jueves, 2 de junio de 2011

Ántrax




Un nuevo capítulo de La profecía del silencio y recordar a todos que mañana día 3 presento en mi ciudad natal, Teruel, mi último libro.





Durante los fines de semana millones de jóvenes se iban de casa,
bebían, se metían de todo, bailaban hasta la extenuación, copulaban
en las capotas de los coches, delante de las iglesias y volvían a casa el
lunes, donde los esperaban unos padres angustiados porque sospechaban
que la noche está llena de asesinos. Algunos quedaban en las cunetas
de las autovías o en los poblados de la droga. Cuando llega la noche
parece que la gente se deja arrastrar por un viento de locura. El día
es cegador y la noche suave, pero ardiente.
Raúl del Pozo. “No es elegante matar a una mujer descalza”




CAPITULO XVIII
Ántrax
(12-12-1999)



Subió el cuello de su abrigo y ciñó la bufanda al rostro. El típico frío
matinal del invierno madrileño no lo sorprendía pero le resultaba molesto.
Se tambaleó por los pasillos del metro, no tenía buen aspecto,
parecía indispuesto. Si la resaca estaba considerada enfermedad, en
verdad él se hallaba enfermo, muy enfermo.
Una vez más llegaba tarde. Estuvo a punto de llamar para decir que
se encontraba doliente en el lecho y que no iría a trabajar, mas no quería
contrariar en exceso a Dionisio. A él no podía engatusarle, conocía
perfectamente cual era su enfermedad pues no en vano estuvieron
juntos, de copas, hasta altas horas de la madrugada, hasta horas imprudentes
de la madrugada.
Cuando llegó, Fernando, el vigilante de servicio en la entrada principal,
lo saludó suspirando aliviado.
– Estaba preocupado por tu retraso, ya iba a llamarte por si te ocurría
algo.
– No, no ocurre nada, tranquilo.
– ¿No?, ¿estás seguro?, no tienes buen aspecto.
– Por la mañana casi nunca tengo buen aspecto, me pongo el uniforme
y bajo en cinco minutos. Por cierto, ¿ha llegado Dionisio?
– No, no ha venido todavía. Date prisa en cambiarte por favor, tengo
mucho trabajo en el control de accesos y aún no he revisado el correo.
Carlos se cambió de ropa lo más rápido que le permitió su dolor de
cabeza y su infinito cansancio.
– Afortunadamente ya es viernes-. Murmuró con desgana para sí
mismo-. El fin de semana lo dedicaré a descansar.
Tenía el rostro abotargado del noctámbulo, el estómago revuelto del
borracho y el cuerpo magullado del juerguista. Bajando el último tramo
de escaleras que le separaban de su puesto de trabajo pensó lo bene-


ficioso que le resultaría un buen café, sin embargo desistió, olvidó la
tentación de tomarlo al ver a Fernando, su compañero, desbordado por
el exceso de trabajo, así pues se dirigió directamente al control de accesos
del edificio y se dispuso, muy a su pesar, a iniciar su jornada.
– Fernando deja eso, ya me ocupo yo de las visitas, tú ponte a revisar
el correo, ya debería estar revisado y entregado-. Dijo con un ligero
tono de reproche, si bien no se sabía con certeza a quien iba dirigida
la amonestación, si a su compañero por no haberse ocupado del
asunto todavía o a él mismo por haber retrasado el funcionamiento
normal del servicio llegando tan tarde.
– Sí, tienes razón, ya han llamado dos veces del departamento de
correos reclamándolo.
– Pues vamos, no se hable más, prioridad absoluta a la correspondencia.
Fernando sacó de una bolsa unos guantes de látex para proteger
sus manos como era usual en los componentes del servicio de seguridad
antes de abrir las sacas y comenzó la tarea. Sometió a revisión de
rayos x cada uno de los sobres si bien con algo más de celeridad de lo
habitual y algo menos de atención de lo correcto; después puso el sello
de “correo revisado” a cada uno de los envíos, luego apartó, como
también era costumbre, la correspondencia de Dionisio e introdujo el
resto de nuevo en las sacas. En este punto el trabajo había sido realizado
y por tanto se quitó los guantes protectores; fue entonces cuando
su rostro palideció y un incómodo nudo de miedo se instaló de repente
en su estómago.
– Carlos, mira esto-. Su voz salió a borbotones y sin embargo apenas
emitió unos gritos temerosos. El tono de alarma y urgencia de su
compañero obligó a Carlos a olvidar lo que estaba haciendo y atender
a su demanda. Fernando se miraba las manos con un gesto entre sorprendido
y asustado. Carlos dio dos pasos hacia él y entonces advirtió
el motivo de la alarma. Su compañero tenía la mano derecha completamente
blanca, un polvo pegajoso la embadurnaba, al principio Carlos
pensó que se trataba del talco con el cual se impregnan los guantes de
goma para proteger la piel, pero no, el color, la densidad, la excesiva
cantidad, aquello era diferente a los restos que dejaba el talco al retirar
los guantes, era diferente a los vestigios de su mano izquierda.
– ¿Qué es eso Fernando y de dónde ha salido?
– No lo sé, no tengo ni idea, sólo espero que no sea ántrax-. Dijo recordando
la nota interna que Dionisio distribuyó hacía pocos días y las
noticias de los periódicos de los últimos meses.
– Calla, no seamos alarmistas, mantengamos la calma, ¿crees que
esa.... sustancia procede de algún sobre del correo?- Interrogó evitando
pronunciar la palabra maldita.
– No lo sé Carlos, pero ¿de dónde puede venir?, o estaba en el correo
o en los guantes.
Carlos se protegió las manos con otros guantes nuevos y revisó los
que su compañero había utilizado momentos antes para manipular el
correo.

