martes, 25 de febrero de 2014

Final de una historia. 14 de noviembre de 1995. De emociones y decepciones.




 A la izquierda de la imagen el colegio de San Antón que se quemó durante la obra de acondicionamiento, puede apreciarse el deterioro de su fachada. A la derecha el convento de las Recogidas. En el centro, en color gris, puede distinguirse la antigua entrada al convento, distinta de la entrada a la iglesia.


De emociones y decepciones



Entra en casa. Instala un beso en la frente de su hijo que todavía duerme y otro en la frente de su esposa que ya se tiene que despertar para iniciar su amplia jornada laboral.

- ¿Cómo ha ido la noche?- dice ella como casi siempre.

- Qué más da, ya ha pasado, estoy cansado, voy a dormir como un niño- responde él guiñando un ojo.

- No me gusta dormir sola, no me gusta que trabajes de noche, casi no nos vemos.

- No pasa nada, ya me tienes muy visto- sonríe desganada, son las mismas frases de todas las mañanas.

- Tengo que levantarme, nos vemos luego.- Se va, aunque le gustaría quedarse..., claro. Debe llevar al niño a la guardería y luego al trabajo y así seis días a la semana.

Álvaro, extenuado, se duerme...

… Suena el despertador. Hora de despertarse, Álvaro se levanta, ha dormido poco pero ha quedado con su familia y unos amigos, van a visitar el centro de Madrid; craso error desde su punto de vista hacerlo en el puente de la Constitución pero..., visitas obligadas, mercadillo Plaza Mayor, bocata de calamares incluido, cortilandia, chocolate en San Ginés...

Los planes se desbaratan, un océano de cabezas se divisan allá por donde pasan, casi no se puede andar, algunas entradas de metro cerradas por seguridad...

- Vamonos a una zona más tranquila- piden sus amigos-, ¿por qué no vamos al convento de los fantasmas y nos lo enseñas in situ?

- Me parece bien- aduce Álvaro-, pero os tenéis que conformar con verlo por fuera, ya no trabajo allí, no nos dejarán entrar.

Han pasado ya... ¿cuántos años?, 18 años transcurridos en un suspiro. Su hijo tiene ya casi 20 y ahora tiene otro más de 12, hace ya 15 que no trabaja en el convento, la vida ha dado muchas vueltas. Álvaro ha escrito varios libros, en al menos dos de ellos narra los sucesos extraños que sucedían en el edificio donde trabajaba. Nunca contó lo del incendio, sólo su familia lo sabe, nadie más. Es una de esas noches que no quiere olvidar pero tampoco recordar.

Llegan frente al convento de las Arrecogidas, edificio de oficinas donde Álvaro prestó servicio. Va explicando desde el exterior donde se hallaban las dependencias del convento. La entrada al recinto, la fachada, el palomar, la entrada a la capilla, la vidriera de la entrada a la iglesia que se ha conservado casi intacta...

De repente se percata de que la iglesia de San Antón está abierta. ¡Qué raro! Casi siempre está cerrada, quizá haya alguna celebración religiosa. Decide entrar, es muy difícil pero con un poco de suerte el párroco será el mismo; en el templo hay bastante gente, personas reunidas en diversos grupos, no parece una celebración eucarística convencional, sin embargo eso a él le da igual. Avanza unos pasos y queda impresionado, los recuerdos salen del armario uno a uno, casi puede respirar el humo, casi puede tocar la emoción.

El lienzo de Goya ahora es una copia, muy acertada pero copia al fin y al cabo. El original está en... bueno, en otro sitio. Sí continúa allí la urna con los restos de San Valentín. El retablo mayor y la hornacina del santo siguen teniendo un aspecto impresionante.

A la derecha, Álvaro sabe que en la primera capilla del lado de la epístola, a su diestra, se halla lo que él necesita ver. Se acerca y divisa la capilla cerrada con una reja y en penumbra. Ese detalle también le da lo mismo, avanza despacio lleno de emoción y... allí esta, una talla de gran tamaño del Sagrado Corazón de Jesús de escaso valor artístico. A sus pies un discreto cartel reza: “Imagen del Sagrado Corazón de Jesús que presidía la escalera principal del colegio, fue prácticamente lo único que, milagrosamente, se salvó del incendio acaecido en noviembre de 1995.

