miércoles, 17 de agosto de 2011
Funéreas profecías
Presentando La profecia con mi amigo el escritor Jose Guadalajara. Dicen que en esta foto me parezco a Loquillo, bueno el es más alto y yo más guapo.
Con Inma, Eva en el libro, y con Rosa, la tabernera de la Taberna del Renco.
Mucho antes de que llegase Faustina, antes del cierre de las minas,
cuando los cristales de la escuela vibraban con los gritos de los chiquillos
en las aulas y los tejados de las masías tenían motivos para mantenerse
en pie, antes de contar con un pretexto para el odio, ya andábamos
a la greña ése y yo.
Elifio Feliz de Vargas Pastor. “Días de cierzo”
CAPÍTULO XX
Funéreas profecías
(13-12-1999)
Silencio.
Signos. Señales. Profecías.
La débil línea divisoria, la frágil frontera que delimita y separa la realidad
de la ficción, lo vivido de lo imaginado, lo experimentado de lo
soñado, es impunemente traspasada.
Silencio. El bien y el mal. Campo de batalla todavía desierto, luna
llena pletórica exultante de blanca belleza proyectando su luz sobre
una cruz. Luna mentirosa, funéreas profecías.
Silencio. Presagios que uno tras otro difuminan la realidad, la distorsionan
hasta hacerla diferente, y entonces, de repente todo acaba,
o por el contrario todo empieza, la niebla disfraza la verdad, o en realidad
oculta la mentira y descubre la verdad perfilando poco a poco sus
contornos. Un cuerpo de mujer yace en el asfalto, algunas perlas corren
escapando de un vistoso collar de bisutería, algunas son atrapadas
por un líquido viscoso y trabadas, frenadas en su carrera, un fluido
que puede ser sangre, sangre procedente de un frágil cuerpo de mujer
que yace en la oscura noche, y sin embargo permanece vivo. La niebla
tapa por completo las mentiras y la verdad resplandece a la luz impetuosa
de la luna.
El campo de batalla se va poblando de personajes, y así, en una vetusta
construcción cercana al derrumbe en un polígono industrial, el silencio
desaparece. Alguien canta en un idioma incomprensible, deben
estar bebidos y recordando con sus canciones su patria lejana. En una
habitación relativamente cercana a donde se producen los cánticos hay
cinco mujeres, cuatro de ellas duermen o parecen hacerlo por su inmovilidad
y silencio; otra prepara con sumo cuidado su mejor vestido, no
le resulta difícil escoger uno entre los tres que tiene, una vez elegido lo
coloca junto a un colchón viejo que es su yacija y se acuesta, tratará
de dormir y descansar, tratará de proteger su vestido de cualquier
arruga, de cualquier mínima mácula.
No resulta sencillo conciliar el sueño con los cánticos incomprensibles
que ganan en volumen según avanza la noche en silencios y alcohol.
Ojos negros que miran desconfiados, nervios rojos que producen insom-
nio y sudor en igual medida, y por fin los primeros y dulces instantes magenta
de la inconsciencia; y no obstante perciben ruidos sus oídos, aunque
los ruidos no son extraños en aquel lugar, al contrario, lo extraño es
el silencio, extraño y peligroso.
Cinco encapuchados han entrado en el edificio y se mueven con rapidez
por la planta baja, a pesar de tener cubiertos los rostros sus facciones
se perciben y sus identidades se adivinan. Carlos y Fernando esperan
cerca de la puerta principal, llevan unas antorchas en sus manos
y comienzan a prender fuego en ellas mientras el humo impregna sus
vestiduras con su inconfundible aroma, entre tanto Dionisio ha ido al
fondo de la planta y esta vertiendo una sustancia altamente inflamable
por el suelo, Quique hace lo mismo junto a las escaleras que conducen
a los pisos superiores y don Javier derrama un líquido viscoso y mal
oliente en el centro justo de la planta baja. Terminan de extender el
fluido y salen a toda prisa, ahora Fernando y Carlos son los que entran
corriendo y prenden fuego al líquido desparramado por todo el suelo.
Tiran las antorchas mientras corren hacia fuera y ganan la salida justo
cuando la sustancia inflamable comienza a arder con rapidez, sin tregua,
sin pausa, sin piedad. Absolutamente toda la planta baja está en
llamas, nadie podrá salir por allí, nadie podrá huir. El fuego se propaga
y se extiende, pronto afectará a los pisos superiores. Los conocidos
desconocidos se ríen y se felicitan por el éxito de su misión.
