lunes, 28 de noviembre de 2011

Capítulo XXIV: Palabras para Julia



Fotografía de la reciente presentación en Valencia.


Todos esperan que resistas
que les ayude tu alegría
que les ayude tu canción
... entre sus canciones.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más aquí me quedo
... aquí me quedo.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti. Pensando en ti
como ahora pienso…. Julia.
De la canción de Los suaves: “Palabras para Julia”



CAPÍTULO XXIV
Palabras para Julia
(16-12-1999)



Estuvo todo el día pensando en la preciosa mujer que había conocido
la noche anterior, un brillo especial en sus ojos y una mueca dulce
en sus labios lo delataban.
Carlos veía a su compañero alegre y pensaba que la sonrisa radiante
que lucía Fernando en su rostro se debía a la tranquilidad de saberse
sano y a salvo de la maligna sombra del antrax, sin embargo aquella
circunstancia constituía sólo un ínfimo detalle en su felicidad, lo importante
en realidad era que el tiempo, inexorable, transcurría y se
aproximaba la hora de su cita con Julia.
No sospechaba el joven que su adorada ninfa también había pasado
el día entero pensando en su nueva conquista, incluso en aquel preciso
instante estaba hablando de él, de todos modos y como la felicidad
nunca suele ser completa, su conversación tenía lugar con otro hombre.
– Nos interesa saber absolutamente todo de ese edificio-, estaba diciendo
el hombre de aspecto elegante que ayer la siguió durante su encuentro
con el vigilante-, cualquier información es valiosa y sobre todo
nos interesaría que pudieras verle en su lugar de trabajo, que consigas
ver el terreno sobre el que deberemos movernos.
– Tranquilo sé lo que hay que hacer pero necesitaré tiempo, en las
primeras citas no puedo pedirle demasiados detalles de su trabajo.
– Lo sé, no obstante debes aprovechar cualquier mínima oportunidad
para obtener datos, no deberíamos demorarnos en ejecutar la misión
más de lo estrictamente necesario.
– Me da la sensación de que estás algo nervioso, hemos hecho esto
otras veces y no te mostrabas tan suspicaz.

– Es cierto, en esta ocasión tengo un mal presentimiento, no me
gusta ese antiguo convento, cuanto antes terminemos con el asunto
mejor y sobre todo no pases nada por alto.
– No te preocupes, pondré más atención que nunca, tienes algo más
que decirme.
– Sí repetirte por enésima vez, nos interesa saber el lugar exacto de
situación de la garita de seguridad, el horario de las rondas, los cambios
de turno de los vigilantes, ubicación de las cámaras interiores.
La sonrisa extendiéndose por el bello rostro de Julia cortó la enumeración
del hombre.
– Todo va a salir bien, y ahora si me disculpas tengo una cita.
Al mediodía había empezado a llover con cierta intensidad y todavía
continuaba el temporal, el tráfico era denso y Rafael que había decidido
ir al trabajo en coche ahora se arrepentía de su decisión. El agua
formaba pequeños ríos por los arcenes, los vehículos circulaban con
parsimonia y los ánimos de los conductores se encrespaban al verse
atrapados entre el tráfico. Cuando el eterno color bermejo de los semáforos
por fin cambiaba los automovilistas no podían avanzar pues
había otros coches bloqueando los cruces, la gente que salía de sus
trabajos no podía salir de sus garajes y no había expectativas de mejoría
a corto plazo pues la lluvia arreciaba y el volumen de vehículos en
las calles se incrementaba.
– Al menor contratiempo esta ciudad se convierte en una trampa gigante-,
dijo Rafa hablando consigo mismo y buscando el teléfono móvil
para llamar a su compañero y advertirle de su posible retraso.
El ruido de los cláxones se mezclaba con los tonos del teléfono.
– Seguridad buenas tardes-. Respondió una voz conocida al otro extremo
de la línea.
– Fernando, soy Rafa, llamaba para decirte que estoy en un atasco
y es posible que te llegue tarde.
– Pues me haces polvo compañero, precisamente hoy tengo una cita
con mis universo y no quisiera llegar tarde no vaya a cansarse de esperar
y se busque a otro.
– Intentaré llegar lo antes posible pero no te prometo nada, es complicado
moverse en esta trampa.
– Te espero, no tengo más remedio, date prisa.
Darse prisa atrapado en un atasco, qué fácil era decirlo y qué difícil
hacerlo.
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Un todo terreno gris se movía también lento sorteando las dificultades
del tráfico y el temporal.
– Vaya atasco-, dijo Julia-, a este paso no voy a llegar a tiempo.
– Tranquila, te esperará, merece la pena perder unos minutos por
una mujer tan atractiva.
– Gracias-, adujo Julia sorprendida ante el halago de su acompañante-,
la verdad que estás cambiado en esta misión, nunca antes me
habías hecho comentarios galantes.