Álvaro saca su móvil, no quiere perder ocasión de tomar una foto aunque sea en esas precarias condiciones de luz. Alguien, una de las personas que se hallan en el templo advierte su interés y se acerca, sin él pedirlo encienden la luz de la capilla.

- Muchas gracias- dice sinceramente agradecido, toma un par de fotos, se persigna y aprovecha el gesto para limpiar unas lágrimas que empiezan a desbordar sus ojos.

Sus amigos y su familia acceden al templo, Álvaro les cuenta el porqué de su emoción, el incendio, el milagro de que se salvara el Sagrado Corazón. Quiere hacer otra fotografía pero esta vez sin que salga la reja, empuja ligeramente el frío hierro y la abre lo justo para poder tomar la instantánea.

Hace la foto..., le da la sensación de que el Sagrado Corazón de Jesús, la imagen de madera, le sonríe, sí, está seguro, le ha sonreído.

Y entonces...

- ¡Oiga, ¿qué hace ahí?, no se puede entrar, ni hacer fotos! ¿Quien les ha dado la luz?

- Nos ha dado la luz un señor muy amable.

- Pues salgan de aquí que aquí no se puede estar.

- ¿Cómo que no se puede estar en una iglesia? ¿Quién lo dice?

- Este recinto ya no pertenece a la Iglesia, lo tenemos alquilado, somos la iglesia ortodoxa de... (cuyo nombre no puedo acordarme) y esto es una celebración privada.

- ¿Una celebración privada? Muy bien, celebren lo que quieran, no tenemos interés en sus ritos, pero no puede impedirme que entre en un templo abierto, un templo que si no fuera por mí quizá no existiría.

- Si quiere entrar y tomar fotos póngase en contacto con la vicaria o el arzobispado, entre tanto no tengan permiso salgan del templo- dijo aquel personaje antes de apagar la luz.

Álvaro sale cabizbajo junto a sus amigos, qué triste, hasta dónde ha llegado la crisis que las iglesias se alquilan a comunidades ortodoxas. La persistente crisis ya no solo afecta al país, también incumbe al cielo.

- Papá, este señor no sabe que tú salvaste la iglesia- dice su hijo pequeño.

- No hijo, no lo sabe ni aunque lo supiera cambiaría su actitud... y por cierto, yo no salve la iglesia, yo ayudé en lo poco que pude.

No puede evitar otra lágrima, no puede evitar volver la vista atrás... San Antón le sonríe desde la hornacina que ocupa en la fachada por encima del escudo real; resuena el eco de la voz del párroco de antaño en su cerebro, confía en mí, confía en San Antón...

Al otro lado de la calle, en la vidriera que permanece sobre la puerta de la antigua capilla del convento de Arrecogida hay un rostro que también sonríe. Álvaro siente erizarse todo el vello de su cuerpo, él sabe que esa vidriera está a una altura de cuatro metros del suelo y es imposible que nadie se asome allí, él sabe que en el edificio un día de fiesta solo está el vigilante y se encuentra en su garita controlando las cámaras, no frente a una vidriera de acceso imposible, él sabe que no es un reflejo ni producto de su imaginación..., Álvaro sabe que ellos siguen ahí, lo han presentido y salen a despedirse.

- Adios Álvaro,- sólo él oye las dos palabras de ultratumba al tiempo que ve los labios del fantasmagórico rostro moverse... el vaho desprendido por la boca empaña el cristal y cuando se difumina, el rostro misterioso ya no está..., ha desaparecido.

- ¿Qué haces papá?- pregunta el hijo pequeño.

- Nada..., es sólo que me ha parecido ver a un amigo... pero no, estaba equivocado, ha sido solo mi imaginación.

FIN de la historia.
Los dos libros en los que Álvaro cuenta lo que sucedía en aquel edificio son:
Silbando en la oscuridad y La profecía del silencio.
Los podéis encontrar en mi tienda virtual.



