miércoles, 22 de febrero de 2012

Regreso al nicho 1009






La niebla corta la oscuridad como un cuchillo y oculta a la luna que supongo y, deseo llena; la noche se puebla de bruma y en ella tiemblan voces; imagino espectros, siento presencia y… me nace el miedo.
            Adoleceré de falta de originalidad y diré que lo intuía, estas sensaciones confirman mis temores, fundamentan mis sospechas, esta noche es especial en este lugar y, para mí, será tétrica y larga.

            El valor no es una de mis virtudes, no obstante acepté este puesto de trabajo, en el cementerio, por pura necesidad de supervivencia. Había agotado la prestación por desempleo, mis ahorros se habían esfumado, no me podía permitir decir que no a una oferta laboral sea cual fuere y, por lo tanto dije sí. Y no todos los días me arrepiento, pero algunas noches sí.
            Y esta noche de luna llena tamizada de niebla, va a ser una de esas ocasiones en las cuales maldiga mi decisión, lo sé. Hace lustros que sucede y este año no va a ser una excepción, al contrario, precisamente este año, sucederá con más razón.
            En otras ocasiones he oído susurros, rumores; he sentido presencias, he presenciado presentimientos; he visto sombras deslizarse evanescentes, misteriosas; y, por si todos esos sobresaltos no fueran suficientes, cada treinta de octubre, sucede esto. Pura magia incomprensible o inexplicable que empieza con una mirada, unos ojos oscuros y muy abiertos que, ávidos de luz, me miran por un instante.
            Pero vayamos despacio y en orden cronológico, contaré primero lo acontecido ayer y luego, si hay ocasión, lo que suceda hoy según vaya ocurriendo.
            Ayer el día comenzó lloviendo. Una tormenta gris e infernal, con viento de ráfagas fuertes y gélidas. Septiembre había sido soleado y cálido, en cambio en octubre todo cambió; todo, no solamente el tiempo, y yo sabía que aquellos cambios eran un mal presagio, un funesto augurio…
            Aquel nuevo día no me gustaba y menos aun me atraía su noche. Los truenos no cesaban, parecían enfadados y no permitían la aparición del habitual y necesario silencio nocturno. Y eran truenos de esos desgarradores que interrumpen el descanso si has tenido la fortuna de haber conciliado el sueño, truenos hórridos de los que arrastran miedos consigo y ya no te permiten dormir si te sorprenden despierto.
            Las gotas de lluvia castigaban el mármol de las tumbas sin descanso. No sé cómo alguna vez llegué a pensar que era grato y relajante ese ruido estridente. De repente cesó el temporal, como si una parte de mis oraciones hubieran sido escuchadas y las peticiones formuladas en ellas, concedidas. Sin embargo, una tiniebla amenazadora y tan silenciosa que se podía escuchar su sonido, resultando este tan horrísono y estrepitoso como el de la furia de la tormenta, sucedió al chaparrón.
            El frío de la noche y la humedad persistente golpeaban en mi rostro manteniéndome despejado, el miedo me mantenía alerta, atento a cualquier sonido, a cualquier… mirada. En el cementerio apenas se vislumbraban sombras y de vez en cuando, con ayuda de los rayos, la intermitente blancura violenta de las lápidas impactando contra el fondo negro se las tinieblas.
            Y entonces lo vi.
            No era un fantasma esa figura oscura que ayer surgió entre las tinieblas dándome un buen susto, era mi predecesor en el puesto, un vigilante ya jubilado, aquél que había resistido tanto tiempo de misterios e incertidumbres en el cementerio de Orihuela, que ahora, ya apartado del servicio, apenas podía dejar de visitarlo a diario. Tal era la atracción que ejercía el camposanto.
            No me produjo demasiado pavor su presencia, lo había visto en otras ocasiones y supe enseguida que era él, que esta vez no era un espectro ni un engendro, que se trataba, al menos por el momento, de alguien humano y vivo.
            En cuanto puso el pie dentro del cementerio fui tras él, lo seguí, aunque bien sabía yo el lugar al que se dirigía. Al nicho 1009. Se detuvo en una zona casi en penumbra, allí donde la luz de las farolas del paseo nunca se atreven a entrar, frente a un nicho sin flores que ya nadie visita porque está vacío. El famélico esqueleto que sucedió al famélico cuerpo que lo habitaba, fue trasladado hace tiempo, en 1987 si no recuerdo mal, a otro panteón donde reposa en la actualidad junto a su esposa y su hijo.
            _ Miguel ya no está ahí y tú lo sabes mejor que nadie- dije sin saludo previo.
            _ Sí lo sé, pero aquí estuvo mucho tiempo, casi tanto como yo he estado cuidando de este recinto sagrado.
            _ Y ¿qué te trae hoy por aquí y a estas horas intempestivas?
            _ Mañana es su cumpleaños, ¿lo sabes, verdad? Su centenario para más detalle.
            _ Sí lo sé, es una fecha marcada en rojo en mi calendario.
            _ No temas, lleva años sucediendo, son sus amigos, vienen a saludarle, pasan un rato con él, lo felicitan según su propia ambigua tradición y, tal como parecen, se vuelven a marchar. No te pasará nada malo.
            _ Quizá, pero sigue sin gustarme, no consigo acostumbrarme.
            _ Este año será especial.
            _ Lo dices por que se trata del centenario de su nacimiento.
            _ Sí, pero hay algo más- me dijo tendiéndome un recorte de un periódico y poniéndolo al alcance de mi mirada. Solo leí el titular, no había luz suficiente para desenmarañar las pequeñas letras negras del resto del artículo que se apelotonaban confusas en la oscuridad, no obstante, con lo que vi fue suficiente para comprender de qué se trataba.
            “En breve aparecerán dos poesías inéditas de Miguel Hernández”.
            _ A estas alturas nuevos poemas, ¿crees que es cierto o es un titular más de la prensa sensacionalista con motivo del centenario?- no respondió pero por la forma en que me miró supe que sí. Creía que era cierto. Lo sabía.
            Estuvo mucho tiempo en silencio, mirando fijamente al nicho 1009, movía sus labios pero no emitía sonido alguno, pensé que rezaba, luego, de repente, comenzó a recitar un poema.
            _ “Sí se me acaba la vida
                 y de mí no sabes más
                 busca en la tierra de España
                 que cruzado a sus terrones
                 en ella me encontrarás…”
            _ Es uno de los poemas nuevos ¿verdad? Los tienes tú.
            _ Sí, es un romance, se titula: “Si se me acaba la vida”, el otro es una silva asonantada, su título: “El retorno”.
            _ Si me permites la pregunta, ¿cómo han caído en tus manos?
            _ Eran de mi padre, compartió literatura y trincheras con Miguel, fueron compañeros del mismo bando durante la guerra, estuvieron juntos todo el año 1937, el poeta le regaló dos poemas escritos de su puño y letra cuando se despidieron y sus vidas se separaron. Mi padre me los entregó poco antes de morir, poco antes de volver a ser compañero de Miguel aquí, en el cementerio, estos dos poemas eran su tesoro más querido, ¡están tan deterioradas las dos cuartillas de tanto manosearlas y leerlas que casi se les cae la tinta!
            _ ¿Estás completamente seguro de que son obra de Miguel Hernández?
            _ Totalmente seguro, además de tener el testimonio de mi padre, con lo cual ya sería suficiente garantía, he visto y estudiado sus características literarias, están plagados de referencias a su tierra amada, de ecos amorosos y sentimientos de dolor, de palabras de sangre y de gritos de muerte. Tienen todas las características de la escritura de Miguel.
            _ ¿Conservas entonces los originales con la letra del poeta?
            _ Los conservaba hasta hace un par de días, ahora no sé dónde están, aunque lo sospecho. Por estas fechas siempre me sucede lo mismo, desaparecen misteriosamente, no los encuentro donde los dejé, se evaporan abandonando en lugar donde los guardo, no hay caja fuerte ni combinación que consiga retenerlos. Vuelan. Después, al día siguiente de su cumpleaños, vengo a buscarlos aquí, al cementerio. Siempre los hallo al pie del nicho 1009. Siempre. Si mañana no pudiera venir yo, ¿quieres tú buscarlos pro mí y guardarlos hasta que yo regrese?
            _ Sí, los buscaré y si los encuentro los guardaré, pero ¿por qué razón no podrás venir tú, como siempre, a por ellos?
            _ No lo sé, es un presentimiento, una más de mis locuras. Desde que decidí publicar los poemas tengo una extraña sensación, como si no estuviera obrando bien, como si fuera a arrojar luz a una sombra secreta que no me pertenece y cuyo propietario prefiere mantener en la arcana penumbra de la inexistencia.
            _ Si en verdad hay dos obras inéditas de Miguel Hernández la humanidad debe conocerlas, no se pueden mantener en secreto, no se deben ocultar a la historia de la literatura y menos ahora, en plena celebración del centenario del nacimiento del poeta. No son tuyas, ni de tu padre, ni siquiera de Miguel, son patrimonio de la humanidad.
            _ Sí, piensas igual que yo, pero tal vez “ellos” no piensen lo mismo, mañana obtendremos la respuesta.

