miércoles, 26 de enero de 2011

CAPÍTULO XIV: Curiosas coincidencias y casualidades


Dejo este capítulo nuevo de "La profecía del silencio" con cita de Carmen Posadas, espero que os guste.








A veces, en primavera, cuando la luz de la tarde entra por las rendijas de la persiana y se quiebra en ángulo contra el suelo, me parece ver sobre la pared la sombra de la que fui. Son las rayas horizontales las que hacen el milagro, las que hacen trampas hasta convertir la silueta de una vieja que pronto cumplirá noventa y siete años en la de la más hermosa de las mujeres de su época. Pero es cierto. Cuando esto ocurre, aún puedo verla, soy yo; es ella, la Bella Otero.
Carmen Posadas. “La bella Otero”

CAPÍTULO XIV
Curiosas coincidencias y casualidades
(26- 11- 1999)

Tenía un aspecto horrible.
Candelaria se encaminó a la entrevista de trabajo con el brazo escayolado, con el tobillo inmovilizado por una venda lo cual la hacía cojear visiblemente, sin papeles y sin su mejor vestido pues se había quemado junto al resto de sus pertenencias. Su aspecto era un tanto estrafalario, vestía un top blanco muy atrevido y ceñido para resaltar sus adustos senos y el color suave y oscuro de su piel; una mini falda negra demasiado mini que resaltaba sus caderas; unas botas altas impropias de alguien con un tobillo dislocado pero que hacían muy bonitas sus bonitas y largas piernas. Aquél era su único atuendo, el mismo con el cual había ejercido su profesión el día anterior en una esquina de la Calle Carretas, a decir verdad demasiado había hecho consiguiendo adecentarlo después del incendio. Su vestimenta era demasiado atrevida, excesivamente insinuante para una entrevista de trabajo. Su ropa también era en exceso liviana, demasiado carente de tela para el tiempo, más bien frío, propio de la estación del año actual. Mas no había otra posibilidad, aquellas prendas constituían todo su vestuario, todas sus propiedades; afortunadamente tenía en su bolso algo de dinero, no mucho, el suficiente para el metro o el autobús y un desayuno caliente si llegaba con tiempo a la dirección donde tendría lugar el encuentro.
Llegó al sitio indicado con un mínimo de fuerzas en sus ateridos músculos, con un máximo de dificultad e invirtiendo grandes dosis de esfuerzo. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza y el tobillo, no en vano había saltado desde cuatro o cinco metros de altura, pero por encima de todo tenía frío. Había llegado temprano, tenía tiempo suficiente para desayunar, así pues, una vez localizada la sede de la empresa en la calle Farmacia, fue en busca de un local abierto, esa búsqueda también entrañaba dificultad pues no parecían existir bares en servicio por el barrio.
Rafael salió del edificio minutos antes de las siete y media de la mañana. Hacía frío pero no había nubes, el cielo carente de celajes profetizaba la cercana salida del sol. El vigilante estaba contento aquel amanecer, por eso y por que el recién iniciado día era su jornada de merecido descanso, decidió no dormir, romper el turno como él lo denominaba, no acostarse hasta la noche y así habituar el cuerpo a su siguiente e inminente turno de día. Compró el periódico y dio un breve paseo para matar el tiempo, esperaría a que Rosa abriera el bar a las ocho en punto y desayunaría en la Taberna del Renco, luego dedicaría la mañana a realizar trámites administrativos y aburridas gestiones bancarias que había demorado, acumulado, y acabarían por desbordarle si no las solventaba, así, además de romper el turno aprovecharía el día para asuntos productivos. Sonrió al recordar durante su paseo los sucesos acaecidos la noche anterior. En torno a las tres de la mañana, sus compañeros Fernando y Carlos junto con Dionisio, llamaron a la puerta. Abrió, era evidente que todos habían bebido, sus rostros, sus ojos, sus gestos, los delataban. Todos olían a alcohol, pero además las ropas de Carlos y Fernando desprendían un fuerte olor a humo, por el contrario las prendas de Dioni, o quizá él mismo, desprendía una miasma de características similares a la resina, ¡Dios mío! ¿Qué habría ingerido aquel hombre? Lo que quiera que fuese no solamente olía a demonios, además le impedía conservar el equilibrio con garantías.