Fotografía tomada el día 7 de diciembre de 2013 antes de ser expulsado de la iglesia de San Antón.
Casi todo lo que se ha contado es cierto, con ligeros tintes de novela, distinguir entre ficción y realidad os corresponde a vosotros, queridos lectores y amigos. Yo he pretendido contar una anécdota más acaecida en el desarrollo de mi profesión y que jamás había contado, y también, elevar mi más enérgica protesta a la Iglesia o a quien corresponda. Si tan pobres son que tiene que alquilar “sus-nuestros” templos, al menos que se aseguren de que las comunidades a las cuales se los ceden, no impidan a los ciudadanos acceder a sus tesoros, aunque como en este caso, tan sólo sea un tesoro sentimental y no económico.


Vidriera sobre la entrada de la antigua capilla de las Recogidas


lunes, 17 de febrero de 2014

Sexta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Un milagro

Fotografía de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que se hallaba en el acceso principal de las escuelas pías y que se salvó, milagrosamente, del incendio que destruyo la entrada y otras zonas del colegio la noche del 14 de noviembre de 1995.


                  Sexta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Un milagro



Álvaro confió en el párroco y en San Antón, ¿cómo no hacerlo después de una noche tan extraña? ¿Cómo no confiar en un cura y em un santo cuando los fantasmas del pasado habían realizado una llamada de emergencia en su nombre y lo había convertido prácticamente en un héroe?

Álvaro confió, sí; sin embargo los bomberos no tenían ninguna confianza, el muchacho estaba en lo cierto, no les dejaban acceder a la entrada principal del edificio quemado, era una locura.

- Tengo que llegar a la escalera- explicaba el sacerdote al bombero con desesperación-, ¿no lo entiende? Es necesario salvar la figura del Sagrado Corazón de Jesús, es una talla del siglo XVII, un regalo del rey a nuestra institución.

- Lo entiendo padre, pero comprenda usted, estará reducida a cenizas, todo el hall de la entrada principal se ha quemado, escalera incluida, se ha desplomado, ha desaparecido y en ese acceso sólo quedan escombros y cenizas.

- Puede ser que esté en lo cierto, pero déjeme entrar para comprobarlo. Se lo ruego.

- Eso que me pide es por completo imposible, no solo es que no quede nada a salvo en el interior, es que además la techumbre corre peligro de desplome inminente y pondría su vida en peligro. ¿Lo entiende, padre? Si algo le ocurre a usted es responsabilidad mía.

Se alejó el sacerdote profundamente decepcionado, el vigilante lo siguió, despacio, ambos estaban abatidos. De repente el religioso pareció recordar la existencia del joven.

- No es por el valor económico, es por lo que representa, por la historia, por la protección inherente a esa escultura.

- Hay una forma de entrar padre- dijo el vigilante sin saber a ciencia cierta el motivo-, podemos entrar sin necesidad de puerta.

-¿Qué quieres decir?- interrogó excitado el sacerdote- ¿Cómo vamos a entrar si no es por la puerta y con el beneplácito de los bomberos?

-Por el pasadizo secreto, debajo de la capilla hay un túnel, une la antigua capilla de nuestro edificio con la antigua capilla del convento de San Antón, la trampilla está a unos diez pasos de la escalera de entrada.

-¡Vamos deprisa, no perdamos tiempo!- Exclamó el párroco recuperando algo de color en sus mejillas.
Entraron al edificio, caminaron los escasos metros que les separaban de la entrada a la antigua capilla; la oscuridad era completa, se ayudaron de la linterna del vigilante por no dar todas las luces. Bajo el antiguo altar, en la actualidad tribuna de oradores, había una trampilla. Trece peldaños por una angosta y peligrosa escalera de caracol llena de telarañas, un estrecho pasadizo, muy corto, apenas unos doce metros, otra escalera igual de angosta, igual de tétrica, igual de intransitada..., y una trampilla de madera.

- Esta caliente- dijo el vigilante-, tal vez al abrirla nos encontremos humo y llamas.

- No creo, en la planta baja el fuego estaba extinguido, ¡vamos a abrirla!- apremió el religioso.

