lunes, 3 de enero de 2011

CAPÍTULO XIII: Una cornada de burro.






Dejo otro capítulo de la novela, con fotografía antigua de Teruel y cita de Ángeles Caso. Creo que este capítulo tiene cierto toque divertido que espero os guste.



... caminando entre una muchedumbre de seres de ultratumba que habían atravesado la frontera de los mundos, aquella mañana, para acoger a la mujer que regresaba en busca de sí misma, en busca de todos ellos, que formaban parte de su propia vida igual que sus manos, o su corazón, emborrachado de amor en esos momentos.
Ángeles Caso. “El peso de las sombras”

CAPÍTULO XIII
Una cornada de burro
(29-10-1625)

Las lluvias cesaron en Madrid y dieron paso a un inusitado buen tiempo que visitó la villa. Por unos días pareció regresar el verano. Y fue precisamente en esos días de ausencia del Rey y de tiempo soleado cuando Velázquez más disfrutaba de sus paseos matinales hacia el convento, aquel tibio sol le recordaba un tanto a su Sevilla natal. No todos los días hacía el mismo recorrido aunque siempre existía el obligado paso por la Puerta del Sol. Aquel día se acercó a visitar la fuente de los caños dorados, pues mucho y muy bien le habían hablado de sus aguas, y fue allí, en la plazuela llena de gente, nada más llegarse a ella, donde se encontró con Gonzalo Espinosa, hijo mayor del Renco, a quien ya conocía por alguna esporádica visita a la taberna.
_ Buenos días don Diego, cómo vos por aquí a hora tan temprana.
_ Pues ya veis don Gonzalo, a probar ese famoso néctar que mana de los caños de esta fuente y de la cual dicen que es tan buena de sabor como beneficiosa para el cuerpo.
_ Doy buena fe de que cierto es lo que os han dicho, sin embargo vos mismo podéis presenciar el espectáculo-, señaló con su mano diestra y su mirada la fuente a la cual parecía imposible acceder-, muy solicitada está, yo también quería beberla mas he pensado aguardar a un aguador y pagar unos reales de vellón por un par de vasos.
El agua de las fuentes de Leganitos, de la plazoleta de Santa Cruz y sobre todo la de los cuatro caños dorados, era la más buscada de Madrid.
_ Pagar por el agua de una fuente como si de vino de Navalcarnero servido en vuestra taberna se tratara, ¡por cierto no! No haré yo tal cosa por mucha sed que padeciera.
_ Pues vos en persona podéis presenciarlo sin que yo os lo cuente, ahí tenéis, vecinos que quieren beber y no pueden acercarse al agua pues los aguadores ocupan todos los caños y tardan una eternidad en llenar sus cántaros, ni los criados pueden llenar sus vasijas sin aguardar largo tiempo de exasperante espera.
A fe que era cierto y patente lo que don Gonzalo describía, los vendedores de agua tenían la fuente por suya y se adueñaban del líquido que fluía de los caños a sus cantaros ante las malas caras y peores palabras de los vecinos. Los cántaros una vez llenos eran colocados en las canastas que a tal fin llevaban sus burros y así poder transportarlos por las calles y venderlos a transeúntes y casas de las proximidades.
_ Y por cierto don Diego, olvidémonos del agua por un instante, hace días que yo quería hablar con vos, me han dicho que pintáis un cuadro por encargo del monarca y que desarrolláis dicho trabajo dentro del convento de las arrecogidas.
_ Cierto es lo que os han dicho, ¿por qué lo preguntáis?
_ Pues lo pregunto porque, sin pretender abusar de vuestra amistad, sí quería pediros un favor.
_ Si está en mi mano dadlo por hecho.
_ En vuestra mano está o más exacto sería decir en vuestros ojos y oídos.
_ Pues decidme de una vez don Gonzalo que ya me tenéis intrigado.
_ Como ya sabréis a mi padre, Francisco Espinosa también llamado el Renco y a su amigo Alejandro Tordesillas, Capitán de la Guardia de Madrid los mataron una noche en la calle de la Cruz en el transcurso de una infame y cobarde emboscada-. Asintió Velázquez frunciendo el ceño lentamente y comenzando a estar precavido por lo que se le pudiera venir encima.