– Nuestra relación es simplemente laboral, hay ciertas familiaridades
que no son recomendables y más teniendo en cuenta la especialidad
de nuestra tarea, debemos ser cuidadosos y evitar posibles conflictos.
A pesar de sus palabras la contempló un tanto arrobado por
unos instantes hasta que el sonido de un claxon lo devolvió a la realidad,
entonces recuperó su argumento-. Soy el responsable de la seguridad
de esta organización y se me exige que sea por completo eficiente.
Julia, estaba acostumbrada a las miradas masculinas, sonrió agradeciendo
la inesperada admiración de su compañero y guiñó con complicidad
uno de sus preciosos ojos azules. El todo terreno gris continuó
moviéndose con pesada parsimonia por las calles mojadas pero ya el
silencio, había extendido dentro del reducido habitáculo, su profecía.
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La desesperación hacia presa de Fernando conforme los minutos pasaban,
su mirada viajaba de las cámaras exteriores al reloj con rapidez
vertiginosa y de ese modo no prestó casi ninguna atención a un hombre
de edad avanzada vestido por completo de negro que llegó por la
puerta principal.
– Buenas tardes joven-, saludó al vigilante.
Fue en ese instante cuando a Fernando le llamó la atención el
atuendo del llegado, traje negro con sombrero también del mismo color,
un sacerdote pensó el joven aunque no luciera alzacuellos.
– Dígame, ¿qué quería?
– Están ustedes bien aquí dentro con la que está cayendo fuera.
– Sí, aquí al menos se está a salvo de la lluvia.
– Y ahora en estos tiempos tan modernos que ya no existen peligros,
si usted hubiera conocido este edificio en el siglo XVII, ¡cuántas
anécdotas hay impresas en estos muros!
– Sí algo me han contado, pero dígame usted ¿qué deseaba?
– Sí, en verdad están ustedes bien ahora, ya no corren tanto riesgo
como nosotros en nuestro tiempo, las monjas de Santa Águeda no
eran malas, era la Inquisición quien acosaba a sus víctimas y algunos
líderes de los estamentos religiosos que aprovechaban muy bien sus
privilegios.
– Disculpe señor, no puedo entretenerme, ¿viene a visitar a alguien
de esta empresa?
– No, en realidad es a Álvaro a quien quisiera ver.
– ¿Álvaro, aquí no hay nadie con ese nombre?
– Se equivoca joven, Álvaro está aquí, pero no se moleste ya lo he
visto y ellos también me han visto a mí, estaban allí al fondo del pasillo,
Álvaro junto a Tordesillas y Espinosa.
– Mire señor creo que se ha equivocado entrando en este recinto.
– No, ¿cómo me voy a equivocar después de tanto tiempo? No se
preocupe ya me marcho, no quiero causarle problemas sólo quiero
asegurarle que ustedes no corren peligro, lo de Álvaro fue otra cosa, él
pertenecía a otro mundo. La historia se ha quedado impregnada en los
muros de este convento y en ocasiones quiere dejarse oír, sin embargo
las almas de sus habitantes son inocuas.