– ¡Chamuscaos cerdos asquerosos!- Grita Carlos ebrio de alcohol
ambarino, drogas blancas y fuego bermejo.
– Volved a vuestro país, España no os quiere-. Vocea Dionisio cuando
las llamas coralinas se reflejan en el vidrio almagre de sus pupilas.
– Muerte al invasor, fuego contra el infiel-. Proclaman Fernando y
Quique abrazados, ahítos de poder púrpura.
– Vamos, nos marchamos ya, aquí está todo hecho-. Ordena frío y
marengo don Javier a pesar del calor que desprende el edificio incendiado.
Todos corren hacia el final de la calle y los ruidos de sus zancadas
se mezclan con el eco de sus risas, suben a un coche y se alejan
mientras se quitan los pasamontañas sin ni siquiera mirar atrás. Ningún
remordimiento, ningún recuerdo para los muertos.
Candelaria oye gritos y se sobresalta. Sale con violencia de su dulce
duermevela, se incorpora en su colchón y busca asustada el vestido que
debe ponerse para su entrevista. Necesita el vestido y sobre todo necesita
el trabajo. Un fuerte olor a humo llega hasta su fino olfato, necesita
dormir para estar en optimas condiciones mañana, su futuro depende de
ello, decide recostarse de nuevo y descansar, sin embargo no llega a
tumbarse porque los primeros gritos de horror llegan a sus oídos. Los
habitantes de la nave abandonada pronto comprenden su situación. Los
más veloces huyen y buscan las escaleras, pero es ahí donde el fuego es
más intenso, donde el humo es más denso, donde la muerte es más probable;
cuando se dan cuenta de su error ya están dentro de una trampa
mortal, intentan dar la vuelta y correr en otra dirección pero otros que
llegan los empujan hacia el fuego. Quince de los veintidós habitantes de
la nave abandonada encuentran la muerte entre las llamas. Candelaria
comprende que no hay salida, está acorralada, rodeada de fuego, de hu-
mo y de miedo sin posibilidad de acercarse si quiera a la puerta. Su única
posibilidad es la ventana, arrojarse por ella es una locura pero también
es su único recurso. Se acerca a ella cuando ya la temperatura en la
primera planta es casi insoportable. La ventana no tiene cristal, por allí
donde habitualmente entra el gélido frío sale ahora ella en busca de la vida.
Salta, se precipita al vacío, cae. La caída es corta, el golpe brutal.
Siente dolor en el brazo, luego en la cabeza, siente la sangre salir de su
cuerpo y el dolor en el alma antes de perder la consciencia. Las perlas simuladas
de su collar de bisutería corren desperdigadas, su sangre las
traba impidiendo que se alejen de su cuerpo hacia un campo de batalla
plagado de víctimas, luna llena pletórica, exultante de blanca belleza
proyectando su luz sobre una cruz. Cruz mentirosa que no protege a sus
súbditos, funéreas profecías que se cumplen sin remisión. Un cuerpo de
mujer frío sobre el gélido asfalto. Sangre y lágrimas vertidas en el suelo
de un país extraño que soñó propio.
Sirenas, luces bermejas parpadean acercándose veloces y la vida se
escapa a borbotones.
Candelaria se despierta asustada, dolorida, sorprendida... no fue
un sueño, fue una pesadilla real.
Rafael se despierta asustado, dolido sorprendido... todo fue un sueño,
una pesadilla, pero tan real.
– ¡Fueron ellos!- Grita recordando nítidos los rostros de sus compañeros
protagonizando el sueño-. Fueron ellos los asesinos-. Vuelve a
gritar cuando comprende que el sueño, la pesadilla, ha confirmado sus
sospechas.
– Sí fueron ellos-. Grita una voz lejana respondiéndole, confirmando
sus sospechas renovando sus pesadillas y su temor, pero ¿quién le habla
dentro de un edificio vacío?
Al levantarse bruscamente derriba la silla donde estaba sentado y donde,
por añadidura, se había quedado dormido. Alarmado mira las cámaras
de vigilancia. Mucha gente en la calle, nadie dentro del edificio, y sin embargo
el grito que percibió procedía del interior de las entrañas de unos
muros embrujados. Lucha por desembotar sus sentidos, casi lo ha logrado
por completo cuando de nuevo percibe la voz.
– Fueron ellos y tú lo sabes, lo has visto en el sueño-. Se oye un grito
cuyos ecos de ultratumba llegan a todos los rincones.