            Ya había amanecido cuando llegué a casa calado hasta los huesos y con frío en cuerpo y alma. La ducha consiguió hacerme entrar en calor pero también desvelarme, di mil vueltas en la cama y ante mi inquietud creciente y el nerviosismo que me impedía dormir, opté por levantarme.
            Pasé el día sumergido en el aturdimiento del insomne, creyéndome observado por unos ojos oscuros permanentemente abiertos, leyendo poemas de Miguel, buscando anécdotas de su vida…
            No lo mataron, ni siquiera tuvieron ese detalle que hubiera acortado su padecimiento, lo dejaron morir en soledad, lo dejaron apagarse poco a poco, consumiéndose en el dolor y la angustia de su celda. Quizá por eso murió con los ojos abiertos, para no perderse nada de las miserias humanas, para que en sus pupilas, viera quien lo amortajaba, el reflejo de la injusticia cometida, para que sus ojos oscuros, en búsqueda permanente de la luz, me miraran cada año desde el silencio de su niebla.
           
            Y aquí estoy de nuevo, en mi puesto, sumergido en la oscuridad de la noche en el cementerio, hundido en el miedo; ya siento los ojos abiertos clavados en mi cuerpo, ya oigo susurros, percibo carreras veloces en los pasillos vacíos del camposanto, siento como se aproximan. Es ya medianoche, es ya treinta de octubre y no podían faltar a su cita.
            No son fantasmas los que salen de la niebla, es la propia bruma la que nace de sus lamas yertas. Son los mismos de siempre, sus amigo; son poetas y escritores, todos ellos, como Miguel, ya fallecidos hace tiempo. Puedo verlos con mis ojos asustados a la luz de la poca luna que atraviesa su niebla, ahí están: Juan Ramón Jiménez, Neruda, León Felipe, Lorca, Vicente Aleixandre, Luis, Emilio, Manolo, Alberti, Arturo, Pedro, Juan, Antonio Machado; levitan murmurando sus poemas, avanzando entre la niebla que les nace a cada paso, se detienen a los pies de una sepultura. La de siempre.
            De nuevo huele a azahar esta tierra yerta, de nuevo recitan versos sobre la tumba donde yace Miguel y, despierta la mirada incesante del “hombre que acecha” mientras yo tiemblo y “el rayo no cesa”. Parece de nuevo que el Miguel amigo  ha llamado a los poetas como hizo en vida y ellos, esta vez sí, han acudido a su llamada.
            Y parece que ya desaparecen, difuminados en su niebla, se apartan de la tumba y yo me acerco a ella. Sobre el túmulo de Miguel han escrito las manos descarnadas de sus amigos un fragmento de uno de sus poemas:
            “Callo después de muerto.
            Hablas después de viva.
            Pobres conversaciones
            desusadas por dichas,
            nos llevan a lo mejor
            de la muerte y la vida.”