– En los guantes no hay nada extraño-. Adujo para después preguntar-.
¿No has advertido ninguna anomalía en la correspondencia?
– No, pero tal vez la revisión ha sido demasiado rápida y no he prestado
la suficiente atención.
– Está bien, tranquilo, la volveré a examinar toda detenidamente, tú
mientras tanto ve al botiquín y que te vea el médico y sobre todo no
se lo cuentes a nadie ni toques nada por el camino, no debemos sembrar
el pánico pero sí obrar con precaución.
Carlos llamó de inmediato al doctor para advertirle de lo que se le
avecinaba aunque el galeno no pareció concederle mucha importancia
lo cual lo tranquilizó, luego procedió a comprobar de nuevo el correo de
las sacas tratando todos los sobres con extremada cautela.
Nada, no encontró nada extraño, ningún indicio de peligro, por tanto
devolvió el correo a las sacas y llamó al departamento de distribución
para que procedieran a entregarlo a sus destinatarios. Sin embargo
Carlos ignoraba que seis cartas habían escapado a su exhaustiva revisión,
aquellos seis envíos destinados a Dionisio y que ya reposaban
en el casillero correspondiente del departamento de seguridad en espera,
tan sólo, de que Dioni los recogiera, aunque eso sería otro día,
como pronto el lunes, pues hoy no tenía previsto ir a trabajar. Hoy él
reposaría en su lecho con la impunidad del superior, eludiría sus obligaciones
con la tranquilidad del irresponsable, la resaca no tenía previsto
dejarle salir de la cama en todo el día.
Fernando llegó con la respiración agitada al botiquín, no era capaz
de articular palabra, no se lo permitía ni el cansancio ni el temor. El
médico, quien por cierto ya lo esperaba, intentó calmarlo.
– Pasa Fernando, tranquilízate, Carlos ya me ha contado lo ocurrido,
veamos qué podemos hacer, de todos modos te advierto que lo más
importante es mantener la calma.
En efecto, Fernando intentó mantenerse calmado durante los cuarenta
y cinco minutos que el doctor lo mantuvo en su consulta, mas no
lo consiguió por completo y su estado cercano a la histeria aún se agravó
más cuando el médico le envió de nuevo a la jurisdicción del jefe de
equipo con un mensaje ambiguo.
– ¿Qué te ha dicho?- Interrogó Carlos con ansiedad visible al verle
de regreso.
– Ha tomado muestras de la sustancia para analizarla y me ha protegido
las manos con esta especie de bolsa de la compra-. Respondió
mostrando ambas manos enguantadas al jefe de equipo-. Dice que no
tiene medios suficientes para evaluar la situación y que me dirija a los
servicios médicos contratados por nuestra empresa y ha añadido que
no cree que sea nada preocupante, no piensa que esta sustancia sea...
tóxica-. Añadió sin atreverse a utilizar la palabra fatídica... Ántrax.
– Entonces vete rápidamente a la mutua de accidentes laborales,
¿sabes dónde está?
– Sí, pero no sería conveniente que viniera un inspector para trasladarme
hasta allí.

– No, un inspector puede tardar días en llegar, además a estas horas
de tráfico intenso ni siquiera es conveniente pedir un taxi, lo mejor
es que vayas en metro.
– ¿Estás seguro?
– Sí, es lo más rápido.
– De acuerdo, tú eres el jefe y así lo haré, pero hay otro problema,
no puedo cambiarme, debo ir con el uniforme, me ha dicho el médico
que no puedo correr el riesgo de contaminar mi ropa.
– No importa, eso no es problema, márchate ya, yo informaré ahora
mismo al departamento de inspección de lo ocurrido y tú llámame
en cuanto sepas algo.
– Está bien, oye Carlos has revisado de nuevo el correo-. Interrogó
más por curiosidad que en busca de solución a sus problemas.
– Sí lo he hecho a conciencia y no había nada alarmante, por eso
creo que no debemos preocuparnos en exceso, es imposible que se trate
de ántrax.
Carlos lo había dicho, mencionó la palabra impronunciable, nombró
la soga en casa del ahorcado; no debió hacerlo. El médico, el jefe de
equipo, no creían que se tratara de..., no parecía que pudiera ser..., era
improbable que se tratara precisamente de..., imposible por completo
que fuera o fuese...; pero a él le temblaban las piernas de modo persistente
y cruel.
De Chueca a Gran Vía sólo había una estación, allí hizo trasbordo
para coger la línea uno. Sentía todas las miradas de todos los viajeros
clavadas en él. Al ir uniformado llamaba la atención, más extraño aún
resultaba ver su gesto, la incómoda posición de sus manos, siempre a
media altura tratando de no tocar nada y con aquellas extrañas bolsas
de plástico en ellas.
Gran Vía, Tribunal, Bilbao, Iglesia, Ríos Rosas y por fin, ¡gracias a
Dios!, Cuatro Caminos. Siete estaciones; veintitrés minutos de interminable
viaje; finalmente había llegado, del suburbano a la clínica apenas
había cien metros de distancia los cuales cubrió a buen paso. Llegó a
urgencias, contó lo ocurrido a los sanitarios de servicio y entonces empezó
a preocuparse de verdad.
Activaron el “plan C” de emergencias contra ataques causados por
armas bacteriológicas. El equipo médico que lo trataba, al completo,
desde el primer doctor al último celador, se acercaban a él ataviados
con trajes y protecciones especiales que él sólo había visto en las películas
y que nunca creyó que existieran de verdad; le despojaron de toda
su ropa y la trataron con máxima cautela y añadieron que había sido
una negligencia por su parte y por añadidura una irresponsabilidad,
utilizar un transporte público siendo portador de una sustancia desconocida
que podía ser tóxica, peligrosa e incluso letal.
Fernando se disculpó diciendo que esas fueron las órdenes recibidas
de su jefe de equipo, sin embargo la plantilla de sanitarios que lo trataba
no necesitaban disculpas, necesitaban soluciones.