Apenas le saludaron y se dirigieron hacia el garaje con paso que pretendía ser rápido sin conseguirlo, por el camino discutieron entre ellos a grandes voces, Carlos, con evidente razón y buen criterio, no creía conveniente que Dionisio, en su estado, se pusiera al volante de su coche, propuso conducir él mismo para llevarle a casa, Fernando los seguiría con el otro coche y luego Carlos llevaría a Fernando hasta su residencia. Tras una larga discusión plagada de gritos, juramentos, aspavientos y alguna ridícula caída decidieron acatar lo propuesto por Carlos. Rafael que había asistido a toda la discusión de lejos y con pasividad se acercó a Fernando mientras Carlos introducía a Dioni en su coche y le dijo.
_ Es mejor así, Dionisio lleva mucho alcohol en el cuerpo.
_ Alcohol y muchas otras cosas-. Adujo su compañero y a sus palabras le siguieron unas estruendosas carcajadas nerviosas.
_ Ve con cuidado- pidió Rafa y los dos vehículos salieron con extrema lentitud del garaje del edificio. Cuando ya se hubieron marchado y el silencio en la calle era total, cerró la puerta del garaje, desconectó el mecanismo bloqueándolo para que no se abriera con mandos a distancia, y se encaminó a su puesto murmurando-. ¡Cómo me alegro de que no sea Fernando el compañero que debe hacerme el relevo mañana! Tengo el presentimiento de que estos pájaros, al amanecer, no van a estar en condiciones de acudir a sus puestos de trabajo.
Por la mañana, a primera hora, Quiqe, el vigilante de servicio en el garaje confirmó sus sospechas, se presentó al servicio, si bien lo hizo en condiciones penosas, con una monumental resaca y con un cansancio palpable, y eso que afirmaba haber terminado la juerga en torno a la una de la madrugada, es decir dos horas antes de que se produjera la retirada de los demás parranderos.

Candelaria pensó que en verdad era misión difícil hallar un bar abierto en aquella zona de la ciudad a esas horas tan tempranas. Por fin los ojos negros de la joven descubrieron uno, tenía aspecto de resultar caro, pero tampoco podía permitirse el lujo de permanecer toda la mañana paseando casi desnuda por las frías e inhóspitas calles de la capital. Algunos silbidos de júbilo, algunos piropos de admiración y algunas obscenidades de lo más vulgares y de lo menos originales la saludaron a su llegada. Rafael y Rosa miraron a la par hacia la puerta para averiguar a qué se debía tamaño alboroto.
_ No sabía yo que por este barrio hubiera todavía focos de prostitución- dijo Rafael sorprendido por la presencia de la mujer.
_ Y no los hay- aseguró Rosa con mal humor-. Esta tía se ha perdido.
Candelaria trató de ocultarse en un rincón, en el más discreto y oscuro del local.
_ Buenos días- saludó Rosa en tono un tanto hostil que la cliente percibió, a punto estuvo de añadir, este bar es un sitio decente, pero por alguna extraña razón no lo hizo.
_ Perdone mi aspecto- dijo Candelaria con timidez-. No quiero llamar la atención ni causar problemas, sólo quiero desayunar y entrar en calor, estoy muerta de frío, tengo dinero suficiente para pagar, quisiera tomar, si es posible, un café con leche muy caliente y tres magdalenas, por favor.
_ ¿Te encuentras bien?- interrogó Rosa cambiando de modo radical sus sentimientos hacia aquella persona.
_ Sí gracias, sólo estoy cansada y congelada, descansaré unos instantes y el café caliente me reanimará, me marcharé en seguida- Rosa le sirvió lo que había pedido y añadió.
_ Si necesitas algo más me llamas, estaré en aquella esquina al otro lado de la barra.
_ Bien muchas gracias, es usted muy amable.
Rosa se instaló de nuevo junto a Rafael que desayunaba entre rápidas ojeadas al periódico, por el camino la camarera se cercioró de algo que ya sabía, todos los clientes del local eran hombres y todas las miradas de esos hombres confluían en un punto concreto del bar, el rincón donde Candelaria trataba de entrar en calor y permanecer oculta.
_ No es una vulgar prostituta- afirmó la camarera- esa chica tiene problemas.
