jueves, 29 de septiembre de 2011

Sangre, sombra y viceversa




Ya es oficial, he ganado el concurso "Haz historia con Matilde Asensi" para celebrarlo os adelanto el capítulo seis de "El casero siempre llama dos veces"


Sexta sombra: Sangre, sombra y viceversa

En ese inoportuno instante llegué yo, imprudente, curioso, inconsciente, sin llamar dos veces, sin llamar, casi sin hacer sombra.
La escena era ridícula, me hubiera reído de buena gana si no hubiera formado yo parte de ella. Cora en pie, junto al borde de la mesa, desnuda, con las piernas muy juntas tratando de esconder sus vergüenzas con la siniestra, en la mano diestra un cuchillo enorme y en su rostro una expresión agresiva, a pesar de todo bella, inmensamente atractiva.
Fran de pie manteniendo el equilibrio a duras penas, a penas duras, los pantalones enredados con sus zapatos, sin camisa, envuelto en sudor y con su miembro bailando la danza del absurdo; patético, inmensamente lamentable.
Nick de espaldas a mí, por encima de su barriga fofa una escopeta, por debajo unos calzones de corazones de un mal gusto reprobable, extravagante; la antítesis del deseo, inmensamente desagradable.
Mi llegada inesperada les sobresaltó a los tres, todos se volvieron a mirarme, todos apuntaron sus armas hacia donde yo me hallaba y ese gesto fue el que ahogó mi risa y despertó mi miedo.
De repente se escuchó un disparo, una bala me partió el pecho y una fuerza terrible me propulsó contra la pared a unos metros de donde me hallaba. Mi sangre tiñó de tragedia algunas baldosas del pasillo.
Fran no aguardó más acontecimientos, lo vi desde el suelo donde quedé inmóvil aunque con los ojos abiertos. Se abalanzó sobre Nick y sin permitir reacción alguna le clavó las tijeras en el pecho. El ruido fue horrible, como cuando cae un melón al suelo y estalla; la cara de sorpresa del agredido una mueca terrorífica, como cuando te pisa el pasajero más obeso del autobús y te hace polvo el juanete. El corazón se lo habían partido, primero al descubrir la traición de su esposa, después al hincarse las tijeras en su pecho. Cayó estrepitosamente. Estrepitosamente muerto. Pasó a mejor vida sin viceversa.
_ Estás loco, le has matado.
_ Pues claro que lo he matado ¿acaso pretendías esperar a que nos matara él a nosotros? Mira lo que le ha hecho a ése desgraciado- dijo enfadado, excitado y señalándome a mí con su dedo tembloroso.
_ Y ahora ¿qué hacemos? Irás a la cárcel, nos juzgarán.
_ No pasará nada, limpiaremos las tijeras quitando mis huellas, tu las cogerás poniendo las tuyas y declararemos que tras sufrir un arrebato de celos y de golpearme a mí en la cabeza, Nick trató de matarte con la escopeta; el primer disparo fue fallido y el segundo alcanzó a ése,- de nuevo me señaló con el dedo tembloroso y me llamó “ése” ¿acaso no sabía cómo me llamaba? No, probablemente no lo sabía-, antes de que pudiera hacer un tercero te defendiste, no querías matarlo pero no supiste calcular dónde le asestabas el golpe. Yo corroboraré todas tus palabras con mis palabras y con la herida de mi cabeza, te declararán inocente, fue en defensa propia, quedaremos los dos en libertad y además nos hemos librado de la pesada carga de tu esposo, viviremos juntos y felices por siempre Cora.
No se preocuparon de mí en ningún instante, no me auxiliaron, ni me miraron y, eso me dolió más que la herida, como si yo no estuviera, como si yo no hubiera recibido un disparo y lo peor de todo fue que el plan de Fran tuvo éxito, todo ocurrió como el lo había dicho, exculparon a Cora, se libraron de la molesta presencia de Nick, con quien Cora se había casado por dinero y al poco tiempo iniciaron una vida juntos.
Se olvidaron de todo, del marido muerto; del inquilino asesinado, a la sazón el mismo; del homicidio; del inherente juicio; de las sombras que los acechaban y, lo que más me dolió, más incluso que la propia muerte; se olvidaron incluso de mí… de Viceversa…