– Espero que esto no sea ninguna sustancia química peligrosa y mucho
menos ántrax, si lo es muchos usuarios del metro pueden estar en
estos momentos infectados y en situación de contagio.
Estuvo menos tiempo del previsto en el centro médico; lo poco que se
podía hacer ya estaba hecho. Aisladas sus ropas en recipientes idóneos,
limpio y desinfectado todo su cuerpo y la sustancia sospechosa en el laboratorio
pendiente de examen con prioridad máxima, lo único que restaba
era suministrarle unos antibióticos preventivos y enviarle a casa.
– Los resultados definitivos del estudio estarán a nuestra disposición
en cuatro o cinco días, en ese tiempo permanezca en casa descansando,
si nota cualquier indicio de enfermedad por minúsculo que
sea llame a este número de teléfono, corresponde a la unidad de alertas
bacteriológicas, no coja el metro ni transporte público alguno, un
equipo especializado ira con una ambulancia para atenderle y trasladarle
si es necesario, todo esto en lo que respecta a la situación médica,
en cuanto a la situación administrativa vamos a elaborar un informe
notificando las negligencias del equipo médico y del servicio de seguridad
de la empresa para la cual trabaja usted, han puesto en grave
riesgo a mucha gente por su incompetencia.
Fernando no tenía nada que decir al respecto, en primer lugar porque
la argumentación del doctor era absolutamente correcta, en segundo
término porque si la sustancia era alguna bacteria peligrosa se
podía dar por muerto y poco le podía preocupar en ese supuesto si se
depuraban o no responsabilidades y en tercer plano porque si el polvo
blanco resultaba ser inocuo, un tupido velo ocultaría el expediente hasta
hacerlo desaparecer, estaba condenado a perderse sin remisión, el
informe iría a parar a manos de Dionisio que para encubrir tanto al médico
como a Carlos, sus íntimos amigos, minimizaría su importancia difuminaría
su existencia y lo traspapelaría en la primera ocasión propicia.
Agua de borrajas.
Volver a casa supuso un problema grave. No tenía ropa, su cuerpo
apenas si conseguía ocultarlo un ínfimo pijama azul. La empresa le comunicó
la imposibilidad de que un inspector fuera a recogerlo para
trasladarlo pues estaban muy atareados, como siempre. Él por su parte
carecía de dinero, y allí, en la acera, tratando de conseguir un taxi,
se sintió ridículo y humillado, desprotegido y abandonado. Unas lágrimas
rodaron perezosas por sus mejillas, lagrimas de dolor, soledad y
desamparo.
Paró un taxi, Fernando antes de subir le explicó al conductor que no
tenía dinero pero que al llegar a casa le podría pagar. El taxista huyó
despavorido, era comprensible, un individuo con su extraño aspecto,
reconociendo de antemano que no tenía dinero y en tiempos en los
cuales no te podías fiar ni de tu sombra. Otros tres vehículos más del
servicio público pasaron a su lado haciendo caso omiso de su llamada,
debieron juzgarle un loco peligroso, o un delincuente de poca monta, o
un enfermo huido de algún hospital psiquiátrico. Por fin uno paró y tuvo
a bien llevarle a la dirección indicada aun a riesgo de no cobrar, el
conductor no dejaba de vigilar por el retrovisor con nerviosismo creciente
y quizá arrepentido de haberle permitido subir a su coche.

– Gracias-. Dijo Fernando al abonarle la carrera en la puerta de su
casa y ya vestido.
– Gracias a ti-. Añadió el taxista sin poder disimular su alivio al cobrar
el servicio prestado.
Cuando Rafael llegó al edificio percibió una sensación extraña, algo
inquietante, imprevisto, difícil de conjurar. Llevaba tantos años conviviendo
con el poder de los fantasmas que estaba acostumbrado, sabía
como tratarlos, como ignorarlos, como susurrarles fórmulas disuasorias
tras permitirles un poco de distracción a su costa. Sin embargo,
aquella tarde, una pieza no encajaba en el resto del rompecabezas.
Carlos aún estaba allí, otra pieza que no se hallaba en su lugar, o
quizá lo extraño era que sí, que sí estaba en su sitio. La presencia de
Carlos en el edificio un viernes por la tarde no era asunto baladí, él
acostumbraba a irse pronto, mucho antes de que Rafael llegara; además
se encontraba de servicio Manuel y no Fernando que era a quien
correspondía estar trabajando y a quien Rafa debía de hacer el relevo.
Hacía frío y no halló calor en el contacto con sus compañeros. Al no
encontrarse nadie ya trabajando en el edificio, o casi nadie, pues a
buen seguro Eva estaba en su oficina, los encargados de mantenimiento
habían apagado la calefacción y se habían ido; un frío ubicuo procedente
de los vetustos muros de piedra penetraba hasta los huesos y
además, al frío intenso, había que sumarle el silencio, un silencio denso,
abrumador e inusual que lanzaba una profecía poco halagüeña para
las cercanas horas nocturnas.
En el chiscón del control de accesos del edificio también reinaba el
silencio, Manuel estaba serio y Carlos cabizbajo y callado, absorto y
pálido, parecía enfermo, muy enfermo, casi un muerto.
– Buenas tardes-. Saludó con su vozarrón que el eco arrastró por
escaleras y pasillos deshabitados.
– Hola Rafa-. Contestó únicamente Manuel con extrema timidez.
– ¿Qué haces tú aquí?, ¿le ha ocurrido algo a Fernando?- Interrogó
sin rodeos.
– Sí, se ha puesto enfermo y ha tenido que marcharse, a mí me han
llamado a mediodía para que viniera a sustituirle.
– Fernando enfermo y Carlos moribundo, debe de haber un virus en
este servicio o somos una plantilla de enclenques-. Pensó Rafa, aunque
en realidad dijo-. Lo de Fernando no será nada grave espero.
– No, no, nada grave, es sólo agotamiento, deberá permanecer
unos días en casa guardando reposo, eso es todo.
– Descanso, ése es el secreto, el elixir milagroso que todos necesitamos,
yo también dedicaría unos días de mi vida a descansar, si pudiera
claro-. Dijo Rafa mirando a Carlos, sin embargo el jefe de equipo
no dijo nada, se fingía muy atareado tecleando en el ordenador, no tenía
ninguna intención de enfrentarse con él, parecía estar allí con la exclusiva
misión de que Rafa y Manuel no hablaran con tranquilidad sobre
lo acontecido a Fernando, lo parecía y de hecho así era, no hizo ningún
gesto, ni un leve pestañeo, ni un mínimo movimiento que denotara intención
de mirarlo, predisposición de hablarle; nada, indiferencia total.

