domingo, 12 de febrero de 2012

El principio de mi próxima novela




El diseño de la portada es obra de Guille.

10 de abril de 1912, miércoles

Capítulo I: Un titán insumergible

Un símbolo de fuerza infinita, la esperanza de una vida mejor en un nuevo mundo, esa era su imagen, un sueño hecho realidad, un lujoso palacio flotante, una verdadera obra de arte que como todo buen cuadro, desde lejos se apreciaba mejor.
Visto desde cierta distancia parecía un barco, sin embargo, conforme la proximidad al puerto era mayor, se apreciaba que en realidad era una ciudad, una gran ciudad flotante e insumergible.
            Los niños lo miraban con la boca abierta y sus rostros plenos de asombro; los mayores lo admiraban con su alma abierta y los ojos desorbitados por la impresión. Joseph Bruce Ismay, actual presidente de la compañía naviera, lo observaba con el pecho henchido de orgullo y la frente muy altiva apuntando a su casco; Morgan Robertson, ex marino y escritor especializado en relatos marítimos, lo miraba con recelo, con miedo y con el corazón abatido por la angustia.
            El escritor pronto divisó la figura del hombre a quien buscaba en el muelle; asiéndose con intensidad a una mínima esperanza y aferrando con fuerza su libro en la mano diestra, fue abriéndose paso entre la multitud con la siniestra, avanzó con enorme decisión hasta la zona delimitada como únicamente accesible para el personal de la línea de barcos y conteniendo el temblor de sus labios y su alma pronunció un nombre:
            _ Señor Ismay- dijo cuando llegó a un par de metros del presidente-, tengo que hablar con usted, se trata de una emergencia.
            _ ¿Quién demonios es usted?- respondió con una pregunta y de manera airada el interpelado, apuntando con sus ojos oscuros y su severo bigote a los labios de donde partió la voz que le requería-, y ¿por qué se encuentra aquí, en una zona reservada al personal de la compañía?
            _ Disculpe mi atrevimiento señor Ismay, soy Morgan Robertson, aunque ahora soy escritor, antes fui marino, trabajé en la compañía y sé como acceder a sus zonas restringidas, me he introducido sin permiso, es cierto, pero sin ninguna maldad ni ánimo de molestar, entre tanta confusión y expectación no ha sido difícil, me he colado en esta zona solamente para hablar con usted. Señor Ismay debe cancelar el viaje del Titanic, hágame caso y salvará muchas vidas, quizá también la suya, este barco se va a hundir.
            _ Está usted loco. Márchese de aquí si no quiere que avise a la policía.
            _ Sabía que sería ésta su reacción y que no me creería, por eso me he permitido traerle un regalo, la prueba que acredita mis palabras- adujo el escritor mostrando el libro al cual se aferraba desesperadamente como un náufrago a un salvavidas que constituye su única esperanza. Al elevar la obra impresa hasta la altura pertinente para que los ojos del Señor Ismay la detectaran, un papel salió de sus páginas y voló con suavidad cayendo a los pies del presidente. Bruce Ismay, tocado de un repentino achaque de curiosidad, se agachó para recogerlo y lo observó un instante, era un pasaje de embarque, un billete de clase B para el viaje inaugural de su trasatlántico.
            _ ¿Es usted pasajero del Titanic?
            _ Tengo billete, sí, lo compré con mis últimos ahorros, el dinero de toda mi vida invertido en el escenario donde quitarme la vida, pero no sé si podré reunir valor suficiente para subir a bordo, ya le digo y, estoy completamente seguro de ello, que el barco se hundirá, existe una premonición, yo mismo la escribí, sin saberlo, hace tiempo y, añado algo que usted ya sabe, en caso de hundimiento casi todos los pasajeros morirán, no hay botes de salvamento suficientes para tanta gente, será un gravísimo desastre en la historia de la navegación, un enorme sacrificio de personas inocentes y un borrón en el historial de su compañía.
