miércoles, 19 de mayo de 2010

Capítulo VI: Ciudadano cero.


Es una pena que lo narrado en algunas novelas sea la pura realidad.
La realidad casi siempre supera con creces a la ficción.
Dejo este capítulo VI de La profecía del silencio.
La cita del incio de un estupendo libro de Rosa Regás.



No sabemos que amamos hasta que desaparece el ser amado. O mejor dicho, no sentimos la verdadera profundidad del amor hasta que se ha ido, por breve y escaso que haya sido ese amor. Y la conciencia se nos carga entonces de dolor por más que intentamos justificar la actitud que tuvimos con él en vida como una consecuencia normal de su comportamiento.
Rosa Regás. “La canción de Dorotea”

CAPÍTULO VI
Ciudadano cero
(16-11-1999)

El silencio esconde misterios y alberga secretos. En el silencio siempre se oculta una profecía.
El silencio persistente y solemne es indicio de la proximidad de la muerte, y, el silencio del alba de aquel lunes era precisamente así, persistente, solemne, casi imposible e inverosímil en una ciudad como aquella, ruidosa por naturaleza, estruendosa por obligación; aquella quietud era inaudita en el reino de los decibelios. ¿Qué profetizaba aquel silencio inusitado?
Rafael, ajeno a todo excepto a su propio agotamiento, aparcó su vehículo cerca del portal de su casa; casi nunca se desplazaba al trabajo en coche, lo hacía en el transporte público, pero aquel fin de semana había hecho una excepción aprovechándose de la posibilidad de aparcar con comodidad tanto en su centro de trabajo como en su barrio; además, no se encontraba con humor suficiente para deambular entre autobuses y vagones de metro, entre viajeros ineducados y malolientes, entre prisas y retrasos.
Tenía el rostro característico del insomne, demacrado y pálido; huellas producidas por la guardia del fin de semana que acababa de acabar. No protestó cuando el nuevo jefe de equipo lo despojó vilmente de su fin de semana libre, de su único fin de semana libre de aquel mes, no le importaba trabajar, ni siquiera tratándose del turno de noche, pero aquello era ya demasiado, estaba cansado, muy cansado; cansado físicamente por tantos servicios consecutivos de doce horas y sin ningún día de asueto, cansado mentalmente por las continuas injusticias tras las cuales se adivinaba la mano de Dionisio.
Necesitaba descansar, pensaba en el refugio en penumbra de su habitación en silencio, percibía ya el tibio roce de las sábanas sobre su cuerpo. Permaneció un rato sentado en el interior del coche, como si le faltasen las fuerzas para salir y estuviera haciendo acopio de ellas, como si hubiese decidido dormir allí mismo sin molestarse en subir a su casa; el motor estaba apagado, la radio encendida, los Lynyrd Skynyrd interpretando una canción, quizá ese era el verdadero motivo de su quietud, la razón de su permanencia en el interior del vehículo ya estacionado, los Lynyrd Skynyrd era uno de los grupos favoritos de su amigo Álvaro, su música lo embriagaba, tal vez fuera por el hecho de que también sus acordes procedían del más allá, pues algunos integrantes del conjunto habían fallecido años atrás en un trágico y desafortunado accidente de aviación. La canción que sonaba, “Simple man”, no era una de las más conocidas como podía serlo “Sweet home Alabama”, tampoco era la preferida de Álvaro, “I need you”, aquella que todos los días sonaba varias veces en el equipo de la Taberna del Renco cuando él pinchaba los discos, sin embargo, era un gran tema, lleno de fuerza, ideal para iniciar el día, aunque en teoría para él no empezaba, todo lo contrario, terminaba.
Apagó la radio cuando finalizó la canción, y, al mismo tiempo la imagen de Álvaro se borró de su mente. Abrió la puerta. Dudó. Trataba de decidir si iba a desayunar a algún bar próximo o por el contrario se encaminaba al hogar en pos del merecido descanso. Fue entonces cuando el silencio extremo captó su atención; era un mutismo indolente y vago diametralmente opuesto a las vibraciones apremiantes y vivas transmitidas instantes antes por la música de los Lynyrd Skynyrd.
_ ¡Qué extraño!- Pensó -. Apenas es audible el rumor lejano y perezoso de unos pocos vehículos circulando por la calle angosta; pasos amortiguados en las aceras de gente casi dormida, o todavía no del todo despierta; personas que silentes y mirándose los pies como dudando de su presencia allá abajo, se dirigían a su trabajo, y para quienes empezaba no sólo el día sino la semana.
La puerta delantera del coche de Rafael permanecía abierta, era como si el vigilante tuviera miedo de cerrarla, como si el estruendo del portazo pudiera romper el azogue de aquel silencio misterioso.
Rafael sintió frío, descartó la opción de entrar en algún establecimiento de la zona a desayunar, cerró de un golpe, suave, pero lo suficientemente enérgico para que encajara, la puerta del coche, y, el portazo pareció ser la señal convenida, el pistoletazo de salida, el sonido desencadenante de la tragedia.
El silencio desapareció de repente dejando paso a la acción, al desenlace, a su profecía. El tráfico comenzó a ser más y más denso; algunos cláxones sonaban ya estridentes y nerviosos demandando mayor fluidez a la fluidez pesada del tráfico; había niños que lloraban desconsolados mientras sus madres histéricas tiraban de sus brazos remolcándolos, casi arrastrándolos, con el objetivo de no llegar tarde a la cita escolar unos, a la laboral otras.
Una alarma se activó en el cerebro de Rafael, apenas era una tenue lucecita intermitente de un discreto color coral; algo extraño ocurría, había algún detalle, una pieza sin acabar de encajar todas sus aristas en el hueco destinado para ella en el rompecabezas, algo no estaba en su sitio. La luz bermeja de su cerebro dejó de ser intermitente y permaneció encendida de modo permanente lo cual le hizo mantenerse alerta, se difuminó el último reducto de sueño de su cuerpo y se olvidó del cansancio, todos sus músculos estaban ahora en tensión; todavía la llave del vehículo dentro de su mano diestra ludía en la cerradura, dudando, incapaz de decidir si cerrar o no, terminar de cerrar o no. Entonces lo vio con claridad, apenas necesitó un segundo su ojo experto para comprender, para adivinar cuanto sucedía o iba a suceder.
La luz de alarma en su mente ya no era del color del coral, ni bermeja, ni intermitente, era persistente y colorada, de la variedad cromática del peligro inminente. Un coche grande, un Ford Scorpio de color negro con los cristales tintados de oscuro, abandonó, mediante una prudente maniobra correctamente señalizada, la calle Corazón de María, girando a la izquierda y continuando por Cardenal Silíceo. Se trataba de un coche oficial de alguna personalidad relevante, sin duda. El chofer de dicho vehículo advirtió al mismo tiempo que Rafael la presencia de un automóvil mal estacionado, ocupando parte de la calzada, en doble fila; la luz cárdena se le debió activar también al conductor al comprobar como apenas unos metros más adelante había espacios libres, aparcamientos vacíos, quizá por ello levantó el pie del acelerador disminuyendo la velocidad y con un acto reflejo instantáneo giró el volante acercando su propio coche al carril izquierdo tanto como le fue posible, alejándose así del vehículo mal estacionado, apartándose del peligro.
