miércoles, 27 de octubre de 2010

Breve historia del convento de las Arrecogidas (Madrid)


La fotografía es de la fachada principal de la iglesia del convento de las Arrecogidas tal como está en la actualidad.





El convento de Santa María Magdalena de la Penitencia fue construido en torno al año 1620 y a partir de mayo de 1623, cuando fue ocupado por las hermanas terciarias franciscanas y una cincuentena de Arrepentidas de la mala vida, empezó a ser conocido popularmente como el convento de las Recogidas.
En mi primera novela “Silbando en la oscuridad” y en la tercera “La profecía del silencio” que es continuación de la primera, el protagonista es el propio edificio del convento de las Arrecogidas, que a duras penas, tras superar los avatares del tiempo, incendios y reconstrucciones ha permanecido en pie hasta nuestros días.
El origen del convento se remonta a 1587, cuando la orden de monjas terciarias franciscanas empezó a recoger mujeres de mala vida en el Hospital de Peregrinos de la calle Arenal. Antes hay que decir a modo de introducción, que la prostitución fue, a finales del siglo XVI y principios del XVII, un mal menor e incluso un servicio público ya que en las grandes ciudades se produjo un extraño fenómeno, había exceso de hombres jóvenes, demasiados varones y pocas mujeres. El desequilibrio pudo ser ocasionado por la emigración principalmente, los campesinos huían a la ciudad en busca de ocupación y una vez allí se veían sin posibilidades, sin ninguna forma legal para satisfacer sus instintos ni apagar sus deseos carnales. Empezó a haber raptos y violaciones, mujeres jóvenes, viudas e incluso monjas eran las víctimas. En ocasiones los galanes cortejaban a las novicias a través de las rejas de los conventos y lograban convencerlas para que huyeran junto a ellos y abandonaran la vida religiosa. Se impuso la necesidad de mancebías autorizadas y reglamentadas por la autoridad municipal, dentro de ellas había un servicio eficaz, barato y legal cuyo beneficio principal era devolver la seguridad a las calles y el honor a las doncellas.
Se produjo así la gestión política del placer carnal y una severa reglamentación. La prostituta debía ser mayor de doce años, de padres desconocidos o huérfana, nunca de familia noble, es preciso que hubiera perdido la virginidad antes de empezar el oficio y el juez que debía otorgarle permiso tenía como obligación intentar disuadirla de ejercer el oficio más antiguo del mundo. Periódicamente los alguaciles las llevaban a las iglesias de Recogida donde los frailes las amenazaban con el infierno y trataban de volverlas al buen camino. Se desconoce cuántas casas de Arrecogida había en Madrid, se tiene noticia en torno a 1605 del convento de las Arrepentidas de Atocha; sobre 1601, hay alusiones a la casa de Aprobación de mujeres que se convierten, denominada Aprobación de la Magdalena, pero anterior aún a esas fechas es un documento que custodia el Archivo de la Real Casa y Patrimonio, del 29 de marzo de 1593 en el cual se propone a Felipe II “la conveniencia de hacer en la Corte un recogimiento de las mujeres mozas perdidas que andan por estas calles ofendiendo a nuestro Señor”. La labor se le encomendó a la orden de monjas terciarias franciscanas que ya en 1587 había empezado a recoger mujeres arrepentidas de la mala vida en el Hospital de Peregrinos de la calle Arenal.
En 1623, debido al ruinoso estado del edificio donde se hallaba el Hospital, Don Francisco de Contreras y Ribera, gobernador del Consejo Real y Supremo de Castilla (esta figura era la segunda autoridad de la Monarquía después del rey, ya que los validos no tenían nombramiento oficial y los presidentes de los consejos sí, eran nombrados por designación del propio rey) ordenó la construcción de un nuevo convento y en mayo de 1623 dio instrucciones para efectuar el traslado de las monjas franciscanas terciarias al nuevo convento situado en la calle Hortaleza. La actividad de la orden continuó siendo la misma: Recoger de las calles y confinar tras los muros conventuales a las mujeres arrepentidas de su mala vida o castigadas por ella. Las prostitutas recogidas en el convento de Santa Magdalena ya no podrían salir de sus muros excepto para contraer matrimonio, o para vestir los hábitos y profesar la religión en otro convento.
El convento de las Arrecogidas se usaba como reclusión decente de mujeres, en él sólo se admitían mujeres que hubieran sido públicas pecadoras o bien aquellas a las cuales sus familiares enviaran como castigo y al cargo de ellas estaban las religiosas de Santa Magdalena que a su vez se hallaban bajo la protección del Consejo de Castilla. Hay que tener en cuenta que hablamos del año 1623, justo cuando Felipe IV prohibió las mancebías y pretendió abolir la prostitución en todos los territorios de la monarquía.
Mediodía del diez de mayo 1623, las calles de Madrid están repletas de gente, de curiosos y ociosos. Del Hospital de Peregrinos en la calle del Arenal sale la procesión, todos sus habitantes abandonan la vetusta construcción que parece va a desmoronarse antes de acabar la jornada, una veintena de hermanas de la congregación de las terciarias franciscanas desfilan junto a cincuenta arrepentidas, iban en filas de dos en dos, caminando despacio, las hermanas con el hábito de la congregación, las recogidas, vestidas con un sayal blanco. Llegaron pronto al cercano Monasterio Real de la Descalzas, donde, en un balcón de la primera planta estaban aguardando los reyes para verlas pasar. La procesión se detuvo en la Plazoleta, allí cantaron una salve y al terminar se postraron todas en tierra para decir la oración, aquel acto de gran devoción causó emoción a todos los espectadores.
Felipe IV y su esposa Isabel de Borbón abandonaron el balcón y la procesión siguió su camino hasta la calle Hortaleza, el nuevo convento de Santa Maria Magdalena de la Penitencia estaba ubicado justo enfrente del hospital de leprosos de los clérigos de San Antonio Abad.
Como curiosidad se puede añadir que en la fachada de este hospital, donde confluyen las calles de Hortaleza y de Santa Brígida, había una fuente que pronto empezó a denominarse Fuente de Las Recogidas, en 1770 aproximadamente fue sustituida por la fuente de los Galápagos y a principios del siglo XX por la de los Delfines, en la actualidad el edificio se encuentra en obras, la fuente está tapada, no sé si para protegerla y conservarla o para quitarla y sustituirla.
Y las novicias no lo sabían pero bajo ambos conventos un túnel subterráneo comunicaba a través de la cripta los dos recintos.
Pasó el tiempo, el convento siguió cumpliendo su misión, camuflado entre tantos otros conventos madrileños y así llegamos al año 1700, el 15 de Noviembre, Felipe V sucedió al último monarca de la dinastía de los Habsburgo, el primer rey de la dinastía Borbón era francés y venía de París, donde supuestamente se inventó la vida alegre, era de suponer que estaría ya curado de espanto y no daría importancia a la abundancia de casas de mala nota de su reino ni a la cantidad de rameras que ejercían la prostitución en las calles de Madrid, por ello extrañó al populacho que tratara de acabar con tanta inmoralidad, creando en 1733 la Santa y Real Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Celo de la Salvación de la Almas. La Hermandad se encargó de recoger a cuantas prostitutas pudo, estuvieran o no arrepentidas de serlo, por lo general eran mujeres de mala vida que llegaban allí contra su voluntad, bien por instigación de los padres o algún otro familiar, incluidos maridos, o por resolución de las autoridades judiciales. También se prestó a albergar jovencitas que se hallaban en cinta, víctimas de engaños o falsas promesas de casamiento y tras los muros de la Hermandad, ocultaban su embarazo y pagaban su pecado. De todos modos esta Hermandad no podía erradicar de las calles de Madrid el pecado, estableció un modo de actuación más, crearon una ronda, una procesión que se paseaba por las calles más conflictivas en la penumbra del ocaso. Impactante era en verdad, imaginen la escena, en aquellos tiempos de superstición infinita y variada delincuencia, una procesión de hermanos vestidos de riguroso hábito oscuro, con el soniquete de las campanillas y las luces de algunas antorchas produciendo sombras cuando menos, inquietantes, y cantando coplas de letra agorera e impactante (aquí ponemos un ejemplo)

