, trabajas aquí y por tanto tienes derecho a saberlo-. Como quiera que el aludido asintiera con un gesto afirmativo de su rostro, Rafael comenzó la explicación.
_ La otra noche Eva y yo paseábamos por la parte de atrás del edificio, vimos una luz débil, precisamente en el despacho de Eva, era una luz que parecía proceder de un candil o algún instrumento similar, en cualquier caso no una luz de los fluorescentes de las oficinas.
_ Sería el haz de luz o el reflejo de la linterna del vigilante haciendo la ronda -. Dijo José Luís.
_ No, imposible, el vigilante era Fernando y en ese preciso instante acabábamos de verlo abajo, cerrando el garaje, no tuvo tiempo material de subir a la segunda planta.
_ Además-. Ahora fue Eva quien continuó con el relato -. La luz reflejó una sombra, había alguien junto a la ventana abierta, por unos fugaces instantes pudimos distinguir un rostro aunque no fuimos capaces de reconocer las facciones. Luego cerró la ventana, una ventana, debo añadir, que lleva seis meses rota y que desde ese tiempo no se puede abrir, inmediatamente después nos dijo adiós con la palma de la mano, sabía que le estábamos viendo, luego se desvaneció apagándose de repente la luz con su desaparición.
_ Entonces es verdad, hay fantasmas en este edificio-. Dijo José Luís sin acabar de digerir las palabras de sus compañeros.
_ Yo no creía en ellos cuando vine destinado a este servicio, ahora no tengo duda de su existencia, suele suceder, allí donde ha habido una muerte violenta, el ambiente está cargado de electricidad.-. Dijo Rafa solemne.
_ Y tú Eva también estás segura, acabas de afirmar que se trata de Álvaro y él está muerto, si se trata de él no puede ser otra cosa que su espíritu.
_ Sí, así es pero antes de la muerte de Álvaro ya ocurrían cosas inexplicables en este edificio, ten en cuenta que entre estos muros han tenido lugar traiciones, defecciones, ejecuciones, asesinatos, suicidios, incluso hay todavía restos humanos y esqueletos de las víctimas abajo, en la cripta. Este edificio es el lugar idóneo para el perpetuo vagar de almas en pena.
_ Nosotros creemos que durante la noche en que Álvaro murió ocurrieron aquí hechos extraños, él murió de miedo-. Aclaró Rafael.
_ Y ¿qué dicen los responsables de la empresa al respecto?- Interrogó José Luís.
_ Nada-. Fue Rafa quien contestó-. Quienes han presenciado fenómenos anormales callan por miedo o por interés, quienes no han sido testigos de nada no se lo creen y juzgan a los demás como unos locos ignorantes, pero la gran mayoría de los empleados no tienen ni idea, ninguna noticia de lo que aquí sucede.
_ Quizá debamos ser nosotros quienes divulguemos los acontecimientos-. Dijo José Luís.
_ Si Dionisio te oye pronunciar una sola palabra sobre fenómenos extraños considérate despedido.
_ Eso no será necesario, si yo soy testigo en alguna ocasión de algún hecho inexplicable pediré de inmediato la cuenta a la empresa y correré tanto y tan deprisa que Dionisio no podrá ni divisar mi estela. ¡Claro! Ahora comprendo alguna de las estúpidas preguntas de Carlos en la entrevista.
Dieron la conversación por finalizada y se dirigieron en silencio a la salida, ya en la puerta de la calle, en el exterior del edificio, Eva preguntó.
_ ¿Qué vas a hacer Rafa?
_ Mi trabajo, ¿qué otra opción tengo?, haré la ronda como siempre, apagaré las luces de tu despacho y la escalera mientras aspiro el rastro de tu perfume y después me pondré a leer un poco esperando a que regresen mis jefes a recoger sus coches.
_ Leer, no sé como puedes concentrarte en un libro estando solo en este recinto, yo desde luego no podría-. Admitió Eva para seguidamente preguntar -. ¿No habrás traído una obra de miedo ni de fantasmas?
_ No, de fantasmas no, he traído varios, no he decidido cual leeré, a ver si algún día me dejas tú una de tus obras, me gustaría ver tus trabajos.
_ Bueno chicos yo me marcho-. Se despidió José Luís presintiendo que sobraba y que tres eran multitud en aquella ocasión-. Buen servicio Rafa, hasta mañana.
_ Espera, yo también me marcho, estoy derrengada-. Añadió Eva-. Hasta mañana Rafa ten mucho cuidado.
_ Hasta mañana chicos, y no os preocupéis por mí, estaré bien, esta noche me dan más miedo y me causan más preocupación los vivos y su embriaguez que los caprichos de los muertos.
De pie en la cancela de la entrada con las manos en los bolsillos, les siguió con la mirada hasta que desaparecieron, él en la esquina con Fernando VII, ella en las cercanías de Alonso Martínez. Sólo entonces se decidió a cerrar de forma definitiva el acceso principal al edificio y regresando a su interior murmuró:
_ La lectura es el viaje de quienes no pueden tomar el tren.
Al mismo tiempo que se producían estos sucesos, Rosa cerraba la Taberna del Renco. Estaba cansada y no obstante ése era el menor de sus problemas, unas lágrimas resbalaban por sus mejillas, un sobre en su bolsillo contenía el resultado de unos análisis médicos, en su vientre un nuevo ser pugnaba por vivir.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Capítulo XI: Un retrato ecuestre condenado a desaparecer



El capítulo XI de La profecía del silencio.
Acompañado de un cuadro de Velazquez, Olivares a caballo, evidentemente no es el cuadro del que se habla en el capítulo.
La cita es de un buen libro de Eduardo Chamorro, finalista del Premio Planeta en el año 1992.
Se supone que a partir de aquí la novela engancha al lector, espero que así sea y no podáis resistir el impulso de leerla.






El rey mandó exponer el retrato que le hice en la calle Mayor, frente
a la puerta de la iglesia de San Felipe. Ahora todo el mundo sabe mi
nombre. El maestro Pacheco le ha hecho saber a Juana su intención de
venir a visitarnos. No sé si se le podrá disuadir de ese proyecto. Tras
unos meses de ajetreo, llevo tan sólo unos días en calma.

Eduardo Chamorro. “La cruz de Santiago”



CAPÍTULO XI
Un retrato ecuestre condenado a desaparecer

(25-10-1625)

Llovía.
Una vez más llovía sobre las ya embarradas calles del viejo Madrid,
el persistente calabobos caía sobre la vida, la libertad e incluso sobre el
honor de los ciudadanos. El honor, qué importante era el honor en
aquellos tiempos.
A Velázquez, como buen sevillano que era, no le gustaba la lluvia
aunque la admiraba, y no obstante, en Madrid el aguacero presagiaba
incomodidades y malos olores. Las calles se llenaban de una bahorrina
inmunda donde el lodo cedía protagonismo y se amalgamaba con simple
y llana porquería.
Diego debería caminar bajo el aguacero y sobre el resbaladizo lodazal
hasta el convento de Santa Águeda donde con un poco de suerte y
algo de inspiración trabajaría todo el día. Se despidió brevemente de
su esposa.
– Si quieres puedes acercarte al convento más tarde-. Dijo.
– Según está de lluvioso el día y las calles llenas de barro no creo
que sea una idea acertada.
– Tienes razón-, adujo el pintor besándola en la frente-, nos veremos
en la cena.
Salió del alcázar real bien envuelto en su capa y cobijado bajo un
amplio sombrero negro, y, por supuesto sin olvidarse de ceñir a su cinto
la espada, que no eran aquel Madrid ni aquellos tiempos propicios
para andar desarmado. Comenzó a caminar, y aprovechando que no
era excesivo el torrente de agua, lo hizo despacio. A decir verdad no
tenía demasiadas ganas de enfrentarse con aquel lienzo y pensó que
paseando quizá llegaría la inspiración y si no llegaba al menos retrasaría
el instante temido de permanecer como una esfinge frente a la tela.
Subió por la calle Mayor y no pudo evitar llegarse hasta las gradas
de la iglesia de San Felipe. Allí estaba expuesto para la admiración de
todo el público madrileño el primer retrato ecuestre que el pintor sevillano
hizo del rey y el cuadro que le abrió las puertas de la corte de Madrid
y del mundo. Tan contento estaba el cuarto Felipe con aquel retrato
que tenía previsto llevarlo luego de su pública exposición al nuevo

salón del alcázar donde debería reunirse con otros retratos como el de
Carlos V pintado por Tiziano.
Velázquez admiró su propia obra, en verdad era un buen lienzo. Se
apreciaba a Felipe IV, joven, apuesto, de porte galante, cubierto con
ostentoso sombrero oscuro, mirada directa, amplia, casi desafiante, altivo
vuelo hacia atrás de sus bandas rojas de general, en la mano diestra
un bastón de mando, en la siniestra aferradas las riendas manejando
al brioso corcel como si con la misma fuerza manejara los designios
del gobierno de su patria. Y el caballo, poderosa cabalgadura guerrera
que alza las manos apoyado sólo en las patas traseras, y así en majestuosa
corveta inmóvil deja espacio bajo sus manos para representar
una batalla. Toda la obra se caracterizaba por unas pinceladas minuciosas,
contundentes, detalladas, y los colores perfectamente elegidos,
vivos y naturales a la vez, impecablemente conseguidos.
– ¡Qué gran obra!- Susurró para sí mismo el artista-. El Rey mandó
exponer el retrato que le hice en la calle Mayor, frente a la puerta de la
iglesia de San Felipe. Ahora todo el mundo sabe mi nombre.
Sin embargo fue necesario despertar del sueño y regresar al mundo,
llegó a la Puerta del Sol y desde allí alcanzó la calle Ortaleza para
desembocar en el convento de las arrecogidas. Un monje le facilitó la
entrada al convento y el acceso a la capilla.
– La madre superiora y el abad de San Antón han dado orden de
que le facilitemos cuanto sea menester. He puesto cuatro candelabros
dentro de la sacristía, creo que será suficiente luz para vuestra labor, si
precisarais algo más sólo tenéis que pedirlo.
Asintió el pintor con gesto de su testa tras la disertación del fraile.
– También ha dado ordenes la superiora de respetar a la congregación
de religiosas, deberéis permanecer dentro de la capilla sin dejar
que os vean las hermanas y no podréis abandonar la sacristía durante
los oficios religiosos.
– Entonces deberé permanecer encerrado en la iglesia-, preguntó el
pintor un tanto alarmado.
– Si queréis salir sólo tendréis que golpear la puerta y yo os abriré
cuantas veces sea preciso.
Asintió de nuevo con el mismo gesto anterior aunque no le gustó la
idea de estar apresado entre los muros de la capilla. La iglesia del convento
estaba sumida en una oscuridad casi absoluta, apenas dos hachones
sobre el altar, cuyas llamas oscilaban perpetuas empujadas por
corrientes inoportunas, iluminaban la zona próxima a la sacristía aunque
también fabricaban inquietantes sombras y alarmantes sonidos similares
a quejidos molestos. En contra posición a la oscuridad del templo
estaba la excesiva iluminación interior de la sacristía. Cuatro grandes
centelleros situados en cada una de las esquinas sumaban un total
de veinte velones encendidos, allí el problema principal era la falta de
ventilación, era una estancia pequeña, con un armario en el que se hallarían
las vestiduras eclesiásticas propias de cada ceremonia. En la sala
el humo de las velas se convertía en aroma desagradable que flotaba
en vaharadas malignas.