Más adelante, a una distancia prudencial de aquella maniobra y en la misma calle había dos personas, un hombre y una mujer, permanecían de pie, parados en la cera, no iban ni venían, tan sólo estaban, sólo aguardaban. Vestían de forma discreta, casi elegante, su actitud era de espera, parecían aguardar a alguien, aguardaban a alguien que ya llegaba.
El automóvil mal aparcado y las dos personas estáticas eran las piezas que no encajaban en aquel puzzle y Rafael lo supo discernir, no obstante sólo tuvo tiempo de tirarse al suelo, entonces sucedió.
Alguien dotado de una inmensa sangre fría activa un dispositivo mediante un mando a distancia. Un coche mal estacionado oculta veinticinco kilos de dinamita en su interior y aguarda a su víctima. El dispositivo recibe la señal y estalla. La explosión es terrible, ya no queda ni rastro del anterior mutismo, ha desaparecido por completo, la profecía del silencio se ha cumplido y ahora reina el caos, la confusión, el dolor y el pánico. Huele a pólvora quemada, a sangre inocente vertida en el asfalto, a miedo derramado en las calles, quizá la muerte está oculta entre la nube de humo producida por la deflagración.
Rafael se levantó indemne, no había sufrido ni un rasguño, oía gritos a su alrededor, algunos eran de histeria, otros tan sólo pedían auxilio desesperado.
_ Socorro, ayúdenme, mi hijita está herida, que alguien me ayude por favor.
El vigilante se disponía a auxiliar a las víctimas, deseaba ser útil a los heridos, pero entonces los vio.
Eran dos, aquel hombre, aquella mujer, aquellas dos personas abandonaban la zona afectada con inusitada calma, con una gran serenidad imposible de entender dentro del caos reinante. Los vio subir a un coche y entonces lo supo con absoluta certeza, habían sido ellos, fueron ellos quienes hicieron explosionar la bomba. El vehículo de los terroristas ya estaba en marcha, era un Ford escort de color blanco, escapaban impunemente del escenario de su abyecto acto. Rafa no pudo soportarlo, no podía permitirlo, por tanto se subió a su coche, arrancó, y sin pensarlo dos veces comenzó a perseguir al vehículo sospechoso; su mano comenzó a hurgar trémula en el bolsillo interior de su chaqueta hasta encontrar el objeto buscado, el teléfono móvil. Se alegró enormemente de haber sido previsor, había tenido la precaución de cargar la batería durante la noche aunque, en teoría, se iba a dormir y lo iba a tener apagado. Marcó el 092 mientras conducía.
_ Policía municipal, dígame.
_ Mire acabo de presenciar un atentado, ha sido en la calle Corazón de María, he visto a los terroristas, voy detrás de ellos con mi coche, los estoy siguiendo, son dos personas, un hombre y una mujer, escapan en un Ford escort blanco, lo tengo justo delante de mí, la matrícula es M- 6097 -LS.
_ Pero ¿está usted seguro de que ellos son los terroristas?
_ Sí, seguro, estaban allí esperando la llegada de su víctima, han activado la bomba y han huido, vamos por el Parque de las Avenidas en dirección al puente de la Paz.
_ No se acerque demasiado, lo que está usted haciendo en este momento puede ser peligroso, deje espacio entre su coche y el de ellos, no deben descubrir que alguien los persigue, no arriesgue su vida.
_ De acuerdo, tendré cuidado. Van a cruzar el puente de la Paz, sí, en efecto, estamos encima de la M-30, por cierto uno de ellos lleva una mochila, seguro que van armados.
_ Tranquilo, lo más importante es no permitir que le descubran, si es preciso abandone el seguimiento, ya tenemos varios coches cercanos a esa zona para interceptar a los terroristas.
Cientos de habitantes de Madrid se habían despertado con la ensordecedora detonación de un coche bomba, algunos tenían quemaduras, otros cortes en el rostro y en el cuerpo causados por el impacto de los cristales que salieron despedidos y que rotos en mil pedazos cayeron sobre ellos; sin embargo entre toda esa gente hubo uno que no sufrió ni un simple rasguño, hubo uno que no se despertó con la explosión pues acababa de terminar su jornada laboral y no se había dormido todavía, y, era éste quien perseguía con tenacidad a los malhechores y comunicaba segundo a segundo su situación a la policía.
_ No van demasiado deprisa-, siguió informando-, están mirando hacia atrás con insistencia y disminuyen la velocidad, creo que me han descubierto.
_ No se arriesgue, si tienen la más mínima sospecha no tendrán ningún inconveniente en matarle a usted, abandone la persecución, dígame con exactitud en que calle se encuentra y la dirección en la cual se dirigen y déjelos marchar.
_ No, un momento, no, no, no. No me han visto, aceleran de nuevo, voy a continuar tras ellos. No conozco el nombre de las calles, no conozco bien esta zona, pero en todo caso sé que no se han desviado en ningún momento, continuamos rectos por una calle perpendicular a la M – 30.
_ De acuerdo, continúe si es posible, pero sin asumir riesgos, nuestros coches patrulla los avistarán en apenas un par de minutos, ya los tenemos, ha hecho usted un buen trabajo, pero insisto, no se ponga en peligro, no asuma ningún tipo de riesgo.
_ Un momento, llegamos a un cruce.
_ ¿Un cruce?, dígame, qué dirección toman.
_ A la derecha, se han desviado a la derecha, conozco este barrio, se dirigen a la calle Agastia, pero... aminoran la velocidad otra vez, ¿qué están haciendo? Quizá me han descubierto.
_ Ya los tenemos localizados, calle Agastia, puede usted abandonar la zona, hay tres patrullas en las inmediaciones, los tenemos rodeados, en cuestión de segundos todo habrá terminado.
_ Voy a continuar un poco más, ya estamos en la calle Agastia, van muy despacio y miran nerviosos hacia atrás, pero no es posible ¿cómo han podido descubrirme?, hay al menos tres coches entre su vehículo y el mío, no es posible que se hayan dado cuenta.
_ No se arriesgue, son profesionales del delito, usted ya ha cumplido, su misión ha finalizado.
_ No, no, si van despacio es por otra razón, no han podido descubrir mi presencia.
_ Adelántelos, hemos llegado al final, no conviene abusar de la suerte.
_ Es como si... estuvieran buscando aparcamiento, ¡a la derecha!, giran a la derecha, estamos en la calle... Fernández Caro, van muy despacio y ahora estoy justo detrás de ellos, pegado a su maletero, voy a verme obligado a rebasarlos o me descubrirán sin remisión, los estoy adelantando... un momento, se han detenido, han estacionado en el descampado, no sé si han aparcado porque me han visto o por otro motivo pero están abandonando el vehículo, repito, están abandonando el vehículo.
_ Bien, no se detenga, continúe hacia delante, nuestros agentes están cerca y se ocuparán de todo, usted váyase ya.
