http://elcastillodelaguila.wordpress.com/
Nos trasladamos.
En plena crisis nos hemos comprado otro espacio, La profecía del silencio nació con el libro, hace ya cuatro años. El blog se creó para ir publicando en él todos los capítulos del libro. Al final no fue así, parece que no interesó en exceso un libro publicado a capítulos. Se transformó y fue creando una estructura anárquica; hoy, cumplida su misión, La profecía del silencio queda abandonada a su suerte internáutica. Cuantos entren en este espacio si quieren conocer algo de mi creación literaria pueden pasar por otro blog...
El castillo dle Águila.
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jueves, 27 de marzo de 2014
martes, 11 de marzo de 2014
El castillo del Águila
SINOPSIS
Velázquez
lo reflejó en su cuadro, en la Fragua de Vulcano se fabricó un
puñal, un arma siniestra,
“ excidium
luctus et vindicatio”. Las palabras se repiten en un ritual a lo
largo de los siglos.
Guzman
el Bueno arroja su puñal a sus enemigos para que con su arma maldita
maten a su hijo, ¿acto héroico o locura? Lo que sea antes de
traicionar a su rey y entregar su ciudad.
Vulcano
ha vuelto a nacer, vive en el “jardín de las delicias” y el puñal
en sus manos significa peligro, muerte... “destrucción, dolor y
venganza”.
Crímenes
cometidos por manos invisibles, fantasmas que se materializan y
causan el caos... Bea y Pío, una policía y un sacerdote deben
emplearse a fondo para desenmascarar al culpable y recuperar el
puñal... y entre tanto ¿sera amor lo que hace temblar su pecho
cuando están juntos?
El
castillo del Águila es más que un precioso paraje en el cual halló
la muerte el Bueno de Guzmán. Es más que un cuadro de Jenaro Perez
Villamil. Es un reducto de belleza y libertad desde el cual se
divisa... el paraiso.
martes, 25 de febrero de 2014
Final de una historia. 14 de noviembre de 1995. De emociones y decepciones.
A la izquierda de la imagen el colegio de San Antón que se quemó durante la obra de acondicionamiento, puede apreciarse el deterioro de su fachada. A la derecha el convento de las Recogidas. En el centro, en color gris, puede distinguirse la antigua entrada al convento, distinta de la entrada a la iglesia.
De emociones y decepciones
Entra
en casa. Instala un beso en la frente de su hijo que todavía duerme
y otro en la frente de su esposa que ya se tiene que despertar para
iniciar su amplia jornada laboral.
- ¿Cómo ha ido la
noche?- dice ella como casi siempre.
- Qué más da, ya ha
pasado, estoy cansado, voy a dormir como un niño- responde él
guiñando un ojo.
- No me gusta dormir
sola, no me gusta que trabajes de noche, casi no nos vemos.
- No pasa nada, ya me
tienes muy visto- sonríe desganada, son las mismas frases de todas
las mañanas.
- Tengo que levantarme,
nos vemos luego.- Se va, aunque le gustaría quedarse..., claro. Debe
llevar al niño a la guardería y luego al trabajo y así seis días
a la semana.
Álvaro, extenuado, se
duerme...
… Suena el
despertador. Hora de despertarse, Álvaro se levanta, ha dormido poco
pero ha quedado con su familia y unos amigos, van a visitar el centro
de Madrid; craso error desde su punto de vista hacerlo en el puente
de la Constitución pero..., visitas obligadas, mercadillo Plaza
Mayor, bocata de calamares incluido, cortilandia, chocolate en San
Ginés...
Los planes se
desbaratan, un océano de cabezas se divisan allá por donde pasan,
casi no se puede andar, algunas entradas de metro cerradas por
seguridad...
- Vamonos a una zona más
tranquila- piden sus amigos-, ¿por qué no vamos al convento de los
fantasmas y nos lo enseñas in situ?
- Me parece bien- aduce
Álvaro-, pero os tenéis que conformar con verlo por fuera, ya no
trabajo allí, no nos dejarán entrar.
Han pasado ya...
¿cuántos años?, 18 años transcurridos en un suspiro. Su hijo
tiene ya casi 20 y ahora tiene otro más de 12, hace ya 15 que no
trabaja en el convento, la vida ha dado muchas vueltas. Álvaro ha
escrito varios libros, en al menos dos de ellos narra los sucesos
extraños que sucedían en el edificio donde trabajaba. Nunca contó
lo del incendio, sólo su familia lo sabe, nadie más. Es una de esas
noches que no quiere olvidar pero tampoco recordar.
Llegan frente al
convento de las Arrecogidas, edificio de oficinas donde Álvaro
prestó servicio. Va explicando desde el exterior donde se hallaban
las dependencias del convento. La entrada al recinto, la fachada, el
palomar, la entrada a la capilla, la vidriera de la entrada a la
iglesia que se ha conservado casi intacta...
De repente se percata de
que la iglesia de San Antón está abierta. ¡Qué raro! Casi siempre
está cerrada, quizá haya alguna celebración religiosa. Decide
entrar, es muy difícil pero con un poco de suerte el párroco será
el mismo; en el templo hay bastante gente, personas reunidas en
diversos grupos, no parece una celebración eucarística
convencional, sin embargo eso a él le da igual. Avanza unos pasos y
queda impresionado, los recuerdos salen del armario uno a uno, casi
puede respirar el humo, casi puede tocar la emoción.
El lienzo de Goya ahora
es una copia, muy acertada pero copia al fin y al cabo. El original
está en... bueno, en otro sitio. Sí continúa allí la urna con los
restos de San Valentín. El retablo mayor y la hornacina del santo
siguen teniendo un aspecto impresionante.
A la derecha, Álvaro
sabe que en la primera capilla del lado de la epístola, a su
diestra, se halla lo que él necesita ver. Se acerca y divisa la
capilla cerrada con una reja y en penumbra. Ese detalle también le
da lo mismo, avanza despacio lleno de emoción y... allí esta, una
talla de gran tamaño del Sagrado Corazón de Jesús de escaso valor
artístico. A sus pies un discreto cartel reza: “Imagen del Sagrado
Corazón de Jesús que presidía la escalera principal del colegio,
fue prácticamente lo único que, milagrosamente, se salvó del
incendio acaecido en noviembre de 1995.