            Al final, justo encima de sus nombres, otra frase: Feliz centenario Miguel.
            Se ha trasladado el rumor de sus versos a otro lugar apartado, al sitio que bien conozco; ahora toda la comitiva de aparecidos, arrodillados junto al nicho 1009, recitan un poema:
            _ “No salgas al camino del retorno
               que el que esperas ha muerto.
               Esconde tus sonrisas y tus flores
               y sigue con la rueca de tu ensueño”.
            Es su amigo más cercano, Vicente Aleixandre, quien entona con mayor fervor los últimos versos del poema:
            _ “Soy viajero
               de un camino de horror
               que sella el labio, ciega los ojos
               y me abrasa el pecho”.
            Se levantan, se despiden, desaparecen. Sopla el “viento del pueblo” persiguiendo aromas dulces sin calvarios, arrastrando ausencias en la niebla. En la bruma desaparecen y ésta desaparece con ellos, como si fantasmas y nebulosa una sola cosa fueran.
            Siento la mirada ardiente de unos ojos grandes y densos en mis manos, tengo una promesa por cumplir: de “nacido en mala luna” paso a sentirme “perito en luna llena” y, a su luz, que sí se atreve a iluminar el nicho 1009, busco dos cuartillas escritas a mano. No tardo en encontrarlas, al pie del gélido mármol que oculta la concavidad donde durante muchos años reposó el cuerpo de su autor, las han dejado.
            Dos cuartillas, ambas escritas por las dos caras, repletas de sus letras dolorosas y de su literatura ensangrentada. Cada una de ellas contiene un poema y un pedacito de su alma: “Si se me acaba la vida” y “El regreso” rezan los títulos de cada una de ellas en su inicio.
            Se le acabó la vida a Miguel demasiado pronto y no pudo regresar.
            Ya no hay niebla, ni fantasmas. Solo silencio, luna llena y letras inéditas en azul melancolía, cubren la tumba del poeta.


* Nota del autor: El fragmento escrito en negrita es una adaptación del inicio de otro relato, el titulado “Croac” cuyo autor es Javier Valls Borja.

jueves, 16 de febrero de 2012

No me toquéis la vírgula


La fotografía es de Elena Laguno.





En esta ocasión dos micro relatos. 
El primero titulado: "A este sueño invito yo", a partir de ya en este país nos va a hacer flata soñar mucho y reinventarnos, o eso o resignarnos a nuestra mala suerte.
El segundo titulado "No me toquéis la vírgula" dedicado a mi amiga Elena Laguno y uno de sus trabajos en el colectivo Toc Arte, precisamente en torno al tema "Sueños", por cierto, todo el trabajo de la fotografía tiene un significado que yo no conseguí descifrar y su explicación en su día me dejó maravillado.



A este sueño invito yo

Se dibuja una sonrisa mellada cuando su acento gallego habla con pasión de su sirena.
            Pinta ilusión en su mirada y se le hincha el pecho al recordar aventuras por esos mares de antaño.
            Sus manos ajadas no tienen fuerza para cambiar su mugrienta esquina por una isla desierta. De noche fabrica su casa de cartón anclado en el banco de siempre, donde le ha arrastrado el otro banco, el del dinero, la injusta justicia y un ciego gobierno permisivo con los poderosos.
            Sueña sirenas tras tu mellada apariencia de pordiosero, sonríe soñándote pirata y tómate otro vino que a esta pesadilla te convido yo.



No me toquéis la vírgula

Se dibuja una sonrisa mellada, mueca difuminando verdades ristes de antaño. Sonrie desde el suelo con niñería, ese gesto de su boca hiede a vino agrio, roñoso. Agradece de corazón al extraño la moneda del sombrero.
             Al ocaso, escudriñando, contará el acerbo de chatarra mendigado y camino del albergue soñará hogares sin desengaños.
              Suenan sus carcajadas estentóreas pensando en su escaso patrimonio, telarañas propias, añejas y un ápice de dignidad sin apaños que alguno, si lo tuviera, presumiría desde su escaño.
              _ ¡No me toquéis la vírgula, coño! Es poco lo que me queda- sonríe diseñando una raya ondulada y delgada levitando sobre su eñe, la eñe de daño.

domingo, 12 de febrero de 2012

El principio de mi próxima novela




El diseño de la portada es obra de Guille.