_ No puedo dejarlo ahora, se han bajado del coche y escapan tranquilamente caminando, voy a parar, debo seguirles o de lo contrario huirán.
_ Eso es una locura y no es necesario, nuestras patrullas están ya ahí, deje a nuestros agentes el peso de la persecución.
_ Ya he salido del coche, voy corriendo por la calle... nosequé de Corea, no he podido ver bien el cartel, es paralela a la que ellos han tomado, saldré a su encuentro en la siguiente bocacalle.
_ No lo haga, ¿está usted loco?, no se arriesgue más, repito, no lo haga, es una orden, abandone el lugar, se trata de terroristas peligrosos, no se juegue usted la vida en vano.
_ Ya los he visto-, Rafael no hacía caso de las recomendaciones de la policía, en su cerebro sólo había una idea, detener a los delincuentes-, han cruzado la calle, llevan la mochila con ellos, no van corriendo, van a paso rápido pero sin correr, sin llamar la atención.
_ Dos de nuestros agentes han llegado ya al coche abandonado y ahora van tras ellos a pie, usted ya ha cumplido, márchese de la zona la operación está en manos de agentes profesionales, además, es muy probable que haya un tiroteo.
_ No puedo irme ahora, voy a continuar, me da la sensación, por el camino que siguen, de que se dirigen hacia el metro de Pueblo Nuevo, si llegan allí huirán amparados por la multitud. Han girado a la izquierda y están cruzando de nuevo al otro lado de la calle, si logran entrar en el metro se escaparán voy a darle una descripción lo más detallada posible. El hombre viste con un pantalón gris, camisa azul claro y abrigo azul marino, altura aproximada 1,80, es moreno, cabello liso y corto, es él quien lleva la mochila; la mujer es delgada y de menor estatura, 1,70, quizá menos, cabello corto y castaño, lleva pantalón negro, y chaqueta de punto azul oscuro-. Rafael se vio obligado a hacer una pausa por la proximidad de los terroristas-. Han girado a la derecha, en estos momentos suben por la calle Mandarina, estoy muy cerca de ellos y hay poca gente por la calle, voy a detenerme, fingiré mirar un escaparate para no despertar sus sospechas-. Jadeaba, no sabría precisar si por el esfuerzo, por la tensión o por el miedo, de todos modos aquella aventura llegaba ya a su final.
_ Dos agentes van siguiendo el mismo camino a pie, otros dos van a salir a su encuentro cortándoles el paso y otra dotación en coche se halla a un minuto de ese lugar, ya los tenemos, no llegarán al metro. No se acerque a ellos, le reitero la posibilidad de que se entable tiroteo.
Lo que decía el agente a través del teléfono era cierto, Rafael vio a dos policías nacionales avanzando veloces por la acera opuesta, justo al otro lado de la calle del cual él estaba. Siguió subiendo un poco más con paso lento, muy lento; veía a los delincuentes, veía a los policías.
_ Nos comunican nuestros agentes que ya los han visto, no se arriesgue más, su labor ha finalizado, ha hecho usted un excelente trabajo, gracias, póngase a salvo.
Rafael cortó la comunicación sin decir nada más y guardó el teléfono, pero en todo caso aquello no había acabado. En la confluencia de las calles Mandarina y Ciconia dos agentes de la policía nacional interceptaron a los delincuentes, entre tanto la pareja que seguía sus pasos comenzó a correr hacia ellos con las armas en la mano.
_ Alto, manos arriba, bien arriba donde yo pueda verlas-. Espetó uno de los agentes cuya juventud captó la atención del vigilante.
Los terroristas miraron a los dos policías cuyas armas apuntaban hacia ellos, parecían dilucidar si serían o no capaces de disparar; la rotunda seguridad de los agentes debió de disipar todas sus dudas pues no opusieron resistencia, no trataron de huir, de todos modos hubiera resultado inútil pues se hubieran encontrado de narices con los otros dos agentes, no trataron de hacer uso de sus armas, estaban acorralados, rodeados y bien controlados, sus siluetas se encontraban en el punto de mira de las pistolas de los policías y estos tenían el pulso firme.
Un coche patrulla llegó a toda velocidad, se presentó en el escenario sin sirenas ni alarmas ni otros alardes propios de película americana; los agentes recién llegados los cachearon, después los engrilletaron y los metieron sin contemplaciones en la parte trasera del vehículo. En la mochila incautada al hombre transportaban dos pistolas 9mm. Parabellum, documentación falsa, otros documentos para posteriores acciones criminales y el mando a distancia utilizado apenas veinte minutos antes para activar el coche bomba. Arrancó el vehículo policial en cuyo interior se hallaban custodiados los detenidos, ahora sí fue necesaria la sirena cuyo aullido perdía intensidad conforme se alejaba del lugar de la detención. Rafael supo de inmediato que ahora la policía le buscaría a él, sin embargo decidió irse, pasar desapercibido y marcharse con discreción, aunque sabía que esa acción no evitaría que le encontraran, conocían su identidad pues facilitó sus datos al principio de la comunicación telefónica, además tenían localizado su número de teléfono móvil. En todo caso si necesitaban algo más de él ya le buscarían, por el momento su ayuda había finalizado, había hecho cuanto estuvo en su mano, ahora, el cansancio le angustiaba de nuevo, necesitaba dormir, dormir, cerrar los ojos y abandonar sus sentidos en silencio.
Regresó hacia el coche caminado despacio, recordando las imágenes recientes captadas por sus pupilas, recordó como se habían jugado la vida sin titubear los agentes de policía interceptando a los criminales y un escalofrío recorrió su espalda percibiendo de improviso el peligro que él también había corrido. Sonó dentro de su bolsillo el teléfono móvil sobresaltándole; llamada oculta, indicaba la pantalla.
_ La policía-, pensó, y sin llegar a responder desconectó el aparato.
La zona cercana a su casa, como era de esperar, permanecía acordonada por los efectivos policiales, Rafael hubo de aparcar tres calles más abajo para posteriormente subir caminando. Desde el balcón de su modesta vivienda de alquiler podía verse el lugar del atentado, sin embargo se instaló en el sofá y prefirió verlo a través del aparato de televisión mientras desayunaba. Los bomberos habían logrado dominar el incendio y conseguido apagar definitivamente las llamas, la deflagración había causado múltiples destrozos en los edificios cercanos, al menos siete construcciones habían sido afectadas por la explosión, ciento cuarenta viviendas dañadas, veinte vehículos damnificados; más de cien millones de pesetas fue la primera valoración económica de los daños. Cien heridos de los cuales seis al menos se encontraban en estado grave. No había ninguna víctima mortal y los terroristas se hallaban detenidos, todavía se podía y se debía dar gracias al cielo y asegurar que habíamos tenido suerte.
La bomba iba destinada a segar la vida del viajero del coche oficial, una importante personalidad de la escena política; tal como intuyó Rafa el destinatario de aquel acto violento era el ocupante del asiento trasero del Ford Scorpio negro, quien por cierto, sólo había sufrido unos rasguños gracias a la pericia del conductor que advirtió de inmediato el peligro y debido a la precipitación o a los malos cálculos de los terroristas que en su ansioso deseo de causar daño se apresuraron en exceso y accionaron el dispositivo unos segundos antes de lo previsto.
