domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo XXIII: Callejón sin salida





Ninguna imagen mejor para este capítulo que el aguador, de Diego Velázquez.
Ni mejor cita que una frase de Antonio Muñoz Molina.





Vine a Madrid a matar a un hombre a quien no había visto nunca.
Me dijeron su nombre, el auténtico y también algunos de los nombres
falsos que había usado a lo largo de su vida secreta, nombres en general
irreales, como de novela, de cualquiera de esas novelas sentimentales
que leía para matar el tiempo en aquella especie de helado almacén.


Antonio Muñoz Molina. “Beltenebros”








CAPÍTULO XXIII


Callejón sin salida
(13-11-1625)


Ni demasiado temprano ni excesivamente tarde. Algo después del alba
un carro tirado por dos acémilas se detuvo en la puerta de la taberna
del Renco. Don Gonzalo escrutó con disimulo los alrededores antes de
desatrancar la puerta de su negocio, en el interior tres rostros aturdidos
por el cansancio y con evidentes muestras de ansiedad le aguardaban.
– Voy a ocultar a los chicos en unos toneles vacíos y fingiendo que
voy a por productos para abastecer mi taberna los sacaré de la ciudad.
– Os ayudaré-, asintió el verdugo.
Acomodaron a los chicos lo mejor que pudieron en el estrecho habitáculo
de los toneles, los subieron al carro y se despidieron.
– Me marcho, si no llego pronto a la cárcel de la corte me echaran
en falta y levantaré sospechas.
– No os preocupéis, yo me encargo de todo, esta noche venid por la
taberna, os informaré de cuanto ocurra y del paradero de los mozalbetes.
Por cierto el chico más joven no lo consiguió, vi como los guardias
lo llevaban detenido a él y a un hombre adulto, no os lo dije antes para
que no lo supieran sus hermanos.
– ¿Sabéis dónde lo han llevado?-, interrogó lacónico.
– No con certeza, por el camino que llevaban a la cárcel de la corte.
– Pronto lo veré entonces, gracias don Gonzalo por vuestra ayuda.
– Hoy por ti y mañana por mí Benito.
– Suerte chavales-, dijo el verdugo golpeando con suavidad uno de
los barriles.
La salida de Madrid más cercana a la taberna del Renco era a través
de la puerta de Santa Bárbara, a pesar de ello y teniendo en cuenta que
cuantos le conocían y algunos de los que no le conocían también, sabían
cual era la ruta que seguía cuando iba a por viandas, tomó el camino
de siempre. Por tanto bajó la calle Barquillo para enlazar con la de
Alcalá, dejó a la diestra el Prado de San Jerónimo y a la siniestra el Prado
de los Recoletos. Al salir de la ciudad enfilando el camino de Alcalá
una pareja de guardias, clientes de su taberna, le saludaron jocosos.