Una voz surgió de la nada envalentonada por el anonimato y protegida por la muchedumbre.
_ Es un poco temprano pero no me vendría mal un buen revolcón, ¿cuánto cobras negrita?- un coro de risotadas grotescas siguieron a las frases del gracioso, la joven ni se inmutó y continuó desayunando como si fuese sorda o estuviese habituada a la imbecilidad humana.
_ Estos pervertidos no van a resultar útiles en esta situación- dijo Rosa señalando con el mentón a los parroquianos.
_ Pues habrá que hacer algo- añadió Rafa quien ya se había levantado de su taburete y se dirigía hacia el lugar donde estaba Candelaria.
_ Hola- saludó el vigilante.
_ Adiós- respondió la joven sin mirarle.
_ Perdón, ¿cómo dices?- interrogó Rafael que había oído perfectamente.
_ No soy lo que tú te crees ni estoy aquí para lo que tú te imaginas, lárgate y déjame terminar mi desayuno en paz.
_ Yo tampoco soy lo que tú te crees, ni estoy aquí para lo que tú te imaginas, yo sólo quiero invitarte a desayunar y tratar de salvaguardarte con mi compañía de los actos de estos maleducados.
_ No necesito ayuda, gracias y adiós.
_ Pues tu aspecto evidencia lo contrario- insistió Rafa que no había previsto la reacción de la mujer.
_ No cometas el error de juzgar a las personas por su aspecto externo. Ésos que me insultan y se burlan desde sus mesas llevan corbata y traje y sin embargo son unos gañanes.
_ Eso es cierto, pero de todos modos tu aspecto indica que debes estar congelada, no se puede ir en noviembre con atuendo de agosto, quizá en tu país sí pero en Madrid no- la alusión a su tierra natal la hizo volver el rostro hacia el vigilante por primera vez; había rabia en su gesto y odio en sus ojos-. ¿Qué sabes tú de dónde vengo o a dónde voy? Acaso te crees mejor que yo por haber nacido en este país.
_ No, perdóname pero no me has comprendido, yo no deseo ofenderte, sólo digo que si tienes frío por qué no te pones otra ropa más abriga.
_ Porque no tengo, esto que ven tus ojos es todo cuanto me queda en este mundo. Lo demás se quemó anoche en un incendio.
_ ¿Un incendio dices?- Rafa había leído los titulares en el periódico y recordó las palabras de Eva en su despedida.
_ Oye ¿tú eres sordo o eres tonto? Sí un incendio he dicho.
_ No te referirás al incendio en las naves de Villaverde.
_ Sí a ése precisamente me refiero.
_ He leído en la prensa que el fuego fue provocado.
_ Pues mira no sabría decirte chico, yo desde luego no vi nada, tan sólo humo y fuego. Todos corrieron hacia la escalera pero fue peor porque estaba ya en llamas, no había salida, yo estaba desesperada y salté por la ventana, sólo pude coger mi bolso.
_ Y ¿no tienes un abrigo?
_ Sí, lo tengo, pero no me lo pongo porque prefiero pasar frío no te digo; no, no tengo, estaba acostada cuando empezó el fuego y aunque normalmente duermo vestida me quito el abrigo.
_ Y ¿qué vas a hacer ahora?, si me permites la pregunta.
_ Tengo una entrevista de trabajo ahora mismo, me las arreglaré hasta que cobre mi primer sueldo.
Rafael llamó a Rosa, habló unos instantes con ella cuchicheándole en el oído, luego ella desapareció en la trastienda, él permaneció junto a Candelaria.
_ Tu desayuno está pagado, me he tomado esa libertad, espero que no te importe-. Rafael apuntó un teléfono y una dirección en una servilleta de papel-. Toma, si alguna vez necesitas ayuda llama a este número, es de un sindicato, un sitio donde ayudan a inmigrantes a obtener trabajo y papeles-. La chica lo cogió y lo guardó en su bolso, después limpió sus labios de los restos de las magdalenas y dijo.
_ Gracias- en ese preciso instante apareció Rosa.
_ Toma, puedo prestarte este abrigo, está un poco viejo y seguramente te quedará pequeño pues eres más alta que yo pero al menos te cobijará un poco del frío. Y no te preocupes, ya me lo devolverás otro día.
