lunes, 3 de octubre de 2011

Capítulo XXII: Falsas alarmas



Un nuevo capítulo de "La profecía del silencio"
La fotografía es el cartel anunciador del encuentro de autor del día 13, os espero en Espacio ComuniKarte, calle Negritas 13 de Valdemoro, a las 19,30 horas, durante el acto se presentará el poemario: "En la piel del verso" de Ana MªArroyo.




La soledad es peligrosa: cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos
nuestro espíritu de fantasmas.


Guy de Maupassant




CAPÍTULO XXII


Falsas alarmas


(15- 12- 1999)


Y de golpe, bruscamente, desapareció la noche, se difuminaron los fantasmas,
amanecieron nuevas esperanzas y el silencio se fue llenando
de sonidos y de vida.
Al salir del trabajo no fue a la taberna del Renco, no quería ver a Rosa,
no podía afrontar su mirada, necesitaba un bar desconocido donde
ser un cliente anónimo, un lugar donde emborracharse, embotar sus
sentidos y dormir su alma antes de regresar a casa e intentar dormir al
cuerpo.
No le sentaba bien el alcohol, ni su cuerpo ni su mente lo toleraban,
sin embargo aún no se arrepentía de haberlo ingerido en grandes dosis.
Los trinos de los pájaros y el sol que se colaba en sus ojos por sus
párpados apenas entornados le indicaban que era media mañana. Su
caminar torpe, su cerebro aturdido y la sonrisa bobalicona eran indicadores
de su estado. Estaba cansado y embriagado, al menos conciliaría
el sueño sin problemas suponiendo que acertara con la llave correcta
en la cerradura.
Lejos de su casa, en el edificio donde prestaba servicio, el jefe de
seguridad, Dionisio, se enfrentaba con la correspondencia acumulada;
entre ella, seis sobres habían permanecido esperando a que su destinatario
los abriese desde el viernes por la mañana. Uno de ellos le pareció
extraño, no constaba remitente, además su contenido era irregular,
más abultado por un lado que por el otro. Lo manipuló con cuidado
estudiando sus características, decidió que no era nada peligroso pues
tenía claramente grabada en una de sus solapas y en color rojo intenso
las palabras: correo revisado. Lo abrió, dentro sólo un folio doblado
varias veces, lo desdobló, entonces lo vio y el estupor hizo palidecer su
rostro.
Una sustancia blanca y pegajosa cubría sus manos e incluso pringaba
parte de su ropa. Por su mente pasaron muchas sensaciones en poco
tiempo, ninguna de ellas era buena; de todos modos decidió que el
daño, si existía, ya estaba causado por tanto terminó de abrir el folio,
era una nota anónima confeccionada con recortes de periódicos; leyó
con avidez y no sin dificultad el texto.
En esta ocasión se trata de una falsa alarma, una mezcla inocua,
una advertencia. La próxima vez el envío será de verdad, será ántrax.
Si quieres evitarlo deberás seguir las instrucciones que recibas en