            _ Sobran todas las barcas salvavidas que llevamos a bordo, si es cierto que en algún momento de su existencia ha sido usted marino debería saber apreciarlo, este barco es insumergible señor…
            _ Robertson, Morgan Robertson. Insumergible sí, lo sé, eso mismo le ocurría a este otro buque, el Titán, su tecnología avanzada y su diseño impecable lo garantizaban y no obstante un desafortunado choque con un iceberg dio con su sueño en el fondo del océano.- Golpeó con el dedo índice de su mano izquierda la novela que portaba en la otra mientras hablaba atropelladamente. Bruce Ismay tomó el libro con gesto irascible que casi arrancó sus páginas y leyó en voz alta los caracteres de la portada.
            _ El naufragio del Titán, por Morgan Robertson.- Dio una rápida ojeada a la publicación, en la portada se veía el naufragio de un barco que por su aspecto en verdad parecía el Titanic, leyó unos fragmentos del final de la obra y después, más airado todavía que al inicio de la conversación, añadió:
            _ Me toma usted por loco sin duda, esto es una novela de ficción que usted mismo escribió, es la absurda ensoñación de un borracho o un demente, una mera invención, una patraña literaria.
            _ Lo que usted denomina de modo erróneo patraña literaria, yo lo llamo profecía, se trata de una inspiración dictada por un colaborador astral. Como podrá comprobar hasta el nombre del barco es muy similar, sus características son casi idénticas, el número de pasajeros y de tripulantes, la cantidad de botes salvavidas, todo coincide, son hermanos gemelos y correrán la misma suerte, su destino es chocar con un iceberg y hundirse en las frías aguas del Atlántico.
            _ Por última vez Morgan, no trate de tomarme el pelo con estas paparruchas ni con sus fantasías astrales, el Titanic es un trasatlántico insumergible, confío ciegamente en su tecnología.
            _ Con cada palabra pronunciada afianza usted mi teoría y me da la razón, son las mismas circunstancias que rodean al Titán en la novela, ¿no se da cuenta? Es una profecía, la repetición de un desastre por exceso de confianza en la tecnología.
            Ismay se cansó de discutir, la conversación era estéril e improductiva, sin ningún interés para su persona y, él tenía mejores asuntos que atender. Guardó el pasaje dentro de las páginas del libro y lo arrojó a varios metros de su posición, entre el gentío, fuera del perímetro reservado a la compañía, mientras ponía el colofón con sus gritos.
            _ Haga usted lo que crea conveniente con su pasaje y también con su absurdo libro, pero a mí déjeme en paz, no quiero volver a verle por aquí.
            Morgan dio la espalda al presidente para ir con premura en busca de sus pertenencias arrojadas sin consideración al viento del puerto de Southampton y caídas entre el deambular de la multitud, apenas había dado dos pasos cuando ya había sido borrado del recuerdo, ya había sido olvidado por el presidente de la White Star Line y sus palabras estaban perdidas para siempre en la inmensidad del océano de la indiferencia. Buscó su libro, no lo vio por el suelo, era el último ejemplar que conservaba y temió que se perdiera entre los pasos apresurados y nerviosos de los pasajeros que llegaban con el tiempo justo de embarcar, al final lo vio, un joven lo tenía en sus manos, cuando Robertson llegó al punto exacto donde el libro había caído, un hombre lo estaba limpiando del polvo recogido en su breve permanencia en el suelo.
            _ Disculpe amigo, ese libro es mío, soy su propietario y su autor por añadidura, me llamo Morgan Robertson.
            El joven, que había leído el nombre del escritor en la cubierta del libro, exclamó ilusionado:
            _ ¿Es usted escritor? ¡Santo cielo qué suerte la mía! Primero me cae un libro llovido de la nada y después conozco a su autor. Yo quiero ser escritor, estoy aquí para intentar embarcarme en el Titanic aunque sea de polizón, quiero vivir aventuras y escribirlas, ¿podría darme usted algún consejo literario?
            _ ¡Por supuesto que sí! Mi consejo es que no tomes el barco, todos morirán, el Titanic se va a hundir, será una catástrofe terrible que se recordará a lo largo de los siglos, un infausto desastre que tardará miles de años en olvidarse.
            _ ¿Cómo lo sabe? ¿Es usted adivino, profeta o algo similar?
            _ Simplemente lo sé, yo lo escribí en ese libro en 1898, lo profeticé hace catorce años y si el barco parte en su viaje inaugural naufragará, se lo garantizo.