No era fácil, muchos años, siglos quizá, llevaba sin abrirse aquel postigo..., pero Álvaro empujó y confió en San Antón y al final cedió.

El espectáculo era lamentable, humo, polvo, escombros y cenizas peleaban por establecer su manto gris en el reino de la oscuridad y el silencio.

Otra vez tuvieron que usar la linterna, era imposible sin un ápice de luz saber dónde se hallaban. El vigilante enfocó en todas las direcciones despacio para que el religioso se orientara; sobre sus cabezas, un crujido de madera a punto de ceder, les recordó que no tenían toda la noche.

- ¡Allí!- dijo el cura señalando en una dirección donde nada diferente se distinguía-, al doblar esa esquina estaba la entrada.

Fueron hacia allí, al doblar la esquina se encontraron con los restos de la escalera de madera, un amasijo de tablas quemadas que todavía desprendían calor y humo y... miedo.

- No perdamos tiempo, la puerta está allí y a la derecha de la entrada estaba la escultura.

Avanzaron, la linterna iluminó ligeramente lo que había sido en tiempos una lujosa recepción. Nada excepto escombros se veía.

- No enfoques la linterna a la puerta, los bomberos pueden ver el reflejo.

- Es cierto- dijo el vigilante y su voz se mezcló con un amenazador rugido de madera herida de muerte.

Retiró el haz de luz hacia el lado opuesto...

- ¡Ahí está!- exclamó el sacerdote- pero qué extraño, está al lado opuesto de su ubicación habitual. Bueno mejor, si llega a estar al otro lado le hubiera caído encima toda esa barandilla y se hubiera destrozado, parece un milagro, la imagen del Sagrado Corazón es lo único reconocible en esta zona. Un milagro.

- ¿Habéis sido vosotros?- preguntó Álvaro-, ¿también llegan a este edificio vuestras travesuras?

- ¿Cómo dices?- preguntó el sacerdote perplejo.

- Nada padre, tonterías mías, vamos a poner a salvo la escultura y de paso a ponernos fuera de peligro nosotros.

Lo más difícil fue hacer pasar la talla de madera por las dos trampillas, al instante de acceder al túnel oyeron un terrible estruendo sobre sus cabezas y supieron que se habían librado del desplome del techo y de perecer aplastados por los cascotes de milagro. Otro milagro.

 - Gracias San Antón, en ti confío- murmuró el sacerdote.

A salvo de peligros y pasados unos pocos minutos más, el Sagrado Corazón de Jesús acompañaba en la entrada de la iglesia al resto de tesoros que albergaba el edificio.

-Gracias hijo, si no hubiera sido por ti está noche hubiéramos sufrido daños y pérdidas históricas irreparables.

- No he sido yo padre, han sido..., ha sido San Antón.

-Un milagro, un verdadero milagro que se haya salvado estando donde se hallaba.

Álvaro vio lo tarde que era ya, estaba apunto de llegar su relevo. Se fue al baño, el espejo le devolvió una imagen deplorable, necesitaba una ducha, necesitaba un largo descanso, necesitaba..., un milagro.

-Otro milagro quizá sea ya pedir demasiado.

To be continued... es decir, continuará.

martes, 11 de febrero de 2014

Quinta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. La mudanza

                                      

                                          La mudanza


A las seis de la mañana la techumbre del edificio se desplomó con gran estruendo llevándose a su paso buena parte de la planta tercera, la última. Los bomberos temían que el peso de los escombros derribara también la planta segunda del edificio y trataron de apuntalar su techumbre.
Álvaro al oír el espantoso estruendo del desprendimiento de la techumbre salió de nuevo de su edificio. Temía que algún bombero hubiera sido alcanzado por el derrumbe o hubiera quedado aprisionado y trató de ayudar.

Pronto le indicaron que no había víctimas y le pidieron que ayudara en una extraña tarea.

-Sabíamos que había peligro de derrumbe, no había nadie trabajando allí, ahora nos preocupa que ceda la segunda, queríamos asegurarla pero es arriesgado, no podemos hacer nada.

