martes, 22 de junio de 2010

Perderás el autobús


Dejo un micro relato más de la larga lista de no premiados, en esta ocasión lo acompaño de la portada de la tercera edición de mi primera novela, "Silbando en la oscuridad", que hace poco está ya en venta.


Perderás el autobús



Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros y sin embargo todos creen en los fantasmas. Estoy cansado de luchar, la Iglesia no puede combatir con Cuarto Milenio y yo creo que por momentos mi fe se tambalea.

Agotó sus pensamientos mientras terminaba de afeitarse, al salir, en el pasillo se encontró un fantasma, o ¿era un milagro? Fuera lo que fuese, una atractiva mujer, trataba de ocultar su cuerpo desnudo tras una sotana.

_ Date prisa, llegarás tarde a misa de doce.

Su precioso milagro, su adorado fantasma, estaba haciéndole perder la cabeza, el autobús, la fe.

lunes, 14 de junio de 2010

Capítulo VII: El engaño descubierto




Dejo el séptimo capítulo de "La profecía del silencio". En esta ocasión la cita es de un libro finalista del premio Planeta, "La cruz de Santiago" Eduardo Chamorro el escritor, la fotografía es de todas las portadas de mis libros publicados, arriba las tres ediciones de "Silbando en la oscuridad" ordenadas cronológicamente, abajo "Tiempo de cerezas" y cómo no "La profecía..."




... Todos muertos, amigos y enemigos. Y yo despojado de mi muerte, tengo las suyas y la que día a día roe mi reino y quebranta el juicio de mis vasallos. Si quieren matarme haré lo posible por evitarlo, pues lo contrario sería ofender a Dios, pero no les castigaré por ello. ¿Cómo podría reprocharles su voluntad de acabar con un fantasma?
Eduardo Chamorro. “ La cruz de Santiago”

CAPÍTULO VII
El engaño descubierto
(23-10-1625)

