viernes, 17 de junio de 2011

Principe de las cerezas.





¿Cómo contar todos los sentimientos, todo lo ocurrido? ¿Cómo resumirlo sin olvidar nada y contarlo de forma divertida y amena? No será fácil, pero voy a intentarlo.
En estos dos días han pasado casos y cosas, creo que he aprendido a leer, he aprendido que de la literatura, la parte más emocionante, es la amistad y lo más importante para mí, he comenzado a sentirme menos contador de historias y más escritor, empiezo a considerarme “Príncipe de las cerezas”.
En Libertad 8 asistí a la presentación de “El sexo: de boca en boca” de mi encantadora amiga Mayte Albores y de “Alambique de vestigios” del gran poeta Fran Picón, además de oírles recitar a ellos pudimos deleitarnos con un poema de Ana María Arroyo, de su recientemente estrenado poemario “En la piel del verso”, obra en la cual he tenido el enorme honor de participar haciendo el prólogo.





Tras esa intensa velada, casi sin descanso, al día siguiente, nos fuimos a la radio, allí estuvimos con David Sañudo y José Manuel Contreras en un entrañable “Rincón literario” que es una de mis drogas, un espléndido programa en el mediodía de los jueves (13,30h. 94.4 F.M. o por internet en www.sermadridsur.com)
No hubo tiempo, a mí me hubiera gustado que mi amicísima Ana María nos hubiera deleitado con un poema, uno al azar, por ejemplo este:

Detrás de cada caricia escrita…
Mi boca.
Desde mis rincones.
Por mis recovecos.
Delante de mi pecho.
Sobre tu aliento.
Detrás de cada imagen suave…
mi deseo.
Tu urgencia.
Detrás de mí.

Pronto tendrá su programa, su propio Rincón literario y la oiréis recitar. Un lujo.
Y por la tarde en Librería Burma presentación de mis “Recuerdos de lluvia y Cierzo”, como es tradicional, empezamos con retraso, lo cual sumó emoción al acto. El escenario era perfecto; los amigos que pasaron por allí, los mejores, la literatura se salía por la puerta, no cabía tanta dentro de la librería.






Empezó José Manuel Contreras que por la mañana me había prometido una sorpresa, y vaya si me sorprendió.
Dice que en mis letras hay mucha poesía y yo me niego a creerlo. Él, empeñado en convencerme hizo un poema con el índice del libro.
Sí, habéis leído bien, con el índice. Leyó los títulos de los diecisiete relatos, los interpretó, los recitó de tal modo que en efecto parecían un poema.
Y la sorpresa no había hecho más que empezar, sin tiempo de recuperar el latido correcto del corazón leyó un fragmento de uno de los relatos, de uno de sus favoritos, del preferido de casi todos los lectores.
De “Escríbeme el mar” leyó este fragmento:

Por hoy, la jornada ha terminado para el regimiento de zapadores, ahora los componentes de mi reducido destacamento nos dirigimos al Juncarejo, un colegio de Valdemoro convertido en hospital, que nos sirve de alojamiento, allí, además del merecido descanso tengo unos momentos para escribir, y para disfrutar de la presencia de algunos niños, que han quedado allí por hallarse heridos o enfermos, en espera de ser desalojados a la zona de Levante cuando sus males y nuestra guerra lo permitan.
Apenas bajo del camión, sin apenas tiempo de soltar el fusil y la munición, me asalta, como todas las tardes, la misma niña. Tendrá doce, tal vez trece, quizá once años, no lo sé precisar, me aguarda para llevarme a ver el mar.
_ Vamos Miguel- me dice mientras desliza su mano tibia en mi ruda mano de escavador de zanjas-, vamos a ver el mar.
Después de todo el día con el pico y la pala bajo un sol de justicia, no es que me apetezca demasiado dar un largo paseo, hasta llegar a los restos de la ermita de Santiago y allí sentarnos junto al arroyo de la Cañada para hablar del mar. Sin embargo no me puedo negar, ¿cómo negar una pequeña distracción, tal vez su único juego, a una niña que tiene que soportar una guerra y que aguarda todo el día anhelando ese instante de asueto? Por el camino me cuenta que ha ayudado a las enfermeras a efectuar alguna cura a los heridos menos graves y que también ha recitado, de memoria y con gran éxito, algunos de mis poemas, a los enfermos. Ella ya está recuperada de sus heridas, o al menos ya está hecho todo cuando se puede hacer, pues arrastra secuelas que perdurarán toda su vida. En el próximo convoy que parta hacia zonas menos afectadas por el conflicto bélico se marchará y nunca más volveré a verla. Jamás volveré a ver el mar junto a su inocencia infantil.
_ Recítame lo que has escrito hoy- dice con una sonrisa.
_ Pero si no he tenido tiempo mi niña, hoy no he podido, todavía, escribir nada de nada.
_ Estoy segura de que algo tienes en la cabeza, algunos versos te han estado rondando, lo sé, tú siempre piensas en poemas.
_ Bueno- no me queda más remedio que asentir pues además tiene razón, no lo he escrito pero algunos versos rondan mi cabeza-. No está terminado, a ver qué te parece, lo he pensado mientras me acordaba de ti.
_ Seguro que es bonito, venga Miguel recita ese nuevo poema.
_ Son sólo seis versos, ya te digo que no está terminado, dice así:
Cerca del agua te quiero llevar
porque tu arrullo trascienda del mar.
Cerca del agua te quiero tener
porque te aliente su vívido ser.
Cerca del agua te quiero sentir
porque la espuma te enseñe a reír.

_ Es precioso, Miguel, lo tienes que terminar antes de dormir y mañana me lo tienes que recitar hasta que yo lo aprenda.
Llegamos a la pequeña cima que se alza entre los dos arroyos, me siento a la sombra de un olivo, una ligera brisa hace agradable la puesta de sol.
_ Mira Miguel qué bonito está hoy el mar, desde aquí puedo oír las olas, rompen con fuerza contra la arena, y rechina arañándola mientras la arrastra hacia las profundidades, y se retira, y de nuevo el susurro del agua avanza convirtiéndose en rumor y en estruendo al tropezarse otra vez con la playa, y así una vez y otra, una ola y otra. Miguel ¿acaso tú no las oyes?
_ Claro que las oigo, es imposible no escuchar la fuerza de ese oleaje incesante.
_ Mira Miguel qué bien huele hoy el mar, desde aquí percibo su aroma, huele a sal, a pescado fresco, a agua en libertad, a espuma viva y a cresta de ola coronada por las barcas. Miguel ¿acaso tú no hueles el mar?
_ Sí, lo huelo, cómo no respirar esos aromas que la suave brisa marina nos acerca y nos regala, pues claro que puedo olerlo.
_ Mira Miguel qué bonito es el mar, desde aquí se disfruta ese color azul y verde y blanco, el reflejo del sol que se va a esconder ya en él, le da ese tono magenta, la gran bola de fuego se va a zambullir en las aguas que apagarán su fuerza hasta mañana.
¿Sientes los últimos rayos del sol en tu mejilla derecha?
_ Sí, a pesar de la guerra el sol sigue saliendo por el Este y se pone por el Oeste. A la grandeza del sol y a la sinceridad del mar, la crueldad de la guerra no les afecta, éste es un mar de vida, un océano de inocencia, un mar lleno de puertos de esperanza y de nuevos amaneceres.
_ Pero ven Miguel, no te quedes ahí sentado, vamos a acercarnos más, mucho más, hasta poder rozar esa arena fina y cálida que tanto brilla.
Nos tumbamos en la arena para que el mar nos alcanzara, aguardamos allí donde moría su oleaje escapando de su caricia en el último suspiro, reímos y olvidamos todo lo que no fuera alegría, lo que no fuera mar. Y vimos, y vivimos el mar hasta la hora de regresar.
Y en el camino de vuelta hacia el colegio situado al sur del pueblo me obligó a prometer que mañana regresaríamos a ver el mar. Aferró fuerte mi mano, como si la ilusión se convirtiera en miedo y me dijo.
_ Dame fuerte tu mano Miguel, que “mis ojos sin tus ojos no son ojos”.
En efecto aquella muchacha precisaba de mis ojos para regresar, ella no tenía.
La explosión de una mina se los robo, entre otras lesiones, le había causado ceguera total y permanente. No había podido ver el mar y no sólo por su ceguera, también porque el término municipal de Valdemoro se encuentra a seiscientos kilómetros de cualquier playa. Lo que ella guardaba en sus ojos, en sus oídos, en su nariz y en su corazón era el recuerdo del mar, la necesidad de un océano de inocencia y libertad.
Llegó antes el día en que mi regimiento terminó el trabajo y emprendió la
marcha, que aquél en que los niños del colegio del Juncarejo debían partir hacia tierras más seguras, al despedirme de mi querida niña ciega ella pronunció frases que nunca se borraron de mi mente.
_ Miguel, tú que eres poeta, escríbeme el mar. Escríbeme el mar todos los días para que yo lo aprenda y lo pueda recitar todas las noches.
_ Veo el mar en tus ojos chiquilla.
_ Lleva siempre los ojos bien abiertos Miguel, hazlo por mí, todo lo que ocurra todo lo que veas, me lo tienes que escribir, me lo tienes que contar, nunca cierres los ojos, llévalos siempre bien abiertos aunque te ardan, que nadie apague tus versos ni cierre tus ojos.
Nos fuimos con la guerra a otra parte, alzó su mano y me dijo adiós hasta que el camión se perdió en el bosque, me despidió como si de verdad hubiera podido verme, como si yo fuera parte de su mar.
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Sin embargo, decir “lo leyó” es incorrecto y sería injusto; lo recitó, lo interpretó, lo vivió de tal forma que por un instante dudé que yo fuera el autor. Su lectura apasionada hizo bueno a un escritor mediocre, hizo escritor a un contador de historias, consiguió que las palabras jamás fueran arrastradas por el Cierzo sino que quedaron grabadas, a fuego indeleble, en el corazón.




