Cuando nací era apenas una mota de polvo en la
inmensidad del universo, un copo de nieve desvalido y frío. Fui creciendo, a lo
largo de los años he ido incrementando mi tamaño, mi fuerza, mi poder...
Ahora
cercano ya mi ocaso viajo sin rumbo, hacia donde las caprichosas corrientes
quieran llevarme. Estoy cansado para resistirme al destino inexorable, son ya
miles de años de gélida existencia. Me restan apenas unas semanas de vida y sin
embargo siento que todavía tengo un objetivo, una misión por cumplir que me ha
sido asignada contra mi voluntad y será mi eterno castigo.
El
sol tímido de esta fría primavera calienta y deteriora mi espalda, de tal forma
que deja de serlo. Un pedazo de mi piel sufre una herida, se rasga mi cuerpo,
se abre la brecha y acaba por producirse la amputación. Es entonces cuando,
mutilado, pierdo el equilibrio, me desestabilizo y vuelco... y ruedo... y me
deslizo en espiral sobre mi mismo hasta que, por fin, encuentro una posición
cómoda y vuelvo a estabilizarme, a equilibrarme y mi reverso es ahora mi
anverso y, continúo viajando con nuevo diseño e imprevisible disfraz.
Las
noches son más calmadas, el sol se esconde, la temperatura baja hasta límites
de congelación, recupero fuerzas me aferro a la existencia con garras de hielo
y sigo dejándome llevar, patinando a la tenue luz de las estrellas.
Qué
noche tan oscura, qué silencio tan atroz, qué frió tan yerto y qué siniestra
profecía rodando por mis laderas. No hay luna, el océano está en absoluta
quietud; sin olas donde mecer mi sueño, me desvelo. Un Titán de hierro se
acerca desafiando mis gélidas fronteras y yo nada puedo hacer, soy una vetusta
montaña helada carente de movimiento voluntario, condenada a desaparecer en
unas semanas, a desvanecerme, evaporándose mi caparazón todavía invencible.
Rugen
mis hielos, cruje mi esqueleto como si tratara de alertar a los guerreros que
me desafían. Sé que no pueden ganar, sé que van a perder, a morir, a hundirse
en la nada líquida, fría y oscura.
Está
muy cerca el gigante de acero, de su cuerpo casi tan gélido como el mío se
desprende una música alegre, con aspiraciones de tonadilla celestial. A day with
you, interpreta la orquesta. Puedo diferenciar el lánguido roce de las cerdas
en las cuerdas del violín. Cierro los ojos para disfrutar todas y cada una de
las notas de esa orquesta.
_
¡Iceberg adelante, es enorme!- exclama la voz de Frederick Fleet al tiempo que
suena una campana, tres tintineos urgentes con ausencia de alegría.
_
Todo a babor, paren las máquinas- grita Murdoch viéndome demasiado cerca,
demasiado grande, demasiado... tarde.
La
orquesta no se ha enterado de la alarma, sigue sonando a day with you. Un día
contigo, me gustaría tener todo un día para disfrutar tu presencia majestuosa,
tu tecnológica belleza, tu música magistral, sin embargo solo disponemos de 500 metros, de 35
segundos, tras esos breves momentos todo cambiará, nuestro encuentro, nuestro
fugaz contacto, nuestro mortal beso de mármol, cambiará toda una forma de
pensar, cerrará una época y mi desaparición inexorable será tu fama eterna.
Te
acercas, intentas esquivarme, evitar lo inevitable. Golpeas la parte de mi
cuerpo que mantengo sumergida en el agua, me arrancas fragmentos que ya no
siento míos, rugen tus aceros con mi contacto y te estremeces, no de amor sino
de miedo.
_
Todo a estribor- ordena el oficial en desesperado intento de alejar las hélices
de mi tacto. El golpe ha hecho desafinar al chelo y también se ha tambaleado el
violinista, a day with you deja de sonar mientras te alejas para siempre de mi
gélido aliento. La suerte está echada, ambos moriremos aunque tú vivirás por
siempre en la profundidad del recuerdo. Yo desapareceré, es mi destino, aunque
por unas horas más, allá, a lo lejos, en el negro horizonte de la noche sin luna,
oigo a la orquesta tocar músicas alegres mientras me derrito. No vuelve a sonar
a day with you, se difuminan las notas hacia songe dautum y definitivamente a
nearer my god to thee y después... tus luces se apagan, gritos de pánico hacen
olvidar a los instrumentos de la orquesta. Crujen mis hielos, rechinan mis
nieves desapareciendo en lágrimas a destiempo, telón negro en un escenario
plagado de cadáveres.
Un día contigo, apenas un leve
roce, un simple beso y la orquesta interpretando nuestra canción para toda la
eternidad. Conocerte me ha recompensado los milenios de sufrimiento, ha
merecido la pena una vida tan larga, fría y solitaria.
Siento
haberme cruzado en tu camino, quise avisarte, intenté apartarme, quise darte
una tregua para amarte, pero el destino ha querido que vivamos eternas leyendas
separadas.
2 comentarios:
El otro punto de vista... Interesante.
No puedo evitar establecer un pararalelismo entre esta historia y las relaciones personales, que tantas y tantas veces chocan de forma abrupta, traumática, y acaban hundiéndose para siempre.
Un abrazo.
Sí, Javier, o también las que chocan y tratan de mantenerse a flote a pesar del golpe y el iceberg. En este caso yo sólo quería ser el iceberg, ver la historia desde el punto de vista que nunca me la había planteado.
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