domingo, 25 de septiembre de 2011

La sombra de una duda razonable



Quinta sombra: La sombra de una duda razonable



_ ¡Qué significa esto!- gritó de nuevo Nick al tiempo que con su diestra cogía por los hombros a Fran y lo zarandeaba-, ¿qué haces con mi mujer?
Fran perdió el equilibrio, los pantalones trababan sus tobillos, no pudo apoyarse, trastabillo y cayó estrepitosamente golpeándose con la cabeza en el suelo, el golpe lo dejó ligeramente aturdido, sin embargo distinguió el tacto frío del filo de unas tijeras junto a su mano diestra.
_ ¡Qué haces con mi mujer no! ¡Imbécil!- dijo Cora con un ronquido ahogado y forzando el llanto-. Lo correcto es preguntar qué le haces a mi mujer, no ves que me está… me está…él me ha…
_ ¡Maldito bastardo!- exclamó Nick comprendiendo la situación o, creyendo comprender la situación o, viceversa y, mientras continuaba hablando, el punto de mira de la escopeta se instalaba en el cuerpo del casero- Dime qué le has hecho a Cora antes de que te pegue un tiro.
Fran estaba ligeramente aturdido por el golpe pero comprendió en seguida la situación: su inquilino creía que él… Cora le había dicho a su marido que él… y por culpa de esa sucia mentira ahora él estaba a punto de…
_ No le he hecho nada-, gritó en su defensa para después, atiplando la voz añadir-, bueno nada que ella no quisiera que le hiciera, se me insinuó, estaba desnuda y me provocó, hasta limpió la mesa para estar más cómoda, yo no soy de piedra…
De nuevo la escopeta cambió de diana y se dirigió a las curvas de Cora que seguía sentada sobre la mesa y con el cuchillo en la mano.
_ ¿Tú le provocaste? ¿Te mostraste desnuda al casero y te insinuaste? Entonces eres tú la que debe morir.
_ Le crees a él y no a mí, ¿estás ciego?, mira ahí en el suelo las bragas rotas, los cubiertos, en el forcejeo hemos tirado la vajilla de la mesa, con mucho esfuerzo he podido coger el cuchillo y estaba intentando clavárselo para librarme de su acoso pero él me sujetaba la mano, ¿acaso no lo has visto?
Fran se levantó con ímpetu y casi volvió a caer, se sentía ridículo con los pantalones por los tobillos, con su miembro a la intemperie oscilando alicaído tras el esfuerzo y el susto y, asiendo las tijeras con su mano diestra como si fuera una costurera vilipendiada.
_ No ha habido forcejeo, ella tiró al suelo los objetos de la mesa, prefería hacerlo sobre el mantel y no apoyada en los azulejos fríos de la pared.
Nick también se sentía ridículo, en calzoncillos, eligiendo blanco o diana, táchese el que no proceda, armado con una escopeta que ni sabía con certeza si estaba o no cargada y con una gigantesca resaca que le impedía razonar y sólo le producía sombras y dudas y viceversa.
_ No sé a cuál de los dos voy a matar primero- movió la escopeta de un lado a otro, de izquierda a derecha, de la diana al blanco, de la mujer al hombre y viceversa-, a la zorra o al violador, al bastardo o a la ramera…
Cora también se sentía ridícula, desnuda, insatisfecha, sentada en el borde de la mesa aunque cruzando las piernas pudibunda, aferrada al cuchillo… al menos la resaca se había evaporado con tantas y tan variadas emociones.
_ Encima de ultrajada tengo que aguantar ser insultada y tendré suerte si no soy asesinada.
Nick sufrió un escalofrío, la resaca, su desnudez, las palabras de su mujer o una mezcla explosiva de todas esas circunstancias le hicieron temblar y, como consecuencia de esa contracción, sus dedos adoleciendo gafedad, torpes, engarabitados, se enredaron con el disparador. Afortunadamente la escopeta no estaba cargada y sonó un click en vez de un bang. A pesar de eso o precisamente por ello Cora palideció.
_ Has apretado el gatillo, has querido matarme- dijo incrédula porque su marido hubiera sido capaz de dispararle y porque a pesar de todo la suerte la mantenía viva. Y se puso en pie amenazándole con el cuchillo.
_ Has dicho que te he violado-, decía Fran indignado mientras amenazaba a su amante con las tijeras-, ¿cómo has podido hacerlo después de ofrecerte de forma descarada y pedirme que te besara?
_ Has roto mi matrimonio, he estado a punto de matar a mi esposa- adujo Nick apuntando de nuevo al casero e introduciendo un cartucho en la recámara, ahora sí estaba cargada, si pulsaba el disparador no habría vuelta atrás, viaje de ida sin viceversa.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Recordar tu nombre


Recordar tu nombre es un relato trampa, uno de mis juegos excéntricos. En realidad no es un relato, es un poema que escribí hace poco, con motivo del día mundial contra el alzhéimer y en el que traté de reflejar el miedo a perder todo lo que tenemos, no por su ausencia, sino por la carencia de recuerdos.
El relato lo podéis leer aquí, el poema, que se titula “Ángel abrazando al miedo” si lo queréis descubrir tendréis que ir el día 13 de Octubre a Espacio ComuniKarte en la calle Negritas 13 de Valdemoro, allí lo recitaré por primera vez.


Recordar tu nombre

Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado, de nuevo libres, de nuevo tú y yo. Podremos lanzarnos besos… y, versos, construyendo un camino de amapolas, transitando un bosque de caricias… y, esperanzas.
Podremos regarnos el alma con roces de nuestros labios, secar lágrimas en la almohada, inventar castillos, descubrir islas en el mar… y, hallar tesoros.
Podremos tú… y, yo, navegar travesías hasta el final de nuestros sueños, vencer tormentas, abrazarnos en el miedo, calmar el temblor de mis manos y la gafedad de tus dedos.
Podremos juntos, hacer toda una vida, si consigo recordar tu nombre.
Y si no, seguiremos siendo, tan sólo tú y yo.





El segundo es un relato que compara el naufragio de un barco con la zozobra de una relación. Es un diálogo entre dos personas, en una isla desierta, o en dos, en la isla física donde habitan tras el hundimiento de su yate, o el del islote donde habitan sus corazones alejados y sin alicientes.
Éste relato fue escrito en Soria con la inestimable colaboración de dos miembros de "Las Manadas", Javi Moreno y Javi García, gracias por un fin de semana perfecto.




Naufragios


_ Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado, escuchar el sonido del viento, observar el devenir de las olas apoyados en una palmera.

_ Deberíamos avivar el fuego, esas llamas están a punto de consumirse, ¿tenemos leña suficiente?

_ Sí, de sobra, si nuestro amor y nuestro futuro tuviera tanta madera seríamos felices.

_ Remueve las brasas y demos un pequeño paseo a la luz de la luna.

_ Un breve paseo, no podemos alejarnos arriesgándonos a que se extinga el fuego.

_ Naufragó nuestro barco y también zozobró nuestro amor.

_ El mar es ahora nuestra frontera infranqueable, junto al hastío; la isla es pequeña, nuestros pasos siempre acaban en el mismo sitio.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Tijeras cuchillos y viceversa