nuestros próximos comunicados, no queremos causar daño, sólo queremos
dinero.
Se dejó caer de golpe contra el respaldo de su sillón al tiempo que
suspiraba aliviado, sus mejillas fueron recuperando el color, incluso se
colorearon en exceso pues cruzó la frágil frontera que separa el miedo
de la ira y empezó a precisar de la presencia de un culpable a quien imputar
el error. La necesidad de una cabeza de turco le llevó a pensar en
Rafael, de todos modos lo primero era lavarse; se dirigió al comedor
que estaba más cerca de su despacho que los lavabos y se libró allí del
incomodo y pegajoso polvo blanco, minutos más tarde, de nuevo en su
despacho, descolgó el teléfono y llamó a Carlos.
– Carlos ven a mi despacho inmediatamente-. Fue su escueto mensaje.
En menos de dos minutos el jefe de equipo estaba en el despacho
del jefe de seguridad del edificio.
– ¿Qué ocurre?- Interrogó el recién llegado un tanto amedrentado.
– ¿Ha habido algún problema con la revisión del correo en los últimos
días?
– Sí, Fernando tuvo un pequeño incidente el viernes, ¿por qué?
– ¿En que consistió ese pequeño incidente y por qué no se me informó?
– Intenté localizarte para comunicártelo, tenías el móvil desconectado-.
Adujo disculpándose Carlos.
– Cuéntame qué ocurrió-. Ordenó Dionisio agotándose ya su paciencia.
– Al proceder a la revisión del correo Fernando se manchó las manos
con un polvo blanquecino, fue al servicio médico, le dijeron que
permaneciera en su domicilio hasta saber que era la sustancia, está
preocupado aunque no parece nada peligroso. Yo hice una nueva revisión
del correo, no hallé nada extraño.
– ¿Nada extraño dices?, mira esto-. Le dijo señalando la nota anónima
sin llegar a tocarla.
Carlos la cogió y la leyó con sorpresa creciente, sus manos quedaron
impregnadas de un polvo blanco que le resultaba conocido. La voz
del jefe de Dioni se percibió en el incómodo silencio del despacho.
– Ya puedes llamar a Fernando y tranquilizarle, la cuarentena ha
terminado. Deberíais haber prestado más atención y me tendrías que
haber notificado lo ocurrido el mismo viernes aunque hubieras tenido
que ir personalmente a buscarme. Esta cosa pegajosa, en lugar de una
simple guarrería, podía haber sido una sustancia letal y para colmo de
desgracias no podemos ni cargar la culpa sobre la espalda del listillo-.
Carlos aguantó el temporal ligeramente avergonzado, aunque en su interior
se sentía aliviado al conocer la inocuidad de aquel polvo maldito.
Cuando amainó la tormenta se dispuso a comunicar a su compañero la
noticia para liberarle también de la angustia de la incertidumbre, no sin
antes acordar con Dionisio que aquel error garrafal del servicio de seguridad
quedaría en secreto y pasaría cuanto antes al olvido.
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Los ruidos incesantes de la calle despertaron a Rafael. Tenía un gran
dolor de cabeza y el estómago daba vueltas sobre sí mismo como una
lavadora, no obstante se obligó a salir de la cama. Trastabilló por el pasillo
y a duras penas logró llegar al cuarto de baño. La ducha con agua
tibia logró ahuyentar el sueño pero no consiguió mejorar su resaca. Intentó
desayunar, sin embargo tras media hora larga de contemplar el
café comprendió que no podría ingerir alimento alguno. Deambuló de
la cocina al salón con las fuerzas justas para llegar hasta el sillón. Le
dolía la cabeza, le dolía el corazón, necesitaba una aspirina para la resaca
y un antídoto eficaz contra la soledad. Por el contrario lo que obtuvo
fue un lacerante sonido penetrando en su cerebro, era el timbre
del teléfono, no contestó, no esperaba ninguna llamada y podía ser
Carlos para algún asunto de trabajo.
No era su jefe de equipo, Carlos estaba realizando una llamada en
ese preciso instante pero no a él sino a otro compañero suyo, a Fernando,
quien por cierto también se hallaba alicaído y derrengado en el
sofá de su casa, con barba de tres días, en pijama y con aspecto de enfermo
terminal.
– Dígame-. Fernando sí respondió a la llamada.
– Fernando soy Carlos, buenas noticias, el polvo blanco es inofensivo,
falsa alarma, el sobre que contenía la sustancia estaba destinado a
Dionisio, por eso escapó a la segunda revisión que hicimos, contenía
un mensaje anónimo, una amenaza, pero en cualquier caso afirmaba
que el polvo blanco era inocuo.
– ¡Menos mal!- Suspiró aliviado Fernando-, llevo todo el fin de semana
encerrado, solo y deprimido creyéndome victima de una enfermedad
incurable.
– Pues ya te puedes olvidar de la depresión y de la enfermedad,
mañana te reincorporas al trabajo.
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Rafael no comió nada aquel día pero después de la hora de la comida
se encontraba un poco mejor, ligeramente recuperado. Aprovechando
que había resucitado de la resaca decidió ir a ver a Rosa y salió a la
calle. En el exterior lucía un sol espléndido inusual en aquellas fechas
que proporcionaba a la ciudad una aureola de alegría precisamente todo
lo contrario que en su interior, por donde atravesaba una borrasca
que teñía su alma de un triste gris ceniza. De todos modos ver a Rosa
le produjo un sentimiento agradable.
– Hola Rafa-, saludó la chica alegrándose de ver a su amigo-, ¡qué
raro verte por aquí a estas horas! Te esperaba esta mañana pero no
esta tarde.
– Esta mañana estaba muy cansado y me fui a casa-, se disculpó
Rafael mintiendo-, y esta tarde estaba sólo, aburrido y con una amenaza
de depresión rondándome así que sentí la necesidad de verte.
– ¡Ah, muy bien!, me lo tomo como un cumplido, aunque la cara
que pones no se corresponde con atenciones.
– Bueno tú no hagas caso de mi gesto, ya te he dicho que me encontraba
al filo de la depresión y añadiré que padezco algo de resaca,
quizá eso explique mi mala cara.

