domingo, 25 de noviembre de 2012

AGUA. 25 de noviembre día contra la violencia de genero




Hace mucho tiempo tuve conocimiento de una historia que me llevó a escribir, por indignación, un relato. Años más tarde, ya todo resuelto de forma satisfactoria, creo, lo cambié. Fue mientras escuchaba una canción, María se bebe las calles, el relato quedo en mini relato, trate de quitar la sangre y los golpes y dejar solamente... las palabras.

Como digo y hasta donde yo conozco, la historia terminó bien. María se fue, con ayuda de su empresa construyó una nueva vida en un lugar secreto incluso para sus amigos, quiero soñarla feliz y en libertad.

En mi cuarta publicación, Recuerdos de lluvia y Cierzo, el primer relato es el que ella inspiró, lo titulé "Agua" y en este día contra la violencia de genero no he querido resistirme a ponerlo de nuevo en mi pequeño espacio lleno de profecías y de sueños.


Y como siempre acompaño al relato con la magnífica fotografía "Acuario" de Charo Hernández, artista perteneciente al Colectivo Toc Arte.





Agua.
Agua vertida.
Agua derramada por la ira, impulsada por su deseo de
venganza o mejor aún, por su deseo de justicia. Vaso de cristal
que impulsado por su indignación desciende hasta el
suelo de la maldad y estalla en mil cristales diminutos.
Agua formando amalgamas con vidrios en un charco transparente.
El estallido del vaso ha conseguido por un instante atenuar
los gritos, sin embargo ahora, disipada la sorpresa,
atenuado en el tiempo el eco de la explosión, se reanudan las
voces y se elevan con mayor violencia insultos y reproches.
Agua.
Agua vertida.
Agua salada derramada por sus lagrimales. Lágrimas que
ruedan recorriendo sus mejillas junto a hilitos frágiles de sangre
y no logran encontrar vestigios de pena en su rival, ni
consiguen apagar la tormenta, ni poner fin al infierno.
Ha sido ella, ha sido su mano temblorosa la que ha lanzado
el vaso contra el suelo, y lo ha tirado al suelo por no estrellarlo
contra la cabeza del monstruo, pero tras la sorpresa
inicial, el gesto no ha conseguido más que redoblar el enojo
de su marido, estimular su descontrolada furia.
¡Qué oscuridad tan densa y cruel se cierne sobre su
noche! ¡Qué truenos tan horrendos se cierran sobre su vida!
Y ella, una vez más indefensa, sabe que por muchas lágrimas
que derrame, por mucho que su desesperación y su miedo la
obliguen a cerrar sus ojos y tapar sus oídos, por mucho que
sus brazos traten de amortiguar los golpes, es imposible. Las
manos de ese hombre transformado en fiera impactan una y
otra vez en su rostro, en su pecho, en su alma, golpes inevitables
que casi ya ni duelen y que caen sobre ella como agua,
gotas de lluvia de un aguacero persistente, cobarde e insoportable.
Agua.
Agua vertida.
Agua derramada, gota última que con su sola presencia
desborda el vaso de la paciencia. Recoge los cristales del suelo
junto con los fragmentos de su derrota, y, sin embargo, no se
siente vencida; por el contrario, percibe que ha ganado, pero
¿acaso se trataba de una guerra?
Para los vecinos ha sido tan solo una escaramuza más, lo
mismo de casi todas las noches, agua que no has de beber.
Para él, un accidente más, daños colaterales de un halo luminiscente
producido por exceso de alcohol en sangre, agua que
calma la sed inherente a la resaca. Para los periódicos, un caso
más que engrosará las estadísticas de malos tratos, otro titular
de violencia doméstica, agua corriente que circula habitualmente
por las tuberías y alcantarillas.
Para ella ha sido la última vez, agua bendita para signarse
y asperjar, bautismo de un nuevo comienzo. De preguntarse
¿qué será de mí si me marcho?, ha pasado a preguntarse ¿qué
será de mí si me quedo?
El portazo no ha conseguido despertar a la bestia, el alcohol
ahora ejerce de somnífero, hasta mañana no sabrá que se ha ido,
no sabrá que ya no lo aguanta, no sabrá que ya no lo quiere.
El eco del portazo se arrastra perezoso por la escalera y es la
última reverberación acústica de esta tormenta, desde hoy su
río fluirá hacia otros mares.
Libertad por fin derramada.
Vida vertida.
Agua.

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