Diego se quedó solo y encerrado, el sentimiento que abordó al pintor
fue el de haber cruzado los umbrales del purgatorio. De todos modos
se concentró en su trabajo, retiró con energía y determinación las
sábanas que cubrían el lienzo y corrigió levemente su posición, después
comenzó a preparar las paletas, los pinceles y los pigmentos, los
colorantes, las tizas y sanguinas. Cuando ya parecía tener todo preparado
para comenzar a trazar pinceladas en la tela se dirigió al candelabro
que quedaba en frente de su posición y apagó todos los hachones.
Un humo denso se esparció por la estancia, olía a vela vieja recién apagada,
a cera mal quemada y este nuevo aroma se mezcló impío con el
perfume de las pinturas. Todas aquellas circunstancias fabricaron en la
sala una esencia desconocida para él hasta entonces, llegó a sentirse
mareado por el olor jamás percibido, atmósfera irrespirable, etilamina.
La sacristía se llenó de un terrible hedor a espectro.
– Necesito respirar, salir de aquí.
Y en ese instante se abrieron las puertas de la iglesia y el templo se
fue poblando de religiosas silentes y de luz creciente.
– El oficio religioso del mediodía, ahora no puedo salir, las monjas
no deben verme.
Alguien entró en la sacristía con prisa sobresaltando al artista.
– Don Diego, ¿estáis aquí? Al no oír nada de ruido he creído que ya
os habíais marchado, ¡por cierto no es así! Y veo además que habéis
empezado ya vuestra tarea.
– Sí-, acertó a responder Velázquez pese a su tremenda sorpresa y
los continuos vahídos que sufría causados por las emanaciones de la
sacristía que el hermano Emilio, abad del convento de San Antón, parecía
no percibir.
– Un asunto más don Diego, ya lo sabréis y no obstante me permito
recordároslo, no debéis salir ahora, pero no os alarméis, el oficio religioso
será breve.
Mientras duró la conversación que prácticamente fue un monólogo
el abad compuso su hábito y salió sin despedirse para oficiar la ceremonia.
Cuando don Diego oyó al hermano Emilio musitar sus primeras frases
no pudo domar su curiosidad y con cautela se asomó por una rendija
que quedó en la puerta mal cerrada. Había allí no menos de dos
docenas de monjas sentadas en los primeros bancos de la iglesia y entre
todas ellas sólo un hombre, el hermano Francisco confesor del convento.
Sorprendió al pintor de cámara del cuarto Felipe que algunas de las
religiosas eran realmente atractivas, ahora alcanzó a comprender y no
sin razón las habladurías de la corte, aquellas que referían aventuras
de nobles que asaltaban los conventos por la noche para obtener las
atenciones carnales de las novicias, y claro, aquella congregación que
según tenía por oído y por cierto se alimentaba principalmente de las
mujeres descarriadas que poblaban las mancebías de la ciudad tendría
más popularidad que cualquier otra por la ligereza de sus pobladoras y
por la inusitada belleza de éstas.

Al menos cinco novicias contó que destacaban por sus encantos sobre
el resto; ojos claros bajo cejas muy negras, piel blanquecina en el
rostro y medias melenas rubias e incluso pelirrojas que escapaban de
los rigores del hábito en desordenadas y rebeldes guedejas, voluminosos
bustos adivinados apenas bajo la opresión del forjado. No obstante
lo que más poderosamente atrajo su atención fueron las manos de las
monjas: manos finas, dedos largos y tan blancas como si las hubieran
tratado con solimán.
Y de repente uno de aquellos níveos rostros lindos se elevó ligeramente
y los preciosos ojos verdes descubrieron su mirada clavándose
en las pupilas espías del artista. Trató de ocultarse veloz pero la mirada
limpia, bella, serena, lo había cautivado y sabían ella y él que volvería
a asomarse a la ranura.
Y así es, y de nuevo las miradas confluyen y ahora una sonrisa adorna
e ilumina aún con más intensidad el bonito rostro tiñéndolo de arcana
complicidad.
– Me ha descubierto, no debo permitir que las novicias me vean.
La ceremonia parecía haber acabado, las religiosas salieron con el
mismo paso lento procesional con el cual entraron, las luces se fueron
apagando devolviendo la oscuridad al templo. El abad de nuevo entró
con prisa en la sacristía en esta ocasión acompañado del confesor del
convento.
– Ya os dije que seríamos breves don Diego, además, por hoy, ya no
seréis molestado hasta última hora de la tarde-, informó el abad.
– Sabréis que está próximo a celebrarse el oficio al oír el toque de
oración-, añadió el confesor.
– Gracias, lo tendré en cuenta-, balbuceó el pintor sin saber añadir
nada más.
– Bien, ya podéis proseguir vuestra tarea-, adujo el abad que había
cambiado de nuevo sus hábitos y ya salía de la sacristía-. Nosotros nos
vamos.
De nuevo quedó en soledad, confusión y silencio.
– No sé si seré capaz de dar una sola pincelada en este ambiente
tan hostil y en tiempos tan aciagos-. Pensó en voz alta-. Bueno al menos
ya no apesta a fantasma sino que por fin huele a taller de pintura.
Empujado por la contundente determinación de una súbita inspiración
comenzó a trabajar en el cuadro. En varias ocasiones sintió presencias
a su espalda, se sintió espiado, a veces se giraba veloz tratando
de sorprender a quien fuera y nada había tras él, en otras ocasiones
ensimismado como se hallaba en su obra no hacia caso de esa sensación
incómoda.
– La luz no es lo más importante, ni tampoco lo son las sombras. Lo
trascendente es el dolor y también el tiempo, ¡ya lo tengo, ya lo tengo!
Estoy en el buen camino.
Sintió dos pupilas incandescentes clavándose en su espalda y sin
embargo no hizo caso, no quiso mirar atrás otra vez para no descubrir
nada y continuó con su trabajo y con sus pensamientos.
– Un fondo oscuro, incluso negro por completo, la cruz en tonos marrones
y una figura de Cristo con los músculos detallados y llenos de

luz, claroscuros, y el rostro con gesto de dolor apaciguado, sufrimiento
y paz al unísono, el detalle de los cuatro clavos y el tiempo, breves instantes
tras la muerte.
Movió el pincel que viajó de la paleta al lienzo y dejó de pensar en
voz alta, sin embargo el silencio no reinó en la sacristía, una voz se alzó
nítida a su retaguardia.
– ¿Habláis cuando pintáis o pintáis cuando habláis?
Se volvió aterrado y al hacerlo, patinó el pincel y manchó de modo
desafortunado una zona del cuadro. Creyó que sus ojos encontrarían
un fantasma tras él y en cambio vieron una aparición celestial. De modo
que era cierto, sus proféticas sospechas y sensaciones se habían
confirmado, alguien lo espiaba.
– Me habéis asustado-, dijo reconociendo los ojos verdes de la monja
que captó su atención durante el oficio-, además he manchado el
cuadro, ¿cómo habéis llegado aquí?
– ¿Es éste el cuadro que el Rey nos regala a cambio del fallecimiento
de sor Margarita? ¿Sois vos el pintor de cámara del rey?
– ¿Cómo habéis entrado si la puerta está cerrada con llave desde
fuera? ¿Quién sois y porque razón venís a inquietarme?
– ¿Vamos a seguir formulando preguntas y dejándolas sin respuesta?-,
dijo la novicia dejando escapar una risita divertida.
– La superiora y el abad me han dicho que ninguna monja puede
verme, no deberíais estar aquí.
– ¡Por cierto no! Sin embargo no os preocupéis, la vida conventual está
regida por muchas normas pero casi nadie las cumple a raja tabla y la
superiora y el abad menos que ninguno- sonrió con picardía.
– Yo debo cumplirlas, soy un invitado y debo gratitud y respeto.
– Vos no habéis hecho nada, soy yo quien se ha colado en donde no
debiera.
– ¡Por cierto sí! Y ¿cómo lo habéis hecho?
– Callad, se oyen pasos, alguien viene.
– Ocultaos bajo las sábanas de protección del lienzo, ¡deprisa!
Apenas la monja se terminaba de ocultar apareció el hermano portero
en la sacristía.
– Perdón por la intrusión Don Diego, me envía el padre Francisco,
confesor de este convento para que os traiga algo de comer-. Dejó una
bandeja que traía con una taza humeante, un trozo de pan y una copa
de vino sobre una pequeña mesa-. La sopa está recién hecha y se conserva
caliente, os hará bien, si precisáis algo más estaré en mi puesto.
– Gracias-, dijo escueto el artista rogando para que el monje se fuera
cuanto antes de la sala. Y sus ruegos fueron escuchados pues enseguida
salió y desapareció en la oscuridad eterna del pasillo dejando la
puerta de la iglesia cerrada con llave.
– Podéis salir, ya se ha ido-. Afirmó Velázquez con un suspiro de alivio.
– Era el hermano Timoteo, menos mal que no me ha visto, es un
viejo chismoso.
– Será mejor que os vayáis, todavía me tiemblan las piernas, si hubiera
descubierto vuestra presencia hubiera llegado a oídos del rey que
desobedezco las órdenes de mis anfitriones y no sé que hubiera hecho.

– Sí, no temáis, aguardaré unos instantes a que el hermano Timoteo
llegue a su puesto y enseguida me iré; entre tanto podíais contestar
alguna de mis preguntas anteriores, ¿os parece?
– Soy Diego de Silva y Velázquez, pintor del Rey de España y este
cuadro en el cual trabajo lo ha encargado el monarca para expiar algún
pecado, supongo... y ¡por cierto sí!, casi siempre que pinto hablo, o a
decir verdad pienso en voz alta.
– Muy bien, gracias, ahora seré yo quien proceda a responder a vuestras
preguntas yo soy Helena y procedo de la mancebía de Lavapies donde
trabajé casi un año, ahora soy sor Helena; hasta vos he llegado desde el
cielo-, señaló con sus preciosos ojos glaucos hacia la cúpula del campanario-,
no con ayuda divina sino atravesando un pasadizo, un palomar que
comienza cerca de la zona donde están las celdas de las hermanas y comunica,
por un angosto paso, con el campanario de la capilla. No es difícil
pasar de un lado al otro, sólo hay que ser cauto y no resbalar, pues si pierdes
pie puedes terminar cayendo al patio.
– Pues tened mucho cuidado en el regreso.
– Lo tendré, descuidad, no quiero acabar estrellada entre los tilos, y
por cierto, perdonad el mal rato que os he hecho pasar y disculpad la
mancha que por mi culpa hicisteis en el cuadro, ¿podréis arreglarlo?
El pintor ya no se acordaba de la desafortunada pincelada, había experimentado
tantos sentimientos en tan poco tiempo que aquel recuerdo
había quedado postergado.
– Lo arreglaré, no os preocupéis, no es demasiado grande ni está en
una zona conflictiva, además, se supone que soy un gran pintor.
Sonrió sor Helena dejando a Velázquez prendado de su belleza y se
marchó sin mediar más despedida. De nuevo quedó el sevillano en soledad,
comió de buena gana y con gran apetito las viandas que le trajeron
y después siguió trabajando. Estaba satisfecho con su labor y
sorprendido al mismo tiempo de haber conseguido reiniciar el trabajo
en una obra abandonada sin gran esfuerzo; estaba insatisfecho, aunque
en verdad no sorprendido, de pensar mucho tiempo en la belleza
sin par de la novicia recién conocida.
A media tarde percibió el toque de oración, en esta ocasión no fue el
abad sino el padre Francisco confesor del convento de Santa Águeda
quien entró en la sacristía, se cambió el habito a toda velocidad y celebró
el oficio religioso sin prestar atención a la presencia del pintor. Durante
la santa misa no dejó de observar a Helena, su belleza le cautivaba,
en ocasiones ella también miraba hacia donde él se hallaba y
sonreía con pícaro gesto. Al finalizar la ceremonia quedó la última, fue
la encargada de apagar los hachones de la capilla y al salir, ya libre de
las miradas indiscretas de sus compañeras, se giró hacia la sacristía y
guiñó con encanto fascinante uno de sus ojos glaucos.
Velázquez recogió sus materiales dando la jornada por terminada,
lavó los pinceles y guardó con mimo todas sus pertenencias, no quiso
tapar el cuadro pues las pinceladas conseguidas no habían secado lo
suficiente. Salió del convento de Santa Águeda y se dirigió con prisas al
Alcázar Real. Tan apresurado fue que no apreció la ausencia de la lluvia.
Apenas llegó preguntó por el Rey.