Álvaro saca su móvil,
no quiere perder ocasión de tomar una foto aunque sea en esas
precarias condiciones de luz. Alguien, una de las personas que se
hallan en el templo advierte su interés y se acerca, sin él pedirlo
encienden la luz de la capilla.
- Muchas gracias- dice
sinceramente agradecido, toma un par de fotos, se persigna y
aprovecha el gesto para limpiar unas lágrimas que empiezan a
desbordar sus ojos.
Sus amigos y su familia
acceden al templo, Álvaro les cuenta el porqué de su emoción, el
incendio, el milagro de que se salvara el Sagrado Corazón. Quiere
hacer otra fotografía pero esta vez sin que salga la reja, empuja
ligeramente el frío hierro y la abre lo justo para poder tomar la
instantánea.
Hace la foto..., le da
la sensación de que el Sagrado Corazón de Jesús, la imagen de
madera, le sonríe, sí, está seguro, le ha sonreído.
Y entonces...
- ¡Oiga, ¿qué hace
ahí?, no se puede entrar, ni hacer fotos! ¿Quien les ha dado la
luz?
- Nos ha dado la luz un
señor muy amable.
-
Pues salgan de aquí que aquí no se puede estar.
-
¿Cómo que no se puede estar en una iglesia? ¿Quién lo dice?
-
Este recinto ya no pertenece a la Iglesia, lo tenemos alquilado,
somos la iglesia ortodoxa de... (cuyo nombre no puedo acordarme) y
esto es una celebración privada.
-
¿Una celebración privada? Muy bien, celebren lo que quieran, no
tenemos interés en sus ritos, pero no puede impedirme que entre en
un templo abierto, un templo que si no fuera por mí quizá no
existiría.
-
Si quiere entrar y tomar fotos póngase en contacto con la vicaria o
el arzobispado, entre tanto no tengan permiso salgan del templo- dijo
aquel personaje antes de apagar la luz.
Álvaro
sale cabizbajo junto a sus amigos, qué triste, hasta dónde ha
llegado la crisis que las iglesias se alquilan a comunidades
ortodoxas. La persistente crisis ya no solo afecta al país, también
incumbe al cielo.
-
Papá, este señor no sabe que tú salvaste la iglesia- dice su hijo
pequeño.
-
No hijo, no lo sabe ni aunque lo supiera cambiaría su actitud... y
por cierto, yo no salve la iglesia, yo ayudé en lo poco que pude.
No
puede evitar otra lágrima, no puede evitar volver la vista atrás...
San Antón le sonríe desde la hornacina que ocupa en la fachada por
encima del escudo real; resuena el eco de la voz del párroco de
antaño en su cerebro, confía en mí, confía en San Antón...
Al
otro lado de la calle, en la vidriera que permanece sobre la puerta
de la antigua capilla del convento de Arrecogida hay un rostro que
también sonríe. Álvaro siente erizarse todo el vello de su cuerpo,
él sabe que esa vidriera está a una altura de cuatro metros del
suelo y es imposible que nadie se asome allí, él sabe que en el
edificio un día de fiesta solo está el vigilante y se encuentra en
su garita controlando las cámaras, no frente a una vidriera de
acceso imposible, él sabe que no es un reflejo ni producto de su
imaginación..., Álvaro sabe que ellos siguen ahí, lo han
presentido y salen a despedirse.
-
Adios Álvaro,- sólo él oye las dos palabras de ultratumba al
tiempo que ve los labios del fantasmagórico rostro moverse... el
vaho desprendido por la boca empaña el cristal y cuando se difumina,
el rostro misterioso ya no está..., ha desaparecido.
-
¿Qué haces papá?- pregunta el hijo pequeño.
-
Nada..., es sólo que me ha parecido ver a un amigo... pero no,
estaba equivocado, ha sido solo mi imaginación.
FIN
de la historia.
Los
dos libros en los que Álvaro cuenta lo que sucedía en aquel
edificio son:
Silbando
en la oscuridad y La profecía del silencio.
Los
podéis encontrar en mi tienda virtual.
Casi todo
lo que se ha contado es cierto, con ligeros tintes de novela,
distinguir entre ficción y realidad os corresponde a vosotros,
queridos lectores y amigos. Yo he pretendido contar una anécdota más
acaecida en el desarrollo de mi profesión y que jamás había
contado, y también, elevar mi más enérgica protesta a la Iglesia o
a quien corresponda. Si tan pobres son que tiene que alquilar
“sus-nuestros” templos, al menos que se aseguren de que las
comunidades a las cuales se los ceden, no impidan a los ciudadanos
acceder a sus tesoros, aunque como en este caso, tan sólo sea un
tesoro sentimental y no económico.
Vidriera sobre la entrada de la antigua capilla de las Recogidas
lunes, 17 de febrero de 2014
Sexta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Un milagro
Fotografía de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que se hallaba en el acceso principal de las escuelas pías y que se salvó, milagrosamente, del incendio que destruyo la entrada y otras zonas del colegio la noche del 14 de noviembre de 1995.
A salvo de peligros y pasados unos pocos minutos más, el Sagrado Corazón de Jesús acompañaba en la entrada de la iglesia al resto de tesoros que albergaba el edificio.
Sexta parte de una
historia. 14 de noviembre de 1995. Un milagro
Álvaro confió en el
párroco y en San Antón, ¿cómo no hacerlo después de una noche
tan extraña? ¿Cómo no confiar en un cura y em un santo cuando los
fantasmas del pasado habían realizado una llamada de emergencia en
su nombre y lo había convertido prácticamente en un héroe?
Álvaro confió, sí;
sin embargo los bomberos no tenían ninguna confianza, el muchacho
estaba en lo cierto, no les dejaban acceder a la entrada principal
del edificio quemado, era una locura.
- Tengo que llegar a la
escalera- explicaba el sacerdote al bombero con desesperación-, ¿no
lo entiende? Es necesario salvar la figura del Sagrado Corazón de
Jesús, es una talla del siglo XVII, un regalo del rey a nuestra
institución.
- Lo entiendo padre,
pero comprenda usted, estará reducida a cenizas, todo el hall de la
entrada principal se ha quemado, escalera incluida, se ha desplomado,
ha desaparecido y en ese acceso sólo quedan escombros y cenizas.
- Puede ser que esté en
lo cierto, pero déjeme entrar para comprobarlo. Se lo ruego.