“Hombre que estas en pecado
si esta noche te mueres
piensa bien a donde fueres.
Presto, torpe pasarás
de tus carnales contentos
a los eternos tormentos”.

La misión de la ronda era, además de recoger a las prostitutas directamente de la calle, pedir limosna, pero sobre todo atormentar y ahuyentar a los usuarios de los servicios de las damas. Debido a esa procesión tan peculiar y al nombre tan estrepitoso y exagerado de la Hermandad, no era de extrañar que el vulgo la conociera como Ronda del Pecado Mortal.
En 1744 se trasladó al convento de las Arrecogidas de la calle Hortaleza a la Santa y Real Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Celo de la Salvación de las Almas, debido a que su anterior recinto se había quedado pequeño, desde entonces las prostitutas que abandonaban la calle eran conducidas por la ronda al convento de Santamaría Magdalena, allí se las adecentaba por fuera y por dentro, se las alimentaba y permanecían en sus muros profesando la religión o salían de sus muros para casarse.
En dicha ronda he fundamentado yo mi “Procesión de Arrecogida” que menciono en las novelas y que como elemento de ficción debe quedar pues no hay ninguna constancia histórica de su existencia en 1623.
La Ronda del Pecado Mortal existió hasta 1845, en aquellos tiempos la iluminación en las calles de Madrid ya era mejor y perdería algo de su aspecto tétrico y por lo tanto también algo de su poder de persuasión. Tal vez el nexo fantasmagórico inherente al convento de las Arrecogidas también surgió en la existencia de esa Hermandad y la Ronda del Pecado Mortal que procesionaba en la penumbra de las calles silenciosas y frías.
En el año 1897 el convento de las Arrecogidas empezó a sufrir diversas reconstrucciones, es en torno a esa fecha cuando deja de pertenecer a la orden de las terciarias franciscanas y pasa a ser acomodo de la orden de las calatravas cistercienses. Respecto a sus reconstrucciones, en primer lugar se lleva a cabo la de la iglesia del convento, obra encomendada en 1897 al arquitecto Ricardo García Guereta, se recubrió toda la fachada exterior con ladrillo de estilo neo mudéjar y se modificó el interior del templo con una bóveda falsa bajo la estructura original de la cubierta, posteriormente en 1916 se derribó una parte del convento, se reconstruyó después según el trazado antiguo por el arquitecto Jesús Carrasco.
Unos años después, en 1936 el convento se quemó o lo quemaron como tantos otros de Madrid, fue reconstruido en la posguerra, y parece ser que de nuevo habitado por otras congregaciones religiosas sin bien de forma esporádica, la última comunidad religiosa que habitó el convento de las Arrecogidas lo abandonó en 1974 y tras varios años de abandono y de quedar en estado casi de ruina permanente, en Junio 1989 se traslada allí a la Ejecutiva Confederal del sindicato Unión General de Trabajadores.
La U.G.T. lo adquirió en 1987 por la cantidad de 190 millones de pesetas, la restauración del convento tuvo un coste total de 230 millones, aunque en un principio el recinto se trató de habilitar para salas de conferencias y exposiciones e intentó ser un lugar abierto al barrio y a la cultura (Pedro Almodóvar grabó allí parte de su película “Entre tinieblas”) en la actualidad es la sede de la Ejecutiva Confederal y no es tan accesible, en el salón de actos, antigua iglesia, se celebran ruedas de prensa, esa es la única zona del edificio en realidad abierta al exterior.
En nuestro tiempo está catalogado en el plan General de Ordenación Urbana de Madrid con nivel 1 de protección, su calificación de uso es de equipamiento, al tratarse de un edificio protegido, al menos la fachada y la antigua iglesia, no ha sufrido más modificaciones. El total son 5000 metros cuadrados repartidos en tres plantas, en las instalaciones cabe destacar la belleza del patio interior, el acceso a la antigua iglesia y el mobiliario utilizado por Largo Caballero en su época de Ministro de Trabajo que se halla en un hall de la primera planta.
Llegué al “convento” con el convencimiento de que los fantasmas no existían el día 19 de Octubre de 1995 y tras pasar en sus noches y sus días seis años, dejar parte de mi juventud en sus muros y silbar en ocasiones en su oscuridad, lo dejé atrás con serias dudas al respecto.
Y lo dejé atrás simplemente en el aspecto laboral, pues tengo allí, todavía, grandes amigos y un montón de historias que tal vez un día sean contadas.

miércoles, 20 de octubre de 2010

CAPÍTULO X: Enamoradas de un fantasma


La fotografía muestra la entrada a la Iglesia de San Antón, justo frente a la entrada del Convento de las Arrecogidas, ambos recintos muy unidos tanto por el exterior como por su interior.
La cita de Carmen Posadas, esta obra de "La bella Otero" tiene fases realmente geniales, creo que ésta es buena muestra.
Y el capítulo X, a partir de este momento la trama se complica y se supone que el lector queda enganchado a la narración.

En realidad, sólo los necios, los tontos nostálgicos y todos nosotros
al comienzo de la vejez disfrutamos rememorando lo que hemos sido y
ya no somos. Pero, a medida que pasan los años, veinte, treinta, cuarenta...
tantos años de olvido, una descubre que, poco a poco, empieza
a perderle el respeto a los fantasmas y que incluso llegan a ser buena
compañía. Al fin y al cabo son lo único que nos queda vivo.