_ Corren rumores por las calles-, continuó con su alocución don Gonzalo-, se dice que la inquisición estaba tras esa celada. Otras hablillas apuntan hacia el Capellán Real y al Obispo de Madrid que al fin y al cabo sería prácticamente lo mismo, y, a mí me da que la trama nace tras los muros del convento de las arrecogidas-. Velázquez continuaba reservado y algo preocupado o incluso medroso por lo que se fraguaba, que no sabía qué era, pero que no le gustaba nada. Tal fue la palidez que acometió sus mejillas y tan repentina su aparición que don Gonzalo se percató del azoramiento y quiso serenarle el ánimo.
_ No temáis, no quiero situar a vuesa merced en incómoda posición, sólo os quiero pedir que tengáis abiertos los ojos y agudizados los oídos, si por casualidad algo que pudiera darme pistas sobre quien ordenó la emboscada que terminó con la vida de mi padre cayera en conocimiento de vuesarced, agradecería me lo transmitierais cuanto antes- la sorpresa que invadió al pintor y el mutismo inherente que se alzó entre ellos, obligó a don Gonzalo a añadir-, no os pido que investiguéis ni que os juguéis la vida, apenas que estéis atento a vuestro entorno.
_ De acuerdo, actuaré como decís, sin embargo ¿cómo voy a ver ni a oír nada desde la sacristía de una iglesia cerrada? Yo trabajo oculto, incomunicado.
_ ¿Quién sabe? Todo es posible.
En aquel instante cerca de donde ellos se encontraban conversando alguien sufrió un pequeño percance y el incidente causó un ligero revuelo que no consiguió acallarlos en un principio.
_ No estaréis pensando en tomar venganza.
_ ¿Quién sabe? Todo es posible.
Y el percance fue creciendo en importancia, acrecentando también el revuelo y dificultando un tanto su conversación. Por aquello de quítame de aquí estas pajas y por razón de honor, un accidente fortuito fue tornándose desastre.
_ De confirmarse los rumores y con enemigos tan poderosos como ésos sería tentar a la muerte y no me digáis que todo es posible, esto es seguro.
_ Sí, duros y peligrosos enemigos, pero ¿quién sabe? Y por cierto ¿qué revuelo es ese?
Un aguador, apenas un mozalbete imberbe, había terminado su tarea en la fuente y al mover su burro para salir de la plazuela empitonó a un hidalgo.
La acémila, como era común, llevaba los cántaros sujetos en unas aguaderas de canasta y los palos que sujetaban éstas, sobresalían por su longitud, una cuarta por delante de los propios cántaros. No era inusual que algún paseante distraído recibiera un buen golpe de estos palos en las aglomeraciones de las fuentes, sin embargo el honor de quien recibiera el pitonazo quedaba un tanto mermado. Esta circunstancia con otro protagonista no hubiera llegado a mayores, sin embargo la cornada del burro la recibió un hidalgo que además se hallaba tratando de engatusar a unas damas con su galantería. Para el empitonado fue una verdadera humillación y más cuando empezó a percibir risitas de los alrededores y gritos alborozados de “cornada de burro, cornada de burro”. El hidalgo empitonado y humillado desenvainó la tizona y se dirigió hacia el jovenzuelo con mucha hiel, malos modos y peores intenciones.
_ Plebeyo incauto, yo te enseñaré modales y a tener más cuidado.
_ Disculpad señor, ha sido sin querer, un accidente, no he podido evitar el golpe a vueseñoría, hay mucha gente en la plaza, os ruego me perdonéis.
_ No hay excusas que valgan, el borrico será muerto aquí mismo por mi espada y tú...
_ No matéis al burro señor-, el muchacho se interpuso entre el hidalgo y su caballería para protegerla- repartir agua con él es el único sustento de mi familia, sin el animal todos morirán de hambre.
_ Aparta de mi camino o morirás tú antes que tu maldito burro.
