
No correr es de cobardes.
Me repito esta frase una y otra vez para convencerme de que debo salir a hacer un poco de ejercicio. Me cuesta, debo reconocerlo, unos días por el frío, otros por el cansancio acumulado, otros por falta de tiempo... siempre hay una excusa que trato de vencer con esa corta frase.
Me enfundo en la ropa deportiva, me pongo las zapatillas y sin darme tiempo para arrepentimientos salgo de casa. Como ya voy teniendo una forma física aceptable tengo establecido un recorrido habitual, de ese modo controlo la distancia y evito las zonas de tráfico rodado.
Cuando regreso, faltando apenas unos 20 minutos para llegar a casa, paso por la puerta de un colegio, muchas veces en la puerta hay personas fumando, casi siempre, entre ellos, está el conserje.
_ Eso deberíamos hacer nosotros- dice una voz femenina-, correr en vez de fumar.
_ Correr es de cobardes- afirma entre risas el conserje.
Ganas me dan de volverme y decir, de cobardes es no correr, pero prefiero guardar mis fuerzas y no agitar más mi agitada respiración, además, ellos no lo comprenderían.
Los sábados me resulta menos costoso el esfuerzo, más gratificante, no tengo que madrugar y cuando la temperatura es agradable salgo a correr por mi habitual recorrido. De regreso, no hay nadie fumando en la puerta del colegio, los fines de semana todo es diferente, menos gente, menos coches, menos prisas.
Cruzando el parque adelanto al conserje que pasea con su perro, el animal no piensa lo mismo que su dueño y al no creer que correr sea de cobardes, corretea a mi alrededor, en un par de ocasiones se me enreda en los pies.
_ Por favor sujete al perro- ruego al conserje-, me va a hacer caer.
_ No se asuste- responde-, no muerde, solo quiere jugar.
Otra frase mítica que debemos escuchar los corredores. Por lo general contesto que de igual modo lo sujeten, pues si me caigo puedo hacerme tanto daño o más que si me mordiera, en otras ocasiones añado que conozco su intención, solo quiere jugar, pero yo no quiero jugar con él. Esta vez no me decido por ninguna de esas dos opciones.
No sé porque, tal vez por el cansancio, no en vano llevo una hora corriendo; o quizá me han cogido en un día tonto, o el recuerdo de las bromas casi a diario a la puerta del colegio me ha ofuscado, no lo sé.
El caso es que me giro, vuelvo sobre mis pasos, tomo velocidad en unos metros y, salto como un chucho juguetón sobre la espalda del conserje.
El hombre que no espera esa reacción se derrumba estrepitosamente bajo la contundencia de mis 90 kilos y cae al suelo, debajo de mí le oigo protestar.
_ ¡Pero está usted loco!
_ No te asustes, no muerdo, solamente quiero jugar un momento contigo.