- Y yo ¿en qué os puedo ayudar? Ya no hay llamas que puedan afectar a mi edificio y no soporto estar mirando sin hacer nada.

-Puedes ayudar en la mudanza si quieres. Ve a la puerta de la iglesia y ponte a disposición del párroco.

- ¿Mudanza? No entiendo.

- Ve allí, el párroco y el jefe de la policía municipal que se ha encargado de la tarea te explicarán.

Se dirigió hacia donde le indicaron, allí había un grupo de bomberos que a las órdenes de un preocupado y casi histérico párroco trataba de poner a salvo los tesoros artísticos de la iglesia.

- Vengo a ayudar- dijo Álvaro al cura.

- Pues ven conmigo corre, tenemos que salvar ese lienzo.

Los vitrales habían estallado y desaparecido, el techo de la iglesia había sido afectado por las llamas, además los bomberos, para atacar el fuego desde allí, tuvieron que abrir un enorme boquete en la bóveda y ahora por allí no entraban llamas pero si entraba el agua procedente de las mangueras de los bomberos.

Por el camino que hizo con el párroco hacia el interior de la iglesia se cruzó con varios policías que portaban grandes candelabros y relojes de pie, además de tallas de santos realizadas en madera.

- ¡El cuadro!, dejen todo y salven el cuadro, es de Goya.- Todos miraron hacia donde el sacerdote indicaba con temblorosa mano y preocupado gesto.

Tres policías, Álvaro y el propio cura consiguieron desencajar el lienzo de la paredes donde se hallaba ubicado y llevarlo a la entrada del templo donde lo taparon con plásticos y lo cobijaron de peligros, era un cuadro de Goya, en efecto, La primera comunión de San José de Calasanz.

- Ahora las reliquias de San Valentín, allí, en la misma pared donde estaba el cuadro.

Corrió hacia donde había indicado el sacerdote y se encontró con una urna de vidrio estilo rococó bajo la cual se veía una inscripción: San Valentín Mártir, Ob. Patrón de los Enamorados

La tomó con sumo cuidado ayudado por el religioso que temblaba de miedo y emoción.

- Aquí se conserva gran parte del esqueleto de San Valentín, fue un regalo del Papa al rey Carlos IV que a su vez lo regaló a los escolapios- informó el cura-, vamos a llevarla junto al cuadro.

Así lo hicieron y también protegieron las reliquias del patrón de los enamorados con unos plásticos.

- Ya están a salvo.- Se podía afirmar que la iglesia estaba a salvo aunque con aspecto de haber sido el escenario de un espectacular saqueo. La gran araña del techo descansaba en unos reclinatorios, algunas estatuas de santos se encontraban apiladas en el pasillo y varios cuadros se protegían del agua con plásticos-, ahora debemos intentar salvar el Corazón de Jesús.

- ¿Dónde está padre?

- En la escalera de madera de la puerta principal del colegio por la que entraban las visitas importantes.

- Pero padre, está quemada la he visto desde fuera y la escalera ha desaparecido comida por las llamas, la estructura de la entrada no se conserva, se ha desplomado el techo al quemarse la escalera y es un amasijo de cascotes y maderos humeantes.

- Tenemos que intentarlo, ¡vamos!

- Los bomberos no nos dejarán acceder allí.

- Confía en mí, hijo, confía en San Antón...


