Así continua el capítulo I de mi nueva novela Judith y Holofernes.
Ya está completo.
Aquí podéis adquirir la obra si os parece.
El encuentro
Una rosa en el
ojal de la chaqueta brillaba y daba un toque carmesí sobre el azul cobalto de
su traje, Holofernes, entró al local vestido
del modo que habían acordado y a la hora que habían convenido. Sus ojos
tardaron pocos segundos en acostumbrarse a la penumbra del recinto y una vez conseguido el enfoque correcto, buscó a una
chica alta, de larga melena rubia, vestida con traje blanco y con una orquídea
en el escote. La buscó sin lograr encontrarla, había una sola mujer rubia en el
local, era muy alta, pero con el pelo recogido y ataviada con chaqueta y
pantalón de cuero negro, como si de una motorista se tratara, ésa no era ella,
Judith no estaba. Empezó a pensar que todo fue un engaño, un sueño, comenzó a
presentir que ella ya no vendría.
Pasó el tiempo, los segundos dolían y los minutos caían como losas que
sentenciaban su fracaso, como toneladas de reproches que manifestaban su
ingenuidad. Se sentía ridículo luciendo una flor roja en el ojal en aquel
sitio, en aquellos tiempos. Rosa de fuego que ardía de rabia y de vergüenza,
tan cercana a su corazón, tan lejos de su cerebro. Empezó a pensar en que quizá
fuera el momento oportuno de retirarse, una retirada a tiempo suele ser una
victoria.
- Me voy a ir yendo ya- pensó dando un sorbo a su bebida intacta, era una
frase utilizada para advertir que se iba, aunque no era todavía inminente su
marcha. Decisión tomada y postergada.
- Me voy a ir yendo- murmuró para sí mismo consultando por enésima
ocasión su reloj y sabiendo que sí, que había decidido irse pero que se daba un
pequeño margen, aún.
- Me voy a ir- pensó, pensando que le quedaban pocos segundos para
pensarlo mejor.
- Me voy- pronunció las dos palabras mientras dejaba un billete sobre la
barra, esa sí era la frase definitiva, el reconocimiento del error y el inicio
de la retirada.
Caminando hacia la puerta, arrancó de cuajo, con la furia decepcionada
del enamorado plantado, la rosa de su solapa y, no había alcanzado la calle
todavía cuando la motorista alta y rubia se cruzó en su camino convirtiéndose
en un obstáculo e impidiéndole continuar avanzando.
Con un gesto rápido y certero, la mujer, liberó su melena del objeto punzante
que la mantenía recogida en un rodete; las guedejas rubias flotaron sobre su
rostro mientras decía...
- ¿Eres Holofernes verdad? Yo soy Judith.
Se quedó sin habla, no era una chica guapa quien le hablaba, era una
mujer preciosa la que estaba frente a él, decía ser Judith aunque no llevaba la
indumentaria acordada. La miraba atónito sin apenas pestañear y una sonrisa
comenzaba a atenuar la dureza anterior de su rostro.
- Disculpa, no estoy vestida como te dije que vendría, no me atreví a
salir de casa con un vestido blanco y una orquídea en el escote, me dio
vergüenza.
Seguía sin poder hablar, todavía albergaba dudas, pero tenía que ser
ella, si no lo fuera no podía tener aquella información.
- Me alegro de que la timidez me venciera y me obligara a cambiar mi
vestimenta; de este modo he podido observarte durante unos minutos con
tranquilidad, es peligroso contactar con personas desconocidas a través de la
red, ¿sabes? Ahora pienso que ha merecido la pena venir.
- ¿Creías que era un psicópata?- consiguió por fin hablar cuando una leve
indignación sucedió a la sorpresa.
Judith respiró hondo, llenó de aire sus pulmones y sus ampulosos senos
hicieron lo propio con su escote, luego espiró y exhibió una encantadora
sonrisa que realzaba su natural belleza, aquel gesto seductor fue toda su
respuesta.
- Tal vez lo sea, un psicópata, un pervertido o incluso ambas cosas.
- No me lo pareces, no cumples con el perfil, así pues, correré el
riesgo.
Pasaron juntos una tarde muy agradable haciendo añicos el famoso mito de
que lo que mal empieza mal acaba. En primer lugar hablaron de sus respectivos
trabajos, él era empleado de una empresa de seguridad privada.
- ¿Segurata?- preguntó ella sorprendida.
- No me lo digas, puedo adivinarlo, no cumplo con el perfil. Quizá vuelvas
a plantearte la situación y me veas como un psicópata.
- Pues no, la verdad es que no cumples con el perfil de segurata.
- Preferiría que me consideraras vigilante de seguridad.
Ella trabajaba en la biblioteca municipal.
- ¿Librera?
- ¿Tampoco yo me ciño al perfil establecido?- interrogó tras su
encantadora sonrisa.
- No sé, hubiera apostado por cualquier otra profesión, no pareces
librera.
- Preferiría que me consideraras bibliotecaria.
Después avanzaron en el más resbaladizo terreno de su intimidad y
hablaron sin ambages de su actual situación sentimental.
- ¿Tienes novio?
- No, estoy sola y libre como un pájaro, he conocido a varios hombres
pero todos buscan lo mismo en mí.
- No me digas más, ya sé qué buscan en ti, te quieren por tu dinero-
bromeó Holofernes al tiempo que con sus manos dibujaba en el aire una silueta
de mujer que se adaptaba a la perfección con la perfección de las curvas de la
joven.
- Exacto, lo has acertado- dijo entre risas Judith-. Y tú ¿tienes novia?
- No, estoy solo y libre como un taxi, me he enamorado un par de veces
pero no eran las personas adecuadas, cuando descubrieron que carecía por
completo de fortuna se marcharon, así que... borrón y cuenta nueva.
Algunas copas y muchas confesiones más tarde, él la acompañó a su casa,
fue muy larga la despedida en el portal, durante mucho tiempo se abrazaron, se
besaron, se acariciaron como dos adolescentes enamorados, incendiados de pasión a duras penas reprimida. Su primera
cita casi terminó en el lecho, prendados, embriagados, al borde del acantilado
del amor y su inherente locura de lujuria, se quedaron.
Cuando
por fin se separaron parecía como si se conocieran de toda la vida y sin
embargo seguían siendo Judith y Holofernes, no conocían sus verdaderos nombres
y era ese detalle lo que menos les importaba en aquellos instantes. Esa noche
apenas pudieron dormir, quemado el uno por el recuerdo y el hechizo y la
ausencia y la necesidad del otro, y el otro incendiado por el recuerdo y el
hechizo y la ausencia y la necesidad del uno.
Al día siguiente él dedicó una canción en el programa de
radio favorito de ella junto con un mensaje personal.
Judith, quiero ser tu Holofernes.
El rostro de Judith se iluminó con la preciosa sonrisa que
acentuaba su hermosura, mientras sonaban los primeros acordes de una antigua
canción, “Morir de amor”, empezando entonces, lo que hoy acaba de acabar para
siempre.
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