– Su Majestad no está en Madrid, la Reina y él han salido hacia
Aranjuez esta tarde.
– ¿Aranjuez decís? Y ¿será muy larga su ausencia?
– No lo sé de cierto pero supongo que sí, escuché una conversación
de la reina con el Conde de Villamediana y hablaban de toros, teatro y
fuegos artificiales que iban a celebrarse.
– Muchos festejos son esos, llevarán varias semanas.
– Sí, además tened en cuenta que si la caza es buena el Rey no tendrá
prisa por volver.
Por un instante el pintor un tanto desolado pensó enviarle al monarca
un mensajero con una carta, no le parecía prudente continuar trabajando
entre los muros del convento cerca de la bella Helena. Alegaría
al rey, como motivo de su espantada, miedo a los fantasmas que
decían habitaban el convento o cualquier otra excusa, excepto mencionar
la verdad sobre su miedo a sucumbir a los sensuales encantos de
una religiosa. Sin embargo lo pensó mejor, no era conveniente molestar
al Rey ni obligarle a cambiar una decisión ya tomada por éste, tampoco
era conveniente ahora, reiniciados los trabajos, mover de nuevo
el lienzo y someterlo a engorroso transporte. No, no haría nada por el
momento, terminaría el cuadro cuanto antes y seguiría después con los
retratos encargados por su majestad ya en el refugio de su taller dentro
del Alcázar.
– ¿Cómo ha transcurrido el día querido?
– Bien-, respondió siendo excesivamente breve a la pregunta de su
esposa-, creo que al final va salir una buena obra de ese lienzo, y ahora
vamos Juana, tengo apetito y es ya la hora de la cena.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Tres micro relatos


La fotografía un doble arcoiris sobre el Valle del Jerte, nada que ver con tapas, ni váteres desde luego.





En esta ocasión, en la que tampoco he ganado, han sido tres los trabajos presentados.
El primero, Papelera de reciclaje es una protesta a la resolución del jurado de la semana anterior, imposible que ganara. El segundo, Malas noticias, una historia de desamor por pequeñas incidencias que desemboca en tragedia sin que se llegue a saber si es él, o ella o qué tipo de pareja forman, eso lo dejo a imaginación del lector. Este debería, haber entrado entre los finalistas una vez conocida la calidad de aquellos. El tercero, Superstición, un relato creo que original y con gracia, al menos en su parte final que espero os guste má que al jurado.
El ganador de esta semana es bastante interesante, si alguien tiene interés que me lo diga y lo pongo.
Y gracias a mi amigo Javier, creo que ya no hay más problemas con los comentarios en el blog, así pues, os espero a todos.


Papelera de reciclaje

Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada, aprovecho la circunstancia para tirar al inodoro el micro relato que pensaba enviar al concurso, de todas formas acabarán en el mismo sitio. Salgo de la ducha, me visto, salgo corriendo, ¡ah se me olvidaba! Regreso al baño, ahora sí oigo el ruido del agua saliendo por la cisterna.
Siempre se me olvida bajar la tapa y tirar de la cadena.



Malas noticias.

Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada y su ropa interior en el bidé. Lo hace a propósito, sabe que me molesta bajar la tapa del inodoro y recoger sus prendas para poder lavarme mis partes pudendas.
He encontrado abierta la puerta de la nevera y la mantequilla destapada, lo hace por despiste, piensa tanto en sus asuntos que olvida los del resto del mundo.
He encontrado la televisión conectada y la ropa sucia de color mezclada en la lavadora con la blanca.
Oigo las noticias de su muerte mientras lavo a mano su traje, a máquina es imposible que desaparezcan todos los restos de la sangre.





Superstición

Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada, bajándola, iracundo, intento eludir la mala suerte.

Odio las tazas abiertas y a las palomas desde una noche lluviosa que se inundó mi casa de agua y excrementos. Construyeron la bajada de aguas pluviales junto con las fecales, los nidos de palomas atascaron el canalón, la tormenta convirtió mi baño en tormento, en mar de porquería.

Aborrezco los inodoros abiertos.

Las palomas atraen desgracias.

Y quizá no sea tan malo mi destino, mi nueva vecina, es preciosa y parece que le gusto.

_ Soy tu vecino- saludo meloso entre sonrisas y besos.

_ Encantada- dice sonrojándose-, yo soy Paloma.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Fin




Otro micrirelato que no ha ganado.
En esta ocasión la foto grafía es de mi amigo Gerardo, aprovecho para publicarla ya que siendo su título Libertad o muerte, me ha recordado al título del micro relato.

Y, esta semana me permito poner inmediatamente después del mio el relato ganador....




FIN


A mí me empiezan a entrar dudas. Una mañana las nubes cobrizas tamizaron el sol, al día siguiente llovió desesperanza, desaparecieron los besos en el fango, prohibieron las caricias, encarcelaron la pasión.
La felicidad abandonó los corazones, las almas enfermas de depresión desembocaban en susurros de pesadilla azabache. No había razón para vivir, ni alegría en los rostros de los niños y en pocos meses, no hubo niños.
No creo en el fin del mundo pero hoy, con las primeras nieves de guerra y la ausencia de amor que presagia batallas, me nacen dudas, el ser humano, gobernado por astrosos codiciosos es capaz de deshacer el universo.





Ganador del 18/11, semana 7


Manías

A mí me empiezan a entrar dudas de que se haya ido para siempre. Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada.

lunes, 15 de noviembre de 2010

CRISTO ABRAZADO A LA CRUZ




Dejo este micro relato que tampoco ganó el concurso al cual fue presentado, en esta ocasión se trata de una historia que nació en base a un cuadro del Greco, un cuadro del cual existenal menos ocho copias, todas ellas originales realizadas por el autor, de esos cuadros uno, se encuentra en El Bonillo, pueblo en el cual se desarrolló el concurso.

La primera frase era obligatoria. En cuianto al resto espero que os guste más que al jurado.








_ No me creo que me llames desde El Bonillo, no puedes estar tan loca.
_ Desde la misma iglesia de Santa Catalina, acabo de presenciar como nuestro ladrón misterioso robaba el lienzo del Greco del Museo Parroquial, lo he grabado.
_ Sal de ahí de inmediato, no te pongas en peligro.
Ojala hubiera podido obedecer la orden pero cuando la recibí ya estaba en peligro.

Hacía meses que a la redacción había llegado un soplo. Un ladrón en serie, un misterioso personaje, se dedicaba a robar obras de arte de un modo casi sobrenatural. El extraño delincuente, a quien la prensa ya apodábamos “El Fantasma” salía impune de todas sus fechorías cometidas en los lugares más inverosímiles. Tenía atracción por los lienzos del El Greco, principalmente de los titulados “Cristo abrazado a la cruz”.
Primero fue hurtado el cuadro del Museo Parroquial de Olot, una semana más tarde el de la colección Navas, después el del Museo del Prado, luego el de Barcelona, poco tiempo después el del Museo Thyssen y de inmediato, el perteneciente a la colección Mengs e incluso el del Museo Metropolitano de Nueva York. Robados siete de los ocho Cristos abrazando la cruz, sólo quedaba uno, era fácil adivinar dónde sería el próximo golpe.
Alarmas, cámaras, guardias de seguridad, no podían detener al taimado ladrón, ni imágenes, ni huellas, ni pistas, nada. La policía no tenía nada excepto siete vacíos en diferentes museos, sólo quedaba un cuadro, el que se guardaba celosamente en el Museo Parroquial de la Iglesia de Santa Catalina en El Bonillo, yo sabía que tarde o temprano el ladrón aparecería.
Apareció, yo le sorprendí, lo vi todo, grabé su espectral figura con la cámara del móvil y entonces él me sorprendió a mí.
Estaba tumbada en el suelo, derribada por un empujón de alguien silencioso y evanescente como una sombra en una tormenta. Alguien pálido como un cadáver abrazaba un lienzo del Greco con la siniestra mientras con la diestra sujetaba un cuchillo con el que se disponía a atacarme.
El filo de plata buscó veloz mi cuerpo y cuando su tacto frío rozaba mi piel administrándome la muerte…. desperté.

Sentada en un escalón del rollo de San Cristóbal he despertado, mi teléfono móvil un peldaño más abajo, las imágenes de la cámara borradas, una voz dice:
_ Estás loca, no me creo que llames desde El Bonillo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Juego inocuo


Otro concurso que no he tenido la suerte de ganar.
Os dejo este micro relato y espero que os guste, se titúla Juego inocuo.




Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas, lo hago sin maldad, por simple entretenimiento lúdico, aquí, sin estas bromas, día y noche, vida y muerte, resultan tan aburridas.

No causo daño a nadie, ¿qué más les da ya? Siempre se descubre el error antes del sepelio, y si no…. ¿Qué puede pasarte?

Que pongan flores sobre tu pecho personas desconocidas y te recen familiares de ése vecino del pabellón de abajo.

Un juego inocuo.Hsta que un alma suspicaz, atormentada y enojada, cuyo espectro me acosa cuando cambio un nombre de algún maléolo frío y yerto, me persigue gritando con voz de ultratumba:

_ ¡Impides nuestro descanso eterno!

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cada treinta de Octubre, esto.




Un relato corto que, como siempre, presenté a un concurso y no ganó. La frase inicial era obligatoria y el relato original un poco mas corto pues solamente se permitían 150 palabras. Espero que os guste.





Cada treinta de Octubre, esto.