– Bueno voy a cambiarme, enseguida bajo.
En diez minutos estaba relevando a su compañero.
– ¿Queda alguien en el edificio?- Preguntó a Manuel.
– Sí, Eva López, y por cierto no tiene autorización para permanecer
en el edificio fuera del horario habitual, por tanto en una hora deberás
echarla-. Dijo esbozando una sonrisa y mirando de reojo a Carlos. En
ese instante Rafa supo que estaba de verdad enfermo pues en circunstancias
normales le hubiera hecho algún comentario emponzoñado y
sin embargo permaneció mudo-. Por cierto Rafa, como no quedaba nadie
en el recinto y no había coches en el garaje lo hemos cerrado y el
compañero ya se ha marchado, si viene alguien deberás abrirle desde
aquí-. Miró a Rafael que asintió emitiendo un leve gruñido de aprobación-.
Pues nada más, yo me marcho, hasta luego.
– Espera Manuel-. Dijo Carlos como si despertara en ese momento
de un profundo letargo-. Me subo contigo, yo también me marcho.
– Puedes quedarte si quieres, yo no me como a nadie-. Pensó Rafa
y no obstante su prudencia sólo le permitió preguntar-. Si Fernando no
viene ¿quién me relevará mañana?- La pregunta la lanzó al viento, a
quien quisiera oírle y responderle.
– Viene Gonzalo, mañana y el domingo, yo vendré el lunes, está todo
controlado-. Fue Manuel quien respondió aún en presencia de su jefe
de equipo y haciendo malo el refrán de que donde hay patrón no
manda marinero, en este caso fue el marinero quien capeó el temporal
y además añadió-. Disculpa, se me había olvidado comentártelo.
– No te preocupes, no es tu obligación coordinar este servicio-. Adujo
Rafa con acritud en el verbo y fuego en la mirada, pero Carlos no tenía
ninguna intención de entablar discusión.
– ¡Qué desidia padece hoy este hombre!- Adujo Rafa ya en la soledad
del chiscón del centinela.
Comenzó a organizarse el trabajo administrativo y también a ordenar
la correspondencia y algunos papeles, de cuando en cuando interrumpía
su tarea y dirigía rápidos pero atentos vistazos a las cámaras
comprobando tanto el interior como el exterior. En una de esas miradas
descubrió un vehículo aparcado en la puerta del garaje bloqueando el
acceso al edificio; esta entrada siempre debía estar libre de obstáculos,
las veinticuatro horas del día por si había una urgencia o alguien, en
especial algún ejecutivo, precisaba entrar o salir con premura. Además
el coche que veían sus ojos no le resultaba en absoluto extraño y enseguida
capturó su atención; se trataba de un todo terreno de color
gris con los cristales tintados de negro. Rafael hizo lo que siempre se
hacía en tales circunstancias, que no era otra cosa sino accionar la
apertura de la puerta del garaje, de ese modo el ocupante del vehículo
indebidamente estacionado creería que iba a salir o a entrar alguien y
se marcharía. Y, en efecto así fue, aunque el conductor, que por cierto
se encontraba en el interior del coche, se hizo el remolón más de lo habitual.
Transcurrieron unos interminables minutos desde la completa
apertura de la puerta y el instante en que el vehículo comenzó a maniobrar
perezosamente, con torpeza y parsimonia. Finalmente se marchó,
Rafa pulsó entonces el botón que accionaba el mecanismo de cie-