– Bien pues le agradezco su información y ahora si me disculpa…
– Adiós Álvaro-. Se despidió el extraño personaje mirando al pasillo
vació-. Adiós hijo ya no le molesto más, su compañero está a punto de
llegar a la puerta del garaje. Yo soy fray Timoteo, trabajaba aquí hace
muchos años, exactamente donde usted está, tenía yo mi mesa, pero
lo dicho, no le entretengo.
Salía ya el anciano sacerdote y el vigilante pensaba que era un viejo
chiflado, cuando llegó a la puerta y antes de salir adujo una profecía.
– Y no te preocupes hijo, aunque llegues tarde, Julia te aguardará.
– Oiga espere, ¿de qué conoce usted a Julia? y ¿cómo sabe que yo
llegaré tarde y ella me esperará?
No obtuvo respuesta el fraile misterioso se marchó, Fernando corrió
tras él pero cuando alcanzó la calle no consiguió ver al hombre, había
desaparecido engullido por el asfalto.
– Ha desaparecido, no puedo creerlo, el viejo loco se ha esfumado.
Al volver al interior del edificio apreció que su compañero estaba accediendo
al recinto por el aparcamiento.
– Por fin, ése es Rafa-, murmuró consultando su reloj por quincuagésima
vez-, espero que el fraile majareta tenga razón y Julia me espere.
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Acezando llegó Rafael al puesto de control a efectuar el relevo, se
había cambiado en tiempo record y corriendo por la escalera se ajustó
la corbata.
– Ya estoy aquí, perdona por el retraso.
– No hay novedad, me voy corriendo es que tengo una cita con una
rubia increíble, mañana hablamos.
Visto y no visto, Fernando también se cambió en tiempo record bajaba
ya la escalera vestido con traje de calle y a Rafa casi no le había
dado tiempo de instalarse en la garita.
– Por cierto Rafa, ha venido un loco, parecía un sacerdote todo vestido
de negro, sombrero incluido y con una larga barba blanca dijo llamarse
fray Timoteo y decía unas cosas muy raras, entre otras que trabajó
aquí hace años. ¿Ha venido otras veces?
– Con esa descripción y ese nombre no recuerdo a nadie, ¿has tenido
problemas con él?
– No, no, sólo era un poco pesado y muy raro pero no le des importancia
pues seguro que no la tiene.
– Fray Timoteo, no lo he oído en mi vida.
– Preguntaba por un tal Álvaro y mencionó otros nombres pero su
conversación no tenía sentido.
La alarma se encendió en el cerebro de Rafael al oír el nombre de su
compañero fallecido
– Quizá su conversación si tenía algún significado-. Dijo ya hablando
solo Rafael.
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Era una de esas mujeres a las cuales resulta imposible pasar desapercibida
y en aquella ocasión no había excepción. Eran pocos los que
se atrevían a acercarse y hablar con ella, no obstante todos los hom-

bres del local la miraban, algunos incluso le sonreían y ella devolvía
amable la sonrisa y si trataban de entablar conversación los rechazaba
con esmerado afecto.
Julia era de ese tipo de mujeres que permanecen poco tiempo solas
en un bar y así fue también en esta ocasión, un joven llegó apresurado
dirigió una rápida y aprensiva mirada al local, sonrió al detectar su presencia,
se acercó despacio mientras ella fingía no haberlo visto, el rostro
de él casi rozó el cabello de ella cuando se acercó para susurrarle
algo al oído. Julia sonrió con angelical gesto un segundo antes de besar
apasionada al recién llegado. Todos los hombres que presenciaron la
escena sintieron un repentino ataque de envidia, uno, sentado solo en
un rincón, ataviado con un elegante terno gris, no sólo sintió envidia,
también sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo pues desde que comenzara
aquel trabajo había sentido una malas vibraciones en su alma.
La pareja recién consolidada no estuvo mucho tiempo en el local,
sin importarles demasiado el aguacero salieron al exterior, la búsqueda
de un taxi libre en una tarde de lluvia era harto complicada en la zona,
así pues desistieron de dirigirse a casa de Julia la calle Serrano, como
fue la primera intención y optaron por ir a casa de Fernando, más cercana
y con posibilidad de ir andando. Bajo un pequeño paraguas se
abrazaron y entre arrumacos fueron cubriendo el camino, la presencia
de Julia le hacía olvidar el resto del mundo, el ruido de la lluvia le impedía
oír las pisadas a su espalda, alguien, enfundado en un elegante
traje gris los seguía sin perderlos de vista. A pesar del mal tiempo el
perseguidor se instaló en un portal apenas guarecido de la lluvia frente
a la casa de Fernando.
– Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando
en ti como ahora pienso, Julia-. Canturreaba sin importarle el aguacero
y de ese modo aguardó paciente.
Paciente también aguardaba Rafael a que llegara el final de su jornada,
a buen seguro se le haría más larga la noche a él que a su compañero
Fernando y para corroborar esta afirmación unos ruidos se oyeron
justo encima de su posición, en el piso de arriba donde en teoría,
ya no había nadie.
Las personas pueden permitirse el lujo de sufrir alucinaciones alguna
vez, sin embargo cuando son tan frecuentes uno empieza a pensar
que los espectros le acosan y pueden llegar el miedo, la locura, incluso
la muerte. En ese peligroso instante en que el silencio lo envuelve todo
y lo llena de malos augurios es cuando hay que luchar con todas las
fuerzas restantes y demostrar al mundo o demostrarse uno mismo que
no se trata de alucinaciones sino de hechos tangibles, que no se trata
de locura sino de simple mala suerte, es la hora de perseguir a los fantasmas,
a todos los fantasmas: a los de los edificios, a los de las personas,
a los que habitan en húmedos y fríos muros y a los que anidan
en tibias almas.
Y en esa fase estaba Rafael, persiguiendo sonidos inexistentes escaleras
arriba en un edificio vacío, buscando sombras, esquivando miedos.
Recorrió todos los despachos de la primera planta y no encontró