No era un fantasma quien surgió entre la niebla, era la propia bruma la que surgió de los espectros. Desde el primer día supe que trabajar de vigilante nocturno en un cementerio no me iba a ser grato, y en seguida mis sospechas se confirmaron; a veces he oído susurros, en ocasiones he sentido presencias y por si no fueran suficientes esos sobresaltos, todos los años, cada treinta de Octubre, esto.
Intuía que algo extraño ocurriría aquella noche de finales de octubre, lo presentía, el año pasado, y el antepasado, en la misma fecha, sucedió algo similar.
Son los mismos de siempre, Juan Ramón Jiménez, Neruda, León Felipe, Lorca, Aleixandre, Luís, Emilio, Manolo, Alberti, Arturo, Pedro, Juan, Antonio Machado, levitan junto a sus poemas avanzando en silencio entre la niebla que les nace a cada paso, se detienen a los pies de una sepultura, la de siempre. Luego desaparecen, difuminados en su propia niebla.
Me acerco a la tumba, en ella han escrito un fragmento de uno de sus poemas

Callo después de muerto.
Hablas después de viva.
Pobres conversaciones
desusadas por dichas,
nos llevan a lo mejor
de la muerte y la vida.

Y para finalizar otra frase:
Feliz centenario Miguel.

Ya no hay niebla, ni fantasmas, ni flores, sólo silencio y letras sobre la tumba del poeta.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Breve historia del convento de las Arrecogidas (Madrid)


La fotografía es de la fachada principal de la iglesia del convento de las Arrecogidas tal como está en la actualidad.





El convento de Santa María Magdalena de la Penitencia fue construido en torno al año 1620 y a partir de mayo de 1623, cuando fue ocupado por las hermanas terciarias franciscanas y una cincuentena de Arrepentidas de la mala vida, empezó a ser conocido popularmente como el convento de las Recogidas.
En mi primera novela “Silbando en la oscuridad” y en la tercera “La profecía del silencio” que es continuación de la primera, el protagonista es el propio edificio del convento de las Arrecogidas, que a duras penas, tras superar los avatares del tiempo, incendios y reconstrucciones ha permanecido en pie hasta nuestros días.
El origen del convento se remonta a 1587, cuando la orden de monjas terciarias franciscanas empezó a recoger mujeres de mala vida en el Hospital de Peregrinos de la calle Arenal. Antes hay que decir a modo de introducción, que la prostitución fue, a finales del siglo XVI y principios del XVII, un mal menor e incluso un servicio público ya que en las grandes ciudades se produjo un extraño fenómeno, había exceso de hombres jóvenes, demasiados varones y pocas mujeres. El desequilibrio pudo ser ocasionado por la emigración principalmente, los campesinos huían a la ciudad en busca de ocupación y una vez allí se veían sin posibilidades, sin ninguna forma legal para satisfacer sus instintos ni apagar sus deseos carnales. Empezó a haber raptos y violaciones, mujeres jóvenes, viudas e incluso monjas eran las víctimas. En ocasiones los galanes cortejaban a las novicias a través de las rejas de los conventos y lograban convencerlas para que huyeran junto a ellos y abandonaran la vida religiosa. Se impuso la necesidad de mancebías autorizadas y reglamentadas por la autoridad municipal, dentro de ellas había un servicio eficaz, barato y legal cuyo beneficio principal era devolver la seguridad a las calles y el honor a las doncellas.
Se produjo así la gestión política del placer carnal y una severa reglamentación. La prostituta debía ser mayor de doce años, de padres desconocidos o huérfana, nunca de familia noble, es preciso que hubiera perdido la virginidad antes de empezar el oficio y el juez que debía otorgarle permiso tenía como obligación intentar disuadirla de ejercer el oficio más antiguo del mundo. Periódicamente los alguaciles las llevaban a las iglesias de Recogida donde los frailes las amenazaban con el infierno y trataban de volverlas al buen camino. Se desconoce cuántas casas de Arrecogida había en Madrid, se tiene noticia en torno a 1605 del convento de las Arrepentidas de Atocha; sobre 1601, hay alusiones a la casa de Aprobación de mujeres que se convierten, denominada Aprobación de la Magdalena, pero anterior aún a esas fechas es un documento que custodia el Archivo de la Real Casa y Patrimonio, del 29 de marzo de 1593 en el cual se propone a Felipe II “la conveniencia de hacer en la Corte un recogimiento de las mujeres mozas perdidas que andan por estas calles ofendiendo a nuestro Señor”. La labor se le encomendó a la orden de monjas terciarias franciscanas que ya en 1587 había empezado a recoger mujeres arrepentidas de la mala vida en el Hospital de Peregrinos de la calle Arenal.
En 1623, debido al ruinoso estado del edificio donde se hallaba el Hospital, Don Francisco de Contreras y Ribera, gobernador del Consejo Real y Supremo de Castilla (esta figura era la segunda autoridad de la Monarquía después del rey, ya que los validos no tenían nombramiento oficial y los presidentes de los consejos sí, eran nombrados por designación del propio rey) ordenó la construcción de un nuevo convento y en mayo de 1623 dio instrucciones para efectuar el traslado de las monjas franciscanas terciarias al nuevo convento situado en la calle Hortaleza. La actividad de la orden continuó siendo la misma: Recoger de las calles y confinar tras los muros conventuales a las mujeres arrepentidas de su mala vida o castigadas por ella. Las prostitutas recogidas en el convento de Santa Magdalena ya no podrían salir de sus muros excepto para contraer matrimonio, o para vestir los hábitos y profesar la religión en otro convento.
El convento de las Arrecogidas se usaba como reclusión decente de mujeres, en él sólo se admitían mujeres que hubieran sido públicas pecadoras o bien aquellas a las cuales sus familiares enviaran como castigo y al cargo de ellas estaban las religiosas de Santa Magdalena que a su vez se hallaban bajo la protección del Consejo de Castilla. Hay que tener en cuenta que hablamos del año 1623, justo cuando Felipe IV prohibió las mancebías y pretendió abolir la prostitución en todos los territorios de la monarquía.
Mediodía del diez de mayo 1623, las calles de Madrid están repletas de gente, de curiosos y ociosos. Del Hospital de Peregrinos en la calle del Arenal sale la procesión, todos sus habitantes abandonan la vetusta construcción que parece va a desmoronarse antes de acabar la jornada, una veintena de hermanas de la congregación de las terciarias franciscanas desfilan junto a cincuenta arrepentidas, iban en filas de dos en dos, caminando despacio, las hermanas con el hábito de la congregación, las recogidas, vestidas con un sayal blanco. Llegaron pronto al cercano Monasterio Real de la Descalzas, donde, en un balcón de la primera planta estaban aguardando los reyes para verlas pasar. La procesión se detuvo en la Plazoleta, allí cantaron una salve y al terminar se postraron todas en tierra para decir la oración, aquel acto de gran devoción causó emoción a todos los espectadores.
Felipe IV y su esposa Isabel de Borbón abandonaron el balcón y la procesión siguió su camino hasta la calle Hortaleza, el nuevo convento de Santa Maria Magdalena de la Penitencia estaba ubicado justo enfrente del hospital de leprosos de los clérigos de San Antonio Abad.
Como curiosidad se puede añadir que en la fachada de este hospital, donde confluyen las calles de Hortaleza y de Santa Brígida, había una fuente que pronto empezó a denominarse Fuente de Las Recogidas, en 1770 aproximadamente fue sustituida por la fuente de los Galápagos y a principios del siglo XX por la de los Delfines, en la actualidad el edificio se encuentra en obras, la fuente está tapada, no sé si para protegerla y conservarla o para quitarla y sustituirla.
Y las novicias no lo sabían pero bajo ambos conventos un túnel subterráneo comunicaba a través de la cripta los dos recintos.
Pasó el tiempo, el convento siguió cumpliendo su misión, camuflado entre tantos otros conventos madrileños y así llegamos al año 1700, el 15 de Noviembre, Felipe V sucedió al último monarca de la dinastía de los Habsburgo, el primer rey de la dinastía Borbón era francés y venía de París, donde supuestamente se inventó la vida alegre, era de suponer que estaría ya curado de espanto y no daría importancia a la abundancia de casas de mala nota de su reino ni a la cantidad de rameras que ejercían la prostitución en las calles de Madrid, por ello extrañó al populacho que tratara de acabar con tanta inmoralidad, creando en 1733 la Santa y Real Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Celo de la Salvación de la Almas. La Hermandad se encargó de recoger a cuantas prostitutas pudo, estuvieran o no arrepentidas de serlo, por lo general eran mujeres de mala vida que llegaban allí contra su voluntad, bien por instigación de los padres o algún otro familiar, incluidos maridos, o por resolución de las autoridades judiciales. También se prestó a albergar jovencitas que se hallaban en cinta, víctimas de engaños o falsas promesas de casamiento y tras los muros de la Hermandad, ocultaban su embarazo y pagaban su pecado. De todos modos esta Hermandad no podía erradicar de las calles de Madrid el pecado, estableció un modo de actuación más, crearon una ronda, una procesión que se paseaba por las calles más conflictivas en la penumbra del ocaso. Impactante era en verdad, imaginen la escena, en aquellos tiempos de superstición infinita y variada delincuencia, una procesión de hermanos vestidos de riguroso hábito oscuro, con el soniquete de las campanillas y las luces de algunas antorchas produciendo sombras cuando menos, inquietantes, y cantando coplas de letra agorera e impactante (aquí ponemos un ejemplo)

“Hombre que estas en pecado
si esta noche te mueres
piensa bien a donde fueres.
Presto, torpe pasarás
de tus carnales contentos
a los eternos tormentos”.

La misión de la ronda era, además de recoger a las prostitutas directamente de la calle, pedir limosna, pero sobre todo atormentar y ahuyentar a los usuarios de los servicios de las damas. Debido a esa procesión tan peculiar y al nombre tan estrepitoso y exagerado de la Hermandad, no era de extrañar que el vulgo la conociera como Ronda del Pecado Mortal.
En 1744 se trasladó al convento de las Arrecogidas de la calle Hortaleza a la Santa y Real Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Celo de la Salvación de las Almas, debido a que su anterior recinto se había quedado pequeño, desde entonces las prostitutas que abandonaban la calle eran conducidas por la ronda al convento de Santamaría Magdalena, allí se las adecentaba por fuera y por dentro, se las alimentaba y permanecían en sus muros profesando la religión o salían de sus muros para casarse.
En dicha ronda he fundamentado yo mi “Procesión de Arrecogida” que menciono en las novelas y que como elemento de ficción debe quedar pues no hay ninguna constancia histórica de su existencia en 1623.
La Ronda del Pecado Mortal existió hasta 1845, en aquellos tiempos la iluminación en las calles de Madrid ya era mejor y perdería algo de su aspecto tétrico y por lo tanto también algo de su poder de persuasión. Tal vez el nexo fantasmagórico inherente al convento de las Arrecogidas también surgió en la existencia de esa Hermandad y la Ronda del Pecado Mortal que procesionaba en la penumbra de las calles silenciosas y frías.
En el año 1897 el convento de las Arrecogidas empezó a sufrir diversas reconstrucciones, es en torno a esa fecha cuando deja de pertenecer a la orden de las terciarias franciscanas y pasa a ser acomodo de la orden de las calatravas cistercienses. Respecto a sus reconstrucciones, en primer lugar se lleva a cabo la de la iglesia del convento, obra encomendada en 1897 al arquitecto Ricardo García Guereta, se recubrió toda la fachada exterior con ladrillo de estilo neo mudéjar y se modificó el interior del templo con una bóveda falsa bajo la estructura original de la cubierta, posteriormente en 1916 se derribó una parte del convento, se reconstruyó después según el trazado antiguo por el arquitecto Jesús Carrasco.
Unos años después, en 1936 el convento se quemó o lo quemaron como tantos otros de Madrid, fue reconstruido en la posguerra, y parece ser que de nuevo habitado por otras congregaciones religiosas sin bien de forma esporádica, la última comunidad religiosa que habitó el convento de las Arrecogidas lo abandonó en 1974 y tras varios años de abandono y de quedar en estado casi de ruina permanente, en Junio 1989 se traslada allí a la Ejecutiva Confederal del sindicato Unión General de Trabajadores.
La U.G.T. lo adquirió en 1987 por la cantidad de 190 millones de pesetas, la restauración del convento tuvo un coste total de 230 millones, aunque en un principio el recinto se trató de habilitar para salas de conferencias y exposiciones e intentó ser un lugar abierto al barrio y a la cultura (Pedro Almodóvar grabó allí parte de su película “Entre tinieblas”) en la actualidad es la sede de la Ejecutiva Confederal y no es tan accesible, en el salón de actos, antigua iglesia, se celebran ruedas de prensa, esa es la única zona del edificio en realidad abierta al exterior.
En nuestro tiempo está catalogado en el plan General de Ordenación Urbana de Madrid con nivel 1 de protección, su calificación de uso es de equipamiento, al tratarse de un edificio protegido, al menos la fachada y la antigua iglesia, no ha sufrido más modificaciones. El total son 5000 metros cuadrados repartidos en tres plantas, en las instalaciones cabe destacar la belleza del patio interior, el acceso a la antigua iglesia y el mobiliario utilizado por Largo Caballero en su época de Ministro de Trabajo que se halla en un hall de la primera planta.
Llegué al “convento” con el convencimiento de que los fantasmas no existían el día 19 de Octubre de 1995 y tras pasar en sus noches y sus días seis años, dejar parte de mi juventud en sus muros y silbar en ocasiones en su oscuridad, lo dejé atrás con serias dudas al respecto.
Y lo dejé atrás simplemente en el aspecto laboral, pues tengo allí, todavía, grandes amigos y un montón de historias que tal vez un día sean contadas.