10 de abril de 1912, miércoles

Capítulo I: Un titán insumergible

Un símbolo de fuerza infinita, la esperanza de una vida mejor en un nuevo mundo, esa era su imagen, un sueño hecho realidad, un lujoso palacio flotante, una verdadera obra de arte que como todo buen cuadro, desde lejos se apreciaba mejor.
Visto desde cierta distancia parecía un barco, sin embargo, conforme la proximidad al puerto era mayor, se apreciaba que en realidad era una ciudad, una gran ciudad flotante e insumergible.
            Los niños lo miraban con la boca abierta y sus rostros plenos de asombro; los mayores lo admiraban con su alma abierta y los ojos desorbitados por la impresión. Joseph Bruce Ismay, actual presidente de la compañía naviera, lo observaba con el pecho henchido de orgullo y la frente muy altiva apuntando a su casco; Morgan Robertson, ex marino y escritor especializado en relatos marítimos, lo miraba con recelo, con miedo y con el corazón abatido por la angustia.
            El escritor pronto divisó la figura del hombre a quien buscaba en el muelle; asiéndose con intensidad a una mínima esperanza y aferrando con fuerza su libro en la mano diestra, fue abriéndose paso entre la multitud con la siniestra, avanzó con enorme decisión hasta la zona delimitada como únicamente accesible para el personal de la línea de barcos y conteniendo el temblor de sus labios y su alma pronunció un nombre:
            _ Señor Ismay- dijo cuando llegó a un par de metros del presidente-, tengo que hablar con usted, se trata de una emergencia.
            _ ¿Quién demonios es usted?- respondió con una pregunta y de manera airada el interpelado, apuntando con sus ojos oscuros y su severo bigote a los labios de donde partió la voz que le requería-, y ¿por qué se encuentra aquí, en una zona reservada al personal de la compañía?
            _ Disculpe mi atrevimiento señor Ismay, soy Morgan Robertson, aunque ahora soy escritor, antes fui marino, trabajé en la compañía y sé como acceder a sus zonas restringidas, me he introducido sin permiso, es cierto, pero sin ninguna maldad ni ánimo de molestar, entre tanta confusión y expectación no ha sido difícil, me he colado en esta zona solamente para hablar con usted. Señor Ismay debe cancelar el viaje del Titanic, hágame caso y salvará muchas vidas, quizá también la suya, este barco se va a hundir.
            _ Está usted loco. Márchese de aquí si no quiere que avise a la policía.
            _ Sabía que sería ésta su reacción y que no me creería, por eso me he permitido traerle un regalo, la prueba que acredita mis palabras- adujo el escritor mostrando el libro al cual se aferraba desesperadamente como un náufrago a un salvavidas que constituye su única esperanza. Al elevar la obra impresa hasta la altura pertinente para que los ojos del Señor Ismay la detectaran, un papel salió de sus páginas y voló con suavidad cayendo a los pies del presidente. Bruce Ismay, tocado de un repentino achaque de curiosidad, se agachó para recogerlo y lo observó un instante, era un pasaje de embarque, un billete de clase B para el viaje inaugural de su trasatlántico.
            _ ¿Es usted pasajero del Titanic?
            _ Tengo billete, sí, lo compré con mis últimos ahorros, el dinero de toda mi vida invertido en el escenario donde quitarme la vida, pero no sé si podré reunir valor suficiente para subir a bordo, ya le digo y, estoy completamente seguro de ello, que el barco se hundirá, existe una premonición, yo mismo la escribí, sin saberlo, hace tiempo y, añado algo que usted ya sabe, en caso de hundimiento casi todos los pasajeros morirán, no hay botes de salvamento suficientes para tanta gente, será un gravísimo desastre en la historia de la navegación, un enorme sacrificio de personas inocentes y un borrón en el historial de su compañía.
            _ Sobran todas las barcas salvavidas que llevamos a bordo, si es cierto que en algún momento de su existencia ha sido usted marino debería saber apreciarlo, este barco es insumergible señor…
            _ Robertson, Morgan Robertson. Insumergible sí, lo sé, eso mismo le ocurría a este otro buque, el Titán, su tecnología avanzada y su diseño impecable lo garantizaban y no obstante un desafortunado choque con un iceberg dio con su sueño en el fondo del océano.- Golpeó con el dedo índice de su mano izquierda la novela que portaba en la otra mientras hablaba atropelladamente. Bruce Ismay tomó el libro con gesto irascible que casi arrancó sus páginas y leyó en voz alta los caracteres de la portada.
            _ El naufragio del Titán, por Morgan Robertson.- Dio una rápida ojeada a la publicación, en la portada se veía el naufragio de un barco que por su aspecto en verdad parecía el Titanic, leyó unos fragmentos del final de la obra y después, más airado todavía que al inicio de la conversación, añadió:
            _ Me toma usted por loco sin duda, esto es una novela de ficción que usted mismo escribió, es la absurda ensoñación de un borracho o un demente, una mera invención, una patraña literaria.
            _ Lo que usted denomina de modo erróneo patraña literaria, yo lo llamo profecía, se trata de una inspiración dictada por un colaborador astral. Como podrá comprobar hasta el nombre del barco es muy similar, sus características son casi idénticas, el número de pasajeros y de tripulantes, la cantidad de botes salvavidas, todo coincide, son hermanos gemelos y correrán la misma suerte, su destino es chocar con un iceberg y hundirse en las frías aguas del Atlántico.
            _ Por última vez Morgan, no trate de tomarme el pelo con estas paparruchas ni con sus fantasías astrales, el Titanic es un trasatlántico insumergible, confío ciegamente en su tecnología.
            _ Con cada palabra pronunciada afianza usted mi teoría y me da la razón, son las mismas circunstancias que rodean al Titán en la novela, ¿no se da cuenta? Es una profecía, la repetición de un desastre por exceso de confianza en la tecnología.
            Ismay se cansó de discutir, la conversación era estéril e improductiva, sin ningún interés para su persona y, él tenía mejores asuntos que atender. Guardó el pasaje dentro de las páginas del libro y lo arrojó a varios metros de su posición, entre el gentío, fuera del perímetro reservado a la compañía, mientras ponía el colofón con sus gritos.