– Don Gonzalo traed buen vino esta vez que la última remesa era vinagre,
pura bazofia.
– El vino lo traigo bueno, ocurre que por no gastar vuestras pagas lo
vais bebiendo de tarde en tarde y al tardar tiempo en consumirlo se estropea.
El eco de las risas de los soldados le acompañaron durante los primeros
pasos de su trayecto, los chicos estaban a salvo de momento en
las afueras de la villa, alejados del peligroso Madrid del cuarto Felipe.
En la misma puerta de la cárcel de la corte el verdugo se encontró
con el Capitán de la Guardia.
– Tarde llegáis verdugo-, espetó contrariado el militar.
– A la par que vos Capitán, ni antes ni después-, respondió sin arredrarse
Benito.
– El cansancio se refleja en vuestro rostro demacrado, ¿acaso habéis
tenido la noche agitada y no habéis podido conciliar el sueño?
– Podéis jurarlo-, el verdugo tuvo la desagradable sensación de que
el Capitán sospechaba de su participación en el asalto a la mercería judía-,
he estado toda la noche enfermo, creo que padezco calentura.
– Pues mal día habéis escogido para enfermar, hoy vamos a tener
un día movido y mucha tarea que realizar. Entrad-. Dijo el Capitán cediendo
el paso con un movimiento cortes aunque fingido.
– Después de vos Capitán-, respondió Benito que había captado el
fingimiento-, ¿o acaso teméis ofrecer vuestra regia espalda al verdugo
municipal?
– Yo no temo a nadie que vos conozcáis verdugo-, dijo mal humorado
el Capitán entrando primero por no dilatar más el asunto.
Dentro de los juzgados ubicados en la propia cárcel municipal todo
el mundo parecía aguardar la llegada del verdugo.
– Benito por fin habéis llegado-, le saludó uno de los guardias-, pasad
de inmediato el juez os aguarda para daros instrucciones.
– Debéis marchar al palacio de la Inquisición-, dijo el juez como saludo-,
se va a proceder a interrogar a los judíos detenidos tras la denuncia
de la fiesta de los azotes, de camino hacia allí acompañareis a los familiares
de la inquisición que os aguardan para trasladar a un joven judío
detenido para reunirlo con su madre, el niño se llama Fernán y es hijo de
Fernán Vaez y la tal Isabel Núñez, como sabéis también presos de la Suprema,
a partir de hoy el joven correrá la misma suerte que la madre.
Cada una de las órdenes emanadas por el licenciado le golpeaban sin
piedad el corazón. Estaba escrito, al final del día sabría si Dios, tal como
él hasta hoy lo había concebido, existía en verdad o no.
– Al terminar la labor del palacio de la Inquisición os dirigiréis aquí
de nuevo, tenemos otro prisionero a quien interrogar. Ayudó a escapar
a unos judíos y mató a un soldado de la guardia, debemos averiguar
quienes eran sus compinches, bueno en realidad uno ya sabemos
quien es, Bernardino Sánchez, antiguo soldado y hasta ayer mismo
maleante y reñidor por alquiler.
– Y ¿porqué hasta ayer precisamente?
– Porque ayer fue muerto en la calle Infantas por un guardia que
custodiaba la casa de los judíos.

Cada orden un mazazo en el alma, cada frase una bofetada en la
mejilla y él, buen cristiano, ofreciendo la otra para ser de nuevo agredido.
– ¿Qué os ocurre Benito?, tenéis muy mal aspecto.
– Estoy enfermando señoría-, respondió sin mentir del todo-, esta
noche no he dormido por culpa de la calentura, mas no temáis señor,
no me impedirá el inoportuno mal realizar las misiones encomendadas.
– Si precisáis ayuda en la tarea no tenéis mas que decirlo y os buscaré
un ayudante.
– Pues ya que lo ofrecéis sería adecuado un ayudante, no por causa
de mi mal sino por los muchos detenidos que tiene la Inquisición en sus
mazmorras, serán una docena por lo menos.
– Pues no se hable más os enviaré ahora mismo un ayudante.
El verdugo, acompañando a cuatro familiares de la inquisición y al
pequeño Fernán, se dirigió hacia la casa donde la suprema tenía sus
instalaciones. En un primer momento temió que el pequeño lo reconociera
a pesar de que actuó con la cara cubierta y le asaltó el miedo de
que con su actitud pudiera delatarle, no obstante sus temores no se
confirmaron, el niño no dio en ningún momento muestra de reconocer
a quien le ayudó la pasada noche.
Ya dentro del edificio donde la Inquisición ejercía su ministerio uno
de los jueces de la Suprema, fray Anselmo ordenó que llevaran al pequeño
Fernán con su madre y que condujeran al primer prisionero, el
tal Miguel Rodríguez, a la sala de tormentos para proceder a su interrogatorio.
Dos familiares de la inquisición acompañaron al verdugo en
esa tarea, una vez abajo, en la zona de las mazmorras, Benito dijo.
– Id vosotros a por el tal Miguel Rodríguez, yo llevo al crío a la celda
de su madre.
Así lo hicieron, se separaron, el verdugo llegó a la celda de Isabel
acompañando al arrapiezo, cuando madre e hijo se vieron se fundieron
en un abrazo y dieron paso a un mar de lágrimas. La mujer preguntó al
verdugo:
– ¿Por qué lo habéis traído aquí?
– Orden de Fray Anselmo, lo siento, lo detuvieron ayer al intentar
escapar, creo que el hombre a cuyo cuidado estaban los chicos ha
muerto, en cambio los otros dos lo han conseguido, los hemos sacado
de Madrid y están a salvo.
Isabel se soltó del abrazo de su retoño, lo llevó al catre que había al
fondo de la celda y con rapidez se giró hacia el verdugo.
– Tenéis que sacar a Fernán de aquí, éste no es sitio para un niño.
– No, en realidad no lo es, tenéis razón, mas cambiar ahora la situación
será muy complicado, el Inquisidor General y el juez han decidido
que debe correr vuestra misma suerte.
– ¡No! No puede ser, el niño es inocente, no pueden hacerlo pasar
por el tormento de la muerte en la hoguera.
– Sólo por el hecho de ser hijo vuestro lo consideran culpable, yo
haré lo que pueda por ayudaros y sacarle de aquí pero os repito que es
casi imposible escapar de este edificio.