_ El muchacho ya os ha ofrecido reparación con sus explicaciones y sus disculpas- intervino don Gonzalo chillando por encima del bullicio general.
_ No hay palabras que compongan un honor mancillado- dijo el hidalgo revolviéndose comprobando que quien le hablaba era un caballero armado- sólo la sangre lava cierta afrentas y así lo harán la de este inútil y su burro, por tanto manteneos vos al margen, este lance no va con vuestra persona por el momento.
_ ¿Creéis posible recuperar vuestro honor asesinando al burro de un aguador y a un muchachuelo desarmado y asustado?, ha demostrado más valor el rapaz defendiendo a su animal que vos arremetiendo contra ellos.
_ ¿Me estáis llamando cobarde por un casual?, quizá deseáis vos ocupar el lugar de este miserable gañan ya que vais armado.
_ No es mi intención ocupar sitio de nadie, mas sí os hago una advertencia por si os place escucharla, si no deponéis vuestra agresiva actitud y envaináis la cimitarra deberéis cruzarla primero con la mía.
_ Me desafiáis- dijo el hidalgo esgrimiendo la espada en su diestra y oyendo a su espalda risitas de las damas que no hacía mucho trataba de impresionar.
_ ¡Por cierto no!, sólo quiero saber si vuestro valor va más allá del desafío arrogante a un burro y amedrentar a un arrapiezo y también si hay algo de seso dentro de vuestra mollera.
Si algo de honor le quedaba al caballero afrentado debió de considerarlo perdido por completo pues el color bermejo encendió sus mejillas y el súbito calor que recorrió su cuerpo le hizo atacar con brío a don Gonzalo sin mediar más palabra ni aviso ni esperar que éste se pusiera en guardia ni desenvainara su arma.
Velázquez no pudo ahogar un grito horrorizado al ver la espada del atacante tan cerca del pecho de don Gonzalo, sin embargo al hijo del Renco le dio tiempo de retroceder y el filo del arma sólo encontró su herreruelo y mientras extraía su toledana del cinto le dio tiempo a exclamar:
_ Fanfarrón, cobarde y traidor, lo tenéis todo menos el honor que presumíais.
La pelea empezó con mucho brío, el hidalgo ofendido lleno de ira atacaba con furia e imprimiendo gran fuerza a sus mandobles, don Gonzalo, más calmado, esquivaba las acometidas con muy buenas artes y trataba de encontrar resquicios en la guardia del rival sin prisas.
Se percató el caballero de que su ímpetu no le servía, al contrario, debido a la esgrima hábil de su rival en varias ocasiones estuvo en peligro y por ello decidió serenar un tanto el ánimo. Los dos combatientes se empleaban a fondo en la contienda, no perdían fuerzas ni tiempo en lanzar improperios ni bravuconadas, muestra evidente de que no era ésta la primera vez que se batían. Y todas aquellas circunstancias retrasaban el desenlace de la reyerta lo cual impacientaba al gentío.
_ Pínchale ya de una vez que no tenemos todo el día- decía una mujer que había conseguido acercar su cántaro a uno de los caños, mientras se llenaba.
_ Esto parece amañado- chillaba un mendigo en una esquina- ¿esperáis acaso a que os separen diciendo que por el ardor mostrado ya está salvado el honor?
_ Los guardias señor- dijo en esta ocasión el aguador a quien don Gonzalo defendía- envainad las armas deprisa que vienen los guardias.
Era cierto, al poco de separarse los contendientes, guardar las toledanas y empezar a disimular entre la muchedumbre, dos guardias y el Capitán de la Guardia de Madrid aparecieron en escena.
_ Nos han informado de que aquí se estaba disputando un desafió, ¿quiénes eran los reñidores?
Nadie dijo nada y el jolgorio anterior desapareció por completo, apenas el correr del agua cayendo de los caños a la fuente, rompía el silencio. El Capitán de la Guardia recorrió con su mirada a los paseantes y advirtió cierto sudor y algún jadeo en don Gonzalo.
_ No seríais vos uno de los contendientes en la pelea, os veo un tanto alterado.