Carmen Posadas. “La bella Otero”



CAPÍTULO X
Enamoradas de un fantasma
(17- 11- 1999)
Se quitó las gafas de sol oscuras en las cuales se reflejaba el rostro sereno
de Rafael y las guardó en un bolsillo interior de la chaqueta. Su
compañero hizo el mismo gesto. Si su intención fue en algún instante
intimidar al vigilante, había fracasado, por el contrario, Rafael se mostraba
tranquilo e imperturbable en la insolente seguridad de quien nada
tiene que temer.
Aunque el comisario ocupaba el lugar preferente en el despacho, y
el otro policía y él mismo se hallaban frente a él, permaneció callado y
fue el tal Morales quien comenzó con el interrogatorio.
– Hay un detalle que no comprendemos. Sin duda sabía usted que
necesitábamos interrogarle-, miró al vigilante quien asintió sin hablar-
, entonces, ¿por qué no se presentó en una comisaría y por el contrario
nos ha obligado a buscarle como a un delincuente?, ni siquiera se
dignó usted a concedernos el favor de contestar a las reiteradas llamadas
telefónicas.
– He tenido unos días muy duros-. Respondió Rafael sin perder la
calma y sin mentir-. Necesitaba descansar, meditar, y por supuesto no
podía faltar al trabajo. De todos modos supuse que mi labor había finalizado
y pensé que cuando me necesitaran me encontrarían sin ninguna
dificultad.
– Bien-, suspiró Morales-, lo primero y más importante, nos preocupa
su seguridad, con su acción del lunes se ha convertido usted en objetivo
primordial de los terroristas, es nuestro deseo mantenerle en el
más estricto anonimato y evitar cualquier tipo de publicidad sobre el
asunto, supongo que comparte usted nuestra opinión al respecto.
– Sí, por supuesto.
– Perfecto, en ese caso dígame, ¿cuántas personas conocen su hazaña
y quiénes son?
– Cinco empleados de este edificio y una amiga.
– ¿Son de total confianza?
– Sí por supuesto, de confianza y fuera de toda sospecha, no representan
ninguna amenaza.
– Aún así debe usted rogarles discreción, es muy importante, cuantas
menos personas estén al corriente de lo ocurrido mejor-. Morales
hizo una breve pausa concediéndole tiempo para digerir sus frases-.
De todos modos deberá usted facilitarnos la identidad de esas seis personas
como medida de precaución y recuerde, no son una amenaza directa
pero pueden ser una amenaza indirecta, incluso pueden estar en
peligro ellos mismos si alguien sospecha, o sabe lo que saben-. Otra
pausa, otra digestión de la información, ésta más pesada pues no quería,
por nada del mundo, poner en peligro a sus compañeras ni a Rosa.
– ¿Cómo supo que aquellas personas eran los terroristas?
– Por intuición supongo, o por deformación profesional. Estaban esperando,
parados, quietos en la acera; a esas horas tempranas la gente
va y viene, no espera, no encajaban en el paisaje. Además, cuando
se produjo la explosión vi como se marchaban con extremada calma,
todas las personas de mi alrededor estaban asustadas, confundidas,
aterradas; ellos no, entonces lo supe con certeza, tanta serenidad no
era normal.
– Y fue entonces cuando tomó la decisión de seguirles.
– Sí así es.
– ¿Por qué, por qué decidió perseguirles en lugar de huir, ayudar a
los heridos, llamar a la policía?
– Mi primera intención fue, en efecto, auxiliar a las víctimas y sin
embargo cambié de opinión, supongo que debido a mi profesión odio
cualquier forma de violencia y cualquier expresión de delincuencia; decidí
que sería más útil ayudar a detenerlos y evitar así otras acciones
similares. Por los heridos poco o nada podía yo hacer, por el contrario,
persiguiendo a los terroristas podía facilitar su detención.
– ¿Cómo consiguió llegar a su vehículo con la rapidez suficiente para
no perderlos de vista en ningún momento?
– No tuve que llegar a mi coche, ya me encontraba junto a él, acababa
de salir de trabajar y había llegado a casa, terminaba de aparcar
cuando todo ocurrió, no tuve tiempo ni de cerrar la puerta.
– Entonces fue así, quiero decir que no los perdió de vista en ningún
momento.
– En efecto así fue, se subieron a un vehículo y huyeron, yo los seguí,
fue todo muy rápido, no tuve tiempo de pensar en nada, ni en riesgos
personales ni en represalias ni en ninguna otra cosa, sólo quería
facilitar a la policía su situación, por eso no los perdí de vista en ningún
instante hasta su detención.
– ¿Cree usted posible que hubiera más terroristas?, algún otro cómplice
apoyando la acción o facilitándoles la huida.
– No, no había nadie más, ellos no advirtieron mi presencia, huyeron
según tenían previsto, ejecutaron el plan tal como estaba diseñado,
nadie les ayudó, estaban los dos solos.
– Conocíamos la existencia de este comando en nuestra ciudad pero
sospechábamos que lo componían tres o cuatro miembros.
– No sé cuantos componentes tendrá la banda pero les aseguro que
allí estaban los dos solos.
– Si fuese necesaria su presencia para identificarlos ¿podría reconocerlos?
– Sí, los vi perfectamente y soy buen fisonomista, los reconocería
sin dificultad.
– De todos modos y para tranquilizarle, no creo que sea necesario.
En los interrogatorios se han confesado autores del atentado.
Dos golpes precipitados y enérgicos en la madera de la puerta precedieron
a la irrupción en la reducida oficina de uno de los policías uniformados
e interrumpieron el interrogatorio.
– Disculpe señor comisario, está aquí de nuevo el jefe de seguridad
y además le acompaña un abogado que exige estar presente en la entrevista.
– ¿Un abogado?- repitió sorprendido el comisario- y ¿quién demonios
necesita la presencia de un abogado-. Interrogó a Rafael y al tal
Morales quienes se mostraban tan desconcertados como él mismo. Se
puso en pie y añadió-. Continúen ustedes con las preguntas sin mí, voy
a ocuparme de las visitas.
Salió del despacho y cerró la puerta, en el vestíbulo exterior aguardaban
Dioni y uno de los letrados de la empresa, el jefe de seguridad
lo abordó saliendo a su encuentro.
– Señor comisario éste es...
– Sí ya lo sé- interrumpió el policía con evidente mal humor -, pero
¿quién ha pedido la presencia de un abogado y por qué?
– Nadie, lo envía el presidente, si un trabajador de esta casa va a
ser interrogado al menos será en presencia de un abogado.
– No sea usted ridículo, este hombre no está detenido ni acusado de
ningún crimen, ni siquiera es sospechoso del impago de una multa de
tráfico, no es necesaria la presencia de ningún letrado-. Hizo una pausa
y dirigiéndose al abogado añadió-. De todos modos, si usted para
quedarse más tranquilo considera oportuno que sea el propio interesado
quien corrobore mis palabras, adelante-. Indicó a uno de los agentes
que acompañara al letrado a ver al vigilante y se dirigió de nuevo a
Dionisio-. Y usted hágame un último favor, tranquilice en mi nombre al
presidente y dígale que en menos de diez minutos habremos finalizado
y será para mí un honor transmitirle, en persona, cuanta información