            _ Haga usted lo que crea conveniente con su pasaje y también con su absurdo libro, pero a mí déjeme en paz, no quiero volver a verle por aquí.
            Morgan dio la espalda al presidente para ir con premura en busca de sus pertenencias arrojadas sin consideración al viento del puerto de Southampton y caídas entre el deambular de la multitud, apenas había dado dos pasos cuando ya había sido borrado del recuerdo, ya había sido olvidado por el presidente de la White Star Line y sus palabras estaban perdidas para siempre en la inmensidad del océano de la indiferencia. Buscó su libro, no lo vio por el suelo, era el último ejemplar que conservaba y temió que se perdiera entre los pasos apresurados y nerviosos de los pasajeros que llegaban con el tiempo justo de embarcar, al final lo vio, un joven lo tenía en sus manos, cuando Robertson llegó al punto exacto donde el libro había caído, un hombre lo estaba limpiando del polvo recogido en su breve permanencia en el suelo.
            _ Disculpe amigo, ese libro es mío, soy su propietario y su autor por añadidura, me llamo Morgan Robertson.
            El joven, que había leído el nombre del escritor en la cubierta del libro, exclamó ilusionado:
            _ ¿Es usted escritor? ¡Santo cielo qué suerte la mía! Primero me cae un libro llovido de la nada y después conozco a su autor. Yo quiero ser escritor, estoy aquí para intentar embarcarme en el Titanic aunque sea de polizón, quiero vivir aventuras y escribirlas, ¿podría darme usted algún consejo literario?
            _ ¡Por supuesto que sí! Mi consejo es que no tomes el barco, todos morirán, el Titanic se va a hundir, será una catástrofe terrible que se recordará a lo largo de los siglos, un infausto desastre que tardará miles de años en olvidarse.
            _ ¿Cómo lo sabe? ¿Es usted adivino, profeta o algo similar?
            _ Simplemente lo sé, yo lo escribí en ese libro en 1898, lo profeticé hace catorce años y si el barco parte en su viaje inaugural naufragará, se lo garantizo.
            _ Yo quiero ser escritor y necesito viajar en ese barco, contaré la aventura de su travesía y si se hunde, contaré el naufragio, ¿no le parece brillante y emocionante a la par?, el problema es económico, no tengo dinero suficiente ni para un pasaje de tercera clase. Tampoco tengo ninguna experiencia como narrador, necesito un pasaje y un consejo de un experto novelista.
            _ No puedo ayudarte a escribir, nunca he sido un escritor de éxito, si lo fuera me escucharían y cancelarían el viaje de inmediato, pero no lo soy, fui marino, estuve nueve años enrolado en la marina mercante, me cansé de la vida en el mar y tuve suerte al encontrar trabajo en una joyería, me iba muy bien, era feliz, conocí a una mujer… entonces empezaron los problemas oculares. Mis ojos cansados se deterioraban a pasos agigantados con el esfuerzo de mi trabajo en la joyería. Fue entonces cuando me hice escritor, me especialicé en relatos marinos debido a mi experiencia en ese sector, pero con la literatura llegó el hambre. Ella, la mujer de quien estaba enamorado, se fue; el hambre se quedó, soy un marginado, un fracasado. Otro consejo puedo darte, olvida la literatura como método de ingresos. Yo soy autodidacta, me considero culto y con la suficiente capacidad literaria como para expresarme de forma correcta y amena por escrito, pero mis novelas fracasan sistemáticamente. Me estoy quedando ciego por los destellos de las joyas y la intensidad de las letras, moriré de pobreza, de anhelos de mar, de recuerdos de amor, y sin embargo mientras mi ceguera avanza, más claro veo el futuro, al menos el futuro inmediato, yo lo predije en mi novela antes de que este barco gigantesco se construyera, antes incluso de ser diseñado, antes siquiera de que hubiera sido soñado- alzó la voz y cerró los ojos con rabia incontenida-, el Titanic se hundirá irremisiblemente antes de terminar su viaje inaugural.
            _ He visto un pasaje de segunda clase entre las páginas del libro ¿va usted a viajar en el barco a pesar de sus malos augurios?
            _ No, no voy a utilizar el billete, al menos tendré la satisfacción de haber salvado una vida, la mía.
            _ Regáleme el pasaje, si no lo va a usar usted, déjeme a mí correr esta aventura, permítame escribir esta tragedia que ha profetizado, contaré cuanto suceda con detalle, citaré su obra, el mundo entero conocerá su nombre y su premonición.
            _ Quédatelo, si estás tan loco como para correr el riesgo de perder la vida por un relato, mereces tener la oportunidad, te regalo el libro y tu pasaje a una tragedia segura. Te lo advierto, no quiero tener remordimientos, ese papel es tu pasaporte a la muerte.
            Se alejó caminando despacio, las manos en los bolsillos, la cabeza agachada observando pasar el suelo bajo sus pies, derrotado, abatido..., indignado contra la absurda y ciega sociedad que había conquistado aquella época y había construido, sin importarle nada excepto el lujo desproporcionado, el barco de los millonarios.
            _ Señor Robertson no le he dicho mi nombre- Morgan ya no oía al muchacho, para él todo había terminado, no había conseguido impedir el viaje, la suerte estaba echada, la muerte se reía frotando sus manos huesudas. Para el Titanic, por el contrario, la aventura o desventura comenzaba, empezaba su final. No escuchó las palabras del joven aprendiz de escritor, no llegó a oírle pronunciar su nombre y quizá fuera mejor así. El cruel destino le reservó el regalo último de la ignorancia, si hubiera oído el nombre del joven que alzaba su libro con inmensa felicidad, la sangre se le hubiera helado en las venas, habría sabido con total certeza lo que estaba a punto de acontecer.
            _ Señor Robertson ¿me oye? Soy John, mi nombre es John Rowland.
            Era el mismo nombre. Aquel aspirante a escritor que desafiaba con valor insensato a la profecía de la muerte, se llamaba John Rowland, exactamente igual que el protagonista de la novela “El hundimiento del Titán” en la cual se vaticinaba la tragedia.