Ni el ruido producido por las ruedas del carruaje deslizándose por las calles de Madrid ni el de los propios cascos de los caballos al trote impedían escuchar el plañidero tañido de las campanas de Santa Águeda. Por el contrario, cada vez era más nítido el toque de difuntos y más perceptible el duelo del bronce conforme la distancia menguaba.
_ No pasa una semana sin que nuestras campanas toquen a muerto-, se oyó la estentórea voz de Jerónimo de Villanueva dentro de los cristales del carruaje, y como quiera que su afirmación no hallara respuesta continuó su lamento en un monólogo-. Desde el suicidio de aquella novicia, ¿cómo se llamaba? ¡Ah sí! Inés, Inés Garrido, estos muros parecen albergar una maldición, al final serán ciertos los rumores y resultará que sí, que hay fantasmas en el convento.
Su acompañante, a su lado en el carruaje, permaneció en silencio y de ese modo don Francisco prosiguió el discurso.
_ Después de Inés fue el hermano Pascual abad superior de la congregación de San Antón, antes de ellos dos fueron el hermano Carmelo y el hermano Agustín los finados, hace diez días el capitán de la guardia de Madrid y su amigo el Renco, ahora la pobre sor Margarita...
Silencio era la única respuesta que obtenía el benefactor del convento de las arrecogidas, el carruaje parecía un sepulcro y el silencio profetizaba una inminente explosión de ira contenida.
_ Pobre sor Margarita, tan joven, tan bella, y sin apenas darnos cuenta, sin sufrir enfermedad ni mal apreciable muerta de repente-. Percibió un suspiro impaciente a su diestra lo cual no impidió que continuara el torrente de pensamientos manifestados en voz alta.
_ Y aun así no entiendo porqué el rey nos envía al sepelio en su representación, si la apreciaba como religiosa podía asistir él en persona y si la apreciaba como mujer podía asistir en secreto, oculto tal y como hizo en el entierro de Tordesillas y el Renco.
_ Vos no tenéis que entender nada en absoluto don Jerónimo, sois ayuda de cámara de Felipe el IV y obedecéis sus órdenes, no es necesario entendimiento alguno-. Espetó Olivares que no podía callar más ni contener su ira-. Y os agradecería además que me ahorrarais vuestros comentarios, esta situación se ha producido por vuestro exceso de locuacidad y por vuestra insistencia comentando al monarca las virtudes físicas de la novicia.
Aquello era una acusación en toda regla, sin embargo el benefactor del convento de las arrecogidas parecía precisar mayor claridad.
_ ¿Me estáis acusando a mí de incitar a todo un rey a conquistar a una novicia de mi propio convento?
_ No tengo más ganas de hablar ni tampoco de oír. Regáleme vuesa merced la virtud del silencio, además, estamos llegando ya a nuestro destino.
Era cierta la observación del valido Olivares, se acercaban a su destino que no era otro que el convento de Santa Águeda, y así, poco después de las cortantes palabras del Conde Duque, el único carruaje de Madrid provisto de cristales, se detuvo en la misma puerta de acceso al convento de las arrecogidas. Los dos viajeros salieron del carruaje, el valido hizo un gesto casi malhumorado indicando al cochero que retirase el carruaje de la calle, dentro aguardaban el confesor del convento, padre Francisco García y el hermano Emilio, ahora abad superior de la congregación de San Antón quien se dirigió al encuentro de los recién llegados y comunicó:
_ Todo está preparado según nuestras costumbres. Cuatro hermanos de nuestra orden trasladaran el féretro de la hermana Margarita hasta la capilla, allí aguarda ya el Capellán Real que es, según deseo expreso del Rey, quien oficiará la liturgia.
_ De acuerdo- aceptó el conde duque Olivares-, empecemos cuanto antes, ya es la hora prevista para el sepelio.
Los cuatro monjes destinados a ejercer de enterradores subieron a la celda donde aguardaba el cuerpo de la novicia, fueron acompañados por la madre superiora, el benefactor y el confesor del convento. El ataúd permanecía destapado y don Jerónimo se aproximó para ver el rostro de sor Margarita, fue entonces cuando las piernas del padre Francisco empezaron a temblar.
_ Hasta muerta y amortajada es bella, parece que todavía guarde vida su cuerpo inerte-, pensó don Jerónimo y no obstante guardó silencio, él era el único de los presentes que no conocía la representación que estaba teniendo lugar.
La madre superiora indicó con un gesto de su rostro a los monjes de San Antón que trasladaran el cajón hasta la capilla y así lo hicieron. El oficio religioso fue breve; los asistentes al mismo fueron tan sólo miembros de la congregación de San Antón y las hermanas del convento de Santa Águeda, las dos únicas personas ajenas a la iglesia que tuvieron acceso a la capilla fueron los representantes de la Corona, don Jerónimo de Villanueva y el conde duque Olivares, precisamente éste último, terminada la ceremonia religiosa, rompió el protocolo establecido y despacio se acercó al ataúd, se persignó cual si fuera a elevar una plegaria por su alma y con un gesto rápido de su mano diestra rozó el rostro de la novicia con gran dulzura, a su caricia le acompañaron unas palabras que no eran una oración, se trataba de frases que dirigía a sor Margarita como si ésta fuera capaz de oírle.