- Eso que me pide es por
completo imposible, no solo es que no quede nada a salvo en el
interior, es que además la techumbre corre peligro de desplome
inminente y pondría su vida en peligro. ¿Lo entiende, padre? Si
algo le ocurre a usted es responsabilidad mía.
Se alejó el sacerdote
profundamente decepcionado, el vigilante lo siguió, despacio, ambos
estaban abatidos. De repente el religioso pareció recordar la
existencia del joven.
- No es por el valor
económico, es por lo que representa, por la historia, por la
protección inherente a esa escultura.
- Hay una forma de
entrar padre- dijo el vigilante sin saber a ciencia cierta el
motivo-, podemos entrar sin necesidad de puerta.
-¿Qué quieres decir?-
interrogó excitado el sacerdote- ¿Cómo vamos a entrar si no es por
la puerta y con el beneplácito de los bomberos?
-Por el pasadizo
secreto, debajo de la capilla hay un túnel, une la antigua capilla
de nuestro edificio con la antigua capilla del convento de San Antón,
la trampilla está a unos diez pasos de la escalera de entrada.
-¡Vamos deprisa, no
perdamos tiempo!- Exclamó el párroco recuperando algo de color en
sus mejillas.
Entraron al edificio,
caminaron los escasos metros que les separaban de la entrada a la
antigua capilla; la oscuridad era completa, se ayudaron de la
linterna del vigilante por no dar todas las luces. Bajo el antiguo
altar, en la actualidad tribuna de oradores, había una trampilla.
Trece peldaños por una angosta y peligrosa escalera de caracol llena
de telarañas, un estrecho pasadizo, muy corto, apenas unos doce
metros, otra escalera igual de angosta, igual de tétrica, igual de
intransitada..., y una trampilla de madera.
- Esta caliente- dijo el
vigilante-, tal vez al abrirla nos encontremos humo y llamas.
- No creo, en la planta
baja el fuego estaba extinguido, ¡vamos a abrirla!- apremió el
religioso.
No era fácil, muchos
años, siglos quizá, llevaba sin abrirse aquel postigo..., pero
Álvaro empujó y confió en San Antón y al final cedió.
El espectáculo era
lamentable, humo, polvo, escombros y cenizas peleaban por establecer
su manto gris en el reino de la oscuridad y el silencio.
Otra vez tuvieron que
usar la linterna, era imposible sin un ápice de luz saber dónde se
hallaban. El vigilante enfocó en todas las direcciones despacio para
que el religioso se orientara; sobre sus cabezas, un crujido de
madera a punto de ceder, les recordó que no tenían toda la noche.
- ¡Allí!- dijo el cura
señalando en una dirección donde nada diferente se distinguía-, al
doblar esa esquina estaba la entrada.
Fueron hacia allí, al
doblar la esquina se encontraron con los restos de la escalera de
madera, un amasijo de tablas quemadas que todavía desprendían calor
y humo y... miedo.
- No perdamos tiempo, la
puerta está allí y a la derecha de la entrada estaba la escultura.
Avanzaron, la linterna
iluminó ligeramente lo que había sido en tiempos una lujosa
recepción. Nada excepto escombros se veía.
- No enfoques la
linterna a la puerta, los bomberos pueden ver el reflejo.
- Es cierto- dijo el
vigilante y su voz se mezcló con un amenazador rugido de madera
herida de muerte.
Retiró el haz de luz
hacia el lado opuesto...
- ¡Ahí está!- exclamó
el sacerdote- pero qué extraño, está al lado opuesto de su
ubicación habitual. Bueno mejor, si llega a estar al otro lado le
hubiera caído encima toda esa barandilla y se hubiera destrozado,
parece un milagro, la imagen del Sagrado Corazón es lo único
reconocible en esta zona. Un milagro.
- ¿Habéis sido
vosotros?- preguntó Álvaro-, ¿también llegan a este edificio
vuestras travesuras?
- ¿Cómo dices?-
preguntó el sacerdote perplejo.
- Nada padre, tonterías
mías, vamos a poner a salvo la escultura y de paso a ponernos fuera
de peligro nosotros.
Lo más difícil fue
hacer pasar la talla de madera por las dos trampillas, al instante de
acceder al túnel oyeron un terrible estruendo sobre sus cabezas y
supieron que se habían librado del desplome del techo y de perecer
aplastados por los cascotes de milagro. Otro milagro.
- Gracias San Antón, en
ti confío- murmuró el sacerdote.
A salvo de peligros y pasados unos pocos minutos más, el Sagrado Corazón de Jesús acompañaba en la entrada de la iglesia al resto de tesoros que albergaba el edificio.
-Gracias hijo, si no
hubiera sido por ti está noche hubiéramos sufrido daños y pérdidas
históricas irreparables.
- No he sido yo padre,
han sido..., ha sido San Antón.
-Un milagro, un
verdadero milagro que se haya salvado estando donde se hallaba.
Álvaro vio lo tarde que
era ya, estaba apunto de llegar su relevo. Se fue al baño, el espejo
le devolvió una imagen deplorable, necesitaba una ducha, necesitaba
un largo descanso, necesitaba..., un milagro.
-Otro milagro quizá sea
ya pedir demasiado.
To
be continued... es decir, continuará.
martes, 11 de febrero de 2014
Quinta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. La mudanza
La mudanza
A las seis de la mañana la techumbre del edificio
se desplomó con gran estruendo llevándose a su paso buena parte de
la planta tercera, la última. Los bomberos temían que el peso de
los escombros derribara también la planta segunda del edificio y
trataron de apuntalar su techumbre.
Álvaro al oír el
espantoso estruendo del desprendimiento de la techumbre salió de
nuevo de su edificio. Temía que algún bombero hubiera sido
alcanzado por el derrumbe o hubiera quedado aprisionado y trató de
ayudar.
Pronto le indicaron que
no había víctimas y le pidieron que ayudara en una extraña tarea.
-Sabíamos que había
peligro de derrumbe, no había nadie trabajando allí, ahora nos
preocupa que ceda la segunda, queríamos asegurarla pero es
arriesgado, no podemos hacer nada.
- Y yo ¿en qué os
puedo ayudar? Ya no hay llamas que puedan afectar a mi edificio y no
soporto estar mirando sin hacer nada.
-Puedes ayudar en la
mudanza si quieres. Ve a la puerta de la iglesia y ponte a
disposición del párroco.
- ¿Mudanza? No
entiendo.