Los informativos de todas las cadenas estaban ahora dando datos de la personalidad contra quien iba destinada la acción terrorista, pero Rafael estaba demasiado cansado, tumbado cuan largo era en el sofá del salón de su pequeña vivienda, aún vestido y todavía calzado, se quedó dormido. La postura no era cómoda ni apropiada para el descanso, no obstante su agotamiento era tan intenso que hubiera sido capaz de conciliar el sueño en la cama de clavos de un faquir. Cuando despertara su columna vertebral y sus cervicales, a buen seguro le recriminarían su inadecuada posición y le recordarían la utilidad de un buen colchón.
Soñaba.
En sus sueños el mundo era perfecto. En el trabajo todo marchaba sobre ruedas, el jefe de equipo y el jefe de seguridad eran dos tipos estupendos, exigentes con los trabajadores pero comprensivos y respetaban y apoyaban a los vigilantes. La tierra era un planeta de cuya faz se había erradicado la violencia y donde palabras como guerra, terrorismo, delincuencia... sonaban vacuas y por completo carentes de sentido; Álvaro Mohíno Ibáñez, el vigilante, Álvaro Mohíno, su compañero, Álvaro, su amigo, seguía vivo, era un integrante más de aquel mundo perfecto y era feliz junto con su novia, Rosa; compaginaba su trabajo de vigilante con el de camarero, pues ayudaba a Rosa y a su padre en las tareas de la Taberna del Renco, no obstante en opinión de Rafa, se le daba mejor pinchar discos que servir copas, Álvaro tenía la música en las venas, a menudo comentaba: “la vida sin música no es vida, y la música no se concibe sin amor, por tanto la vida sin amor no es vida”. A Rafael le gustaba la música que ponía Álvaro mucha de la cual era desconocida para él. Algunos trabajadores del edificio donde ambos prestaban servicio eran asiduos clientes del bar de Rosa, y entre quienes frecuentaban el local se encontraba Eva. A Rafael le gustaba la compañía de Eva. A Rafael le agradaba la presencia de Rosa, la amistad de Álvaro, la compañía de Eva, la presencia de Rosa, la amistad de Álvaro... Rafael necesitaba la presencia, la amistad, la compañía de Eva, siempre Eva.
Despertó. Algo le hizo salir de su letargo, no hubiera sabido precisar si fue el sonido de la televisión, los ruidos continuos de la calle donde el caos y la confusión continuaban, o los dolores en cuello y espalda causados por la mala postura de su cuerpo ovillado en el sillón, en verdad hubiera sido menos lacerante una cama de afilados clavos.
Salió al balcón, un tanto aturdido aún comprobó que el mundo distaba millones de años luz de ser un lugar perfecto. Tenía problemas de índole laboral, sus jefes le tenían tirria, apenas disponía de veinticuatro horas libres pues mañana a las 7.00 h. Debería estar de nuevo en el puesto de trabajo; la pequeña porción del planeta tierra que su vista divisaba era un lugar donde la destrucción y la violencia eran tan habituales que la gente se acostumbraba peligrosamente a su presencia, un lugar donde los seres humanos eran capaces de cometer todo tipo de tropelías, capaces de inferirse los unos a los otros acciones tan cruentas como aquella que presenciaba desde su atalaya; Álvaro, su compañero, su amigo, estaba muerto y enterrado en una ciudad que no era la suya; su novia, Rosa, vivía desconsolada y continuaba trabajando porque no le quedaba más remedio, en la Taberna del Renco; sólo restaba una posibilidad, la esperanza de la compañía de Eva, la presencia de Eva, la amistad de Eva, quizá, el amor de Eva; y sin embargo era tan difícil, tan improbable que se trataba de un sueño inalcanzable.
De nuevo en el interior de la casa se quitó la ropa arrugada mientras oía que había una niña de tres años entre los heridos graves aunque no se temía por su vida.
_ Socorro, ayúdeme, mi hijita está herida-. Recordó su subconsciente y se alegró enormemente de que no corriera peligro su vida pues se hubiera sentido culpable por haber decidido perseguir a los terroristas y no haber auxiliado a la niña en primer lugar.
También había una joven británica de veintiséis años entre las víctimas, había sufrido el impacto de la metralla en el rostro y éste le produjo el estallido del globo ocular, no había muerto, tampoco se temía por su vida, pero su existencia ya no sería igual desde entonces.
Varias personas padecían insuficiencias respiratorias por inhalación de gases tóxicos y humo, otras presentaban graves problemas auditivos, quemaduras, golpes, heridas inciso contusas, fracturas o simplemente histeria, miedo, pánico generalizado.
Se descalzó, se puso el pijama y se acostó dejando el televisor encendido en el salón. Antes de dormirse profundamente creyó distinguir la voz del locutor, hablaba de un héroe, de un ciudadano anónimo y ejemplar que posibilitó la detención de los terroristas. Un héroe el cual arriesgó su vida persiguiendo a los delincuentes e informando a la policía de su paradero. Lo último que le pareció percibir envuelto entre las caliginosas tinieblas del abotargamiento fue: “la policía ahora busca al héroe para tomarle declaración”.
_ Quien debe prestar declaración son los terroristas y no yo-. Susurró sin fuerzas y se durmió.
Un timbrazo estridente y persistente procedente del despertador ubicado en su mesilla de noche le despertó con extrema brusquedad, tanta que llegó a asustarle. Desconectó con manifiesto enfado el molesto sonido y miró la hora; las cinco de la tarde, ¡claro!, había olvidado por completo anular la alarma al acostarse, la tenía programada para el mismo instante a diario, pues esa era la hora a la cual se había estado levantando a lo largo de todo el fin de semana para acudir al trabajo. De todos modos, sentado sobre la cama y ya despierto o casi, se alegró de su descuido, sería mejor despabilarse, comer y salir a estirar las piernas y evadir la mente, cualquier cosa sería más conveniente que permanecer todo el día postrado en el lecho. La primera labor a realizar era muy importante, no podía olvidarla y por tanto se puso a realizarla de inmediato, y así, programó la alarma del despertador de nuevo, en esta ocasión y de forma correcta a las 5,30 horas de la madrugada, así evitaba descuidos. Nada agradaría más, tanto a su jefe de equipo como al jefe de seguridad, que verle llegar sudoroso, acezando y con un irremediable retraso a su cita laboral.
_ No, nunca les proporcionaré esa satisfacción-. Murmuró sonriendo.
