martes, 17 de mayo de 2011
Recuerdos de lluvia y Cierzo
Ayer en un club de lectura comentamos este fragmento de un relato de mi último libro. Espero que os guste.
Relato: Recuerdos de Mar y Sal.
En la casa de mis abuelos en el pueblo que los adoptó,
en la habitación cuadrada y gris del final del pasillo, aquella
que antaño, creo recordar, fue rectangular y azul, y con anterioridad,
si la memoria no me falla, triangular y amarilla, continúa
habiendo un armario enorme y viejo de ancestral y
crujiente madera.
Cuando yo era un niño pusilánime, e incluso más tarde en
plena adolescencia, su estrafalario aspecto me causaba miedo.
Observaba con una fijeza contumaz el vetusto ropero, sus tracerías
y follajes, desde la panorámica horizontal de mi cama.
Volutas y arabescos cobraban vida y adquirían formas fantasmagóricas
tornándose brujas y ogros malvados mientras
yo me hundía bajo el baluarte del grueso cobertor.
El arcaico armario ropero, carente de anaqueles, está dividido
en dos compartimentos idénticos pero también diferentes;
son idénticos por tamaño, forma, color y olor; son
diferentes por el uso por mí atribuido a cada uno de ellos.
En un lado guardo mis sueños, junto a los pantalones; en el
otro lado, junto a las camisas, guardo mis recuerdos.
Los pantalones nunca deben colocarse en el lugar reservado
para las camisas ni viceversa, para algunas fruslerías
soy muy excéntrico. Por el contrario, los sueños, si se cumplen
convirtiéndose en realidades recordadas, pasan al lado de las
camisas que es también de los recuerdos, y si por desgracia
caen en el olvido por no materializarse, pasan a la papelera
de las añoranzas dejando así espacio libre para otros nuevos
sueños. También los hay que ni se cumplen ni se desechan,
esos son los peores, continúan allí, impasibles, irreales, colgados
junto a los pantalones, oliendo a madera vieja y a alcanfor,
recordándote, por si se te ha olvidado, que no eres del
todo dichoso, que tu felicidad es incompleta.
Soñar es construir castillos en el aire, en cambio, recordar
resucita lo ya vivido, es una reiteración de lo acontecido, una
idílica reverberación aventada, pulida de parva y pavesas, y
precisamente por esa limpieza de rescoldos, revivida con
mayor emoción, con un grado de intensidad más elevado que
cuando en su día sucedió. Un recuerdo es una felicidad etérea
y pretérita detenida, estancada en la memoria, es un sueño que
fue pero que también es, y sin embargo al momento siguiente
ya no es, un instante después fue o quizá pudo haber sido; el
recuerdo es una nítida reminiscencia o un efluvio confuso o
ambas cosas al unísono, y cada vez que se evoca o se narra,
varía con indulgencia, cambia un ápice y sin restar verdad ni
añadir mentira, se aleja geográficamente de lo que es, se aparta
de lo que en realidad fue y se acerca con timidez asemejándose
a lo que pudo haber sido, pareciéndose a lo soñado.
Hay ocasiones, principalmente en días de lluvia tristes y
plúmbeos tan deprimentes y aciagos, en las cuales lavo mis
recuerdos al igual que hago con mis camisas y pantalones. La
ropa va directamente a la lavadora, sin paso previo por ningún
purgatorio intermedio. Por el contrario, los recuerdos,
atraviesan pánfilos por los álbumes de fotos, reliquias estas
guardadas como joyas, pues no menos honor se merecen, en
el aparador de la abuela; ese precisamente que hace juego con
el almario, quizá incluso nacidos del mismo árbol y por tanto
hermanos, la misma savia corre por sus astillas y arde con
idéntica facilidad cuando discuten entre ellos, como los ancianos
muebles que ya son, sobre protagonismos, antagonismos,
deuteragonismos y otras trivialidades.
Podría decir sin temor a error que mis recuerdos no fluyen
de mi mente, sino del viejo aparador, o del armario ropero.
Salen dispuestos a esguazar el temido arroyo del olvido, se
pasean por la soledad de mi habitación gris y cuadrada probablemente
antaño azul y rectangular o quizá granate y elipsoidal,
se sientan conmigo a descansar en el silencio de mi
sofá, de mi sofá de recordar recuerdos, estratégicamente colocado
a tal efecto entre el aparador de la abuela y el viejo almario
de anaqueles despojado.
Hoy llueve sobre el pueblo, yo odio la lluvia pero adoro
recordar, por tanto hoy toca hacer la colada, colada de recuerdos.
En las proximidades de mi sofá de recordar coloco, con
mi característico ordenado desorden, fotografías, amuletos,
entradas de cine y de conciertos inolvidables, pétalos de flores
ajadas y marchitas... y comienzo a recordar.
Recuerdo y río, recuerdo y lloro, recuerdo y vivo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Recuerdo la primera vez que lo leí y río y lloro y vivo. No pienso decirte más veces lo BONITOS que son estos Recuerdos...
así que les deseo muchísima suerte, tanta como a ti.
Gracias Ana, nos hará falta la suerte que nos deseas, esta muy difícil el panorama pero por pelear no será.
Mucha suerte a ti también con tu piel en verso.
Publicar un comentario