miércoles, 20 de octubre de 2010

CAPÍTULO X: Enamoradas de un fantasma


La fotografía muestra la entrada a la Iglesia de San Antón, justo frente a la entrada del Convento de las Arrecogidas, ambos recintos muy unidos tanto por el exterior como por su interior.
La cita de Carmen Posadas, esta obra de "La bella Otero" tiene fases realmente geniales, creo que ésta es buena muestra.
Y el capítulo X, a partir de este momento la trama se complica y se supone que el lector queda enganchado a la narración.

En realidad, sólo los necios, los tontos nostálgicos y todos nosotros
al comienzo de la vejez disfrutamos rememorando lo que hemos sido y
ya no somos. Pero, a medida que pasan los años, veinte, treinta, cuarenta...
tantos años de olvido, una descubre que, poco a poco, empieza
a perderle el respeto a los fantasmas y que incluso llegan a ser buena
compañía. Al fin y al cabo son lo único que nos queda vivo.


Carmen Posadas. “La bella Otero”



CAPÍTULO X
Enamoradas de un fantasma
(17- 11- 1999)
Se quitó las gafas de sol oscuras en las cuales se reflejaba el rostro sereno
de Rafael y las guardó en un bolsillo interior de la chaqueta. Su
compañero hizo el mismo gesto. Si su intención fue en algún instante
intimidar al vigilante, había fracasado, por el contrario, Rafael se mostraba
tranquilo e imperturbable en la insolente seguridad de quien nada
tiene que temer.
Aunque el comisario ocupaba el lugar preferente en el despacho, y
el otro policía y él mismo se hallaban frente a él, permaneció callado y
fue el tal Morales quien comenzó con el interrogatorio.
– Hay un detalle que no comprendemos. Sin duda sabía usted que
necesitábamos interrogarle-, miró al vigilante quien asintió sin hablar-
, entonces, ¿por qué no se presentó en una comisaría y por el contrario
nos ha obligado a buscarle como a un delincuente?, ni siquiera se
dignó usted a concedernos el favor de contestar a las reiteradas llamadas
telefónicas.
– He tenido unos días muy duros-. Respondió Rafael sin perder la
calma y sin mentir-. Necesitaba descansar, meditar, y por supuesto no
podía faltar al trabajo. De todos modos supuse que mi labor había finalizado
y pensé que cuando me necesitaran me encontrarían sin ninguna
dificultad.
– Bien-, suspiró Morales-, lo primero y más importante, nos preocupa
su seguridad, con su acción del lunes se ha convertido usted en objetivo
primordial de los terroristas, es nuestro deseo mantenerle en el
más estricto anonimato y evitar cualquier tipo de publicidad sobre el
asunto, supongo que comparte usted nuestra opinión al respecto.
– Sí, por supuesto.
– Perfecto, en ese caso dígame, ¿cuántas personas conocen su hazaña
y quiénes son?
– Cinco empleados de este edificio y una amiga.
– ¿Son de total confianza?
– Sí por supuesto, de confianza y fuera de toda sospecha, no representan
ninguna amenaza.
– Aún así debe usted rogarles discreción, es muy importante, cuantas
menos personas estén al corriente de lo ocurrido mejor-. Morales
hizo una breve pausa concediéndole tiempo para digerir sus frases-.
De todos modos deberá usted facilitarnos la identidad de esas seis personas
como medida de precaución y recuerde, no son una amenaza directa
pero pueden ser una amenaza indirecta, incluso pueden estar en
peligro ellos mismos si alguien sospecha, o sabe lo que saben-. Otra
pausa, otra digestión de la información, ésta más pesada pues no quería,
por nada del mundo, poner en peligro a sus compañeras ni a Rosa.
– ¿Cómo supo que aquellas personas eran los terroristas?
– Por intuición supongo, o por deformación profesional. Estaban esperando,
parados, quietos en la acera; a esas horas tempranas la gente
va y viene, no espera, no encajaban en el paisaje. Además, cuando
se produjo la explosión vi como se marchaban con extremada calma,
todas las personas de mi alrededor estaban asustadas, confundidas,
aterradas; ellos no, entonces lo supe con certeza, tanta serenidad no
era normal.
– Y fue entonces cuando tomó la decisión de seguirles.
– Sí así es.
– ¿Por qué, por qué decidió perseguirles en lugar de huir, ayudar a
los heridos, llamar a la policía?
– Mi primera intención fue, en efecto, auxiliar a las víctimas y sin
embargo cambié de opinión, supongo que debido a mi profesión odio
cualquier forma de violencia y cualquier expresión de delincuencia; decidí
que sería más útil ayudar a detenerlos y evitar así otras acciones
similares. Por los heridos poco o nada podía yo hacer, por el contrario,
persiguiendo a los terroristas podía facilitar su detención.
– ¿Cómo consiguió llegar a su vehículo con la rapidez suficiente para
no perderlos de vista en ningún momento?
– No tuve que llegar a mi coche, ya me encontraba junto a él, acababa
de salir de trabajar y había llegado a casa, terminaba de aparcar
cuando todo ocurrió, no tuve tiempo ni de cerrar la puerta.
– Entonces fue así, quiero decir que no los perdió de vista en ningún
momento.
– En efecto así fue, se subieron a un vehículo y huyeron, yo los seguí,
fue todo muy rápido, no tuve tiempo de pensar en nada, ni en riesgos
personales ni en represalias ni en ninguna otra cosa, sólo quería
facilitar a la policía su situación, por eso no los perdí de vista en ningún
instante hasta su detención.
– ¿Cree usted posible que hubiera más terroristas?, algún otro cómplice
apoyando la acción o facilitándoles la huida.
– No, no había nadie más, ellos no advirtieron mi presencia, huyeron
según tenían previsto, ejecutaron el plan tal como estaba diseñado,
nadie les ayudó, estaban los dos solos.
– Conocíamos la existencia de este comando en nuestra ciudad pero
sospechábamos que lo componían tres o cuatro miembros.
– No sé cuantos componentes tendrá la banda pero les aseguro que
allí estaban los dos solos.
– Si fuese necesaria su presencia para identificarlos ¿podría reconocerlos?
– Sí, los vi perfectamente y soy buen fisonomista, los reconocería
sin dificultad.
– De todos modos y para tranquilizarle, no creo que sea necesario.
En los interrogatorios se han confesado autores del atentado.
Dos golpes precipitados y enérgicos en la madera de la puerta precedieron
a la irrupción en la reducida oficina de uno de los policías uniformados
e interrumpieron el interrogatorio.
– Disculpe señor comisario, está aquí de nuevo el jefe de seguridad
y además le acompaña un abogado que exige estar presente en la entrevista.
– ¿Un abogado?- repitió sorprendido el comisario- y ¿quién demonios
necesita la presencia de un abogado-. Interrogó a Rafael y al tal
Morales quienes se mostraban tan desconcertados como él mismo. Se
puso en pie y añadió-. Continúen ustedes con las preguntas sin mí, voy
a ocuparme de las visitas.
Salió del despacho y cerró la puerta, en el vestíbulo exterior aguardaban
Dioni y uno de los letrados de la empresa, el jefe de seguridad
lo abordó saliendo a su encuentro.
– Señor comisario éste es...
– Sí ya lo sé- interrumpió el policía con evidente mal humor -, pero
¿quién ha pedido la presencia de un abogado y por qué?
– Nadie, lo envía el presidente, si un trabajador de esta casa va a
ser interrogado al menos será en presencia de un abogado.
– No sea usted ridículo, este hombre no está detenido ni acusado de
ningún crimen, ni siquiera es sospechoso del impago de una multa de
tráfico, no es necesaria la presencia de ningún letrado-. Hizo una pausa
y dirigiéndose al abogado añadió-. De todos modos, si usted para
quedarse más tranquilo considera oportuno que sea el propio interesado
quien corrobore mis palabras, adelante-. Indicó a uno de los agentes
que acompañara al letrado a ver al vigilante y se dirigió de nuevo a
Dionisio-. Y usted hágame un último favor, tranquilice en mi nombre al
presidente y dígale que en menos de diez minutos habremos finalizado
y será para mí un honor transmitirle, en persona, cuanta información
precise sobre este asunto.
El abogado salía ya del despacho escoltado por el agente.
– ¿Todo correcto señor letrado?- quiso zanjar el comisario.
– Sí señor- afirmó y mirando a Dionisio adujo-. Rafael confirma las
palabras del comisario, no necesita mi ayuda para nada y solicita que
así se lo trasmitamos a don Alberto.
Dionisio estaba o mejor dicho continuaba fuera de sí cuando por fin,
a través de las cámaras interiores del circuito cerrado de televisión vio
salir a la comitiva de su oficina.
– ¡Ahí vienen!- exclamó ligeramente aliviado-, es cierto que todo
pasa y todo llega-. Marcó la extensión del presidente y Cristina le pasó
con él.
– Don Alberto, parece ser que ya han terminado, han salido del despacho
y vienen hacia aquí, si le parece bien yo mismo acompañaré al
comisario hasta su oficina.
– No Dionisio, además de hablar con la policía quiero hacerlo también
con Rafael, que sea él quien acompañe al comisario hasta aquí, tú
permanece ahí abajo con el resto de los agentes y ya te llamaré.
El presidente cortó la comunicación de inmediato para evitarse los
alegatos de protesta que presumía saldrían de los labios del responsable
del departamento de seguridad. Su equivocación fue manifiesta,
Dionisio, tras recibir la orden, considerada por él mismo como un gravísimo
denuesto, quedó por completo pasmado, y, aún no había salido
de su pasmo ni conseguido articular palabra alguna cuando la caterva
de agentes de policía y el interrogado llegaron al cuarto de seguridad.
– Aquí le devuelvo a su hombre sano y salvo-. Dijo el comisario con
algo de sorna-. Y ahora si lo desea me entrevistaré con el presidente.
– Sí por favor, le está esperando. Rafael acompaña al señor comisario
hasta el despacho de don Alberto, según parece también quiere
verte a ti.
Por un instante reino un silencio expectante, la sorpresa alcanzó a
todos los presentes del mismo modo que había afectado a Dionisio minutos
atrás, el comisario Valverde fue el primero en abandonar tan estéril
letargo y ordenó al resto de sus agentes.
– No es necesario que me esperen, márchense y continúen con el
trabajo asignado. Morales redacte el informe, lo quiero sobre mi mesa
cuanto antes, nos veremos más tarde-. Luego, mirando ya directamente
a los ojos de Rafael preguntó-. ¿Vamos a ver al jefe?
– Sí claro, sígame, es por aquí.
– ¿Cómo es el presidente?- Interrogó el policía por el camino más
por dialogar que por verdadera curiosidad-. En cuanto a su forma de
ser me refiero claro, no a su aspecto físico.
