Os dejo uno de los relatos de mi última publicación, es el primero de la trilogía miradas, espero que os guste y os lleve a la lectura del resto.
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MIRADAS
EN EL TREN DE LA VIDA
Miradas.
Dos miradas confluyen entre la muchedumbre y sin conocerse,
comprenden que se buscan. Dos personas se miran, se
observan, el mundo parece haberse detenido cuando uno de
ellos empieza a caminar recorriendo la breve distancia que
los separa.
Miradas muy cercanas y enfrentadas, la historia de sus
vidas se ha paralizado en un triste paisaje de una mañana fría
de otoño, el hombre más joven saca su cartera del bolsillo y
muestra una placa de identificación, gesto inútil, pues la mirada
del vigilante no se ha retirado de las pupilas esmeraldas
que le desafían.
—¿Estaba usted de servicio ayer por la mañana? —pregunta
el propietario del iris glauco.
—Sí —responde escueto el de la esclerótica marrón.
—¿Intervino usted en el accidente que ocurrió en la vía
cinco? —interroga el de la mirada triste.
—Sí —reitera el de la mirada inquieta.
El joven guarda la placa en el bolsillo trasero de su pantalón
vaquero, por primera vez las miradas dejan de mirarse,
los ojos verdes miran al suelo como si buscaran restos de sangre
en el andén, los ojos castaños miran al cielo gris ceniza de
la estación como si buscaran un milagro.
—Quiero preguntarle qué ocurrió, necesito conocer todos
los detalles, el hombre que ayer sufrió el accidente fue mi
padre.
—No era necesario mostrar su identificación, le hubiera
atendido de cualquier modo aunque no fuera usted miembro
de los cuerpos de seguridad del Estado.
—Lo sé, disculpe, es un acto reflejo, simple deformación
profesional.
—¿Quiere que vayamos a la cafetería o a algún lugar más
tranquilo?
—No, gracias, prefiero reconstruir los acontecimientos
sobre el terreno, si a usted no le molesta.
Los párpados cayeron lentos sobre el iris marrón, comenzaron
un breve paseo y al mismo tiempo, se inició el relato
del vigilante.
—La primera vez que los vi bajaban apresurados la escalera,
deprisa pero sin llegar a correr, con el nerviosismo característico
del inexperto que teme perder el tren. Su padre
llevaba la maleta, que parecía muy pesada, su madre portaba
los billetes en su mano diestra.
—Solo era un billete, mi padre no tenía previsto hacer el
viaje —dijeron unos labios por debajo de la glauca mirada,
mientras que silentes permanecieron los que sorprendidos
quedaron bajo la mirada oscura.
—Ambos subieron al tren, era el Estrella Picaso, iba con dirección
a Málaga, faltaban cinco minutos para su partida. Los
estuve viendo a través de la ventanilla, me llamó la atención
lo cariñosos y desinhibidos que se mostraban, se abrazaban,
se besaban, se miraban y se miraban. Dudé, no supe discernir
si iban a viajar juntos o se despedían.
—Se despedían, mi padre no tenía previsto hacer el viaje
—insistió la voz perteneciente a la mirada verde, sin obtener
respuesta de la voz de la mirada marrón.
—Dieron la salida al tren y comenzó la marcha, cogió velocidad
poco a poco, los dos seguían dentro del tren. Ya me disponía
a abandonar el andén y continuar con mis obligaciones cuando
la puerta del vagón se abrió y su padre... saltó del tren. —En su
singular paseo habían llegado casi al final de la estación, un
amasijo de raíles rielaban, se confundían unos sobre otros en
un gris laberinto de aceros, a sus pies el otro gris, el gris asfalto
del andén, aparecía salpicado por gotas de sangre—.
Cayó aquí, pensamos que se había entretenido en exceso en
la despedida de su esposa y cuando se percató y quiso apearse,
el tren ya estaba en movimiento, el impacto contra el
suelo fue brutal, aunque tuvo suerte de no caer dentro de la
vía, que es lo que casi siempre ocurre en estos casos, terminando
arrollado por los vagones.
—¿En estos casos dice?, ¿acaso sucede a menudo?
—No con frecuencia, pero tampoco resulta extraño,
mucha gente sube las maletas de sus seres queridos, se despiden
y cuando se dan cuenta el tren ha iniciado el viaje.