_ Os equivocáis capitán aquí no había lucha alguna, más os valdría emplear vuestros esfuerzos en buscar a los asesinos de mi padre y de vuestro predecesor en el mando de la guardia de Madrid.
Aquella frase pronunciada por labios de don Gonzalo causó ira en el Capitán de la Guardia y sorpresa en el hidalgo empitonado por el burro del aguador. Captó su atención el contenido de la frase de tal modo que se detuvo, pues poco a poco se estaba alejando de la escena y haciéndose el longuis desaparecía del sitio en conflicto, sin embargo se paró en seco, retrocedió el camino recorrido y regresó al epicentro del peligro.
_ No me digáis vos lo que debo o no debo hacer- decía el Capitán de la Guardia a don Gonzalo en ese instante- y sabed, ya que lo mencionáis, que los partícipes de aquella emboscada que no fueron despachados durante la reyerta por el Renco y Tordesillas ya han sido ajusticiados.
_ Disculpad señor-. Dijo por lo bajini el hidalgo ofendido a Velázquez-. ¿Quién es el joven con el que me batía hace unos instantes? ¿No será por un casual hijo de Francisco Espinosa?
_ ¡Por cierto sí! Es don Gonzalo Espinosa hijo mayor del Renco.
_ ¡Mil veces sea maldita mi suerte!- exclamó el caballero airado encaminándose hacia donde el capitán de la guardia instigaba a don Gonzalo.
_ Sabéis vos de sobra que yo no me refiero a quienes clavaron las espadas en sus cuerpos-, decía en ese instante el hijo del héroe fallecido- yo hago referencia a quienes, desde las sombras, ordenaron tender la emboscada, yo os hablo de los verdaderos culpables.
_ Cerrad ya el pico si no queréis que ordene vuestro arresto por participar en duelos y oposición a la justicia.
_ Un momento capitán- intervino el duelista desconocido- creo poder ayudar a deshacer el entuerto.
_ Don Juan, ¡me place vuestra presencia! ¿Habéis visto vos el desafió acontecido?
_ No capitán, os han debido informar mal, aquí no ha habido tal duelo.
El Capitán de la Guardia miró al caballero recién aparecido en la escena con inmensa suspicacia, no pasaron desapercibidas a sus ojos expertos las gotas de sudor que corrían por sus mejillas, al contrario, tras contemplarlas creyó saber lo que había ocurrido momentos antes de su llegada y por tanto descubierto a los protagonistas de la reyerta, sin embargo estaba ante una persona de calidad, incluso de prestigio y no era recomendable tildarle de mentiroso delante de tanta gente y sin pruebas acusatorias.
_ Entonces vos me informaréis, si tenéis a bien, de lo que ha ocurrido.
_ Los aguadores capitán, mirad vos mismo, ocupan todos los caños de la fuente y durante largo tiempo, estas damas con quienes nosotros nos hallábamos- señaló a Velázquez y a don Gonzalo tanto como a las dos damas con las que se hallaba al sufrir la cornada del burro- tenían necesidad de beber y era imposible hacerlo, hemos partido cada uno en una dirección diferente en busca de guardias que pusieran solución pacífica al conflicto, fijaos, hasta sudores tengo de la carrera que me he dado, y por cierto, ya que estáis aquí, ¿podéis despejar al menos dos de los cuatro caños para que podamos disfrutar todos de ésta, la mejor fuente de Madrid?
El capitán hizo un gesto a los guardias que le acompañaban para que se pusieran en la labor que el tal don Juan solicitaba, entre tanto el aguador cuyo burro causó el incidente que dio origen a la disputa se acercó con un vaso de agua en su mano diestra y dijo:
_ Señor aceptad este vaso de agua de la fuente junto con mis humildes disculpas, es tan fresca que aliviará el ardor que os causó la... carrera.
_ Gracias joven, acepto gustoso la oferta, ¿podéis dar otro vaso a estos dos amigos y a las damas?