Cuarta sombra: Tijeras cuchillos y viceversa

Las tijeras golpearon con fuerza la espalda de Fran que ni se inmutó ni interrumpió sus besos ni sus caricias ni disminuyó, en modo alguno, su desbocado deseo, por causa del impacto accidental.
Junto a las tijeras, en el suelo, estaba el móvil que también había caído segundos antes por estar a menos altura y también por esa circunstancia no golpeó al casero, como hicieron aquéllas, aunque rozó uno de sus tobillos.
Ahora las manos de Cora, sin objetos que entorpecieran sus movimientos, estaban libres, aunque permanecían muy ocupadas tratando de desabrochar el pantalón de Fran.
_ Espera- dijo el casero impaciente-, yo lo haré.
Se separó un poco, apenas una zancada hacia atrás y se liberó del incordio de la ropa bajando los pantalones hasta los tobillos. Ahora tuvo que dar varios pasitos cortos para acercarse al punto de partida.
_ Ahora aguarda tú- dijo Cora apartándose de él-, no quiero estar de pie pegada a la pared.
Se dirigió a la mesa y empezó a tirar los objetos y restos de la última comida de ayer, de la última cena. Algunos platos cayeron al suelo y también algunos cubiertos, un vaso se rompió en mil pedazos. A Fran los ruidos de los cristales y metales lo excitaban aún más y, más aún, la visión de Cora de espaldas a él, barriendo la mesa, con esas nalgas blancas que bailaban al ritmo de los ruidos de la cubertería incitándole a la locura… a una mayor locura.
Con pasos cortos llegó hasta ella, hasta los glúteos respingones donde sin preámbulos instaló su órgano masculino.
_ ¡He dicho que esperes!- dijo Cora girándose y mostrando un cuchillo de filo brillante y amenazador al tiempo que se sentaba en el filo de la mesa para de inmediato añadir-, ahora sí, a qué estás esperando.
Fran no se hizo esperar, pronto quedaron unidos, pegados, adheridos por la pasión irrefrenable. Sus labios apretados violentamente contra los de Cora, los pechos de la inquilina estrujados contra el torso del casero, sus sexos fundidos en uno…
Las manos de Fran arañando la espalda de la mujer, la mano izquierda de Cora aferrando la nuca de su rival, en la diestra los dedos se agarraban a un cuchillo que de vez en cuando pinchaba, sin llegar a herir, la espalda del casero.
_ ¿Por qué siempre tienes objetos peligrosos y cortantes en las manos?
_ ¡Cállate y no dejes de besarme!
Jadeos y gemidos quedaron ahogados en un beso y viceversa. El combate cuerpo a cuerpo entró en una espiral de ritmo frenético que no podía durar mucho más. Así fue. Los labios se separaron, ambos echaron la cabeza atrás, Cora alzó la mano derecha armada con el peligroso cuchillo, Fran sujetó con la siniestra la muñeca de la mujer por miedo a que en un espasmo le descargara un golpe mortal. De puntillas en el vertiginoso precipicio del orgasmo se hallaban cuando a su espalda surgió una sombra proyectada desde el umbral y un grito cruzó el quicio de la puerta para mezclarse con el grito incontenido e incontenible del casero.
_ ¡Aaaaahhhhhhh!- Chilló Fran perdiendo toda su fuerza en el último empujón.
_ ¡Qué coño está pasando aquí!- gritó Nick sin dar crédito a sus ojos y alzando su escopeta.
_ Siempre tienes que joderlo todo- espiró Cora insatisfecha dirigiéndose… ¿a Fran? ¿A Nick?, o viceversa.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Lunes eterno





El primer micro relato nació en twitter. Allí leí, cito de memoria, "no hay nada más triste que una biblioteca vacía- dijo ella en su monólogo con un fantasma".
Esta frase me gustó y surgió "Biblioteca con fantasma"

Biblioteca con fantasma

La noche es una estrella en tu cucharilla, la luna un reflejo de tu rostro entre los posos del café. Un escenario perfecto para el reencuentro.
Entonces, ¿por qué tiemblan mis piernas muertas y tirita mi alma? En lugar de jugar al amor, practicas este maléfico pasatiempo perverso, propio de nigromantes, obligándome a mirar al miedo de frente otra vez. Has disfrazado de pitonisa medieval tu cuerpo, de hechicera tu corazón y me invocas, con malas artes y tazas de humeantes brebajes, sacándome de mi refugio.
Abandono sin querer el manuscrito codificado donde habito para escuchar tu lacónica jaculatoria:

Amado fantasma qué triste es una biblioteca vacía.






Bailemos un Valls es un homenaje a un amigo, Javier Valls, he plagiado su estilo, su forma de desarrollar un diálogo un tanto dura e irreal, o no. En todo caso he tratado de darle la mala uva que Javier transmite a sus escritos, espero haber conseguido escribirlo la mitad de bien que lo hubiera hecho él.
Un abrazo Javier.


Bailemos un Valls

_ La noche es una estrella en tu cucharilla.
_ No es una estrella es una mancha, a ver si limpias mejor la cubertería y déjate de chorradas que va a empezar el fútbol.
_ Sólo pretendía ser amable, nada más.
_ Pues ya lo has sido, ración de miel diaria engullida, ¿dónde está el mando de la tele?
_ No lo sé mi amor.
_ Lo habrás tirado a la basura, no te fijas en lo que haces.
_ Deja el fútbol, vamos a querernos como cuando nos queríamos.
_ Hoy no, quizá mañana.
_ Qué arisca eres, para una vez que intento ser romántico.








Lunes eterno es un homenaje a dos personas que me abandonaron hace ahora un año, recordaréis mi artículo banderas rotas y si no lo recordáis podéis verlo en mi web www. angelutrillas.com en la sección artículos en Vivir Valdemoro.
Para mis amigos, Labordeta y Juanjo.

También para Ana María Arroyo que sin saberlo y sin querer inspiró el título. Ana, nunca un lunes es eterno, siempre llega el fin de semana, aunque también acaba por transcurrir, es el ciclo de nuestra vida.



Lunes eterno


La noche es una estrella en tu cucharilla, porque sigue estando allí, en tu mesita, donde la dejaste tras tomar tu última pastilla.
La noche es larga desde que te fuiste, muy pronto hará el año.
Los días puedo soportarlos, ya sabes, el trabajo; la casa; los niños que por mayores que se me hacen jamás dejarán de ser niños; tu sonrisa observándome desde la pared; tus ojos anclados en la ausencia de pestañeo del dibujo.
Cuando anochece te hablo y sólo obtengo silencio, no el tuyo, callado, tibio y cercano, no; otro distinto, frío y yerto como de sepulcro.
Un silencio gris y triste de lunes eterno.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tercera sombra: La cocina





Capítulo tres o tercera sombra de "El casero simepre llama dos veces"