Salió de la habitación con paso vacilante e inseguro caminar, en el salón continuaba conectado el aparato de televisión, la programación en todas las cadenas era ya la habitual, nada sobre el atentado, ni una sola palabra salvo en los espacios informativos. Todo había terminado, la vida seguía su habitual transcurso excepto para los vecinos de los alrededores, ellos sufrirían durante meses el estridulo de las obras, el tráfico pesado y lento por las calles cortadas, la acuciante necesidad de reparar los desperfectos, y el susto oculto en algún rincón de la memoria, y tampoco habría terminado para las víctimas directas de la explosión, para ellos nunca acabaría de acabar por completo aquel horrible suceso; sufrir un atentado es algo que jamás se supera, no hay terapia capaz de proporcionar el olvido, las heridas cicatrizan pero incluso en el hipotético caso de que no queden secuelas físicas las imágenes permanecen indelebles en las retinas, los sonidos se mantienen contumaces en los tímpanos, las texturas siguen estólidas y a flor de piel en las puntas de los dedos, los olores persisten obstinados en las membranas pituitarias, los sabores continúan tenaces en los paladares, los recuerdos se prolongan estoicos en las memorias.
Rafael se obligó a sí mismo a comer sin hambre, aquellos sucesivos y constantes cambios de turno a los que le sometían sus superiores desconcertaban hasta al organismo más curtido. Se dio una ducha rápida con más preocupación por despertarse que por limpiar su cuerpo y se vistió.
_ Por la noche, antes de dormir, me regalaré un largo y relajante baño de agua tibia y abundante espuma-. Pensó en voz alta.
Bajó las escaleras, nunca utilizaba el ascensor para bajar y en contadas ocasiones para subir. Al llegar al zaguán salió a la calle girando a su derecha, quería evitar a toda costa cualquier contacto o proximidad con la zona de la explosión, precisamente al contrario que un nutrido grupo de curiosos y desocupados viandantes quienes vagaban por los alrededores alimentando de sufrimiento ajeno su morbo, difícil de comprender para Rafael e imposible de compartir.
Caminó durante un tiempo indeterminado, se dio cuenta de que iba demasiado deprisa para no ir a ningún sitio en concreto. Introdujo las manos en los bolsillos con gesto de despreocupación, una de ellas se encontró un objeto frío e inerte, era el teléfono móvil, no lo encendió, redujo de forma considerable tanto la frecuencia como la longitud de sus zancadas y ahora sí paseó de modo más acorde a su ociosidad. Se encontraba en la calle Príncipe de Vergara, cuando llegó a los aledaños del metro tomó la decisión de entrar, como si necesitara de anónima compañía, la estación era Cruz del Rayo, y como un rayo, en un fugaz instante llegó a la determinación de cual sería su destino. Tenía un conocido, un amiguete que regentaba un bar de copas en Chamartín, haría trasbordo en Plaza de Castilla y se dejaría caer por allí, le haría una visita destinada a llorar en su hombro, a embriagarse a su costa.
Concha Espina, Colombia, Pío XII, Duque de Pastrana, las estaciones se iban sucediendo bajo el manto del aburrido trajinar de los viajeros hasta que, en efecto hizo trasbordo en Plaza Castilla, pero no tomó la línea diez en dirección a Fuencarral para apearse en Chamartín como había planeado, todo lo contrario, continuó en sentido opuesto al previsto, hacia Aluche, para terminar bajándose en Alonso Martinez. ¿Se había confundido o fue guiado por el subconsciente? Sus pasos lentos y distraídos vagaron por un tiempo callejeando sin rumbo, finalmente se detuvo, al otro lado de la calle había un bar, sacó las manos de los bolsillos y cruzó la carretera, el letrero por encima de la puerta anunciaba: Taberna del Renco. ¿Por qué había ido allí si su intención inicial era dirigirse a otro lugar muy distante y muy distinto de aquél?
Abrió la puerta y sin decidirse a entrar examinó con un rápido vistazo el interior, había algunos conocidos, empleados del edificio donde prestaba servicio los cuales una vez finalizada su jornada se tomaban unos instantes de asueto antes de enfrentarse a los rigores del hogar; detrás de la barra estaba Rosa, la presencia de la chica fue determinante, optó por entrar. Se sentó en un incómodo taburete sin respaldo en el más oscuro y discreto rincón del fondo del local, la joven camarera, a quien nada de lo que acontecía dentro del bar le pasaba inadvertido, se apercibió en seguida de su presencia y se acercó.
_ Hola Rafa-, saludó al recién llegado.
_ Hola Rosa-, respondió para luego añadir con cortesía-, ¿cómo estás?
Se dieron dos besos en las mejillas salvando con gran dificultad los obstáculos, el físico del mostrador y el inmaterial de su timidez.
_ Bien-, mintió Rosa sin convicción-, ¿y tú?, hace tiempo que no vienes por aquí.
_ Yo también bien-. Respondió con idéntica carencia de convicción y tampoco fue sincero, un poco más tarde continuó con la explicación esbozando ya una sonrisa amistosa-. Tienes razón, han transcurrido bastantes semanas sin que me pasara por aquí, no he tenido mucho tiempo libre, ni tampoco demasiadas ganas de diversión, quizá tenía miedo y no me atrevía a venir.
_ Bueno-, dijo la chica sonriendo-, no te preocupes demasiado, no pretendía hacerte ningún reproche, se trataba sólo de una frase intrascendente.
Rafael no había vuelto a visitar la Taberna del Renco exactamente desde el 7–10–99, siete días antes de la muerte de Álvaro. Aquella tarde estuvo allí con él, bebiendo, cantando, riendo, hasta que por fin Rosa les indicó la conveniencia de irse a casa.
_ No pude ir a su entierro Rosa, estaba trabajando, el compañero se durmió y llegó tarde a hacerme el relevo, cuando por fin me pude marchar fui corriendo hasta el cementerio pero ya todo había terminado, todos se habían ido, no quedaba nadie excepto él, sólo él... y yo.
_ Sí ya lo sabía, Eva me lo dijo, no me debes ningún tipo de explicación ni tienes porque justificarte Rafa, todo está bien... todo está bien excepto su ausencia. No sabemos que amamos hasta que desaparece el ser amado. O mejor dicho, no sentimos la verdadera profundidad del amor hasta que se ha ido, por breve y escaso que haya sido ese amor.
_ No Rosa, no es cierto, nada está bien, por el contrario, todo está al revés, Álvaro era un buen chico y ahora está muerto, y sin embargo quienes merecerían haber muerto siguen estando vivos, y quizá lo peor del asunto es que algunos de quienes nos hemos quedado en este mundo desearíamos habernos ido para no sentirnos ahora tan solos y vacíos.
La sonrisa de Rosa se hizo más intensa aunque las palabras de Rafa habían abierto heridas y su rostro reflejaba dolor.
_ Dice mi psiquiatra que ese sentimiento es transitorio, según él, el tiempo cura todas las heridas y en menos días de lo previsto todo volverá a ser como antes.
_ Eso son palabras fáciles de decir e imposibles de creer, de todos modos ¡ojala tenga razón!
_ Bueno-. Exclamó Rosa cambiando de asunto pues de seguir la conversación por esos cauces hubieran terminado ambos llorando-. Esto sigue siendo un bar y no la consulta de un psicoanalista-, e interrogó a su amigo aun conociendo la respuesta-, ¿qué quieres tomar?
_ Magno coca con un hielo.
La camarera se fue hasta el lado opuesto de la barra, preparó dos bebidas exactamente iguales y con un vaso en cada mano regresó hasta donde se encontraba Rafael.