_ En nombre de nuestro Rey el cuarto Felipe os doy el último adiós-, hizo un breve intermedio y durante éste sacó un sobre de su faltriquera-, y en el mío propio y como premio a vuestro enorme valor os hago entrega de este billete por si os fuera de utilidad allá donde vayáis.
Dichas estas extrañas palabras que permanecieron largo tiempo reverberando por los rincones de la capilla retrocedió sin perder de vista el féretro hasta que los monjes lo cerraron y lo trasladaron al coche fúnebre tirado por dos caballos negros que a tal efecto ya aguardaba en el exterior. Una vez que el cajón fue ubicado en el carro el padre Francisco, confesor del convento dijo con voz atiplada:
_ Don Jerónimo no es necesario que acompañen al féretro puesto que habría de ser caminando, si quieren, usted y el Conde Duque, pueden acceder a nuestro camposanto por el interior del convento, llegaran antes que la comitiva fúnebre y ahorrándose el paseo, la madre superiora, el hermano Emilio y nuestras hermanas de la congregación así lo harán. Los cuatro sepultureros y yo mismo acompañaremos a sor Margarita en su último trayecto.
_ Sí es cierto-, afirmó Olivares-, vaya usted don Jerónimo por el interior del recinto, yo acompañaré al padre Francisco en este doloroso momento.
Los cuatro frailes de la congregación de San Antón que iban a oficiar de enterradores se distribuyeron en los asientos del carruaje, el resto de la comitiva desapareció en las entrañas del convento de las arrecogidas, el padre Francisco y Olivares todavía tuvieron una breve conversación, al confesor del convento le temblaban las piernas y un sudor frío recorría su espalda cuando adujo;
_ No hace falta que me acompañe excelencia, agradezco el gesto desde luego pero es mejor que vaya con don Jerónimo, se trata de su acompañante y del ayuda de cámara del rey, quizá no sea elegante dejarlo solo-. El religioso quería evitar a toda costa que Olivares acompañara al féretro.
_ Voy en la comitiva fúnebre padre Francisco, está decidido, además es mi obligación, soy el jefe del cortejo y debo dar fe de que es el cuerpo de sor Margarita y no otro el que recibe sepultura, amen de que mi misión es no perder de vista el ataúd en ningún momento e informar al rey de ese hecho.
Y pronunciado este breve discurso comenzó a caminar tras el coche de caballos el valido Olivares. El padre Francisco sudaba profusamente, la sotana no le llegaba al cuerpo y su preocupación se fue tornando miedo; si el conde duque Olivares no iba por dentro del convento no dejaría de vigilar el cajón en ningún instante y no podrían cambiarlo como habían planeado, toda esta concatenación de desaciertos implicaría que sor Margarita sería enterrada, enterrada en vida.
_ ¡Dios mío qué dilema!, o confesamos toda la absurda patraña y el Monarca nos quema en la Plaza Mayor o callamos y consentimos que sea sepultada y que muera de verdad-, pensó El padre Francisco mientras empezaba a murmurar una oración.
El carruaje llegó al final de la calle y giró a la izquierda, el nerviosismo del confesor del convento se incrementó y también el de los hermanos de San Antón que veían como la estrategia diseñada se iba por la borda. En el siguiente cruce debían girar de nuevo a la siniestra y unos metros más allá debían detener el cortejo, en el portalón del huerto del convento, y allí deberían dar el cambiazo, sustituir el féretro con el cuerpo de sor Margarita por el otro que oculto dentro de las tapias del huerto tan sólo contenía piedras.
Apenas un minuto, un efímero suspiro tenía el pobre padre Francisco para tomar una decisión, una decisión terrible que seguro acarrearía una desgracia pues la vida de la hermana Margarita estaba en grave peligro. La comitiva giró a la izquierda, veinte metros apenas les separaban del lugar donde un ataúd lleno de piedras permanecía oculto. ¿Sabría la hermana Margarita el peligro que corría en este instante? Tal vez oyó toda la conversación y si no hacia una señal era indicio de que deseaba seguir adelante.
Ya estaba preparando el discurso de disculpa el padre Francisco para ofrecerlas a Olivares cuando uno de los monjes sin poder soportar por más tiempo la tensión se giró levemente hacia atrás y miró por encima del hombro de soslayo y... ésa pareció ser la señal convenida pues cuando el confesor empezaba a confesar con una de las múltiples disculpas elucubradas por su mente se oyó la voz potente del valido Olivares por encima de su balbuceo.
_ Ejecuten el plan previsto como si yo no estuviera aquí presente- habló sin quitar su mirada del féretro en ningún momento-. Lo contrario sería ofender a Dios, no les castigaré por ello. ¿Cómo podría reprocharles su voluntad de acabar con un fantasma?
_ ¿Cómo dice excelencia? No comprendo- consiguió decir con un hilo de voz tembloroso.
_ No podemos enterrar a esa muchacha viva, actúen como si yo no estuviera presente.