La cocina


Susurraba entre sombras, no quería, no podía alzar la voz.
_ Fran no es buen momento, acabo de despertar y tengo una resaca de espanto, además pasa algo raro en la casa, oigo ruidos, cualquier asunto seguro que puede esperar.
_ No señorita no puede esperar,- mientras oía las palabras del casero quien por cierto también murmuraba bajando la voz todo lo posible, quizá por simpatía o por inercia, salió del salón y comenzó a descender hacia la cocina-, hoy es día uno de julio ¿recuerda? Son más de las doce de la mañana, debían haber abandonado la casa, tengo que limpiar, esta tarde vienen los nuevos inquilinos.
_ ¡Maldición!- exclamó en un susurro ahogado, bajaba los peldaños de dos en dos, sobrevolándolos, apenas rozándolos para no hacer ruido con sus pisadas y murmuraba de forma prácticamente incomprensible-, no me acordaba de la fecha, lo siento, pero ¿cómo sabe usted que seguimos en la casa?
Llegó a la puerta entreabierta de la cocina, dentro había alguien, seguro, se percibían roces de telas, una respiración amortiguada y un sordo murmullo susurrado.
_ ¿Cómo voy a saberlo?- Empujó la puerta de un puntapié, con decisión, con el móvil en la oreja izquierda y las tijeras alzadas en la diestra, entró a la cocina y entonces… oyó lo mismo por su oído izquierdo, es decir por el móvil, que por su oído derecho, es decir en vivo y en directo-. Estoy en mi… estoy en su… estoy en la cocina.
Quedaron petrificados, mirándose incrédulos, sin dejar de apretar los celulares contra sus pabellones auditivos. El casero abría los ojos hasta el infinito y recorría el cuerpo de la mujer de pies a tijera, que se alzaba un palmo sobre su cabeza y viceversa, la inquilina no pestañeaba, en silencio y en absoluta quietud trataba de relacionar la imagen con alguna explicación lógica.
_ Qué susto me ha dado Fran, oí ruidos, creía que era un ladrón o un asesino o un violador…
_ Pues soy yo, entré con mi llave, venía a limpiar la casa y me di cuenta de que todavía estaban dentro- hablaban por teléfono, mantenían la comunicación y los móviles les trasladaban una millonésima de segundo más tarde y, por segunda vez, sus palabras-, tenga cuidado con esas tijeras, se puede hacer daño o hacérselo a alguien o incluso hacérmelo a mí.
_ Creo que esto ya no es necesario- dijo la inquilina mostrando el móvil y las tijeras y percatándose entonces y sólo en ese momento de su situación.
Había salido con tanto miedo y tanta urgencia de la cama y la noche anterior había hecho tanto calor. No se había puesto nada, ninguna prenda por encima de su cuerpo y estaba prácticamente desnuda, solamente unas minúsculas braguitas tipo tanga ocultaban una ínfima parte de su anatomía. Y encima eran blancas y finas y se trasparentaban…
Los ojos de Fran, ya acostumbrados a la penumbra de las sombras, devoraban el exuberante cuerpo de Cora y se encendía su deseo mientras ella apagaba el móvil.
_ No ya no es necesario eso- dijo señalando hacia sus caderas sin que la inquilina llegara a saber a ciencia cierta si el casero se refería a los instrumentos innecesarios que mostraban sus manos o a la tela translúcida que ocultaba su sexo.
_ Disculpe mi aspecto, me acosté tarde y me acabo de despertar.
_ No hay nada que disculpar, al contrario es de agradecer tanta belleza. Nunca me pareciste demasiado guapa pero tu cuerpo es de una hermosura arrebatadora, tanto que ardo en deseos de besarlo todo entero.
Fran dejó el móvil en la pila sin percatarse de que estaba llena de agua y dio un par de pasos hacia Cora que permanecía inmóvil tratando de taparse.
_ Qué vas a hacer, ni se te ocurra acercarte más…
Puso sus manos en los pechos que se agitaban con la respiración, la empujó hasta apoyarla en la pared y clavó los labios en sus labios acallando sus protestas.
Cora correspondió al beso apasionado, era dulce, le quitaba la sed amarga que la resaca le producía, pero de repente abrió los ojos y empujó con fuerza a Fran apartándolo de ella, la tijera se enganchó en la camisa del casero y se la arrancó. Entre sombras apreció Cora su torso fuerte, los músculos de los hombros, los brazos, unas gotitas de sudor que perlaban la piel y cayendo, la conducían irremisiblemente al deseo.
_ Ten cuidado con las tijeras Cora- dijo abalanzándose de nuevo sobre ella.
Al segundo beso sus manos dejaron de palpar la tela translucida, tiró fuerte de ella, con todo su deseo y le arrancó el tanga, ella alzó su brazo diestro y la poca luz del mediodía que se filtraba por las rendijas de la persiana proyectó, sobre la espalda del casero, la amenazadora sombra de unas tijeras.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La vida y la justicia




No todos tienen amigos con influencia para salvaguardar esta noche
su libertad o sus vidas. Pasada la una de la madrugada, bajo la lluvia
que rompe a ráfagas sobre la ciudad en tinieblas, una gavilla de presos
empapados y deshechos de fatiga camina con fuerte escolta. Casi todos
van despojados, descalzos, en chaleco o mangas de camisa.
Arturo Pérez Reverte. “Un día de colera”







CAPÍTULO XXI
La vida y la justicia
(12-11-1625)




La persecución le llevó lejos pero ya llegaba a su fin, no obstante, su
esfuerzo tenía aspecto de terminar siendo baldío.
El niño estaba agotado, tanto que ya llevaba un buen rato en brazos
del adulto, quien por cierto, también acusaba el cansancio. Los perseguidos
miraban atrás continuamente y veían reducirse la ventaja inicial
de forma paulatina, aún así seguían corriendo, rehuyendo la pelea, no
tenían más opciones. Al llegar a la calle de Los Siete Jardines su implacable
perseguidor ya se les había echado encima, fue entonces cuando
no tuvo más remedio el judío que finalizar la carrera, bajar el chico al
suelo y empuñar la espada.
– Aguarda aquí pequeño Fernán y descansa un instante, si algo va
mal intenta escapar.
Apenas se dio la vuelta cuando el Capitán de la Guardia de Madrid
llegó a su lado.
– ¡A fe que corréis como gacelas los judíos! Ahora comprobaremos
si manejáis con igual acierto el acero con las manos que las botas con
las piernas.
El judío no dijo nada, permaneció callado ante la bravuconada del
soldado y se limitó a esperar en posición defensiva el inminente ataque
de su enemigo. En aquel instante tan inferior debió de estimar el soldado
a su rival en la lucha que le dio la oportunidad de ser detenido.
– Si no queréis pelear tirad las armas, conservareis la vida y seréis
juzgado por el Santo Oficio.
– No gracias, el Santo Oficio ya nos ha juzgado y dudo que nos permita
conservar la vida, tengo más posibilidades luchando contra vuestra
espada que contra las llamas de vuestro Dios.
– En ese caso, si preferís que sea yo quien os mande al infierno así
será-. Dijo el guardia mientras lanzaba sus primeras mojadas contra el
adversario.
El judío se defendía como podía, con concentración y buena voluntad,
de la habilidad del contrario, sabía que el soldado era muy ducho
en el arte de la esgrima y que sólo era cuestión de tiempo que fuese
herido por su acero, sin embargo, afrontó con inusitada calma la situa-