_ Por supuesto señor, hoy no a de faltar agua a nadie y sirva este líquido para lavar los posibles malos entendidos que anteriormente ocasionó- un murmullo de aprobación y algunas sonrisas acompañaron las últimas palabras del aguador y como el ambiente ya distaba mucho de desembocar en reyerta de nuevo el Capitán de la Guardia se excusó.
_ En vista de que mi presencia no es necesaria me marcho, quedan aquí dos guardias para velar por el orden en el uso de los caños de la fuente y para que los ánimos no vayan a mostrarse enardecidos- éstas últimas palabras las pronunció mirando a don Gonzalo que a duras penas consiguió morder su lengua y permanecer callado- adiós señores, gracias por su colaboración señor Conde- inclinó la testa y tocó el ala de su sombrero como despedida final.
Todos los presentes siguieron con la mirada al soldado hasta su desaparición definitiva y una vez ésta se produjo el conde habló de nuevo.
_ Muchacho toma estos reales en pago por el agua y tu amabilidad.
_ No puedo aceptar señor, el agua hoy es gentileza de la casa- adujo el aguador.
_ Debes coger el dinero por varias razones: tu familia depende de este negocio para subsistir, ¿recuerdas? Además si no permites el pago, mi honor puede resultar manchado- una sonrisa cómplice del Conde al arrapiezo acompañó su afirmación y finalizó el gesto dejando las monedas en su mano-, en cuanto a vos- añadió dirigiéndose a don Gonzalo-, espero que aceptéis mis disculpas, desconocía vuestra identidad tanto como vos desconocíais la mía, soy Juan de Tassis y Peralta conde de Villamediana y vuestro padre era uno de mis mejores amigos, os pido perdón por haber cometido la torpeza de cruzar mis armas con vos, nunca volverá a suceder tal cosa.
_ ¿Sois el conde de Villamediana?- respondió de modo afirmativo el interpelado despojándose del sombrero y tendiendo su mano diestra a don Gonzalo, quien al aceptarla y estrecharla afirmó-. Mi padre valoraba vuestra poesía y vuestras obras de teatro, creo poder afirmar que os apreciaba.
_ Lo sé, gran persona era don Francisco, buen soldado y mejor amigo, su pasión, al igual que la mía era el teatro, yo estuve con él en el corral de la Cruz viendo la obra de los Amantes de Teruel la noche en que murió, fue al poco de separarnos cuando sucedió la celada, ojala hubiéramos llevado el mismo camino pues quizá de haber ido en la misma dirección y sumado una espada a la reyerta el resultado hubiera sido otro.
_ Eso ya carece de importancia pero agradezco vuestras palabras y me place conocer a tan famoso poeta y dramaturgo, precisamente esta mañana oí hablar de vos.
_ Pues si se trataba de un marido agraviado no hagáis caso ni creáis lo que se diga, no soy tan mujeriego como se dice por los mentideros de la villa ni tan fanfarrón como me pintan mis enemigos.
_ No era marido ofendido sino admirador vuestro y decía que en Aranjuez se va a estrenar una obra teatral de vuesa merced con motivo de la celebración del aniversario del rey.
_ A fe que es cierto, dentro de tres días, es una obra basada en un episodio del Amadis de Grecia a la que he dado el título de “La gloria de Niquea” y además debo añadir que por expresa petición del rey la obra será interpretada por la mejor y más famosa actriz, Maria Calderón.
_ Ése era el motivo del viaje del Rey a Aranjuez, la celebración de su aniversario, el teatro, flirtear con las actrices...- pensaba Velázquez y sin embargo dijo- disculpad que os interrumpa tan interesante conversación; yo ya he bebido el agua de la famosa fuente de los caños dorados y ésa era la razón de mi presencia aquí, ahora debo marcharme, tengo trabajo, además- miró de soslayo a las dos damas que aguardaban en las cercanías- esas dos bellezas aguardan las atenciones de vueseñorías y yo, aun sin ser aguador, con mi presencia aguaría la fiesta.
Rieron.
Rieron todos de buena gana y en total camaradería y así, desembocó en alegre comedia un acto que parecía abocado a finalizar en triste tragedia.