- Ve allí, el párroco
y el jefe de la policía municipal que se ha encargado de la tarea te
explicarán.
Se dirigió hacia donde
le indicaron, allí había un grupo de bomberos que a las órdenes de
un preocupado y casi histérico párroco trataba de poner a salvo los
tesoros artísticos de la iglesia.
- Vengo a ayudar- dijo
Álvaro al cura.
- Pues ven conmigo
corre, tenemos que salvar ese lienzo.
Los vitrales habían
estallado y desaparecido, el techo de la iglesia había sido afectado
por las llamas, además los bomberos, para atacar el fuego desde
allí, tuvieron que abrir un enorme boquete en la bóveda y ahora por
allí no entraban llamas pero si entraba el agua procedente de las
mangueras de los bomberos.
Por el camino que hizo
con el párroco hacia el interior de la iglesia se cruzó con varios
policías que portaban grandes candelabros y relojes de pie, además
de tallas de santos realizadas en madera.
- ¡El cuadro!, dejen
todo y salven el cuadro, es de Goya.- Todos miraron hacia donde el
sacerdote indicaba con temblorosa mano y preocupado gesto.
Tres policías, Álvaro
y el propio cura consiguieron desencajar el lienzo de la paredes
donde se hallaba ubicado y llevarlo a la entrada del templo donde lo
taparon con plásticos y lo cobijaron de peligros, era un cuadro de
Goya, en efecto, La primera comunión de San José de Calasanz.
- Ahora las reliquias de
San Valentín, allí, en la misma pared donde estaba el cuadro.
Corrió hacia donde
había indicado el sacerdote y se encontró con una urna de vidrio
estilo rococó bajo la cual se veía una inscripción: San
Valentín Mártir, Ob. Patrón de los Enamorados.
La tomó con sumo
cuidado ayudado por el religioso que temblaba de miedo y emoción.
- Aquí se conserva gran
parte del esqueleto de San Valentín, fue un regalo del Papa al rey
Carlos IV que a su vez lo regaló a los escolapios- informó el
cura-, vamos a llevarla junto al cuadro.
Así lo hicieron y
también protegieron las reliquias del patrón de los enamorados con
unos plásticos.
- Ya están a salvo.- Se
podía afirmar que la iglesia estaba a salvo aunque con aspecto de
haber sido el escenario de un espectacular saqueo. La gran araña del
techo descansaba en unos reclinatorios, algunas estatuas de santos se
encontraban apiladas en el pasillo y varios cuadros se protegían del
agua con plásticos-, ahora debemos intentar salvar el Corazón de
Jesús.
- ¿Dónde está padre?
- En la escalera de
madera de la puerta principal del colegio por la que entraban las
visitas importantes.
- Pero padre, está
quemada la he visto desde fuera y la escalera ha desaparecido comida
por las llamas, la estructura de la entrada no se conserva, se ha
desplomado el techo al quemarse la escalera y es un amasijo de
cascotes y maderos humeantes.
- Tenemos que
intentarlo, ¡vamos!
- Los bomberos no nos
dejarán acceder allí.
- Confía en mí, hijo,
confía en San Antón...
Recorte de prensa del
día 15 de noviembre de 1995
Un incendio consumió ayer parte de las
instalaciones del colegio más antiguo de Madrid, el de las Escuelas
Pías (los escolapios) de San Antón, cerrado y abandonado desde hace
siete años. El fuego destruyó, según los bomberos, el 20% de los
18.000 metros cuadrados del edificio, ubicado en la calle de
Hortaleza 83, desde hace 200 años. Los vecinos y un vigilante que
trabajaba en un edificio cercano alertaron a la policía y a los
bomberos sobre las tres de la mañana, cuando vieron que de la
techumbre del inmueble salían llamas de cinco metros. Según el jefe
de bomberos, el incendio debió, declararse bastantes horas antes "en
la segunda planta [tiene tres]". "Se prendieron las vigas
de madera, el fuego fue ascendiendo y, al llegar al techo, el
vigilante pudo verlo y avisarnos.
En la lucha contra el incendio participaron unos 70
bomberos de cuatro parques, apoyados por doce coches, tres de ellos
con escalas. El primer temor de los bomberos fue que el incendio
afectara a la iglesia de San Antón y otros edificios próximos.
El edificio albergaba cuatro patios interiores, pasillos,
dependencias y aulas aún con pupitres de madera, muchos de los
cuales ardieron con facilidad y propagaron con mayor celeridad el
fuego.El resultado final del incendio es el siguiente: el tejado, en su mayor parte hundido; la planta tercera, reducida casi completamente a escombros y la planta segunda, destruida en buena parte. La iglesia de San Antón no ha sufrido daños irreparables, pero el altar mayor está estropeado, dos vitrales saltaron por los aires y el techo se ha visto afectado por el incendio.
La causa del incendio se desconocía aunque tanto el párroco de la iglesia de San Antón, colindante al colegio, como el jefe de bomberos, apuntan a una hoguera prendida por algún mendigo. "El edificio no tenía luz desde hace un año, así que es imposible que se diera un cortocircuito. El jefe de bomberos apuntó al respecto que era muy posible que el incendio se hubiera declarado alrededor de las siete o las ocho de la tarde. Para corroborar la teoría de la hoguera, el jefe del departamento de Edificación Deficiente del Ayuntamiento, apuntó a Europa Press que hace 15 días los bomberos habían recibido una llamada que denunciaba una gran humareda provocada por un grupo de mendigos alojados en las ruinas del colegio.
To be continued...
es decir, continuará.
martes, 4 de febrero de 2014
Cuarta parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Rainbow, la vida se torna arcoíris
Rainbow, la vida se torna
arcoíris
Incendiados los carrillos
y también incendiado su edificio, la construcción que él custodia
y de la cual es responsable al menos temporalmente, sale al exterior,
ya que no se ha dado cuenta a tiempo del desastre al menos intentará
paliar su devastador ataque.
Al salir el blanco y
negro de las cámaras y de la oscuridad interior desaparece y la vida
se torna arco iris. Las llamaradas anaranjadas, azules, amarillas,
rojas, son terribles; el calor, a pesar de ser una fría noche de
noviembre. Los bomberos trabajan rápido y con precisión. Cuando él
sale a la calle y a pesar de haber transcurrido apenas unos minutos
ya han despejado el lugar retirando toda la fila de coches aparcados,
ya han desenrollado sus mangueras y ya están lanzando grandes
columnas de agua al infierno que se ha formado de forma repentina.