nada fuera de lo normal, los ruidos habían dejado de percibirse y quizá,
esta vez sí, era su imaginación que le jugaba una mala pasada. Estaba
a punto de regresar a su chiscón cuando el ascensor se puso en
funcionamiento, subía con repentina rapidez y luego bajaba a trompicones.
La sangre se heló en sus venas, ¿también esto lo habría imaginado?
¿Era una alucinación o la presencia de algún ser maligno?
Fue hacia el ascensor y pulsó el botón de llamada, oyó rechinar a la
vieja maquinaria, sin embargo el cajón no se detuvo en su planta, continuó
hacia arriba, hasta la última y se detuvo. Rafael volvió a accionar
con rabia el pulsador.
– Maldito trasto, cada día funcionas peor-. Dijo como si el ascensor
fuera un ser vivo.
La cabina de acero se cerró y el habitáculo emprendió una vertiginosa
caída, el vigilante oía el roce metálico y olía el olor a quemado del
calor generado por la fricción. La caída finalizó de improviso, como había
comenzado, el ascensor se paró en seco y sus puertas se abrieron
con brusquedad inusual.
Rafael llevó su mano diestra a la culata del revolver al tiempo que
daba dos pasos atrás, ¿acaso pensaba que podía salir alguien de un ascensor
vació en un edificio desierto? No salió nadie pero sí algo. Las luces
del interior de la cabina estaban apagadas, dentro un humo denso
y helado muy compacto. Al abrirse la puerta el vapor alcanzó el exterior
y comenzó a disiparse como niebla. Un frío horrendo llenó toda la
planta, Rafael quedó petrificado, nunca había visto nada parecido, el
frío le llegó hasta el alma, el pavor, hasta el horizonte de la consciencia.
Por nada del mundo hubiera accedido al interior del ascensor y
tampoco podía permanecer en aquel pasillo eternamente, allí ya no tenía
nada que hacer.
De improviso todas las luces del edificio se apagaron y éste quedó
sumido en la oscuridad más profunda y el frío más rotundo, apenas el
débil haz de luz de su linterna guiaba sus pasos por tan inhóspito laberinto,
sólo oía el eco de sus propias pisadas y los latidos desesperados
de su corazón, el terror se centuplicó y en nada se asemejaba al de
otras noches. El miedo le aconsejaba huir, salir corriendo a toda prisa y
alejarse de aquel edificio endemoniado, no obstante, Rafa hizo todo lo
contrario desoyó el sabio consejo que siempre facilita el temor y se dispuso
a buscar soluciones, a hacer preguntas que quizá fuera mejor no
formular, a encontrar respuestas que tal vez fuera mejor ignorar. Estaba
predispuesto para una larga y dura batalla, estaba preparado para el
peligro. Era la hora del llanto.
De nuevo ruidos, ruidos de hierros contra hierros, metales que chocan
impulsados por manos invisibles o peldaños de escaleras de acero
pisados por pesados calzados que culminan en cadenas. En un principio
pensó que eran pasos en la escalera metálica que conducía a la
cripta lo que se oía y todo su cuerpo experimentó un sobrecogedor escalofrío,
mas pronto se percató de que los sonidos procedían de algún
lugar por encima de donde él se encontraba.
– El campanario, esos ruidos que se oyen proceden del interior de
nuestro vestuario.