Era muy difícil escapar de la Inquisición en una época en que eran
todopoderosos, como confirmación, tras los interrogatorios efectuados
antes del atardecer, se firmaron seis sentencias de muerte en la hoguera.
Isabel Núñez y Fernán Vaez los dos primeros y estás llevaban
adherida la del pequeño Fernán, el menor de la familia, también Beatriz
Núñez, hermana de Isabel, Jorge Cuaresma, Miguel Rodríguez y
Leonor Rodríguez, todos ellos condenados a la máxima pena por el Inquisidor
General. También dictó el Santo Oficio sentencia contra la casa
donde estaba ubicada la mercería, sería derribada, demolida, y la
Corona decidiría posteriormente de que modo se ocuparía el lugar vacante
dejado por ella.
Benito había conseguido momentáneamente vencer la batalla contra
el agotamiento y en el lugar que aquél dejó vacante se había instalado
la indignación. Se dirigió veloz hacia la cárcel de la corte pues todavía
le quedaba un prisionero que torturar y además en esta ocasión
se trataba de alguien conocido, sabía su nombre, el auténtico y también
algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida
secreta, nombres en general irreales, como de novela. Lucas.
¡Cuán curioso iba a resultar el interrogatorio! Benito torturaría sin
piedad a un hombre hasta que diera a sus interrogadores el nombre de
otro hombre, el suyo, Benito Jiménez, verdugo municipal y ahora cómplice
de asesinato, instigador de acciones violentas contra la justicia,
hostigador de actos contrarios a las ordenes del Santo Oficio.
Preparó la cámara de tortura como si nada especial sucediera, como
si de un preso desconocido para él y por completo anónimo se tratara,
después se sentó en silencio aguardando instrucciones. Percibió con
sublime claridad que se hallaba en un callejón sin salida.
El Capitán de la Guardia de Madrid solicitó permiso al juez para estar
presente en el interrogatorio, de los dos guardias designados para
llevar a cabo tal misión, uno se presentó voluntario, Esteban, aquél
que detuvo a Lucas y estuvo a punto de acabarlo, y si por él hubiera sido
hasta hubiera oficiado de verdugo en la escena que se estaba preparando.
Así pues tres militares, un galeno y un escribiente estarían
junto a Benito durante el proceso de interrogar al prisionero.
– Id por el preso-, ordenó el Capitán de la Guardia-, y de inmediato
los dos soldados y el verdugo fueron a buscarlo.
– ¡Vamos mequetrefe!-, saludó Esteban al preso con una gran sonrisa
dibujada en su rostro-, vamos a ver ahora que tal surtido de valor
estáis.
No fue precisamente bien tratado en el breve traslado de la mazmorra
a la sala de tormento, los soldados, especialmente Esteban, lo golpearon
en varias ocasiones. De todos modos Lucas parecía indiferente
a los ataques, sin embargo en varias ocasiones dirigió el reo su mirada
de soslayo hacia el verdugo intentando llamar su atención. Aunque parecía
muy calmado en realidad no lo estaba, no dolían las patadas ni
los puñetazos, solamente dolía el lacerante mordisco del miedo.
Dentro de la sala de torturas empezó el trabajo del verdugo y el calvario
del detenido. Benito procuró alejarse del resto de los asistentes a