Pero algo no encaja, los
bomberos están de espaldas al vigilante, de espaldas al edificio,
lanzan el agua al lado opuesto, al colegio y la iglesia de San Antón
que se hallan enfrente.
Y entonces lo comprende
todo, o casi todo. No es su edificio el que se quema, es el de
enfrente, eso explica casi todo, el olor a humo y la ausencia de
alarmas activadas, las llamaradas en blanco y negro del monitor
rebotando confusas en el reflejo de sus ventanas, la rápida y eficaz
actuación del cuerpo de bomberos que en realidad no están de
espaldas sino enfrentándose de cara a su enemigo...
- Ayúdanos a regular el
tráfico, Álvaro, ponte en el principio de la calle y desvía a
todos los coches hacia la calle Almirante- le dice el bombero que
parece dirigir y coordinar la actuación del equipo de extinción-.
Cuando llegue la policía ellos se encargarán de ese trabajo y tú
deberás regresar a tu recinto y controlar que las llamas no se
propaguen hasta vuestro tejado.
Obedece, corre al
principio de la calle y empieza a desviar el tráfico. No recuerda si
ha respondido al funcionario o simplemente ha salido corriendo para
cumplir con lo encomendado, lo que si recuerda es su nombre, su
nombre pronunciado por el bombero, Ayúdanos, Álvaro, ha dicho,
pero... ¿cómo sabe él como se llama? ¿Quién le ha informado de
su presencia allí y de su nombre de pila? ¿Acaso el cuerpo de
bomberos conoce el nombre de todos los vigilantes que se hallan de
servicio esta noche en la ciudad?
Llega la policía y se
hace cargo de la seguridad y del perímetro exterior, también
empieza a gestionar la evacuación de posibles víctimas, Álvaro
regresa a su sitio, al convento de las Arrecogidas. En la puerta está
el jefe de bomberos mirando preocupado hacia arriba, está dando
ordenes a su equipo para que las llamas no se propaguen a edificios
cercanos, sobre todo para que no afecten a la iglesia de San Antón,
sería un desastre que se propagaran y se extendieran las llamas
hasta el templo, un desastre histórico.
El bombero repara en él.
-Álvaro, gracias,
vuelve al interior de tu centro, es importante que las llamas no
lleguen a aquel alero- lo señala con la mano diestra dirigiendo allí
también su mirada-, tenemos que conseguir reducir el fuego al
colegio y luego centrarnos en apagarlo... y gracias por tu llamada,
sin tu aviso hubiéramos tardado mucho en empezar a actuar y esto
hubiera sido una catástrofe, la iglesia adyacente se hubiera
quemado.
Se queda un tanto
petrificado, solo son unos segundos pero se le hacen eternos.
-Gracias, Álvaro-
insiste y tiende ahora su mano diestra hacia él para estrecharla en
señal de agradecimiento-. Venga a trabajar.
¿Llamada... a qué
llamada se refiere? Él no ha realizado ninguna llamada, lo más
probable es que se esté confundiendo, pero entonces..., ¿cómo sabe
su nombre?
Vuelve a obedecer, se
dirige a su puesto de trabajo con celeridad y se dedica a controlar
que las llamas no se trasladen de un edificio a otro por los tejados.
Pasan las horas, el
fuego parece controlado, no se ha propagado, los bomberos han
vencido, han conseguido minimizar el desastre y reducirlo solo al
colegio de San Antón, aunque lo de reducir es la palabra perfecta,
el edificio que albergaba el colegio está quedando reducido a
escombros.
Suena el timbre de la
puerta, son las cinco de la mañana, a través del monitor en blanco
y negro ve a un bombero que es quien realiza la llamada. Se precipita
hacia la puerta y abre.
-Me marcho Álvaro, ya
no hay peligro de propagación, lo tenemos controlado, en un par de
horas lo apagarán, no ha habido víctimas, el fuego ha comenzado
desde el interior del edificio del colegio, unos indigentes han
accedido al interior de la instalación aprovechando su abandono,
para pasar la noche, han encendido hogueras para calentarse y han
provocado el incendio, están a salvo y los edificios aledaños se
han salvado gracias a tu llamada, si no es por ti se nos quema toda
la manzana.
-Debe tratarse de un
error- se decide a hablar por fin-, yo no he hecho ninguna llamada,
habrá sido algún otro compañero.
-No lo creo, ¡venga no
seas modesto! ¿Tú no eres Álvaro Mohino Ibañez?
-Sí, soy yo.
-Y tu teléfono no es el
917052969.
-Sí, es el teléfono de
seguridad.
-Pues ya está, has
llamado tú, desde ese teléfono con ese nombre y diciendo que eres
el vigilante del edifico situado en la calle Hortaleza 88, es decir,
aquí y, has añadido, el antiguo convento de Arrecogida.
Ya no puede hablar de
nuevo, la voz se hiela en su garganta, no comprende nada, da la mano
de nuevo al jefe de bomberos respondiendo de nuevo a su gesto
amistoso y continúa flotando en una nube de confusión.
-Lo dicho, Álvaro, me
marcho, gracias y, por cierto, tienes muy buena música en esa vieja
radio, excelente balada Catch the rainbow.
No lo entiende, se
marcha el funcionario mientras Álvaro da vueltas y más vueltas en
su cabeza a lo escuchado... y repara de repente en la canción que se
escucha y que no había escuchado.
Termina la canción y
Álvaro formula una pregunta al viento:
- ¿Habéis sido
vosotros? ¿Habéis llamado a los bomberos en mi nombre?
No pregunta a Ritchie
Blackmore, ni a Dio...
Desculega el teléfono y
consulta las últimas llamadas realizadas, aparece el número de su
casa, el de la oficina de su empresa y posteriormente... 112 el
teléfono de emergencias que él está seguro de no haber marcado.
-¡Dios! No puedo
creerlo.
To be continued... es
decir, continuará.
martes, 28 de enero de 2014
Tercera parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Aquí estoy otra vez
Aquí estoy otra vez
Termina la ronda sin
encontrar nada extraño y sin conseguir averiguar el misterio del
olor a quemado. ¿Serán imaginaciones suyas? ¿Serán los eternos
moradores del edificio que han decidido divertirse un rato a su
costa? ¿Será un incendio que no es capaz de descubrir?