_ Yo también tomaré uno, creo que lo necesito-. Bebieron ambos sin mediar más palabra y sin embargo un brindis no pronunciado flotaba entre sus copas; él tomó un trago largo como si precisara apagar un fuego en su interior, ella apenas un sorbito, lo justo para mojar sus labios, luego jugando con los hielos del interior del vaso, haciéndolos chocar y dar vueltas tintineando, y con el regusto del cubalibre en el paladar, anunció algo ya por ambos conocido-. Ésta era la bebida favorita de Álvaro.
_ Sí, en el breve periodo de tiempo que compartimos Álvaro y yo, cambió muchas cosas de mi vida y de mi personalidad, ésta es sólo una de ellas, una pequeña muestra-, habló sin dejar de mirar el contenido de su vaso, luego alzó sus ojos hacia los altavoces del local donde una canción de M–Clan, “Los periódicos de mañana”, sonaba a un volumen muy discreto y adujo-, la música es otro diminuto detalle, ha cambiado radicalmente mi gusto musical, por cierto ¿tienes esa canción?, no recuerdo el título, aquélla que tanto le gustaba a él.
_ Sí la tengo, pero no me pidas que la ponga a no ser que desees verme llorar, ése es un fragmento de dolor que mi psiquiatra no ha podido curar todavía.
Rafael cogió con ambas manos las de la joven que trémulas se apoyaban en el mostrador y mirándose a los ojos trataron de vencer al llanto, sonaban los acordes de la canción y escuchándolos permanecieron por unos momentos, en silencio, en contacto, en compañía... en una soledad compartida.
“Se me olvidó que hubieras querido protagonizar una revolución, haz el amor tumbado al sol, hay quien dice que puede ser perjudicial, sin embargo a mí no me hace mal, la mentira está escrita en los periódicos de mañana, no me interesa lo que digan los políticos, no me creo de la misa la mitad, la mentira está escrita en los periódicos de mañana”.
Cuando el tema hubo terminado Rosa recuperó el habla.
_ Unos días después del entierro estuvo por aquí tu jefe, fue una mañana temprano, venía a desayunar, estuve a punto de escupir dentro de su café pero no pude olvidarme de mi profesionalidad y educación, ni tampoco de Álvaro que no lo hubiera aprobado bajo ningún concepto.
_ ¿Escupir dices?, deberías haber vertido cianuro o arsénico en su desayuno. Va a por mí, me la tiene jurada ¿sabes?, no le gusto, nunca le resulté simpático y le molesta que los empleados del edificio me aprecien, quiere perderme de vista a cualquier precio.
_ Pues vete, no cometas el mismo error que cometió Álvaro-. Aconsejó Rosa con un arrebato violento de sinceridad-. Tu empresa tiene cientos de centros de trabajo en Madrid, a cualquiera de ellos sabrás adaptarte y en cualquiera de ellos serás más feliz.
_ Sí, tienes razón, ya lo he pensado, pero no voy a proporcionarles ese placer, venderé cara mi piel, además en ese edificio... algunas noches... siento la presencia de Álvaro, oigo su voz, siento su tacto.
_ ¿Vas a empezar con el mismo discurso de Eva? Está convencida de que el alma de Álvaro se encuentra apresada entre los muros de esa construcción y de que su espectro deambula por las noches entre los despachos.
_ Pues yo también estoy convencido de ello, su espíritu se ha unido al grupo de fantasmas que ya habitaba el convento de las Arrecogidas.
_ Me cuesta trabajo creerlo, es más, no quiero creerlo, prefiero pensar que su cuerpo y su alma descansan en paz en algún lugar del paraíso, en algún sitio donde yo pueda reunirme con él en el final de mis días.
La puerta del local se abrió y entró Eva, hablaba con alguien a través de su teléfono móvil, parecía enojada. Ella, ensimismada por la conversación telefónica, no vio a Rafael, él si la vio a ella de inmediato ¿cómo no detectar su presencia? Quedó absorto, cautivado por la belleza de la joven, su corazón comenzó a galopar más deprisa.
_ Mira, hablando del rey de Roma por la puerta asoma-. Advirtió Rafa a Rosa.
_ Sí, se asoma pero no nos ve-. Añadió Rosa con ironía y después continuó con sorpresa tanto en su voz como en el gesto-. Está enfadada, compadezco a quien se encuentre al otro lado de la línea.
Eva finalizó la conversación, guardó, sin poder reprimir un gesto de contrariedad, el móvil en su bolso y se aproximó a la barra, fue en ese instante cuando percibió la presencia de Rosa y Rafa en el recóndito rincón del fondo de la taberna.
_ Hola chicos-, saludó cambiando su rictus de exacerbación por su habitual y encantadora sonrisa-. ¿Qué hacéis aquí tan escondidos?, ¿no interrumpo nada no?, ¿o sí?, ¿no estaríais ligando?, porque si molesto me marcho.
_ Sí, estamos ligando-. Rió Rosa ante la ocurrencia-. Y no creas, no es fácil con el bar lleno de gente y mi padre controlando.
_ No estamos escondidos, es que tú has llegado tan obnubilada que no nos has visto-. Aclaró Rafael.
_ Sí en eso tienes razón, y los culpables de mi ofuscación son tus queridos compañeros de trabajo, bueno y también el palurdo de mi jefe claro, que era la persona con la cual discutía por teléfono al entrar en el local.
_ Pero ¿qué te ha ocurrido?
_ Me han echado de mi despacho. Ha llegado uno de tus nuevos compañeros, muy educado, eso sí, y me ha dicho “a las 20,00 horas se cierra el edificio señorita, lo lamento pero debe terminar y marcharse”. Yo le he dicho que eso era imposible, si terminaba no me marchaba y si me marchaba no podía terminar mi trabajo, entonces ha especificado “deberá marcharse sin terminar”. Debe de existir un error, he intentado convencerle, tengo una de esas malditas autorizaciones, Manolo, mi jefe, la gestionó personalmente el viernes, a lo cual él me contesta tajante que no, “para hoy no hay ninguna autorización y al no estar autorizada debe irse”. Y ése es el resultado, me han echado de mi propia oficina, pero ¿qué creen qué estoy haciendo?, pasarle información a la competencia, ¿sospechan qué me dedico al espionaje industrial? He llamado a mi jefe echa un basilisco, él jura y perjura que no tiene la culpa aduciendo que gestionó la autorización, pero a mi no me la pega, seguro que se le olvidó, no me extraña conociendo la fragilidad de su memoria, y ahora yo a pagar los platos rotos como siempre, con el trabajo sin terminar y con un cabreo monumental.
_ Eva, tu jefe dice la verdad-. Aseguró el vigilante-. He estado de servicio todo el fin de semana y la he visto, la autorización gestionada por él estaba a las siete de la mañana en su sitio, cuando yo me he ido se encontraba allí debidamente cumplimentada.
_ Pues ahora es cuando no comprendo nada, si esta mañana estaba en su sitio, ¿por qué el vigilante de esta noche no la tiene?- La paciencia de Eva se disipaba y ya rozaba la indignación.