– Sí, fueron ellos, lo sé, pero ¿quién eres tú?
– Fueron ellos, son unos asesinos-. Sentenció tajante una voz que
sólo podía corresponder a un fantasma. Rafael quedó abatido, no entendía
nada de lo que ocurría y por si su confusión fuera baladí a ella se
le añadía la preocupación, el sueño y la voz confirmaban sus más siniestras
sospechas, pero, por desgracia para él la noche no había terminado,
otros extraños sucesos estaban por acontecer o eso al menos
vaticinaba aquel silencio sepulcral en el cual quedó sumido el edificio.
Al principio fue un sencillo y prácticamente imperceptible murmullo,
más tarde se fue tornando rumor molesto, poco tiempo después se
transformó en ruido preocupante y amenazante, finalmente ya en atronador
estruendo. Rafa lo había oído desde el primer instante y no quiso
concederle importancia, prefirió aguardar y desear en silencio que
cesara; ahora ya no era capaz de soportarlo por más tiempo, alguien,
o algo, estaba en alguna de las plantas superiores del edificio tirando
objetos, cerrando puertas con grandes acometidas, golpeando paredes
con inusitada violencia.
Alguien gritó su nombre desde algún despacho adyacente y el eco
del alarido rodó por todo el edificio como si un carro con ruedas de piedra
bajara por las escaleras. Un viento de terror le atravesó cuando se
recordó a sí mismo que entre aquellas paredes estaba él solo, por tanto
era imposible que ese estruendo lo causase alguien, en todo caso,
en las plantas de arriba debería haber “algo” causando daños. Se armó
de valor y de paciencia en idénticas dosis y empezó a subir la escalera
en dirección al estruendo. Los ruidos procedían de la segunda planta,
de uno de los despachos del final del pasillo que se hallaba ubicado
precisamente encima del chiscón de seguridad. Era el despacho más
cercano al de Eva López.
La puerta estaba cerrada con llave porque él la había dejado así en
la ronda anterior, cualquier cosa que estuviera dentro había accedido al
interior atravesando la pared, la puerta o las ventanas, aún así el detector
de movimientos del despacho no captaba actividad de ningún tipo,
quien hubiera conseguido entrar lo había hecho sin moverse y ahora
causaba ruidos en el interior del mismo modo, sin efectuar movimientos.
Abrió el despacho con decisión... nada, nadie, sólo el ruido constituía
la pieza que no encajaba en el decorado, lo demás estaba correcto,
sonaba como si alguien, alguien invisible, golpease las paredes y los
cristales pero sin llegar a romperlos. De repente los ruidos cesaron allí,
en el despacho donde él se hallaba y se trasladaron al despacho contiguo,
al de Eva López. Rafael hizo lo mismo, se trasladó al despacho
cercano el cual no estaba cerrado con llave... tampoco nada, tampoco
nadie, también sólo el ruido inexplicable y ambiguo. Se esforzaba por
mantener la calma, luchaba por permitir la continuidad de la broma si
es que se trataba de una broma más de los eternos moradores del edificio,
intentaba dominar su creciente nerviosismo e ignorar la mutación
que estaba sufriendo el mobiliario de los despachos que visitaba. Todo
el edificio resultaba repentinamente lóbrego y triste; en algún lugar se
produjo un crujido seco y su leve eco rodó por el hueco de la escalera
en apenas un segundo. Todo lo que ocurría debía ser perfectamente inofensivo,
perfectamente explicable, ¿pero cual era la explicación que
pudiera atenuar sus nervios? De repente sintió que Álvaro vagaba por
las sombras de aquel recinto y su intuición fue acompañada por otro
suceso.
De pronto un libro de la estantería cercana a la puerta salió de su lugar
y voló por el despacho atravesándolo y estrellándose en el cristal
de uno de los ventanales. Rafa estaba perplejo, mas pronto abandonó
su asombro pues inmediatamente después otro libro que reposaba
junto al anterior siguió su mismo camino, es decir voló impulsado por
una fuerza invisible hacia el ventanal.
– Alguien está intentando romper el cristal desde dentro del despacho
arrojando los libros de la estantería-. Susurró Rafael como si hablase
con alguien además de consigo mismo.
El vigilante se dirigió hacia el cristal que estaba recibiendo la anónima
agresión mientras ya un tercer volumen se estrellaba contra él; enfocó
la linterna hacia la estantería que hacía las veces de arsenal, vio
otro ejemplar salir de su lugar y volar hacia el ventanal estrellándose
en otro cristal diferente, en el de su derecha.