La cripta es el único
sitio donde no ha llegado en su ronda, solo le falta bajar allí, al
recinto prohibido, siente el impulso de visitarla, pero no va a
hacerlo, no les va a dar esa satisfacción, allí es imposible que se
declare un incendio ni se propague ningún fuego.
Comprueba los sistemas de
alarma y detección de incendios, la centralita no tiene ninguna
avería, todo funciona perfectamente y si allí no se activa la
alarma es que nada anómalo ocurre. Esa circunstancia no termina de
tranquilizarle, la alarma no homologada de su olfato le induce a
pensar que algo se quema, no obstante decide tratar de olvidar el
incidente.
Toma el teléfono y
llama a la central receptora:
- Efectuada la segunda
ronda sin novedad- comunica al sistema operativo. Después anota en
el parte de incidencias las mismas palabras que acaba de pronunciar
por teléfono.
Sube el volumen de la
radio. ¿Otra vez Paranoid de Black Sabbath? ¡Pero qué clase de
broma estúpida es esta! ¿Los espectros también controlan la
colección de discos de las emisoras de radio?
Da varias vueltas a la
ruedecilla del dial, cambia la emisora, los acordes persisten todavía
unos instantes en el aire, rebeldes, se niegan a desvanecerse...
¿Será un mensaje? ¿Será él un paranoico obcecado en que
acontezcan circunstancias extrañas a su alrededor? ¿Será todo
mentira incluyendo la música en ese todo?
Se sienta, casi se
podría decir que se derrumba en la silla; otra emisora, otro
programa, otra canción... refugio en las ondas para combatir...
¿qué? ¿Combatir la soledad, tal vez? ¿Atenuar la presencia de los
fantasmas propios y ajenos, quizá? ¿Eludir el lacerante mordisco
del miedo, a lo mejor?
-Aquí estoy otra vez,
solo, asustado, preocupado, deseando que pase el tiempo y pueda
escapar de mi cárcel. Escapar, sin saber dónde debo ir, no sé
dónde voy pero estoy seguro de que sé dónde he estado... aquí
estoy otra vez.
Como si sus palabras
fueran un presagio, una profecía, los acordes de Here I go again
empiezan a flotar en el aire viciado de su garita.
-¡Vaya! Ya podía
acertar la combinación ganadora de la primitiva en vez de adivinar
qué canción viene ahora.
Canturrea las primeras
estrofas de la canción de Whitesnake, se va encontrando más cómodo
y alza el tono de su voz, desafina, pero que más da, nadie le
escucha, está solo... ¿o no?
Otra vez el olor a humo
se intensifica, otra vez la preocupación acude a su cerebro.
- No es posible, esto ya
es demasiado.
Los últimos acordes de
la guitarra se confunden con el sonido de una sirena lejana que
perezosa se acerca y propaga la alarma a su paso.
Mueve las cámaras
exteriores buscando el principio de la calle, buscando la procedencia
de la sirena. Atisba al fondo unas luces, son los bomberos, se
acercan a la puerta del edificio.
-¡No es posible! Me
estoy quemando y no me he enterado, no es posible; han debido ser...
ellos...
Los bomberos se detienen
justo en la puerta, al lado de la reja de entrada al convento, es en
ese instante cuando el resplandor de unas grandes llamaradas iluminan
la pantalla del viejo monitor, las imágenes son en blanco y negro y
dañan sus retinas, su indignación rojo carmesí incendia sus
carrillos.
To be continued... es
decir, continuará.
miércoles, 22 de enero de 2014
Segunda parte de una historia. 14 de noviembre de 1995. Me huele a chamusquina
SEGUNDA PARTE
Me huele a chamusquina
Y hablando de sonidos de
ultratumba, suenan en la radio los acordes de Paranoid, de Black
Sabbath,
- Parece que la música
ha amansado a las fieras- dice cuando se percata de que no se percibe
ningún ruido fuera de lo normal dentro de un edificio vacío.
Transcurren un par de
horas en completa calma, llega el momento de hacer otra ronda. Se
levanta, recoge todo el material necesario, llaves, linterna... y
sale de la garita para adentrase en la oscuridad de los fríos y
siniestros pasillos. Apenas da dos pasos cuando a su espalda, una
puerta se cierra de improviso, violentamente, con un gran estruendo.
Ya no se sobresalta con esas pequeñeces, hace años un escalofrío
habría recorrido su espalda, hoy, 14 de noviembre de 1995, ya ni se
inmuta.
- Habrá sido una
corriente de aire inoportuna- se dice a sí mismo sin volver la vista
atrás.
Sube por la escalera
lateral hasta la última planta, recorre una por una todas las
estancias, el eco amenazador y perverso le devuelve el sonido de sus
propias huellas. Llega al final, ahora debe regresar por donde ha
venido y volver a bajar por la escalera, esta planta es la única que
no tiene salida, solo hay un posible recorrido, el camino del
destino.
Se gira bruscamente como
si quisiera sorprender a alguien que no debería estar allí, a veces
lo logra, los sorprende y los ve, otras no, en otras ocasiones son
más rápidos y se ocultan o simplemente no están. Hoy parece que no
están.
- Pero será mejor no
cantar victoria todavía- murmura entre dientes.
Regresa a la escalera y
comienza a descender, al mismo tiempo que él baja un ligero olor a
quemado sube. Se encienden sus alarmas, abre los ojos al máximo y
trata de detectar por dónde viene ese preocupante aroma. No lo
consigue, continua bajando y llega a la segunda planta, el olor a
quemado se incrementa, no demasiado, solo un poco más; no hay humo;
la alarma de incendios no se ha activado... ¿serán imaginaciones
suyas? El olfato nunca fue su sentido más desarrollado, ya se lo
decía su abuela: “Hijo mío tú eres igual que yo, tienes mucha
nariz pero poco olfato”.
Termina la vuelta
completa a la segunda planta y continua el suave olor a quemado, por
ello decide repetir la ronda en esa zona, la hace de nuevo con
idéntico resultado.
Nada, qué raro, no hay
fuego, no hay nada encendido, ¿por qué huele así?- pregunta en voz
baja pero no se formula la pregunta a sí mismo sino a ellos-, ¿sois
vosotros... estáis quemando algo... es el fuego del infierno en el
cual habitáis lo que se percibe esta noche?