precise sobre este asunto.
El abogado salía ya del despacho escoltado por el agente.
– ¿Todo correcto señor letrado?- quiso zanjar el comisario.
– Sí señor- afirmó y mirando a Dionisio adujo-. Rafael confirma las
palabras del comisario, no necesita mi ayuda para nada y solicita que
así se lo trasmitamos a don Alberto.
Dionisio estaba o mejor dicho continuaba fuera de sí cuando por fin,
a través de las cámaras interiores del circuito cerrado de televisión vio
salir a la comitiva de su oficina.
– ¡Ahí vienen!- exclamó ligeramente aliviado-, es cierto que todo
pasa y todo llega-. Marcó la extensión del presidente y Cristina le pasó
con él.
– Don Alberto, parece ser que ya han terminado, han salido del despacho
y vienen hacia aquí, si le parece bien yo mismo acompañaré al
comisario hasta su oficina.
– No Dionisio, además de hablar con la policía quiero hacerlo también
con Rafael, que sea él quien acompañe al comisario hasta aquí, tú
permanece ahí abajo con el resto de los agentes y ya te llamaré.
El presidente cortó la comunicación de inmediato para evitarse los
alegatos de protesta que presumía saldrían de los labios del responsable
del departamento de seguridad. Su equivocación fue manifiesta,
Dionisio, tras recibir la orden, considerada por él mismo como un gravísimo
denuesto, quedó por completo pasmado, y, aún no había salido
de su pasmo ni conseguido articular palabra alguna cuando la caterva
de agentes de policía y el interrogado llegaron al cuarto de seguridad.
– Aquí le devuelvo a su hombre sano y salvo-. Dijo el comisario con
algo de sorna-. Y ahora si lo desea me entrevistaré con el presidente.
– Sí por favor, le está esperando. Rafael acompaña al señor comisario
hasta el despacho de don Alberto, según parece también quiere
verte a ti.
Por un instante reino un silencio expectante, la sorpresa alcanzó a
todos los presentes del mismo modo que había afectado a Dionisio minutos
atrás, el comisario Valverde fue el primero en abandonar tan estéril
letargo y ordenó al resto de sus agentes.
– No es necesario que me esperen, márchense y continúen con el
trabajo asignado. Morales redacte el informe, lo quiero sobre mi mesa
cuanto antes, nos veremos más tarde-. Luego, mirando ya directamente
a los ojos de Rafael preguntó-. ¿Vamos a ver al jefe?
– Sí claro, sígame, es por aquí.
– ¿Cómo es el presidente?- Interrogó el policía por el camino más
por dialogar que por verdadera curiosidad-. En cuanto a su forma de
ser me refiero claro, no a su aspecto físico.
– No se parece en nada al jefe de seguridad, es la antítesis de él,
eso se lo garantizo.
– Parece que no te tiene mucha estima-. Comentó el comisario refiriéndose,
lógicamente, a Dionisio.
– No, no me aprecia, por el contrario creo que me odia, pero yo tampoco
le estimo demasiado a él. En eso al menos estamos igualados.
– Mal asunto es que un vigilante no conecte con el responsable de
seguridad de la empresa para la cual trabaja, se trata del cliente y ya
se sabe que en caso de duda el cliente siempre tiene la razón.
– Mientras yo cumpla bien con mi trabajo no tengo nada que temer.
– Bueno olvidémonos ya de él, yo te preguntaba por el presidente.
– Don Alberto es serio, severo, exigente, pero buena persona y sobre
todo es respetuoso con sus trabajadores.
Llegaron a la antesala del despacho del presidente y Cristina les indicó
que podían entrar. Así lo hicieron. Hubo unas cortas presentaciones
de rigor, asunto del cual se encargó Rafael, después el comisario
formuló unas cuantas disculpas estudiadas y en apariencia sinceras exculpando
la irrupción en el recinto, a lo cual don Alberto restó importancia
con amabilidad y seguidamente el comisario puso al corriente
del motivo de su visita y de absolutamente todo lo acontecido al sorprendido
presidente, fue entonces cuando se atrevió a ir más allá y
adujo.
– Comprenderá usted ahora el sigilo y el misterio de nuestra actuación,
no ha sido así por capricho, ha sido por necesidad, debemos ser en
extremo discretos y reservados con este asunto para proteger el anonimato
y la seguridad de Rafael. La reacción de don Alberto fue la esperada...
estupor, asombro infinito, incredulidad... sensaciones a las cuales
sucedió sin demora el orgullo, la satisfacción, la complacencia. El comisario
tras observar y disfrutar en secreto de estas reacciones añadió:
– Bueno señores, mi trabajo en este recinto ha terminado, don Alberto
ha sido para mí un grato placer conocerle-. Estrechó su mano para
acto seguido volverse hacia el vigilante-. Rafael, hiciste un buen trabajo,
sin tu colaboración hubiéramos tardado meses, quizá años en detenerlos,
gracias a tu valor y determinación la ciudad puede dormir
más tranquila-. También estrechó su mano y se marchó con discreción
de la escena. Apenas se hubo ausentado, Rafael, que se encontraba un
tanto incómodo en aquel papel de héroe felicitado y reconocido dijo:
– Don Alberto, si no ordena usted lo contrario yo me reincorporo a
mi puesto.
– No tengas prisa, espera un momento, quisiera comentar contigo
algunas cuestiones, me interesa oír tu opinión-. El vigilante continuaba
de pie, tal y como había permanecido durante la entrevista del comisario
con el presidente, en esa postura habitual en la cual parece que un
vigilante trabaja más y mejor que si se encontrase sentado, don Alberto
que se había incorporado para despedir al comisario se dirigió hacia
su escritorio y tomando asiento en su sillón invitó con un gesto a Rafael
para que le imitara.
– Quiero saber qué opinas sobre el nuevo sistema de seguridad-.
Era la forma característica de actuar de don Alberto, directo al asunto,
sin rodeos, sin adornos, sin dilación.
– Es un buen plan de protección, en mi modesta opinión de advenedizo
resulta un tanto estricto para las características de este edificio,
excesivo, exagerado me atrevería a decir, pero en líneas generales es
un buen programa.
– ¿Hemos mejorado entonces?
– En algunos aspectos sí. Antes había menos medios materiales y
humanos y las normas eran insuficientes, ahora hemos pasado sin
transición a un diseño totalmente diferente, pero en cuestión de seguridad
más vale que sobre que no que falte. En mi opinión en el término
medio está la virtud, algo intermedio entre el anterior diseño y el actual
esquema sería lo ideal, una normativa que permitiera al vigilante
decidir y no solamente le obligue a obedecer. De todos modos la peor
decisión, siempre según mi personal punto de vista, claro, ha sido
prescindir de los antiguos vigilantes del edificio, tenían una gran experiencia
y se hubieran adaptado bien a cualquier cambio.
– ¿Qué opinión te merece Dionisio? Yo tengo la impresión de que en
los últimos tiempos ha cambiado, como si se le hubiera subido a la cabeza
su éxito.
– Me permitirá que no le responda a esta pregunta señor, como decía
mi abuelo: si no puedes hablar bien sobre alguien mejor guarda silencio.