            _ Yo quiero ser escritor y necesito viajar en ese barco, contaré la aventura de su travesía y si se hunde, contaré el naufragio, ¿no le parece brillante y emocionante a la par?, el problema es económico, no tengo dinero suficiente ni para un pasaje de tercera clase. Tampoco tengo ninguna experiencia como narrador, necesito un pasaje y un consejo de un experto novelista.
            _ No puedo ayudarte a escribir, nunca he sido un escritor de éxito, si lo fuera me escucharían y cancelarían el viaje de inmediato, pero no lo soy, fui marino, estuve nueve años enrolado en la marina mercante, me cansé de la vida en el mar y tuve suerte al encontrar trabajo en una joyería, me iba muy bien, era feliz, conocí a una mujer… entonces empezaron los problemas oculares. Mis ojos cansados se deterioraban a pasos agigantados con el esfuerzo de mi trabajo en la joyería. Fue entonces cuando me hice escritor, me especialicé en relatos marinos debido a mi experiencia en ese sector, pero con la literatura llegó el hambre. Ella, la mujer de quien estaba enamorado, se fue; el hambre se quedó, soy un marginado, un fracasado. Otro consejo puedo darte, olvida la literatura como método de ingresos. Yo soy autodidacta, me considero culto y con la suficiente capacidad literaria como para expresarme de forma correcta y amena por escrito, pero mis novelas fracasan sistemáticamente. Me estoy quedando ciego por los destellos de las joyas y la intensidad de las letras, moriré de pobreza, de anhelos de mar, de recuerdos de amor, y sin embargo mientras mi ceguera avanza, más claro veo el futuro, al menos el futuro inmediato, yo lo predije en mi novela antes de que este barco gigantesco se construyera, antes incluso de ser diseñado, antes siquiera de que hubiera sido soñado- alzó la voz y cerró los ojos con rabia incontenida-, el Titanic se hundirá irremisiblemente antes de terminar su viaje inaugural.
            _ He visto un pasaje de segunda clase entre las páginas del libro ¿va usted a viajar en el barco a pesar de sus malos augurios?
            _ No, no voy a utilizar el billete, al menos tendré la satisfacción de haber salvado una vida, la mía.
            _ Regáleme el pasaje, si no lo va a usar usted, déjeme a mí correr esta aventura, permítame escribir esta tragedia que ha profetizado, contaré cuanto suceda con detalle, citaré su obra, el mundo entero conocerá su nombre y su premonición.
            _ Quédatelo, si estás tan loco como para correr el riesgo de perder la vida por un relato, mereces tener la oportunidad, te regalo el libro y tu pasaje a una tragedia segura. Te lo advierto, no quiero tener remordimientos, ese papel es tu pasaporte a la muerte.
            Se alejó caminando despacio, las manos en los bolsillos, la cabeza agachada observando pasar el suelo bajo sus pies, derrotado, abatido..., indignado contra la absurda y ciega sociedad que había conquistado aquella época y había construido, sin importarle nada excepto el lujo desproporcionado, el barco de los millonarios.
            _ Señor Robertson no le he dicho mi nombre- Morgan ya no oía al muchacho, para él todo había terminado, no había conseguido impedir el viaje, la suerte estaba echada, la muerte se reía frotando sus manos huesudas. Para el Titanic, por el contrario, la aventura o desventura comenzaba, empezaba su final. No escuchó las palabras del joven aprendiz de escritor, no llegó a oírle pronunciar su nombre y quizá fuera mejor así. El cruel destino le reservó el regalo último de la ignorancia, si hubiera oído el nombre del joven que alzaba su libro con inmensa felicidad, la sangre se le hubiera helado en las venas, habría sabido con total certeza lo que estaba a punto de acontecer.
            _ Señor Robertson ¿me oye? Soy John, mi nombre es John Rowland.
            Era el mismo nombre. Aquel aspirante a escritor que desafiaba con valor insensato a la profecía de la muerte, se llamaba John Rowland, exactamente igual que el protagonista de la novela “El hundimiento del Titán” en la cual se vaticinaba la tragedia.