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            Eran las once de la mañana del miércoles diez de abril de 1912, Ismay miró nervioso su reloj, no era la primera vez que consultaba la hora, comprobaba que el tiempo inexorable se le echaba encima, faltaban muchas personas todavía por embarcar y apenas restaban 60 minutos para la hora prevista de partida. Llamó a un empleado de la compañía con un gesto impaciente de su mano diestra y éste corrió hacia él sin dilación, el presidente parecía nervioso, preocupado, no era cuestión de hacerlo esperar. Cuando llegó a su lado y sin mediar saludo alguno ni cortesía innecesaria, le ordenó:
            _ Diga al capitán del Titanic que adopte las medidas necesarias y dé las órdenes precisas para efectuar con mayor celeridad el acceso de pasajeros al barco y agilizar el embarque, hay muchas personas todavía en las colas, sobre todo en las entradas de tercera clase y en menos de una hora debemos zarpar.
            _ Pero señor Ismay, si el capitán ordena acelerar el proceso disminuirán las medidas de seguridad, podrían subir al Titanic polizones o incluso personas con pasaje de tercera podrían acceder a clases superiores a la que en realidad les corresponde y, aún peor, podrían subir al buque pasajeros enfermos afectados de infecciones y provocar contagios…
            _ ¡Obedezca rápido, limítese a hacer lo que le digo! Me da lo mismo si eso sucede como usted presume, son pequeños detalles que solventaremos más tarde, ahora lo primordial es partir a la hora prevista. Los únicos controles necesarios y obligatorios son los pertinentes para descubrir enfermedades y evitar la propagación de epidemias en tercera clase, esos se realizarán como hasta el momento, de forma exhaustiva y concienzuda, el resto se hará con celeridad, este barco no puede comenzar su viaje inaugural zarpando con retraso.
            El empleado de la compañía se marchó raudo a cumplir con su obligación y transmitir al capitán el mensaje urgente del presidente mientras murmuraba para sí mismo:
            _ Dos semanas, llevamos dos semanas de preparativos y una de embarque y aún así llegan las prisas y las chapuzas de última hora, esto empieza a ser lo mismo de todas las travesías, saldremos con demora, seguro.
            En su prisa por alcanzar el puente donde se hallaba el capitán, el empleado accedió por la pasarela más próxima a su ubicación, la correspondiente a segunda clase. Una mujer intentaba embarcar en ese mismo momento por el mismo espacio, ya mostraba su pasaje al marinero encargado de comprobar los accesos a esa cubierta cuando el alocado empleado la golpeó con su impetuosa urgencia. Casi la derriba del empujón propinado y sí logró, aunque de forma absolutamente involuntaria, tirar por los suelos la bolsa de mano que constituía todo el equipaje de la dama.
            _ Tenga más cuidado- espetó la joven entre asustada y enfadada.
            _ Perdone señorita- trató de disculparse el accidental agresor al tiempo que recogía la bolsa y la entregaba a su legítima propietaria. Sólo entonces se percató de la belleza de la mujer, unos preciosos ojos azules destacaban radiantes sobre una tez pálida de perfecta construcción esférica, una larga cabellera rubia y ondulada hasta el pecado, caía sobre unos hombros erguidos y suaves.
            _ Sandra Carleigster,- la voz del otro marinero leyendo el nombre de la pasajera que figuraba en el documento de acceso al trasatlántico y en la lista de embarque, lo sacó repentinamente de su obnubilada admiración-, ¿es usted la cantante que amenizará las fiestas del salón común de primera clase?
            _ Sí, en efecto- dijo la bella joven  con una sonrisa de satisfacción provocada por el detalle de que su nombre fuera reconocido.
            _ En ese caso debo decirle que el capitán la aguarda para recibirla y darle la bienvenida personalmente, tanto su equipaje al completo como el resto de los miembros de la orquesta ya se hallan a bordo e instalados en sus camarotes.
            _ Muy bien, muchas gracias, y ¿dónde puedo ver al capitán del barco?
            _ Yo la acompañaré con mucho gusto señorita- dijo el otro empleado de la compañía- me dirigía al encuentro del capitán cuando tuve la suerte de chocar con usted, la conduciré al puente y de paso llevaré su equipaje si me lo permite, espero que de ese modo pueda disculpar mi torpeza anterior.
            _ Gracias, es usted muy amable y queda ya perdonado el incidente que en realidad tan sólo fue un accidente.
            Caminaron a buen ritmo hasta el puente donde se encontraba el capitán supervisando a distancia, desde su elevada atalaya, el acceso de los viajeros a su portentoso palacio flotante.
            _ Capitán Smith, con su permiso, le presento a la señorita Carleigster, es la artista encargada de protagonizar las actuaciones musicales del salón de la clase A,- antes de permitir hablar al capitán que ya sonreía complacido ante la fulgurante belleza de su cantante, el empleado, presintiendo la brevedad con la que su presencia se vería eclipsada, añadió con rapidez-, además traigo un mensaje del presidente, manda que transmita usted las órdenes pertinentes para agilizar los trámites de embarque y hacer más rápido el acceso de viajeros, debemos partir a las doce en punto del mediodía y son demasiadas las personas que todavía aguardan para acceder al Titanic.
            _ Gracias, transmita las instrucciones del presidente a mi primer oficial- dijo señalando al señor William Murdoch que se hallaba a escasa distancia de su posición- y diga al presidente que sus deseos han sido cumplidos, yo acompañaré a la señorita Carleigster a su camarote, ¿constituye esta bolsa de viaje todo su equipaje?- interrogó el capitán tomando el bulto portado por el empleado de la compañía e ignorando ya su presencia por completo.
            _ Sí, todo lo demás ya se embarcó la semana pasada junto al resto de bártulos de mis compañeros y los instrumentos de la orquesta.
            _ En ese caso reitero mi ofrecimiento, será un placer acompañarla y mostrarle su alojamiento.
                                               -------------------------------
            Al mismo tiempo que el atolondrado empleado de la compañía naviera chocaba  involuntariamente con la artista, en tierra firme también se producía una colisión. Morgan Robertson, en su depresiva abstracción e inherente carencia de atención al resto del universo, chocaba con alguien que apresuraba sus movimientos para acceder al barco con urgencia. No era un personaje común, no era como el resto de viajeros, su rostro parecía compungido, temeroso. El golpe fue tan violento que ambos cayeron al suelo con tan mala fortuna que el maletín del pasajero se abrió y varias prendas íntimas, así como un objeto de aspecto amenazador y contundente, rodaron a sus pies.