El joven pintor de cámara del rey se enfrentaba, como a lo largo de toda la jornada, a la umbrosa soledad de la sacristía, a un lienzo rebelde que no se dejaba pintar del todo y a unas sensaciones, vividas o imaginadas, que no le permitían sentirse cómodo entre aquellos muros.
Intentaba en aquel instante, una vez más y con un esfuerzo sobrehumano olvidar los fantasmas, concentrarse solamente en el cuadro y atraer una inspiración que de cuando en cuando no acudía a la cita. Había días que finalizaba la jornada en blanco, sin conseguir ni una sola pincelada y aquél, prometía ser uno de esos días aciagos.
_ El rostro tiene que ser lo más importante de esta composición, debo concentrarme y ser capaz de reflejar dolor y paz en idéntica medida, tormenta y calma en un mismo gesto-. Hablaba consigo mismo tratando de auto convencerse.
Hizo varios bocetos pero ninguno le satisfizo y a continuación, mientras los desgarraba con rabia, volvieron los fantasmas y vieron sus ojos o imaginó su mente el rostro de Helena impreso en el lienzo. Y pasó el tiempo sin conseguir una pincelada ni eludir inquietudes, y vio reflejarse en las paredes sombras inquietantes precisamente allí donde no existía luz que las proyectase, y escuchó ruidos sobrenaturales en una sacristía llena de ausencias y silencios, y percibió compañía donde no había sino soledad y vacío.
_ Estoy muy nervioso- susurró sin moverse- debo calmar mis ánimos o acabaré loco creyendo de verdad que los espectros moran en este convento.
Se levantó de su asiento un tanto mal humorado, tomó un candelabro en su mano diestra y salió de la sacristía adentrándose en la iglesia en penumbra. Paseó por el templo tratando de relajarse, de inspirarse. Observó los cuadros que ornamentaban las paredes de la capilla, las esculturas y tallas religiosas, buscó un rostro que reflejara los sentimientos que él quería transmitir, que el rey quería que se vieran en el cuadro, tras varias vueltas y visitas a todos los rincones de la iglesia decidió que no encontraría lo que buscaba.
Sin embargo encontró otra cosa, un poco más allá del altar, a unos metros por el lado del evangelio y oculta en el suelo bajo un tapiz, había una poterna, la descubrió por casualidad y trató de abrirla aunque suponiendo que le resultaría imposible; ante su absoluta sorpresa el portillo cedió a su requerimiento y bajo sus pies descubrió una escalera de caracol muy estrecha y resbaladiza que finalizaba en una galería oscura.
_ La cripta- susurró sorprendido aunque sabedor de que la casi totalidad de conventos tenían un panteón subterráneo donde se enterraban a las religiosas finadas. De todos modos y de ser así, ¿por qué usaban para los sepelios el huerto de la parte trasera del convento y no la cripta subterránea?
Descendió con mucho cuidado de mantener el equilibrio y de que no se le apagaran las velas del candelabro. No era un cementerio, allí no había sepulturas ni tumbas en el suelo, no había nichos cubriendo las húmedas paredes como era lo habitual, era sólo un pasadizo insano, oscuro e inquietante. Muy de vez en cuando se encontraba con una columna y apreciaba en ella saeteras con los hachones apagados y con señales de haber permanecido así largo tiempo. En ocasiones tuvo la desagradable sensación de que lo seguían, que lo vigilaban, que lo perseguían, sin embargo se persuadió de que sólo eran imaginaciones suyas. Armado de valor siguió profundizando en aquella inhóspita galería, hubiera deseado poseer el hilo de Ariadna, mas sólo contaba con su propio valor. En un recodo apreció que el camino se bifurcaba en sendas diferentes, en una de ellas apreció una especie de habitaciones pequeñas con rejas y con las pesadas puertas de hierro cerradas.
_ Celdas, son celdas, esto es una prisión secreta de la Inquisición y no un camposanto.
Retrocedió a toda prisa, sintió peligro, se imaginó ataviado con el sambenito ardiendo en la hoguera durante la celebración de un auto de fe en la Plaza Mayor; debía salir de allí cuanto antes y no contar a nadie lo descubierto. Alcanzó la iglesia, cerró la poterna, la cubrió de nuevo dejándola como estaba al principio, como siempre debió estar y temblando de miedo se encerró en la sacristía. Si en un breve espacio de tiempo no se calmaba y conseguía progresar en el lienzo recogería su material y daría la jornada por concluida.
Y de nuevo sombras, ruidos y presencias turbaron su ánimo, él miraba fijamente el cuadro sin querer volver la vista atrás y sin dejar de repetirse:
_ Nada, no hay nada a mi espalda, todo son imaginaciones mías.
Hasta que de repente el olor de la cera quemada en el recipiente del candil se perdió entre tinieblas y lo sustituyó un inesperado aroma embriagador.
_ Percibo ahora aroma de rosas frescas, pero también son imaginaciones mías- pensó en voz alta.
_ Erráis en vuestra creencia-. Dijo una voz inesperada a su espalda sobresaltándole-. No se trata de imaginación vuestra, soy yo quien trae perfume de rosa.