– No me quieren dar a mí, los tiran contra los cristales.
Era rigurosamente cierto lo que el vigilante decía, si se desplazaba
al cristal de su derecha los libros impactaban de nuevo en el de su izquierda,
si cambiaba de posición los impactos mutaban igualmente hacia
donde él no se hallaba. Miró a través de uno de los cristales hacia el
exterior; afuera había mucha gente, iban de un local a otro entre grandes
voces, risas y algarabía, entre la multitud el vigilante acertó a divisar
a dos personas conocidas; una era Antonio, ya saben, agencia de
viajes calle Farmacia, la otra era Rosa.
– ¿Qué haces paseando con ese tipejo Rosa? Antes de contar con un
pretexto para el odio, ya andábamos a la greña ése y yo-. Adujo en voz
alta como si la chica pudiera oírle.
Una lluvia de libros golpearon en el cristal de su izquierda, diríase
que quien arrojaba los libros compartía su inquietud respecto a la presencia
de Rosa junto a Antonio. Ese detalle sorprendió a Rafael tanto
como ver en la calle a la dispar pareja y le hizo reaccionar con rapidez
y comprender.
– Álvaro, ¿eres tú? Sí, eres tú, estás enfadado por ver a Rosa con el
imbécil de la agencia de viajes.
No obtuvo respuesta claro, no en vano dirigía sus palabras a un fantasma,
a su compañero muerto en acto de servicio dentro de aquel edificio
o a lo que de él quedara en el lugar, no obstante los ruidos cesaron
en ese despacho y se desplazaron una vez más hacia la izquierda.
Rafa trató de hacer lo mismo pero el siguiente despacho sí estaba cerrado
con llave, cuando consiguió acceder al interior, la presencia, el
fantasma o quien fuera, ya estaba en el siguiente departamento... el
vigilante miró por la ventana, Rosa y Antonio estaban en movimiento y
los ruidos, los fenómenos extraños se desplazaban en la misma dirección
que ellos y casi a la misma velocidad.
– Es Álvaro, los está espiando, siguiendo, trata de proteger a su novia
de ese tipo desde el otro mundo-. Y tras esta reflexión en voz alta
se sorprendió gritando al viento-. Álvaro, no sigas, yo te ayudaré.
Si en verdad era el fantasma de su compañero quien armaba aquel
escándalo no le hizo caso pues continuó un despacho más allá, ya sólo
quedaba uno en esa planta, en esa dirección. Poco recorrido para alguien
que no podía salir del recinto marcado por aquellas paredes.
Cuando Rafael llegó a aquel despacho quien quiera que fuera ya estaba
allí, el espectáculo era demencial, las sillas eran lanzadas una y
otra vez contra paredes y cristales, paraguas, percheros, archivos,
cualquier objeto volaba en cualquier dirección amenazando con impactar
en el cuerpo del vigilante, el despacho corría riesgo de quedar arra-
sado como si Atila hubiera pasado por allí capitaneando a sus ejércitos.
No obstante a Rafael le preocupaba más el estado en que pudiera quedar
el despacho y que le resultaría muy difícil de explicar que su propia
integridad física. En efecto, no sentía miedo pues había identificado al
fantasma de Álvaro como el causante de aquel incidente. En un par de
minutos cesó toda actividad paranormal, Rafael miró al exterior a través
del ventanal. Rosa y Antonio habían desaparecido de la calle, habían
cruzado y girado a la izquierda y con toda seguridad ahora bajaban
por la calle Graviña, en dirección a la casa de Rosa, o para ser exactos
del padre de Rosa, pues la joven había dejado el apartamento que
compartía con Álvaro cuando éste murió.
De repente escuchó un gran estruendo procedente de los despachos
del otro lado del edificio. Aquella planta no era por completo cuadrangular
como las inferiores por tanto no comunicaba con la zona donde
se producía la nueva aparición o mejor dicho, agresión, pues en realidad
ningún espectro se había materializado ni aparecido en ningún instante....
aún.
Rafael tuvo que correr desandando el camino recorrido para llegar
al nuevo estropicio. Cuando accedió al despacho donde se producían
los fenómenos fue hacia la ventana, en efecto, como había sospechado
allí estaban Rosa y Antonio, paseaban por la calle Pelayo, no se dirigían
a casa de Rosa sino a la Taberna del Renco, quizá Rosa se había tomado
unos instantes de descanso y salido a estirar las piernas y en su
paseo por el barrio se encontró con el imbécil de la agencia de viajes
de la calle Farmacia.