            Apenas los dos personajes recuperaron la noción del espacio y ahuyentaron el leve dolor y la inmensa sorpresa, Morgan Robertson se apresuró a deshacerse en sinceras disculpas mientras el desconocido, un viajero de aspecto tosco y serio, misterioso y ataviado de riguroso negro, se apresuraba a recoger y tratar de ocultar el objeto caído de su equipaje. Se trataba de un puñal, un arma bastante grande y aparatosa con aspecto de joya antigua. Muy valiosa debía de resultar el arma a juzgar por la precipitación y esmero puestos en ocultarlo de la vista del público y también por las furtivas miradas preocupadas dirigidas a los transeúntes cercanos.
            _ Perdone señor- dijo Morgan levantándose con dificultad y tendiendo la mano hacia el misterioso viajero- ha sido culpa mía, no sabe como lo lamento.
            No vio su mano extendida en amistoso gesto, solamente tenía ojos para el puñal, lo ocultó con una prenda escogida al azar y luego lo introdujo en el cobijo de su chaqueta, miró en todas las direcciones escrutando los alrededores, parecía temeroso de que alguien hubiera contemplado la existencia de su joya, de un arma secreta; recogió apresuradamente las prendas y las devolvió al interior del maletín acoplándolas sin orden ni concierto, se incorporó y salió corriendo, como alma perseguida por el diablo, en dirección al barco.
El último secreto del Titanic estaba a punto de subir a bordo.
            Detrás del hombre misterioso de negro que miraba asustado en todas las direcciones y ocultaba un puñal con más aspecto de joya sagrada que de arma, siguiéndole a una distancia prudencial, iba otro hombre, también misterioso, ataviado con un discreto terno gris marengo. Este otro pasajero sólo miraba en una dirección, distaba mucho su aspecto de resultar asustado o simplemente preocupado. Estaba concentrado, atento, absolutamente embebecido en no perder de vista su objetivo.
            Ambos pasajeros accedieron, con un breve intervalo de tiempo, a la zona del barco que daba acceso a la clase A, el hombre de negro, cuyo nombre era Fran Dumont, fue directamente a su camarote sin detenerse ni hablar con nadie, una vez dentro se encerró y tras la puerta atrancada respiró más tranquilo y pronunció unas palabras.
            _ Esta tarde, o esta noche a más tardar, todo habrá terminado- murmuró entre dientes aunque con alivio el ataviado de riguroso luto-, entregaré la mercancía a Manuel y podré dormir tranquilo, yo estaré a salvo y libre de cargas, el mundo entero estará a salvo y libre de amenazas.
            El pasajero del traje gris, Alfred Wolfgang, lo siguió con perversa tenacidad no exenta de discreción, vio como accedía a la habitación asignada y él por su parte se instaló muy cerca de aquel lugar, en una barandilla desde la cual se dominaban la puerta del camarote en cuestión y el puerto a la par.
            _ Qué suerte he tenido- murmuró complacido-, voy a tener butaca de privilegio para el espectáculo de la partida del Titanic en su viaje inaugural sin por ello descuidar la vigilancia.
            Sonrió, encendió un cigarro y tras exhalar el humo nocivo de éste, aspiró una saludable y húmeda bocanada de la suave brisa marina. Después, con calma y podría decirse que disfrutando el momento, rozó con los dedos índice y corazón de su mano siniestra el arma, un cuchillo afilado oculto en su chaleco. Pronto, muy pronto, se produciría la primera muerte en el Titanic, la primera de una larga lista de muertes.
                                               -----------------------------------
            Contra todo pronóstico los deseos de Joseph Bruce Ismay se habían cumplido, todos los pasajeros se hallaban correctamente embarcados a la hora prevista, se habían retirado ya las pasarelas de acceso a la nave, todas excepto una, precisamente aquella que él debería atravesar, como último viajero en subir al trasatlántico. Atusó su bigote, saludó a todos y cada uno de los miembros de la compañía que quedaban en tierra dándoles las gracias por su trabajo, después se volvió ceremonioso hacia la muchedumbre expectante, les sonrió altivo y feliz mientras comenzaba a pronunciar un breve discurso plagado de palabras que hacía tiempo se encontraban aparcadas en su cerebro y pugnaban por salir de sus labios:
            _ Señoras, señores, van a ser privilegiados testigos, en apenas unos minutos, de un acontecimiento histórico, el mejor trasatlántico del mundo, el barco más poderoso de la historia de la navegación, el buque más moderno jamás soñado por el hombre, va a zarpar para cubrir en un tiempo record su viaje inaugural. Los periodistas hacían fotos sin parar, tanto el barco, como los curiosos congregados que aplaudían alborozados, como el propio presidente de la línea naviera en pleno desarrollo de su discurso, eran el objetivo de sus cámaras.
            _ El Titanic va a zarpar- adujo, para acto seguido, cruzar la pasarela que daba acceso a la cubierta A, y desde allí llegar a su camarote de lujo, al B-52, precisamente debajo de la gran escalera de primera clase.
            _ Buen viaje- gritaron algunos periodistas siendo pronto imitados por gran parte de los congregados en el puerto. Ismay se detuvo a media pasarela para salir de cara en las últimas fotos y a su vez gritar al gentío:
            _ Gracias caballeros, espero leer muy pronto sus crónicas plagadas de elogios hacia este barco y también a nuestra sensacional compañía, la White Star Line.
            Los aplausos eclipsaron las últimas palabras del señor Ismay, el eco de sus pasos también cayó en el olvido cuando comenzaron los chirridos metálicos de los goznes al subirse la última pasarela. El presidente alcanzó la cubierta donde le aguardaba el capitán, se saludaron con prosopopeya en un ritual ensayado y tras esta ceremonia fue el presidente quien dijo:
            _ Señor Edward John Smith, es usted el capitán del barco, el Titanic es todo suyo. Ahora, a toda máquina, quiero una salida del puerto sencillamente espectacular.

