lunes, 28 de enero de 2013

Brillo del tiempo







 De estas fotografías cuyo autor es el guionista y fotógrafo francés Jean Marc Auclair y, con el propósito de participar en un concurs, surgió este relato que titulé "Brillo del tiempo".




Despertó.
            Debía estar haciéndose mayor, jamás se dormía en el metro y hoy no solo se había quedado transpuesto sino que además se había pasado ya su estación, ¿estarían haciendo mella los veinte últimos años de su vida en su vida? Al menos ningún taimado ladronzuelo había aprovechado su cabezada para robarle la cámara que colgaba de su cuello, eso sí hubiera sido un desastre.
            Decidió bajarse en la próxima y regresar caminando, el día era limpio y claro, la temperatura bonancible, casi cálida, el mediodía era perfecto para desplazarse en metro, entre oscuridad, carreras, muchedumbres y malos olores... es ironía.
            Aguardó la llegada de la próxima estación en pie para no volver a sestear, impaciente junto a la puerta, y, en cuanto pudo, salió a toda prisa de aquella prisión voluntaria y subvencionada.
            Recibió con enorme placer la tibia caricia de los rayos solares, respiró hondo el aire exterior, algo contaminado pero no en avanzado estado de putrefacción como el del interior del suburbano. La diosa fortuna había querido dejarle en la entrada de un famoso parque madrileño que debería atravesar para desandar el camino involuntariamente recorrido y llegar a casa. Definitivamente sí estaban haciendo mella los últimos veinte años de su vida, consideraba la habitación del hotel como su casa.
            Entonces la vio. Su sonrisa, el color tostado de su piel a juego con el de sus ojos, el cabello ensortijado en guedejas desordenadas, su ropa demasiado llamativa y sensual, su voz dulce, que mal entonaba en castellano por aproximación, una frase osada.
            - Es temprano pero te hago lo que quieras por 15 pavos.
            Rozaría la treintena por exceso o por defecto mientras él por inercia doblaba sin remilgos esa edad; a lo más que podía y que quería aspirar era a tomarle unas fotografías. De ese modo lanzó una oferta irrechazable.
            - Te doy 20 si me permites hacerte unas fotos- dijo mostrando su cámara.
            - ¿Solo fotos? ¿Con la ropa puesta? Hecho- dijo tendiendo la mano diestra con la palma abierta.
            Posó un billete en la mano de la mujer y su objetivo en su cuerpo de hetaira. Captó detalles del escueto vestido iluminado por el sol, del rostro bello aunque ligeramente castigado por las inclemencias del tiempo, del cabello castaño que volaba libre rozado por la brisa suave. Media hora más tarde se despidió dándole las gracias.
            - Si otro día quieres más fotos o... lo que sea, estaré por aquí- le gritó en castellano chapurreado con desparpajo cuando ya se marchaba.

Seleccionando las instantáneas tomadas días antes se fija en un detalle que le había pasado desapercibido hasta el momento. El discreto destello de unos humildes pendientes despierta la memoria y aviva los rescoldos del recuerdo. Corre a su archivo y busca, muy pronto halla una serie de tres fotografías tomadas en Egipto años atrás.
            Idénticos pendientes pese al paso de los lustros, tal vez la misma sonrisa, el mismo cabello; tal vez la misma persona, inocencia perdida en los juegos de la vida.
En una mano lleva la cámara, en la otra las fotografías separadas por el devenir del tiempo, unidas por unos aretes baratos. Sale deprisa hacia el parque de nombre premonitorio con la esperanza de atravesar veinte años y recuperar... ¿qué? Tal vez el brillo del tiempo... ¿perdido?

jueves, 24 de enero de 2013

La hierba del duque




Nada más leer la frase con la que debía comenzar el relato de esta semana: "Mientras suelto las pastillas en las hierbas altas" vino a mi mente una obra que hace poco he releido, Requiem por un campesiono español y también la frase de Paco el del Molino: Vamos a quitarle la hierba al duque.
Ya sabemos qué le pasó a Paco el del molino pero, ¿qué pasaría hoy si los ciudadaanos indignados y hartos de la situación actual, decidiéramos cortarle la hierba al duque?

Os dejo mi relato "La hierba del duque", espero que os guste.



Mientras suelto las pastillas en las hierbas altas viene a mi cabeza una frase que no sé por qué recuerdo: “Vamos a quitarle la hierba al duque”.
            Repito esa frase sin querer y no soy capaz de acordarme para qué me recetó el médico esas píldoras.
            Las verdes para el colesterol ¿o eran contra la corrupción?, amarillas para el azúcar, ¿o contra la injusticia?, blancas, ¿para el ácido úrico o para la libertad?
            No me acuerdo. Mientras libero grageas de colores murmuran mis labios un nombre: “Paco el del Molino”, al pronunciarlo las pastillas salen corriendo y gritando: “Qué pasaría, Paco, si le quitáramos la hierba al duque”.

lunes, 21 de enero de 2013

Vida leída, libro vivido








De esta fotograía, cuyo autor es Santi Martín (http://www.flickr.com/photos/santi_martin/), salió este relato para un concurso. Espero que os guste.
 