Y parecía que ya estaba todo dicho, pero no era así. Le pedí a Antonio Gomez Rufo, ya que estaba con nosotros, que nos dijera unas palabras, como no tenía nada preparado, ni había leído este libro, le sugerí:
“Di que soy un chico muy majo y que escribo muy bien”
No me hizo caso.
De forma magistral, como en él es habitual, con la cercanía y, cantidad de calidad que le caracteriza, habló de mi “Tiempo de cerezas”.
Repetir sus palabras sería un ejercicio de memoria imposible para mí, y no hacerlo con fidelidad y exactitud sería faltar a la realidad. Sólo decir que si un escritor de su talla, una de las personas más importantes de nuestra literatura actual, me concede el honor de asistir a mi presentación y comentar en público lo que él nos transmitió, cuando menos, ahora tengo el deber de no defraudarle.
Quiero que sepas, apreciado Antonio, que tomé buena nota de todos tus consejos y que si bien Chema me ascendió de contador de historias a escritor, tú, con tus palabras, me diste un privilegio, un título, el de “Príncipe de las cerezas”.
Lo que yo dijera después de los maestros ya carece de importancia, por terminar la crónica decir que hablé emocionado de mi Teruel; de la casa de mis abuelos; de las “Siete puertas” y cuarenta y dos torres que mi ciudad tuvo un día; de mi sobrina favorita; de mi lectora favorita; de mi tabernera favorita y de su amiga que ahora, y para siempre, es también la mía; de Miguel Hernández y, sobre todo, de Nicolasa.
Y quien quiera saber quién es Nicolasa que lea el libro, ella se lo merece.

Gracias a Villo, Arantxa, Elena Álvarez, Palomica, Cris, José Guadalajara, Elena Muñoz, Mayte, Chus, Alfredo, Carmela. Agradecimiento muy especial a Chema y Antonio. A mis lectoras-amigas de Valencia: Mari Cruz, Ana L. Ana F. Cristina que aunque no estuvieron, estaban. Ana y Vicente que seguían con nosotros todavía. A mis desconocidas lectoras y amigas Paquita D. Ester M. Mari Carmen M. Gracias a Mariola mi periodista favorita por su, como siempre, fantástico artículo, a mis compañeras del club de lectura Girasol (Emilia, Juani, Loli, Conchi, Isa, Peña….) que tantos ánimos me dais, a los incondicionales de Teruel y del Hornillo, Laura, Manolo, a los malagueños Pili y Antonio, Luisa y Ana, mis libreras favoritas, Gema, Elena H. Margarita, Juan Fernando, a Gerardo y todo el colectivo Toc-Arte, a mis presentadoras Paloma Sanz, Yolanda Iscar, Sandra Castán… ¿he mencionado a Ana María Arroyo…