– Y ¿es cuando se unen esas dos circunstancias adversas, desaliento
y malestar etílico cuándo sientes deseos de verme?
– Yo siempre tengo deseos de verte Rosa, sin embargo hoy también
tengo intención de hablarte.
– Ya sabía yo que en tu rostro había preocupación, eres igual que
Álvaro, no puedes ocultar tus sentimientos, eres incapaz de dominarlos
y afloran al exterior.
– Y ¿eso es un defecto o una virtud?
– Depende, a mi me parece una virtud, en parte fue eso lo que me
hizo enamorarme de Álvaro.
– Entonces puedo albergar esperanzas de que también te enamores
de mí.
– Bueno, en realidad es difícil pero cosas mas complejas han visto
mis ojos-. Dijo la joven sonriendo.
– De quien no debes enamorarte es de Antonio-. Añadió Rafael sin
sonreír.
– ¿Antonio, qué Antonio?
– Ya sabes Antonio, agencia de viajes calle farmacia.
– Pero Rafa ¿te has vuelto loco?, tú no estás de resaca, tú estás totalmente
embriagado.
– Te vi paseando con él el otro día, charlabais de forma muy amistosa.
– Y ¿sólo por eso ya piensas que estoy enamorada de él? Hablábamos,
eso es todo, me ha visto un poco decaída últimamente y quería
ayudarme.
– ¿Ayudarte dices?, lo que quiere es aprovechar tu debilidad en beneficio
propio.
– Exacto, tú lo has dicho, Antonio no me ama, solo quiere sexo, y yo
ni le amo ni le quiero ni le aprecio, y por supuesto no quiero sexo con él.
– Tal vez me estoy metiendo donde no me llaman.
– No Rafa, me gusta que te preocupes por mí, de verdad, me siento
halagada, pero por favor no veas gigantes donde no hay ni tan siquiera
molinos.
– Me alegro de oírte decir eso, cuando os vi juntos el corazón me dio
un vuelco y se me puso un nudo tan grande en el estomago que tuve
que diluirlo en alcohol para poder digerirlo.
– ¿No sería un ataque de celos?- Dijo Rosa bromeando una vez más.
– Pues no te diría yo que no-, respondió Rafael sin bromear del todo-,
o eso o que estoy más nervioso que de costumbre.
– Yo creo-, Rosa puso voz de perdonar la vida a su interlocutor y
además empleó un largo silencio para captar su atención-, creo que lo
que a ti te ocurre es que estás solo desde hace mucho tiempo, la soledad
no es buena compañera, la soledad es peligrosa: cuando estamos
solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas. Lo sé
por experiencia.
– ¿Esa idea es tuya o de Eva? Lo digo porque hace unos días tuve
con ella esta misma conversación y acabó insinuando que tú y yo deberíamos
estar juntos.

