Carta de Pedro a su esposa desde el frente soviético.
Capítulo
3º Un amargo despertar
Acto
III El oscuro mensajero de la muerte
Querida
María.
Te
escribo esta carta con la esperanza, con el deseo de que nunca
llegues a leerla. Es por tanto una carta extraña, pues su destino
será, si el final de esta cruel guerra es feliz, ser ignorada. Me
gustaría romperla contigo en el mismo instante de mi vuelta a casa,
en tantos pedazos como días hemos permanecidos separados.¡Ojalá no
haya necesidad de leerla!, pero hoy me veo en la necesidad de
escribir este mensaje, pues aquí, los peligros son muchos y acechan
por doquier, a todas horas. No sabría explicarte en cuantas
ocasiones creí morir, no pude contarlas todas ni quiero ahora
recordarlas, pero el infortunio, el desastre total ha rondado muy
cerca de mí y de mis compañeros, demasiado cerca, demasiadas veces.
El frío intenso y el hambre terrible no son nuestros peores
enemigos, tienen más peligro los tiradores rusos, incluso los
soldados nazis, están locos, se creen una raza superior y fusilan a
sus propios guerreros al menor indicio de cobardía. Y aquí, querida
esposa, en esta guerra brutal, ser cobarde no es malo, es
obligatorio, porque ser medroso puede salvarte la vida. Hay mucho
miedo en el frente, todos lo tenemos dentro aunque algunos no lo
reconocen, ésos tienen doble pánico, el miedo a morir y el miedo a
que alguien se entere de cuánto miedo albergan en su interior. Cada
uno teme a una cosa diferente, yo por ejemplo no temo a la muerte,
pero tengo pánico a morir, tengo miedo a no regresar, a no poder
pisar de nuevo mi tierra, a no volver a ver a mi mujer, a no poder
abrazar más a mis hijos. No tengo miedo a la muerte desconocida sino
a perder lo poquino que tengo. Y sin embargo, si alguna vez te llegan
estas letras, significarán mi muerte. Si esto sucediera, ¡no lo
quiera Dios!, no me llores, no me sufras o no lo hagas por mucho
tiempo, para mí todo habrá terminado, ya no tendré más frío, ni
hambre, ni sueño, ni miedo, ya no habré de trabajar, ni mendigar
desesperadamente un empleo. Si esto ocurriera, ¡no lo quiera Dios!,
preocúpate sólo de ti y los chicos, cógelos un día y vete al
pueblo, algún familiar habrá allí; tus hermanos, mis hermanas,
alguien podrá echar una mano y ayudar a sacar adelante a los
muchachinos. Allí crecerán bien, ya lo verás, corriendo por los
campos verdes entre las amapolas y los granados en flor, espiando el
vuelo de golondrinas vencejos, tórtolas, bañándose en las frías
aguas de los pilones. En Cabezuela serán felices y tú podrás
rehacer tu vida, búscate otro marido, alguien trabajador que te
respete y te quiera. Búscate otro hombre, pero no me olvides, con
eso me bastará, no me olvides. Me angustia la sola idea de no
conocer al pequeño, a mi Pablu, tan sólo pensarlo me vuelve loco,
no sabes cuantas ganas tengo de cogerlo entre mis brazos, ardo en
deseos de abrazar a todos. Si yo faltara, diles a los niños que su
padre les quiso mucho y trabajó cuanto pudo para ellos. Ya debo
dejarte, he de cambiar el lápiz por el fusil, vamos a emprender
camino a una ciudad que los alemanes han decidido atacar, esta noche
hemos de estar allí, dispuestos a luchar, dispuestos a matar o a
morir. No te preocupes por nada, pronto será tiempo de cerezas.
María, por si no puedo decírtelo nunca jamás, ahora te lo escribo.
Te
quiero.
Adiós.
PEDRO.
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