Evidentemente no obtiene
respuesta, solo silencio, eterno y sepulcral silencio.
Continua descendiendo
por la escalera y accede a la primera planta, la más importante, la
zona donde se ubican los despachos de los directivos. Se incrementa
el olor a humo, sobre todo por el ala norte, la ubicada encima de la
antigua capilla, la situada sobre las antiguas celdas de castigo. El
edificio en su momento fue un convento y aún conserva detalles,
sobre todo en el exterior, en 1623 era el convento de las
Arrecogidas.
- ¿Por qué huele a
humo si no se quema nada?- se pregunta a sí mismo para
posteriormente dirigirse a... ellos-, os prohíbo que juguéis con
fuego, ¿me oís?; os prohíbo quemar el edificio, no por que tema
por mi integridad física sino porque peligraría mi puesto de
trabajo.
De repente se oye
música, está justo encima de su garita, es la radio, es de nuevo
Paranoid, de Black Sabbath.
- ¿Por qué repiten
esta canción?- pregunta al vacío, aunque por el momento le preocupa
más el olor a... chamusquina.
To be continued... es
decir, continuará.
viernes, 17 de enero de 2014
Primera parte de una historia. 14 NOVIEMBRE 1995. Como casi siempre
Hoy día 17 de enero San
Antón, siento la necesidad de continuar siendo contador de historias
y empiezo a recordar una que sucedió hace mucho tiempo pero que
terminó hace muy poco.
Supongamos que hoy es...
14 de noviembre de
1995...
Como casi
siempre
Sale de casa. Instala un
beso en la frente de su hijo que todavía dormita la siesta y otro en
los labios de su esposa que todavía no se ha podido sentar después
de su amplia jornada laboral.
- Hoy casi no nos hemos visto, como casi siempre- dice ella como casi siempre.
- Qué más da, si ya me tienes muy visto- responde él guiñando un ojo.
- No me gusta dormir sola, no me gusta que trabajes de noche.
- Ni a mí, no te preocupes, mañana acierto una primitiva y ya no trabajo más, ni de día ni de noche- Sonrie desganada y le responde:
-Anda tonto, vete ya que vas a llegar tarde.
Se va, aunque le
gustaría quedarse, claro.
No llega tarde, llega a
la misma hora de siempre, empieza su jornada como siempre y se lo
toma con calma, tiene doce horas de trabajo por delante y la noche es
muy larga, esta incluso puede ser demasiado larga.
El edificio de oficinas
poco a poco se va despoblando de empleados, apenas quedan dos, tal
vez tres personas; los rezagados de siempre, pero en un par de horas
estará solo, solo con su soledad, solo con sus fantasmas.
Cuando se marcha el
último morador del edificio hace su primera ronda. La primera es la
más importante, debe comprobar que no queda nadie, que todas las
ventanas están cerradas; apagará las luces, los ordenadores que
dejaron encendidos los despistados y cerrará la puerta de todos los
despachos.
En una hora ha
terminado, hasta dentro de dos horas no tendrá que hacer otra ronda,
ahora es tiempo de cenar.
Percibe un par de
ruidos, nada preocupante todavía, un par de crujidos de madera
vieja, un susurro de alguna corriente de viento impertinente, un eco
lejano, intermitente, persistente, inexistente...
No hace caso de esas
nimiedades, ya no, sabe que son ellos, saben que no se irán sin
haberse divertido un poco a su costa, sabe que el miedo ya no es
insoportable.
- Malditos fantasmas, ni cenar tranquilo me dejáis. No pienso escuchar vuestros ruidos.
Pone la radio para no
oir, para no sentir... como su compañero Mariano que silbaba en la
oscuridad para no percibir los sonidos que el edificio vacío
producía.
Tiene suerte, en las
ondas se empiezn a oir los acordes de Whiskey in the jar, de Thin
Lizzy,
sube a tope el volumen y
Phil Lynott eclipsa cualquier sonido de ultratumba.
To be continued... es
decir, continuará.
viernes, 10 de enero de 2014
Una lápida sin nombre.
Hoy se cumplen 49 años de la muerte de Frederick Fleet.
Como es uno de los personajes que más me impactaron, le dediqué un capítulo en mi libro El último secreto del Titanic. Copio y pego aquí el capítulo 26.
10 de enero de 1965
XXVI
UNA
LÁPIDA SIN NOMBRE
Testificó en el juicio, no podía ser de otro modo y, la frase más
repetida
pos sus labios fue: «Si hubiera tenido prismáticos habría
detectado
el iceberg mucho antes y lo hubiéramos esquivado. Murdoch
dio
las órdenes correctas, le faltó tiempo, apenas unos segundos
más
y lo hubiera logrado, durante toda la noche William se
comportó
como un héroe».
Aunque
consiguió sobrevivir al naufragio, en realidad fue
una
víctima más, aquella noche no la olvidaría jamás. Una larga
noche
para atormentar su recuerdo y llenar de fantasmas su
alma.
El
vigía del Titanic Frederick Fleet, bajó del nido del cuervo poco
después
del impacto y trató de ayudar al resto de la tripulación a
preparar
los botes salvavidas y organizar el rescate de los pasajeros.
Muy
pronto Murdoch se fue quedando sin tripulantes y le ordenó
a
Fleet subir a uno de los salvavidas, tripularlo y dirigirlo a una
zona
donde se hallara a salvo de la succión hasta que llegaran otros
buques
al rescate. Frederick obedeció y puso la barca de la cual era
responsable
lejos de la zona de peligro hasta que al amanecer fueron
recogidos
por el Carpathia.
El
vigía afirmó durante el juicio, y lo repitió a todo aquel que le
quiso
escuchar y pidió su opinión, que el oficial de guardia William
Murdoch
actuó correctamente en todo momento, añadió que sus
órdenes
fueron las adecuadas y a punto estuvo de lograr eludir el
témpano
con ellas, solo le faltó un poco de suerte, le faltaron apenas
unos
segundos más.
Unos
segundos más, si hubiera visto el iceberg apenas diez segundos
antes,
si hubieran contestado a su llamada unos segundos
antes...
Fleet
pasó una mala época, los años siguientes al hundimiento
fueron
muy duros. Siempre se consideró culpable del accidente del
Titanic
por no haber descubierto el obstáculo a tiempo de sortearlo.