ción esperando que la suerte le diera una oportunidad y así se limitó a
defenderse, a mantenerse lo más lejos posible del hierro del militar y
permanecer atento buscando un hueco, un descuido, una esperanza.
-------
Lucas percibió el odio en los ojos del soldado nada más tenerlo delante.
– Tanto peor para él-, pensó-, el odio ofusca la mente, precipita las
acciones y conduce a cometer errores-. Y no obstante él también sentía
odio, la sangre hervía dentro de sus venas y por ello no demoró la
lucha y desencadenó el ataque.
– Espero por vuestro bien y la paz de mi conciencia que hayáis venido
confesado-. Dijo lanzándose con fuerza sobre su enemigo.
Dos estocadas como furiosos latigazos que cortaron rápidas el aire
buscaron sin disimulos el pecho del oponente y luego, sin pausa y con
algo de prisa, otra mojada furiosa abajo, dirigida con fuerza y rapidez
al vientre. Mas el soldado las paró todas con su acero sin inmutarse ni
emplear gran esfuerzo, incluso se permitió hostigar al maleante cuando
éste tenía la guardia desprotegida.
– No es un principiante este bellaco-, pensó Lucas y sin embargo dijo-,
bien pensado tanto os da haber confesado o no, dar muerte a mi
compañero disparándole por la espalda os condena al infierno sin remisión
y yo os voy a facilitar el viaje.
Otro ataque furibundo siguió a sus palabras, dos estocadas rápidas
esta vez por los lados y otra al centro buscando el corazón. El guardia
paró las dos primeras con maestría y esquivó la siguiente quedando en
posición ventajosa que aprovechó para contraatacar de modo astuto
sorprendiendo al rival. Lucas percibió como el frío acero rozaba la tela
de su camisola, al percibir tan cerca el peligro no se amilanó, se encolerizó
todavía más y con mayor ímpetu se entregó a fondo en su afán
de herir al guardia.
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Tras el primer choque de hierros se concedieron distancia y escrutaron
al rival. Benito se percató en primer lugar de donde estaba pues
sobre la puerta de la cual había salido la sombra que tenía enfrente
colgaba un cartel que anunciaba: Taberna del Renco. Y luego se apercibió
de la identidad de su adversario.
– Pero don Gonzalo ¿sois vos?
– Pues claro que soy yo ¿y quién sois vos y qué hacéis en las calles
a esta hora?
– Soy Benito Jiménez y huimos del Capitán de la Guardia y de sus
hombres-. Afirmó rotundo liberándose del embozo para que don Gonzalo
pudiera ver su rostro.
– Pues a juzgar por el ruido de pisadas y hierro los tenéis aquí mismo,
entrad a la taberna, rápido y preparad vuestras explicaciones.
El verdugo y los dos adolescentes judíos entraron en la taberna del
Renco, don Gonzalo cerró la puerta y pegó el oído a ésta. Unas velocísimas
zancadas se oyeron muy cercanas, también percibió voces de al
menos dos hombres:
– Por aquí, corrían en esta dirección.

– No pueden estar muy lejos.
Una sola vela de sebo situada en la mesa más alejada de la entrada
de la taberna era la única luz que se permitieron.
– Tomad-, dijo el hijo mayor del Renco poniendo una hogaza de pan
sobre la mesa y una jarra de vino-, parecéis cansado Benito, decidme,
en que lió os habéis metido.
– En el de la vida y la justicia don Gonzalo-, respondió un tanto apesadumbrado
el verdugo-, la vida nos lleva a complicaciones, a situaciones
que no buscamos y sin querer encontramos en nuestro camino.
Una vez golpeados de sopetón por las adversidades tratamos de conseguir
justicia. Yo hoy he creído justo salvar la vida de estos dos mozalbetes
y otro más que huyó por otro lado y en ello ando esta noche
en vez de descansar tras un largo y agotador día de trabajo, buscando
justicia en contra de la ley del Dios verdadero o de la ley de sus representantes
en la tierra.
– Si esas palabras que oigo de vuestra merced salieran de otros labios
no me asombraría en absoluto, pero de vos no sólo me sorprenden,
además me preocupan.
– Hacéis mal en preocuparos, nuestra único desvelo admisible es
ocultar a los chicos por esta noche y mañana tratar de sacarlos de la
ciudad, cualquier otra cosa sería condenarlos a la hoguera implacable.
– ¿Son estos los judíos de la mercería?
– Su familia es judía, ellos son apenas unos niños, los niños de la
mercería.
– No será fácil salir de aquí, ni tampoco lo será encontrar escondrijo
hasta mañana, lo más seguro será que permanezcan dentro de la
taberna toda la noche.
– No me place traeros complicaciones ni procuraros problemas con
la justicia ni la Inquisición.
– No lo haréis, desde la muerte de mi padre esos son mis enemigos
naturales y mis peores pesadillas por lo tanto no aportaréis más fantasmas
a mis sueños de los que ya padezco. Pasad la noche aquí, con
ellos, mañana al amanecer vendré y os ayudaré a salir de Madrid.
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– Al final no vais a resultar un rival indigno-, fanfarroneó de nuevo
el Capitán de la Guardia de Madrid ante su impasible enemigo que en
esta ocasión se mostró más locuaz.
– También vos me habéis sorprendido, por desgracia para mí sois
mejor espadachín de lo que imaginaba.
– Pues lamento que penséis así porque aún no he desplegado mis
mejores tretas-. Dijo el Capitán henchido de orgullo, quiso con sus actos
confirmar sus palabras desencadenando un ataque rápido y certero.
El judío pretendió con su frase de alabanza que el Capitán se sintiera
muy superior en la lid, que se relajara y cometiera algún error. En
primera instancia sus propósitos no fueron logrados, el soldado sabía
que sentirse mejor que el rival puede llevar a la tumba y aunque lo era
no subestimaba a su enemigo y de ese modo le envió una serie de estocadas
altas que el judío retrocediendo pudo sortear no sin apuros,