_ No sé responder a esa pregunta-. Arguyó Rafa-. Pero sí sé una cosa, ahora me echarán la culpa a mí, dirán que yo la he extraviado.
_ De todos modos yo voy a formular una queja al jefe de seguridad, esta situación me parece inadmisible, no pueden expulsarme de mi despacho por muy tarde que sea. Y, el invento ése de las autorizaciones es una solemne estupidez, ¿desde cuando es necesario estar autorizado para cumplir con tus tareas laborales?
_ Así son las cosas ahora Eva y me da la sensación de que así seguirán por mucho tiempo, éste es el nuevo sistema de seguridad diseñado por Dionisio y nosotros sólo somos sus esclavos, el brazo ejecutor, el último eslabón de la cadena, los pobres tontos que damos la cara, nos la abofetean y al día siguiente ponemos la otra mejilla salvaguardando así los imberbes carrillos de otros.
_ Por cierto Rafa, el viernes pasado por la noche terminé de trabajar pasadas las once y tú no me echaste aun careciendo de autorización.
_ No-. Dijo el vigilante encogiéndose de hombros-. Resulta que yo no cumplo estrictamente todas las órdenes recibidas, no obedezco a ciegas, por el contrario, soy muy selectivo en mi trabajo, me cuesta algún disgusto de vez en cuando, eso sí, pero asumo el riesgo. Yo no tengo miedo, mis compañeros sí, esa es la diferencia; yo tengo amigos conseguidos a lo largo de mis muchos años de servicio, ellos por el contrario son nuevos, sólo tienen al jefe de equipo y a Dionisio.
_ ¿Quieres decir que si alguno de tus jefecillos se entera de MI presencia en MI despacho haciendo MI trabajo a esas horas tardías del viernes te pueden causar problemas?- Eva había marcado con una fuerte inflexión de voz las tres veces en las cuales sus labios habían pronunciado la palabra MI, en verdad estaba enfadada, casi fuera de sí. Rafael y Rosa se encogieron de hombros ante la pregunta de su amiga, como si la respuesta a la cuestión formulada fuera obvia, después asintieron a la par con un gesto oscilante y afirmativo de cabeza. Eva trató de calmarse antes de volver a hacer uso de la palabra, mas no lo consiguió por completo.
_ Mira Rafa, yo no quiero causar problemas a ningún trabajador y mucho menos aún desearía causárselos a un amigo, a ti te considero amigo mío, así pues, la próxima vez que sin saberlo te esté comprometiendo en tu trabajo ¡DÍMELO!, no te verás obligado a expulsarme, me iré yo sola.
_ De acuerdo, si en alguna ocasión tu presencia me supone riesgos te lo diré, de momento no te preocupes por lo ocurrido el viernes, me va a causar más trastorno la autorización perdida de hoy, seguro que el jefe de equipo aprovechará la ocasión para volver a sancionarme, y van ya tres amonestaciones desde su incorporación.
_ ¿Tres sanciones?, ¿qué ocurre?, tú haces bien tu trabajo, acaso va a por ti-, interrogó Eva que sabía de la profesionalidad de Rafael y además no ignoraba que jamás en su larga carrera había sido sancionado hasta la llegada del nuevo jefe de equipo.
_ Sí- respondió Rafa escueto y sincero.
_ Pues en esta ocasión le va a salir el tiro por la culata, le diré a mi jefe que confiese haber olvidado gestionar mi autorización, de ese modo no habrá documento, y al no existir no se puede perder, y al no haberse perdido no podrán culparte por extraviarlo.
_ Gracias, es un bonito gesto por tu parte, pero quizá tu jefe no quiera participar en el juego.
_ De Manolo me encargo yo, me debe muchos favores, tantos que ya casi ni los recuerdo todos, le conviene llevarse bien conmigo, puedes darlo por hecho.
_ Gracias de nuevo.
_ Favor por favor, tu me permitiste completar mi tarea del viernes, yo te evito una sanción, una sanción injusta por otro lado, pero de ahora en adelante no te la juegues por hacerme favores, ¿vale?
_ Vale-, asintió Rafa con un gesto que invitaba a hacer las paces, aunque sabía que continuaría siendo benévolo con Eva cuantas veces fuera necesario aun arriesgando su empleo, y no solamente con ella sino con cualquier otro trabajador que lo necesitase.
_ ¿Quieres tomar algo Eva?- Interrogó Rosa para a renglón seguido añadir sonriendo-, esto continua siendo un bar y pretende ser un negocio próspero, además hoy nos invita Rafa.
_ Sí, ¿qué estáis bebiendo vosotros?
_ Magno coca con un hielo-. Respondió Rafael fijando su mirada amarga en el cristal de su vaso-. Es nuestro modo de rendir homenaje a un amigo.
_ Yo también deseo homenajear a ese amigo-. Adujo Eva adivinando a quien se refería Rafa de inmediato-. Magno coca con un hielo Rosa por favor, y como diría ese amigo común, pon cuidado en que sólo sea un hielo, es una cuestión muy importante.
_ No sólo has adivinado a quien nos referimos, también demuestras conocerlo a la perfección-. Adujo Rafa.
Cuando la camarera se ausentó envuelta en un halo de melancolía Rafael dijo con una gran sonrisa en sus labios y con sus ojos mirando fijos a los de Eva.
_ Te agradezco mucho tu preocupación por mi empleo, además te pones muy guapa cuando te enfadas.
_ Gracias, pero te equivocas, yo estoy muy guapa siempre, no sólo cuando me enfado.
_ Ahora eres tú quien se equivoca-. Dijo Rafa acentuando su sonrisa-. Tú no estás guapa nunca, ocurre simplemente que tú eres guapa.
Ambos sonreían y se miraban, sus miradas iban de los ojos a los labios y otra vez a los ojos y de nuevo a los labios y sonreían y se miraban... y sin embargo si se había establecido algún tipo de magia o hechizo entre ellos se desvaneció cuando Rosa regresó con la bebida de Eva frustrando... ¿qué? ¿Un beso tal vez? ¿Alguna otra muestra de cariño espontáneo?
_ ¿Brindamos por la memoria de nuestro amigo?- Preguntó Eva, y tanto ella como Rafael dirigieron una mirada interrogativa a la camarera. Fue Rosa, al sentir las pupilas de sus amigos fijas en su rostro, quien primero alzó su vaso aproximándolo hacia ellos y exclamó:
_ Por Álvaro, por que esté donde esté siempre permanezca en nuestros corazones.
_ Por Álvaro-. Respondieron a la vez Eva y Rafa.
Chocaron los cristales de los vasos en un suave pero firme tintinear, los tres bebieron. Rosa y Rafa habían terminado con aquel sorbo sus consumiciones, el vigilante dijo contemplando el hielo sin derretirse en el interior del recipiente.
_ Yo quiero otra copa.
_ Voy a por ella-. Respondió Rosa y añadió-. Yo también necesito otra.
Mientras la joven preparaba las copas su padre desde el lado opuesto de la barra apagó la música interrumpiendo la canción de los Héroes del Silencio a la mitad.