Sobraba cualquier otra explicación, se hizo como ordenaba Olivares, siguiendo el plan previsto, como si el valido del rey no estuviera en la escena, tal y como sor Margarita había planeado. El carruaje se detuvo frente al portalón del huerto del convento, sin perder tiempo ni mediar orden ni palabra los cuatro hermanos se apearon del carruaje y bajaron con rapidez el ataúd introduciéndolo en el huerto y sustituyéndolo por otro idéntico y continuaron su camino como si nada hubiera ocurrido, como si no se hubiera detenido el carruaje, como si el conde duque Olivares no hubiera estado presente.
_ Gracias excelencia-. Murmuró pleno de timidez el hermano Francisco.
_ Como si yo no estuviera padre, actúe como si yo no estuviera, si no estoy aquí no puede hablarme, de todos modos sepa que mi ausencia en este cortejo se debe únicamente a intereses de gobierno y no a simpatías por su persona ni por la muerta, en otro escenario serían castigados por el engaño y la falta de respeto al monarca.
Calló Olivares y calló el confesor del convento que deprisa comprendió que el silencio sería su mejor aliado. Quien calla otorga y sale indemne por una orilla, pensaba el religioso cuando por fin el accidentado trayecto del cortejo fúnebre llegó al camposanto del convento.
Cuatro monjes cómplices de un engaño descubierto introdujeron un ataúd repleto de piedras en una fosa recién escavada muy cerca de donde ya reposaban los cuerpos de Alejandro Tordesillas y del Renco. El valido del cuarto Felipe dio fe de que en aquel ataúd yacía sin vida el cuerpo de la novicia fallecida. El confesor del convento no podía controlar el temblor de sus piernas ni el torrente de sus lágrimas, el resto de concurrentes ajenos a cuanto en verdad sucedía rezaban por la hermana desaparecida implorando a Dios para que la acogiera en el cielo.
Cuando la última paletada de tierra húmeda fue vertida sobre la madera, el valido Olivares se dirigió al confesor del convento una vez más:
_ Tengo orden del rey de traer al convento un cuadro del pintor de cámara, mañana al atardecer don Jerónimo, el propio Velázquez y yo entregaremos la obra elegida, tened todo dispuesto para la correcta ubicación de tan valioso regalo.
Y tras estas palabras que no admitieron respuesta el ayuda de cámara del Rey y Olivares abandonaron el convento, su misión había acabado. Los religiosos se disolvieron poco a poco en pequeños grupos regresando al recinto de San Antón, las hermanas de Santa Águeda ocuparon sus celdas, sólo el confesor permaneció solo en el campo santo, hincadas sus rodillas en tierra oraba a los pies de una tumba vacía y daba gracias por el desenlace que Dios les había regalado en aquella aventura.
Finalizó sus oraciones y se incorporó, salió del cementerio por una puerta interior que daba acceso al huerto de la congregación, allí, oculto bajo la sombra de los tilos había un ataúd. El padre Francisco abrió el féretro casi con urgencia a la par que interrogaba:
_ Sor Margarita ¿os encontráis bien? Responded por favor.
_ Sí-, afirmó rotunda la muerta resucitando-, se me acababan a la vez el aire y la paciencia pero estoy bien. Ahora todo ha terminado.
_ ¿Ignoráis acaso el terrible riesgo que hemos corrido?
_ No, no lo ignoro, lo conozco, de todos modos no debemos ya acordarnos de ello, ya ha pasado-. Se levantó y salió del cajón de un salto, al hacerlo un sobre blanco cayó a sus pies.
_ La carta de Olivares- recordó en voz alta el confesor- ¿qué contendrá ese sobre? Quizá la aventura no ha finalizado.
_ Lo abriremos y saldremos de dudas-, adujo sor Margarita rasgando el papel y comenzando a leer el pergamino.
Sor Margarita, el engaño ha sido descubierto.
Pero no les castigaré por ello. ¿Cómo podría reprocharles su voluntad de acabar con un fantasma?
Debería permitir que fuerais enterrada en vida como justo castigo a vuestra desfachatez, sin embargo no lo haré ni informaré al rey de vuestra osadía. Por el contrario, daré la espalda a mi deber y os ayudaré a escapar, es lo mejor para el reino.
Os recomiendo que os dirijáis a la calle Don Juan de Alarcón, a casa de Constanza viuda de Alejandro Tordesillas, ella va a necesitar ayuda en los próximos tiempos y vos permaneceríais oculta por una larga temporada. Cuando el olvido haya efectuado su trabajo lo mejor será que abandonéis Madrid, no entréis a formar parte de congregación religiosa alguna, vuestra suerte dependerá de la discreción y de lo alejada que consigáis permanecer de la Corte y de la Iglesia.
_ Tiene razón Olivares, en el convento no podéis permanecer, hoy quizá consigamos manteneros oculta en alguna celda, mañana os conseguiré ropas laicas y al atardecer, entre tanto todas las hermanas están pendientes de la entrega del cuadro regalado por el rey vos podéis marchar por el portalón del huerto y desaparecer.
_ Así se hará-. Afirmó rotunda sor Margarita mientras trataba de ocultarse ya de miradas indiscretas.
Y el reloj del convento marcó las horas una vez más con aquél eterno toque de difuntos. Qué insignificantes pueden ser los tañidos de los duelos, los ruidos de la muerte, tan acostumbrados estamos a sus sonidos y sus profecías que casi siempre nos pasan desapercibidos.