Junto
a sus remordimientos, prestó servicio después en la armada
de
su país y participó en la primera guerra mundial y también en la
segunda
gran confrontación. No puede decirse que su vida fuera una
balsa
de aceite, más bien todo lo contrario, un mar de sobresaltos.
El
carácter alegre y desenfadado que poseía en el instante de embarcar
en
el buque de los sueños se había agriado hasta tornarse
oscuro
y depresivo.
En
diciembre de 1964 sufrió un nuevo revés, su esposa falleció.
Una
nueva depresión sobrevolaba amenazando su vida hasta que
pocos
días después, apenas dos semanas más tarde, el diez de enero
de
1965, reunió el valor suficiente o perdió el valor que le quedaba
para
afrontar una vida vacía y decidió ahorcarse. El informe de la
policía
fue tajante, aseguraba que se trató de un claro suicido inducido
por
la depresión.
Murió
en Southampton, en el lugar donde todo empezó. Fue enterrado
en
el cementerio de Hollybrook, en una tumba de beneficencia
abandonada
en el silencio y presidida por una lápida sin nombre.
Treinta
años después de su muerte, la Sociedad Histórica del Titanic
donó
fondos y pusieron en su lápida anónima una placa con su nombre.
Apenas
cinco palabras para recordarlo.
Frederick
Fleet, vigía del Titanic.
martes, 7 de enero de 2014
El cuerpo 227
Uno de los proyectos del nuevo año será este "Cuerpo 227"
y empezará así:
Capítulo I: Viaje hacia lo desconocido
1
Todos tenemos, al menos, un fantasma en el recóndito armario de la desmemoria, lo ocultamos en el más profundo, oscuro y silencioso de sus rincones tratando de olvidarlo. Los sucesos más terribles de nuestra existencia, duelen más al revivirlos que cuando acontecen, por ese motivo tratamos de desterrar a nuestros espectros aun sabiendo que es inútil, cuando menos lo esperas un gesto los invoca, una imagen los aclama, un sonido inocuo, el de la lluvia tras los cristales sin ir más lejos, los aviva y, se convierten en protagonistas de nuestras pesadillas y de nuestros más angustiosos recuerdos.
Está anocheciendo, no ha cesado la tormenta pero sí los rayos y truenos, el viaje está resultando horrible, eterno, fatigoso. La carretera es peligrosa, las curvas cerradas al igual que la noche y el peligro, por causa de las inclemencias meteorológicas, es evidente. Mis ojos fatigados de tanta vigilancia y alerta innecesaria se ven asaltados por el sueño y cuando la virtud del descanso se materializa y saboreo un dulce sopor, también toma consistencia la pesadilla.
Despierto sobresaltada, el autocar va cubriendo cansino la distancia húmeda que serpentea hacia mi destino. Me arrepiento de haber emprendido el viaje, en esta ocasión debí decir a mi editor que no, él siempre dispuesto a estimular las ventas a costa de cualquier esfuerzo ajeno. “Te he conseguido una conferencia en un pueblo del Maestrazgo, están muy interesados en tu último libro”, me dijo, “te pagamos el viaje en autobús y dos noches de hotel”, añadió. Y yo acepté como una tonta. El viaje en autobús está resultando farragoso y con ración doble; de Madrid a Teruel para empezar, de primer plato y de Teruel a Cantavieja para terminar, si conseguimos terminar, de segundo, siete horas de carretera y otras dos adicionales, de postre, de paciente espera en la estación de autobuses entre uno y otro itinerario.
La población de destino, Cantavieja, la guinda del pastel, un pueblo de 750 habitantes en el Maestrazgo turolense que he visitado de forma virtual y por lo que he averiguado es precioso y resulta perfecto para unas vacaciones, pero nada halagüeño para conferencias ni para venta de libros.
Ya de nada sirve lamentarse, la situación es irreversible, estoy aquí, falta menos de media hora para llegar, trataré de dormir a ver si mis fantasmas me respetan en este trance y me permiten conciliar un sueño reparador.
- Señorita, parece usted muy nerviosa,- lo que me faltaba, mi compañero de viaje quiere entablar conversación-, no se preocupe de nada, el conductor es un experto, hace esta línea todos los días, llegaremos sanos y salvos y a la hora prevista.
- Gracias, pero se equivoca, no estoy inquieta- respondo sin saber la razón de tanta explicación a un desconocido y volviendo la mirada hacia la ventanilla añado-, es solo cansancio, llevo todo el día viajando.
- Llegaremos pronto y podrá descansar, ¿va a Cantavieja a visitar a algún familiar o está de vacaciones?- insiste mientras veo sus rasgos reflejados en el cristal.
- Ninguna de las dos cosas, se trata de un viaje de trabajo, soy escritora voy a dar una conferencia mañana por la tarde.
- ¿Una conferencia en el pueblo? No sabía nada y ¿sobre qué va a versar?
- Sobre el naufragio del Titanic, es el argumento de mi último libro.
- ¿No me diga? ¡Pero eso es perfecto! Yo soy un apasionado del Titanic, asistiré entusiasmado a la conferencia y compraré su libro, por supuesto, además me gustaría intercambiar ideas y conocimientos con una experta como usted.
¡Vaya!, esto sí que es ganar el partido sin bajarse del autobús, ya tengo un oyente y un comprador para mañana, me alegro, me alivia un poco el desaliento pero no por eso me estimula las ganas de hablar, ahora no. Me vuelvo hacia él y le digo:
- Me alegrará verle en la charla, compartiremos allí cuantos asuntos desee sobre el trasatlántico.
- Entiendo, disculpe, no seré pesado, le dejo descansar, hablaremos mañana.
¡Dios mío!, ahora me siento mal, quizá he sido brusca, distante y antipática, quizá con mi mal talante acabe de espantar al único oyente de mi conferencia.
- Y usted ¿por qué va a Cantavieja?- pregunto tratando de arreglar mi mala disposición inicial-, ¿vive allí, visita a un familiar, viaje de placer o de trabajo?
- Desde que la he conocido a usted se ha convertido en viaje de placer, señorita- dice con enorme amabilidad y una buena dosis de capacidad seductora-, hasta el momento era… una visita médica la podíamos denominar… pero ya se lo contaré mañana, no quiero importunarla durante el viaje.
Lo tengo merecido, me devuelve la grosería aunque muy atenuada, envuelta en el papel regalo de la elegancia y la discreción. La acepto, he perdido por puntos el primer asalto.
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