después otras dos buscando sus tripas que también pudo parar y de
súbito sintió un pinchazo en el hombro izquierdo que no vio ni de donde
le llegaba. Dio unos pasos atrás trastabillando, apretó los dientes
para no aullar de dolor y continuó empuñando la espada con la diestra
sabiendo que aquello no había terminado.
– ¡Vaya!, la sangre de los judíos es igual de roja que la de los cristianos.
Aprovechó el momento de tregua el herido para despojarse de la capa
y la enredó en su antebrazo izquierdo para usarla a modo de rodela,
pues solamente con la cimitarra no sería capaz de parar los ataques
continuados y mal intencionados del Capitán.
– Veo que no tenéis intención de claudicar sino que por el contrario
pretendéis continuar la lucha.
– No quisiera pero no me dejáis más remedio.
Durante la breve conversación se había percatado de su situación:
los ataques del Capitán lo habían obligado a retroceder y perder terreno,
como consecuencia de esa retirada el niño estaba bastante alejado
de él y además se encontraba a la espalda del soldado y por tanto éste
no podía verlo mientras luchaba.
– ¡Huye Fernán, vete!
El niño no reaccionó ante la desesperada orden lanzada por su protector,
era demasiado joven y quizá veía más peligro en marcharse él
solo que permanecer allí. ¿Dónde iba a ir? El Capitán atacó de nuevo, en
varias ocasiones tuvo el herido que usar su brazo dañado auxiliado de la
capa para detener peligrosas estocadas y así, casi accidentalmente,
descubrió que aquella circunstancia le proporcionaba una oportunidad.
Cada vez que paraba un golpe con la protección de la capa quedaba
desocupada su espada y tenía un segundo, tal vez menos, para contraatacar.
Decidió intentarlo.
Una profunda estocada que iba directa a su garganta con aviesas intenciones
la detuvo con el baluarte de la capa y de inmediato se lanzó
hacia delante impulsando el filo de su arma con toda su fuerza contra
el cuerpo del Capitán.
Muy cerca estuvo de conseguir su objetivo, el soldado se vio obligado
a saltar a un lado para esquivar el tremendo sablazo, sin embargo
tras la acción, en lugar de sorprenderse y observar mayor cautela, enseguida
atacó de nuevo por el flanco izquierdo con tal contundencia
que en esta ocasión hubo de ser el judío quien se retirara a un lado con
celeridad para ponerse a salvo.
– ¡Huye Fernán, obedece! Vete de aquí, escóndete-, gritó de nuevo
a su protegido.
Y en esta ocasión fue tan apremiante la orden emanada de sus labios
que el niño sí la obedeció. Se incorporó y sin mirar atrás salió corriendo
calle abajo con toda la fuerza de sus piernas. El Capitán al oír el ruido
producido por las rápidas zancadas del muchacho se volvió a verlo.
Aquella era una ocasión regalada por su oponente que el judío no podía
desperdiciar. El espadachín herido al percibir que el rival no lo miraba ni
a él ni a su espada, se lanzó con toda su fuerza y su fe hacia delante tratando
de herir por encima de la protección del coleto a su adversario.

El Capitán de la Guardia de Madrid era un hábil guerrero y de intuición
no debía estar mal surtido pues pareció adivinar la intención de su
enemigo, se giró raudo sabiendo que a pesar de su superioridad en el
lance acababa de cometer un error. Atisbó el filo del arma dirigiéndose
a su cuerpo y se agachó justo a tiempo, el sable del judío no partió su
pecho de milagro aunque sí impactó en su rostro y abrió una brecha
larga y profunda en la mejilla. El judío supo que había fracasado en su
última oportunidad, que había estado muy cerca de obtener la victoria
en aquella jugada, sin embargo le faltó suerte.
Un sudor frío atenazó su espalda de repente y un dolor inmenso
acudió a su vientre, miró hacia abajo, al lugar que ardía con un fuego
sempiterno, allí vio la espada del Capitán metida en su estómago hasta
los gavilanes, atravesando su cuerpo de parte a parte. El adversario
había sido hábil y utilizando su impulso a la par que completaba el giro
para esquivar la estocada había aprovechado para atacar a un rival
desprotegido y endosarle un espadazo terrible. El judío, atento al resultado
de su propia acometida no supo advertir la agresión, no vio el
filo de la espada avanzar con brillos de muerte en sus hojas en dirección
a su piel.
El Capitán tiró de su espada con brusquedad y la extrajo del cuerpo
herido, el dolor se intensificó adquiriendo grado superlativo, ardían sus
tripas, se helaba su espalda y advirtió que no se podía mover, ni siquiera
cerrar sus ojos y su boca que habían quedado entreabiertos con
gesto de sorpresa y miedo, ni soltar la espada o con la capa tapar el
agujero por el que salía sangre a borbotones, nada.
Tardó pocos segundos en morir, cuando por fin cayó, desplomado,
vio al Capitán corriendo calle abajo tras la estela del pequeño Fernán.
---------
La batalla entre Lucas y el soldado de la guardia se había convertido
definitivamente en guerra sin cuartel, los dos atacaban sin reparos,
sin miedo a ser heridos, sin ambages ni disimulos. Buscaban quebrar la
defensa del rival y ansiaban matarlo, no había tregua y el cansancio
hacia mella en sus cuerpos.
– Te mataré aunque tenga que emplear en ello toda la noche-. Afirmó
Lucas enrabietado.
– Deberéis ser más rápido de lo que decís, la ronda de mis compañeros
no tardará en llegar y entonces sí podéis daros por acabado.
Tenía razón el soldado, ya le había pasado por la mente la circunstancia
adversa, el tiempo jugaba en su contra pues él nunca recibiría
ayuda y por el contrario su oponente sí, más pronto que tarde se llegaría
a la zona una pareja de guardias y al percibir ruido de aceros chocando
acudirían en auxilio de su compañero.
– ¡A fe qué estáis en lo cierto! En ese caso no perdamos más tiempo
ni energías en charla inútil.
Atacó al soldado con renovados bríos, una concatenación atropellada
de estocadas casi desesperadas regaló a su rival quien con apuros
consiguió mantenerse indemne. Atacaba a oleadas furiosas y cada vez
le cegaba más su odio. Por fin Lucas tuvo una buena oportunidad. El
soldado de la guardia quedó descolocado tras su apresurada defensa,