la sesión de castigo y sobre todo tuvo cuidado en alejarse de los soldados.
Mientras procedía, como era costumbre, a desnudar al preso de
cintura par arriba Lucas le habló:
– Matadme Benito, no quiero delataros, tenéis que matarme antes
de que la tortura me suelte la lengua y vos mismo me obliguéis a confesar,
vuestro nombre.
– No puedo hacerlo.
– Debéis hacerlo, ya soy hombre muerto, quiero llevarme mis secretos
a la tumba. Moriré de todos modos pero sin sufrimientos adicionales.
– Si os mato yo también quedaré en evidencia y bajo sospecha.
– No necesariamente, conseguid un veneno, seguro que podéis, no
en vano sois verdugo, durante la tortura acercadlo a mis labios y no
dudaré, lo ingeriré como si fuera un elixir capaz de salvarme de todo
mal, pensarán que me he suicidado.
– ¡Cuidado!, se acercan los guardias.
– Mátame Benito, por el bien de todos, ¡mátame!
– ¿Por qué tardáis tanto? No tenemos todo el día-, apremió el Capitán
sin apercibirse de la conversación que mantenían preso y castigador.
– Capitán el prisionero me comenta que no se encuentra bien, tiene
dolores en el pecho y retortijones en las tripas-, respondió el verdugo
al Capitán y un poco más tarde se volvió al médico-, examinadle y determinad
si es o no conveniente proceder al interrogatorio.
Se adelantó el galeno hacia la posición del detenido sin dar tiempo
al Capitán a expresar su opinión en contrario y de paso informó a cuantos
quisieron oír:
– El juez no consentiría una declaración tomada a un reo en malas
condiciones de salud.
Benito aprovechó el instante de confusión y disputa para coger una
redoma de las muchas que había en un armario. Miró de reojo por encima
del hombro que nadie observara sus maniobras y cuando se cercioró
de ello en una jarra de agua vertió un chorro de un líquido lechoso,
tras esto colocó la jarra manipulada junto a las demás que a buen
seguro utilizaría en breve para aplicar el tormento de la toca al prisionero.
El doctor tras examinar al detenido determinó de modo solemne
que estaba lo suficientemente sano y en condiciones de ser interrogado
por los métodos tradicionales.
– El único mal que padece es el miedo, por eso tiene apretones en
las tripas-. Dijo Esteban provocando la burla general de los soldados.
El verdugo dirigió una mirada de desaprobación a las reiteradas
chanzas, allí se iba a torturar a un hombre, a infringirle un duro castigo
para producirle daños quizá irreparables y no era asunto de risas.
De todos modos Benito cumplió con su deber, sujetó a Lucas al potro y
lo ató con las cuerdas fijando después las poleas como era lo habitual,
tras esa maniobra el Capitán comenzó el interrogatorio.

