miércoles, 11 de septiembre de 2013

Siempre es Tiempo de Cerezas


Carta de Pedro a su esposa desde el frente soviético.

                               Capítulo 3º Un amargo despertar

                                                       Acto III El oscuro mensajero de la muerte


Querida María.
Te escribo esta carta con la esperanza, con el deseo de que nunca llegues a leerla. Es por tanto una carta extraña, pues su destino será, si el final de esta cruel guerra es feliz, ser ignorada. Me gustaría romperla contigo en el mismo instante de mi vuelta a casa, en tantos pedazos como días hemos permanecidos separados.¡Ojalá no haya necesidad de leerla!, pero hoy me veo en la necesidad de escribir este mensaje, pues aquí, los peligros son muchos y acechan por doquier, a todas horas. No sabría explicarte en cuantas ocasiones creí morir, no pude contarlas todas ni quiero ahora recordarlas, pero el infortunio, el desastre total ha rondado muy cerca de mí y de mis compañeros, demasiado cerca, demasiadas veces. El frío intenso y el hambre terrible no son nuestros peores enemigos, tienen más peligro los tiradores rusos, incluso los soldados nazis, están locos, se creen una raza superior y fusilan a sus propios guerreros al menor indicio de cobardía. Y aquí, querida esposa, en esta guerra brutal, ser cobarde no es malo, es obligatorio, porque ser medroso puede salvarte la vida. Hay mucho miedo en el frente, todos lo tenemos dentro aunque algunos no lo reconocen, ésos tienen doble pánico, el miedo a morir y el miedo a que alguien se entere de cuánto miedo albergan en su interior. Cada uno teme a una cosa diferente, yo por ejemplo no temo a la muerte, pero tengo pánico a morir, tengo miedo a no regresar, a no poder pisar de nuevo mi tierra, a no volver a ver a mi mujer, a no poder abrazar más a mis hijos. No tengo miedo a la muerte desconocida sino a perder lo poquino que tengo. Y sin embargo, si alguna vez te llegan estas letras, significarán mi muerte. Si esto sucediera, ¡no lo quiera Dios!, no me llores, no me sufras o no lo hagas por mucho tiempo, para mí todo habrá terminado, ya no tendré más frío, ni hambre, ni sueño, ni miedo, ya no habré de trabajar, ni mendigar desesperadamente un empleo. Si esto ocurriera, ¡no lo quiera Dios!, preocúpate sólo de ti y los chicos, cógelos un día y vete al pueblo, algún familiar habrá allí; tus hermanos, mis hermanas, alguien podrá echar una mano y ayudar a sacar adelante a los muchachinos. Allí crecerán bien, ya lo verás, corriendo por los campos verdes entre las amapolas y los granados en flor, espiando el vuelo de golondrinas vencejos, tórtolas, bañándose en las frías aguas de los pilones. En Cabezuela serán felices y tú podrás rehacer tu vida, búscate otro marido, alguien trabajador que te respete y te quiera. Búscate otro hombre, pero no me olvides, con eso me bastará, no me olvides. Me angustia la sola idea de no conocer al pequeño, a mi Pablu, tan sólo pensarlo me vuelve loco, no sabes cuantas ganas tengo de cogerlo entre mis brazos, ardo en deseos de abrazar a todos. Si yo faltara, diles a los niños que su padre les quiso mucho y trabajó cuanto pudo para ellos. Ya debo dejarte, he de cambiar el lápiz por el fusil, vamos a emprender camino a una ciudad que los alemanes han decidido atacar, esta noche hemos de estar allí, dispuestos a luchar, dispuestos a matar o a morir. No te preocupes por nada, pronto será tiempo de cerezas. María, por si no puedo decírtelo nunca jamás, ahora te lo escribo.
Te quiero. 
Adiós. 
PEDRO.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Fragmento de un sueño.




Al final fue que no, pero no pasa nada, otra vez será. Este cuerpo tiene que salir a flote. Pongo un pequeño fragmento, muy pequeño...




Llego a la pensión ataviada con la quimera de un amor sin concluir o vestida con la contienda del romance concluido antes de tiempo, arropada, en cualquier caso, con el aroma del tópico desenfrenado y con la urgencia del porvenir incierto.


Sé que ellos ya me aguardan abajo en el restaurante; sé que ellos ya me aguardan arriba en la habitación, carne y espíritu, cielo e infierno, ángeles y demonios, sueños y pesadillas. Y en medio, como el jueves, yo, que no sé qué ni quién soy, si es que todavía soy. Un personaje de novela imposible o una escritora de novelas inventora de protagonistas imposibles que tiene dificultad en diferenciar cuál es su verdadera vida y cuál la de sus imposibles personajes.

Dudo entre subir o bajar, entre soñar o recordar. En el término medio está la virtud, me quedo en la media virtud de mi indecisión y voy al baño más cercano a la recepción. Me observo en el espejo, he perdido resplandor, retoco mi restauración con coquetería y una vez difuminado el deterioro sufrido me dirijo con decisión al restaurante.





Y hasta aquí puedo leer que diría Mayra.