Toda la vida en el mismo banco del mismo rincón del parque cercano a su casa que fue antaño la de sus padres. Los pies descalzos al tibio sol, algo más arrugados cada día, quizá un poco más cercanos; el cuerpo encoje con la edad. Los brazos envejecidos y no obstante fuertes de tanto sujetar libros. Algo cansada la vista, pero las gafas suplen ese engorro; sempiterno tocado negro riguroso, baluarte de fríos y calores.
            Banco de madera tallada por el tiempo, castaño repleto con grabados de iniciales y corazones de enamorados; segundo hogar, primera biblioteca. Viaja su plétora memoria  enfrascada en lectura hasta la primera vez que recordaba haber estado allí, leyendo con papá un cuento; después su primer poema; su primer amor, su primera caricia y también en ese mismo sito, su primer beso. Y muchos libros, muchos besos, padres que un mal día ya no se sientan en el banco; hijos a quienes leer nuevos cuentos y, más libros, algunos releídos; ley de vida cumplida y reescrita, soledad, literatura, todas las mañanas visita obligada… placentera.
            Los dos han tenido suerte a su modo, han tenido una buena existencia. Ella fue feliz, tampoco pidió imposibles ni fue demasiado exigente. Publicó varios libros, tuvo cierto éxito y ahorró lo justo para seguir tirando. Bueno en realidad lo de ir tirando es un eufemismo, ahora, con la dichosa crisis, debe apretar un poco más el cinturón,  pero una persona sola no tiene grandes gastos y al menos, conserva su buena salud, dignidad sin mácula y una abundante biblioteca.
            El banco ha subsistido a los embates del clima y los envites del botellón; el ayuntamiento no lo ha recortado, ni a él, ni a su parque y aunque necesita una mano de pintura, que tardará unos presupuestos en llegar, todavía su savia y sus astillas soportan bien los rigores del invierno y los tórridos veranos.
            Lo que a ella no le agrada es hallar su banco ocupado por extraños, entonces no puede recostar su reumatismo a sus anchas, ni descalzarse; su banco es un objeto perdido y compartido, aunque se resigna y acepta compartir, no le queda otro remedio. Han cerrado los lugares donde antes iba el resto de los usuarios, les han dejado en la calle. Le interrumpen en la lectura, con su cháchara le restan concentración.
            - ¿Qué lees hoy, querida? ¿Es interesante la historia? ¿Cómo haces para ver la letras tan juntas y tan pequeñas? ¿No te marean las palabras y tanto pasar hojas a un lado y otro?
            A veces responde monosílabos y sonrisas, paciente; en otras ocasiones calla y se finge enfrascada en la lectura. Ellos no la comprenderían, ignoran que lleva allí toda su vida, leyendo, creando, viviendo; sin embargo su banco ya no es exclusivamente su banco, cada día es de más gente.
            Una mañana triste en la cual el cielo se tiñó de gris, una pareja asidua al mismo banco comentó:
            - Hoy no ha venido la amante de la literatura.
            - No, estará enferma, el invierno y sus alifafes, habrá cogido frío.
            - Tal vez, o quizá ya haya leído toda su vida o vivido todos sus libros.

sábado, 12 de enero de 2013

Remedio casero




En estos tiempos en que la desesperación conduce a muchos a intentar asuntos imposibles, remedios caseros, revisión del periodo de caducidad de alimentos... y sin que me falte el buen humor, eso nunca, he querido acordarme de la guerra del pan. Un elemento que se puede comprar por 20 céntimos la barra o por 2 euros. Y todos le sacan beneficio. 
En fin que les dejo un micro relato titulado "Remedio casero"



Hoy mamá va a probar con la pistola, dice que está desesperada, es el único remedio que le falta por probar. La veo zascandilear por la cocina esperando el momento. La espío, sé dónde  la guarda, no quiero perderme nada.
            La granada no funcionó, con todo lo que nos costó conseguirla, los infalibles remedios caseros de la abuela fracasaron sistemáticamente, estrepitosamente… a pesar de su fama de bruja y de manipuladora de hierbas y ungüentos, ningún conjuro surtió efecto, mira que si con una simple pistola mi madre le alivia el estreñimiento a mi hermano, quizá haya suerte, dice el farmacéutico que el pan tiene mucha fibra.

miércoles, 2 de enero de 2013

Ángel de enero








 Hoy hace once años, cómo pasa el tiempo. Felicidades Guille, felicidades Ángel de enero.



Y ¿quién me lo iba a decir a mí?
Que en tiempos de saldo
se me iba a extender la vida,
que la sangre se licuaría en sueños
y teñiría mi bandera con tu niñez.

¿Quién podía pensar?, a esta edad,
provecta e inmadura de contradicciones,
con el abyecto paso del destiempo
abocado al abismo de un destino desbocado,
que iba a tener en mis manos tanto amor.
Pequeño,
indefenso,
vulnerable,
y sin embargo,
tan poderoso.

No me atreví a imaginarte, pequeño,
supuse sin más espacio libre mi alma,
deduje que no me cabían más besos
en la boca anegada,
ni más cielo en mi constelación.

No pensé más princesas para mi cuento
ni más instrumento en mi orquesta
ni más ángeles en mi cielo.
¿Cómo iba yo a saber que faltaba todavía,
por descubrir, el paraíso?

¿Quién iba a decirme?, que en enero
ibas a construir mi palacio definitivo.
Que en enero iba a llegar la primavera,
que mis sílabas iban a bucear en tus ojos
suspiros inexpertos tiñendo de luz las tinieblas.

Quien iba a decirme que,
en enero de rebajas,
la estrella más dulce del firmamento
iluminaría de infancia mi agostado sendero
y de vida mi agotado invierno.

Pequeño, indefenso,
vulnerable y no obstante poderoso,
guárdame de nieve y frío,
guárdate de lluvias y Cierzos
porque te quiero, Ángel de enero.