rre aproximó el objetivo de la cámara al coche que lento se alejaba,
pudo ver su matrícula, M- 3051- MU.
– Otra vez ese coche rondando por aquí-. Dijo sin poder ocultar su
contrariedad.
– ¿Hablas solo compañero?- Preguntó Manuel quien junto con Carlos
se disponía a abandonar el edificio.
– Sí-. Respondió sarcástico, y conforme hablaba una sonrisa se dibujaba
en sus labios-. En ocasiones hablo conmigo mismo, sé que no
debo aguardar respuesta y por tanto sé a que atenerme, y además,
siempre termino teniendo yo la razón.
– Pues aquí te quedas disfrutando de tu monólogo, hasta el lunes.
– Adiós-. Se escuchó contra todo pronóstico la voz de Carlos con tono
seco y tajante.
– Hasta luego-. Concluyó Rafael cerrando el triángulo de despedidas.
En la calle continuaba haciendo frío. Un todo terreno gris frenó delante
del paso de cebra permitiendo a los dos peatones cruzar la carretera,
los cristales oscuros no permitían ver al conductor, de haberlo
permitido hubieran visto que éste no estaba pendiente de ellos ni del
tráfico, sino del edificio del cual salían. En la segunda planta de la construcción
se vislumbraba un resplandor tenue y en él se intuía la luz del
despacho de Eva, en la planta baja se percibían las luces siempre encendidas
del control de accesos y la garita de seguridad, en el primer
piso, en un ventanal cuya altura interior era demasiado elevada e impedía
que alguien se asomara a través de él, se dibujaba el perfil titilante
de una silueta oscura e imposible de identificar. Tres puntos de
luz, tres presencias en un edificio en el cual sólo había dos personas.
Manuel y Carlos hacía ya rato que habían terminado de cruzar y caminaban
por la acera opuesta al edificio; los vehículos detenidos comenzaron
a impacientarse y algunos hicieron sonar el claxon, sólo entonces,
cuando el concierto era molesto, el coche gris reemprendió la
marcha.
Rafael percibió los estridentes bocinazos del exterior, cuando cesaron
el peso del silencio cayó sobre él, estaba solo, a solas con Eva en el
edificio vacío, aunque el sabía que las palabras soledad y vacío no eran
por completo sinceras en aquel escenario, soledad y vacío siempre
eran términos relativos, mera teoría.
Intuyó que Eva no tendría prisa por marcharse, por tanto, como hacía
siempre, procedió a inspeccionar los despachos del resto del recinto
cerrando puertas y apagando luces, únicamente dejó abiertas y encendidas
aquellas puertas y luces que Eva podía necesitar. Luego, lentamente,
casi involuntariamente, sus pasos le condujeron hacía el despacho
donde Eva seguía trabajando.
– Buenas noches-. Saludó a la joven que estaba de espaldas a pesar
de haber sentido sus pisadas.
– Hola Rafa, al oírte llegar he pensado que era alguno de tus colegas
que venía a echarme.
– Pues no, soy yo, y desde luego no tengo ninguna intención de
echarte.

– Te lo agradezco, de todos modos hoy no voy a causarte problemas,
me iré en seguida, quiero pasarme por la Taberna del Renco a visitar
a Rosa, la veo muy deprimida últimamente.
– Sí, yo también lo he observado, pobre chica, cada día está peor.
– Está sola y la soledad es peligrosa en ciertos momentos de la vida.
– Sí esa circunstancia también la he observado, yo también estoy
solo y en ocasiones me afecta bastante e incluso me deprime.
– ¡Entonces ya tengo la solución!- Exclamó Eva con entusiasmo-.
¿Cómo no se me habrá ocurrido antes?- Se preguntó a sí misma aunque
el iris iluminado de sus ojos estaba clavado en el rostro de Rafael.
– ¿Qué se te ha ocurrido Eva?, tus ocurrencias me asustan mucho
más que la soledad.
– Podrías invitar algún día a Rosa a salir-. Adujo Eva ignorando el
comentario de Rafa.
– ¿Quién yo?, ¿Rosa y yo?- Balbuceó incrédulo el vigilante para luego
afirmar con rotundidad-. Has perdido el poco juicio que te quedaba
Eva, has enloquecido por completo, debe ser consecuencia del exceso
de trabajo pero has perdido un tornillo.
– No, no creas que estoy tan loca, al contrario, estoy perfectamente
cuerda; ambos estáis solos, ambos necesitáis a alguien, sois amigos,
os lleváis bien, Rosa es una mujer muy guapa....
– Sí, todo eso es verdad, pero ¿qué te hace pensar que Rosa podría
estar interesada en una relación conmigo? Yo nunca podría llenar el vacío
dejado en su corazón por Álvaro.
– Ni tampoco podría ella llenar el vacío dejado por Álvaro en el tuyo.
La vida no es un partido de fútbol donde un jugador es sustituido por
otro, no se trata de suplir a nadie, es sólo cuestión de continuar viviendo-.
Rafa no encontraba palabras para responder a la joven, por tanto
fue Eva quien continuó hablando-. Además no hay que correr tanto, yo
te he sugerido que la invites a salir algún día, no que le propongas matrimonio.
– No sé que decir, no estoy acostumbrado a salir con mujeres de
forma continuada y además nunca había pensado en Rosa de ese modo.
– ¿Qué quiere decir de ese modo?
– Ya sabes, como compañera sentimental, es una persona muy especial
para mí, es mi amiga, era la novia de mi compañero Álvaro. No,
no me parece bien, no es... apropiado.
– Bueno pues nada, olvídalo, era sólo una opción creí haber encontrado
a una pareja ideal.
– Rosa y yo-. Dijo Rafael con una sonrisa en los labios y sin embargo
había dolor en su corazón-. Yo por el contrario había pensado que
quizá tú y yo...
– ¿Tú y yo?, quien ha perdido el juicio eres tú-. Sus miradas quedaron
enfrentadas y muy cercanas, a Eva, de repente, le asaltó la sensación
de haber sido demasiado brusca en su respuesta, tal vez Rafa trataba
realmente de intimar, un tanto desconcertada añadió-. No hablas
en serio ¿verdad?