– No se parece en nada al jefe de seguridad, es la antítesis de él,
eso se lo garantizo.
– Parece que no te tiene mucha estima-. Comentó el comisario refiriéndose,
lógicamente, a Dionisio.
– No, no me aprecia, por el contrario creo que me odia, pero yo tampoco
le estimo demasiado a él. En eso al menos estamos igualados.
– Mal asunto es que un vigilante no conecte con el responsable de
seguridad de la empresa para la cual trabaja, se trata del cliente y ya
se sabe que en caso de duda el cliente siempre tiene la razón.
– Mientras yo cumpla bien con mi trabajo no tengo nada que temer.
– Bueno olvidémonos ya de él, yo te preguntaba por el presidente.
– Don Alberto es serio, severo, exigente, pero buena persona y sobre
todo es respetuoso con sus trabajadores.
Llegaron a la antesala del despacho del presidente y Cristina les indicó
que podían entrar. Así lo hicieron. Hubo unas cortas presentaciones
de rigor, asunto del cual se encargó Rafael, después el comisario
formuló unas cuantas disculpas estudiadas y en apariencia sinceras exculpando
la irrupción en el recinto, a lo cual don Alberto restó importancia
con amabilidad y seguidamente el comisario puso al corriente
del motivo de su visita y de absolutamente todo lo acontecido al sorprendido
presidente, fue entonces cuando se atrevió a ir más allá y
adujo.
– Comprenderá usted ahora el sigilo y el misterio de nuestra actuación,
no ha sido así por capricho, ha sido por necesidad, debemos ser en
extremo discretos y reservados con este asunto para proteger el anonimato
y la seguridad de Rafael. La reacción de don Alberto fue la esperada...
estupor, asombro infinito, incredulidad... sensaciones a las cuales
sucedió sin demora el orgullo, la satisfacción, la complacencia. El comisario
tras observar y disfrutar en secreto de estas reacciones añadió:
– Bueno señores, mi trabajo en este recinto ha terminado, don Alberto
ha sido para mí un grato placer conocerle-. Estrechó su mano para
acto seguido volverse hacia el vigilante-. Rafael, hiciste un buen trabajo,
sin tu colaboración hubiéramos tardado meses, quizá años en detenerlos,
gracias a tu valor y determinación la ciudad puede dormir
más tranquila-. También estrechó su mano y se marchó con discreción
de la escena. Apenas se hubo ausentado, Rafael, que se encontraba un
tanto incómodo en aquel papel de héroe felicitado y reconocido dijo:
– Don Alberto, si no ordena usted lo contrario yo me reincorporo a
mi puesto.
– No tengas prisa, espera un momento, quisiera comentar contigo
algunas cuestiones, me interesa oír tu opinión-. El vigilante continuaba
de pie, tal y como había permanecido durante la entrevista del comisario
con el presidente, en esa postura habitual en la cual parece que un
vigilante trabaja más y mejor que si se encontrase sentado, don Alberto
que se había incorporado para despedir al comisario se dirigió hacia
su escritorio y tomando asiento en su sillón invitó con un gesto a Rafael
para que le imitara.
– Quiero saber qué opinas sobre el nuevo sistema de seguridad-.
Era la forma característica de actuar de don Alberto, directo al asunto,
sin rodeos, sin adornos, sin dilación.
– Es un buen plan de protección, en mi modesta opinión de advenedizo
resulta un tanto estricto para las características de este edificio,
excesivo, exagerado me atrevería a decir, pero en líneas generales es
un buen programa.
– ¿Hemos mejorado entonces?
– En algunos aspectos sí. Antes había menos medios materiales y
humanos y las normas eran insuficientes, ahora hemos pasado sin
transición a un diseño totalmente diferente, pero en cuestión de seguridad
más vale que sobre que no que falte. En mi opinión en el término
medio está la virtud, algo intermedio entre el anterior diseño y el actual
esquema sería lo ideal, una normativa que permitiera al vigilante
decidir y no solamente le obligue a obedecer. De todos modos la peor
decisión, siempre según mi personal punto de vista, claro, ha sido
prescindir de los antiguos vigilantes del edificio, tenían una gran experiencia
y se hubieran adaptado bien a cualquier cambio.
– ¿Qué opinión te merece Dionisio? Yo tengo la impresión de que en
los últimos tiempos ha cambiado, como si se le hubiera subido a la cabeza
su éxito.
– Me permitirá que no le responda a esta pregunta señor, como decía
mi abuelo: si no puedes hablar bien sobre alguien mejor guarda silencio.
Además yo le conozco a usted muy bien y mi opinión no le vale,
de nada serviría que yo le dijera “es un inútil”, o al contrario, “es un
gran trabajador” usted no lo creería hasta comprobarlo por sus propios
medios.
– Vaya-. Dijo con una sonrisa en los labios entre sorprendida y complacida-.
Me conoces mejor que muchos de mis trabajadores.
– Llevo diez años trabajando en este edificio señor, usted no era
Presidente aún cuando yo llegué, en todo ese tiempo, si observas tu
entorno, llegas a conocer a las personas, incluso llegas a conocer al
edificio.
– Y ¿cómo te llevas con el nuevo jefe de equipo?
– Carlos no es mal compañero, pero para conservar su puesto y los
privilegios inherentes a éste debe ejecutar todas las órdenes dictadas
por Dionisio. Sus actos no son propios sino acciones del jefe de seguridad,
por tanto no debe reprochársele nada, excepto su obcecada obediencia
y su acentuada ceguera.
– Bien, gracias por tu sinceridad Rafael, me ha sido de gran utilidad,
y enhorabuena por lo del lunes, estoy orgulloso de ti y de tu trabajo tanto
dentro como fuera del edificio. Por cierto, sobre la muerte de ese chico,
Álvaro, sé que te afectó mucho, a mí también me dolió aunque no lo
conocía demasiado, le he pedido a Dionisio que se investigue a fondo,
no quiero que se nos escape ningún detalle, quiero saber la verdad.
– La investigación no arrojará luz sobre el asunto. En este edificio
moran los fantasmas, eso Dionisio nunca lo pondrá en un informe. Álvaro
murió de miedo, se sintió acosado, acorralado por los espectros.
– Eres muy contundente en tus afirmaciones, a mí no me resulta
sencillo creer en fantasmas y por tanto no estoy en disposición de considerar
esa versión.
– Pase usted una noche solo en este edificio y cambiará su opinión-
, añadió el vigilante con seguridad-, es lo que me ocurrió a mí, es lo
que le ocurrió a Álvaro.
– ¿Si es cierto lo que afirmas por qué sigues aquí? Yo no podría ni
entrar al edificio.
– Tantos años entre estos muros- Rafael se encogió de hombros como
siempre hacía- llega el momento en que uno empieza a perderle el
respeto a los fantasmas y que incluso llegan a ser buena compañía. Al
fin y al cabo son lo único que nos queda vivo.
– Los demás vigilantes no comentan nada sobre esos hechos insólitos,
¿por qué?
– Unos lo hacen por miedo o respeto a lo desconocido, otros callan
por miedo a lo conocido, es una de las consignas de Dionisio, los fantasmas
no existen-. Volvió a encogerse de hombros, la consigna de
Dionisio parecía poner punto final a la conversación, los fantasmas no
existen.
– Por favor regresa a tu tarea y dile a Dionisio que suba, tendré que
darle alguna clase de explicación sobre la presencia de la policía, ¿crees
que debo contarle la verdad?
– Como persona desde luego no se lo merece, por el contrario, como
jefe de seguridad supongo que tiene derecho a saberlo.
– De acuerdo, gracias de nuevo Rafael, y recuerda si necesitas algo
estoy siempre a tu disposición.
– Gracias a usted señor, hasta luego.
La desesperación hacía presa de Dionisio y éste contagiaba su estado
de ánimo o de desánimo a Carlos, entonces llegó Rafael con gesto
inexpresivo, con cara de póquer.
– Dice Don Alberto que haga usted el favor de subir a su despacho.
Dioni salió velozmente y sin hablar, subió las escaleras como una
exhalación, mientras tanto Rafa dirigiéndose a su jefe de equipo añadió:
– ¿Te importa permanecer un poco más ocupándote del control de
accesos?, con todo este jaleo no he desayunado ni he podido ir al baño.
– No, no me importa, ve, pero no tardes, tengo tarea pendiente con
Dioni en el despacho.
En aquellos instantes don Alberto ponía al corriente a Dionisio del
acto heroico protagonizado por Rafael. El presidente hablaba y su empleado
escuchaba y asentía cada vez más atónito. Existían dos puntos
de vista respecto a lo acontecido, el de don Alberto: henchido de orgullo
por la actuación del vigilante y a quien sin duda le hubiese gustado
hallarse en su lugar para hacer exactamente lo mismo; y el del responsable
del departamento de seguridad: juzgando a aquel hombre un
irresponsable, un loco peligroso con delirios de grandeza, Dioni no veía
mas que inconvenientes y desgracias, en primer lugar veía a Rafael
como potencial objetivo de ataques terroristas y por extensión opinaba
que idéntico peligro corría la empresa y todos los trabajadores del edificio;
además veía que aquel acto serviría para que el vigilante se hiciera
todavía más popular entre los empleados, de hecho ya estaba observando
cierta y peligrosa euforia en las palabras del presidente, si algo
no le interesaba a él era la popularidad de Rafael y su inherente
consolidación como héroe nacional. El presidente le rogaba discreción,
¡qué iluso!, por supuesto que sería discreto, cuanto menos se supiera
de aquella acción mejor para todos, cuanto menor importancia se le
concediera mejor para él. No es fácil despedir a un héroe, es mucho
más sencillo librarse de un vigilante anónimo, de un ciudadano sin
nombre y de segunda categoría.
Lívido.
Lívido estaba Dionisio cuando terminó la entrevista con don Alberto,
pidió permiso, casi sin voz, para utilizar la puerta trasera del despacho
del presidente para marcharse, dicha puerta conducía directamente a
la escalera del garaje, y por tanto, tenía su inicio a pocos metros del
acceso a la oficina del jefe de seguridad, no quería ver a nadie, no deseaba
ser visto por nadie en el trayecto hasta el baluarte de su despacho.
Cuando por fin entró en su guarida Carlos ya se encontraba allí
aporreando el ordenador.
– ¿Qué te pasa?- Interrogó francamente preocupado, estás pálido,
parece que te hubieras cruzado con un fantasma.
– ¡No!, será eso lo único que todavía no me ha ocurrido hoy, de todos
modos no lo digas en voz muy alta, no tientes a la suerte, en este
edificio todo es posible.
– Sí, tienes razón, es mejor no nombrar la soga en casa del ahorcado.
– Por cierto, ya sé cual era el tema de conversación de esta mañana