se vio encerrado contra la pared y muy próximo a ella, sin posibilidad
de retroceder, cualquier movimiento debería ser hacia delante, hacia el
enemigo.
– Ya eres mío-, pensó Lucas y lanzó con toda su alma una estocada
alta hacia el cuerpo del guardia. El soldado la paró y de ese modo las
dos tizonas quedaron trabadas. A pesar de tener las fuerzas muy menguadas
ambos empujaron el acero con rabia, con la mano derecha en
tensión apretando al enemigo, la otra buscando en el cinto ayuda para
inclinar la balanza en el cuerpo a cuerpo. Lucas buscaba su daga y los
dedos de su siniestra no acertaban a encontrarla; el guardia buscaba la
pistola, la encontró, la sacó con presteza y apuntó con ella a los ojos de
Lucas.
– Está descargada mequetrefe, habéis matado con ella a mi compañero
y vos lo sabéis-, se burló Lucas cuyos dedos ya rozaban la cazoleta
de la daga.
Tenía razón por supuesto, el arma de fuego estaba sin munición, sin
embargo el soldado la usó en forma de maza, como arma arrojadiza, y
golpeó con todas las fuerzas que supo reunir el rostro del rival con el
cañón de su pistola. Lucas se tambaleó tras recibir el impacto, la vista
se le nubló, sintió la sangre corriendo en hilillos cada vez mayores por
su barbilla. Cayó al suelo, no llegó a perder la consciencia pero muy
cerca estuvo, quedó aturdido, las piernas no respondían, pesaban los
brazos, se hallaba a merced del guardia. El soldado se acercó y apoyó
la punta de su espada en el pecho del caído dispuesto a terminar con el
enemigo. No todos tienen amigos con influencia para salvaguardar esta
noche su libertad o sus vidas.
– Con vuestra muerte queda vengada la de mi compañero-, dijo con
una sonrisa en sus labios.
– ¡Alto, no lo hagáis Esteban! Lo quiero vivo.
Era la voz del Capitán de la Guardia de Madrid, recién llegado a la
escena con un destacamento, quien apremiaba a su soldado para que
no matara al maleante. El guardia que al parecer se llamaba Esteban
se lo estaba pensando mucho, se demoraba más de lo que un soldado
debía en ejecutar la orden de su jefe.
– Ha matado a Felipe, merece abandonar este mundo-, dijo el tal
Esteban.
– Y lo hará, pero a su debido tiempo, antes de que muera debemos
interrogarle, nos será más útil por el momento vivo que finado.
--------
Con grandes precauciones don Gonzalo salió de la taberna del Renco
y cerró la puerta atrancándola por fuera de tal modo que los de dentro
quedaron allí, encerrados, hasta que de nuevo él viniera a abrir. Era
noche avanzada y no resultaba sensato deambular por la calle a esas
horas y menos recomendable era aún en una noche tan ajetreada como
se estaba mostrando aquélla, sin embargo él estaba prevenido, solamente
debía llegar a salvo hasta su casa donde le aguardaría la madre
desesperada y medrosa, debía evitar a toda costa tropezarse con
las patrullas de los guardias. Bajó por la calle Barquillo dispuesto a dar
un pequeño rodeo y así evitar las zonas más frecuentadas por los sol-

dados de la guardia de Madrid, y precisamente en la confluencia con la
calle Infantas oyó ruido de pisadas que hollaban cercanas y rumores de
voces. Se ocultó en la oscuridad, pegado a la pared, tratando de meterse
dentro de los ladrillos del muro, inmóvil, embozado en capa y
sombrero y con las armas a punto.
Era una patrulla de guardias, al frente de ella su capitán y por añadidura
llevaban a dos detenidos, un adulto y un niño, pasaron muy cerca
de donde él se encontraba escondido. El adulto llevaba las manos
atadas a la espalda, caminaba con dificultad y tenía el rostro cubierto
de sangre reseca; el chico tenia las manitas atadas por delante, parecía
inmensamente asustado, era el mismo que había visto, castigado
por su maestro al haberse ausentado de las clases para asistir a la fiesta
de los azotes.
– Vida y justicia-. Susurró cuando ya habían pasado de largo en dirección
a la cárcel de la corte, despejada ya estaba la calle y por tanto
prosiguió su camino murmurando-. Mísera vida y dudosa justicia.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El manuscrito Voynich, verdadera fortuna. "Auténtica estafa"



Me he presentado a otro concurso, ya sabéis que no puedo vivir sin ellos y si me dicen ven lo dejo todo, elpremio es importante, una cena con Matilde Asensi, así que os pongo en antecedentes.
Me dice una amiga que al acceder a la página del concurso y leer mi relato no lo entiende. El título es “Auténtica estafa” y el concurso “Haz historia con Matilde Asensi”.
No es raro que haya personas que no lo entiendadn, por lo tanto os lo explico lo más brevemente posible.

El relato tiene que estar basado en “La codificación del Manuscrito Voynich”
El manuscrito Voynich es un libro anónimo escrito en torno al año 1570, aunque también se atribuye a Roger Bacon y entonces sería de 1214-1294. Su característica principal es que está escrito en un lenguaje desconocido o cifrado que todavía hoy no se ha podido descifrar.
También se piensa que puede tratarse de una estafa ideada por el propio Voynich quien elaboraría el documento apoyado por sus conocimientos de librero y anticuario y trataría de hacerlo pasar por un manuscrito perdido de Roger Bacon que podría venderse por una auténtica fortuna.
Y otra posibilidad, la que a mí más me gusta pero igual de improbable que las demás, es que el matemático y astrólogo Jhon Dee con algún ayudante más, lo idearan para sacar los cuartos a Rodolfo II de Bohemia.
En cualquier caso lo cierto es que Voynich comenzó a interesarse por los libros y manuscritos antiguos: prosperó muy rápidamente en un negocio en el cual era un profano, ignorándose la procedencia de sus recursos económicos iniciales y estableció un importante comercio de libros raros al cual acudían muchos coleccionistas para conseguir libros descatalogados, raros, incunables o imposibles de encontrar.
En 1912 halló en la biblioteca del colegio jesuita de Villa Mondragone, Italia, el manuscrito que hoy lleva su nombre y que compró a bajo precio junto con otros manuscritos y libros antiguos (parece ser que la orden necesitaba desesperadamente el dinero para arreglar el colegio); intentó descifrar su contenido remitiendo copias del mismo a diversos expertos, aunque sin resultado alguno.
En noviembre de 1914, a punto de comenzar la guerra, embarcó en el célebre trasatlántico Lusitania —hundido al ser torpedeado por un submarino posteriormente, durante la contienda— y se trasladó a Nueva York con su colección de libros y su negocio de librero especializado en textos raros.
Para escribir mi relato me he basado en mi opinión particular de que jamás se podrá descifrar el manuscrito de forma satisfactoria para todas las opiniones y con unanimidad de los expertos y de que constituye un engaño. Las extrañas características del texto del manuscrito y el contenido sospechoso de sus ilustraciones (tales como las plantas quiméricas) conducen a muchos expertos a pensar que el manuscrito es en realidad un engaño.
En 2003 el especialista en computación doctor Gordon Rugg mostró que se podía reproducir texto con características similares a las del que contiene el manuscrito, mediante el uso de una tabla con prefijos, raíces y sufijos, que habrían sido seleccionados y combinados por medio de una plantilla de papel perforado. Este mecanismo, conocido como Rejilla de Cardano, se inventó hacia 1550 como herramienta criptográfica.
En el texto que presento a concurso menciono la rejilla de Cardano, a Ethel, esposa de Wilfrid M. Voynich quien al parecer lo vendió a la Biblioteca Beinecke de libros y manuscritos antiguos de la Universidad de Yale, donde se halla en la actualidad y lo sitúo en el Titanic. Wilfrid nunca estuvo en el Titanic pero sí en el Lusitania cuyo naufragio constituyó una tragedia de mayor dimensión que la del Titanic.
En 2009, investigaciones de la Universidad de Arizona demostraron, mediante la prueba del carbono 14, y con una fiabilidad del 95%, que el pergamino del manuscrito podía datarse entre 1404 y 1438. Por otra parte, en otro estudio posterior se demostró que la tinta fue aplicada en torno a esas fechas, confirmando así que el manuscrito es un auténtico documento medieval y eliminando la posibilidad de que fuera el propio Voynich el autor.
A mi modo de verlo (aunque soy un aficionado inexperto) un documento medieval sí pero una auténtica estafa (tal vez un herbario o un texto de recetas) que puede costar una verdadera fortuna, afortunadamente no creo que nadie jamás pueda descifrarlo.