– No sabía nada-, adujo sorprendida la joven, de todos modos yo te
iba a dar la idea de que tú y ella, bueno ya sabes, Eva también está sola.
– Sí eso le dije yo en aquella ocasión y fue entonces cuando comenzó
a temblarle la voz y a responder con evasivas-. Rosa intentó ahogar
la risa que las palabras de Rafael le habían provocado, sin embargo
ambos prorrumpieron en sonoras carcajadas al instante; cuando éstas
se extinguieron entre las notas de una canción de Silvio Rodríguez: “oh
melancolía, novia silenciosa / intima pareja del ayer; / oh melancolía,
amante dichosa / siempre me arrebata tu placer; / oh melancolía, señora
del tiempo, / beso que retorna como el mar; / oh melancolía, rosa
del aliento, / dime quien me puede amar.
– ¡Vaya!-, exclamó Rafa con un suspiro-, no es ésta la canción más
adecuada para terminar esta conversación.
– Eso tiene fácil remedio, cambiaré el disco si quieres.
– No, lo que quiero es quedarme tranquilo respecto a lo de Antonio,
entonces tú y él...
– Nada Rafa, entre Antonio y yo nada, de verdad, aunque fuese el
único hombre existente sobre la capa de la tierra. Lo que no comprendo
es como se te ha ocurrido esa idea tan absurda.
– No soy el único a quien se le ha ocurrido. Dijo Rafael comprendiendo
de inmediato que había cometido un error pues no quería poner
a Rosa al corriente de los extraños sucesos acontecidos en el edificio el
viernes por la noche y que él había atribuido al espíritu de Álvaro.
– ¿No?, y ¿puedes decirme a quién más se le ha ocurrido?
– A Álvaro-. Pensó y estuvo a punto de decirlo, sin embargo cambió
en el último instante la respuesta y dijo-, a Antonio.
– Lo tuyo es paranoia Rafa, te aseguro que Antonio sabe de sobra
que conmigo no tiene nada que hacer aunque en ocasiones necesita
que yo se lo recuerde.
– De acuerdo Rosa ya no insisto más, y me voy a ir yendo hacia casa,
no sé si tengo más sueño que hambre o más hambre que sueño.
– Vete a dormir, y no hagas más locuras este año en los últimos
tiempos haces más de las debidas.
– Tienes razón, como casi siempre.
– Por cierto Rafa, ya que muestras interés por mí, voy a confesarte
un secreto, no debes decírselo a nadie para que siga siendo secreto, no
lo conoce ni mi padre, estoy preocupada por otro asunto.
– No me asustes Rosa, lo de Antonio me ha tenido en vilo y ahora
que me quedo más tranquilo surge otro problema. ¿No será nada malo?
– Depende, estoy embarazada-. La sorpresa que reflejó el rostro de
Rafael fue mayúscula, no acertaba a pronunciar palabra alguna, tan
sólo miraba a la chica sin pestañear-. De tres meses, y antes de que
me lo preguntes te diré que es de Álvaro.
– No sé si debo felicitarte.
– Sería motivo de felicidad si el viviera, de este modo no lo tengo
claro-, una lágrima silenciosa cayó por las mejillas de la joven.