             Recorte de prensa del día 15 de noviembre de 1995
Un incendio consumió ayer parte de las instalaciones del colegio más antiguo de Madrid, el de las Escuelas Pías (los escolapios) de San Antón, cerrado y abandonado desde hace siete años. El fuego destruyó, según los bomberos, el 20% de los 18.000 metros cuadrados del edificio, ubicado en la calle de Hortaleza 83, desde hace 200 años. Los vecinos y un vigilante que trabajaba en un edificio cercano alertaron a la policía y a los bomberos sobre las tres de la mañana, cuando vieron que de la techumbre del inmueble salían llamas de cinco metros. Según el jefe de bomberos, el incendio debió, declararse bastantes horas antes "en la segunda planta [tiene tres]". "Se prendieron las vigas de madera, el fuego fue ascendiendo y, al llegar al techo, el vigilante pudo verlo y avisarnos.
En la lucha contra el incendio participaron unos 70 bomberos de cuatro parques, apoyados por doce coches, tres de ellos con escalas. El primer temor de los bomberos fue que el incendio afectara a la iglesia de San Antón y otros edificios próximos.
El edificio albergaba cuatro patios interiores, pasillos, dependencias y aulas aún con pupitres de madera, muchos de los cuales ardieron con facilidad y propagaron con mayor celeridad el fuego.
El resultado final del incendio es el siguiente: el tejado, en su mayor parte hundido; la planta tercera, reducida casi completamente a escombros y la planta segunda, destruida en buena parte. La iglesia de San Antón no ha sufrido daños irreparables, pero el altar mayor está estropeado, dos vitrales saltaron por los aires y el techo se ha visto afectado por el incendio.
La causa del incendio se desconocía aunque tanto el párroco de la iglesia de San Antón, colindante al colegio, como el jefe de bomberos, apuntan a una hoguera prendida por algún mendigo. "El edificio no tenía luz desde hace un año, así que es imposible que se diera un cortocircuito. El jefe de bomberos apuntó al respecto que era muy posible que el incendio se hubiera declarado alrededor de las siete o las ocho de la tarde. Para corroborar la teoría de la hoguera, el jefe del departamento de Edificación Deficiente del Ayuntamiento, apuntó a Europa Press que hace 15 días los bomberos habían recibido una llamada que denunciaba una gran humareda provocada por un grupo de mendigos alojados en las ruinas del colegio.
To be continued... es decir, continuará.

martes, 4 de febrero de 2014

Cuarta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Rainbow, la vida se torna arcoíris



Rainbow, la vida se torna arcoíris



Incendiados los carrillos y también incendiado su edificio, la construcción que él custodia y de la cual es responsable al menos temporalmente, sale al exterior, ya que no se ha dado cuenta a tiempo del desastre al menos intentará paliar su devastador ataque.

Al salir el blanco y negro de las cámaras y de la oscuridad interior desaparece y la vida se torna arco iris. Las llamaradas anaranjadas, azules, amarillas, rojas, son terribles; el calor, a pesar de ser una fría noche de noviembre. Los bomberos trabajan rápido y con precisión. Cuando él sale a la calle y a pesar de haber transcurrido apenas unos minutos ya han despejado el lugar retirando toda la fila de coches aparcados, ya han desenrollado sus mangueras y ya están lanzando grandes columnas de agua al infierno que se ha formado de forma repentina.

Pero algo no encaja, los bomberos están de espaldas al vigilante, de espaldas al edificio, lanzan el agua al lado opuesto, al colegio y la iglesia de San Antón que se hallan enfrente.

Y entonces lo comprende todo, o casi todo. No es su edificio el que se quema, es el de enfrente, eso explica casi todo, el olor a humo y la ausencia de alarmas activadas, las llamaradas en blanco y negro del monitor rebotando confusas en el reflejo de sus ventanas, la rápida y eficaz actuación del cuerpo de bomberos que en realidad no están de espaldas sino enfrentándose de cara a su enemigo...

- Ayúdanos a regular el tráfico, Álvaro, ponte en el principio de la calle y desvía a todos los coches hacia la calle Almirante- le dice el bombero que parece dirigir y coordinar la actuación del equipo de extinción-. Cuando llegue la policía ellos se encargarán de ese trabajo y tú deberás regresar a tu recinto y controlar que las llamas no se propaguen hasta vuestro tejado.

Obedece, corre al principio de la calle y empieza a desviar el tráfico. No recuerda si ha respondido al funcionario o simplemente ha salido corriendo para cumplir con lo encomendado, lo que si recuerda es su nombre, su nombre pronunciado por el bombero, Ayúdanos, Álvaro, ha dicho, pero... ¿cómo sabe él como se llama? ¿Quién le ha informado de su presencia allí y de su nombre de pila? ¿Acaso el cuerpo de bomberos conoce el nombre de todos los vigilantes que se hallan de servicio esta noche en la ciudad?