entre las secretarias y el listillo. Las muy arpías, todas lo sabían y ninguna
me ha dicho nada, ni una triste pista miserable, eso indica una
sola cosa, les resulta más simpático que yo.
– Y ¿cuál era ese asunto tan secreto?- Interrogó Carlos rebosando
curiosidad por todos los poros de su piel.
– Pues verás Carlitos, ahora resulta que el sabiondo es un súper héroe.
A lo largo y ancho de toda la jornada laboral las conversaciones del
personal del edificio, como las de todo el país, tuvieron un denominador
común, un mismo acto, un mismo protagonista; algunos de los
conversadores conocían la identidad del actor, otros lo ignoraban; unos
lo adoraban, otros, pocos, lo odiaban y casi todos, consciente o inconscientemente,
lo envidiaban.
A Rafael le restaba poco más de media hora para finalizar su servicio,
todo estaba hecho, el deber había sido cumplido, sólo le restaba
aguardar, esperar a que su compañero, quien por cierto ya estaba en el
vestuario cambiándose de ropa, bajara y lo relevara. Estaba cansado y
era el suyo un cansancio acumulado en las últimas semanas por los
acontecimientos y el exceso de trabajo; sin embargo la proximidad de
su cita con Eva lo estimulaba, descolgó el teléfono con un acto reflejo,
quería confirmar que de verdad tenía una cita.
– Diga-. La voz sensual de Eva tenía un tono de enfado, el característico
de una persona a quien el timbre impertinente del teléfono saca
de la concentración necesaria en su trabajo.
– Hola Eva soy yo-. Dijo Rafael un tanto amedrentado por la forma
de responder de la joven.
– ¡Ah!, hola, ¡qué susto me has dado!, pensaba que una llamada a
última hora sólo podía significar trabajo adicional para mi jornada de
hoy.
– Pues no, no es una llamada de índole laboral, yo precisamente te
llamaba para saber cuánto te queda para salir, a mí ya me van a hacer
el relevo y si no recuerdo mal teníamos una cita.
– Yo tardaré aproximadamente una hora. ¿Serás capaz de esperarme
durante ese tiempo?
– Por supuesto que sí, me cambiaré tranquilamente, te esperaré en
la Taberna del Renco. Pero, no te sientas obligada, si estás cansada,
tienes trabajo o simplemente no te apetece lo dejamos para otro momento.
– No me siento obligada, no tengo trabajo ni autorización para permanecer
en el despacho aunque lo tuviera y cansada sí estoy pero precisamente
por ello necesito unos instantes de asueto, nos vemos allí en
una hora o si puedo antes.
El vigilante posó el auricular en la cuna del aparato con una sonrisa
en su rostro fatigado y justo en el instante de cortar la comunicación
sintió un repentino y terrible silencio.
Un silencio abrumador envolvía al edificio, transmitía frío a su piel y
un zuñido molesto a sus tímpanos. Se concentró y prestó atención a su
alrededor, sabía que el silencio, como en otras ocasiones, ocultaba una
profecía. No había nadie por los pasillos, la nada había invadido el lugar,
las cámaras de seguridad no captaban movimiento ni ser vivo alguno,
sólo se percibía el molesto zureo de las palomas nerviosas arriba
en el tejado. Era aquél un silencio zumiento que vertía gota a gota sobre
él el jugo agraz de su profecía.
Y de repente, sin causa aparente, sin explicación coherente y por
supuesto sin que nadie la tocara, la radio subió su volumen, ella sola.
El aparato siempre se encontraba encendido, Rafa, a menudo le quitaba
la voz pues le molestaba para la eficaz realización de su trabajo; en
aquél preciso instante lo había reducido a su mínima expresión, al mutismo
casi absoluto para mantener con Eva una tranquila conversación
telefónica, y de improviso el volumen era alto, demasiado alto, casi
molesto. Llamó su atención la canción que estaba escuchando, no era
aquélla una franja horaria en la cual la música fuera la protagonista de
las ondas, por el contrario, lo habitual eran los programas de entrevistas,
informativos, o tertulias, pero no obstante en el punto del dial que
sintonizaba el aparato había música, y buena música por cierto. “We
are the champions” del grupo Queen, la voz especial y privilegiada de
Fredy Mercury inundaba el pequeño habitáculo del centinela y rompía
el silencio. La canción le obligó a pensar en Álvaro, pues era su tema
favorito de Queen. Le gustaba la canción pero el volumen era excesivo,
demasiado elevado. Quiso bajarlo un poco y...
Y no pudo restar volumen al aparato porque cuando estaba a punto
de rozarlo se desplazó, la radio se movió alejándose de él, como si la
mano de Rafael fuese de un material que repeliera al del aparato receptor.
Rafael se aproximó despacio, perplejo, sin intención de tocar el
aparato y no obstante éste volvió a desplazarse, solo, sin causa aparente,
sin motivo ni explicación. Al vigilante se le erizó todo el vello de
su cuerpo ante aquél extraño acto de telequinesia. Se agachó con gesto
brusco y una tremenda determinación, buscó bajo la mesa el enchufe
que conectaba la radio a la red eléctrica y tiró violentamente del cable.
Los acordes de la canción flotaron un tiempo todavía en el aire viciado
del cuartucho, como si el aparato no necesitara electricidad para
funcionar, como si se negara a ser desconectado; no obstante, finalmente
cesaron las notas musicales, el silencio regresó de modo tan
brusco como se había marchado, pero no cesaron los fenómenos extraños,
de repente se iluminó la pantalla del ordenador. A Rafael no le
gustaban aquellos trastos que quitaban el trabajo a un vigilante y a
menudo dejaban en evidencia al que los manipulaba, sabían hacer tantas
cosas aquellas máquinas infernales, pero desde luego no creía que
fueran capaces de encenderse solos. En el teclado, sobre su mesa, algunos
botones comenzaron a moverse, unos dedos invisibles se posaban
en ellos presionándolos con habilidad, en la pantalla aparecieron
unas letras, luego unas palabras, después unas frases...poco a poco se
materializó un mensaje, pero un mensaje ¿de quién y para quién?
Lo hiciste muy bien, cogieron a esos cobardes asesinos gracias a tu
actuación, ahora debes tener cuidado, mucho cuidado, el enemigo está
dentro de la casa, mantén tus ojos bien abiertos, aunque creas estar
solo, ellos están contigo. We are the champions, adiós.
Rafael palideció, presenció con estupefacción y miedo como el ordenador
se apagaba del mismo modo misterioso e increíble en que se había
conectado, la pantalla se oscureció, se hizo de noche en ella y reflejó
así la lividez de su rostro confuso; todavía tenía el cable de la radio
en la mano cuando, medroso, preguntó al silencio.
– Álvaro, ¿eres tú?
– No compañero, no soy Álvaro, soy Fernando, ¿qué demonios te
ocurre?, ¿se te traspapelan los nombres en el cerebro?- Interrogó su
compañero dispuesto a hacerle el relevo.
– No, no, es que te pareces a un amigo mío y se llama así, por eso
me he equivocado de nombre-. Se disculpó Rafael mintiendo.
– Y ¿por qué has desenchufado la radio?
– Me molestaba el volumen.
– Pues hubiera sido más sencillo bajar la voz que agacharse a tirar
del cable, vamos opino yo.
– Eso es lo que tú te crees-. Pensó, y sin embargo dijo mintiendo de
nuevo-. Sí, pero resulta que estaba ya agachado, se me cayó el bolígrafo
y al recogerlo fue cuando tiré del cable.
Hacía mucho tiempo que Rafael no precisaba ir a tomar una copa
después del trabajo, aquel día sí sintió esa necesidad, beber para olvidar,
o por lo menos para templar sus nervios. Al llegar al vestuario soportó
el peso del silencio sobre todos sus músculos, se cambió de ropa
a una gran velocidad, casi de forma atropellada, le agobiaba la soledad
del estrecho cuarto, no soportaba la expectante quietud más propia de
un sepulcro. Salió a la calle deprisa, ya en el exterior se encontró más
cómodo y decidió dar un paseo antes de dirigirse a la Taberna del Renco.
Caminaba despacio, pensaba deprisa, las baldosas de la acera pasaban
lentas bajo sus pies, las imágenes de los últimos misterios sufridos
pasaban rápidas por su cerebro. Pensaba en el atentado y en la
posterior persecución; recordaba la conversación telefónica mantenida
con Eva y el posterior silencio; meditaba sobre el desplazamiento inverosímil
de la radio al intentar bajar el volumen y en el posterior mensaje
del ordenador; pensaba en Eva y en el futuro de sus vidas y le
asaltaba la imagen de Álvaro y el pasado de los muertos.
La noche era cerrada, hacía frío, el tiempo no era el idóneo para pasear.
Los pocos peatones que deambulaban por la Plaza de Chueca la
atravesaban raudos y desaparecían engullidos por los edificios y sus inquietantes
sombras, todas las personas iban con premura, a Rafael le
surgió la duda de si su prisa era debida al frío o a la presencia de un coche
patrulla de la policía municipal estacionado sobre la acera y con las
luces encendidas. También él aceleró el paso, lo hizo por culpa del frío,
subió por la calle Graviña y giró a la derecha en la esquina de Pelayo,
se dirigía al lugar de su cita con Eva. El camino elegido le llevó a pasar
por la puerta del garaje del edificio donde trabajaba, iba a saludar al
compañero que se encontraba de servicio cuando un coche estacionado
cerca del acceso al aparcamiento reclamó su atención. Se trataba
de un todo terreno de color gris con los cristales traseros completamente
negros, no era la primera vez que lo veía, lo había observado
varias veces a lo largo del día pasando por la calle a velocidad reducida.
Se acercó a su compañero para comunicarle sus temores.
– Hola Enrique.
– Hola Rafa, ¿todavía continuas por aquí?
– Sí, estaba dando un paseo, me gusta caminar al terminar mi jornada,
para relajarme un poco. Oye, por cierto, has visto ese coche, el
todo terreno gris.
– Sí, ¿por qué lo preguntas?
– ¿Cuánto tiempo lleva ahí estacionado?
– Una media hora, me he fijado bien en él, ¿sabes?, porque lo conducía
una rubia de ésas que te quitan el hipo-. Adujo el vigilante guiñando
un ojo.
– Pues a mí me parece sospechoso, a lo largo del día lo he visto pasar
por esta calle en cuatro o cinco ocasiones a velocidad muy lenta.
– Bueno eso no es raro, estaría buscando aparcamiento, no es fácil
estacionar en esta zona.
– Puede ser, de todos modos ten cuidado, no lo pierdas de vista,
mañana me cuentas si has detectado algo extraño-. Se despidió y continuó
su camino, al pasar junto al vehículo sospechoso echó un discreto
vistazo a su interior. Sólo podía ver las dos plazas delanteras, pues