Además yo le conozco a usted muy bien y mi opinión no le vale,
de nada serviría que yo le dijera “es un inútil”, o al contrario, “es un
gran trabajador” usted no lo creería hasta comprobarlo por sus propios
medios.
– Vaya-. Dijo con una sonrisa en los labios entre sorprendida y complacida-.
Me conoces mejor que muchos de mis trabajadores.
– Llevo diez años trabajando en este edificio señor, usted no era
Presidente aún cuando yo llegué, en todo ese tiempo, si observas tu
entorno, llegas a conocer a las personas, incluso llegas a conocer al
edificio.
– Y ¿cómo te llevas con el nuevo jefe de equipo?
– Carlos no es mal compañero, pero para conservar su puesto y los
privilegios inherentes a éste debe ejecutar todas las órdenes dictadas
por Dionisio. Sus actos no son propios sino acciones del jefe de seguridad,
por tanto no debe reprochársele nada, excepto su obcecada obediencia
y su acentuada ceguera.
– Bien, gracias por tu sinceridad Rafael, me ha sido de gran utilidad,
y enhorabuena por lo del lunes, estoy orgulloso de ti y de tu trabajo tanto
dentro como fuera del edificio. Por cierto, sobre la muerte de ese chico,
Álvaro, sé que te afectó mucho, a mí también me dolió aunque no lo
conocía demasiado, le he pedido a Dionisio que se investigue a fondo,
no quiero que se nos escape ningún detalle, quiero saber la verdad.
– La investigación no arrojará luz sobre el asunto. En este edificio
moran los fantasmas, eso Dionisio nunca lo pondrá en un informe. Álvaro
murió de miedo, se sintió acosado, acorralado por los espectros.
– Eres muy contundente en tus afirmaciones, a mí no me resulta
sencillo creer en fantasmas y por tanto no estoy en disposición de considerar
esa versión.
– Pase usted una noche solo en este edificio y cambiará su opinión-
, añadió el vigilante con seguridad-, es lo que me ocurrió a mí, es lo
que le ocurrió a Álvaro.
– ¿Si es cierto lo que afirmas por qué sigues aquí? Yo no podría ni
entrar al edificio.
– Tantos años entre estos muros- Rafael se encogió de hombros como
siempre hacía- llega el momento en que uno empieza a perderle el
respeto a los fantasmas y que incluso llegan a ser buena compañía. Al
fin y al cabo son lo único que nos queda vivo.
– Los demás vigilantes no comentan nada sobre esos hechos insólitos,
¿por qué?
– Unos lo hacen por miedo o respeto a lo desconocido, otros callan
por miedo a lo conocido, es una de las consignas de Dionisio, los fantasmas
no existen-. Volvió a encogerse de hombros, la consigna de
Dionisio parecía poner punto final a la conversación, los fantasmas no
existen.
– Por favor regresa a tu tarea y dile a Dionisio que suba, tendré que
darle alguna clase de explicación sobre la presencia de la policía, ¿crees
que debo contarle la verdad?
– Como persona desde luego no se lo merece, por el contrario, como
jefe de seguridad supongo que tiene derecho a saberlo.
– De acuerdo, gracias de nuevo Rafael, y recuerda si necesitas algo
estoy siempre a tu disposición.
– Gracias a usted señor, hasta luego.
La desesperación hacía presa de Dionisio y éste contagiaba su estado
de ánimo o de desánimo a Carlos, entonces llegó Rafael con gesto
inexpresivo, con cara de póquer.
– Dice Don Alberto que haga usted el favor de subir a su despacho.
Dioni salió velozmente y sin hablar, subió las escaleras como una
exhalación, mientras tanto Rafa dirigiéndose a su jefe de equipo añadió:
– ¿Te importa permanecer un poco más ocupándote del control de
accesos?, con todo este jaleo no he desayunado ni he podido ir al baño.
– No, no me importa, ve, pero no tardes, tengo tarea pendiente con
Dioni en el despacho.
En aquellos instantes don Alberto ponía al corriente a Dionisio del
acto heroico protagonizado por Rafael. El presidente hablaba y su empleado
escuchaba y asentía cada vez más atónito. Existían dos puntos
de vista respecto a lo acontecido, el de don Alberto: henchido de orgullo
por la actuación del vigilante y a quien sin duda le hubiese gustado
hallarse en su lugar para hacer exactamente lo mismo; y el del responsable
del departamento de seguridad: juzgando a aquel hombre un
irresponsable, un loco peligroso con delirios de grandeza, Dioni no veía
mas que inconvenientes y desgracias, en primer lugar veía a Rafael
como potencial objetivo de ataques terroristas y por extensión opinaba
que idéntico peligro corría la empresa y todos los trabajadores del edificio;
además veía que aquel acto serviría para que el vigilante se hiciera
todavía más popular entre los empleados, de hecho ya estaba observando
cierta y peligrosa euforia en las palabras del presidente, si algo
no le interesaba a él era la popularidad de Rafael y su inherente
consolidación como héroe nacional. El presidente le rogaba discreción,
¡qué iluso!, por supuesto que sería discreto, cuanto menos se supiera
de aquella acción mejor para todos, cuanto menor importancia se le
concediera mejor para él. No es fácil despedir a un héroe, es mucho
más sencillo librarse de un vigilante anónimo, de un ciudadano sin
nombre y de segunda categoría.
Lívido.
Lívido estaba Dionisio cuando terminó la entrevista con don Alberto,
pidió permiso, casi sin voz, para utilizar la puerta trasera del despacho
del presidente para marcharse, dicha puerta conducía directamente a
la escalera del garaje, y por tanto, tenía su inicio a pocos metros del
acceso a la oficina del jefe de seguridad, no quería ver a nadie, no deseaba
ser visto por nadie en el trayecto hasta el baluarte de su despacho.
Cuando por fin entró en su guarida Carlos ya se encontraba allí
aporreando el ordenador.
– ¿Qué te pasa?- Interrogó francamente preocupado, estás pálido,
parece que te hubieras cruzado con un fantasma.
– ¡No!, será eso lo único que todavía no me ha ocurrido hoy, de todos
modos no lo digas en voz muy alta, no tientes a la suerte, en este
edificio todo es posible.
– Sí, tienes razón, es mejor no nombrar la soga en casa del ahorcado.
– Por cierto, ya sé cual era el tema de conversación de esta mañana
entre las secretarias y el listillo. Las muy arpías, todas lo sabían y ninguna
me ha dicho nada, ni una triste pista miserable, eso indica una
sola cosa, les resulta más simpático que yo.
– Y ¿cuál era ese asunto tan secreto?- Interrogó Carlos rebosando
curiosidad por todos los poros de su piel.
– Pues verás Carlitos, ahora resulta que el sabiondo es un súper héroe.
A lo largo y ancho de toda la jornada laboral las conversaciones del
personal del edificio, como las de todo el país, tuvieron un denominador
común, un mismo acto, un mismo protagonista; algunos de los
conversadores conocían la identidad del actor, otros lo ignoraban; unos
lo adoraban, otros, pocos, lo odiaban y casi todos, consciente o inconscientemente,
lo envidiaban.
A Rafael le restaba poco más de media hora para finalizar su servicio,
todo estaba hecho, el deber había sido cumplido, sólo le restaba