lunes, 7 de junio de 2010

Ecos de ausencia sobre tu tumba



Sobre tu tumba lloro una vez más. Lloro ausencia, soledad y también alguna que otra lágrima.

Te disgusta verme llorar. Lo siento, no puedo evitarlo, siempre derramo mi frustración en forma de lágrimas cuando recuerdo nuestra primera cita, cita a ciegas, nacida en un foro de Internet. ¡Qué ilusa! Acababa de escuchar tu espacio de radio ignorando que mi periodista favorito era mi esperanza de aquella tarde y por añadidura, de mi vida.

El amor nos sobrepasó al primer encuentro. La pasión desbordó en noches rojas y yo sin saber, sin adivinar que tú eras tú, todo aquel tiempo sin reconocer tu voz, todos aquellos días con sus tardes monótonas y sus noches apasionadas sin sospechar que sólo era un pasatiempo para ti, comportándome como la perfecta estúpida que soy.

Y, aunque mentira, fue una bonita historia de amor y pasión mientras duró, hasta que, una tardía sinceridad empapó tus labios manchados con mi carmín.

_ Estoy casado- dijiste arrogándote un valor que desconocías tener.

_ Para mí estás muerto- sentencié, aunque en realidad pensé-, te quiero.

Aunque vives, aunque te amo, para mí has muerto y por eso visito con persistente y estólida frecuencia, tu tumba imaginaria. Lo hago para recordarme a mi misma que has muerto, que para mí ya no existes, que eres apenas un eco en el crepúsculo de la radio, una sombra gris transmitida por las ondas.

Camino del cementerio veo la tarde apagarse y convertirse en recuerdo, voy escuchando el espacio que diriges y presentas. Termina tu programa, apago tu voz, arden mis labios mientras mis zapatos se llenan de fango por el estrecho camino que nos separa. Deposito crisantemos en una tumba sin nombre que pretendo tuya, tu tumba imaginaria. Y lloro. Lloro tu muerte en vida, lloro tu prematura ausencia.

Nunca verás mis lágrimas de amor, ni los recuerdos de barro en mis tacones, ni la nostalgia que provocan los ecos de tu sonora ausencia.

Una cena de infarto





La cena se enfriaba en la mesa, ¿cuánto tiempo llevaba esperándolo?

Tenían un pacto para compartir el ordenador, ella preparaba la cena y ponía la mesa mientras él lo usaba, después, él recogía la cocina y ella usaba el ordenador. A veces él llegaba con la cena empezada, ella se iba cuando el aún continuaba cenando.

Hoy él se demoraba, tardaba en venir, ella había terminado, la cena fría en la cocina.

Enfadada se dirigió al salón, pantalla en modo ahorro, él recostado en la silla en incómoda postura, supo enseguida, que jamás cenarían juntos, que el ordenador era suyo, que hoy ella recogería la cocina.

miércoles, 2 de junio de 2010

Angel Utrillas Novella

Esta entrevista se la debo a Villo Argumanez. Pasé un rato estupendo con él, grabamos la entrevista de un tirón, pues nos lo tomamos como dos amigos charlando de libros y éste es, aunque por partes, el resultado. Como Villo dice, sin red. Como digo yo, sin trampa ni cartón, sin cortes. Como dice Elena Alvarez, caballero Villo en lid con caballero Utrillas.
En definitiva, que aquí está la entrevista y que espero que os guste, disfrutad, al menos, tanto como Villo y yo haciéndola.

Angel Utrillas (2)

Angel Utrillas (3)