Hacia allí dirigió sus precipitadas zancadas y cuando llegó su curiosidad
chocó contra una puerta cerrada que a pesar de su cerrazón no
podía impedir que salieran extraños ruidos del interior del vestuario.
– La puerta está cerrada cuando siempre queda abierta y esos ruidos
desgarradores del interior, es como si alguien estuviera arrastrando
cadenas por el suelo-, una vez más se sorprendió hablando solo,
había ido en busca de respuestas y no iba ahora a quedarse sin ellas.
Revistió de audacia su valor, no ignoraba que hay puertas cerradas
que es mejor no abrir, sabía que hay umbrales que es conveniente no
traspasar, conocía que existen estancias presididas indefectiblemente
por la muerte, aun así tenía que entrar en aquel cuarto.
Desenfundó su revolver a pesar de saber de lo inútil del gesto y propino
una violenta patada a la puerta del vestuario que se abrió con
gran estrépito, al mismo tiempo cesaron los ruidos extraños de manera
tan repentina y misteriosa como habían comenzado y se volvieron a
encender las luces. Estaba apuntando hacia las taquillas cerradas con
un arma y una linterna por completo innecesarias. La normalidad parecía
haber regresado, enfundó el revolver y apagó la linterna guardándola
en su cinturón y entonces de nuevo algo extraño sucedió: unas
manos invisibles con llaves inexistentes que ludían en las viejas cerraduras
de las taquillas abrían a la vez todos los armarios.
– ¿Qué es esto?- Preguntó al viento sabiendo que no obtendría respuesta
alguna.
Las puertas se fueron abriendo de par en par como partes vivas de
un fantasma en plena zarabanda, Rafael asistía al espectáculo anonadado,
por alguna extraña razón ya no sentía miedo, se sentía a salvo
en aquella estancia repleta de misterio.
– ¿Eres tú Álvaro? Tratas de decirme algo ¿no es verdad?
No obtuvo ninguna respuesta, sin embargo la ropa de los armarios
cobró vida de repente y comenzó a salir de los lugares, donde inertes,
permanecían dobladas y guardadas. Las prendas volaban unos instantes,
levitaban fugazmente y caían de nuevo inertes, plegándose en dobleces
inverosímiles. En pocos minutos toda la ropa de los trabajadores
del servicio de seguridad, todos los uniformes de sus compañeros, se
esparcieron por el suelo de toda la habitación en un revoltijo de telas
digno de un mercadillo de oportunidades. Rafael observó algo que ya
intuía, sus prendas permanecían intactas, perfectamente plegadas y
colocadas en la perchas de su taquilla tal como él las había dejado.
– No entiendo nada, ¿qué intentas decirme Álvaro?- Gritó el vigilante
en un vano intento de obtener alguna contestación.
La única respuesta que consiguió fue que algunos armarios se cerraron
con violencia del mismo modo extraño que se habían abierto y
vaciado, otras taquillas por el contrario permanecieron abiertas, desafiando
al joven, invitándole a hurgar en el interior. Rafael no captó la
invitación y así, de las taquillas que habían permanecido abiertas comenzaron
a salir, portadas por entes inexistentes, unas bolsitas de
plástico transparente que contenían un sospechoso polvo blanquecino.
– ¿Era esto lo que me querías mostrar? Supongo que se trata de cocaína,
no es la primera vez que veo algo así.

Una mano invisible y no obstante cargada de ira fue arrojando todas
las bolsas contra el suelo, contra las paredes, contra el techo. En breves
instantes el vestuario quedó sumido en una niebla fantasmal que
producía el polvo de los paquetitos en suspensión. La habitación quedó
convertida en un campo de batalla, el desorden y la confusión reinaban
en el vestuario a pesar de que conforme el polvo caía perezoso y se posaba
sobre las ropas tiradas en el suelo, la calma regresaba a los viejos
muros del edificio.
Rafael cerró la puerta del vestuario como si con ese gesto rompiera
el hechizo y despacio, cabizbajo, se encaminó a su chiscón.
– No sé qué quieres que haga Álvaro pero sé exactamente que debo
hacer.
Nada más llegar al cuarto de seguridad cogió el teléfono y marcó un
número de móvil. No era la hora más propicia para efectuar llamadas,
de todos modos él sabía que esa circunstancia no incomodaría a quien
hubiera al otro lado de la línea. Y fue la voz somnolienta de Morales la
que respondió sin poder ocultar el cansancio.
– Sargento Morales al aparato, dígame.
– Buenas noches sargento, perdón por molestar a hora tan avanzada
de la madrugada, soy Rafael…
– Te he reconocido Rafael-. Interrumpió Morales bruscamente saliendo
de su sopor, su tono de voz denotaba alarma, todos sus sentidos
estaban alerta-. ¿Has tenido algún incidente relacionado con el atentado?
– No, no es por ese motivo la llamada, es otro asunto el que quiero
tratar y no quisiera hacerlo a través de una línea telefónica, ¿cuándo
podemos vernos?
– Si el tema es muy grave voy ahora mismo, si no es muy urgente
podemos vernos mañana a primera hora pero si no me dices de qué se
trata no puedo determinar la premura del caso.
– Son varios casos en realidad y atañen a personas de servicio en
este edificio, creo que la policía debe investigar a fondo ciertos hechos.
– En ese caso y como supongo que estás en horario laboral podemos
desayunar mañana temprano cerca de tu trabajo y me pones al
corriente ¿te parece bien?
– Sí, es perfecto, podemos quedar a las siete y media en la Taberna
del Renco, ¿sabes dónde está?
– No, pero recuerda, soy policía, creo que podré encontrarla.
– Está muy cerca del edificio donde trabajo, en la confluencia de las
calles Bárbara de Braganza y Barquillo.
– De acuerdo, estaré allí a las siete y media en punto, tú pagas los
desayunos por haberme despertado a las dos de la mañana.
– Eso está hecho, yo pago el desayuno y tú desenmascaras a los
malos.
Cansado. Exhausto se sintió al finalizar la conversación; meditabundo
y apático estuvo el resto de la noche. Ya no hizo nada más, sólo esperar,
aguardar sentado e inmóvil a que llegara la hora de irse, de salir
de allí. No hizo nada excepto pensar, debería haber efectuado dos rondas
y no las hizo, debería haber subido al menos a limpiar y ordenar el