– Lucas González, a todas luces sois culpable de asalto a la justicia
y asesinato de un soldado de la guardia de Madrid, con esos cargos el
garrote sería el castigo correspondiente, sin embargo, si nos informáis
de los asuntos que nos interesan, además de ahorraros un sufrimiento
largo y doloroso nosotros podíamos interceder ante el juez para que
vuestra sentencia fuera un poco más benévola. Así pues, ¿estáis dispuesto
a hablar y a informarnos de quien os contrató para liberar a los
judíos y también a decirnos quien era el compinche vuestro que logró
escapar?
– Me contrató el mismísimo Felipe el IV y el Conde Duque Olivares
en persona dirigió el ataque y fue el compinche que se os escapó-, dijo
Lucas mirando a su interrogador.
– Verdugo, dad una vuelta a ver si le quitamos las ganas de bromear
a este miserable.
Benito obedeció, y no obstante hizo gala de su pericia dando la
vuelta a la polea demasiado deprisa, de esta forma, evitaba en la medida
de lo posible, algo de padecimiento al prisionero. Un grito lacerante
salió de la garganta de Lucas y apenas hubo cesado la expresión de
dolor físico se oyó la voz del Capitán.
– Vais a decirnos ahora verdad sobre lo que queremos conocer-, puso
fin a su frase con un tremendo puñazo que descargó sobre el vientre
del preso. Este trató de encogerse después del golpe que le causó
nauseas y al tratar de mover brazos y piernas se provocó mayor tormento
con las cuerdas que lo rodeaban.
– ¿Quién os pagó por la misión y quién os acompañaba?
– ¿No os acordáis?-, respondió entre jadeos de dolor-, vos mismo
Capitán me disteis una bolsa de monedas y fray Anselmo me acompañaba
en el lance, es un gran reñidor.
– Verdugo dos vueltas seguidas como premio a este bufón.
– Aplicadle la toca al mismo tiempo que el potro, Capitán-, dijo el
verdugo antes de ejecutar la orden recibida-, esa combinación le soltará
la lengua, además esa práctica está permitida por el procedimiento,
en unos instantes lo tendréis suplicando clemencia.
– Me place esa idea-, adujo el Capitán con una mueca de satisfacción
en sus labios-, dos vueltas y dos jarras para el prisionero.
Tuvo buen cuidado Benito de aplicar primero la jarra emponzoñada;
Lucas lo miró y hasta guiñó un ojo aprobando la acción del verdugo,
luego otra jarra más y por último las dos vueltas de cuerda en el transcurso
de las cuales siguió con su intento de ahorrar dolor al torturado.
Las toses se confundieron con los alaridos de desesperación, Benito temió
que Lucas vomitara y expulsara de forma involuntaria el veneno
ingerido, mas afortunadamente eso no ocurrió.
– ¿Vais a hablar o me obligaréis a administrar más torturas a vuestro
cuerpo?
Hizo Lucas un gesto afirmativo dando a entender que sí iba a hablar,
entonces el Capitán pidió al verdugo que le sacara el paño de la boca
para que pudiera decir lo que quisiera.
– ¿Quiénes son ésos a los que habéis encubierto?

– Dos fantasmas señor-, respondió entre jadeos haciendo un esfuerzo-,
el espíritu de Alejandro Tordesillas Capitán de la Guardia de
Madrid fue quien me contrató y el espectro de Francisco Espinosa el
Renco fue quien nos acompañó en el asalto.
– Meted el paño otra vez en la boca de este asesino, dos jarras completas
y tres vueltas de cuerda-. Ordenó ahíto de ira el Capitán de la
Guardia.
Cuando comenzó a temblar todos creyeron que era de miedo; cuando
su estómago experimentó espasmos feroces y continuados pensaron
que era debido a la rápida ingestión de las jarras de agua vertidas
en su boca; cuando la fuerza de las convulsiones estuvo a punto de
seccionar muñecas y tobillos lo atribuyeron a la repentina presencia de
la llamada enfermedad del demonio que no era otra que cosa que epilepsia;
cuando brotó sangre por oídos, boca y nariz supieron que irremediablemente
se moría; cuando estallaron sus globos oculares y quedó
inmóvil y mudo para siempre sospecharon que se había envenenado.
De la cámara de tortura salieron los tres militares muy indignados y
harto contrariados, no sólo el preso había dejado este mundo sin confesar
sino que además les privó del placer de someterlo a una larga
agonía; horrorizado salió el amanuense, en su larga vida de escribano
jamás había presenciado escena tan desagradable, creyó que nunca olvidaría
lo visto en aquella sala de los horrores; confuso y aturdido quedó
el galeno que no sabía a que atribuir tan repentina y dramática
muerte.
– Benito, ¿creéis que esto ha sido obra de un veneno?
– Lo dudo-, mintió el verdugo-, nosotros no se lo hemos administrado
y él, difícilmente ha podido tomarlo dentro de la cámara sin que nos
hayamos percatado.
– Quizá no ha sido ahora mismo, existen venenos que tardan en actuar,
incluso algunos que sólo son letales con una actividad física concreta,
pudo tomar uno de esas características en la mazmorra, en algún
descuido del alcaide y los carceleros.
– Complicado, no digo que imposible pero sí muy complicado que un
prisionero pueda obtener algún tipo de sustancia letal dentro de la cárcel
de la corte.
– Se lo pudo facilitar algún compinche, o quizá algún carcelero pagado
a tales efectos.
– Estoy tan confundido como vos doctor, sin embargo os daré mi
opinión. Yo creo que al aplicar el potro y dos jarras de agua tan seguidas
hemos destrozado sus órganos internos. Otra posibilidad es que la
tortura tan dura haya agravado alguna lesión que se le hubiera causado
en la detención que creo fue muy violenta, o alguna otra provocada
por los guardias en los golpes que le han propiciado durante sus horas
de cautiverio, recordad que dijo sentirse enfermo antes de la tortura.
En cualquier caso lo cierto e inamovible es que está muerto.
– El juez no se pondrá contento con este desenlace y el Capitán de
la Guardia menos todavía, ya habéis visto como ha salido de la sala,
parecía que lo llevaban los demonios.