Candelaria aceptó un tanto avergonzada la prenda de Rosa.
_ Gracias, te lo devolveré en cuanto consiga algo de dinero para comprar ropa.
_ No tengas prisa, no te preocupes de nada, yo no lo necesito.
Se levantó y se puso el abrigo, en efecto era demasiado corto, no era su talla, pero de todos modos superaba con creces la longitud de su falda y, por supuesto, era mejor que nada; entonces miró a Rafael y bajando mucho el tono de su voz le dijo:
_ Disculpa mi agresividad, cuando estás en la calle debes defenderte antes incluso de ser atacada. Gracias por todo, ahora debo irme, no puedo llegar tarde a una entrevista de trabajo, es mi última oportunidad-. Abandonó el local mirando fijamente al suelo, diríase que avergonzada de su aspecto, al contrario que ocurrió a su llegada nadie dijo nada, Rafael fue tras ella.
_ Oye... perdona, no sé tu nombre.
_ Me llamo Candelaria y soy de la República Dominicana.
_ Candelaria, yo me llamo Rafael, sólo quería desearte suerte, mucha suerte en tu entrevista-. Ambos sonrieron y la joven se marchó. El vigilante volvió al local y cogió el periódico-. Mira Rosa, aquí viene la noticia del incendio.
Rafael la leyó con suma atención: Un grupo de personas habían incendiado un edificio lleno de inmigrantes de diversas nacionalidades, se sospechaba de grupos de extrema derecha o de una tribu urbana, una rama agresiva con origen en los skin heads. El atentado había sido perfectamente planeado, el objetivo era quemar vivos a los inmigrantes que dormían dentro de la construcción. Habían prendido tres focos distintos, uno de ellos en la escalera, único sitio posible de escape, ése fue precisamente el primero que encendieron. El fuego debió iniciarse sobre la una de la madrugada, la deflagración la produjeron con una substancia usada para la elaboración de un barniz especial para porcelanas, se trataba de una substancia peligrosa, tóxica y altamente inflamable, y sin embargo era fácil de obtener por tratarse de un derivado de la resina; la policía buscaba pistas en el lugar del suceso para determinar la autoría de los hechos, pero el fuego lo había destruido todo, había sido francamente devastador.
La lectura de aquel artículo activó una alarma en un arcano rincón del cerebro del vigilante, apenas una débil lucecita intermitente, un discreto brillo cobrizo, algo extraño ocurría, una pieza no terminaba de encajar, o quizá era justo todo lo contrario; todas las piezas coincidían, encajaban a la perfección como un guante que se acopla a la mano de su legítimo propietario.
_ ¿Qué te pasa?- interrogó Rosa a su amigo- te has quedado pálido de repente y tu gesto es serio y preocupado, ¿acaso has visto un fantasma?
_ No, no he visto a ningún fantasma pero esto es peor-. Rosa le miró muy desconcertada, su comentario pretendía ser una broma y no parecía haber causado el efecto deseado sino todo lo contrario-. Tengo una corazonada, un mal presagio y deseo con toda mi alma estar equivocado.
_ ¿Qué ocurre Rafa? No me asustes por favor.
_ Mira, lee el artículo con mucha atención-. Rafa le alcanzó el periódico a la joven, Rosa lo leyó y cuando hubo terminado el vigilante comenzó con su explicación.
_ Ayer, Dionisio invitó a cenar a algunos vigilantes para celebrar su cumpleaños, dejaron los coches en el garaje y al terminar la juerga vinieron a recogerlos. Eran aproximadamente las tres de la mañana, sólo vinieron tres, Dionisio, Carlos, y Fernando, era evidente su estado de embriaguez y probablemente esa condición era causada no sólo por la ingestión de alcohol sino de otras sustancias.
_ Por ahora me parece todo normal, una juerga normal y corriente sin nada de original, posibilidad de ausencia laboral al día siguiente por causa de la consiguiente resaca pero sin problemas puesto que se trata de jefecillos o de amigos de los jefecillos.
_ No, hasta de ahí parece normal, pero hay más. Cuando llegaron a retirar los vehículos me dio la sensación de que las ropas de Fernando y de Carlos desprendían un fuerte olor a humo.