– Y ¿por qué no?, ambos estamos solos, ambos necesitamos a alguien
a nuestro lado, somos amigos, nos llevamos bien, tu eres una
mujer muy atractiva, yo no estoy nada mal...
– ¿Me estás tomando el pelo Rafa?, es una broma, ¿te has enfadado
y ésta es tu venganza?, sí, me estás tomando el pelo.
– No creas, o al menos no al cien por cien, sé que no tengo ninguna
posibilidad contigo, pero al contrario que me ocurre con Rosa, en quien
nunca he pensado como compañera, sin embargo en ti sí he pensado,
o mejor dicho te he soñado como mi compañera sentimental.
– Ahora soy yo la que no sabe que decir-. Eva no pudo evitar que a
su mente acudiera el recuerdo de un beso, la tarde en que rechazó a
Álvaro-. Recurriendo a tus palabras de hace un momento puedo argumentar
que no estoy acostumbrada a salir con hombres de forma continuada,
a parte de que nunca he pensado en ti de ese modo, somos
amigos especiales, amigos íntimos...
– Lo sé, lo sé, no quiero que te sientas incómoda-. Dijo iniciando un
gesto para marcharse-. Además me estoy pensando bien el asunto de
invitar a salir a Rosa, tienes razón en una cosa, es una mujer muy guapa,
casi tan bonita como tú-. Se fue despacio, contento del colofón que
había dado a la conversación y, por añadidura, dejando a Eva boquiabierta.
De nuevo en su puesto de vigilancia Rafael observó las calles adyacentes
a través de las cámaras exteriores. El mundo no se detenía, al
contrario, aceleraba su marcha hacia zozobras y progresos. No en vano
era el inicio de un fin de semana. Una gran cantidad de personas
abandonarían sus hogares y se dedicarían a recorrer la ciudad a grandes
zancadas en busca de diversión; unos la hallarían, otros quizá no,
unos encontrarían vida, y extenuados, pero vivos regresarían al cobijo
de sus casas, a la compañía de sus familias, otros encontrarían angustia,
o simplemente muerte, para ésos no habría retorno, su evasión habría
sido definitiva. Cuando llega la noche parece que la gente se deja
arrastrar por un viento de locura. El día es cegador y la noche suave,
pero ardiente.
Algunos, ya borrachos, miccionaban entre grandes risotadas en la
puerta de la iglesia de enfrente, otros se abrazaban y se besaban y se
acariciaban y.... todo lo hacían sin pudor en la entrada del edificio,
prácticamente dentro del hall. Una repentina locura, un súbito desenfreno
se apoderaba de la ciudad... y en el centro de la confusión, ajena
al caos, emergió una figura que era gris en la pequeña pantalla en
blanco y negro. Era una mujer, y se diferenciaba del resto de la gente
por su soledad y sosiego; estaba sola donde nadie lo estaba; no tenia
prisa donde todos corrían; no quería evadirse pues ella ya había huido.
Se detuvo y comenzó a mirar fijamente hacia el edificio que Rafa
custodiaba, en el cerebro del vigilante se encendió una alarma. Avanzó
un poco más la mujer y sorteando, no sin dificultad, a la pareja que estaba
comiéndose a besos, se aproximó a la puerta principal dirigiendo
su mirada tranquila hacia el interior. Rafael manipuló los mandos de la
cámara numero dos y acercó el zum para controlar a la intrusa. Aquella
figura le resultaba familiar, prestó más atención al rostro y le pare-

ció conocido, aquel cabello tan largo y oscuro y un brazo escayolado
sólo podían pertenecer a una persona que él conocía.
– ¡Candelaria!- Exclamó sorprendido-. Pero ¿qué hace aquí esta
mujer?
Salió de su chiscón y se dirigió a la puerta principal para abrir a Candelaria.
La joven se asustó cuando la puerta se abrió y el sobresalto se
convirtió en sorpresa cuando reconoció al vigilante.
– Rafa, ¿qué haces tú aquí?
– ¿Qué voy a hacer?, lo de siempre, trabajar, y tú, ¿qué haces aquí?
– Yo quería conocer el sitio donde voy a trabajar.
– ¿Cómo?- El joven no sabía si el ruido de la calle le había hecho oír
mal a la chica, ella iba a hablar de nuevo y ya empezaba a sonreír
cuando el vigilante añadió-, espera, aquí no se puede hablar, pasa dentro-,
se retiro franqueándole la entrada y cuando parecía que iba a seguir
su estela, cambió de rumbo y se fue hacia la pareja que seguía
amándose sin pudor-. Oigan ustedes, aquí no se puede estar, dejen libre
la puerta y vayan a relacionarse a algún lugar más apropiado donde
no les molesten ni molesten.
La pareja lo miró contrariada pero se marcharon sin decir nada, él,
regresó al interior del edificio donde le aguardaba Candelaria con una
resplandeciente sonrisa en su rostro.
– ¡Qué sorpresa!, bueno qué sorpresa y qué alegría encontrarte
aquí-. Dijo mientras le endosaba dos besos en sus defectuosamente
rasuradas mejillas.
– Yo también me alegro de verte pero no entiendo nada, creí que
venias buscándome.
– ¡No!, yo no sabía que trabajabas aquí, ¿no es genial?
– Sigo sin entender, ¿qué es genial?
– Pues esto, ¡qué vamos a ser compañeros de trabajo! La entrevista
del otro día, ¿recuerdas?, pues como ya te dije me admitieron y la
empresa de limpieza que me contrató presta servicio en este edificio;
empiezo la semana que viene, el martes me cambian la escayola del
brazo por un vendaje compresivo y el miércoles a las seis de la mañana
empiezo a trabajar aquí.
La sorpresa impidió a Rafa alegrarse de tal noticia, se quedó sin habla
por unos largos instantes, luego su cabeza empezó a embarullarse
con las cosas positivas y las negativas derivadas de tal casualidad que
se le ocurrían, tan largo resultó su mutismo que a Candelaria se le fue
paulatinamente borrando la bella sonrisa de su bello rostro y apagando
el entusiasmo.
– ¿Qué pasa?, ¿tú no te alegras?
– Sí, sí, ¿cómo no iba a alegrarme?, es que me ha sorprendido tanto,
no sé que decir, pero sí me alegro.
– Es increíble-, recuperó de nuevo la sonrisa Candelaria-, las dos
únicas personas que me han ayudado de verdad desde que llegué a
Europa y trabajan en el mismo edificio en el cual voy a trabajar yo.
Rafael no se atrevió a preguntar quien era la otra persona, ya lo averiguaría
con el tiempo, pero por el momento un repentino pinchazo taladró
su pecho; celos, sintió celos de quien quiera que fuera.