los cristales traseros eran tan oscuros que resultaban opacos y no permitían
ver dentro. En la parte delantera no vio nada, ningún objeto visible,
ni cintas de casete, ni llaves, ni maletines, ni bolsos, ni siquiera
pañuelos de papel. Eso también le pareció extraño. Decidió memorizar
la matrícula M- 3051 – MU. Alzó el brazo hacia su compañero en gesto
de despedida definitiva y continuó caminando a buen paso, tenía una
cita y no quería llegar el último.
La velada fue muy agradable, si bien Rafa sacó de ella dos conclusiones.
De un lado la evidencia de que Rosa no era la misma persona
tras la muerte de su novio, parecía eternamente cansada, su rostro
siempre demacrado, sus ojos enrojecidos y bajo ellos unas profundas
ojeras perennes, y lo más preocupante de todo era su extrema delgadez,
evidente en el rostro donde los pómulos sobresalían prominentes,
y acentuada en el cuerpo por su atuendo habitualmente oscuro donde
cada vez sobraba más tela. Seguía trabajando todos los días, pero no
lo hacía con la alegría que antes le caracterizaba sino con una cansera
creciente, con galbana y en ocasiones casi con ausencia, como si fuese
ajena a este mundo o estuviera en otro lugar del planeta. Además les
había confesado que no se encontraba bien y que iba a someterse a un
reconocimiento médico en breve espacio de tiempo.
La segunda conclusión de Rafa fue la certeza de que Eva nunca se
fijaría en un tipo como él por muy héroe que fuera, por tanto decidió no
aspirar a nada excepto a una profunda amistad llena de cariño; por
descontado quedaba descartado el amor, restaba únicamente la remo-
ta ilusión del sexo, pues quizá, la forma de entender la camaradería de
Eva no excluyera el sexo esporádico como una extensión de su afecto.
Rafael no comentó a Rosa los extraños sucesos vividos por la tarde
durante su trabajo y por supuesto tampoco se los comunicó a Eva, no
quería incentivar su obsesión por el espíritu de Álvaro. Parecía enamorada
de él, enamorada de un fantasma.
Faltaban unos minutos para la media noche cuando se despidieron
de Rosa y abandonaron el local, era mala hora para moverse en transporte
público y ninguno había traído coche, decidieron caminar hasta
Gran Vía y tomar allí un taxi que primero dejara a Eva en su casa y luego
hiciera lo propio con Rafael.
– Vamos por aquí-. Pidió Rafa indicando el principio de la calle Pelayo-.
Hay menos gente que por Hortaleza y además así tendré ocasión
de efectuar una comprobación.
– De acuerdo, pero ¿qué quieres comprobar?, ¿acaso espías a tus
compañeros cuando están de servicio, no confías en ellos?
– ¡Oh no!, no es eso, es que esta tarde al salir vi un vehículo estacionado
cerca de nuestro garaje y me resultó sospechoso, me gustaría
comprobar si todavía está allí.
– Eso es deformación profesional y principio de esquizofrenia, te
ocurre exactamente lo mismo que le sucedía a Álvaro, nunca daba por
finalizada su jornada, siempre estaba alerta, vigilando, dispuesto a
combatir el mal-. Adujo Eva un tanto molesta.
– Sí tienes razón, discúlpame, pero tengo curiosidad y en realidad
nos da lo mismo ir por un lado o por otro.
Finalmente Eva accedió y caminaron despacio y en silencio por la
desierta calle Pelayo.
– No está-. Dijo Rafa-. Estaba aquí, se ha ido ya.
– Y eso, ¿es bueno o malo?
– Malo-. Fue la escueta y sincera respuesta de Rafa quien ya elucubraba
diversas conjeturas en su cerebro.
– ¿Puedo saber por qué?
– A lo largo del día ese coche ha pasado cuatro veces por esta calle
y otras tantas por la puerta principal del edificio. Después, al cabo de
un rato largo de tiempo se encontraba aquí estacionado, la única explicación
factible desde mi punto de vista sería que se tratase de un vecino
del barrio en busca desesperada de aparcamiento, pero de ser así,
¿por qué se ha ido tan pronto?
– Bueno tal vez fuese alguien que iba a realizar una gestión por esta
zona o a efectuar compras.
– Puede, pero no lo creo, alguien que va a un asunto para poco espacio
de tiempo no permanece dos horas dando vueltas buscando
aparcamiento, hay un garaje público en la calle Graviña a menos de un
minuto de aquí, siempre es mejor opción que dar vueltas y más vueltas.
– Pues entonces se trataría de un vecino con mala suerte, ha encontrado
aparcamiento con mucha dificultad y luego le ha surgido un
imprevisto y ha tenido que marcharse de nuevo-. Dijo Eva con creciente
mal humor.
– Sí-. Dijo Rafa sin convicción tratando de no contrariar más a su
compañera-. Seguramente esa es la posibilidad correcta. Vámonos y
olvidemos el incidente.
Al pasar junto al garaje vieron la puerta abierta.
– Mira-. Dijo Eva-. Está abierto, son más de las doce de la noche,
¿no debería estar cerrado?
– Sí, debería, vamos a acercarnos con cuidado.
Se cruzaron de acera y semi escondidos entre los coches estacionados
observaron el interior del garaje. Había un coche de un color nada
discreto con los emblemas de la compañía de seguridad a la cual pertenecía
Rafael, también observaron la presencia de dos hombres vestidos
de paisano y un poco más adentro, y de uniforme, por supuesto,
Fernando, el vigilante de servicio.
– No pasa nada anómalo-. Dijo Rafa más calmado y tratando de
tranquilizar también a Eva-. Es el inspector de nuestra empresa, habrá
venido a supervisar el servicio, es algo habitual visitar los centros de
trabajo de forma periódica. El vigilante es Fernando y a su lado está
Quiqe, el compañero del garaje, quien por cierto ya ha finalizado su
servicio y se marcha, por eso está vestido con ropas de calle-. La explicación
había sido satisfactoria para Eva quien ya se incorporaba saliendo
de su incómodo escondite con una sonrisa en los labios y murmurando
sin demasiado humor:
– Entre todos conseguiréis volverme paranoica-. Apenas hubo terminado
la frase Rafael tiró de su brazo con brusquedad, tenía la firme
intención de permanecer oculto.
– Espera un momento, ¿qué están haciendo?
Ambos se mantuvieron observando la escena con gran expectación
desde el baluarte de los coches. El inspector se dirigió hacia el vehículo
de la empresa y de su interior sacó una bolsa grande de plástico, lo
que hizo sospechosa su actuación fue que antes de hacerlo miró furtivamente
a ambos lados de la calle con insistencia en el gesto. De la citada
bolsa extrajo unas cuantas cajas de cartón, dio una al vigilante
que ya había finalizado su trabajo y éste le entregó un manojo de billetes;
luego, y tras volver a mirar nervioso por encima de su hombro hacia
ambos lados, el inspector pasó otras tres o cuatro cajas al vigilante
que aún se hallaba de servicio, a cambio de las cuales éste le introdujo
en las manos un fajo de billetes de mayor valor y de mayor tamaño
que el entregado anteriormente por Enrique. El inspector guardó la totalidad
del dinero en sus bolsillos, ocultó las cajas sobrantes en el interior
del coche y posteriormente dio la mano a ambos vigilantes y se subió
al vehículo dispuesto a marcharse.
– ¿Qué crees tú que contienen esas cajas?- Interrogó Eva.
– No lo sé, drogas supongo, ¿qué otra cosa puede ser?
– Sí es verdad, a ese precio o son drogas o son diamantes, pero
desde luego nada lícito.
– Vámonos-. Dijo Rafael a Eva-. Será mejor que no nos vean-. Y en
cuclillas continuaron avanzando en dirección hacia la Plaza de Chueca -
. En su huida pudieron oír la voz del inspector dirigiéndose a Enrique.
– Si quieres te acerco a algún sitio Quiqe, no tengo prisa.
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La profecia del silencio:La profecia del silencio 29/1/10 16:11 Página 117
– Vale gracias-. Respondió el vigilante cuya jornada había finalizado
subiendo al coche.
Se habían incorporado, caminaban a buen paso alejándose sin ser
descubiertos. Oyeron dos portazos consecutivos y el vehículo inició su
marcha, las luces del coche iluminaron toda la calle y esa ráfaga les
afectó también a ellos. Eva miró de soslayo por encima de su hombro,
su rostro reflejaba temor cuando dijo:
– Nos van a ver y te reconocerán.
Pasaban junto a un bar cuyas puertas acababan de cerrarse, no podían
ocultarse en su interior, entonces Eva empujó a su compañero hacia
la penumbra del acceso al local clausurado, se abalanzó hacia él y
comenzó a propinarle un apasionado beso. En ese instante el coche de
la empresa de seguridad pasó a su lado. Rafael correspondió al beso de
Eva una vez recuperado de la sorpresa inicial, cuando el vehículo desapareció
tras la esquina próxima Eva separó sus labios de los de su
acompañante, fue entonces cuando en el rostro de Rafael se dibujó una
gran sonrisa de complicidad y dijo:
– Sabía que resultaba irresistible para las mujeres pero no imaginaba
que mi atractivo llegara a este punto.
– No te hagas ilusiones querido, lo he hecho para ocultarte y que no
te reconocieran.
– Sí, lo sé, pero me ha encantado, puedes besarme siempre que
quieras sin ningún problema-. Ambos comenzaron a reír y Eva exclamó.
– ¡Cállate tonto! ¿Crees que nos habrán visto?
– Seguro que nos han visto pero dudo de que nos hayan reconocido.
Venga vámonos a casa, esto de jugar a los espías es muy cansado y
mañana debemos madrugar.
El ruido estruendoso de la puerta del garaje al golpear la cerradura
y terminar de encajarse hizo volverse a ambos jóvenes hacía atrás.
Llamó entonces su atención una tenue luz en una de las ventanas de la
segunda planta, una débil luz que de ningún modo podía pertenecer a
un fluorescente o cualquier otro artefacto eléctrico de los utilizados en
las oficinas del edificio, sino más propio de una vela o un pequeño fanal
de gas característico de otras épocas.
– Mira, hay luz en mi despacho-. Adujo Eva con evidente sorpresa-.
Yo la he apagado al salir y allí ahora no hay nadie, al vigilante no le ha
dado tiempo de subir tan deprisa-. No hubo respuesta, sus palabras se
perdieron en el silencio de la noche.
Ahora la luz reflejaba la sombra de una silueta oscura junto a la
ventana. Un brazo misterioso se alargó en toda su extensión y cerró el
postigo que permanecía abierto, después la vela iluminó un rostro pálido
aunque imposible de reconocer en la distancia. Una mano lánguida
se alzó en un gesto de despedida, luego la luz desapareció y con ella
cualquier vestigio de la misteriosa aparición.
– A veces no doy crédito a lo que ven mis ojos-. Susurró Rafael.
– Es Álvaro-. Adujo Eva-. Su alma está encerrada, prisionera en ese
edificio.