_ Pues eso también es normal Rafa te lo aseguro, deberías ver como huelen mis ropas cuando salgo de trabajar, y eso que yo no fumo, pero el humo del tabaco se adhiere a las prendas de una forma increíble.
_ No, no olían a humo de tabaco, olían a humo de hoguera, como cuando haces una fogata en el campo, como si hubieran escapado de un incendio.
_ ¿Qué estás insinuando?- dijo Rosa, pues también en su cerebro se había activado una alarma y ya se temía lo peor.
_ Todavía hay más, Dioni no olía a humo, mi sensación fue que él desprendía un aroma profundamente desagradable, yo, en principio lo atribuí a algo de lo que hubiera ingerido, pero era un olor muy fuerte, algo similar a la resina, y el periódico dice que el fuego se inició mediante la utilización de una sustancia derivada de la resina.
_ No demos más vueltas y vayamos al grano, ¿cuál es tu corazonada Rafa?- Interrogó la joven un tanto nerviosa y asustada.
_ El periódico dice lo siguiente: El fuego comenzó sobre la una; ellos llegaron al edificio a las tres, un poco más tarde quizá; el artículo habla de un grupo de cinco o seis personas, ellos eran cinco, tal vez seis pues creo que después de salir del edificio se les unió don Javier el inspector de calidad, y por último lo más importante, el fuego se produjo con una substancia resinosa utilizada en la fabricación de un barniz especial para porcelanas, dice una sustancia resinosa y Dionisio olía como un resinero.
_ ¿Crees que fueron tus compañeros quienes provocaron el incendio?
_ Las piezas encajan. Tuvieron tiempo, después de cenar, envalentonados por el alcohol y las drogas fueron a la nave ocupada por los inmigrantes, Dionisio sería el encargado de verter la sustancia inflamable que produjera la deflagración, los otros prendieron fuego, luego todos juntos huyeron, se separaron, Dionisio, Carlos y Fernando aún tuvieron tiempo de tomar una copa en algún local cercano para templar los nervios y calmar los ánimos antes de recoger los coches. Por último se presentaron en el edificio y ya sabes el resto.
_ Puede que sólo se trate de un cúmulo de casualidades, coincidencias del destino, el periódico también comenta que la policía sospecha de los cabezas rapadas o de grupos de extrema derecha.
_ Sí pueden ser casualidades lo sé, aunque yo no lo creo. Dionisio estaba tan azumbrado que no podía ni conducir, sus rostros no reflejaban la felicidad de quienes han compartido una noche de fiesta, discutían entre ellos, se gritaban y se mostraban nerviosos, agresivos.
_ Si piensas que han sido ellos debes hacer algo, ha habido víctimas mortales en ese incendio, se trata de varios asesinatos.
_ Y ¿qué puedo hacer?, ir a la policía y decirles que mis compañeros olían a humo y mi jefe a resina, ¿qué demuestra eso?, no, no puedo hacer nada, todavía no, pero si por casualidad estoy en lo cierto alguna vez llegará el momento.
Para la gran mayoría de los españoles los inmigrantes son intrusos, criaturas extrañas, perversas y peligrosas. Los metemos a todos en el mismo barco y los catalogamos como delincuentes, nos sentimos superiores y conseguimos con nuestra conducta que ellos se sientan inferiores y adopten actitudes defensivas. Los españoles, sobre todo quienes no hemos vivido esa época, hemos olvidado que no hace mucho tiempo durante una parte del siglo XX hemos sido exportadores de personas, fabricantes de inmigración; ahora la tortilla se nos ha dado la vuelta, España va bien o al menos mejor que otros países, nuestra nación es el sueño dorado de miles de personas de piel oscura, somos importadores de inmigrantes y padecemos de una estólida amnesia. ¡Qué poca y qué mala memoria tiene este país! Hace quinientos años expulsamos a los moros, quizá la xenofobia sea una costumbre tan arraigada en nuestros corazones como para provocar el inicio de una nueva cruzada de ese tipo. Entre tanto nos decidimos por esta solución u otra más positiva, los españoles hacemos gala una vez más de nuestra característica picaresca, usamos nuestra habilidad para quejarnos pero a la par aprovechar las circunstancias, y así, tenemos trabajadores que desarrollan las tareas más duras, precisamente esas cuya dureza nos lleva a nosotros a rechazarlas; después de agotadoras y dilatadas jornadas de trabajo los inmigrantes se hacinan en infectos chamizos carentes de agua, de luz y de las mínimas medidas de salubridad que alguien sin escrúpulos les alquila, sufren agresiones que no denuncian, no tienen papeles, tienen miedo, es el silencio de los sin papeles, además ellos son mano de obra más barata.