– Y ¿cómo te encuentras?, a lo mejor no debes continuar trabajando.
– Estoy bien, tengo las molestias típicas pero bien, en cuanto al trabajo
por ahora no me perjudica demasiado, dentro de dos o tres meses
será otra cuestión.
Rafael abrazó a su amiga salvando a duras penas el obstáculo de la
barra y susurró en su oído:
– Puedes contar conmigo en cuanto necesites. De verdad, lo que
quieras, estoy dispuesto hasta a casarme contigo.
– Gracias no esperaba menos de ti-. Dijo Rosa y ambos sonrieron.
– Me marcho ya.
– ¿Te veré mañana?
– No creo, trabajo por la noche así que nos veremos el miércoles a
la hora del desayuno.
– Pues hasta el miércoles entonces, ¡qué te vaya bonito!
– Cuídate mucho Rosa y bromas aparte de verdad puedes contar
conmigo.
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Fernando estaba celebrando el final de su aislamiento, su regreso a
la vida. Había salido apenas terminó su conversación con Carlos, había
ingerido algunas copas más de las políticamente correctas y estaba
pensando en seguir la juerga buscando compañía femenina por los clubes
de los alrededores cuando recordó que mañana se incorporaba al
trabajo y por lo tanto debía madrugar.
– Bueno pues me tomo la penúltima y me voy a casa-, dijo hablándose
a sí mismo en voz alta.
Una chica joven y atractiva entró en el local y se situó muy cerca de
Fernando.
– Hola-, le dijo sonriendo antes de pedir su consumición.
– Hola-, respondió él sin que la voz llegara a percibirse por encima
de los decibelios que emanaban del equipo de música. Aprovechando
que la chica ya no lo miraba recorrieron sus ojos todo su cuerpo desde
los pies a la cabeza sin perderse un detalle hasta que ella sintiéndose
observada se giró y sus ojos glaucos se posaron en los de Fernando.
– Me decías algo-. Preguntó creyendo que le hablaba y no lo oía como
no había oído el saludo.
– No, no he dicho nada aún, tu belleza me ha dejado sin palabras.
– Gracias-, adujo la recién llegada sonriendo una vez más-, ¿estás
solo?
– Lo estaba, ahora estoy contigo-. Respondió con valor mientras
naufragaba entre la incesante sonrisa y los preciosos ojos verdosos.
– ¿Vienes mucho por aquí?
– Es la primera vez, grave error por mi parte, debería haber venido
antes para poder conocerte.
– No creas yo también es la primera vez que vengo, me he peleado
con mi novio y me he refugiado en el primer sitio abierto que he visto
para darle esquinazo. Por cierto me llamo Julia ¿y tú?
– Fernando-, no había terminado de pronunciar su nombre cuando
la chica le dio dos besos, uno por mejilla, con su cercanía empezó a
percibir su perfume y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Se enfrascaron en una conversación amena aunque él no prestó demasiada
atención; también se olvido de que mañana debía madrugar y
de que no sería prudente seguir bebiendo. Casi todo era indiferente ya,
de estar recluido en casa, deprimido y a un paso de la muerte, había
pasado a estar pletórico, vivo frente a una preciosa mujer que parecía
querer su compañía; no tenia oídos sino para ella y por eso no escuchó
la canción de los Suaves: “Palabras para Julia” que sonaba en el bar;
sólo tenía ojos para aquellos preciosos ojos verde azulados y por eso
no vio a un hombre que, solo, acodado en la barra en el fondo del local,
les observaba y no los perdía de vista.
– ¿Tomamos otra copa?- Preguntó Fernando en un instante que la
conversación se extinguía.
– Creo que no, prefiero que me acompañes a casa, vivo aquí cerca
y no quisiera encontrarme con el pesado de mi ex novio en el camino.
– De acuerdo, será un placer acompañarte-. No le pasó desapercibido
a Fernando que en el transcurso de aquel encuentro misterioso el
novio de la joven había pasado a ser ex novio, por el contrario sí le pasó
por alto que inmediatamente detrás de ellos un hombre bien vestido
abandonó el local.
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No era demasiado fría la noche cuando Rafael llegó al portal de su
casa, sin embargo, la mujer que le aguardaba trataba por todos los
medios de ceñir el abrigo a su cuerpo tembloroso.
– Hola Rafa te estaba esperando-. Saludó Candelaria con una sonrisa
tímida en su rostro mientras se acercaba a él y le daba dos sonoros
besos en las mal rasuradas mejillas.
– Hola Candelaria ¡qué sorpresa!, ¿cómo tú por aquí a estas horas?
– Ya ves, vengo a pedirte un favor y a abusar de tu caridad-. Respondió
perdiendo la sonrisa.
– ¿Por qué, qué ha ocurrido?- Interrogó Rafael ligeramente asustado.
– He tenido que abandonar el albergue, hay demasiada demanda,
demasiadas personas sin hogar que necesitan el servicio y yo era una
de las que más tiempo llevaba hospedada, digamos que ha caducado
mi estancia allí. Cuando me lo han comunicado he intentado ocupar el
piso de la empresa, donde viviré cuando empiece a trabajar pero hasta
que no sea efectiva mi alta en la plantilla no puedo hacerlo, así pues
estoy en la calle y he pensado, como tú vives solo, pedirte asilo. ¿Podrías
albergarme durante unos días hasta que empiece a trabajar y
pueda trasladarme al piso de mi jefe? Puedo dormir en el sofá o en
cualquier rincón.
– Por supuesto, te alojarás en mi casa hasta que tú quieras, vamos
a subir que estás helada.
– Gracias-. Candelaria sonreía aunque a la par sus ojos vertían lágrimas-.
Serán solo dos o tres días.
– No tengas prisa por marcharte, tengo una habitación libre y no me
causas ninguna extorsión, puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