Miradas que coinciden en el mismo punto del universo.
El verde mezclado con el magenta de la sangre vertida forma
un morado nazareno mientras a su lado esa misma sangre
unida con el marrón se convierte en carbón. El gris asfalto del
andén dibuja la depresión y la consternación.
—Cuando eso ocurre no se debe intentar abandonar el tren,
es preferible esperar a la primera estación, en Aranjuez hubiera
podido tomar un tren de cercanías para regresar y habría
perdido un par de horas de su vida, de esta forma, a punto
estuvo de perder toda la vida. Pero tuvo suerte, eché a correr,
en apenas unos segundos llegué a su lado, taponé con mi chaqueta
sus heridas y comencé las maniobras de reanimación
mientras mi compañero llamaba a una ambulancia. Tuvo
suerte, lo recuperé y pude mantenerlo vivo hasta que llegó el
SAMUR, tuvo suerte, apenas tardaron diez minutos en llegar
cuando lo mínimo suele ser justo el doble.
—Lo que no entiendo es por qué tardó tanto tiempo en despedirse
y por qué lo hicieron dentro del tren y no en el andén.
—Yo creo que no se despedían —adujo la voz de la pupila
marrón—. Iban a hacer el viaje juntos.
—No, imposible, mi padre no tenía previsto hacer el viaje.
—Cuando estaba llegando junto al cuerpo de su padre vi
caer algo por la ventanilla del vagón donde viajaba su
madre, es muy probable que ella no se diera cuenta del accidente.
—El vigilante sacó del bolsillo interior de su chaqueta
un cartón cerrado en dos dobleces—. Cuando todo pasó y su
padre fue evacuado, sentí curiosidad por ver que había caído,
era el billete de su padre, aquí lo tiene, asiento número veintiséis,
destino Málaga, y su nombre.
Los ojos glaucos leyeron los datos impresos en el billete.
La voz ronca, herida, pronunció palabras oscuras con sabor
a hiel.
—La maldita bruja consiguió engatusarlo al final.
Las córneas color castaño bizquearon al oír aquella sentencia.
... Esa mujer no era mi madre —confesaron con los párpados
entornados, los ojos verdes—, era su amante, en la maleta
iban todas las joyas de mi madre, todo el dinero de la familia,
le dejamos hacer, no nos importaba el engaño, ni la pérdida
del dinero, iba a despedirla, a abandonarla. Debió embaucarle
con sus malas artes y en el postrer instante decidieron
irse juntos.
—¿Estás aquí como hijo o como policía? —interrogó nerviosa
la mirada parda apeando el tratamiento por vez primera
en la conversación.
Era una buena pregunta que llevaba implícitas otras muchas
más: ¿entregó el dinero por su voluntad o se lo arrebataron?
¿Compró él su billete o se lo compraron? ¿Saltó del
tren por culpa de un descuido o lo tiraron de modo mal intencionado?
¿Había ido en nombre de la justicia o en el de la
venganza?
—Solo quiero aplacar las dudas, satisfacer la curiosidad,
saber que intención tenía mi padre.
—Bueno, eso será tan sencillo como preguntarle a él
cuando se recupere.
La mirada marrón advirtió que los lagrimales de la mirada
glauca vertían unas perlas cristalinas mientras la voz ronca
se atiplaba bajando el diapasón.
—No tuvo tanta suerte, llegó con vida al hospital, la operación
de urgencia salió bien a pesar de lo delicado de la situación,
sin embargo, esta madrugada todo se complicó. Su
corazón no resistió tanta presión.
—Vaya, lo siento, creí... yo creí que lo habíamos conseguido.
—Hicisteis cuanto pudisteis y os lo agradezco.
La mirada glauca tendió su mano diestra con gesto sincero
y estrechó la de la mirada marrón.
—¿Has venido como policía o como hijo?
Se marchó como vino, envuelto en un halo de triste silencio
y sin respuesta. Se alejó muy despacio de allí, en sus labios
había una sombra, tal vez un reducto de miedo, en sus glaucos
ojos vi un rojo reflejo siniestro, había ayudado a su padre
a saltar del tren de la vida sin mirar atrás.
Le había ayudado a morir.
oOo
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