aguardar, esperar a que su compañero, quien por cierto ya estaba en el
vestuario cambiándose de ropa, bajara y lo relevara. Estaba cansado y
era el suyo un cansancio acumulado en las últimas semanas por los
acontecimientos y el exceso de trabajo; sin embargo la proximidad de
su cita con Eva lo estimulaba, descolgó el teléfono con un acto reflejo,
quería confirmar que de verdad tenía una cita.
– Diga-. La voz sensual de Eva tenía un tono de enfado, el característico
de una persona a quien el timbre impertinente del teléfono saca
de la concentración necesaria en su trabajo.
– Hola Eva soy yo-. Dijo Rafael un tanto amedrentado por la forma
de responder de la joven.
– ¡Ah!, hola, ¡qué susto me has dado!, pensaba que una llamada a
última hora sólo podía significar trabajo adicional para mi jornada de
hoy.
– Pues no, no es una llamada de índole laboral, yo precisamente te
llamaba para saber cuánto te queda para salir, a mí ya me van a hacer
el relevo y si no recuerdo mal teníamos una cita.
– Yo tardaré aproximadamente una hora. ¿Serás capaz de esperarme
durante ese tiempo?
– Por supuesto que sí, me cambiaré tranquilamente, te esperaré en
la Taberna del Renco. Pero, no te sientas obligada, si estás cansada,
tienes trabajo o simplemente no te apetece lo dejamos para otro momento.
– No me siento obligada, no tengo trabajo ni autorización para permanecer
en el despacho aunque lo tuviera y cansada sí estoy pero precisamente
por ello necesito unos instantes de asueto, nos vemos allí en
una hora o si puedo antes.
El vigilante posó el auricular en la cuna del aparato con una sonrisa
en su rostro fatigado y justo en el instante de cortar la comunicación
sintió un repentino y terrible silencio.
Un silencio abrumador envolvía al edificio, transmitía frío a su piel y
un zuñido molesto a sus tímpanos. Se concentró y prestó atención a su
alrededor, sabía que el silencio, como en otras ocasiones, ocultaba una
profecía. No había nadie por los pasillos, la nada había invadido el lugar,
las cámaras de seguridad no captaban movimiento ni ser vivo alguno,
sólo se percibía el molesto zureo de las palomas nerviosas arriba
en el tejado. Era aquél un silencio zumiento que vertía gota a gota sobre
él el jugo agraz de su profecía.
Y de repente, sin causa aparente, sin explicación coherente y por
supuesto sin que nadie la tocara, la radio subió su volumen, ella sola.
El aparato siempre se encontraba encendido, Rafa, a menudo le quitaba
la voz pues le molestaba para la eficaz realización de su trabajo; en
aquél preciso instante lo había reducido a su mínima expresión, al mutismo
casi absoluto para mantener con Eva una tranquila conversación
telefónica, y de improviso el volumen era alto, demasiado alto, casi
molesto. Llamó su atención la canción que estaba escuchando, no era
aquélla una franja horaria en la cual la música fuera la protagonista de
las ondas, por el contrario, lo habitual eran los programas de entrevistas,
informativos, o tertulias, pero no obstante en el punto del dial que
sintonizaba el aparato había música, y buena música por cierto. “We
are the champions” del grupo Queen, la voz especial y privilegiada de
Fredy Mercury inundaba el pequeño habitáculo del centinela y rompía
el silencio. La canción le obligó a pensar en Álvaro, pues era su tema
favorito de Queen. Le gustaba la canción pero el volumen era excesivo,
demasiado elevado. Quiso bajarlo un poco y...
Y no pudo restar volumen al aparato porque cuando estaba a punto
de rozarlo se desplazó, la radio se movió alejándose de él, como si la
mano de Rafael fuese de un material que repeliera al del aparato receptor.
Rafael se aproximó despacio, perplejo, sin intención de tocar el
aparato y no obstante éste volvió a desplazarse, solo, sin causa aparente,
sin motivo ni explicación. Al vigilante se le erizó todo el vello de
su cuerpo ante aquél extraño acto de telequinesia. Se agachó con gesto
brusco y una tremenda determinación, buscó bajo la mesa el enchufe
que conectaba la radio a la red eléctrica y tiró violentamente del cable.
Los acordes de la canción flotaron un tiempo todavía en el aire viciado
del cuartucho, como si el aparato no necesitara electricidad para
funcionar, como si se negara a ser desconectado; no obstante, finalmente
cesaron las notas musicales, el silencio regresó de modo tan
brusco como se había marchado, pero no cesaron los fenómenos extraños,
de repente se iluminó la pantalla del ordenador. A Rafael no le
gustaban aquellos trastos que quitaban el trabajo a un vigilante y a
menudo dejaban en evidencia al que los manipulaba, sabían hacer tantas
cosas aquellas máquinas infernales, pero desde luego no creía que
fueran capaces de encenderse solos. En el teclado, sobre su mesa, algunos
botones comenzaron a moverse, unos dedos invisibles se posaban
en ellos presionándolos con habilidad, en la pantalla aparecieron
unas letras, luego unas palabras, después unas frases...poco a poco se
materializó un mensaje, pero un mensaje ¿de quién y para quién?
Lo hiciste muy bien, cogieron a esos cobardes asesinos gracias a tu
actuación, ahora debes tener cuidado, mucho cuidado, el enemigo está
dentro de la casa, mantén tus ojos bien abiertos, aunque creas estar
solo, ellos están contigo. We are the champions, adiós.
Rafael palideció, presenció con estupefacción y miedo como el ordenador
se apagaba del mismo modo misterioso e increíble en que se había
conectado, la pantalla se oscureció, se hizo de noche en ella y reflejó
así la lividez de su rostro confuso; todavía tenía el cable de la radio
en la mano cuando, medroso, preguntó al silencio.
– Álvaro, ¿eres tú?
– No compañero, no soy Álvaro, soy Fernando, ¿qué demonios te
ocurre?, ¿se te traspapelan los nombres en el cerebro?- Interrogó su
compañero dispuesto a hacerle el relevo.
– No, no, es que te pareces a un amigo mío y se llama así, por eso
me he equivocado de nombre-. Se disculpó Rafael mintiendo.
– Y ¿por qué has desenchufado la radio?
– Me molestaba el volumen.
– Pues hubiera sido más sencillo bajar la voz que agacharse a tirar
del cable, vamos opino yo.
– Eso es lo que tú te crees-. Pensó, y sin embargo dijo mintiendo de
nuevo-. Sí, pero resulta que estaba ya agachado, se me cayó el bolígrafo
y al recogerlo fue cuando tiré del cable.
Hacía mucho tiempo que Rafael no precisaba ir a tomar una copa
después del trabajo, aquel día sí sintió esa necesidad, beber para olvidar,
o por lo menos para templar sus nervios. Al llegar al vestuario soportó
el peso del silencio sobre todos sus músculos, se cambió de ropa
a una gran velocidad, casi de forma atropellada, le agobiaba la soledad
del estrecho cuarto, no soportaba la expectante quietud más propia de
un sepulcro. Salió a la calle deprisa, ya en el exterior se encontró más
cómodo y decidió dar un paseo antes de dirigirse a la Taberna del Renco.