Candelaria ocupó la habitación que Rafa le indicó en poco tiempo
pues no sacó de su maleta más prendas que la exclusivamente necesarias
para pasar la noche. Mientras ella se enfundaba en su camisón
blanco de lino que realzaba el color oscuro de su piel suave Rafael se
sentó a ver las noticias en la televisión.
Cepilló su cabello y salió al salón a despedirse de su benefactor.
– Me voy a acostar ya, estoy muy cansada y mañana tengo algunas
cosas que solucionar-. Dijo con repentina timidez.
– De acuerdo, pues hasta mañana-. Dijo Rafa levantándose-. Y recuerda,
estás en tu casa, quiero que te sientas cómoda.
– Gracias-. Sus ojos se encontraron, el silencio poderoso anestesió
los sentidos, mil palabras quedaron escondidas y todas ellas fueron
pronunciadas de golpe cuando se fundieron en un romántico beso.
Afuera la noche, todo oscuridad, frío y silencio, asustaba; dentro
dos cuerpos abrazados descubren la tibia piel del otro, los labios se separan
y los ojos un tanto avergonzados buscan algo en el suelo. Hasta
mañana y que descanses fue lo único que acertaron a decirse y después
la figura menuda de Candelaria en blanco y negro se desliza de
puntillas a pequeños y rápidos pasitos hasta su habitación mientras
Rafael se queda pensando en ese beso y siente que no es la primera
vez que la besa. Y en efecto está en lo cierto pues ellos ya se habían
besado anteriormente en alguno de sus mejores sueños.
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El frío se intensifica conforme la noche avanza, no obstante eso no
amilana a una pareja que se comen a besos en un fastuoso portal de la
calle Serrano.
– Sería mejor subir a tu casa, empieza a hacer frío-, dice Fernando
en un breve paréntesis que han intercalado entre besos.
– No, debemos despedirnos, ya es demasiado para un primer encuentro-.
Argumenta Julia-. Además recuerda, hace pocas horas que
acabo de quedarme compuesta y sin novio, debería estar más compungida.
– Ya sabes el dicho: a rey muerto rey puesto.
– Sí pero es mejor ir despacio, si quieres nos vemos mañana.
– ¿En el mismo sitio y a la misma hora?
– Sí-, respondió escueta.
– Pues hasta mañana entonces.
Se abrazaron y se besaron, ella entró en el portal, él caminó calle
abajo percibiendo el eco de sus pasos y con la sensación de que no era
la primera vez que besaban sus labios aquellos labios.
– Quizá la he besado en mis fantasías pues es la mujer de mis sueños-.
Dijo en un susurro precisamente cuando se cruzaba con un hombre
bien vestido en el cual no había reparado pero que no era la primera
vez que se encontraba en su camino. Aquel hombre elegante se detuvo
frente al portal donde Fernando acababa de dejar a Julia, volvió la
vista hacia él, después introdujo las dos manos en los bolsillos; esa era
la señal convenida, el gesto que significaba que Fernando ya se había
marchado y que no había peligro, sólo entonces Julia, que no se llamaba
Julia, salió del portal.

– ¿Cómo ha ido todo?- Interrogó el hombre sin apenas mirar a la
mujer.
– Bien, ha picado el anzuelo, no ha resultado demasiado difícil.
– De acuerdo entonces mañana, seguiremos con el plan previsto.
– Sí-, respondió escueta-, hasta mañana entonces.
El hombre continuó paseando con aire de distracción perpetua hasta
desaparecer en la oscuridad, al doblar la esquina se subió a un todo
terreno gris cuya matrícula era M–3051- MU. La mujer, de falso nombre
Julia, subió a un apartamento alquilado por una empresa constructora
de dudosa existencia. Fernando, ignorante de todo lo que sobre él
se cernía caminó raudo y feliz hasta su casa. Sin saber muy bien el
porqué se sorprendió tarareando una canción.
– La vida es bella y ya veras / como a pesar de los pesares / tendrás
amigos, tendrás amor, tendrás amigos / un hombre solo una mujer /
así tomados de uno en uno / son como polvo no son nada / que no son
nada / entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí pensando
en ti / pensando en ti / como ahora pienso... Julia.

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