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            Eran las once de la mañana del miércoles diez de abril de 1912, Ismay miró nervioso su reloj, no era la primera vez que consultaba la hora, comprobaba que el tiempo inexorable se le echaba encima, faltaban muchas personas todavía por embarcar y apenas restaban 60 minutos para la hora prevista de partida. Llamó a un empleado de la compañía con un gesto impaciente de su mano diestra y éste corrió hacia él sin dilación, el presidente parecía nervioso, preocupado, no era cuestión de hacerlo esperar. Cuando llegó a su lado y sin mediar saludo alguno ni cortesía innecesaria, le ordenó:
            _ Diga al capitán del Titanic que adopte las medidas necesarias y dé las órdenes precisas para efectuar con mayor celeridad el acceso de pasajeros al barco y agilizar el embarque, hay muchas personas todavía en las colas, sobre todo en las entradas de tercera clase y en menos de una hora debemos zarpar.
            _ Pero señor Ismay, si el capitán ordena acelerar el proceso disminuirán las medidas de seguridad, podrían subir al Titanic polizones o incluso personas con pasaje de tercera podrían acceder a clases superiores a la que en realidad les corresponde y, aún peor, podrían subir al buque pasajeros enfermos afectados de infecciones y provocar contagios…
            _ ¡Obedezca rápido, limítese a hacer lo que le digo! Me da lo mismo si eso sucede como usted presume, son pequeños detalles que solventaremos más tarde, ahora lo primordial es partir a la hora prevista. Los únicos controles necesarios y obligatorios son los pertinentes para descubrir enfermedades y evitar la propagación de epidemias en tercera clase, esos se realizarán como hasta el momento, de forma exhaustiva y concienzuda, el resto se hará con celeridad, este barco no puede comenzar su viaje inaugural zarpando con retraso.
            El empleado de la compañía se marchó raudo a cumplir con su obligación y transmitir al capitán el mensaje urgente del presidente mientras murmuraba para sí mismo:
            _ Dos semanas, llevamos dos semanas de preparativos y una de embarque y aún así llegan las prisas y las chapuzas de última hora, esto empieza a ser lo mismo de todas las travesías, saldremos con demora, seguro.
            En su prisa por alcanzar el puente donde se hallaba el capitán, el empleado accedió por la pasarela más próxima a su ubicación, la correspondiente a segunda clase. Una mujer intentaba embarcar en ese mismo momento por el mismo espacio, ya mostraba su pasaje al marinero encargado de comprobar los accesos a esa cubierta cuando el alocado empleado la golpeó con su impetuosa urgencia. Casi la derriba del empujón propinado y sí logró, aunque de forma absolutamente involuntaria, tirar por los suelos la bolsa de mano que constituía todo el equipaje de la dama.
            _ Tenga más cuidado- espetó la joven entre asustada y enfadada.
            _ Perdone señorita- trató de disculparse el accidental agresor al tiempo que recogía la bolsa y la entregaba a su legítima propietaria. Sólo entonces se percató de la belleza de la mujer, unos preciosos ojos azules destacaban radiantes sobre una tez pálida de perfecta construcción esférica, una larga cabellera rubia y ondulada hasta el pecado, caía sobre unos hombros erguidos y suaves.
            _ Sandra Carleigster,- la voz del otro marinero leyendo el nombre de la pasajera que figuraba en el documento de acceso al trasatlántico y en la lista de embarque, lo sacó repentinamente de su obnubilada admiración-, ¿es usted la cantante que amenizará las fiestas del salón común de primera clase?
            _ Sí, en efecto- dijo la bella joven  con una sonrisa de satisfacción provocada por el detalle de que su nombre fuera reconocido.
            _ En ese caso debo decirle que el capitán la aguarda para recibirla y darle la bienvenida personalmente, tanto su equipaje al completo como el resto de los miembros de la orquesta ya se hallan a bordo e instalados en sus camarotes.
            _ Muy bien, muchas gracias, y ¿dónde puedo ver al capitán del barco?
            _ Yo la acompañaré con mucho gusto señorita- dijo el otro empleado de la compañía- me dirigía al encuentro del capitán cuando tuve la suerte de chocar con usted, la conduciré al puente y de paso llevaré su equipaje si me lo permite, espero que de ese modo pueda disculpar mi torpeza anterior.