No sigo porque no quiero olvidar a nadie y no será posible, gracias a todos los que habéis colaborado en mis proyectos.
No han sido los libros, habéis sido los lectores, ahora además amigos, quienes me habéis concedido la responsabilidad de que, con mi cuarto libro, con mis “Recuerdos de lluvia y Cierzo” haya dejado de sentirme contador de historias, hoy, desde ayer, me siento escritor y casi me atrevería a denominarme “Príncipe de las cerezas”

8 comentarios:

Sofía Serra dijo...

Querido Ángel, me siento creo que aún más feliz que tú por todo lo que cuentas en esta entrada. Te siento exultante, los motivos los tenías, y por fin te veo asimilándolos, haciéndolos tuyos. Me refiero en particular al aspecto literario, claro. Bien sé que con el otro que reflejas, el humano eres de esas personas que, como poquísimas, mejor saben valorarlo.
Escritor... no imaginas el bien que me haces al nombrarte así.
Un abrazo enorme

La profecía del silencio dijo...

Gracias Sofía.
Es que cuando personajes ilustres de la literatura te acompañan y te arropan, cuando algunos amigos se convierten en lectores fieles y los lectores se convierten en fieles amigos, casi todo lo demás es innecesario.
Pero no me des alas que de repente me da un aire y me puedo sentir poeta jajaja.
Un besazo.

Sofía Serra dijo...

Tú ya sabes que siempre te he dicho que ésa es la esencia que se extrae de la lectura de tus textos, que eres un poeta, sino que hasta ahora has optado por nombrarte como contador de historias...:)
Un beso
P.D. Las alas las tienes desde que naciste, nadie tiene que dártelas, ;). Animarte a usarlas, es otra cuestión...yo te animo, :)

ANA MARÍA ARROYO dijo...

Me alegro de leerte feliz. Me alegro de haber compartido parte de esos momentos contigo. Me alegro porque te lo has ganado, el título y la categoría, todo. Además veo que eliges bien mis poemas... los más refrescantes, jajjaja. Es broma, disfruta del libro y hasta muuuuuy pronto ESCRITOR.

La profecía del silencio dijo...

Sofía me lees con buenos ojos, con paciencia de amiga.

La profecía del silencio dijo...

Ana muchas gracias, por tus palabras, por tu compañía. Es complicado elegir un poema tuyo, son todos tan intensos, tan queridos, tan especiales. Este es ólo uno de mis favoritos pero podría haber abierto el libro en cualquier págima y hubiera sido igual de.... refrescante.
Hasta cuando tú quieras POETA.

Gerardo Martín Pujante dijo...

Las personas se rebelan ante las etiquetas. No siempre. Si, muchas veces. Pero los seres humanos necesitamos etiquetar las cosas, englobar. Saber a que nos referimos.

Desde el inicio te etiquetaste como contador de historias, a pesar de que todos sabíamos que eras escritor.

El tiempo y las experiencias vividas quizá te han hecho cambiar de idea.

Ya seas escritor, contador de historias o príncipe de las cerezas, seguirás siendo Ángel Utrillas Novella. Una persona fiel a su estilo y a sus ideas.

La profecía del silencio dijo...

Qué razón tienes Gerardo, pon delante el título que quieras, la persona es siempre la misma.
Pero creo que he evolucionado y he aprendido, los consejos de alguien con tantos años de literatura como Antonio Gómez Rufo, o los de José Manuel Contreras, me han ayudado a ver el bosque entre los árboles.
Antonio me dijo, con respecto a Tiempo de cerezas: "Tu obligación era escribirlo, ahora deja que el libro haga su trabajo y encuentre su camino"
Mi obligación ahora es terminar el proyecto que tengo iniciado, luego será la novela la que busque a sus lectores.
Gracias amigo por estar siempre ahí.