sábado, 11 de febrero de 2012

Los sobrinos del camarero del Titanic



Mi hermano Giovanni fue camarero en el Titanic- decía siempre mi tía abuela-,
el barco de los millonarios era para él un pasaporte al nuevo mundo y fue en realidad el
umbral de su muerte. Una velocidad excesiva en adversas condiciones, la falta de
binoculares para los vigías y algunas  imprudencias de la compañía naviera
desembocaron en un choque con un iceberg que convirtió al buque de los sueños en el
barco de la pesadilla.
 No había botes salvavidas para todos y muchas de las barcas partieron con la
mitad de pasajeros de los que podían albergar. El capitán se hundió con su barco, la
orquesta permaneció en cubierta, luchando contra el frío y el miedo, tocando piezas para
animar al pasaje hasta el final, la tripulación organizó la evacuación dando preferencia a
mujeres y niños. Casi 1500 muertos, apenas 780 supervivientes, una tragedia provocada
por el exceso de confianza del hombre y el supuesto dominio de la tecnología sobre la
naturaleza.
¿Quién le iba a decir a Valentina Capuano que la historia tantas veces contada
por su tía abuela María la iban a protagonizar ella y su hermano? Lo más escalofriante
es que no era ficción, esta vez era realidad. Iban a disfrutar de unos días de vacaciones,
de un crucero, ella y su hermano con sus respectivas parejas y su merecido descanso se
tornó terrible pesadilla resucitada después de 100 años.
Viernes 13 de enero, están cenando, no saben que su barco, el Costa Concordia
está demasiado cerca de la costa y fuera de la ruta prevista, de repente, a las 21.42 horas
el barco choca con un obstáculo, se oye una especie de zumbido y de inmediato se
apagan las luces. Al poco tiempo se oye por megafonía un mensaje del capitán diciendo
que la situación está bajo control, se trata de un pequeño imprevisto eléctrico y pronto
se solucionará. Él sabe que por su imprudencia han chocado aunque intenta continuar
navegando. A pesar de los mensajes de tranquilidad cunde el pánico entre los pasajeros,
el barco empieza a inclinarse, todos están sumidos en la absoluta oscuridad.
21.58 El Costa Concordia encalla a 150  metros de tierra firme, algunos
miembros de la tripulación dicen a los pasajeros que se pongan los chalecos salvavidas
y les indican que salgan, empieza el caos, algunos pasajeros corren intentando salvarse
pero sin saber hacia donde dirigirse,
22.10 La capitanía de Livorno, que ha recibido llamadas de socorro, contacta
con el barco, les responden que todo está bien, que solo  tienen un leve problema
técnico.
22.40 El capitán no toma ninguna decisión, son otros oficiales los que deciden
evacuar el barco y así a las
22.58 el Costa Concordia lanza la voz de alarma por radio, una hora perdida, un
tiempo precioso.
 - Todos sabíamos que teníamos que salir- dice Valentina-, pero no sabíamos
cómo ni tampoco hacia dónde ir. A mi alrededor se sucedían escenas de pánico, el barco
se escoraba más y más sobre estribor, nos caíamos unos encima de otros, los objetos nos
golpeaban, los padres trataban de proteger con sus cuerpos a sus hijos pequeños. Nadie
se ocupaba de organizar la evacuación. Cuando comienzan a intervenir los guardacostas los pasajeros se agolpan para
acceder a las lanchas, hay gente que presa del pánico se lanza al agua. Sobre las 0.40 de
la mañana la capitanía pregunta al capitán cuántas personas quedan por evacuar, la
respuesta es tan inconcreta que se dan cuenta de un detalle inaudito y le preguntan:
¿Está usted en el barco? No, el capitán ha abandonado el barco, le ordenan volver para
coordinar la evacuación desde el buque como es su obligación, tras una conversación de
más de cuatro minutos el capitán no acata esa orden.
13 fallecidos, 20 desaparecidos, 64 heridos, 100 millones de euros en pérdidas.
Valentina cuenta lo sucedido como una vuelta a las historias de su abuela, una pesadilla
que duró cinco horas. En el caos perdió de vista a su hermano y acompañantes. Sobre
las tres de la mañana recibió una llamada, estaban todos ya a salvo en Giglio, todos
menos ella, después de otra hora consiguió zarpar en una de las últimas lanchas.
- No sé cómo estoy viva, a cada momento el barco se escoraba más y era más
difícil alcanzar un bote salvavidas. La historia que tantas veces oí a María se hacia real,
el espectro de Giovanni, el hermano de mi abuela, camarero del Titanic que murió en su
naufragio, sobrevolaba la cubierta inclinada del Costa Concordia.
Es inevitable, cerca del centenario  del hundimiento del Titanic, hacer
comparaciones, para las víctimas fue muy parecido, con la diferencia de que el pianista
dejó de tocar, no se respetó la máxima de las mujeres y los niños primero y, el capitán
abandonó la nave el primero aunque él dice que se cayó en un bote salvavidas. Cuando
Valentina embarcó ya no había a bordo miembros de la tripulación.
Y, por cierto, en abril, coincidiendo con la fecha del centenario del famoso
hundimiento, se publicará mi novela “El último secreto del Titanic”. Yo no estuve allí y por lo tanto, en algún detalle, tal vez esté equivocado.


jueves, 9 de febrero de 2012

Un juego

















Esta semana os propongo un juego.

Pongo cuatro microrelatos, uno es mío, los otros tres son los finalistas, a ver si adivináis cuál es el mío y cuál el ganador.

El orden lo he sorteado, así que no es dejéis engañar por eso.


Moraleja


—...Y castiga sin postre al gigante...

A mi hijita le encantan los cuentos, pero protesta indignada.

—¿Cómo?¿Se traga a todos esos niños y sólo lo castigan sin postre?

—El rey no puede hacer otra cosa. Es un gigante enorme, invencible, si lo irrita demasiado podría asolar su reino.

Sigue enfurruñada pero me pide que continúe.

—...pero el gigante hace caso omiso y se zampa al hijo del rey...

—Pero eso es terrible ¿y que hace el rey entonces?

Adoro los cuentos con moraleja. Me gusta pensar que la preparo para afrontar la vida real.
—...su majestad hace lo único que puede. Le castiga sin merienda.



El circo


Y castiga sin postre al gigante, que la mira embutido en su ridículo disfraz de conejo y su cara de niño grande. Blancanieves se ha enfadado, esta vez con razón, ella hace lo imposible por reflotar la compañía, pero el ogro no entiende que es el hazmerreír del público, que sus fauces desdentadas ya no asustan a nadie. Intenta explicarle que son otros tiempos, que la grada quiere acción y necesita sangre. El gigantón sonríe esquivo y, moviendo las orejas blancas del disfraz, le promete que en la próxima función se comerá un niño. Ella disimula la risa y, acariciándole la nuca, le da golosinas.



El doceavo trabajo de Heracles


Y castiga sin postre al gigante forzudo de dientes sucios que valeroso enfrenta mil peligros diarios. Se queda sin postre, sin princesa ni virgen doncella por culpa del Cancerbero traidor que guarda la puerta e impide salir a los muertos y entrar a los vivos. Él se chivó a Hidra.

_ Mi venganza será terrible- murmura el gigante compungido y hambriento-, me ocuparé de ti, serás el último trabajo de Heracles.

En ese instante, diseñada su venganza, suena el timbre poniendo fin al recreo, se acabaron los sueños por hoy, vuelta al trabajo, sus señorías regresan despacio a ocupar el castillo inexpugnable de sus escaños.

Lógica aplastante


—...y castiga sin postre al gigante".

En ese momento suena el timbre que anuncia el recreo, los niños cogen las meriendas de sus mochilas y salen al patio.

—¿A los gigantes también los castigan? —pregunta Sara.

—Pues claro —dice Coque— las madres son todas iguales; da lo mismo que sean madres gigantas, madres monstruas o madres madres, cuando no haces lo que ellas quieren, se enfadan y te quitan lo que más te gusta.

Sara se queda callada pensando que a Coque siempre le castigan sin verla, y en su carita se dibuja una sonrisa mellada.

jueves, 2 de febrero de 2012

Del púlpito al infierno

Del púlpito al infierno



- Joderme- repite Micky saboreando la palabra y la inherente hiel de su ira-, eso es lo único que pretendéis, me habéis tendido una emboscada.

            Un hombre indignado sorprende al cura de su parroquia en la cama con su asistenta, a la sazón su esposa. El religioso insiste en que solo es una trampa para acabar con su carrera en el estamento eclesial.

- Jodeos los unos a los otros como yo os he jodido expulsándoos del paraíso- insistió viendo su brillante futuro en el obispado, difuminado, no por sus múltiples escándalos sexuales, eso carecía de importancia, por la homilía eclesiásticamente incorrecta que acababa de pronunciar.