vestuario pero tampoco. Permanecía en la silla en incomparable quietud,
con la mirada extraviada, oyendo al silencio y a todas sus profecías
mientras pensaba… pensaba en qué descubriría la policía cuando él les
facilitara las pistas de que disponía y les confesara sus sospechas; pensaba
en Álvaro; pensaba en Eva; pensaba en Rosa. Fue tan larga la noche
que tuvo tiempo de pensar también en Candelaria y ése fue el recuerdo
al que más tiempo dedicó y el que le devolvió alguna posibilidad
de experimentar lo que significaba estar vivo. Una sonrisa un tanto bobalicona
se fue dibujando en el perfil de su rostro y un repentino calor
en los labios le traslado hasta el beso de anoche. No había visto a Candelaria
en todo el día, cuando Rafael se despertó ella ya se había marchado
y cuando él salió hacia el trabajo aún no había regresado, ahora
estaría acostada en la pequeña cama de la habitación de invitados, tapada
la perla negra de su cuerpo bajo las sábanas blancas. ¿Por qué la
había besado? ¿Por qué no dijo nada inteligente tras el beso y selló la situación
con un hasta mañana? ¿Por qué no continuó besándola que era
en realidad lo que quería, lo que necesitaba, lo que anhelaba?
Llegó el alba y con el ella el ansiado momento del relevo, cuando su
compañero Fernando subió al vestuario se quedó observando su reacción.
¿Qué haría al ver el estado en que había quedado el cuarto? A
buen seguro en breves momentos aparecería dando voces de alarma y
él no le diría nada de lo acontecido.
Sin embargo no fue así, Fernando tardó cinco minutos en regresar
correctamente uniformado y sin hacer comentario alguno respecto al
desorden del vestuario. le hizo el relevo, Rafael subió despacio, sin prisas
pero con curiosidad. Al llegar al vestuario todo estaba en orden, todo
impecable como si nada de lo ocurrido durante la noche hubiera sucedido,
incluso él empezó a dudar de si en verdad había o no pasado
algo a lo largo de la noche o sólo fue un mal sueño de su mente desquiciada.
El enigma quedó resuelto cuando se agachó para atarse los
zapatos, cerca de una de las filas de taquillas y casi oculto bajo una de
ellas se veía un montoncito de un polvo blanquecino que evidenciaba la
realidad de la pesadilla.
– Álvaro has vuelto a hacer una de las tuyas, has recogido todo y
me has hecho dudar de mí mismo, afortunadamente has dejado un indicio
para que yo supiera a qué atenerme.
Salió a la calle, mas tarde pasaría a recoger el coche, ya no llovía y
un viento suave, aunque frío, paseaba por la ciudad. Se abrigó cuanto
pudo y caminando sin prisa e inmerso en sus pensamientos se encaminó
a la Taberna del Renco, no volvió la vista atrás y por tanto no pudo
ver que una figura oscura se asomaba a ese rosetón donde nadie humano
podía encaramarse por causa de su desmesurada altura, no volvió
la vista atrás y no supo que un vehículo discretamente oculto entre
el tráfico lo seguía y dos personas en su interior lo vigilaban.

2 comentarios:

ANA MARÍA ARROYO dijo...

Seré breve... ME ENCANTAAAAAAAAAAAA.

La profecía del silencio dijo...

Seré breve...gracias.