Caminaba despacio, pensaba deprisa, las baldosas de la acera pasaban
lentas bajo sus pies, las imágenes de los últimos misterios sufridos
pasaban rápidas por su cerebro. Pensaba en el atentado y en la
posterior persecución; recordaba la conversación telefónica mantenida
con Eva y el posterior silencio; meditaba sobre el desplazamiento inverosímil
de la radio al intentar bajar el volumen y en el posterior mensaje
del ordenador; pensaba en Eva y en el futuro de sus vidas y le
asaltaba la imagen de Álvaro y el pasado de los muertos.
La noche era cerrada, hacía frío, el tiempo no era el idóneo para pasear.
Los pocos peatones que deambulaban por la Plaza de Chueca la
atravesaban raudos y desaparecían engullidos por los edificios y sus inquietantes
sombras, todas las personas iban con premura, a Rafael le
surgió la duda de si su prisa era debida al frío o a la presencia de un coche
patrulla de la policía municipal estacionado sobre la acera y con las
luces encendidas. También él aceleró el paso, lo hizo por culpa del frío,
subió por la calle Graviña y giró a la derecha en la esquina de Pelayo,
se dirigía al lugar de su cita con Eva. El camino elegido le llevó a pasar
por la puerta del garaje del edificio donde trabajaba, iba a saludar al
compañero que se encontraba de servicio cuando un coche estacionado
cerca del acceso al aparcamiento reclamó su atención. Se trataba
de un todo terreno de color gris con los cristales traseros completamente
negros, no era la primera vez que lo veía, lo había observado
varias veces a lo largo del día pasando por la calle a velocidad reducida.
Se acercó a su compañero para comunicarle sus temores.
– Hola Enrique.
– Hola Rafa, ¿todavía continuas por aquí?
– Sí, estaba dando un paseo, me gusta caminar al terminar mi jornada,
para relajarme un poco. Oye, por cierto, has visto ese coche, el
todo terreno gris.
– Sí, ¿por qué lo preguntas?
– ¿Cuánto tiempo lleva ahí estacionado?
– Una media hora, me he fijado bien en él, ¿sabes?, porque lo conducía
una rubia de ésas que te quitan el hipo-. Adujo el vigilante guiñando
un ojo.
– Pues a mí me parece sospechoso, a lo largo del día lo he visto pasar
por esta calle en cuatro o cinco ocasiones a velocidad muy lenta.
– Bueno eso no es raro, estaría buscando aparcamiento, no es fácil
estacionar en esta zona.
– Puede ser, de todos modos ten cuidado, no lo pierdas de vista,
mañana me cuentas si has detectado algo extraño-. Se despidió y continuó
su camino, al pasar junto al vehículo sospechoso echó un discreto
vistazo a su interior. Sólo podía ver las dos plazas delanteras, pues
los cristales traseros eran tan oscuros que resultaban opacos y no permitían
ver dentro. En la parte delantera no vio nada, ningún objeto visible,
ni cintas de casete, ni llaves, ni maletines, ni bolsos, ni siquiera
pañuelos de papel. Eso también le pareció extraño. Decidió memorizar
la matrícula M- 3051 – MU. Alzó el brazo hacia su compañero en gesto
de despedida definitiva y continuó caminando a buen paso, tenía una
cita y no quería llegar el último.
La velada fue muy agradable, si bien Rafa sacó de ella dos conclusiones.
De un lado la evidencia de que Rosa no era la misma persona
tras la muerte de su novio, parecía eternamente cansada, su rostro
siempre demacrado, sus ojos enrojecidos y bajo ellos unas profundas
ojeras perennes, y lo más preocupante de todo era su extrema delgadez,
evidente en el rostro donde los pómulos sobresalían prominentes,
y acentuada en el cuerpo por su atuendo habitualmente oscuro donde
cada vez sobraba más tela. Seguía trabajando todos los días, pero no
lo hacía con la alegría que antes le caracterizaba sino con una cansera
creciente, con galbana y en ocasiones casi con ausencia, como si fuese
ajena a este mundo o estuviera en otro lugar del planeta. Además les
había confesado que no se encontraba bien y que iba a someterse a un
reconocimiento médico en breve espacio de tiempo.
La segunda conclusión de Rafa fue la certeza de que Eva nunca se
fijaría en un tipo como él por muy héroe que fuera, por tanto decidió no
aspirar a nada excepto a una profunda amistad llena de cariño; por
descontado quedaba descartado el amor, restaba únicamente la remo-
ta ilusión del sexo, pues quizá, la forma de entender la camaradería de
Eva no excluyera el sexo esporádico como una extensión de su afecto.
Rafael no comentó a Rosa los extraños sucesos vividos por la tarde
durante su trabajo y por supuesto tampoco se los comunicó a Eva, no
quería incentivar su obsesión por el espíritu de Álvaro. Parecía enamorada
de él, enamorada de un fantasma.
Faltaban unos minutos para la media noche cuando se despidieron
de Rosa y abandonaron el local, era mala hora para moverse en transporte
público y ninguno había traído coche, decidieron caminar hasta
Gran Vía y tomar allí un taxi que primero dejara a Eva en su casa y luego
hiciera lo propio con Rafael.
– Vamos por aquí-. Pidió Rafa indicando el principio de la calle Pelayo-.
Hay menos gente que por Hortaleza y además así tendré ocasión
de efectuar una comprobación.
– De acuerdo, pero ¿qué quieres comprobar?, ¿acaso espías a tus
compañeros cuando están de servicio, no confías en ellos?
– ¡Oh no!, no es eso, es que esta tarde al salir vi un vehículo estacionado
cerca de nuestro garaje y me resultó sospechoso, me gustaría
comprobar si todavía está allí.
– Eso es deformación profesional y principio de esquizofrenia, te
ocurre exactamente lo mismo que le sucedía a Álvaro, nunca daba por
finalizada su jornada, siempre estaba alerta, vigilando, dispuesto a
combatir el mal-. Adujo Eva un tanto molesta.
– Sí tienes razón, discúlpame, pero tengo curiosidad y en realidad
nos da lo mismo ir por un lado o por otro.
Finalmente Eva accedió y caminaron despacio y en silencio por la
desierta calle Pelayo.
– No está-. Dijo Rafa-. Estaba aquí, se ha ido ya.
– Y eso, ¿es bueno o malo?
– Malo-. Fue la escueta y sincera respuesta de Rafa quien ya elucubraba
diversas conjeturas en su cerebro.
– ¿Puedo saber por qué?
– A lo largo del día ese coche ha pasado cuatro veces por esta calle
y otras tantas por la puerta principal del edificio. Después, al cabo de
un rato largo de tiempo se encontraba aquí estacionado, la única explicación
factible desde mi punto de vista sería que se tratase de un vecino
del barrio en busca desesperada de aparcamiento, pero de ser así,
¿por qué se ha ido tan pronto?
– Bueno tal vez fuese alguien que iba a realizar una gestión por esta
zona o a efectuar compras.
– Puede, pero no lo creo, alguien que va a un asunto para poco espacio
de tiempo no permanece dos horas dando vueltas buscando
aparcamiento, hay un garaje público en la calle Graviña a menos de un
minuto de aquí, siempre es mejor opción que dar vueltas y más vueltas.
– Pues entonces se trataría de un vecino con mala suerte, ha encontrado
aparcamiento con mucha dificultad y luego le ha surgido un