– Entonces empiezas a trabajar aquí el miércoles, es definitivo-.
Afirmó más que preguntó el joven-. Es una buena noticia, además
quiere decir que ya te has recuperado de tus heridas.
Candelaria se encogió de hombros pues no era del todo cierto que
estuviera por completo recuperada y para desviar la conversación a
otros terrenos más seguros añadió.
– Bueno y ¿qué tal los trabajadores de aquí, son buena gente?
– Hay de todo, ya lo irás viendo tú sobre la marcha, yo de todos modos
te aconsejo que no establezcas demasiada relación con ellos, no
les des mucha confianza, limítate a tus compañeras, los demás no dejan
de ser el cliente para el cual trabajas; sobre todo deberás tener cuidado
con el inspector de calidad, don Javier. Su función es controlar a
las contratas de seguridad y limpieza, y también aléjate cuanto puedas
de Dionisio, el jefe de seguridad, mi jefe, es un mal bicho; los demás
son buena gente pero no son de los tuyos, se creen superiores a ti y te
miran desde su elevada posición... pero ¿qué estoy haciendo?, no te
asustes, tú cumple con tu trabajo y nadie te creará problemas.
– Espero que mi incesante búsqueda de un trabajo permanente finalice
entre estas paredes.
– Si te sirve de consuelo te diré que yo llevo mucho tiempo tratando
de encontrar un sitio que no destruya mi vida, creí que era éste pero
ahora vuelvo a pensar que no, todo ha sido un espejismo y me encuentro
todavía en el punto de partida.
– ¿No eres feliz aquí?
– Lo fui, en verdad lo fui durante un tiempo, pero luego, han ocurrido
cosas que han cambiado la situación, cosas que no solo afectan al
trabajo sino a la vida en general, a esta existencia absurda donde nada
ocurre como debería ocurrir. Las mejores personas se han ido para
no volver, los corazones que albergaban los mejores sentimientos han
dejado ya de latir; los inútiles, los astrosos, los degenerados, han llegado
han permanecido y han vencido. Los lame culos se han casado
con mujeres guapas y ricas que nunca merecieron y utilizan sus recursos
para seguir aplastando a los inteligentes que nunca se vendieron,
ni conspiraron. Las buenas personas venden pañuelos en los semáforos
y consumen drogas para sobrellevar su vida. Los cretinos gobiernan
el mundo; los buenos trabajadores jamás ascienden y los vagos
ocupan puestos de dirección. No entiendo esta forma de vida en la cual
o te subes al carro al precio que sea o te aplastan sus ruedas.
– Quizá persigues metas muy elevadas en el trabajo y en la vida.
– No creas, yo sólo aspiro a sentirme libre, tener un puñado de esperanzas
y alguien con quien compartir mi destino, pero nada de eso
se cumple en este instante.
– Esas son metas muy elevadas para mí, yo doy gracias a Dios todos
los días por permitirme seguir viviendo, sólo le pido un trabajo, un
sueldo que me mantenga con la posibilidad de seguir agradeciéndoselo.
– Vemos el mundo desde ópticas diferentes, tú poco pides porque
poco has tenido, yo he tenido casi todo, un trabajo interesante donde
me sentía útil, compañeros de trabajo que eran además amigos, una

mujer con quien planear un futuro, unos sueños por los que luchar; y
ahora en secreto aspiro a volver a tenerlo.
– ¿Tu trabajo ha dejado de ser interesante?
– Sí, ya no tengo que decidir nada, todo está decidido de antemano,
no debo pensar, sólo obedecer y casi nunca estoy de acuerdo con lo
que me obligan a hacer.
– Y tus compañeros ¿han dejado de ser tus amigos?
– Uno de ellos, mi mejor compañero, mi mejor amigo, murió y dejó
un gran vacío en mi vida, los otros siguen siendo amigos pero ya no
son mis compañeros, los han echado y creo que en parte la causa de
su caída en desgracia fue que eran amigos míos. Mis nuevos compañeros
nunca serán amigos, nunca pasaran de ser meros vecinos laborales.
– Y tampoco tienes ya una mujer en tu vida.
– No, se fue y me dejó, en realidad no se lo reprocho ni sentí demasiado
su marcha pero lo que no puedo soportar es la soledad. Desde
que se fue me las he arreglado para enamorarme dos o tres veces más
pero mis enamoramientos no han sido correspondidos, de modo que
aunque la partida avanza mi ficha continua en la casilla de salida y no
sé si estoy preparado para ello.
– Pero tendrás sueños por los cuales luchar, sean más ambiciosos o
menos, más posibles de lograr o auténticas utopías, sueños todos tenemos.
– Sí claro, sueños tengo pero me faltan ya fuerzas para luchar por
ellos; me encuentro más cercano de la rendición incondicional que de
la guerra sin cuartel; en lo único que no estoy dispuesto a ceder es en
el ámbito laboral, no permitiré que nadie pisotee mis derechos ni los de
ningún trabajador que yo conozca, es para lo único que tengo fuerzas
y valor. Así que ya lo sabes, si necesitas alguna vez a un defensor incondicional
de causas perdidas cuenta conmigo, yo no tengo miedo, no
tengo porque mostrarme agradable ni amable si no estoy de humor ni
tengo que suplicar que me permitan trabajar aquí a cualquier precio.
– Gracias por tus consejos Rafa, más que un defensor creo que necesitare
un consejero, este trabajo es vital para mí.
– Bueno y qué tal la ropa que te llevaste el otro día, has conseguido
adecentar algo.
– Sí, he arreglado algunas cosas y me sirven, no son dignas de una
recepción en el palacio de Oriente pero cumplen su misión.
– Si su misión es hacerte bella lo tienen muy fácil, tú eres preciosa
sea cual sea la ropa que vistas.
– Gracias-. Dijo Candelaria a quien afortunadamente para ella su
piel oscura impedía enrojecer.
Sus miradas se encontraron y nació un profundo silencio lleno de
profecías. Una corriente de electricidad sensual recorrió sus cuerpos y
una abundante empatía sus mentes. En un acto reflejo avanzaron un
paso, y casi rozándose sus rostros, sus miradas descendieron dejando
atrás los ojos del otro y buscando los labios. La adrenalina aceleró hasta
casi desbocar los corazones, inciertas punzadas recorrieron sus pe-