– Pues tendrán el Capitán y el juez que aceptarlo así, no podemos
volverlo a la vida.
Estaba extenuado y hambriento. El aire frío de la noche alivió un
tanto su aturdimiento. Se encaminó hacia la taberna del Renco lo más
rápido que pudo, iba rezando para que don Gonzalo no hubiera cerrado
ya su negocio, iba clamando al cielo, implorando que los otros dos niños
hubieran conseguido huir y estuvieran a salvo.
– Benito os estaba esperando, ya creía que no veníais-, le dijo don
Gonzalo mientras le servía una generosa jarra de morapio.
– No he podido venir antes, pero decidme, ¿qué ha ocurrido?
– Usad esa jarra para brindar conmigo, los chavales están a salvo.
El verdugo dio un largo trasiego y el néctar de Baco lo reanimó un
ápice en lo que al cuerpo se refiere, pues el corazón ya lo había animado
suficiente con la noticia del caballero.
– Contadme los detalles.
– Fue tan fácil que todavía ni me lo creo, salimos de Madrid sin complicación,
una vez dentro del bosque les permití a los jóvenes salir de
los barriles para que estuvieran más cómodos, tumbados, tapados y
ocultos por unas mantas hicimos camino hasta Alcalá de Henares. Allí
los dejé al cuidado de una familia que son de plena confianza y además
convinimos que ellos los cuidarían en tanto se hicieran los preparativos
para un viaje pues van a juntarlos con sus familiares que al parecer viven
en Toledo.
– Don Gonzalo algún día os devolveré el favor, estoy en deuda con
vos y muy agradecido.
– Algún día quizá podáis ayudarme Benito, en la tarea de encontrar
al asesino de mi padre.
– Pues me place que me hagáis ese comentario. He oído por aquí y
por allí que vais haciendo muchas preguntas incomodas, eso os acarreará
problemas, tened mucho cuidado y en lo tocante a mi colaboración
contad conmigo en cuanto pueda ayudaros.
– Por ahora sólo puedo encomendaros que tengáis bien abiertos los
ojos y los oídos, si de algo os consiguierais informar me ponéis al corriente.
– Haré cuanto pueda, pero vos haced caso de mi advertencia, manteneos
a salvo.
Iba pensando, según caminaba, que tenía bien merecida una suculenta
cena y un largo descanso. De repente se detuvo, estaba junto al
convento de Santa Águeda también denominado de las arrecogidas,
frente a la iglesia de San Antón. Fijó su mirada en la imagen del santo,
se persignó y murmuró una breve oración, después reanudó su camino
hablando consigo mismo.
– Al final va a ser cierto, Dios existe, aprieta pero no ahoga.
En la iglesia de Santa Águeda anexa al convento, en una ventana circular
de su fachada principal, se dibujó una figura oscura, era imposible
que ser humano se asomara al ventanal pues se elevaba más de cinco
metros desde el suelo, se diría que era una aparición evanescente, fantasmal,
la representación de un verdugo despidiendo a otro verdugo. El
espectro, lentamente, como la noche, como una débil niebla, se disipó.

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