viernes, 10 de enero de 2014

Una lápida sin nombre.





 Hoy se cumplen 49 años de la muerte de Frederick Fleet.

Como es uno de los personajes que más me impactaron, le dediqué un capítulo en mi libro El último secreto del Titanic. Copio y pego aquí el capítulo 26.

10 de enero de 1965

XXVI
UNA LÁPIDA SIN NOMBRE




Testificó en el juicio, no podía ser de otro modo y, la frase más
repetida pos sus labios fue: «Si hubiera tenido prismáticos habría
detectado el iceberg mucho antes y lo hubiéramos esquivado. Murdoch
dio las órdenes correctas, le faltó tiempo, apenas unos segundos
más y lo hubiera logrado, durante toda la noche William se
comportó como un héroe».
Aunque consiguió sobrevivir al naufragio, en realidad fue
una víctima más, aquella noche no la olvidaría jamás. Una larga
noche para atormentar su recuerdo y llenar de fantasmas su
alma.
El vigía del Titanic Frederick Fleet, bajó del nido del cuervo poco
después del impacto y trató de ayudar al resto de la tripulación a
preparar los botes salvavidas y organizar el rescate de los pasajeros.
Muy pronto Murdoch se fue quedando sin tripulantes y le ordenó
a Fleet subir a uno de los salvavidas, tripularlo y dirigirlo a una
zona donde se hallara a salvo de la succión hasta que llegaran otros
buques al rescate. Frederick obedeció y puso la barca de la cual era
responsable lejos de la zona de peligro hasta que al amanecer fueron
recogidos por el Carpathia.

El vigía afirmó durante el juicio, y lo repitió a todo aquel que le
quiso escuchar y pidió su opinión, que el oficial de guardia William
Murdoch actuó correctamente en todo momento, añadió que sus
órdenes fueron las adecuadas y a punto estuvo de lograr eludir el
témpano con ellas, solo le faltó un poco de suerte, le faltaron apenas
unos segundos más.
Unos segundos más, si hubiera visto el iceberg apenas diez segundos
antes, si hubieran contestado a su llamada unos segundos
antes...
Fleet pasó una mala época, los años siguientes al hundimiento
fueron muy duros. Siempre se consideró culpable del accidente del
Titanic por no haber descubierto el obstáculo a tiempo de sortearlo.
Junto a sus remordimientos, prestó servicio después en la armada
de su país y participó en la primera guerra mundial y también en la
segunda gran confrontación. No puede decirse que su vida fuera una
balsa de aceite, más bien todo lo contrario, un mar de sobresaltos.
El carácter alegre y desenfadado que poseía en el instante de embarcar
en el buque de los sueños se había agriado hasta tornarse
oscuro y depresivo.
En diciembre de 1964 sufrió un nuevo revés, su esposa falleció.
Una nueva depresión sobrevolaba amenazando su vida hasta que
pocos días después, apenas dos semanas más tarde, el diez de enero
de 1965, reunió el valor suficiente o perdió el valor que le quedaba
para afrontar una vida vacía y decidió ahorcarse. El informe de la
policía fue tajante, aseguraba que se trató de un claro suicido inducido
por la depresión.
Murió en Southampton, en el lugar donde todo empezó. Fue enterrado
en el cementerio de Hollybrook, en una tumba de beneficencia
abandonada en el silencio y presidida por una lápida sin nombre.
Treinta años después de su muerte, la Sociedad Histórica del Titanic
donó fondos y pusieron en su lápida anónima una placa con su nombre.
Apenas cinco palabras para recordarlo.
Frederick Fleet, vigía del Titanic.

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