Cuando la luz de la tarde entra por las rendijas de la persiana y se quiebra en ángulo contra el suelo, me parece ver sobre la pared la sombra de la que fui. Eso vio aquel avispado empresario entrando por la puerta de su despacho una mañana fría de noviembre, mano de obra barata, la sombra de la que fue, una extranjera llegada a su país por la puerta de atrás o por una ventana mal cerrada, una visita molesta que hace acto de presencia sin invitación previa, alguien carente de papeles y por extensión carente de los más elementales derechos, mano de obra muy barata, eso era Candelaria, una ciudadana de segunda categoría. Después, conforme la entrevista avanzaba, el empresario se fue dando cuenta de otras circunstancias; sentada en una silla delante de su ostentosa mesa de capitalista advenedizo, cruzando las piernas con infinita timidez y estirando con ambas manos la falda en un vano intento de alargarla, tenía a una belleza negra, un diamante oscuro perfectamente diseñado de 176 centímetros de altura y 65 kilos de peso correctamente distribuidos y repartidos en una talla 37. La entrevista no fue demasiado extensa, el empresario fue conciso y directo, no era cuestión de perder su valioso tiempo. Con tono lacónico explicó a Candelaria cual era la situación. El puesto de trabajo no precisaba especial cualificación, en consecuencia, cuando sus visibles lesiones no le impidieran realizar la tarea quedaría automáticamente contratada. Trabajaría de lunes a viernes en horario de cinco de la mañana a doce del medio día junto con cuatro compañeras, se ocuparía de la limpieza de un edificio de oficinas de la calle Hortaleza, se trataba de una empresa cuyo contrato representaba una substanciosa parte de su facturación, un cliente muy importante. Se trataba del lugar de trabajo de su benefactor, Mariano Martín.
Su jornada laboral constituía 35 horas semanales, 140 horas al mes, percibiría 400 pesetas por hora trabajada para un total de 56000 mensuales. Además debería trabajar algunos sábados, pero no en el turno de día sino en el de noche, y no limpiando oficinas, sino concediendo ciertos favores sexuales, bien al propio empresario o bien a directivos de las empresas contratantes o a cualquiera dispuesto a pagarse una grata compañía; estos servicios, o favores, como él mismo los denominó, eran a cambio de obtener silencio e impunidad, para comprar el silencio de dichos señores respecto al asunto de la carencia de papeles de las señoritas empleadas. Los trabajos adicionales de los sábados estarían retribuidos con un total de 4000 pesetas, con lo cual su sueldo alcanzaría la cifra de 60000, propinas, si las había, aparte. Sin embargo aquello no era todo, había algo más, en el contrato existía una cláusula que la obligaba a residir en un piso propiedad del empresario, donde ya residían otras cinco empleadas más de la empresa en idéntica situación a la suya, por dicho alquiler debería abonar 25000 pesetas todos los meses, las cuales por cierto se le descontarían directamente de su nómina evitando así que se olvidara de abonarlo.
Candelaria no pudo hacer otra cosa sino aceptar la oferta de empleo por abusivo que resultara el conjunto de sus cláusulas, siempre sería mejor que ejercer la prostitución en la calle expuesta a los peligros de ese negocio y a los de la gran ciudad. Firmó el contrato aunque estaba en blanco la fecha de inicio de la relación laboral.
Cuando abandonó los locales de la empresa ella ya se había marcado una meta, una fecha límite para comenzar a trabajar estuviera recuperada de sus lesiones o no, el 1 de enero; hasta entonces se informó del horario de misas en las iglesias cercanas, mendigaría en las puertas de los templos a la salida de los fieles para poder vivir, no era una mala época, se aproximaba la Navidad y en esas fechas los cristianos se sienten más generosos y receptivos con los problemas ajenos, gracias a la solidaridad de la gente podría subsistir entre tanto percibía su primer salario.

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