            _ Gracias, es usted muy amable y queda ya perdonado el incidente que en realidad tan sólo fue un accidente.
            Caminaron a buen ritmo hasta el puente donde se encontraba el capitán supervisando a distancia, desde su elevada atalaya, el acceso de los viajeros a su portentoso palacio flotante.
            _ Capitán Smith, con su permiso, le presento a la señorita Carleigster, es la artista encargada de protagonizar las actuaciones musicales del salón de la clase A,- antes de permitir hablar al capitán que ya sonreía complacido ante la fulgurante belleza de su cantante, el empleado, presintiendo la brevedad con la que su presencia se vería eclipsada, añadió con rapidez-, además traigo un mensaje del presidente, manda que transmita usted las órdenes pertinentes para agilizar los trámites de embarque y hacer más rápido el acceso de viajeros, debemos partir a las doce en punto del mediodía y son demasiadas las personas que todavía aguardan para acceder al Titanic.
            _ Gracias, transmita las instrucciones del presidente a mi primer oficial- dijo señalando al señor William Murdoch que se hallaba a escasa distancia de su posición- y diga al presidente que sus deseos han sido cumplidos, yo acompañaré a la señorita Carleigster a su camarote, ¿constituye esta bolsa de viaje todo su equipaje?- interrogó el capitán tomando el bulto portado por el empleado de la compañía e ignorando ya su presencia por completo.
            _ Sí, todo lo demás ya se embarcó la semana pasada junto al resto de bártulos de mis compañeros y los instrumentos de la orquesta.
            _ En ese caso reitero mi ofrecimiento, será un placer acompañarla y mostrarle su alojamiento.
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            Al mismo tiempo que el atolondrado empleado de la compañía naviera chocaba  involuntariamente con la artista, en tierra firme también se producía una colisión. Morgan Robertson, en su depresiva abstracción e inherente carencia de atención al resto del universo, chocaba con alguien que apresuraba sus movimientos para acceder al barco con urgencia. No era un personaje común, no era como el resto de viajeros, su rostro parecía compungido, temeroso. El golpe fue tan violento que ambos cayeron al suelo con tan mala fortuna que el maletín del pasajero se abrió y varias prendas íntimas, así como un objeto de aspecto amenazador y contundente, rodaron a sus pies.
            Apenas los dos personajes recuperaron la noción del espacio y ahuyentaron el leve dolor y la inmensa sorpresa, Morgan Robertson se apresuró a deshacerse en sinceras disculpas mientras el desconocido, un viajero de aspecto tosco y serio, misterioso y ataviado de riguroso negro, se apresuraba a recoger y tratar de ocultar el objeto caído de su equipaje. Se trataba de un puñal, un arma bastante grande y aparatosa con aspecto de joya antigua. Muy valiosa debía de resultar el arma a juzgar por la precipitación y esmero puestos en ocultarlo de la vista del público y también por las furtivas miradas preocupadas dirigidas a los transeúntes cercanos.
            _ Perdone señor- dijo Morgan levantándose con dificultad y tendiendo la mano hacia el misterioso viajero- ha sido culpa mía, no sabe como lo lamento.
            No vio su mano extendida en amistoso gesto, solamente tenía ojos para el puñal, lo ocultó con una prenda escogida al azar y luego lo introdujo en el cobijo de su chaqueta, miró en todas las direcciones escrutando los alrededores, parecía temeroso de que alguien hubiera contemplado la existencia de su joya, de un arma secreta; recogió apresuradamente las prendas y las devolvió al interior del maletín acoplándolas sin orden ni concierto, se incorporó y salió corriendo, como alma perseguida por el diablo, en dirección al barco.
El último secreto del Titanic estaba a punto de subir a bordo.
            Detrás del hombre misterioso de negro que miraba asustado en todas las direcciones y ocultaba un puñal con más aspecto de joya sagrada que de arma, siguiéndole a una distancia prudencial, iba otro hombre, también misterioso, ataviado con un discreto terno gris marengo. Este otro pasajero sólo miraba en una dirección, distaba mucho su aspecto de resultar asustado o simplemente preocupado. Estaba concentrado, atento, absolutamente embebecido en no perder de vista su objetivo.