chos, las bocas se entreabrieron parecían percibir la proximidad de un
aliento, la inminente llegada de un beso, aquel era el momento... el
momento oportuno...
Inoportuna Eva López eligió aquel momento inoportuno para hacer
su aparición. Hubo ruido de tacones en el pasillo y la sangre de repente
se agolpa en la cabeza y los labios se cierran, los ojos buscan un lugar
inconcreto en el cual descansar, las punzadas se difuminan y la
adrenalina no contenida se transforma en rabia contenida; en un acto
reflejo retroceden un paso y las pieles de diferente color arden a idéntica
temperatura aun sin haber llegado a rozarse, se evaporan los sueños.
¡Qué pena da despertar!
– Hola-. Saludó Eva presintiendo que había interrumpido algo.
– Hola Eva, ¿ya te marchas?- Interrogó Rafa percibiendo que cuando
se sentía vulnerable formulaba preguntas cuya respuesta era evidente.
– Sí, ya te dije que hoy no tardaría mucho en terminar, estoy cansada
y quiero pasar a saludar a Rosa.
– Haces bien en irte tú que puedes, mira te presento a Candelaria,
una amiga que va a trabajar aquí en la contrata de limpieza. Candelaria,
ésta es Eva una amiga que trabaja aquí y que es la única que permanece
en este edificio más horas que yo.
Oyó unas risas ligeras y unas palabras amables pero no percibió nada
más de la conversación, era como si él fuera un maniquí presenciando
un diálogo del otro lado del cristal del escaparate de una tienda,
un mero espectador de imágenes sin sonido; así sus ojos y su subconsciente
fueron observando y comparando; comparaba bellezas, la
belleza blanca de Eva con la oscura belleza de Candelaria incapaz de
decidir cual admiraba más.
El cabello castaño de Eva cortado en suaves capas y volando justo por
encima de sus fuertes hombros o el negro de Candelaria ensortijado y libre
hasta la cintura obviando unos delicados hombros; la nariz larga y
delgada de una o la corta y gruesa de la otra, los labios finos y elegantes
de Eva o los gruesos y sensuales de Candelaria, el rostro aguileño y europeo
de una o el redondo y caribeño de la otra. ¿Cuál era la ninfa más
admirable de entre las ninfas?, la de los senos turgentes y anfractuosos
o la de los pechos delicados y suaves; la de cintura esbelta o la de caderas
ampulosas; la de largas piernas enjutas o la de las vigorosas y atléticas;
ébano o marfil; ¿cómo dos mujeres tan distintas podían ser igualmente
atractivas? ¿Padecía de forma repentina el síndrome de Stendhal
o era simplemente el menos complejo síndrome de la soledad persistente?
¿Sentía amor por alguna de aquellas dos mujeres o era solamente
atracción física por ambas?
– Te estás haciendo mayor Rafa-. Pensó, y mientras reverberaba el
eco de su nombre en su cerebro le pareció oírlo pronunciado por una
voz femenina y seductora.
– Te estás haciendo mayor Rafa-. ¿Podía oír lo que pensaba? No, en
realidad era Eva quien hablaba y él quien volvía de un lugar lejano en
la galaxia-. ¿Estás con nosotras o en conexión directa con el más allá?

– Perdonadme, estaba enfrascado en mis pensamientos, vamos que
se me ha ido el santo al cielo. ¿He estado mucho tiempo ausente?
– No lo creo, pero ahora no pretendas recuperarlo; ¿te encuentras
bien Rafa?
– Sí, estoy bien no te preocupes.
– Me alegro, yo te decía que me marcho, voy a la taberna del Renco,
¿quieres algo para Rosa?
– No, la veré mañana en el desayuno, espero que no te encuentres
allí todavía cuando yo llegue.
– Seguro que no, y no por falta de ganas de una buena juerga sino
por necesidad imperiosa de descanso.
– Yo también me marcho-. Añadió Candelaria con infinita timidez-.
Debo llegar al albergue antes de que me cierren o pasaré la noche en
la calle.
– ¡Que mala suerte tengo!-, exclamó Rafael-, de pronto me hallo
junto a dos mujeres hermosas y de repente me quedo en la más absoluta
soledad.
– Tranquilo, volverás a vernos y muy pronto.
– Sí volveremos a vernos-. Afirmó Candelaria con una gran sonrisa
de nuevo en su rostro.
Las vio desaparecer al final de la calle con el triste blanco y negro y
gris de las cámaras de seguridad y se sumergió en el triste blanco y
negro y gris de su vida, en el triste blanco y negro y gris de su jornada
laboral. Unos metros a su izquierda, en la bandeja de correo del departamento
de seguridad un sobre esperaba que Dioni lo abriese; contenía
un sospechoso polvo blanquecino y una nota anónima con diversas
amenazas, Rafa, por causa de la manifiesta negligencia de sus compañeros,
iba a pasar toda la noche cerca de una sustancia que podía ser
letal, iba a pasar largas horas en un edificio que, como Álvaro había demostrado
con su fallecimiento, podía ser letal.

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