– Álvaro por favor para ya, se habrá encontrado con ese tipo por casualidad,
si sigues destrozando el edificio Dionisio tendrá la excusa
perfecta para empapelarme.
Aquel grito desesperado sí pareció llegar a quien causaba el desbarajuste,
pues cesó de inmediato el lanzamiento de objetos, aunque siguieron
oyéndose pequeños ruidos en los despachos que estaban en la
misma dirección que seguían los jóvenes, hacia donde Rosa y Antonio
se desplazaban por la calle; pequeños ruidos de sillas que se arrastran
al ser retiradas o al tropezar con ellas, de golpes involuntarios en mesas
o estanterías causado por las prisas, pequeños sonidos que de día,
con las oficinas llenas de trabajadores serían habituales pero de noche
y con el edificio desierto eran, cuando menos, inquietantes.
Rafael abrió una de las ventanas del despacho donde se encontraba,
trató, llamándola a grandes voces, de que Rosa le oyera salvando el
obstáculo de la distancia e imponiéndose por encima del ruido del gentío.
Su grito fue inútil, no era posible que nadie en la calle escuchara su
llamada y poco a poco Rosa y Antonio desaparecieron entre la muchedumbre.
También poco a poco regresó la calma al recinto donde Rafael debería
pasar la noche, estaba cansado y en realidad quedaba más de la
mitad del servicio, no obstante se sintió aliviado, si se recuperaba la
calma, el sosiego, el normal y habitual estado de las cosas, el turno
transcurriría sin prisa pero sin pausa. Inmerso en estos pensamientos
se instaló en su butaca y visualizó con rápida y experta mirada las cá-
maras del circuito cerrado de televisión. Todo estaba en orden, bueno
en realidad eso no era del todo cierto, algunas oficinas de la segunda
planta estaban desordenadas. Decidió arreglar el desaguisado, se levantó
y ya iba camino de la escalera cuando un vehículo aparcó en la
puerta del garaje con una rápida maniobra.
– Otra vez ese coche. Exclamó cuando la cámara le confirmó la matricula,
M- 3051- MU. Dispuesto a terminar ya con el enigma del todo
terreno gris se encaminó al garaje. Pulsó el botón que permitía la apertura
de la puerta y aguardó a que el viejo motor franqueará la entrada,
en ese tiempo el vigilante se retiró unos metros del acceso y puso su
mano diestra en la culata del revolver; sin embargo, cuando la puerta
finalizó la subida el vehículo misterioso ya no estaba allí, salió al exterior
y observó el final de la calle, no había ni rastro de ningún coche.
Un tanto contrariado entró en el edificio, cerró la puerta del garaje y
decidió subir a la segunda planta a poner un poco de orden en el mobiliario
revuelto.
Alguien se le había adelantado, todas las oficinas estaban en perfecto
estado, todos los muebles en su sitio, sillas, paraguas, percheros,
archivos, ocupaban su lugar como si nunca lo hubiesen abandonado,
como si lo ocurrido fuera tan sólo una pesadilla, una elucubración de su
mente perturbada.
– Gracias Álvaro-. Murmuró convencido de que el fantasma de su
compañero fallecido había sido el causante tanto del desastre como del
posterior arreglo.
– No tengas miedo ahora estás conmigo-. Susurró una voz que pareció
existir sólo en su cerebro.
Se erizó su cabello, un escalofrío recorrió su cuerpo, permaneció varios
minutos inmóvil, observando el vacío con mirada perdida, percibiendo
el silencio total y absoluto.
Silencio. Funéreas profecías.
Intentó despertar pero no estaba dormido, no fue una pesadilla, todo
había sido real. La frágil frontera que delimita la realidad de la ficción,
había sido traspasada. Y ahora, nada. Silencio, vacío y soledad
hasta el alba.
Pensó en Rosa y supo que no podía contarle lo ocurrido; recordó a
Eva y decidió no ponerla al corriente de lo acontecido; Candelaria, quizá
ella fuera el hombro sobre el cual podría derramar sus lágrimas, se
preguntaba si debía hablar de sucesos extraños a una persona que
muy pronto trabajaría en aquel edificio, se preguntaba si era justo
alarmar a su nueva amiga o por el contrario era mejor ser cómplice del
silencio.
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