            Ambos pasajeros accedieron, con un breve intervalo de tiempo, a la zona del barco que daba acceso a la clase A, el hombre de negro, cuyo nombre era Fran Dumont, fue directamente a su camarote sin detenerse ni hablar con nadie, una vez dentro se encerró y tras la puerta atrancada respiró más tranquilo y pronunció unas palabras.
            _ Esta tarde, o esta noche a más tardar, todo habrá terminado- murmuró entre dientes aunque con alivio el ataviado de riguroso luto-, entregaré la mercancía a Manuel y podré dormir tranquilo, yo estaré a salvo y libre de cargas, el mundo entero estará a salvo y libre de amenazas.
            El pasajero del traje gris, Alfred Wolfgang, lo siguió con perversa tenacidad no exenta de discreción, vio como accedía a la habitación asignada y él por su parte se instaló muy cerca de aquel lugar, en una barandilla desde la cual se dominaban la puerta del camarote en cuestión y el puerto a la par.
            _ Qué suerte he tenido- murmuró complacido-, voy a tener butaca de privilegio para el espectáculo de la partida del Titanic en su viaje inaugural sin por ello descuidar la vigilancia.
            Sonrió, encendió un cigarro y tras exhalar el humo nocivo de éste, aspiró una saludable y húmeda bocanada de la suave brisa marina. Después, con calma y podría decirse que disfrutando el momento, rozó con los dedos índice y corazón de su mano siniestra el arma, un cuchillo afilado oculto en su chaleco. Pronto, muy pronto, se produciría la primera muerte en el Titanic, la primera de una larga lista de muertes.
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            Contra todo pronóstico los deseos de Joseph Bruce Ismay se habían cumplido, todos los pasajeros se hallaban correctamente embarcados a la hora prevista, se habían retirado ya las pasarelas de acceso a la nave, todas excepto una, precisamente aquella que él debería atravesar, como último viajero en subir al trasatlántico. Atusó su bigote, saludó a todos y cada uno de los miembros de la compañía que quedaban en tierra dándoles las gracias por su trabajo, después se volvió ceremonioso hacia la muchedumbre expectante, les sonrió altivo y feliz mientras comenzaba a pronunciar un breve discurso plagado de palabras que hacía tiempo se encontraban aparcadas en su cerebro y pugnaban por salir de sus labios:
            _ Señoras, señores, van a ser privilegiados testigos, en apenas unos minutos, de un acontecimiento histórico, el mejor trasatlántico del mundo, el barco más poderoso de la historia de la navegación, el buque más moderno jamás soñado por el hombre, va a zarpar para cubrir en un tiempo record su viaje inaugural. Los periodistas hacían fotos sin parar, tanto el barco, como los curiosos congregados que aplaudían alborozados, como el propio presidente de la línea naviera en pleno desarrollo de su discurso, eran el objetivo de sus cámaras.
            _ El Titanic va a zarpar- adujo, para acto seguido, cruzar la pasarela que daba acceso a la cubierta A, y desde allí llegar a su camarote de lujo, al B-52, precisamente debajo de la gran escalera de primera clase.
            _ Buen viaje- gritaron algunos periodistas siendo pronto imitados por gran parte de los congregados en el puerto. Ismay se detuvo a media pasarela para salir de cara en las últimas fotos y a su vez gritar al gentío:
            _ Gracias caballeros, espero leer muy pronto sus crónicas plagadas de elogios hacia este barco y también a nuestra sensacional compañía, la White Star Line.
            Los aplausos eclipsaron las últimas palabras del señor Ismay, el eco de sus pasos también cayó en el olvido cuando comenzaron los chirridos metálicos de los goznes al subirse la última pasarela. El presidente alcanzó la cubierta donde le aguardaba el capitán, se saludaron con prosopopeya en un ritual ensayado y tras esta ceremonia fue el presidente quien dijo:
            _ Señor Edward John Smith, es usted el capitán del barco, el Titanic es todo suyo. Ahora, a toda máquina, quiero una salida del puerto sencillamente espectacular.

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