Llega la policía y se hace cargo de la seguridad y del perímetro exterior, también empieza a gestionar la evacuación de posibles víctimas, Álvaro regresa a su sitio, al convento de las Arrecogidas. En la puerta está el jefe de bomberos mirando preocupado hacia arriba, está dando ordenes a su equipo para que las llamas no se propaguen a edificios cercanos, sobre todo para que no afecten a la iglesia de San Antón, sería un desastre que se propagaran y se extendieran las llamas hasta el templo, un desastre histórico.

El bombero repara en él.

-Álvaro, gracias, vuelve al interior de tu centro, es importante que las llamas no lleguen a aquel alero- lo señala con la mano diestra dirigiendo allí también su mirada-, tenemos que conseguir reducir el fuego al colegio y luego centrarnos en apagarlo... y gracias por tu llamada, sin tu aviso hubiéramos tardado mucho en empezar a actuar y esto hubiera sido una catástrofe, la iglesia adyacente se hubiera quemado.

Se queda un tanto petrificado, solo son unos segundos pero se le hacen eternos.

-Gracias, Álvaro- insiste y tiende ahora su mano diestra hacia él para estrecharla en señal de agradecimiento-. Venga a trabajar.

¿Llamada... a qué llamada se refiere? Él no ha realizado ninguna llamada, lo más probable es que se esté confundiendo, pero entonces..., ¿cómo sabe su nombre?

Vuelve a obedecer, se dirige a su puesto de trabajo con celeridad y se dedica a controlar que las llamas no se trasladen de un edificio a otro por los tejados.

Pasan las horas, el fuego parece controlado, no se ha propagado, los bomberos han vencido, han conseguido minimizar el desastre y reducirlo solo al colegio de San Antón, aunque lo de reducir es la palabra perfecta, el edificio que albergaba el colegio está quedando reducido a escombros.

Suena el timbre de la puerta, son las cinco de la mañana, a través del monitor en blanco y negro ve a un bombero que es quien realiza la llamada. Se precipita hacia la puerta y abre.

-Me marcho Álvaro, ya no hay peligro de propagación, lo tenemos controlado, en un par de horas lo apagarán, no ha habido víctimas, el fuego ha comenzado desde el interior del edificio del colegio, unos indigentes han accedido al interior de la instalación aprovechando su abandono, para pasar la noche, han encendido hogueras para calentarse y han provocado el incendio, están a salvo y los edificios aledaños se han salvado gracias a tu llamada, si no es por ti se nos quema toda la manzana.

-Debe tratarse de un error- se decide a hablar por fin-, yo no he hecho ninguna llamada, habrá sido algún otro compañero.

-No lo creo, ¡venga no seas modesto! ¿Tú no eres Álvaro Mohino Ibañez? 

-Sí, soy yo.

-Y tu teléfono no es el 917052969. 

-Sí, es el teléfono de seguridad.

-Pues ya está, has llamado tú, desde ese teléfono con ese nombre y diciendo que eres el vigilante del edifico situado en la calle Hortaleza 88, es decir, aquí y, has añadido, el antiguo convento de Arrecogida.

Ya no puede hablar de nuevo, la voz se hiela en su garganta, no comprende nada, da la mano de nuevo al jefe de bomberos respondiendo de nuevo a su gesto amistoso y continúa flotando en una nube de confusión.

-Lo dicho, Álvaro, me marcho, gracias y, por cierto, tienes muy buena música en esa vieja radio, excelente balada Catch the rainbow.
No lo entiende, se marcha el funcionario mientras Álvaro da vueltas y más vueltas en su cabeza a lo escuchado... y repara de repente en la canción que se escucha y que no había escuchado.


Termina la canción y Álvaro formula una pregunta al viento:
- ¿Habéis sido vosotros? ¿Habéis llamado a los bomberos en mi nombre?

No pregunta a Ritchie Blackmore, ni a Dio...

Desculega el teléfono y consulta las últimas llamadas realizadas, aparece el número de su casa, el de la oficina de su empresa y posteriormente... 112 el teléfono de emergencias que él está seguro de no haber marcado.

-¡Dios! No puedo creerlo.

To be continued... es decir, continuará.