imprevisto y ha tenido que marcharse de nuevo-. Dijo Eva con creciente
mal humor.
– Sí-. Dijo Rafa sin convicción tratando de no contrariar más a su
compañera-. Seguramente esa es la posibilidad correcta. Vámonos y
olvidemos el incidente.
Al pasar junto al garaje vieron la puerta abierta.
– Mira-. Dijo Eva-. Está abierto, son más de las doce de la noche,
¿no debería estar cerrado?
– Sí, debería, vamos a acercarnos con cuidado.
Se cruzaron de acera y semi escondidos entre los coches estacionados
observaron el interior del garaje. Había un coche de un color nada
discreto con los emblemas de la compañía de seguridad a la cual pertenecía
Rafael, también observaron la presencia de dos hombres vestidos
de paisano y un poco más adentro, y de uniforme, por supuesto,
Fernando, el vigilante de servicio.
– No pasa nada anómalo-. Dijo Rafa más calmado y tratando de
tranquilizar también a Eva-. Es el inspector de nuestra empresa, habrá
venido a supervisar el servicio, es algo habitual visitar los centros de
trabajo de forma periódica. El vigilante es Fernando y a su lado está
Quiqe, el compañero del garaje, quien por cierto ya ha finalizado su
servicio y se marcha, por eso está vestido con ropas de calle-. La explicación
había sido satisfactoria para Eva quien ya se incorporaba saliendo
de su incómodo escondite con una sonrisa en los labios y murmurando
sin demasiado humor:
– Entre todos conseguiréis volverme paranoica-. Apenas hubo terminado
la frase Rafael tiró de su brazo con brusquedad, tenía la firme
intención de permanecer oculto.
– Espera un momento, ¿qué están haciendo?
Ambos se mantuvieron observando la escena con gran expectación
desde el baluarte de los coches. El inspector se dirigió hacia el vehículo
de la empresa y de su interior sacó una bolsa grande de plástico, lo
que hizo sospechosa su actuación fue que antes de hacerlo miró furtivamente
a ambos lados de la calle con insistencia en el gesto. De la citada
bolsa extrajo unas cuantas cajas de cartón, dio una al vigilante
que ya había finalizado su trabajo y éste le entregó un manojo de billetes;
luego, y tras volver a mirar nervioso por encima de su hombro hacia
ambos lados, el inspector pasó otras tres o cuatro cajas al vigilante
que aún se hallaba de servicio, a cambio de las cuales éste le introdujo
en las manos un fajo de billetes de mayor valor y de mayor tamaño
que el entregado anteriormente por Enrique. El inspector guardó la totalidad
del dinero en sus bolsillos, ocultó las cajas sobrantes en el interior
del coche y posteriormente dio la mano a ambos vigilantes y se subió
al vehículo dispuesto a marcharse.
– ¿Qué crees tú que contienen esas cajas?- Interrogó Eva.
– No lo sé, drogas supongo, ¿qué otra cosa puede ser?
– Sí es verdad, a ese precio o son drogas o son diamantes, pero
desde luego nada lícito.
– Vámonos-. Dijo Rafael a Eva-. Será mejor que no nos vean-. Y en
cuclillas continuaron avanzando en dirección hacia la Plaza de Chueca -
. En su huida pudieron oír la voz del inspector dirigiéndose a Enrique.
– Si quieres te acerco a algún sitio Quiqe, no tengo prisa.
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La profecia del silencio:La profecia del silencio 29/1/10 16:11 Página 117
– Vale gracias-. Respondió el vigilante cuya jornada había finalizado
subiendo al coche.
Se habían incorporado, caminaban a buen paso alejándose sin ser
descubiertos. Oyeron dos portazos consecutivos y el vehículo inició su
marcha, las luces del coche iluminaron toda la calle y esa ráfaga les
afectó también a ellos. Eva miró de soslayo por encima de su hombro,
su rostro reflejaba temor cuando dijo:
– Nos van a ver y te reconocerán.
Pasaban junto a un bar cuyas puertas acababan de cerrarse, no podían
ocultarse en su interior, entonces Eva empujó a su compañero hacia
la penumbra del acceso al local clausurado, se abalanzó hacia él y
comenzó a propinarle un apasionado beso. En ese instante el coche de
la empresa de seguridad pasó a su lado. Rafael correspondió al beso de
Eva una vez recuperado de la sorpresa inicial, cuando el vehículo desapareció
tras la esquina próxima Eva separó sus labios de los de su
acompañante, fue entonces cuando en el rostro de Rafael se dibujó una
gran sonrisa de complicidad y dijo:
– Sabía que resultaba irresistible para las mujeres pero no imaginaba
que mi atractivo llegara a este punto.
– No te hagas ilusiones querido, lo he hecho para ocultarte y que no
te reconocieran.
– Sí, lo sé, pero me ha encantado, puedes besarme siempre que
quieras sin ningún problema-. Ambos comenzaron a reír y Eva exclamó.
– ¡Cállate tonto! ¿Crees que nos habrán visto?
– Seguro que nos han visto pero dudo de que nos hayan reconocido.
Venga vámonos a casa, esto de jugar a los espías es muy cansado y
mañana debemos madrugar.
El ruido estruendoso de la puerta del garaje al golpear la cerradura
y terminar de encajarse hizo volverse a ambos jóvenes hacía atrás.
Llamó entonces su atención una tenue luz en una de las ventanas de la
segunda planta, una débil luz que de ningún modo podía pertenecer a
un fluorescente o cualquier otro artefacto eléctrico de los utilizados en
las oficinas del edificio, sino más propio de una vela o un pequeño fanal
de gas característico de otras épocas.
– Mira, hay luz en mi despacho-. Adujo Eva con evidente sorpresa-.
Yo la he apagado al salir y allí ahora no hay nadie, al vigilante no le ha
dado tiempo de subir tan deprisa-. No hubo respuesta, sus palabras se
perdieron en el silencio de la noche.
Ahora la luz reflejaba la sombra de una silueta oscura junto a la
ventana. Un brazo misterioso se alargó en toda su extensión y cerró el
postigo que permanecía abierto, después la vela iluminó un rostro pálido
aunque imposible de reconocer en la distancia. Una mano lánguida
se alzó en un gesto de despedida, luego la luz desapareció y con ella
cualquier vestigio de la misteriosa aparición.
– A veces no doy crédito a lo que ven mis ojos-. Susurró Rafael.
– Es Álvaro-. Adujo Eva-. Su alma está encerrada, prisionera en ese
edificio.

jueves, 14 de octubre de 2010

El que otorga calla resignado.


El primer micro relato de la temporada que no gana.
La fotografía es de mi amiga Charo Hernadez.
Título: El que otorga calla resignado.


Algunos lloran, otros ríen histéricos, muchos gritan, sólo unos pocos otorgan y callan pues ya no quedan palabras ni lágrimas, pero todos tiemblan. El hombre ante la muerte no actúa, afloran sus reflejos mostrando como es en verdad.
La vida, en el corredor de la muerte fue triste, aunque corta, la apelación ha sido desestimada, sigue adelante mi ejecución y me pregunto, ¿qué haré yo esta noche cuando sea amarrado a la camilla letal?
Callaré, mis lágrimas y palabras se anegaron de resignación.
Lloran los cobardes, ríen los locos, gritan los rebeldes, por norma general, otorgan y callan los inocentes.