Pasamos al relato, el texto lo inicia Matilde Asensi de este modo:

“No podrán. Nadie podrá nunca.”, me dije observando el manuscrito. Por fin lo había terminado. Yo era la última persona viva que entendía aquellas ocultas palabras que encerraban el conocimiento secreto. Ahora, sólo quedaba esperar.

Y a partir de aquí 150 palabras que yo sigo de este modo:

Esperar a que los lobos aullaran en mi puerta o los buitres detectaran su presa.
Sin embargo, no fueron hambrientos carroñeros sino un oficial del Titanic quien golpeó la puerta del camarote con urgente reiteración.
- Señor Voynich nos hundimos, salga rápido a cubierta con su esposa, no hay botes salvavidas para todos los pasajeros.
Corrimos desesperados, aferrando la vida, cobijando el escrito contra mi pecho. Las damas tienen preferencia para abandonar el barco, Ethel, mi esposa, fue designada para salvarlo, el documento cambió de pecho.
Tuvimos suerte, cada uno por nuestros medios sobrevivimos al naufragio. La tragedia incrementó la leyenda convirtiendo al libro en la piedra filosofal de nigromantes, coleccionistas y criptógrafos.
Aguardo tranquilo en mi trastienda que aparezca algún excéntrico millonario, desconocedor de la rejilla de Cardano y quiera pagar, por un manuscrito medieval cuyo contenido constituye una estrepitosa estafa, una auténtica fortuna.
Afortunadamente, nunca, nadie, podrá descifrarlo.


Ahora si lo estimáis conveniente en este enlace

http://factoria.fnac.es/concursos/concurso_matilde_asensi/autentica-estafa

y después de registrase, podéis votar por mi relato titulado “Auténtica estafa” con el seudónimo Titán. Se puede votar una vez al día.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El casero siempre llama dos veces



Fotografía de Elena Álvarez, Colectivo Toc Arte, Título Sombras.


Segunda sombra: El salón solitario



Sombras en la escalera, por lo demás, nada, nadie. Los ruidos habían cesado, al final seguro que todo fue un sueño o una pesadilla o viceversa. Caminando despacio, descendiendo entre sombras, llegó a la segunda planta, allí estaba el salón en penumbra.

Entró.

Con la poca luz y las muchas sombras que proporcionaban unos tímidos rayos de sol que profanaban las rendijas de la vieja persiana pudo ver, a la derecha, el sofá azul. Ese era el de ver la televisión puesto que estaba situada justo enfrente. La pantalla del aparato, plagada de sombras, apagado en negro, reproducía no obstante una imagen confusa, difusa. Una secuencia profusa de película de terror. La silueta de una mujer patidifusa, atemorizada, armada con unas tijeras con las que podía incluso herirse a sí misma. Era un reflejo, su imagen, su película, su sombra.
Las puertas del armario estaban cerradas como siempre, ¿no habría nadie dentro? No, desechó la posibilidad de abrir para cerciorarse. En la pequeña mesita, la de tomar el café, que estaba junto al sofá azul de ver la televisión, reposaba, olvidado, un vaso sucio de restos pegajosos.

Al otro lado las dos mecedoras, ambas quietas y vacías. El otro sofá, el amarillo, el de dormir la siesta las tardes de calor porque a él llegaba nítido el aire de la ventana cercana. Cercana y actualmente cerrada a cal y canto. Junto al sofá amarillo de dormir la siesta estaba la mesa de no comer, puesto que por norma general y siempre que no hubiera invitados, hacían las comidas abajo, en la cocina. Y alrededor de la mesa de no comer, las cuatro sillas de madera de un color tan claro, tan cálido y tan brillante…

Frente a ella estaban los cuatro cuadros anárquicamente alineados, cuatro fotografías antiguas de diferentes rincones del pueblo, cuatro amuletos en realidad, recuerdos colgados en la alcayata del destiempo condenados al cobrizo amarillo del olvido, cuatro recuerdos que no eran los suyos.

Encima de la mesa, junto a las llaves que usó de madrugada para entrar, un billete de 50 euros arrugado y monedas sueltas. Si había entrado alguien desde luego no tenía intención de robar.

Escuchó ruidos de nuevo en la planta de abajo, de nuevo pasos sigilosos, inoportunos, pisadas intrigantes por la escalera. Al mismo tiempo, sobre la mesa, un zuñido molesto, un objeto se movía retozando debajo del billete arrugado que con un temblor inquietante se desplazó en pos de las monedas.

El móvil.

Puesto en modo silencio el celular vibraba sobre la mesa al producirse una llamada y a pequeños tirones se aproximaba, sigiloso, inoportuno, intrigante, travieso, a las monedas y las llaves.

_ Diga- susurró con miedo de alarmar a quien la alarmaba.

_ Señorita Cora soy Fran, el casero…

El casero, precisamente hoy, precisamente ahora, qué inoportuno, qué mala sombra, ojalá no hubiera contestado, el casero siempre llama dos veces.







Fotografía de Charo Hernandez, Colectivo Toc Arte, Título Sombras.