“Echar el ancla a babor y de un extremo la argolla y del otro tu corazón mientras tanto, tu pesadilla y el mendigo siempre a tu lado, tu compañero de viaje, cuando las estrellas se apaguen en un instante también vendrás tú, duerme un poco más los párpados no aguantan ya, luego están las decepciones cuando el cierzo no parece perdonar, sirena vuelve al mar...”
El camarero no quería privar a sus clientes de la melodía, quería simplemente escuchar una noticia y para ello dio volumen al televisor que hasta ahora permanecía encendido pero sin sonido.
_ ¿Qué ha pasado?- Preguntó Eva quien permanecía de espaldas al rincón donde se ubicaba el aparato de televisión-. ¿Por qué han quitado la música? “La sirena varada” es una de mis canciones preferidas.
_ Las noticias-. Señaló Rafa con su mano diestra indicando el lugar donde estaba la pantalla-. Están hablando del atentado perpetrado esta mañana.
_ ¡Ah sí!, lo he oído en la radio, por cierto ha sido en tu barrio, cerca de tu casa ¿no?
_ Sí, demasiado cerca de mi casa.
_ Han dicho que un ciudadano anónimo ha hecho posible la detención, tal vez un vecino tuyo es el héroe del día-. Comentó Eva girándose para prestar atención a la noticia. Entre tanto Rosa llegó con los vasos llenos de nuevo.
_ Los terroristas han hecho estallar un coche bomba cargado con 25 kilos de dinamita unos segundos antes del paso del vehículo del Secretario General de Política Científica quien ha salido ileso, la habilidad del chofer que intuyó el peligro ha resultado definitiva para evitar la catástrofe; igualmente definitiva ha sido la valiente actuación de un ciudadano anónimo, de un héroe sin nombre, quien tras presenciar la comisión del acto delictivo ha perseguido con su vehículo particular a los malhechores durante más de veinte minutos, indicando en todo momento a la policía cual era su situación, incluso facilitó la descripción de los sospechosos por si los perdían de vista. Se atrevió hasta a perseguirles a pie cuando los terroristas abandonaron el coche con el cual se dieron a la fuga, gracias a este ciudadano ejemplar ha sido posible la rápida y eficaz actuación de las fuerzas de seguridad del Estado y la inmediata detención de los violentos. En estos momentos la policía todavía no ha conseguido localizar al héroe para tomarle declaración, lo tienen identificado, aunque por supuesto no han facilitado ningún dato respecto a su persona.
_ ¡Qué valor!- Dijo Eva sinceramente emocionada-. Es increíble, lo que son capaces de hacer cierto tipo de personas, yo desde luego no me hubiese atrevido, al contrario me hubiera muerto de miedo, ¿quién habrá sido?
_ Ha debido ser alguien acostumbrado al riesgo, alguien cuya profesión le ponga en constante peligro, o por el contrario algún loco que no aprecie mucho su vida, alguien sin miedo a morir-. Añadió Rosa.
_ No lo creas-. Intervino Rafa en esta ocasión-. No tiene por que ser ni una cosa ni otra, en esos momentos no se piensa en el riesgo, no sientes miedo, no hay tiempo, haces lo que debes hacer y ya está, sin pensar en las consecuencias. El temblor en las piernas y el pánico llegan cuando todo termina, cuando llegas a casa y lo ves por la televisión, cuando lo ocurrido parece irreal, cuando se te antoja similar al argumento de una mala película americana, cuando descubres que iban armados y que estaban dispuestos a matar.
_ ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes conocer con precisión los sentimientos de otra persona?- Preguntó Eva quien en el fondo de su corazón había sentido una intuición y se temía cual iba a ser la respuesta de Rafa.
_ Lo sé por que no son los sentimientos de otra persona los que cuento, son los míos propios-. Las dos jóvenes lo miraron con expresión de sorpresa y expectación, como si quedara algo por decir, como si lo que todos intuían debiera ser pronunciado en voz alta, en pública confesión para ser cierto, ante esta curiosidad Rafael se vio en la obligación de aclarar la situación, se encogió de hombros antes de decir-. He sido yo, he sido yo quien los ha perseguido tras el atentado.
Rosa y Eva no supieron que decir, quedaron mudas, impresionadas por la revelación, su silencio fue tan abrumador y tan repleto de atención que Rafa se vio obligado a seguir explicando.
_ Acababa de salir de trabajar, ha ocurrido muy cerca de mi casa, al aparcar el coche me he topado de narices con la explosión, los he visto primero aguardando a la víctima, acechándola como animales hambrientos en pos de su comida, he comprendido en seguida que eran ellos, después de la detonación huían con enorme frialdad, con increíble calma, con total indiferencia ante el dantesco espectáculo, caminaban por la calle como si nada hubiera ocurrido. He decidido perseguirles y durante la persecución he ido informando a la policía de mi situación en todo momento hasta la detención.
_ Han dicho en las noticias que la policía te está buscando-. Dijo Rosa con una mezcla de admiración y preocupación en sus palabras.
_ Sí, no tardarán en encontrarme-. Adujo Rafael restando importancia a aquel detalle-. Sólo espero que no sea esta noche, necesito dormir, necesito descansar, mañana debo trabajar.
_ Propongo un nuevo brindis-. Dijo Eva con una amplia sonrisa en su rostro, y alzando el vaso añadió-. Por el héroe del día.
_ Brindemos por él-. Asintió Rafa y puntualizó-. Sea quien sea y esté donde esté, para que continúe siendo un individuo anónimo, un ciudadano cero.
Ya en el portal de su casa Rafael comprobó que la actividad continuaba frenética en la zona aledaña a la explosión y esa visión evaporó la euforia que las copas le habían proporcionado. Subió en el ascensor, estaba demasiado fatigado, y se vio reflejado en el espejo, era él quien silbaba una antigua canción de Joaquín Sabina. Dejó de silbar y en la soledad del elevador se atrevió a cantar el estribillo.
_ Ciudadano cero ¿qué razón oscura te hizo salir del agujero?, siempre sin paraguas siempre a merced del aguacero, todo había acabado cuando llegaron los maderos.

Ese tipo lánguido del reflejo del espejo era él, un ciudadano anónimo, un cero a la izquierda, un ciudadano cero sin paraguas y a merced del aguacero.

3 comentarios:

CumbresBlogrrascosas dijo...

Eso a lo que se refiere Regás es el remordimiento, que es lo que sufre el que sobrevive al otro, y a más amor, mayor dolor, mayor remordimiento.

La profecía del silencio dijo...

Sí, remordimiento, pero también, y en ese sentido lo aplico yo en la novela, que estamos ciegos y no sabemos apreciar, a fuerza de ver todos los días, lo que tenemos.
Por ejemplo y sin entrar en relaciones humanas, yo empecé a apreciar la belleza de mi ciudad natal cuando tuve que irme de allí.
En La profecía del silencio, dos mujeres se dan cuenta de cuánto amaban a un hombre, cuando este desaparece. Y hasta de aquí puedo leer.

CumbresBlogrrascosas dijo...

Es lamentable haber de añorar lo que se ha dejado perder.