Era sor Helena quien había pronunciado aquellas palabras y el rumor sensual de sus labios junto con la belleza sin par de la novicia enturbiaba su cerebro.
_ Sé que no está bien considerado ni es de buenos cristianos viejos y que algunos incluso lo consideran pecado pero me he bañado en agua tibia y he puesto pétalos de rosa mezclados con el agua.
El pintor no conseguía articular palabra, la voz de la novicia eran cantos de sirena, el aroma embriagador de rosas frescas embotaba su mente, la visión de la mujer, pues Helena no vestía hábito sino que vestía cual cortesana, le intimidaba y excitaba a la par. Era tan bonita como un amanecer de primavera, le atraía como nunca mujer alguna lo había atraído. Su respiración se aceleraba, la imagen atractiva de la joven formaba parte de su propia vida igual que sus manos, o su corazón, que emborrachado de amor en esos momentos quería salir del pecho. Fue entonces al borde mismo de la locura cuando ella volvió a hablar.
_ No decís nada, me he acicalado para vos, hacia mucho tiempo que no vestía estas prendas.
¿Qué pretendía aquella mujer? Él era un hombre casado y ella, ella era monja, por no mencionar que se hallaban bajo techo sagrado.
_ Os he asustado tanto que no podéis pronunciar palabra.
_ Tenéis sin duda el don de la ubicuidad-, acertó a balbucear el pintor al tiempo que sentía sus mejillas incendiarse y viéndose al borde de la consunción.
_ En verdad no, no obstante debo advertiros, tengo muchas otras virtudes que os invito a descubrir.
Dio un paso decidido hacia el artista y lo besó. Él, anonadado, por un instante pensó rechazar sin paliativos aquel contacto, sin embargo era tan placentero y agradable que de la sorpresa pasó al éxtasis sin capítulos intermedios.
La mujer siguió en su tarea, le besó los labios, los ojos, el cuello, mordisqueó sus orejas y volvió a empezar comiéndoselo a besos. Al poco de esta actuación sus manos se deslizaron bajo su jubón. El pintor que ya no recordaba su estancia en sagrado empezó a desnudarla sin dejar de besarla ni de ser besado, cada prenda era un pétalo de rosa que al ser arrancado de la flor incrementaba el aroma, sus manos de artista vencieron inconvenientes, pliegues, barreras y entre sedas hallaron el húmedo volcán, buscado tesoro, en plena erupción. Helena con habilidad le despojó del calzón que amenazaba con rasgarse, para después hacer lo propio con el suyo. Dos gritos guturales al unísono salieron de sus gargantas y fueron seguidos por una procesión de jadeos y suspiros que indicaron el instante en que se produjo la comunión y sus cuerpos dejaron de ser dos para ser solamente uno.
Debía estar cercano el atardecer cuando ocurrió el estallido de placer. Sudorosos, empapados, acezando, exhaustos se hallaban cuando sus miradas se encontraron, se besaron otra vez antes de tener conciencia del pecado cometido. Compusieron sus ropas en silencio y el aroma de rosas frescas fue menguando hasta apagarse al mismo tiempo que el deseo y así, aquel acto que empezó aciago, pletórico de misterio, miedo y tintes trágicos, tuvo como intermedio un sainete jocoso y placentero aunque tras la representación el pintor había perdido el ánimo para pintar un lienzo de tema religioso.
En un pequeño lienzo aparte, después de la reciente ausencia de Helena, comenzó a trabajar, un boceto crearon sus manos junto con sus tizas en apenas unos instantes de soledad y añoranza, en el apunte, Cupido sujetaba un espejo y una mujer tendida de espaldas y por completo desnuda, examinaba su belleza en el espejo, una diosa, Venus tal vez, y Velázquez sonreía imaginando ya aquel cuadro terminado.
El pintor no sabía cuando podría dedicarse a plasmar la belleza de Helena en un lienzo pero sabía que algún día lo haría. La historia no imaginaba que el mejor cuadro de Diego de Velázquez había tomado forma en aquel proyecto y había comenzado a nacer en aquella lúgubre sacristía.

3 comentarios:

ANA MARÍA ARROYO dijo...

¡¡¡¡Genial!!!!
Es uno de los capítulos a los que yo menos atención presté (puedes quejarte) en cambio al volver a leerlo... creo que voy por el libro otra vez y me voy a ir re leyendo partes que pasé demasiado rápido. Es uno de mis defectos, leer muy deprisa.
Abrazote.

La profecía del silencio dijo...

No me quejo Ana jajajjaa
la verdad, en una novela tan larga es complicado no dejar la atención vagar en algún momento.
Este capítulo tiene algo especial, en primer lugar es verdad todo el paisaje que se describe, las fuentes, los aguadores, el negocio en torno al agua; en el año 1625 Madrid y sus fuentes eran así. Luego hay un poco de humor creo, ahsta que pasa a la acción y entonces va enlazando con otros capítulos, se supone que ya tiene que enganchar al lector a partir de aquí.
Si sirve para que me releas, perfecto.
Gracias por tu comentario y la relectura, estoy aquí para comentar cuanto quieras.

ANA MARÍA ARROYO dijo...

¡Te tomo la palabra!
Luego no te quejes si pregunto mucho... jajajaa.